Backstage 35

«Backstage» Fic TWC de LadyScriptois

Capítulo 35

El dolor de cabeza era intenso. Hace meses que no sentía dolores como ese y no entendía por qué estaba sucediendo.

En la habitación se escuchó un pequeño gimoteo de su parte cuando intentó abrir los ojos y al hacerlo apenas pudo acostumbrarse a los débiles rayos de la luna que le daban una ligera iluminación al lugar. Giró su cabeza en la almohada, sintiéndola pesada como un bloque y observó el reloj en la mesa de noche, el cual marcaba las nueve de la noche. Sus pesados ojos desearon volver a cerrarse y lo hicieron mientras concebía pequeños y lejanos pensamientos.

Bill no estaba seguro de algo, pero seguramente no debería estar en la cama, debería de estar en un lugar lejos de su hermano, lejos de esa casa. De algún modo, eso le hizo despertar totalmente. El pelinegro sintió como su corazón latía con fuerza, sobresaltado, y su respiración parecía empezar a agitarse, poniéndose nervioso. Sin embargo, había algo que le hacía mantener tranquilo, eso mismo que lo tenía adormecido y que parecía hacer lo mismo con sus emociones.

—Uhg… – se quejó al sentarse en la cama. Su cabeza daba vueltas y se sentía muy débil. Cerró sus ojos conteniendo el mareo que le hizo pensar que caería en algún momento.

Abrió sus ojos cuando el mareo pasó, y se percató de que vestía un pijama, no el albornoz que recordaba haber vestido cuando lo encontró su hermano…

Su hermano. Tom.

Ya entendía por qué se sentía adormecido: volvía a marchitarse.

La angustia se apoderó de él todo lo que el tranquilizante le permitía. Se repetía la historia, lo volvió a hacer. Ensució de nuevo a Tom con su amor, mancilló de nuevo su relación como hermanos. Las lágrimas bajaron por sus mejillas pálidas, mientras su mirada se mantenía perdida en un punto fijo, pensado en que volvió a perderlo.

Quizás, sí Tom nunca hubiese estado ciego en su adolescencia y no hubiese tenido ese romance con él, podría soportarlo, pero no podía luego de haberse sentido correspondido, no luego de haber tenido los mejores años de su vida con él, no cuando lo sentía como su único amor, no cuando él era su mejor amigo, no cuando lo necesitaba como hermano y él no podía dejar se sentirse enamorado.

Ciego. Así lo veía Bill. Tom nunca lo amó, Tom sólo estuvo ciego un tiempo, cegado por los ejercicios de parejas, con la medida publicitaria, correspondiendo un amor que creía sentir. Sí. Tom nunca podría amarlo, porque eso era asqueroso. Pero Tom había despertado, y él no podía dejar de amarlo.

— ¿Por qué lo hizo? – se preguntó por qué Tom se comportó así la noche anterior.

Y empezaba a entender todo. Tom había creído que ya no lo amaba y por eso volvió a quererlo, a aceptarlo. Pero se dio cuenta de que aún era asqueroso… y jugó. Tom jugó con él la noche anterior para castigarlo. Lo tenía merecido.

Tomó una bocanada de aire para darse fuerzas a sí mismo, no podía derrumbarse ahí, no de nuevo, no podía mostrarse de esa manera que quizás hizo que Tom sintiera más asco por él.

Cuando logró mantenerse en pie, supo que esta vez tendría que alejarse para siempre. Nunca necesitó volver a ver a Tom para saberlo, él siempre lo supo. Nunca podría de dejar se sentir ese amor por Tom, no podía vivir a su lado con esa carga en el corazón y con ese despreció.

El temblor en sus manos comenzó, cuando tuvo que sostenerse de la mobiliaria para no caerse al intentar dar el primer paso.

Esta vez no había tiempo para empacar. Tomó de la mesa de noche su celular, de la cama a Tomi y tomó su bolsa. Sus pasos eran lentos y sus movimientos torpes, pero la adrenalina de saber que tenía que salir de ahí, el temor de enfrentar de nuevo a Tom, lo mantenía en pie. Esa era su fuerza.

Cuando no escuchó sonidos tras su puerta, fue capaz de girar el pomo y abrirla. La puerta de la habitación de su hermano estaba abierta, pero la luz estaba apagada y siendo lo más silencioso que pudo, fue capaz de cruzar el corredor de ambas habitaciones.

La casa estaba totalmente silenciosa, pero en el aire se mostraba el olor de comida casera. Al estar cerca del umbral de la escalera, observó que la planta baja también estaba vacía, quizás los G’s estaban en sus habitaciones o durmiendo. Bajó los escalones, tomando con firmeza el pasamano, desconfiado de sus mareos y cabeza que a veces sentía que se iba.

Atravesar la cocina y observar en ella una sopa casera humeante no fue difícil, aunque su estómago revoloteó mostrándole lo vacío que se encontraba. Pasó de largo, sus movimiento cada vez más torpes y ansiosos y ni siquiera cuando estuvo por fin en su coche, intentado encenderlo con sus manos temblorosas que no lograban insertar lo llave, pudo sentirse tranquilo y el sonido del motor le hizo sentir más ansioso. La puerta del inmenso garaje se abrió, dándole salida.

Le costó unos segundos mantener un conducir estable y sus manos se apretaban con fuerza en el volante. Condujo unas dos o tres cuadras cuando no pudo más, su vista empañada por las lágrimas contenidas.

No podía soportar más, su corazón dolía mucho al separarse de nuevo de Tom. Su alma se quebraba al extrañarlo tanto, al saber de su desprecio, ante la conciencia de que nunca podría ser aceptado por él de nuevo, ante la culpa por perderlo.

—Lo siento Tom, lo siento. – murmuró entre lágrimas, derramando todo lo que sus heridas abiertas y profundizadas tenían para expulsar, mientras se abrazaba al peluche. —Por no poder ser un buen hermano para ti. – se recriminó, siendo consiente del cariño y protección que Tom siempre le otorgó desde pequeños. — Por no poder dejar de amarte. – susurró con dolor.

Su largo cabello negro lo cubrió como una capa protectora cuando su cabeza se apoyó en el volante, convulsionándose en espasmos de tristeza y sus manos aun aferradas a él, apretándose cuando las náuseas comenzaron.

Sólo cuando empezó una fuerte lluvia, haciéndole sentir que quizás el cielo estaba tan triste como él; volvió a apretar el acelerador, retirando constantemente las lágrimas que le impedía la visión de momentos y manejando sin rumbo fijo.

&

Tom tardó más de lo esperado en la farmacia.

Había hablado de nuevo con Miller, cuestionándole si debería despertar a Bill cuando eran las tres de la tarde y aún no lo hacía. El doctor, le sugirió que esperara a que Bill lo hiciese por sí solo, que lo haría pronto. Miller le había colocado una solución con vitaminas que le daría un poco de energía, pero lo mejor sería que apenas despertase comiera un algo liviano. También le pidió que tuviese los tranquilizantes que le recomendó y bebidas con alto contenido de electrolitos.

Tom se puso en marcha, preparando todas las recetas livianas que conociese, preparando jugos y todo lo necesario para que Bill estuviese bien atendido apenas despertara. Ocupado como estaba, las seis de la tarde llegó, y Bill no despertaba.

Iré a recogerlo en su casa. Fue lo último que escuchó Miller al otro lado del teléfono.

El mayor estaba nervioso, estresado y ansioso. Necesitaba a su Bill bien y aunque Miller dijera que Bill estaba descansando, eso no lo mantenía en paz. Sólo cuando Miller volvió a revisar a su hermanito y le colocó otra solución vitamínica, para que mantuviera sus niveles estables, nutrido e hidratado, Tom estuvo ligeramente más tranquilo.

Lo mejor será que cuando despierte tenga una sopa. Sugirió Miller antes de bajar de la camioneta de Tom.

Tom no había preparado ningún tipo de caldo, y pensó que fue idiota de su parte no haberlo hecho. Así que volvió a la casa de la banda y preparó la sopa, más tranquilo porque Miller revisó de nuevo a Bill; cuando esta estuvo lista se marchó a la farmacia, no sin antes ir a darle una ronda a su hermano durmiente.

Tenía muchas esperanzas de que al volver Bill estuviese despierto, necesitaba hablar con él, pedirle ese perdón que quería desbordar su pecho, expresarle cuanto le amaba, cuan arrepentido estaba y su deseo por sanarlo.

No estacionó su camioneta en el garaje por si debía salir de nuevo por algo para Bill, y cuando entró a la casa se encontró con el rostro mortificado de los G’s.

— ¿Qué sucede? – preguntó preocupado. — ¿Pasó algo con Bill? – su voz sonó urgida y demandante por respuesta.

—No-nosotros le dimos una vuelta y nos fuimos a la habitación de Gustav. – explicaba Georg nervioso, casi intimidado por la expresión de Tom, quien les había pedido que vigilaran a Bill por si despertaba y necesitaba algo. —No sabemos en qué momento nos quedamos dormidos y…

— ¿Y….? – le apuró Tom, lanzando las bolsas con la compra en cualquier lugar y encaminándose a las escaleras para ver a Bill, necesitaba verlo bien.

—Tom. – le tomó Gustav. —No está. Revisamos toda la planta de arriba y su auto tampoco está. Se llevó su bolsa y su celular. – le comunicó. —Se fue.

— ¿Se–se fue? – cuestionó, con su corazón dejando de latir y doliendo.

«Me iré, te lo prometo…»

Los G’s no sabían que decir, el rostro de Tom lo decía todo. Bill se había ido, sin haber probado un bocado en todo el día, luego de haber presentado vómitos, luego de estar muy débil; estaba solo, conduciendo en ese estado y con una fuerte lluvia desatándose. Era de preocuparse, más con eso que Georg y Gustav no sabían: Bill tenía el corazón destrozado.

La culpa lo estaba matando, su amor lo estaba matando. Quería ir hacia atrás, no huir de Bill, escuchar a su corazón, compartir con él sus miedos y no hacerles caso a ellos. Quería tener a su Bill con él, quería poder abrazarlo y que él lo hiciera de vuelta sin miedo, quería poder decir que lo amaba y que Bill dijera un yo también sin dolor, quería mirar a sus ojos y verlo feliz, enamorado de la vida, de él, y no una mirada que simulaba ser feliz, pero que escondía algo, que ocultaba sus sentimientos, una mirada llena de miedos.

Quería que Bill supiera cuanto lo amaba.

Tom tuvo que sentarse ante la noticia. Bill no podía haberse ido, no de nuevo, no sin darle tiempo de pedirle perdón. Pero esta vez, Tom no lo dejaría escapar, no como hizo aquella vez, dejándole ir con sus ojos llorosos, con su alma desgarrada, y su corazón sufriendo. Dejándole ir sintiéndose repudiado.

Gustav miró a Georg, cuando los ojos de Tom empezaron a derramar lágrimas.

El mayor de los gemelos nunca lloraba, no recordaban cuando fue la última vez que Tom lloró. Ni siquiera por impotencia o enojo, o al menos no delante de alguien que no fuese Bill.

—Hermano… – se acercó Georg, pasando su mano por la espalda de Tom y reconfortándolo. —Tienes que ser fuerte para que encontremos a Bill, tienes que mantenerte fuerte por tu Bibi. – continuó, rememorando el sobrenombre con el que Tom se dirigía a su hermano cuando tenían diez.

—Iré a búscalo. – sentenció Tom, secando sus lágrimas. Georg tenía razón, unos segundos de debilidad era tiempo perdido.

Cuando su Bill se sintiese feliz; cuando su mente estuviese sanada sin esa marca que él dejó; cuando sus emociones fuesen estables; cuando su corazón latiese lleno de dicha, dispuesto y preparado de nuevo para dar y recibir amor; cuando sus sueños e ilusiones tengan de nuevo ganas de volar; cuando una sonrisa adorne día a día su rostro y sea saludable; Tom se encargaría de él, se encargaría de ese hoyo que se estaba abriendo en su pecho, se encargaría de su dolor y de sus lágrimas, ahora solo importaba Bill.

&

Como si la historia estuviese destinada a ser igual, Bill se detuvo cuando el letrero del pueblo de su infancia le dio la bienvenida. Al parecer, había estado conduciendo a casa de su madre sin darse cuenta, tenía casi dos horas en la carretera y había dejado atrás la lluvia.

Había dejado de llorar y sus ojos se encontraban hinchados, sabía que eso preocuparía a su madre, pero sólo sería otra raya en el tigre cuando lo viese llegar a su casa a esas horas, casi media noche, en esas fachas, sin aviso y sin algo consigo, más que su auto, bolsa y su peluche.

Cuando la fachada blanca de esa casa estuvo en su frente, algo le hizo querer desistir, su madre no merecía que la preocupase un poco más.

—Será lo mejor…. – murmuró, poniendo en retroceso su auto, pero el paso fue impedido por el auto de Gordon quien venía con Simone luego de recogerla en el trabajo. —Estoy perdido.

Bill estacionó, permitiéndole el paso al otro carro, a la vez que pensaba en que excusa le daría a su madre y a su padrastro.

—Bill, querido, abre. – pidió su madre, quien apenas se detuvo el auto en el que venía, se bajó de él y fue al de su hijo. — ¿Qué pasó, amor? – cuestionó, apenas Bill abrió la puerta y se bajó del auto, examinándolo por si tenía algún daño, preocupada por la visita de su hijo.

—Nada, mami. – mintió. —Sólo quería venir hasta aquí, necesito un poco de inspiración para el álbum. – se excusó. —Me alegra verte. – le dijo y la abrazó, necesitando un abrazo en esos momentos para no quebrarse. —Estoy cansado. – evadió la mirada de Simone cuando esta escarbaba en sus ojos. — ¿Podemos entrar la casa?

Simone lo reconocía. Era la misma voz que disimulaba una gran tristeza y la misma mirada vacía y apagada con la que Bill llegó una noche hace meses, para irse ante sus ojos; y luego enterarse de que estuvo gravemente enfermo.

—Claro, bebé. – escondió su preocupación. —Te prepararé algo de comer y la habitación.

—Gracias, mami. – murmuró y se adelantó.

Simone preparó un jugo de frutas y algo nutritivo para Bill mientras este tomaba una ducha, cuestionándose si debería comunicarse con Tom. ¿Él sabría que su hermano estaba allí? Lo había visto tan pálido y decaído, se veía tan triste. Tal como aquella vez, pero esta vez Simone no presionaría a Bill, tenía miedo de que se fuera. Mejor llamaba a Tom.

Estuvo a punto de tomar su celular cuando apareció Bill, sonriéndole suavemente, mientras se sentaba para tomar su cena. Simone lo observó comer con disimulo; Bill casi no estaba tocando la comida y sus manos temblaban ligeramente.

—Yo… me iré a la cama, mami. – informó, luego de tomar los últimos sorbos de su jugo. —Gracias, hasta mañana. Descansa. – dijo, acercándose a ella y besando su mejilla. —Tú también descansa, Gordon. – deseó y subió las escaleras.

Apenas llegó a la habitación, se encerró en ella.

No podía disimular ante su madre. Le hacía querer ir hacia ella y romper a llorar, que fuese un bálsamo para sus heridas, necesitaba sentir a alguien a su lado, alguien que le consolara, que le pudiese decir que todo estaría bien, aunque sea como una falsa esperanza.

Su celular en la mesa de noche volvió a sonar.

Bill lo tomó, dispuesto a apagarlo. Desde que lo encendió al llegar, no dejaba de recibir llamadas de Georg, Gustav o Tom. De alguna forma, de sólo leer en la pantalla el nombre de su hermano se sentía muy ansioso, casi desesperado, queriendo arrancarse la piel de sus brazos; sabiendo que su gemelo le llamaba para decirle lo que no pudo decirle esa mañana.

Estuvo a punto de sacar la batería cuando leyó otro nombre: Anis.

Bill se quedó paralizado, leyendo de nuevo el nombre y preguntándose si estaría bien responder la llamada. Quizás Anis se preocuparía por su voz, pero se preocuparía más si no le respondía.

—Princesa… – fue lo que escuchó en una voz cálida al otro lado.

—Hola, Bu. – habló con esfuerzo, intentando que su voz sonase normal.

— ¿Estabas durmiendo? Sé que es de noche en Alemania. Lamento no haberme comunicado antes, tuve problema con la telefonía internacional.

—No, estaba despierto. ¿Cómo llegaste? – cuestionó interesado y más relajado, la voz de Bushido hacía que su corazón se tranquilizara.

—Llegué bien, aunque hubo demora con el avión. Espero que mi estadía aquí no tenga tantos problemas como la llegada. – rio y Bill lo hizo con él.

—Claro que no, verás que habrá mucho éxito. – dijo sus deseos, y calló cuando su voz quiso quebrarse. Se sentía muy emocional y aunque era egoísta, quería a Anis a su lado, dándole un poco de fuerzas para continuar por que él ya no tenía.

—Eso espero. Realmente sería genial si estuvieses aquí, necesito un poco de ayuda para ordenar mi equipaje. – bromeó y Bill sonrió.

—También me gustaría que estuvieras aquí. – se le escapó.

—No creo que a tu hermano le agrade escuchar eso. Por cierto, ¿Cómo te está tratando?

—Él… él me está tratando bien, lo sabes. – mintió y cerró sus ojos para controlarse.

—Eso espero, si no es así, siempre puedes llamarme y tomaré el primer avión hasta allá. – aseguró.

—Tú también avísame si necesitas algo. – pidió.

—Lo haré. Te dejaré princesa, descansa y cumple con tus comidas y medicinas. Te amo. – expresó y Bill sonrió.

—Igual tú, Bu. No te estreses y no descuides tu salud. También te amo.

Bill bajó de su oído el teléfono cuando escuchó el tono de línea y apenas la llamada se finalizó entró otra nueva: Tom. Intentó sacar la batería del teléfono pero sus manos se ponían temblorosas y torpes de solamente saber que Tom quería comunicarse con él. Soltó el celular en algún lugar lejos de él y se hizo bolita en su cama.

Estaba solo, esta vez no habría un Bu a su lado y eso sería lo mejor. Anis no podía estar con él, porque nunca correspondería sus sentimientos, no podía ensuciarse de él.

Al menos, esta vez su estómago no parecía tener la necesidad de devolver todo y aunque sus náuseas eran intensas no lo habían llevado al vómito. Bill fue consciente de que no llevó ninguna de las medicinas consigo y que tendría que conseguir unas apenas pudiera, así que como tendría que irse de la casa de su madre en dos o tres días.

Esa habitación lo atormentaba, esa cama lo atormentaba. Todo le recordaba a Tom.

«Te amo. No me importa que seas mi hermano. Te amo. Me atraes desenfrenadamente y tu sola presencia me enamora. Te deseo tanto que es casi incontrolable.»

Bill sacudió su cabeza ante ese recuerdo en las playas Maldivas, antes de que comenzaran oficialmente su noviazgo.

«Te amo como no imaginas. Te amo tanto que siento voy a morir por ti.»

Las palabras de Tom en la noche anterior volvieron a su mente.

—Olvida… Olvida… – se murmuró a sí mismo, abrazándose con fuerza a Tomi, intentando enterrar en el peluche sus manos y no llevarlas a su cuerpo, donde sus manos ansiaban rasgar su piel. —Olvida, Bill… Por favor, olvida.

Eso era lo que necesitaba. Borrar sus memorias. Borrar su amor, su dolor.

&

Era casi la una de la mañana cuando Tom recibió una llamada de su madre.

Había dado vueltas alrededor de la ciudad casi por dos horas y apenas volvía a casa, preguntándose donde podría estar su hermano.

—Mamá….

—Tom, hijo. Bill está aquí y creo que no se encuentra bien. Por favor, ven cuando puedas. – le interrumpió su madre, sonando preocupada.

El corazón de Tom latió esperanzado.

—Salgo para para allá. – dijo sin más. —Estoy en una hora, ¿Cómo está él? – cuestionó, tomando de nuevo las llaves de su camioneta y haciéndole señas a los G’s para que comprendieran que Bill estaba en casa de su madre.

—Ahora está durmiendo. Tom, es mejor que vengas cuando salga el sol. Es muy tarde para que conduzcas.

—Mamá. – le cortó Tom entre dientes, desesperado porque nadie entendía su urgencia. —Necesito estar con Bill.

&

Tom conocía el camino, y apenas saludó a su mamá se dirigió hacia Bill, necesitaba verlo, sentirlo, sabes que estaba bien.

Como su madre le dijo, lo encontró profundamente dormido. El verlo allí, le hacía sentir que había una oportunidad de no perderlo para siempre. Su corazón se encogió al notar en su rostro lágrimas secas derramadas en sus mejillas y malestar al descansar.

Su cuerpo se dirigió inmediatamente a él, recostándose a su lado para poder acariciar sus cabellos y velar sus sueños.

—Te amo. – le murmuró y besó su frente.

—Tomi… – suspiró Bill entre sueños y, atraído por todo lo que es Tom, su cuerpo se movió hasta entrar en contacto con el de su hermano, abrazándose a él con temor de que se fuera.

—Sí, Bibi, soy Tomi. – le aseguró y el rostro de Bill se relajó al respirar su olor.

Tom lo contempló dormir, sintiendo su corazón apretujarse.

— ¿Qué te hice, mi amor? – se preguntó, al verlo tan indefenso, tan roto por su culpa.

&

—Tom… – murmuró al despertar.

Había soñado con Tom, no supo en que momento pudo quedarse dormido, pero lo hizo y en su mente se mostraba la fantasía de dormir al lado de su hermano, abrazado a él. Para luego despertar y enfrentar la dura realidad.

—Fue un sueño… – dijo, mirando al techo, controlando sus lágrimas de desilusión que le recordaban que no merecía a su hermano y que tampoco lo tenía.

Observó como por la cortina de la ventana se filtraban rayos de sol y, al observar el reloj de pared, las ocho de la mañana le tomó por sorpresa.

No quería salir de la cama, tal vez podría hacerlo dentro de un par de horas. Así que se reacomodó, descansando de costado y juntado sus manos para colocarlas bajo su cabeza y sólo en ese momento lo notó.

Aquel brazalete que su hermano le regaló con las más hermosas intensiones, ese que no merecía y que dejó en su mano cuando salió de la cama donde Tom lo hizo suyo, descansaba de nuevo en su blanca muñeca.

Tom había ido por él.

Continúa…

Gracias por leer.

Publico y rescato para el fandom TH

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