Minotaurus. Temporada I
Capítulo 20: Una nueva promesa
— 18 años. Salk Lake City, Utah —
Gustav miraba por la ventana de su cabaña, cuando Tom pasó fuera de ella corriendo a gran velocidad, con una expresión seria y preocupada en el rostro.
—¡Geo! —Gritó fuertemente, alertando a su compañero que yacía tendido sobre el sillón, agotadísimo por el entrenamiento que habían tenido con Bruce aquella mañana.
—¿Qué? —preguntó, ignorando el tono de urgencia del grito.
—Tom salió corriendo, luce mal —De inmediato el Taurino se sentó y su mente trató de enfocarse en el aura que constantemente elevaban los elegidos, al verse en situaciones extrañas.
—No siento nada malo —afirmó, pero se puso de pie—. Creo que mejor vamos tras él. Tal vez algo le pasa a Bill.
—Vamos, iba hacia el bosque.
Salieron y apenas cerraron la puerta, vieron el rostro de Anis caminando frente a su cabaña, y según la dirección, los G’s notaron que venía desde el hogar de los Kaulitz.
—¡Qué ha pasado! —Ordenó el rubio, enfrentando al hombre, sin ningún temor.
—Problemas de pareja —respondió Bruce con una sonrisita—. Pero ya se solucionaron y ahora mismo habrá una buena reconciliación —Les guiñó un ojo.
—Pero qué… —Gruñó el castaño.
—Tom estaba celoso de mí, porque Bill se parece mucho a mi Paul —Resumió con sinceridad el hombre, a lo que los otros chicos asintieron, pues ellos mismos habían notado el parecido y el grado de tensión que surgía, cuando ellos tres estaban reunidos en un mismo lugar.
—¿Qué hacemos? —cuestionó Gus, angustiado por sus amigos.
—Mira chico —habló Bruce directamente al rubio—, en la manada, sólo hay una forma de solucionar esta clase de problemas —Geo se sonrojó, él ya lo sabía—. Con mucho, muchísimo sexo.
—Oh… —susurró Gus, dejando plantada la “o” en sus labios.
—¿Por qué mejor, vamos a casa y cocinamos algo contundente? —Les guiñó un ojo—. Llegarán con bastante apetito.
Y con esa sonrisa picarona adornando sus labios, Anis emprendió el regreso a su propia cabaña, mientras los G’s sonrojados, se miraron y asintieron, emprendiendo la marcha tras el hombre.
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Apenas dejó de hablar con Anis, Tom corrió a toda velocidad por el bosque, con una única idea en su cabeza: encontrar a Bill, su hermano gemelo. Los latidos de su corazón le indicaban que se estaba acercando, y pudo percibir que su “Mate” estaba triste… por su culpa.
Corrió más rápido hasta que dio con el lugar. Bill se sorprendió al escuchar sus pisadas y le miró, sin tener tiempo de ocultar sus lágrimas.
—Bill… —Tom cerró la distancia y el pelinegro se colgó de su cuello en un abrazo—. Lo siento tanto, bebé —susurró, besando su frente.
—No… —Pidió Bill, no quería salir de su escondite en el cuello del trenzado, no quería mostrarse tan vulnerable.
—Ssshhh —Le calmó el mayor, acariciando su espalda, haciendo círculos, como al pequeño le gustaba.
Bill retomó su llanto y sollozó en el pecho de su “Mate”, había sido suficiente, amaba a Tom con desesperación y sentirse rechazado por él, había sido una experiencia horrorosa, que no deseaba volver a repetir nunca más. Y temía que por los celos, su Tomi lo volviera a poner en una situación similar, él… no podría volver a sufrir ese rechazo.
—Lo siento tanto, Bill —Se disculpó el mayor, al notar que el llanto subsidió y ahora sólo había hipidos.
—Pero lo volverás a hacer —anunció el pelinegro.
—No —susurró el mayor, apresándolo más fuerte en el abrazo.
—Cada vez que te pongas celoso, lo harás, me rechazarás —explicó el menor, completamente aferrado al otro cuerpo.
—Ya no cielo, ya no —Besó su oído—. Ya no, te lo prometo.
—No prometas cosas que no cumplirás —Pidió el pelinegro.
—Estoy seguro esta vez —afirmó el trenzado, soltándose un poco para ver a su novio—. Estoy seguro.
—¿Cómo?
—Una confirmación externa —Sonrió de lado—. Somos más que simples “Mates” de la manada —Bill abrió más los ojos, sin entender del todo—. Somos almas gemelas —Sin poder evitarlo, el menor sonrió.
—Claro que sí ¿Acaso lo dudaste alguna vez? —preguntó apartándose del todo, para limpiar su cara, con la manga de su jersey.
—No lo dudé. Lo sentía en mi corazón, pero… —Tom le miró de frente—. Comprende mi postura, Bill; al haber vivido con Jorg toda la vida, y ver como él trataba a mamá, me llevó a tener una barrera constante en mi corazón, tenía miedo, siempre lo tuve… hasta que llegaste tú, con tus ojos maquillados, y tu cabello negro, y tu hermosa sonrisa, y tus tentadores tatuajes, y… —susurró—, todo… simplemente todo tú, me derretiste y con ello, me hiciste vulnerable.
—No, yo no quise…
—Lo sé Bill, pero es así, tú eres mi punto débil, tú me vuelves vulnerable y si tuviera que escoger entre entregarme al clan y tu vida, ya sabes cuál sería mi respuesta —agregó, tomando la mano del pequeño, quien se tensó.
—No Tomi, no lo permitiría, preferiría morir, a ser un toro de exhibición en el zoológico del Club Bohemio —Apretó sus manos—. No quiero vivir encerrado, no quiero que nuestro hijo lo esté también, el pequeño no se lo merece. No en la jaula de esos tipos.
—Sólo puedo prometerte que lucharé con todas mis fuerzas Bill —Le dio un casto beso—. Pero si ellos nos descubren, no te pondré en peligro, ni al bebé, no dejaré que te maten, no dejaré que nos separen, y si para ello tenemos que vivir en su prisión, lo haré, me rendiré.
—¿Por qué Tomi? ¿Por qué hablas así? —Pidió saber el moreno, notando la honestidad y la tristeza en los ojos de su Tomi.
—Porque no eres sólo mi “Mate”, ya te lo dije, eres parte de mí —Bill asintió, conforme con esa explicación. Algo en su pecho le hacía comprender que existía un vínculo mucho más poderoso entre ellos y le gustaba sentirlo.
Tom entonces, lo abrazó fuertemente contra su pecho, sintiendo como el menor se hundía nuevamente en su cuello, dejando leves besos allí, besos que le hacían estremecer y separándose un poco, buscó sus labios.
Bill se entregó al demandante beso, abriendo sus labios, para dejar que la escurridiza lengua entrara en él y se frotara con el piercing en la suya, sacando jadeos del mayor. Bill que era el más vocal de los dos, tampoco se abstuvo de demostrar que ese beso le encantaba y gimió profundamente, al sentir que las manos en su espalda bajaban hasta sus nalgas y las estrujaban con cariño y deseo a la vez.
No pasó mucho, hasta que ambos estuvieron duros, Tom por estar extremadamente sensible a causa del embarazo, y Bill porque la conexión entre ambos era tan fuerte, que si uno se excitaba, en sólo segundos, el otro estaba igual: ardiendo en deseos.
—Aaahhh Tomi… —Jadeó, sintiendo que esto ya no se podía parar.
Tom agradeció que el día estuviera soleado y no con tanto frío, como acostumbraba en esa zona montañosa, para poder hacer el amor allí mismo, pues el deseo era tan urgente, que no podrían llegar hasta su cabaña.
Bill pareció leer su mente y con rapidez se desató el cinturón de su pantalón y de paso abrió la cremallera del mismo, gimiendo más fuerte, al sentir las manos de Tom bajarlo de prisa junto a sus bóxers.
—Mi querido Tomi —Luchó con sus zapatos, y luego levantó los pies, para quitar las prendas que descendían, quedando desnudo de la cintura para abajo.
—Eres tan hermoso y delicado —susurró Tom, levantándose poco a poco, pues se había agachado para poder quitar la ropa de su moreno.
Se quedó hasta la altura del miembro de su pequeño y lo lamió lentamente, logrando estremecerlo al grado de que Bill tuvo que sujetarse de los hombros de Tom, pues sus piernas se sentían como jalea.
—Oh no Tomi, ven acá, o me correré antes de que entres en mí —Pidió con la voz ronca y la respiración claramente agitada.
Tom se levantó y él también se quitó las ropas inferiores, no podían exponerse a la total desnudes en ese ambiente rústico y demasiado fresco.
—Me tienes tan excitado —dijo el trenzado acariciando su pene, que palpitaba en sus manos.
—Ven acá Tomi, y hazme el amor.
Bill se apoyó en el árbol que estaba junto al tronco en el que estaba sentado hace un rato, y le dio la espalda a Tom, mirándolo de lado, sonriendo al ver como el de trenzas se lamía los labios al verle. Le encantaba sentirse deseado por Tomi, que otros hombres le desearan, le tenía sin cuidado, pero que Tomi salivara cuando él se mostraba desnudo, era la gloria para él, más excitante que cualquier tipo de afrodisiaco.
—¿Te gusta lo que ves? —preguntó para molestarlo.
—Oh sí, no podría haber visión más hermosa que esta —respondió el trenzado, cerrando la distancia y dándole una suave nalgada—. ¿Listo?
—Para ti siempre estoy listo.
Bill sintió que sus nalgas eran separadas y respiró hondamente, pues últimamente la hombría de Tom era más grande y debía preparase mejor para recibirla, pero en su lugar, una húmeda y juguetona lengua le acarició, a modo de lubricante. Otra vez, sintió que sus piernas no le sostenían e instintivamente echó sus caderas hacia atrás.
—Oh, Tomi… —dijo casi ronroneando y Tom se puso de pie.
—Ahora estás mejor —susurró en su oído, dejando un suave beso justo allí.
Otra vez, separó sus nalgas, y llevó su doliente erección justo a la rosada entrada del menor y lentamente… empujó.
—Aaahhh —Gimió el moreno, al sentir como su esfínter era llenado poco a poco.
—Oh Dios Bill —respondió el trenzado, al sentir que toda su carne había entrado—. No puedo esperar.
—No te preocupes, muévete —agregó el pelinegro. Bruce ya le había advertido que Tom estaría más sensible a la hora del sexo, y él como su “Mate” debía estar a la altura para satisfacerlo lo mejor que pudiera.
El mayor comenzó un vaivén suave, que luego de un par de embestidas, aceleró. Su respiración se tornó totalmente agitada, a tal grado de que Bill se preocupó por su salud, pero el placer de su compañero nubló también su mente, indicándole, que no era un cansancio físico, sino, sólo el disfrute de lo que estaban haciendo juntos.
—Te amo Tomi —susurró el pelinegro, entrecortadamente.
—Lo sé, lo sé —respondió el mayor, moviéndose más.
El pelinegro, sentía todas las olas de placer que llenaban a su “Mate” y que también le acercaban a él al umbral del orgasmo, cuando sintió que la cálida semilla de Tom inundaba su interior y sonrió.
—Oh, oh, oh —dijo Tom, con la voz ronca por la intensidad del momento—. Te amo mi precioso bebé.
Las manos del mayor que estaban en las caderas de su gemelo, se movieron a su vientre, en un dulce abrazo, sin tener deseos de salir de su cuerpo aún, abrazándolo por la espalda.
Las respiraciones de ambos estaban sumamente agitadas, y sin importar eso, el mayor repartió besos de mariposa en la mejilla que alcanzaba de su pequeño y acaricio su pálido vientre y un poco más abajo. Tom tenía la extraña manía de siempre tocar los fluidos orgásmicos que su moreno dejaba impregnados en su estómago, pero al no encontrarlos, bajó hasta su miembro, encontrándolo completamente rígido y palpitante.
—¿Qué ha pasado? —preguntó en su oído, mordiendo levemente el lóbulo.
—Pasa que estás más sensible Tomi —respondió con tranquilidad el mayor, moviendo con lentitud su cadera hacia atrás, buscando más contacto, él también quería terminar.
—Lo siento… —Se disculpó y tomó la erección de Bill en sus manos, pero fue detenido por la delgada mano de su gemelo.
—No es tu culpa, estás más sensible —Giró lo que más pudo su rostro, para no cortar el abrazo—. Pero podemos sacarle ventaja a esto.
—Mmm —Gimió el mayor, al sentir que los suaves movimientos de su pareja, y la conexión mental entre ellos, volvía a despertar a su cuerpo.
Estaba sensible, pero Bill lo sabía y sus leves acciones le excitaban, todo era tan suave, que no sentía dolor en su pene, sino un suave cosquilleo que le indicaba que estaba regresando su erección. Un jadeó grave de Bill, terminó de despertarlo y comenzó a moverse en sincronía con su moreno.
—Aaahhh Tomi —Le susurró el pelinegro, cuando sus bocas estaban rosándose a punto de besarse, pero que finalmente se contentaron con darse unos suaves lametones.
Con lentitud, la pareja se meció a un compás lento y erótico, gimiendo el placer al sentirse conectado al otro de forma física, en esa unión en la que dos cuerpos, se fundían en una sola fuente que emanaba amor.
—Te amó, bebé —susurró el mayor y regresando sus manos a la cintura del menor, alzando un poco más las caderas del pequeño, para que su respingón trasero quedara mejor ubicado para recibir sus embestidas.
—Oh sí, justo ahí —Casi chilló Bill, al sentir que su mejor punto era tocado firmemente por el miembro de su “Mate”, así que para ayudarle, se acomodó mejor, apretando el tronco, al sentir las descargas de placer que recibía con cada uno de los golpes en su trasero.
—Gime Bill, me encanta oírte —Pidió el de trenzas y su pareja asintió.
Más jadeos se dejaron oír, con cada nueva embestida. Y Tom mordía levemente la oreja del pelinegro, para deleite de ambos.
—Oh Tomi, ya voy a terminar…
—Un segundo más, precioso —susurró el trenzado, completamente envuelto en su nube de placer.
Aceleró y profundizó las penetraciones hasta que ambos sentían las familiares olas de placer concentrarse. Sin que ellos lo notaran, el aura a su alrededor se tiñó de un blanco brillante, y se expandió varios metros a la redonda, hasta que sus cuerpos, llenos del éxtasis, logaron liberarse.
Completamente sin aliento, Tom salió del cuerpo de su adorado pelinegro, y lo giró para abrazarlo. Estaban sudorosos y tenían rastros de su propio semen en sus piernas y otros lugares, pero no importaba, entre ellos eso no era un algo para sentir nauseas, era un símbolo de que ambos disfrutaban estando juntos, de que se complementaban y siempre lo harían.
El aura de amor que emitían, poco a poco se fue desvaneciendo y finalmente sólo eran ellos dos, semi desnudos en el bosque, se miraron y sonrieron.
—Esto es una locura —afirmó el pelinegro—. Me follaste en el bosque como si fuéramos dos adolescentes buscando un lugar oscuro para hacerlo, sin que nuestros padres nos descubran —agregó en tono de broma.
—Si debo ser sincero —dijo Tom, uniéndose al tono divertido de su pareja—, quería follarte en el bosque desde que salimos a pasear por el resort de las “reuniones” de la manada, cuando teníamos catorce años.
—Pues debiste haberlo hecho —Le guiñó el pelinegro—. No me habría negado a ti.
—Lo sé, pero en serio, Bill —Le dio un largo beso en los labios—. Jamás te follaría.
—Lo sé, amor mío. Nosotros hacernos el amor.
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Mientras, en la cabaña de Bruce, los G’s y el dueño de casa cortaban verduras y se esmeraban en preparar el almuerzo, cuando la pequeña Paullete se quedó quieta.
—¿Qué te ocurre, linda? —preguntó Gus, al ver la pequeña totalmente inmóvil, girando su rostro hacia su compañero, que también parecía estar en trance—. ¿Geo? —Preocupado, el rubio miró al tercer hombre allí, y se quedó helado—. ¿Bruce?
Todos estaban quietos, inmóviles y con los ojos fijos en la ventana que daba al bosque. El rubio fue uno por uno, sacudiéndolos y gritando sus nombres, asustado de que ocurriera algo terrible como aquel “Hechizo del Minotaurus” del que Bruce les había contado.
—¡¿Qué demonios?! —Gritó fuertemente en la cocina, pero nadie le contestaba.
Como medida desesperada, cogió un vaso, llenándolo de agua, y arrojó su contenido al rostro de su castaño novio, quien ni siquiera pestañó.
—¿Geo? —Le miró a los ojos, y se colgó a su cuello, abrazándolo—. No me hagas esto, no me dejes aquí sin saber que te ha pasado.
Sin soltar el abrazo, llevó una sus manos hasta el corazón del castaño, con miedo de no encontrar un latido allí. Pero soltó un suspiro de alivio al sentir en su palma, el bombeo firme del corazón de su amado.
—¿Qué está pasando? —Para ser sinceros, el rubio quería llorar, pero no lo hizo.
—Ha sucedido —El rubio escuchó la voz del adulto y giró para enfrentarlo.
—¡¿Qué ocurrió?! —Gritó con fuerzas, asustando a todos en la cocina.
—Gus cálmate —dijo el castaño, rodeándolo con sus brazos, por los hombros.
El rubio al verle “normal”, se colgó de su cuello y se quedó allí, y esta vez sus ojos sí se llenaron de lágrimas.
—Paullete, preciosa ¿Podrías ir a jugar con las muñecas en tu habitación? —Pidió Anis, con el típico tono de un padre consentidor de sus hijos.
—Sí papi —El hombre no pudo evitar sonreír al escuchar tan a menudo la voz de su pequeña nenita.
—Gus, Gus ¿Qué ocurre? —Pidió saber el castaño, sin soltar el abrazo de su novio, y dando ligeros besos en su rostro, donde podía llegar.
—Ustedes, todos ustedes, hasta la niña, estaban quietos —explicó el chico, sin salir del cuello de Geo—. Estaban inmóviles, pensé que estaban muertos, soltó un ligero sollozo y Bruce asintió.
—Al ser humano, Gustav no pudo sentirlo —afirmó el hombre.
—¿Qué es lo que no pudo sentir? —preguntó Geo confundido.
—¿Qué fue lo último que sentiste cuando miraste hacia la ventana? —cuestionó Anis.
—¿Cómo sabes que miré hacia la ventana? —Volvió a preguntar el castaño.
—Porque desde allá provenía ese poder —respondió simplemente.
—Es cierto, todos ustedes estaba mirando fijamente hacia la ventana —agregó el rubio, soltándose de Geo, y limpiándose las lágrimas del rostro.
—En realidad no mirábamos la ventana —Continuó Bruce—. Mirábamos hacia el bosque, desde donde emanaba una fuerza hermosa, la fuerza mágica del…
—Del Minotaurus —Finalizó Georg.
—Aún no entiendo.
—Los Kaulitz han hecho un pacto, por fin se han prometido y comprometido con la causa. Ahora nada los podrá separar, ni siquiera la muerte.
Los G’s le miraron con el rostro serio, tanto Bill como Tom, siempre mostraron un lazo irrompible entre ellos, y si ahora se sumaba esta “nueva promesa”, seguramente no habría forma de separar a los chicos, ni tampoco habría persona ni organización, capaz de lograrlo. Con ese pensamiento en la mente, pudieron suspirar más aliviados, si ellos estaban bien, entonces ellos lo estarían, pues su única meta era proteger a sus amigos.
Continuará…
Lo dejé hasta aquí porque se viene un salto en el tiempo, para avanzar con el embarazo y la trama principal de la historia. No se pierdan la continuación y no olviden comentar.