«Backstage» Fic TWC de LadyScriptois
Capítulo 36
Sólo una vez. Sólo tendría que escucharlo una vez más y aun así no creía soportarlo.
Se encontró casi mordiendo sus largas uñas, las cuales el día anterior habían lastimado la piel de sus hombros y las que desde hace minutos dejaron finos hilos sangrantes en sus antebrazos; a la vez que intentaba agudizar su oído para saber si podría salir sin encontrar a su hermano. Sentía que moría de angustia; como alguien que anunciado por un dolor fatal, contaba los minutos para que ocurriera. Llevó sus manos inquietas a su rostro, recogiendo las lágrimas que dejaba caer en algunos momentos, intentando respirar con calma, disipar las náuseas que le tenían fatigado y cansado ante su permanencia. No había vomitado de nuevo, pero no sabía si era mejor no hacerlo a que no le dejaran en paz.
Bill caminó ansioso por la habitación, sabía que no había manera de escapar, que de alguna forma estaba condenado a revivir la pesadilla, que esa casa que escondía el secreto de su sucio amor, ahora también le recordaría el rechazo de su hermano. Quizás, sería lo mejor.
Él lo sabía. Sabía que Tom no le dejaría ir sin aclararle lo sucedido, sin constatarle que aún tenía asco de él, por caer tan fácil en sus redes, por entregarle sin dificultad su cuerpo, porque aún le amaba. Pero jamás imaginó que sería capaz de seguirle para continuar castigándolo.
Así como empezaba a creer que era lo mejor; una vez más y podría salir de nuevo de la vida de su hermano. Sí, era lo mejor.
—Tienes que soportarlo. – se susurró repetidas veces, pero el aceptarlo no le hacía mantener la calma.
Tenía miedo de abrir la puerta y encontrar a su hermano, esperando por él, aun así estaba ansioso por escuchar sus pasos, dándole fin a su agonía.
Era consiente que su hermano se encontraba en casa, podía reconocer los matices de su voz varonil al hablar con su madre, podía respirar su perfume en la habitación, podía sentir su presencia, como si invadiera todo el lugar. No podía dejarlo de sentir y eso le erizaba los vellos, hacía que su corazón latiese como loco: acelerado, enamorado, destrozado.
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Tom podía ver a su madre preocupada, aunque sabía que su presencia hacía que se sintiese más aliviada al no dejar solo a Bill.
—Si necesitan algo, por favor – enfatizó — llámame, cariño.
—Tranquila, mamá. Bill estará bien. – «haré que esté bien», pensó. — Dejaste todo listo, apenas despierte me encargaré que coma algo y tome sus medicinas.
—Gracias, bebé. – besó su frente. —Y por favor, descansa un poco. – le pidió al ser consciente de que su primogénito casi no había descansado al velar el sueño de Bill durante toda la noche.
Tom observó a Gordon bajar las escaleras apurado, intentando ajustar su corbata y luego de una rápida despedida y sonrisas, ambos adultos abandonaron la casa.
Hace instantes había tomado una ducha y salido a comprar las vitaminas y medicinas indicadas para Bill, las cuales no se habían traído de Berlín. Cuidar de la salud de su hermanito era su prioridad en esos momentos, amarlo era algo incontrolable.
Tom sonrió al recordar como Bill se aferró a él toda la noche, como suspiró a su lado y se acurrucaba aún más cuando los vientos fríos se colaban; esos soniditos de niño mimado que hacía entre sueños cuando Tom tuvo que alejarse de él unos momentos para buscar otra frazada o como movía la punta de la nariz ante las cosquillas que le provocaba su propio largo cabello regado en la almohada.
Tenía que sanarlo, que recuperarlo. Sirvió un vaso con jugo de frutas que preparó su madre y colocó en un pastillero las pastillas que Bill tomaría, entre ellas el tranquilizante que le recomendó.
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Observó desde su ventana el auto de Gordon marcharse, con él su madre; y supo que estaba solo en casa con su gemelo, sabía que sólo era de segundos para que Tom subiera por él, los minutos en el reloj le parecían una tortura, sin despegar los ojos de la puerta, esperando a su gemelo en cualquier momento.
Sí quería que le escuchara él haría, sólo quería estar lejos de él, para no molestarle, para no producirle asco, para sufrir en soledad.
Cinco minutos habían pasado y Bill sentía que agonizaba, necesitaba ponerle fin a todo, huir de él; escucharle para sentir que al menos su hermano se había desahogado, que no se quedó con las palabras en su interior. Necesitaba cerrar el ciclo con su hermano y no abrirlo de nuevo.
Antes de darse cuenta tomaba el pomo de la puerta, dispuesto a abrirlo y se paralizó al saber que no estaba preparado para ver a Tom por última vez. Aunque lo lastimaba, quería que su último recuerdo fuese su rostro sereno al descansar, sus ojos cerrados que no le miraba con amor, pero tampoco con asco. Su mandíbula se apretó para contener las emociones y las lágrimas que amenazaban con derramar.
Cuando cruzó el umbral sintió que se iba a desmayar, se sentía como caminar a la sentencia de una muerte anunciada. Su respiración había disminuido ante el nerviosismo que le impedía respirar con normalidad, sentía que se ahogaba ante el cumulo de emociones que se encontraban detenidas en su garganta. Todo él temblaba ante el esfuerzo que hacía al revivir la pesadilla que le atormentaba día a día, por volver a ver esa mirada de un hermoso color miel avellana que era capaz de hacerlo perder, pero que esa vez lo haría sufrir.
Sus pasos eran tan lentos como silenciosos, y cuando llegó al último peldaño de la escalera, Tom aún no había notado su presencia.
Su mano se apretó con fuerza en el barandal cuando lo vio de espalda sirviendo al parecer un jugo, sus pestañas revolotearon sacudiendo las lágrimas que escaparon, no quería llorar, pero su corazón se desgarró de dolor cuando Tom giró y notó su presencia.
«Solo una vez más. Sólo esta última vez.»
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No quería dejarse derrotar por la culpa, por el dolor en su corazón al saber que lastimó a quien más amaba. Necesitaba concentrarse en Bill, en saber que tenía una esperanza de cumplir sus promesas, de amarlo para siempre, de hacerlo feliz para siempre. Pero no podía alejar la culpa al ver a su hermano allí.
Su cuerpo colapsó al no saber qué hacer, quería acercarse y decirle que lo amaba, quería arrodillarse ante él y pedir su perdón, quería confesarle lo asustado que estaba, pero sus piernas le traicionaron ante la imagen.
Apenas había podido ver su mirada antes que este la bajara, escondiéndola de nuevo, pero pudo reconocer que era la misma con la que Bill salió de la habitación de hotel. Todo su cuerpo estaba tan tenso que temblaba y parecía que si no lo envolvía rápido entre sus brazos se desplomaría. Podía escuchar su respiración agitada al controlar sus emociones. Podía entender la postura de su menudo cuerpo, casi encorvado mientras con un brazo se abrazaba a sí mismo, la otra sosteniéndose al pasa manos; podía entender el aura que desplegaba su gemelo: “Sé que me harás daño, pero intenta ser gentil, porque no soporto más”.
Su corazón se quebró pidiéndole que hiciese algo.
El aire le ahogó y sus ojos se abrieron ampliamente. Tenía que ser un engaño más de su gemelo, otra forma de hacerlo sufrir, y aunque lo entendía, sus ojos batallaron en no llorar ante la sensación de protección, sus manos se empalaron para no corresponder.
Tom atrajo todo lo que pudo del cuerpo de Bill al suyo, abrazándole con amor a la vez que espesas lágrimas derramaban sus ojos. Había tenido tanto miedo, había extrañado tanto ver a su hermano de nuevo de pie; en ese momento necesitaba sentirlo, que el terror de haberlo sentido inconsciente en sus brazos desapareciera.
—Me asustaste tanto, Bibi. – fue lo que pudo decir entre lágrimas, besando su frente, sintiéndolo temblar aún más entre sus brazos. —Sentí que te perdería para siempre. – confesó su miedo y acarició los cabellos de su hermano, bajando su rostro para encontrar la mirada de Bill.
Estaba doliendo, dolía mucho. Tom sabía cómo lastimarlo. Prefería mil veces que le repudiara a que siguiera con esa farsa. Le quemaba en la piel mientras sus dedos tomaban con gentileza su mentón buscando su mirada, sentía que le arrebataba el alma mientras lo miraba con esos ojos arrepentidos y sinceros.
—Pe-pensé que no podría volver a decirte cuanto te amaba. – le aseguró.
Sintió que lo destrozaba, que le robaban sus últimos alientos. No quería volver a jugar, tenía miedo. Era muy difícil aceptar la derrota inevitable.
—No, por favor. – fue el susurró que escuchó de Bill, mientras se alejaba de él y retrocedía unos escalones. Tom lo observó, parecía perdido, parecía asustado, parecía dolido hasta morir.
—Bill… – intentó tomar su mano.
—No. – le repitió, alejándose de esa mano que quería engañarlo, que quería acariciarlo para luego dejarlo extrañando sus caricias. —No digas esas cosas. – le pidió, sintiendo que perdería el control de la situación, que no podría escuchar más mentiras sin morir. —No mientas, por favor. – suplicó. Él no estaba preparado para eso, sólo quería que su hermano le dijera que lo aborrecía, sólo eso y poder alejarse para siempre.
A Tom se le estaba partiendo el alma. No podía haberle hecho tanto daño a Bill.
—No estoy mintiendo. – aseguró, acortando lentamente la distancia que los separaba.
—Sí-sí lo haces. – aseguró, asintiendo, su mirada perdida en los ojos de Tom.
Bill quería pedirle a Tom que no le mirara así, que esos ojos de falso amor lo estaban matando.
—Te amo. – le repitió Tom, tomando su mano, acercándose un poco más hasta tener acorralado a Bill, haciéndolo sentir pánico. —Bill. – acarició su nombre, así como lo hacía con su mejilla con húmeda. —Mírame. – le pidió, y Bill negó, cerrando sus ojos con fuerzas, no quería ver a Tom mintiéndole, no quería creer sus mentiras. —Mírame, por favor. – le pidió de nuevo, sintiendo su alma destrozándose. —Desde que te dejé ir he-he pasado cada minuto arrepintiéndome. – comenzó a confesarse, esperando que Bill quisiese escucharse. —Nunca podría repudiar tu amor. – le aseguró y Bill sentía que perdía cada vez más la batalla, se sentía burlado, humillado.
—Detente. Detente. – suplicó, conectando su mirada dolida con la de Tom y el mayor se sintió abrumado ante tanto dolor. —Sé-sé que lo merezco, que lo que siento está mal. – dijo en un hilo de voz, en un hilo de súplica. —Pero no soporto más. – su voz sonó quebrada y Tom sostuvo su cintura.
—Lo que sientes no está mal. – le corrigió Tom, desesperado. — ¡Lo que sientes es lo más hermoso que puedo recibir, tu amor es lo que más atesoro, Bill! Lo que tú sientes es lo mismo que yo siento. – aseguró y eso fue suficiente para el menor.
— ¡Cállate, cállate! – pidió, cubriendo sus oídos. —Sólo dilo, por favor. Sólo dilo y déjame alejarme de ti. ¡Por que no pude! – le gritó, alterado, con sus ojos inundados de lágrimas. — ¡No pude dejar de amarte, no puedo dejar de hacerlo! Lo intenté, Tom, lo intenté. – se aseguró. —Sé que tienes asco de que te amé, el asco que te produzco. Sé el malestar que te causa lo que siento, pero no puedo evitarlo; sé que tus mentiras sólo buscan castigarme, pero no puedo más. – admitió. —También sé que lo que sucedió no fue real, que no hicimos el amor, que no puedes desearme. ¡Lo entiendo todo! – siguió, sin poder controlarse, necesitando finalizar todo y poder alejarse para siempre. —Yo lo entiendo. – repitió. —Y no entiendo la razón por la que no quieres decirlo. – esnifó. —Pero no mientas. No me eleves para dejarme caer. Sólo déjame alejarme, te prometo que no volverás a verme, Tom. – pidió, sintiéndose pequeño, humillado al pedir eso.
—Sí alguien es asqueroso soy yo. – dijo, atormentado ante el dolor que causó en su hermano. — Por haberte destrozado tanto, por haber rotó lo que más amo. Lo siento tanto, Bill. – Bill continuó negando ante las palabras de Tom.
—Por favor, Bill. Mírame. Necesito que me mires. – suplicó y cuando lo logró, limpió las lágrimas del menor mientras conectaban sus miradas. —No hay nada en este mundo que quiera aparte de ti ¿Entiendes? Te fallé como hermano, te fallé como pareja, te fallé de todas las formas posibles, las más horribles; pero nunca lo hice con intención, no sé qué pasó, me sentí ahogado. Tú me ahogas, con todo tu ser, con ser como eres, con tus pequeños gestos, con tu olor, con tu cariño, por ser mi hermano, mi gemelo, mi mejor amigo, mi alma gemela; me robas el aire con tu voz; todos, absolutamente todos mis pensamientos giran en torno a tu persona, nunca he pasado un día sin pensar en ti; mi corazón, mi cuerpo, mi mente, todo está invadido de ti; desde siempre ha sido así, es como si no existiera una vida sin ti y en un punto quise saber si existiría, y la hay. ¿Pero sabes qué? No la quiero, porque no es vida. No quiero respirar, quiero seguir ahogado en ti, porque eres mi único oxígeno. – Bill guardaba silencio, conteniendo el aire ante cada palabra. Estaba seguro que Tom decía la verdad, pero no podía ser cierto. —Te lo dije años atrás, me tienes completamente enamorado. Y te amo tanto que es insoportable.
—Tienes-tienes que estar confundido. – murmuró Bill, incapaz de creer que Tom realmente lo amaba. —Tú-tú lo dijiste, qué mi amor y yo somos asquerosos, que-que te molestan. – repitió las palabras de su hermano, esas que le atormentaban. —Tú te fuiste con alguien más, me rechazaste, porque es sucio sentir amor por tu hermano. Tienes-tienes que recapacitar, amarme no está bien, recuerda, tú-tú lo dijiste. – enfatizó.
—Sé lo que dije, sé lo que hice. Recapacité y sé lo que quiero. Te quiero a ti, quiero amarte, quiero sanarte, quiero adorarte. Quiero besarte cada mañana, dormir contigo cada noche y hacerte el amor hasta que no soportes tanto placer; quiero que seas lo primero que vea al despertar y vivir cada uno de mis días a tu lado. Quiero hacerte feliz y quiero que tú me hagas feliz.
—No lo quieres. – le interrumpió, al borde de los nervios, dolido ante la imagen de lo que podría ser, ante lo real que se escuchaba.
Bill esta vez podía verlo, y los ojos de Tom mostraban una sinceridad que siempre había estado cuando le decía te amo, se sentía tan sincero como nunca. Y si reflexionaba, nunca más volvió a ver aquellos ojos fríos con el que rechazó una vez su amor, así como antes de aquellos meses de confusión, tampoco los había llegado a ver. La mirada de Tom era tal como se mostraba ahora, siempre había sido así: cálida, sincera, segura, con ojos sólo para él. Así había sido. ¿Quizás su gemelo decía la verdad?
— Sí lo quiero y sé que tú también quieres lo mismo. Déjame hacerte feliz, por favor. Vuelve a mí, Bill. – le suplicó.
— Sé que te arrepentirás. Mañana no lo querrás, Tom. – susurró sus últimos estragos de dudas.
— Sí lo querré, porque es lo único que puedo desear, Bill. Sé lo que estoy diciendo, sé lo que siento. Así como creíste aquellas crueles palabras, créeme cuando te digo que te amo, por favor. – imploró. — Te amo. – repitió, acercado sus labios a los de Bill. — Dame una oportunidad para demostrarte cuanto te amo. – pidió, antes de unir sus labios cuando no notó rechazo.
Sabía a verdad ese beso y de alguna manera se sentía a libertad, como si lo arrastraran lejos del dolor, la tristeza y la angustia. El temblor en sus labios desapareció cuando fue cubierto por los cálidos de Tom y se aferró a su nuca cuando se sintió caer ante un abismo de protección de seguridad. Había pasión, había sinceridad y sobre todo amor y Bill se sintió derrotado ante eso.
Nunca había sentido más cierto a Tom que ahora.
—Te amo, Bill. Y te lo demostraré cada día de mi vida. – le aseguró, juntando sus frentes. —Sé las promesas que tengo por cumplir y las haré realidad. No habrá más lágrimas que no sean de felicidad. Te amaré por siempre. – finalizó sin aliento. Observando complacido el nuevo brillo en los ojos de su hermano. — ¿Confías en mí? – le cuestionó.
Y los labios del menor temblaron ante que responder, pero la simple presencia de Tom, sólo sus transparentes ojos rebosantes de felicidad y seguridad, le dieron confianza.
—Aún tengo miedo. – confesó. —Tengo mucho miedo. – Tom comprendió, abrazándole con fuerza. Irían al ritmo de Bill, él se ganaría de nuevo su confianza. —No puedo confiar en ti, pero quiero hacerlo. – respondió.
—Yo alejaré tus miedos, sólo déjame hacerlo, Bibi. – aseguró y Bill asintió, sabiendo que así sería. —Te amo.
—Yo también. – respondió con lágrimas en los ojos, las cuales se deslizaron cuando Tom lo besó, pero esta vez eran lágrimas de emoción, de felicidad por un nuevo comienzo con su hermano.
Allí, entre los brazos de su hermano, entre esos que una vez lo dejaron caer y que ahora lo rescataban, se sintió seguro, se sintió en paz de nuevo.
—No me dejes caer de nuevo. – le susurró entre el besó.
—Esta vez, no te sostendré. – le murmuró. —Te daré alas, Bill. Te dejaré volar y esperaré con brazos abiertos el día que decidas volar a mí. Trabajaré día y noche para volver a ser tu destino.
Continúa…
Gracias por leer.