Minotaurus. Temporada I
Capítulo 14: Escape de “fin del mundo”
— 18 años —
Gustav conducía con las manos firmemente apretadas en el volante, era cierto que adoraba la sensación que tenía al mover ese vehículo tan poderoso y elegante, pero el saber que debía llegar con los chicos porque estaban en grave peligro, le alteraba los nervios, por eso dio una gran frenada cuando su celular sonó.
—¡Demonios! —Gruñó, pensando que tal vez algo peor había ocurrido. No verificó el número y simplemente contestó—. ¿Qué?
—¿Eres Gustav Schafer? —preguntó una voz que no conocía.
—¿Quién quiere saberlo? —contestó a la defensiva.
—Mi nombre es Tobi, soy ex agente de los Taurinos —Se presentó el hombre, cosa que hizo estremecer al rubio—. Hoy nos atacaron y perdí a mi compañero. Necesito ayudar a los elegidos, pero estoy herido y no puedo llegar a ellos… —Suspiró—. En este estado… —Volvió a suspirar—. Yo…, sólo sería una carga.
—Oh… —El chico no sabía qué creer. Su mente lógica le decía que no podía, no debía confiar en nadie, hasta que tuviera la certeza de que los elegidos estuvieran a salvo, sin embargo, su sexto sentido le aseguraba que esa voz, decía la verdad.
—En estos momentos, estoy oculto en un almacén en la ciudad natal de Bill.
—Y yo estoy por llegar hasta allá —Confirmó el rubio.
—¿Hablaste con ellos? —preguntó ansioso el ex agente.
—Sí, Tom me llamó.
—Es un alivio saber que están vivos. Hoy… ha muerto mucha gente.
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Una hora después, la camioneta negra llegó a un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. Gustav tomó una linterna y bajó del carro, en busca de Tobi.
—¡Mierda! —Gruñó el rubio, cuando su celular sonó, delatando su posición.
—Aquí estoy —Le llamó una voz temblorosa, oculta entre las sombras de la noche.
—¿Eres Tobi?
—Sí, hice sonar tu teléfono para asegurarme de que eras tú —Explicó el hombre—. ¿Puedes acercarte?
El rubio bajó un poco la luz para no molestar la mirada del hombre, que estaba en una extraña posición en el suelo. A medida que se acercaba, notó la gran cantidad de sangre que había en torno al adulto.
—Estás herido —Confirmó—. Te llevaré a un hospital.
—No puedo, de todos modos… ya estoy condenado —Agregó el agente con una débil sonrisa—. Toma esto —Le extendió un sobre al rubio—. Es para los Kaulitz.
—Bien.
—Diles que la abran cuando nazca el bebé. Es mi última petición. ¿Lo harás? —Gus asintió y la dobló para meterla en uno de sus bolsillos—. Dile a Tom que vaya a América —Le entregó otro papel. La letra mostraba que fue escrito a la rápida—. Anis les ayudará allá —Tosió fuertemente, manchando su mano con sangre.
—¿Estás bien? —preguntó el rubio, pero la visión frente a sus ojos, le señalaba que Tobi, moriría pronto.
—Claro que estoy bien Gustav, ya gané mi recompensa, los elegidos están bien. Ahora vete con ellos. Siempre revisa tu espejo retrovisor, que no te sigan —Le aconsejó, a lo que el rubio asintió, aquello le hizo recordar a su paranoico padre—. Vete y vivan.
—Gracias… —susurró.
Sin mirar atrás, el rubio volvió al auto y salió de allí. Ya quedaba poco para ver a sus amigos y a su amante.
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En cosa de media hora, había llegado a la dirección que Tom le había enviado. Era un motel de mala muerte, muy oculto. Miró en todas direcciones, pero no había señal del Escalade del trenzado, ni del deportivo de Bill. Quería usar su celular y llamar a los chicos, pero desconfiaba de esos aparatos, ya que si Tobi lo había contactado, no había razón para dudar que los otros Taurinos hicieran lo mismo.
Bajó del carro y pensó en ir hasta la recepción y pedir un cuarto sólo para él, pero justo en esos momentos, una puerta se abrió y una larga cabellera castaña salió corriendo y le abrazó con fuerzas.
—Estás vivo… —susurró, sin soltarle.
—Geo… —susurró de vuelta, completamente absorto en las emociones que le embargaban—. Qué bueno que tú también lo estés.
—Ven conmigo —Tomó su mano y le guió de regreso a la habitación de la que salió.
El rubio entró y buscó con la mirada a sus amigos, que estaban abrazados en un sillón, mirándole con sorpresa y alegría. El primero en levantarse fue Tom, quien de inmediato le abrazó.
—Qué gusto —Sonrió.
—Lo mismo digo, Tom —respondió el rubio, siendo abrazado por el pelinegro.
—Gus… ¿estás bien? —preguntó su amigo, sin poder evitar el nerviosismo que invadía su voz.
—Lo estoy. Eso creo… han pasado muchas cosas.
Georg cerró la puerta y observó al grupo. Su corazón dolía por la reciente pérdida de su familia, pero el hecho de ver a Gustav allí, respirando, era como una nueva oportunidad en su vida.
—¿Tuviste algún problema para llegar hasta aquí? —preguntó de inmediato el castaño, sentándose al lado de Gus y cogiendo su mano.
—Una parada —comentó el chico, sonriendo a su amado—. ¿Conocen a Tobi?
Los ojos de los Kaulitz se abrieron grandemente y en seguida Tom preguntó—. ¿Cómo está?
—Supongo que en estos momentos él… —Negó con la cabeza—. Cuando lo vi, estaba muy mal herido.
—¿Cómo es que lo viste? —preguntó angustiado el pelinegro.
—Tú ni siquiera sabes quién es Tobi —Adjuntó el castaño.
—Tienen razón —El rubio, bajó la mirada—. Cuando venía en camino, mi celular sonó y no verifiqué el número —Tom asintió, para que continuara—. Tobi se identificó como un ex agente de los Taurinos, y que necesitaba ayudar a los elegidos, por eso le creí.
—Fue una locura de tu parte —Le regañó Georg.
—Lo sé, pero mis sentidos me confirmaban que era cierto —Se defendió el rubio, mirando a los Kaulitz, quienes le sonrieron—. Tobi dijo que habían matado a su compañero.
Oh no… Saki —susurró el pelinegro, y se abrazó al cuello de su “Mate” en busca de consuelo.
—Me dio esto —Gus sacó la carta doblada de su bolsillo y se la entregó al trenzado—. Dijo que su última voluntad, era que la leyeran cuando el bebé naciera.
—Comprendo —susurró el chico y la guardó, para que las manchas de sangre del exterior, dejaran de atormentar la cansada mente de su pareja.
—También me entregó este papel —Le extendió el que estaba escrito a la rápida, con letra desordenada, pero legible—. Dijo que en América, Anis los ayudaría.
Tanto Bill como Tom leyeron una dirección en el papel y se miraron como preguntándose si podrían verdaderamente confiar en aquel “Anis”, a quien ninguno de ellos conocía.
—¿Sabes quién es, Geo? —preguntó el rubio, sabiendo que los Kaulitz no estaban al tanto de todo lo referente al clan, por haber sido excluidos por sus propios padres.
—No estoy seguro, si tuviera mi laptop podría…
—Ese no es problema —Sonrió el rubio—. Ven conmigo.
Tomando la mano del castaño, lo guió hasta la hermosa camioneta negra y le hizo entrar en ella, activando la pantalla del supuesto GPS.
—¿Es en serio, Gus? ¿Un GPS? —preguntó el chico, pensando que tal vez el cansancio, le estaba jugando una mala pasada a su novio.
—Espera —El rubio oprimió algunos botones y pidió una contraseña, que escribió sin dudar—. Listo.
La mitad de la pantalla mostró un teclado digital, dejando la parte superior de la misma, como una pantalla normal. Parecía una versión más grande de un celular.
—Wow —dijo el castaño y procedió a teclear algunas cosas. Entró a su registro personal y oculto de la red Taurina y leyó—. Anis = Exiliado. No hay más datos.
—Genial —Sonrió el rubio.
—¿Qué es lo genial? Estamos igual que al principio —Gruñó Geo.
—No es así. Si Anis está exiliado, quiere decir que no es parte del clan. Podemos confiar en él. Además —prosiguió el rubio—. No hay datos, ellos no saben dónde encontrarlo. Creo que Tobi tiene razón y deberíamos ir hasta allá.
—Hablas de América, Gus.
—Volvamos a la habitación —Pidió el rubio y esta vez cogió la mochila que le entregó su padre antes de partir.
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—¿Qué hallaron? —preguntó el pelinegro, apretándose el estómago, tenía hambre y podía sentir que Tom estaba igual que él.
—Nada —Gruñó el castaño, ganándose una mirada reprobatoria de Gus.
—Muero de hambre —susurró el pelinegro.
El rubio miró a ambos chicos y sin dudarlo abrió la mochila. Seguramente habría algo de comer allí. Pero lo primero que vio fue un sobre blanco. Lo tomó “Para Gustav” decía con letra cursiva, había sido escrito por su padre.
—Hay una máquina de dulces afuera —anunció Geo—. Te traeré algo.
“Querido Gustav:
Primero que todo, debes saber que yo estaré bien. El plan de “Escape del fin del mundo” siempre estuvo destinado para ti. Yo me reuniré junto a mis locos amigos y nos iremos”
—Oh papá… —susurró el rubio.
“Si todo lo he investigado sirve de algo, los Taurinos no podrán encontrarnos tan fácilmente. Ni a mí, ni a mi grupo.
Iré al grano hijo. Lo primero que debes saber es que debes salir de los lugares poblados”
—Lo sé papá —susurró otra vez, recordando las palabras que su progenitor le dijera tantas veces.
—¿Gus? —Le llamó el trenzado, al escucharle susurrar algo.
—No es nada, papá me dejó una carta y es…
—Oh…
“Necesitarás comida. Ve ahora mismo a la parte trasera del vehículo y coge el bolso azul. Allí hay provisiones. Antes de comer, revisa las fechas. Sería tonto que escaparás del los asesinos y murieras por comer comida en mal estado jeje”
—Dios, padre —Rió el chico, al recordar las ironías del adulto.
En dos tiempos, Gustav salió del cuarto, topándose con Geo, quien le miró de frente, sin poder evitar que su corazón latiera locamente, al estar así de cerca.
—¿Estás bien? —preguntó el castaño al verle salir tan abruptamente.
—Sí, debo ir por algo —Casi tartamudeó. La verdad era que Gus quería saltar sobre Geo y besarlo hasta quitarle el aliento, pero la reciente muerte de Dany, le hacía sentir pesar y remordimiento. Así que iría por partes, sin apresurar las cosas.
—Te acompaño —dijo el castaño, sin espacio para objeciones.
Caminaron hasta la Hyundai y con las llaves, Gus abrió el maletero, mirando los diferentes bolsos de allí. «Padre, eres un genio» Pensó y simplemente cogió la enorme maleta azul. Luego de lo cual, procedió a cerrar nuevamente, con cuidado.
—¿Qué llevas allí? —preguntó el castaño, pensando que Gus no había tenido el tiempo suficiente para empacar tanto, lo que le hizo pensar también en…—. ¿De dónde sacaste ese auto?
—Es una larga historia. Pero la diré adentro. Vamos.
Asegurando todas las puertas del carro y con la maleta firmemente sujeta en sus manos. Los chicos retornaron al cuarto.
&
—¿Tom, estás bien? —preguntó Geo, notando el sudor en la frente del trenzado.
—Debe comer —susurró el pelinegro—. Le falta azúcar o algo. Lo sé, porque siento lo mismo, pero en Tom es más grave, por el bebé.
Gustav agradeció mentalmente a su progenitor y abrió el bolso. Sacó una bolsa de pan y miró las fechas, notando que había sido puesto allí recientemente.
—Toma esto —dijo entregándole a Bill, quien tenía los ojos abiertos como platos.
Luego el rubio, buscó una de las latas, viendo qué contenían y las fechas de vencimiento.
En cosa de unos minutos, los cuatro se estaban dando un festín con aquellas cosas.
—¿Nos dirás por fin? —preguntó el pelinegro, vaciando su botella de agua.
—¿Tom, quieres algo más? —preguntó el rubio, ignorando al pelinegro. Pues lo más importante para él, e esos momentos, era cuidar del bebé dl trenzado.
—Si como algo más moriré —Rió el de trenzas.
—Ok. Entonces, ahora les contaré sobre toda esta tontería.
Los tres jóvenes restantes, le pusieron atención y el rubio contó la historia de su padre. De cómo él conoció las conspiraciones, de cómo descubrió su secreto cuando regresó del Laberinto del Minotaurus, de cómo se puso en contacto con otros anti-conspiradores y de cómo tenía planeado este plan de contingencia contra “el fin del mundo”, por eso el hermoso vehículo y las provisiones.
—Y esta mochila… —Finalizó tomando nuevamente la bolsa negra, que al ser arrastrada cayó mostrando un fajo de billetes.
—Wow —susurró el trenzado al ver el dinero—. Son dólares —Agregó tomando el dinero para examinarlo con calma.
—Es tan típico de él —Rió Gustav, cogiendo otra vez la mochila—. Miren esto —Sacó un sobre que contenía cinco boletos de avión.
—Dios, ¿cómo sabía que debíamos viajar a Estados Unidos? —preguntó el pelinegro, leyendo el destino de los boletos.
—Mi padre siempre pensó que debíamos huir hacia las montañas de Utah. Decía que si alguna vez “ellos” esparcían un virus mortal, el frío de esas montañas lo eliminaría.
—¿Y no pensó que ustedes podrían morir congelados allí? —Agregó el castaño, con una sonrisa.
—No lo sé —Rió el rubio—. Con todos sus planes, tal vez ya tiene una cabaña instalada en plena montaña.
Todos rieron, pero sin duda, estaban mucho más aliviados porque estas cosas, les adelantaban el camino y les daban una perspectiva de lo que debían hacer, para mantenerse con vida.
—Muero de sueño —susurró el castaño, bostezando.
—Es tarde —Comprobó el rubio, mirando su reloj, que marcaba las 2 de la madrugada.
—¿Qué haremos? —preguntó Geo—. Dormimos y luego ¿qué?
—Mañana partimos hacia Loitsche —Afirmó Bill, mirándolos a todos.
—¿Por qué? —preguntó el de trenzas, reconociendo aquel nombre en seguida.
—Tu madre me lo pidió. Dijo que en caso de que algo como lo de hoy sucediera, te llevara allí —habló el pelinegro, asombrando a todos con sus palabras—. Allí, una persona nos aguarda.
Sin decir nada más, los G’s se retiraron a la habitación contigua.
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Una vez allí. Ambos se quitaron la ropa y se metieron bajo las mantas. Se dieron la espalda y no dijeron nada. La cama se sentía gigantesca así, y fría como las mismísimas montañas de las hablaron horas antes.
—¿Geo? —susurró el rubio, girando—. ¿Estás dormido?
—No —respondió el otro, sin girar. Sentía escalofríos tanto por el ambiente helado del invierno que llegaba, como por la incertidumbre que lo envolvía.
—¿Te… encuentras bien? —preguntó tomando una gran bocanada de aire.
Sabía que no debía apresurar las cosas. No podía tocar al castaño, no lo hacía desde que se enteró que Dany estaba embarazada y ahora que ella había muerto, no sabía cómo los volvería a separar la marca del toro.
—Tengo miedo, Gus —susurró el castaño, y esta vez giró para enfrentar la mirada de su pareja—. Yo…
—Ssshhh —Le calmó el otro, buscando su mano bajo las cobijas.
—La imagen de su muerte es algo que no quisiera volver a recordar y sin embargo… es algo que jamás podré olvidar —Su voz sonó tan cansada, que en un impulso, el rubio cerró las distancias y lo abrazó.
—Ssshhh, ya estoy aquí. Como te lo prometí, no te dejaré, Geo.
Milagrosamente, el cuerpo del castaño no rechazó al otro, y se dejó envolver por el calor que emitía. Sintiendo por fin, algo de calma.
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Tras un contundente desayuno, gracias a las reservas provistas por el padre de Gustav, los chicos emprendieron el viaje hacia la localidad de Loitsche, el pueblo natal de Simone, la madre de Tom.
Viajaron, explorando las cosas que el paranoico “Schafer padre”, había dejado en el carro. Hasta que un gemido de admiración se escapó de los labios del pelinegro.
—¡Santa madre del toro! —gimió y los G’s giraron para verle, pues el de trenzas tenía el volante.
—¿Qué ocurre, Billa? ¿Estás bien? —Por estar en una carretera, no podía detenerse, así que sin apartar la vista del camino, pedía explicaciones.
—Son pasaportes falsos —respondió el moreno a las miradas de todos—. Con nuestras fotografías —agregó como si eso aclarara todo.
Los G’s tomaron los documentos y comprobaron que tenía razón. Parecían completamente normales, incluso tenían sellos, como si ya hubiesen viajado antes.
—Wow, son estupendos —dijo el castaño, completamente maravillado—. Ahora soy Anthony Wells.
—Sí —Rió el de trenzas—. Siempre creí que tenías cara de Anthony.
—¿Cómo? —preguntó Bill, sin salir de su asombro.
—Ya les conté lo obsesionado que está mi padre con las conspiraciones —Informó el rubio—. Él ya sabía sobre ustedes y por eso nos creó estos documentos, él sabía que si huíamos los haríamos los cuatro, por eso siempre deja cosas para cinco personas, porque lo más importante es…
—Disfrazar el número de viajantes —Terminó Tom—. Tu padre es tan genial. Hubiera deseado que el mío fuera así —Una punzada de dolor le atravesó el pecho. Nunca pudo disfrutar de su padre. ¿Por qué lo odiaba tanto? Aun antes de que la marca apareciera en su brazo derecho, él nunca se sintió amado por Jorg.
—Mi padre es un loco —Rió el rubio—. Sin embargo, espero que se mantenga con vida.
—Entonces…, ya tenemos boletos de avión para Estados Unidos, tenemos montones de dólares, tenemos pasaportes falsos —Contó el castaño—. Y además, tenemos una dirección donde llegar. ¿Qué demonios esperamos, Bill?
—No estoy seguro. Pero se lo prometí a Simone. Tal vez sea la única forma de asegurarle a ella, que Tomi y el bebé están a salvo. Se lo debo.
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Cuando llegaron a la localidad, Georg conducía. Tomaron un camino poco transitado y dieron algunas vueltas de más, completamente perdidos, por seguir los carteles. Porque Tom no conocía muy bien el pueblo, y Bill se reusó a pedir indicaciones, desconfiando de todo el mundo.
Cuando por fin llegaron al lugar señalado, todos bajaron del auto y fue el pelinegro quien llamó a la puerta.
—Buenas tardes —Les saludó el hombre con una sonrisa—. ¿En qué les puedo ayudar?
—¿Es usted Gordon? —preguntó el chico.
—El mismo.
—Soy el “Mate” de Tom —dijo sin preámbulos—. Simone nos mandó.
—Pasen —respondió y abrió la puerta.
Continuará…
¿Quién será este hombre? ¿Por qué es importante para Simone? ¿Por qué ella le pidió a Bill que los llevara hasta él? ¿Tendrán que seguir huyendo? ¿O se quedarán algún tiempo con Gordon? ¿Habrán podido rastrearlos los Taurinos? No se pierdan la continuación. Y tampoco dejen de comentar.