«Perfect Love»
Capítulo 3: Living peacefully
A la mañana siguiente, Bill se reunió con el doctor Hans y pudo ver por sí mismo, las precarias condiciones de vida de la gente de la que se suponía era una gran ciudad. Las personas que llegaban a la consulta del médico, eran de la clase más humilde y ambos hombres, se esforzaron por prestarles ayuda, de la mejor manera posible.
—No te asombres de esto, joven Kaulitz, la pobreza es pan de cada día en todas las ciudades —explicó al cerrar la puerta y tomar un pequeño descanso.
—No pensé que sería así —agregó el menor, en forma sincera.
—¿No viste esto en la consulta de tu padre? —preguntó con interés.
—No, para nada, él se dedicaba a la investigación, yo por mi parte quise ayudar a la gente, por eso me dediqué a la medicina —comentó, bebiendo un poco de café.
—Una noble decisión. Espero que te quedes conmigo, no ganamos mucho, pero siempre se puede tener un beneficio extra si atiendes a los nobles de la ciudad —mencionó, dando también, un sorbo a su café.
—No creo tener problemas de dinero, pero no se preocupe, seguiré ayudándole doctor Hans —Le aseguró.
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Estuvieron así toda la mañana y a la hora del almuerzo, el pelinegro tomó su caballo y regresó a casa. Con la práctica ejercida durante todo el viaje hasta Berlín, el joven cabalgaba mucho mejor.
Pudo ver a lo lejos a su Tom y se sintió el ser más afortunado del planeta. Tenía el torso desnudo, su camisa amarrada a las caderas, estaba sudado y sus brazos fuertes eran una tentación para cualquiera, tragó saliva y se aproximó trotando en el caballo.
—Bill, estás de vuelta. —Gritó y se acercó corriendo para ayudarle a bajar del corcel.
—¿Cómo has estado, mi amor? —preguntó el menor, besándolo.
—Aburrido lejos de ti, aunque el jardín me ha dado bastante que hacer —contestó abrazándole.
Bill pudo sentir olor a hombre que emanaba del rastudo y tuvo que controlar la erección que estaba formándose en sus pantalones.
—Yo también te extrañé mucho, mi vida —susurró en su oído, para luego tomar su mano y avanzar hacia la casa.
—Señores Kaulitz, el almuerzo está listo, cuando me digan, lo sirvo —dijo la señora Amanda, que se había unido a la familia, aquella misma mañana.
—Creo que Tom se dará un baño antes, ¿cierto? —comentó el menor, él alzó una ceja y asintió.
—No me tardo nada —comentó sonriente—. Relájate entre tanto, Bill —pidió con una sonrisa y subió a la habitación.
Obedientemente, Bill se sentó en la sala y Amanda se acercó a él.
—Señor Kaulitz —titubeó, pidiendo permiso para hablar.
—Dígame Amanda —Le autorizó.
—Esto…, no quiero que se moleste, pero…
—Adelante, sólo dilo, no me enojaré, es mejor no tener secretos en esta casa —comentó el menor amablemente.
—El señor Tom, no es su hermano, ¿cierto? Él es algo más, es su amante —aseveró, segura de sus palabras, pero un poco cortada por la situación.
—Sí lo es, Amanda, pero tú ves como es la sociedad en estos tiempos. —El joven cerró los ojos—. Si lo llegan a saber, nos echarán de todos los pueblos y ves que nosotros no le hacemos mal a nadie —expresó, sin ánimo de dar explicaciones, sólo la verdad.
—Entonces no tendrán que ocultarlo en su casa, mi hija y yo seremos discretas, señor Bill —aseguró ella tranquilamente.
—¿No te molesta saberlo? ¿No quieres renunciar? —cuestionó él, esperando, más bien anhelando un “no” por respuesta.
—No, señor, se nota que ustedes se aman, deben tener cuidado en público, pero yo no los puedo juzgar, el amor es amor en cualquiera de sus formas. —Volvió a afirmar, dando el tema por zanjado.
—Gracias Amanda. —En eso llegó el rastudo.
—Supongo que ahora les serviré el almuerzo —comentó ella, con una sonrisa.
—Gracias Amanda —dijeron los dos al unísono.
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El tiempo pasó rápidamente y ya estaban muy próximos a la etapa más poderosa de la luna llena. Al contrario de lo que la gente pensaba, de que apenas se divisa la luna llena en el cielo, el hombre lobo se transforma, la verdad era que hay un día en el que la luna en su cenit, lanza todo su poder a la tierra y sólo entonces, el lobo no puede contenerse y cambia a una bestia, una que no conoce a nadie y sólo sigue a su instinto animalesco. Sin embargo el resto de los días del mes, el hombre lobo puede cambiar a voluntad y tiene plena conciencia de sus actos.
El joven pelinegro temía por este día en particular, pero el de rastas estaba aterrado. Él siempre había estado atado y bien contenido en las frías paredes de aquella mazmorra, durante el cenit, pero ahora el sótano que tenían en su nueva mansión, no poseía grilletes, ni nada para atar, él temía volverse un animal sediento de sangre como le dijo Jorg.
El científico, siempre repitió que los de su clase eran asesinos, él no quería por nada del mundo dañar a Bill, o a sus sirvientas, a las que había llegado a querer como una familia. Pero el día se acercaba a pasos agigantados y había que hacer algo.
—¿Qué te atormenta, cielo? —Preguntó el pelinegro en los brazos de su amado en la cama.
—Ya lo sabes —susurró, besándolo—. Hoy traje unos grilletes de la herrería —comentó serio.
—¡No! —Gruñó el pelinegro—. Me niego rotundamente a verte amarrado de nuevo —agregó el moreno sentándose.
—Entré a trabajar a la herrería justamente para esto, cielo —Le explicó dulcemente a su pareja.
—Ya me lo temía —susurró triste el moreno.
—No te enojes conmigo, por favor —pidió el de trenzas.
—No estoy enojado, sólo…, sólo no quiero que sufras más —dijo, con una lágrima escapándose.
—No llores, no sufriré, pero es por precaución, puedo dañarte o a las mujeres, y eso no me lo podría perdonar nunca —aseguró, abrazando casi con posesión a su pareja.
—¿Por qué, Tom? ¿Por qué crees que serás tan malo? —cuestionó, casi sollozando.
—Porque tu padre siempre lo decía, que éramos monstruos sedientos de sangre. Simplemente no puedo arriesgarme. —Terminó la conversación.
—Ámame, Tomi —pidió el pelinegro como una manera de espantar los demonios que atemorizaban su mente.
—Sí, amor. —Tom le besó e hicieron el amor.
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Por la mañana, el de trenzas se removía en la cama, muy agitado.
—¿Qué te pasa, Tomi? —preguntó el pelinegro limpiándose los ojos.
—Es hoy, Bill, lo siento, mi cuerpo lo siente —respondió inquieto.
—Bien, le diré a todos que estás enfermo, que tienes fiebre y que puede que delires. Avisaré al doctor Hans que no iré hoy —dijo rápidamente el pelinegro y se vistió para ponerse manos a la obra.
—¿Bill? —Le miró desde la cama con el rostro sudoroso.
—¿Qué, cielo? —respondió de inmediato, girando para corresponder su mirada.
—Gracias —susurró, cerrando los ojos. El pelinegro se acercó y lo besó con ternura.
—Haría todo por ti, Tomi, lo sabes. —Le volvió a besar y luego bajó a la cocina.
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—Señora Amanda necesito que mande a Juliet donde el doctor Hans a decirle que no iré hoy, porque mi hermano está enfermo, que no se preocupe no es nada serio, pero que no quiero arriesgarme. Y también dígale a Juliet, que pase por la herrería y le informe a John lo mismo, que Tom está enfermo y apenas esté bien volverá a trabajar —Mandó mientras preparaba una charola con el desayuno.
—Sí señor, de inmediato. —Corrió la mujer hacia afuera de la casa.
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El moreno subió las escaleras nuevamente y llevó algo de comida a su pareja.
—¿Tienes hambre, Tomi? —preguntó cerrando la puerta tras de sí.
—Muero de hambre, además la transformación siempre me deja completamente agotado —continuó el de trenzas. Bill le acercó la charola y comenzaron a comer.
—¿Cómo es, Tom? —indagó, mordiendo una tostada.
—¿El qué? —preguntó de vuelta el rubio, bebiendo un zumo de naranjas.
—Transformarse es… ¿Es doloroso? —Le miró con intensidad.
—Sí duele, las dos veces, cuando te vuelves lobo y cuando regresas a ser humano —explicó como si nada—, aunque no es algo insoportable.
—Aquella vez que nos escapamos, el día en que la tierra tembló, te transformaste y no me pareció verte sufrir —recordó Bill, sin dejar de comer.
—Quería impresionarte —Sonrió, bromeando—. La verdad, es que el cambio con luna, cuando es involuntario, esa vez es más doloroso que cuando lo haces a voluntad —respondió masticando una fruta.
—Siento no poder ayudarte, Tomi —susurró el pelinegro, dejando su fruta.
—No es culpa tuya, Bill, al contrario, tú me has dado todo, desde que fui prisionero siempre me diste todo lo que podías, por eso te amo y quiero dar lo mejor de mí para ti —respondió acercándose para besarlo. Pero tocaron a la puerta.
—Señor Kaulitz, vengo por la charola —dijo Amanda. Bill se puso de pie y abrió la puerta. La mujer dio una mirada a Tom y lo vio demacrado.
—Gracias Amanda —contestó cortésmente el pelinegro.
—Juliet ya salió a dar los recados señor. Si necesita algo sólo dígamelo, ayudaré encantada —agregó la mujer con una sonrisa.
—Gracias Amanda —confirmó el de rastas al verla preocupada.
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Las horas pasaron rápidamente y la noche llegó. El rubio estaba cada vez más decaído y Bill le ayudó a bajar las escaleras hacia el sótano, que era el lugar más seguro, según Tom, para pasar esa noche.
Las mujeres ya estaban en sus camas, así que la casa estaba totalmente a oscuras. Tom arregló los grilletes y se encadenó a sí mismo. Bill lo miraba con una profunda tristeza, esto era como retroceder en el tiempo a cuando su padre torturaba a su amado Tomi, él no quería esto y tenía un plan.
Cuando la luna estuvo plena en el cielo comenzó la transformación. El pelinegro veía con horror los cambios, como la columna parecía quebrarse y rehacerse, era horrible y seguramente era terriblemente doloroso. Miraba cómo su amado Tom se convertía en un atemorizante lobo que podía alzarse en sus dos patas traseras y vio sus enormes garras, que seguramente podrían arrancar la vida de cualquier criatura. Su novio se reprimió y no gritó durante todo el cambio.
Al terminar todo, Bill podía oír la respiración agitada y adolorida de aquel ser. Se acercó, no demasiado por temor a que si no fuera reconocido podría morir y eso sería un shock tremendo para Tom, pero el animal estaba echado y no hacía nada, se acercó un poco más y la bestia giró y le vio con los ojos fijos, dentro de lo que le permitían los grilletes, el lobo fue a olisquear al humano cerca de él y le reconoció. El pelinegro se agachó y recibió un lengüetazo en la mejilla. Se puso una capucha negra y desató los grilletes del lobo, quien estaba a su lado como un perrito entrenado.
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Salieron de la casa, Bill llevaba una lumbre en una mano y con la otra acariciaba el lomo de aquel enorme animal que caminaba a su lado y que de vez en cuando le lamía la mano.
—Ya Tom, ve a correr, yo te esperaré aquí —dijo como si el animal pudiera entenderle.
Su capucha negra se movía con el viento y el lobo salió corriendo. Corría en círculos alrededor del pelinegro, feliz de estar ahí, a veces se acercaba al hombre y lo empujaba por detrás, hasta que éste entendió que quería jugar con él. Dejó la lumbre y se quitó la capucha y comenzó a correr al lado del lobo, incluso se subió en su lomo. Corrían felices por los pastos helados. Pero aunque no estaban lejos de la mansión, había alguien que los observaba.
Ya estaba por amanecer y regresaron a casa. Tom cambió en el sótano y regresó a la habitación feliz, había sido la experiencia más gratificante de su vida.
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—Te ves genial —Le dijo el pelinegro abrazando su cuerpo desnudo por detrás—. Pero debes estar cansado —susurró, besando su cuello.
—Nunca estoy cansado para ti —Se volteó y le besó profundamente en los labios.
—¿En serio? —Tentó alzando una ceja—. Pero yo también estoy cansado, me hiciste correr por todo el campo ja, ja, ja —Rieron felices.
—¿Estás de verdad, muy cansado, Bill? Lo siento no fue mi intención —comentó besando su cuello.
—Claro que no fue tu intención, lo pasamos genial corriendo, parecíamos dos críos allí afuera —aseguró contento, el pelinegro—. ¿Ves que no eres peligroso? Yo lo sabía —dijo orgulloso.
—Pero siempre es mejor tomar precauciones, ¿no crees, mi amor? —alegó, agitando sus rastas.
—¿Vamos a dormir? —Preguntó con un rostro inocente el pelinegro.
—Es lo mejor. —Se acomodaron y se durmieron abrazados.
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Pasaron tres años, el apuesto joven de rastas rubias, lucía ahora largas trenzas negras. Su pareja llevaba el cabello más largo, igual de negro y liso. Tom se había vuelto muy fuerte, el trabajar en la herrería le había creado fama de ser el más fuerte del pueblo, sin embargo Bill seguía tan delgado como siempre, pero le había sacado unos centímetros de ventaja a su pareja. Y como cada luna llena, seguían saliendo a jugar por los bosques cercanos a su mansión.
Pero el paso del tiempo no sólo hizo crecer a los jóvenes, sino que trajo más gente a la ciudad. Gente poderosa y también ladrones y delincuentes. Los Kaulitz tenían una relación muy especial con sus sirvientas y cuidaban mucho a la doncella que tenía 17 años, uno menos que ellos y estaban dispuestos a darle una dote para que encontrara un buen marido, aunque no querían presionarla, ya que ella era sólo una niña a sus ojos.
—Buenas tardes, señor Kaulitz. —Saludó la joven Juliet al de trenzas.
—Hola señorita, ¿cómo ha estado tu día? —preguntó en forma jovial molestándola, sabía lo que ella quería y lo retrasaría juguetonamente.
—Ha estado bien, he ayudado a mamá a preparar la comida —respondió nerviosa.
—¿Y Bill? ¿Ya llegó? —interrogó alargando la conversación aún más.
—Sí, está tomando un baño, dice que estuvo con mucha gente enferma y no quiere contagiarse nada —Miraba sus manos—. ¿Señor Tom? —preguntó ansiosa.
—Ya sé lo que quieres saber —dijo por fin Tom—. El joven Argus te envía sus saludos —Ella se llevó las manos al rostro y se sonrojó.
—Gracias. ¿Cree que pueda ir a visitarlo mañana? —Pidió ella con timidez.
—Si tu mamá lo permite, no hay problema, pero debes ir de día y regresar antes de que se oscurezca, ¿está claro? —Mandó con un tono casi paternal.
—Sí, iré a preguntarle a mamá. —Salió corriendo a la cocina. Mientras él partió a la habitación que compartía con Bill.
—¿Mi vida? —Entró en el baño y se asustó de ver a Bill tan quieto en la bañera—. ¿Estás bien?
—Creo que tengo gripe —comentó gangoso el pelinegro.
—¿Es peligroso? —preguntó, acercándose el de trenzas.
—No lo es, serán sólo tres días de incubación y me repondré —contestó sosteniendo su mano.
—El agua se está enfriando, sal de ahí. —Le pidió su pareja.
—De hecho, es bueno para bajar la fiebre. —El de trenzas tocó su frente.
—No tienes fiebre, así que sal de ahí. Debes comer para que te repongas. —Mandó y le ayudó a salir—. Mañana no irás a trabajar. —Le dijo convincente.
—Pero hay mucha gente enferma. —Se quejó el moreno.
—Pero así no puedes ver a nadie. Yo iré a dejar el mensaje al doctor Hans y le diré a mi jefe que faltaré para cuidarte. —Le ayudó a vestirse.
—¿No será mucha molestia? —Rezongó con la voz rasposa.
—Nada de molestias, te amo y necesito que estés bien. Además, tengo noticias —dijo alzando una ceja.
—¿Qué cosa, Tomi? —indagó emocionado.
—Al parecer mañana, el hijo de mi jefe, Argus y nuestra Juliet, tendrán una cita —comentó sonriendo.
—Me parece estupendo, ¿vendrán para acá?
—No lo sé, depende del permiso de Amanda. Ahora vamos a comer cariño —Le cogió la mano y bajaron las escaleras con cuidado.
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Al otro día Tom hizo como prometió, dejó a Bill durmiendo y cabalgó a la consulta del doctor para informarle que estaba con gripe y no iría por tres días. Luego fue a la herrería y habló con su jefe, quien no le puso reparos y vio a la joven pareja (Juliet y Argus) que se disponía a salir a un picnic.
Regresó a casa y le llevó el desayuno a su amado. Lo cuidó, lo volvió a bañar y bajaron por el almuerzo.
Sentados en la sala, leían y reían de la situación en la que estaban, hasta que la señora Amanda gritó y los dos salieron corriendo hacia la cocina.
—¿Amanda, qué sucede? —Preguntó con voz fuerte, el pelinegro, entrando a la cocina.
—¿Argus? —Le mencionó sorprendido—. ¿Y Juliet? —Preguntó el de trenzas con un mal presentimiento.
—Está con el doctor Hans. —Se ahogó el muchacho—. Fuimos atacados por una pandilla, a mi golpearon y a ella la arrastraron lejos de mí, cuando por fin me dejaron libre, corrí hacia ella, pero estaba desmayada y sangraba, la llevé de inmediato con el doctor y luego vine a avisarles —relató con temor en sus ojos.
—Vamos Bill, Amanda quédate aquí.
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Los tres cabalgaron a la ciudad.
—Bill, ve con Hans. Argus y yo buscaremos a los malditos.
El joven Argus lo guió hacia donde los atacaron. Tom olisqueó el aire y captó el olor de los atacantes, eran cuatro.
—Vete a tu casa Argus y no salgas hasta mañana. —Le mandó Tom con el ceño fruncido.
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Siguiendo el rastro de aquella pandilla, el de trenzas llegó hasta un callejón donde estaban esos cuatro borrachos. Los hombres se pusieron de pie y sacaron cuchillos, dispuestos a atacar a Tom, pero por primera vez en mucho tiempo, cambió a voluntad y se convirtió en un enorme lobo pardo con ojos amarillos y fauces filosas, los hombres estaban aterrados ante lo que sus ojos veían y retrocedieron.
Tom transformado a voluntad, sabía que si quedaba uno con vida, éste se volvería un hombre lobo también, pero esos no eran sus planes. Su idea era acabar con esa escoria humana. Vengarse por atacar a su pequeña “hermana” y con ese pensamiento en mente se abalanzó sobre ellos y los decapitó, luego regresó a casa a quitarse todo rastro de sangre. Desafortunadamente Bill ya había regresado y lo esperaba en la entrada de la casa.
—¿Tomi, estás herido? —Preguntó al ver las ropas en harapos y ensangrentadas.
—No es mi sangre, Bill. —El otro lo miró entendiendo, cómplice de su acto.
—Ven, quítate eso, rápido. —Le tomó la mano y lo llevó a la habitación. Acto seguido lo metió en la bañera, para quitarle cualquier marca de sangre que le inculpara.
—La he vengado, Bill. —Confesó, para sacarse el nudo que tenían en la garganta.
—Lo sé, amor, no te sientas mal. —Le acarició—. Has hecho bien, lo has hecho por ella, por Amanda y por nosotros. —Le beso la cabeza.
—¿Y por qué se siente tan mal? —susurró con lágrimas en los ojos.
—Porque ninguna venganza nos devolverá la inocencia de Juliet. Esos bastardos la violaron brutalmente, hasta dejarla inconsciente. Has hecho lo que todo familiar haría por defender algo que quiere, pero el daño está hecho y nos costará mucho repararlo —Sentenció el pelinegro.
& Continuará &
¿Qué consecuencias traerá la violación de Juliet? ¿Qué consecuencias traerá la transformación de Tom? ¿Podrán seguir viviendo en paz? No se pierdan el fin de la primera parte de este Mini-Fic.