Minotaurus. Temporada I
Capítulo 2: De Tatuajes y Marcas
— 15 años —
Aquel año había transcurrido sin mayores cambios para Tom, pese a sus temores, los Taurinos no interferían con los nuevos miembros de la manada, hasta que cumplieran los dieciocho, pues para ese entonces, debían haber encontrado a su “Mate” y formado una familia.
Su padre, sin embargo, seguía siendo la sombra en su vida. Acosándolo constantemente por causa de su marca y criticando a su madre por haber traído la desgracia y la vergüenza a su familia.
— Flashback —
—¡Eres un maldito perdedor! —le había gritado cuando descubrió la marca en su brazo.
Una sonora bofetada había enrojecido la mejilla de un sorprendido y asustado rastudo, quien le miraba sin saber por qué se había ganado ese castigo.
—Jorg no —gritó su madre, sujetando el brazo de su marido, cuando éste se disponía a dar un segundo golpe al pequeño, quien estaba totalmente paralizado de temor.
—¡Todo esto es tu culpa, Simone! —Volvió a gritar, enfocando su ira esta vez en el cuerpo femenino, arrojándola contra el suelo, sin ninguna compasión.
—¡Papá! —Le llamó el niño, siendo brutalmente golpeado, por el duro puño de su progenitor—. ¿Por qué? —Logró articular, cuando sus ojos se cerraban por la sangre que caía de su frente.
—Me harás el hazmerreír de todo el clan —gruñó el hombre y salió dejando a su familia inconsciente en el piso.
Cuando el de rastas despertó, podía escuchar los sollozos de su madre a su lado. Con dificultad abrió los ojos, que ya estaban inflamados y tintados de púrpura.
—Mamá… —susurró, apretando los dientes, su labio estaba roto.
—Tom… oh hijo mío, lo siento tanto.
—Mamá… no llores mamá… —pronunció tragando el nudo en su garganta, mientras las lágrimas saladas le provocaban más dolor en las magulladuras de su cara.
—Lo siento hijo mío —dijo ella, tratando de sentarse para abrazar a su pequeño.
—Mamá, no llores —sollozaba el menor en sus brazos, pero él tampoco podía dejar de hacerlo. No comprendía por qué su padre le odiaba tanto, si tan sólo horas atrás se había portado bien, casi como un padre normal—. No, no llores.
—Lo siento Tom, lo siento, lo siento tanto —siguió llorando la mujer.
Cuando las lágrimas acabaron, la noche había caído y ambos estaban exhaustos. Y finalmente el chico se atrevió a preguntar.
—¿Qué le ha pasado a papá? —susurró con la voz tan ronca, que dudó que su madre le hubiese entendido, así que repitió—. ¿Por qué me odia tanto?
—No te odia a ti, cielo —trató de confortarle, como toda madre, tratando de salvar la inocencia de sus hijos.
—Pero… hoy… fue… —se separó de los brazos de su madre y levantó la playera que traía, mostrando la marca del tauro, justo bajo el hombro, en el brazo derecho—. Fue esto mamá. Lo vio y me golpeó —el niño de tan sólo 13 años la miró esperanzado, aguardando alguna respuesta lógica, que le indicara por qué su padre se había portado así.
—Esa es la marca de los Taurinos, Tom. Tu padre te habló de ella —le recordó la mujer, evadiendo la mirada del delgado brazo de su hijo. Sintiendo que desde ese momento, su pequeño estaría condenado.
—Lo sé, el año pasado me contó que cuando cumpliera los trece la marca se dibujaría en mi brazo —dijo el niño, pasando su mano por la marca, que más bien parecía un tatuaje forjado por el más diestro de los artistas que se dedicaban a tal función.
—¿Te duele? —Preguntó la mujer, al notar que la marca aun se veía roja.
—Me quema, pero no tanto como en la mañana, cuando la vio papá —él volvió a levantar la mirada, preguntando en silencio, qué sucedía.
—Te pondré un poco de crema, ven conmigo.
Obedientemente, Tom siguió a su madre, que cojeaba por el golpe recibido. Apretó los puños y se juró a sí mismo, que algún día castigaría a Jorg por esa afrenta.
Siseó al sentir que la crema escocía en su piel. Su madre le miró pensativa y temerosa, preguntándose cómo le podría explicar a su hijo el destino que le aguardaba.
—Dime mamá…
—¿Eh?
—Sé que quieres explicarme lo que mi padre no hizo. ¿Por qué soy la vergüenza?
—No eres una vergüenza, Tom.
—Entonces, dime qué significa esto —señaló su brazo—, ¿por qué mi padre me odia por esto? Creí que lo deseaba, creí que esperaba que me convirtiera en un Taurino.
—No es la marca Tom, es el lado en el que está ubicada —el chico abrió los ojos grandemente, sí había una explicación después de todo—. Verás… para preservar la pureza del clan, los Taurinos deben casarse con otros Taurinos, los…
—“Pura sangre”, papá lo mencionó, por eso debo asistir a la “reunión” el próximo año —recordó las palabras que tanta veces le había contado su progenitor.
—Para que el clan pueda seguir existiendo, cada miembro de la manada debe encontrar a su compañero.
—Su “Mate”, eso también me lo dijo. En la “reunión” la encontraré.
—Y para ello, la naturaleza tiene una forma de ayudarte, Tom, proveyendo a un miembro que ponga la semilla y uno que la reciba —dijo ella usando un lenguaje sencillo, que sólo molestó al pequeño, quien la detuvo arrugando el ceño.
—Mamá, esa charla sobre sexualidad ya me la dieron en la escuela —gruñó él, sintiendo que sus mejillas se calentaban.
—Es que hay una diferencia entre nosotros, Tom.
—¿Y está relacionada con la marca?
—Tiene todo que ver con la marca, hijo —el chico la miró expectante—. Cuando la marca está en el brazo izquierdo, aquel Taurino será capaz de fecundar a su compañero.
Tom sacudió la cabeza, comprendiéndolo todo. Miró su brazo derecho y el color desapareció de su rostro.
—¿Qué pasa cuando está al lado derecho? —Preguntó temeroso.
—Aquel Taurino será fértil, capaz de recibir la semilla y protegerla en su vientre.
—No… —susurró con la voz apenas audible—. Yo… no soy una mujer.
—No lo eres hijo. Eres un Taurino, eres… uno muy especial.
—No… —levantó la mirada llena de lágrimas y gritó—. ¡No soy una maldita mujer! —Y salió corriendo de allí. Comprendiendo la vergüenza de su padre.
— Fin Flashback —
El rastudo sacudió la cabeza para alejar la sensación de humillación cada vez que recordaba ese día, hacía dos años.
—Ya casi llegamos —dijo Simone, sujetando firmemente el volante del vehículo.
—Bien, muero de ganas por llegar —dijo sarcásticamente, apretando los puños.
—Nunca mencionaste qué ocurrió el año pasado, Tom. ¿Conociste a alguien especial? —Preguntó ella, tratando de alivianar la tensión, aunque sabía claramente que su hijo no estaba cómodo con el tema.
—Pixie —dijo con una sonrisa picarona, aunque la verdad al único que recordaba con claridad era a Bill y a sus p0reciosos ojos maquillados.
—¿Pixie? —la mujer frunció el ceño—. ¿Qué era… una mascota?
—Lo fue… mi mascota pelirroja por toda una noche de lujuria —respondió él, sin ocultar el sarcasmo en su voz.
—No hables así Tom.
—¿Así cómo? ¿Como si fuéramos animales? —Preguntó el rastudo encarándola—. Pues lo somos madre. Tú ya estuviste ahí. Sabes que todos somos animales en esas malditas orgías Taurinas —estalló, justo cuando su madre aparcaba el auto. Habían llegado—. Me voy.
—Tom… —susurró ella al verle marchar. Impotente, tal y como ella se sentía.
El chico siguió la ruta del año anterior para inscribirse y retirar su tarjeta en el mesón.
Igual que el año anterior, debía compartir la cabaña con el otro Kaulitz, su amigo Bill. Caminó en busca del número 483 y deseó que el chico no tardara en llegar, quería hablar y mostrarle lo fuerte que se había vuelto en ese año. Sin duda se pelearían por ver quién llevaría más mujeres a la cama en esa “reunión”.
Ordenó sus cosas en la habitación y miró la nueva decoración, pensando en cuánto dinero se gastarían en esas trivialidades. Sintiendo que el insomnio de sus noches previas le pasaba la cuenta, cerró los ojos y recordó brumosamente la noche del año anterior.
«—Bill… —se miraron fijamente—, hagámoslo el próximo año.
—Claro —le guiñó un ojo—, pero entonces… —se lamió los labios— seremos sólo tú y yo —le besó castamente y salió de allí, dejando al rastudo tocándose la boca y dibujando una sonrisa»
Abrió los ojos con asombro, al parecer Bill le había malentendido aquella vez. Sintió su estómago rugir y agudizó el oído, había ruido en el baño.
—Bill ¿eres tú? —Preguntó, golpeando la puerta.
—El primero y el único, Tom —respondió la misma voz cantarina del año anterior, con la diferencia de que este año sonaba un poco más profunda.
Con una sonrisa, el rastudo regresó a la cama y miró el itinerario. Había un bufet de almuerzo, ideal para calmar su agitado estómago.
Giró el rostro al escuchar que la puerta del baño se abría, y envuelto en un leve vapor, la figura delicada del pelinegro emergía, cubierta sólo por una pequeña toalla alrededor de su cintura. Estaba más alto, pero igual de delgado.
—Lo mejor de este lugar es el baño —dijo el pelinegro con una sonrisa picarona.
—Tu cabello… —mencionó el de rastas, notando de inmediato que el chico lo llevaba largo hasta los hombros.
—Me queda genial ¿no crees? —Dijo el menor, guiñándole un ojo.
«—Me veo bien —el menor le guiñó uno de sus maquillados ojos y Tom sonrió, le agradaba este chico.
—Es cierto. Si llevaras el cabello más largo… —dejó su idea en el aire y Bill volvió a sonreír»
Ese recuerdo hizo que un escalofrío le recorriera la espalda al rastudo y simplemente cerró los ojos.
—¿Sigues cansado? —Preguntó el menor, cogiendo otra toalla para secarse el humedecido pelo azabache—. Espero no haberte despertado y arruinado tu sueño. Debes estar en forma para esta noche campeón —volvió a guiñarle un ojo.
—Bill… —el pelinegro concentró su atención en el rastudo y dejó la toalla de lado. Sin embargo, la intensidad de su mirada le intimidó.
—¿Qué pasa contigo, Tom? —Preguntó el menor, cogiendo rápidamente su playera y cubriéndose con ella. Tom frunció el ceño, a pesar de haberle visto casi desnudo, no vio en qué brazo llevaba la marca.
—Esto me estresa, es todo.
Tom siguió observando detalladamente cada movimiento del menor. Como se ponía los bóxers con rapidez, como las gotitas de agua recorrían su anguloso rostro, hasta que le vio recoger todo su cabello en una coleta.
—¿Qué tienes ahí? —casi de un salto se puso de pie y caminó hasta el menor, acercándose a su cuello, sintiendo el delicado aroma de su shampoo y algo más, algo único e intoxicante.
—Es un tatuaje —respondió el pelinegro, sin poder evitar que la piel se le erizara al sentir el aliento de Tom en su nuca.
—¿Acaso no te basta con la marca? —Preguntó el mayor con la voz cargada de ironía, pero sin intención de lastimar al pelinegro. Pasó un dedo delicadamente por la tinta, siguiendo el extraño patrón. Y fijándose como el chico se estremecía.
—Pensé que ya habíamos discutido eso Tom. No me importa esta maldita tradición impuesta por una puta marca. Yo marco mi cuerpo con lo que deseo y si se pudiera, le pondría laser a la maldita cara del toro —dijo con la voz llena de rencor, pero sin moverse un pelo del roce de Tom.
—Me gusta lo que haces Bill —dijo y sin poder evitarlo, se acercó y depositó un beso sobre el tatuaje oriental. Mientras el moreno cerraba los ojos y contenía el aliento.
—Y a mí me gusta lo que haces justo ahora, Tom —suspiró al sentir que la lengua del rastudo seguía jugueteando con la tinta en su nuca.
—¿Te gusta? —Preguntó Tom más para provocar—. O… ¿te excita?
—Ambas —respondió el menor, dando un paso hacia el frente, dejando a Tom respirando su esencia y saboreándose los labios.
— ¿Lo repetiremos esta noche? —Preguntó el mayor, mirando directamente a los ojos achocolatados de Bill—. ¿Lo del año anterior?
—Claro… fue una promesa… nuestro pacto —un golpeteo en la puerta, cortó todo el ambiente que se vivía allí.
—¡Tom!, ¡Bill! —eran las voces chillonas de las chicas de la cabaña vecina.
Tom las había olvidado apenas regresó a su casa, pero al estar de vuelta en aquel resort, todas las memorias, emociones y deseos surgieron otra vez… su instinto animal quería tomar el control. La pregunta era ¿lo dejaría?
—Hola nenas —les saludó el moreno, dándoles la entrada a su habitación—. Aun no termino de vestirme, ¿acaso quieren comenzar antes de la fogata? —dijo con picardía en la voz. Las chicas rieron juguetonamente y se sentaron juntas en la cama de Tom.
—Están más guapos este año —dijo Pixie, la mascota pelirroja.
—Y nosotras más cachondas —secundó Alex, la rubia.
—¿No buscarán a su “Mate”? —Preguntó el de rastas moviendo su piercing del labio, dándoles a entender que no había duda de que ellos No lo eran.
—Aun somos jóvenes, Tom —dijo la rubia haciendo un puchero.
—Tenemos tiempo para jugar —agregó la pelirroja—. ¿Nos reunimos esta noche?
—Claro lindas. En la fogata —completó el moreno—. Pero ahora, Tom y yo iremos por algo de comer y luego a explorar el lugar.
—¿Quieren escalar la colina con nosotros? —Preguntó el de rastas, sabiendo de ante mano que las chicas no se arriesgarían a cansar sus cuerpos antes de la orgía.
Ambas se miraron y negaron con la cabeza. Pixie se puso de pie y le tendió la mano a la rubia, quien la cogió con una sonrisa.
—Nos vemos esta noche —finalizó y lanzándoles un beso al aire, abandonaron el cuarto.
—Odio esto —gruñó el de rastas.
—Tranquilo Tom, vengo preparado —el menor le guiñó un ojo y siguió vistiéndose.
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La noche llegó y tal como el año anterior, la fogata sólo era una excusa para ser el centro de la orgía. Cuerpos desnudos, follando descontroladamente se veían por doquier. Tom fijó la mirada en el piso, no le interesaba ni le excitaba lo que acontecía a su alrededor.
—Están más salvajes que el año pasado —dijo Tom cerca del oído del moreno.
—Es por el paso del tiempo, la maduración los lleva a buscar a su “Mate” con desesperación —comentó Bill, acercándose al oído del otro—. Es parte del instinto Taurino.
—Hola chicos —llamaron sus vecinas, apenas los vieron llegar. Ambos chicos pudieron sentir el olor a sexo en ellas. Ya habían ido a jugar por ahí.
—No perdamos tiempo —Bill cogió la mano de la rubia y la llevó de vuelta a su cabaña.
Al principio, Tom lo miró con desconcierto, pero le siguió al verle guiñar su ojo sensualmente. Sus mentes nuevamente se habían conectado, y el mayor podía sentir la excitación creciente en el cuerpo de Bill, cosa que sólo gatillaba la suya propia.
Una vez en la cabaña, las chicas se besaron y se quitaron la ropa, mientras Tom se quitaba con cuidado la gorra.
—¿Quieren un trago? —Preguntó el menor, caminando hacia el minibar sin esperar respuesta. Tom le siguió con la mirada y le vio poner algo en sus vasos—. Vamos nenas, beban esto, les encantará —dijo levantando la ceja que ahora llevaba un pequeño piercing.
—Sí chicas, no nos dejen beber solos —les animó el rastudo, sintiéndose cómplice del pelinegro.
Las mujeres tragaron el licor sin pensar en el sabor extraño que poseía y prosiguieron en su tarea de desvestirse y masturbarse frente a los hambrientos ojos de los varones, quienes estaban cargados de energía sexual, pero no provocada por ellas.
En cosa de diez minutos, las chicas desnudas cayeron dormidas. Bill reía como loco, porque su plan había dado resultado y Tom sólo sentía que sus pantalones le apretaban cada vez más.
—¿Las drogaste? —Preguntó incrédulo.
—Por supuesto.
—¿Por qué? Estoy caliente.
—Por nuestra promesa tonto. Lo haremos, pero esta vez… seremos sólo nosotros —en un abrir y cerrar de ojos. Bill estaba colgado al cuello de Tom, en un beso ardiente.
El rastudo lejos de sentirse abrumado, se dejó llevar y levantó el cuerpo más delgado, que se aferró a él, enganchando sus piernas en su cintura. Con un par de pasos tambaleantes, lo guió hasta la cama que estaba vacía y ambos cayeron allí, en un enredo de piernas y brazos.
—Aahh —gimió el menor al sentir las manos de Tom sujetar su trasero con posesión, estrujando y tratando de zafarse para poder quitar el cinturón que le separaba de su objetivo.
Con ayuda del moreno, Tom desvistió el cuerpo del pelinegro y besó todo lo que pudo, hasta que llegó hasta su brazo izquierdo, donde la cara del toro el volvió a la realidad. Se alejó como resorte de Bill y gritó.
—¡Ya basta! —Tom temía que su secreto hubiese sido descubierto.
—Nada de basta —sentenció el menor, saltando sobre el cuerpo del rastudo para buscarlo en un nuevo beso—. Me lo prometiste y lo quiero ahora. Te deseo Tom, desde que te vi, te deseo.
Sin poder resistirse a la lujuria y al placer, Tom siguió besando y deleitándose cuando la bolita metálica le masajeaba la lengua.
—Yo también te deseo —rugió quitándose los pantalones y bóxers, exponiendo su prominente erección.
—Lo sabía —gimió el pelinegro al verle totalmente erguido—. Eres grande —se lamió los labios y se apresuró a cubrir la hombría de Tom con su calidez.
—Aaahh —gimió el de rastas al sentir aquella deliciosa bolita, pasearse por toda su longitud. Llevó sus manos a la cabeza del moreno para guiarlo. Sintiendo cosquilleos cuando éste gemía, enviando vibraciones por toda su sensible carne.
—¿Te gusta? —Preguntó limpiándose la saliva de la comisura de sus labios.
—No tienes idea… —respondió el otro, pasando su mano delicadamente por la mejilla del menor.
—Perfecto —salió de su lugar y volvió a besar a Tom, esta vez poniéndose a horcajadas sobre él, rozando sus miembros y jadeando por la sensación—. ¿Y esto? —siguió tentándole.
—Me encanta…
Entonces Bill sujetó la hombría del mayor y la ubicó justo en su entrada, sentándose lentamente sobre ella, apretando los ojos, mientras se ajustaba a la sensación.
—¿Y esto? —Preguntó sintiéndole por completo dentro de él.
—Bill… —el rastudo tenía los ojos muy abiertos, viendo el rostro lleno de placer del otro chico y simplemente empujó sus caderas hacia arriba, haciéndole gritar.
—Aaahhh.
—Me gustas Bill… me gustas mucho…
—Aaahhh Tomi… Tomi… —gemía una y otra vez, sintiendo las embestidas del rastudo golpearle algo magnífico dentro suyo.
—Sí, sí, gime mi nombre…
—Tomi… Tomi… más duro, vamos… dámelo todo. Disfruta conmigo —gemía buscando los ojos del mayor, quien le veía casi con adoración.
—Eres mejor que todas esas perras Bill…
Las firmes manos de Tom sujetaron las caderas pequeñas para golpear más fuerte, causando más gritos de placer en el moreno, hasta que sintió que su vientre se contraía y le llenó con su cálida semilla.
—Bill… —gritó con fuerzas, al mismo instante en que el menor le manchaba con su propio semen.
Moviéndose hasta quedar vacío del todo, Tom sintió como su miembro se relajaba, sin embargo y pese a lo sensible que lo sentía, no quería salir de aquel lugar cálido que lo albergaba, no quería romper la conexión que se había generado entre él y el pelinegro.
—Bill… —le nombró cuando abrió los ojos y se encontró con la mirada del otro—. Me gustas.
—Lo sé… tú me gustaste desde que te vi.
En un acto inusitado para un Taurino, el rastudo acunó las mejillas del pelinegro y con gran dulzura lo guió hasta su pecho, abrazándolo con cariño.
Continuará…
Tom fue el activo, pero él es un receptor según dice su marca, ¿lo sabrá Bill?, ¿qué pasará cuando lo sepa?, ¿pasará todo un año hasta el siguiente capítulo? No se lo pierda.