Minotaurus. Temporada I
Capítulo 6: El Laberinto del Minotaurus
— 16 años —
—¿Ya se conocían?
La tensión continuaba en el grupo de chicos, quienes se habían quedado en silencio con la pregunta de Gustav. Claro que se conocían, todos eran Taurinos, pero no podían revelar demasiada información del clan a personas que no fueran parte de la manada, por muy buenas intenciones que éstas tuvieran.
El claxon del taxi sonó, logrando que todos recuperaran la calma. Bill fue el primero en subir, cosa que el resto de los chicos imitó.
—Hablaremos en el hotel —le susurró al rastudo, quien asintió y dio por terminada la disputa. Estaban en público y no debían llamar la atención. En especial, debían mantenerse alejados de los “espías”, como Tom llamaba a los trabajadores del clan.
Iban incómodos en el vehículo, ya que a pesar de tener sólo 16, tanto Bill como Tom habían crecido, sus miembros eran más largos y además estaba el constante deseo que fluía con el más mínimo de los toques, era algo que al estar separados podían combatir, pero al estar así… tan cerca y en un espacio pequeño, sólo les llevaba a aumentar la tensión sexual y que lograba que Tom sintiera unas ganas enormes de saltar sobre el pelinegro y devorarlo.
—Estás temblando —susurró el moreno cerca del oído de Tom.
—Ya sabes el por qué —susurró de vuelta, apretando la mano del menor, tratando de calmar los enormes deseos de tomarlo de una vez.
Georg, que era un Taurino también, podía sentir la excitación que los chicos emitían, y que los humanos por no tener tan desarrollado el sentido del olfato, pasaban inadvertidas.
El castaño aun no tenía un “Mate”, siendo éste su penúltimo año para encontrarlo, pero había escuchado suficientes historias, para darse cuenta que la relación entre los chicos era demasiado fuerte, era algo de lo que no había leído en sus textos familiares, ni de lo que alguien hubiese contado. Simplemente el aura que ellos compartían era densa… él podía incluso olerla y eso sólo le provocaba ganas de salir corriendo de allí. Como si su instinto de supervivencia le gritara “sal de ahí, huye”.
—Tom —habló Gustav, sacando a todos de sus pensamientos—, ¿podrías calmarte, al menos hasta que lleguemos al hotel?
Geo rió como si se tratara de una broma, pero el hecho de que Gustav, un humano normal, sintiera las descargas que la pareja emitía, sólo confirmaba sus dudas de que ellos… eran algo más… algo extraordinario.
—Los jóvenes están calientes —bromeó el chofer del taxi, aumentando la velocidad. Sin duda, él sentía el mismo miedo que Geo, y a pesar de la broma, quería deshacerse la pareja lo antes posible.
En cosa de cinco minutos, llegaron al hotel. Tom cogió firmemente la mano de su “Mate” y temblando por la anticipación, golpeó el mesón de la recepción.
—Soy Tom Kaulitz —dijo casi en un gruñido gutural. De haber habido una mujer en el puesto, ésta habría salido corriendo, pensando que el chico estaba loco o drogado. Pero el hombre allí, forzó una sonrisa, miró en la pantalla de su computador y procedió a entregar la tarjeta de entrada a su habitación, que curiosamente llevaba el número 483.
—Que tenga una buena estadía… —se oyó a lo lejos, pues la pareja, ya caminaba rumbo a los elevadores.
Con una sonrisa de lado, Georg entró junto a Gustav al mismo hotel, viendo las puertas del ascensor cerrarse, justo cuando la pareja se devoraba en un beso apasionado.
—Supongo que eso nos deja a nosotros dos compartiendo la otra habitación —dijo, tratando de sonar amistoso, el rubio sólo se encogió de hombros. Ya estaba acostumbrado a los encuentros sexuales furtivos de su amigo, aunque debía reconocer que Bill había detenido esas constantes experiencias.
Tras registrarse, y con la ayuda de los botones, los chicos subieron con todas las maletas a su cuarto, que desafortunadamente estaba al lado de los Kaulitz.
—Les daremos más tiempo y luego les tiramos sus porquerías por la cabeza —bromeó el castaño, quien se sentía bastante a gusto con la compañía del rubio.
—Tom no tarda mucho —le siguió con la broma.
—Oh, pero créeme, con Bill las cosas toman tiempo —se guiñaron un ojo, y se quedaron petrificados al escuchar a lo lejos un jadeo profundo.
—Aahhh… —se oyó la voz distintiva del pelinegro.
—Dios mío —Gustav hizo la señal de la cruz y corrió a su mochila en busca de sus audífonos, desesperándose al no encontrarlos.
—Esto será suficiente —dijo el castaño, encendiendo la televisión y subiendo de inmediato el volumen.
Oyeron unos golpes al otro lado de la muralla y más ruidos a los que por sanidad mental, prefirieron ignorar.
&
Mientras en el otro cuarto, el aire se enrarecía con las descargas eléctricas que ambos chicos soltaban con cada roce al cuerpo ajeno.
—Te extrañaba tanto Billa… —gimió el rastudo, metiendo sus manos bajo la playera negra del menor, buscando tocar la piel en forma directa.
Sus bocas unidas se masajeaban y humedecían con intensidad, tratando de dominar al otro, pero al mismo tiempo, sintiendo que ya estaban dominados por el deseo de complacer al compañero.
—Tómame Tomi, fóllame bien duro, ahora… vamos ahora… —mandaba el pelinegro, llevando sus propias manos al cinturón de Tom, quitándolo con rapidez, haciendo caer por la fuerza de gravedad, a los super grandes pantalones.
Tom se dejó hacer, y gustosamente levantó las manos, para que Bill le quitara las dos playeras que siempre usaba. Ahora que ya sabía lo de su marca en el brazo derecho, no había razón para ocultarla, y de paso así aprovechaba para mostrar y tocar más piel.
El rastudo apretó los dientes, cuando las largas uñas del pelinegro, delineaban sus ahora marcados músculos. Y no pudo evitar sonreír, al ver como el menor se saboreaba con la vista.
—¿Desde cuándo has puesto tan fuerte? —Preguntó Bill con las mejillas sonrojadas de excitación—. Nos vimos hace sólo unos meses y ahora estás tan pppprrrr —maulló, cosa que incitó al mayor a tomar su boca nuevamente en un beso apretado y húmedo.
— ¡Aaaahhhh! —gimió muy fuerte, completamente desinhibido.
Lo siguiente que supo Bill, fue que lo levantaron con facilidad y lo depositaban en la cama, sin demasiada delicadeza, hacía meses que no se tocaban, y la espera sólo aumentaba los deseos de ambos de volver a ser uno.
Casi arrancando las prendas, Tom desnudó por completo a su pareja, quien gemía y se contorneaba para él sobre la cama, incitándolo, provocándolo.
—Te marcaré como mío —afirmó el de rastas, esparciendo lubricante sobre su erguido miembro.
—Todos saben que soy tuyo Tomi —susurró el menor, no porque quisiera mantenerse en silencio, sino porque su respiración entrecortada apenas le dejaba articular palabras. Sólo se habían tocado y se sentía como si hubiera corrido una maratón.
Tom se ubicó entre las piernas de Bill y estuvo a punto de embestirlo de un solo golpe, pero su lado NO animal, le hizo recordar que le dañaría si hacía eso.
Con sus manos aun empapadas de lubricante, preparó “a la rápida” a su pareja, quien no dejaba de retorcerse bajo su cuerpo, pidiendo más.
—Ya Tomi, hazlo ya… —se quejó el pelinegro, con todo el cabello revuelto sobre las sábanas blancas.
Sin dudarlo un solo instante, Tom apretó su pene en su mano y lo llevó directamente hacia la rosada y palpitante entrada del menor, y se enterró allí, como si fuera succionado por ella. Contuvo la respiración al sentir la estrechez y el calor característico de Bill y luego respiró… llenando sus sentidos del aroma de su “Mate”, el aroma que ahora sería sólo suyo… para toda la vida.
—Te amo —dijo sin sentir vergüenza alguna.
—Lo sé —respondió Bill, mirando directamente a sus ojos—. Yo te amo igual.
Fueron sólo unos segundos, pero para ellos fue una muestra de la eternidad. Estaban seguros que siempre estarían juntos, sin importar nada ni nadie, ellos nunca se podrían separar. La conexión en sus cuerpos, les llevó a conectar sus mentes y sus almas. En sólo unos segundos, sus corazones latieron al mismo ritmo. Eran uno. Eran un todo. Eran “Mates”.
&
Después de unas incesantes llamadas telefónicas de Georg, los chicos decidieron reunirse en el comedor del hotel para reponer fuerzas comiendo algo delicioso.
Tom no soltaba la mano de Bill por nada del mundo. Debía aprovechar la oportunidad de estar lejos de casa y de todos los conocidos de Jorg, para poder lucir a su novio ante toda la gente. Allí, en un rincón apartado del mundo, no habría nadie que supiera que él llevaba la marca en el brazo derecho, nadie sabría que él era el receptor. Nadie le juzgaría como Jorg, diciendo que era un “puto marica”. Allí, todo lo que importaba era… Bill.
Ordenaron en abundancia y comieron con tranquilidad. Como ya habían intimado, la tensión se había desvanecido, dejándolos a ambos relajados y felices.
Gustav los miraba con curiosidad y Geo con una mezcla de risa y envidia.
—¿Y bien? —Preguntó Gus, dejando a todos con la cuchara a medio camino—. ¿De dónde se conocen? —miró directamente a Geo y a Tom.
—Es cierto —agregó el pelinegro, saboreando su delicioso postre azucarado—. ¿Cómo conoces a mi primo, Tomi?
—Georg Listing es mi primo también —dijo de manera casual el de rastas, tratando de evitar prolongar esa conversación, porque su amigo Gus estaba presente y podría malinterpretar muchas cosas relacionadas al clan.
—Finalmente casi toda la familia de Taurinos estamos emparentados —soltó el pelinegro, alzándose de hombros, ni siquiera notando que Gustav lo miraba con ojos intrigados—. Sólo basta con notar nuestros apellidos.
—¿Bill? —el rubio, que seguía de cerca la conversación, presionó—. ¿Eres Bill Kaulitz? ¿También te apellidas Kaulitz?
—Sí, al igual que Tom, fue por esa razón que nos conocimos en primer lugar —soltó de golpe el chico—, si no hubiésemos tenido el mismo apellido, jamás habríamos compartido habitación en aquella “reunión”.
—¿Qué “reunión”? —Preguntó el rubio, tratando de aprovechar la falta de filtro del moreno.
—La… —quiso responder, pero la mano de Tom apretando su muslo lo detuvo.
—Es un asunto familiar, Gus —comentó el de rastas, tratando de zanjar el tema.
—¿Tu familia?, pero tú odias las reuniones familiares —insistió el rubio.
—Claro, pero no por eso puedo librarme de ellas —se defendió Tom—. Además, fue gracias a la “reunión” que conocí a mi hermoso novio —cambió radicalmente de tema.
—El mundo es un pañuelo —dijo el castaño, que se había mantenido en silencio—, finalmente siempre hay alguien que te conoce o conoce a tu familia. Nunca estamos libres… siempre hay alguien que mira.
—“Alguien te mira” —dijo el rubio, ajustándose las gafas con una sonrisa—. Es una frase de “Conspiración” —hizo comillas con los dedos.
—Lo sé, me encantan las conspiraciones secretas —agregó el castaño, ganándose una palmada en el hombro de parte de Gustav y una sincera sonrisa.
—No se pongan paranoicos chicos —les molestó el pelinegro—. Comamos rápido, quiero que salgamos a pasear esta tarde.
—Estoy de acuerdo —le apoyó el de rastas.
—Pero nada de andar de exhibicionistas ¿ok? —Pidió el castaño, en tono solemne.
&
Cerca de las cuatro de la tarde y equipados con todas las cámaras profesionales de Gustav, el grupo salió en busca del lugar más mítico de la isla: “El laberinto del Minotaurus”, aunque en realidad, iban exactamente en dirección opuesta a lo que indicaban las flechas guías.
Sólo los Taurinos conocían el verdadero paradero del Laberinto. Aquel que indicaban los lugares turísticos, eran sólo unas construcciones arregladas para aparentar ser ese lugar. El clan era lo suficientemente poderoso como para ocultar la isla completa si lo deseaba, pero no… sólo fingían mostrar un lugar para los curiosos y así mantener a los miembros de la manada, libres para buscar la guía divina de la bestia.
Claro que ninguno de los chicos buscaba guía divina, sólo disfrutar de las vacaciones gratis, y para los Kaulitz, aprovechar al máximo la compañía del otro.
—Creo que vamos en la dirección equivocada —dijo el rubio, tratando de leer el mapa que contenía una enormidad de frases en griego que no entendía para nada.
—Confía en mí, Gus —le animaba el pelinegro—, vamos bien.
—La verdad no importa, las vistas de este lugar son maravillosas —agregó el rubio, haciendo sonreír nuevamente al castaño y tomando muchas más fotografías de aquellos hermosos paisajes.
—¿Por qué haces eso, Gus? —Preguntó Geo, al ver que el rubio se quitaba las gafas por millonésima vez.
—¿El qué?
—Limpiar tus gafas, ¿tienes algún problema con ellas?
—No, o tal vez sí —dudó el rubio, pasándose la mano esta vez por sus cansados ojos. Georg se acercó más al rubio, para ayudarle en caso de que algo se hubiera metido en ellos.
—¿Tienes algún problema? —Insistió el castaño, a sólo un paso del chico.
—No es eso… deben ser las gafas.
—No te entiendo.
—Veo un reflejo rojo en los ojos de los chicos —confesó, esperando que el otro se largara a reír, pero no ocurrió.
—Déjame ver —Geo tomó las gafas y las limpió con su pañuelo. Miró de reojo a la pareja y notó el aura rojiza que emanaba de ellos.
Nuevamente su cuerpo se tensó. No sólo los Taurinos podían ver aquella aura en los Kaulitz, también los humanos lo hacían, tal vez no al 100%, pero sí notaban algo en torno a ellos. Pero lo que le preocupó fue la repercusión que podría traer el mostrar esa energía.
Recordó la primera vez que la vio alrededor de Bill, cuando fue atacado por un gorila, y su pequeño primo terminó violándolo sin piedad. También la vio, cuando Bill hablaba por teléfono con Tom, o en el taxi, cuando la tensión sexual entre ellos era intensa. Se preguntó qué podría causarla en esos momentos, ya que al parecer estaban solos, no se veía gente alrededor… ¿podría ser la cercanía del Minotaurus?, ¿tendría relación con los elegidos?
—¿Ya terminaste? —Preguntó Gus, estirando la mano.
—¿Eh?
—¿Si ya terminaste de limpiar mis gafas?
—Oh lo siento. Aquí están, prueba ahora —el rubio se las puso, pero nuevamente veía el reflejo en los ojos de los Kaulitz.
—Creo que tendré que cambiarlas —dijo sacudiendo la cabeza.
—Mejor sigamos, ya queda poco —le animó el castaño. Aunque estaba un poco atemorizado por el nuevo hallazgo, estaba muy intrigado por saber qué pasaría con los chicos, cuando entraran al laberinto.
Bill temblaba ligeramente en los brazos de Tom, al sentir la brisa fría colarse por su delgada playera. Se apretó más contra el cálido cuerpo y levantó el rostro, buscando los labios de su novio. Suavemente, le besó y con ternura se acurrucaron el uno en el otro. Sintiéndose plenos y felices.
—Te amo Tomi —dijo el pelinegro, sin temor, desde que habían descubierto que eran “Mates”, nada le atemorizaba, quería declarar una y otra vez sus sentimientos por Tomi, asegurarle que estaría allí para él, porque él también lo necesitaba como si fuera el aire que respiraba.
—Y yo te amo a ti Billa, mi precioso Billa —decía melosamente el rastudo, sólo estando con el pelinegro podía mostrar sus verdaderos sentimientos, sólo con él podía dejar caer la máscara que debía llevar ante su familia… más bien… ante su padre. Sólo con Bill podía mostrar que amaba, que sentía.
—Ya tortolitos, mejor nos vamos, o nos caerá la noche en el laberinto y terminaremos todos perdidos —gruñó el castaño, pero sólo para molestarlos.
Geo comprendía la situación familiar de ambos primos. Conocía a los padres de ambos y por eso mismo deseaba que sus sospechas estuvieran equivocadas. Si los Kaulitz llegaban a ser los elegidos… sufrirían… demasiado.
Con media hora más de caminata, los cuatro llegaron a una cueva gigantesca. Había carteles advirtiendo. “Propiedad privada” “Peligro de derrumbe” “Keep out” y cosas por el estilo. Cosa que los jóvenes simplemente ignoraron, continuando con su búsqueda.
—¿Y ahora qué? —Preguntó Gustav volviendo a limpiar sus gafas.
—Entramos —dijo el pelinegro tomando la mano de su Tomi, quien se resistió—. ¿Qué ocurre?
—Es… es muy extraño… nunca había venido.
—Eso es lo extraño Tom —le molestó el castaño—. Debiste venir en las excursiones masónicas —Gus volvió a arrugar el ceño, esos nombres eran demasiado conocidos en su biblioteca privada de conspiraciones.
—Sabes que no comparto con la familia, Geo.
El rubio hacía notas mentales de todas aquellas frases, preguntándose ¿qué tenía que ver la familia de los Kaulitz con los masones?, además estaba ese otro nombre de la familia “los Taurinos”, debía investigar sobre ellos y sus posibles implicancias con los masones.
—No temas Tomi, yo conozco el camino —le aseguró el pelinegro con una sonrisa.
—Está bien. Después de todo ya estamos aquí —se encogió de hombros y sin soltar la mano de su novio, comenzaron a adentrarse en la cueva.
—¡Esperen! —Gritó Gus, dejándolos a todos congelados en el acto.
—¿Qué pasa? —Preguntó Geo, mirándolo y desviando su vista a su alrededor, buscando rastro de alguna amenaza.
—Saquen las linternas. En unos metros no podremos ver ni nuestra nariz —dijo como si fuera obvio, causando una sonora risotada del castaño—. ¿De qué te ríes? Es cierto.
—Lo es Gus —aseguró Bill, soltándose de su novio para buscar sus equipos.
En cosa de minutos, tal y como había dicho el rubio, estaban completamente sumidos en la oscuridad. Georg estaba muy cerca de Gustav, ayudándole a pasar los obstáculos que él sabía podían causar gran daño a los pies inexpertos.
—¿Saben en qué momento veremos la luz? —Preguntó el rubio, sintiendo como el aire se enrarecía.
—No la veremos Gus —comentó el pelinegro, informando también a su Tomi—. El verdadero laberinto del Minotaurus es una construcción subterránea —el de rastas buscó su mirada, preguntándole si era posible entregar esa información a Gus, no quería que por alguna mala palabra, el rubio estuviera en peligro—. Según lo que algunos investigadores han descubierto —agregó Bill, comprendiendo el malestar de su novio—, el verdadero laberinto en el que fue encerrado el Minotaurus, fue escondido de los ojos curiosos, pues cualquiera que cayera allí, sería presa fácil para la criatura.
—Conozco la historia —dijo el rubio, sintiendo un ligero escalofrío en su espalda.
—La historia que tú conoces, es la de los libros —comentó el castaño, sacando una nueva chaqueta de su mochila—. Bill tiene razón, hay otras teorías, este lugar es una de ellas. Dicen que aquí estaba el verdadero laberinto.
—¿Eran túneles? —Preguntó el rubio, ahora más confiado en la nueva información.
—Sí, como dijo Bill, cualquiera que osaba entrar en la red de túneles, estaría perdido, primero por la oscuridad reinante del lugar, segundo por el frío —siguió el castaño—. Toma esto Gus, o terminaras con hipotermia.
—No lo creo.
—Debes hacerlo Gus, créenos —continuó el pelinegro—, hay personas que han venido aquí sin vigilancia, y aunque el Minotaurus ya no habita en la Tierra, si no conoces los túneles, te perderás por días, y si no te encuentra alguien… simplemente mueres.
—Es muy lúgubre —agregó el de rastas, mirando a su alrededor casi con adoración. Era cierto que él odiaba todo lo relacionado con su padre y su forzada tradición, pero siempre le gustó leer sobre los mitos y leyendas, y estar en aquel lugar, donde realmente el Dios Taurino había estado era… increíble.
—Pues parece que te encanta —le molestó Bill, robándole un pequeño beso en los labios.
De inmediato, el aura rojiza se formó en torno a ellos. Geo los miró con reverencia, no había ondas negativas, no sentía temor, sólo una gran admiración por la pareja.
“Flash”
Todos voltearon hacia el rubio, quien había tomado una fotografía que iluminó todo el lugar. Geo gruñó y se acercó hasta él.
—¿Qué haces? —Preguntó indignado de haberle quitado ese momento contemplando a los Kaulitz irradiando esa cálida aura.
—Como no tenemos luz, sólo quise dar una mirada panorámica —respondió alzando los hombros, pero la verdad era que el rubio, también había sentido aquella calidez y simplemente buscó su cámara de “efectos especiales” y tomó una foto. Esperaba poder encontrar buen material cuando revisara las imágenes al llegar al hotel.
Caminaron guiados por Bill, hacia el interior del intricado sistema de túneles, sintiendo como la temperatura descendía con rapidez. Gustav, como buen chico explorador, vigiló su reloj, notando que se había detenido en el momento en que entraron a la caverna. Seguramente había mucha radiación magnética, esa era la razón más lógica para que los relojes dejaran de funcionar.
—Este lugar, es realmente un laberinto —dijo el rubio tratando de liberar la tensión que su cuerpo sentía.
—¿Escuchan eso? —Preguntó Bill, girando hacia Tom en busca de una confirmación.
—Sí… es música —respondió el de rastas, intrigado.
—¿De qué hablan? —gruñó el castaño, poniéndose nervioso—. Yo no oigo nada.
—Ni yo —le apoyó el rubio.
—¿Vamos a ver? —Preguntó el pelinegro, ignorando a los otros. Tom asintió y cogidos de la mano, cambiaron el rumbo que seguían.
Georg y Gustav, apresuraron el paso, pero sentían los nervios expandirse a través de sus cuerpos, como si no debieran seguir a los otros. Y a la vez, la curiosidad los impulsaba a caminar tras ellos y averiguar qué ocurría.
El aura en torno a los Kaulitz aumentó de intensidad. Sin maldad ni temor, sólo una onda cálida y agradable, que te hacía querer acercarte y sentirla, como si por sólo estar cerca, te pudiera llenar de una energía mística, antigua y poderosa.
—Chicos —les llamó el castaño, pero notó que los ojos de ambos Kaulitz estaba completamente rojos, y sólo miraban hacia el frente, hacia aquella música que sólo ellos parecían escuchar.
—¿Qué les sucede? —Preguntó Gustav, sujetándose firmemente la cámara al cuello y tomando una nueva fotografía—. ¡Dios! —Gritó, ya que en el momento en el que el flash de la cámara brilló, todo el aparato comenzó a calentarse. Se lo quitó del cuello, como si pesara una tonelada y cayó al suelo, completamente agotado, respirando con dificultad.
Georg veía como la cámara cambiaba de color, y antes de que se arruinara por completo, y haciendo uso de su poder Taurino, abrió el aparato y quitó la tarjeta de memoria, rogando que aun estuviera útil y pudiera salvar lo que había grabado en ella.
—¿Estás bien Gus? —Preguntó el rubio, al verle completamente exhausto en el piso.
—Eso creo. ¿Y los chicos?
Ambos alzaron la mirada, no había rastros de luces, ni de los Kaulitz por ningún lugar.
& Continuará &
¿Dónde están los Kaulitz?, ¿qué era esa música que escuchaban?, ¿por qué se separaron de los G’s?, ¿qué demonios está ocurriendo en el laberinto? No se pierdan la continuación.