«Evil Journey» Fic Toll de MizukyChan
Capítulo 3: Perdidos
Los minutos pasaban con rapidez y el frío se hacía cada vez más insoportable. Los jóvenes ya casi no hablaban, pues estaban sumidos en sus fatídicos pensamientos. Los sollozos de Bill habían subsistido, y ahora eran sólo suaves hipidos, que le rompían el corazón al de trenzas.
—Oigan —susurró Tom—. ¿Escuchan eso?
Los otros dos, aguzaron el oído y abrieron más los ojos, pues hacia atrás se podía vislumbrar una pequeña luz que se aproximaba.
—¡Ya vienen! —exclamó el pelinegro con una sonrisa de alivio.
—Griten —mandó el trenzado.
Y así lo hicieron, gritaron con todas sus fuerzas, hasta que el vehículo se detuvo.
—Nos vio —afirmó el castaño.
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Pero dentro de la camioneta del resort, el hombre se había detenido, pues su radio sonaba con insistencia. La tomó con el ceño fruncido y contestó.
—¿Mike, dónde diablos estás? —Le regañaron.
—Voy a la cara oriente a buscar a Peter —respondió con la voz tosca.
—Ellos ya bajaron —gruñó el hombre en la línea—. Cerraron hace una hora, porque informaron del mal tiempo, como no había nadie, cerraron y bajaron.
—Y hasta ahora me lo dices —reclamó el hombre—. Estoy a medio camino.
—Pues regresa. Ya me quiero ir de aquí, hace un frío del demonio —siguió gruñendo el hombre por la radio.
—Está bien —cortó la llamada—. Idiotas.
Encendió el vehículo y procedió a girar, pero al hacerlo, le pareció ver algo caer por delante. Se quedó mirando, por si veía caer otra cosa, pero no había nada, quiso mirar por la ventana, pero el granizo no le permitía ver más allá de su nariz. Así que regresó.
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Bill estalló nuevamente en llanto, pues intentaron hasta arrojarle sus esquíes al vehículo, pero finalmente, se fue. Abandonándolos a una muerte segura.
—¡¿Quieres callarte?! —Le regañó el castaño.
—No le grites —pidió Tom, pero con la voz calmada, pues estaba demasiado choqueado, como para pensar en algo más.
—Moriremos —susurró Bill y Georg estalló.
—¡No moriremos! ¡No dejaré que mueras! —exclamó, pero su voz era tan fuerte, que el moreno, sentía que sólo le estaba regañando y se cubría los oídos para protegerse.
—¿Crees que podría trepar? —preguntó Tom a su amigo.
—Estás loco Tom —aseguró de inmediato—. Nunca vi a nadie tan malo para la gimnasia como tú. No alcanzarías ni a subir y ya estarías en el piso.
Ambos sonrieron, pero a la vez, miraron a las cuerdas de metal, inspeccionando una posible solución a su dilema.
—Sólo habría que cruzar dos sillas hasta el poste. Allí hay una escalera —explicó Tom.
—¿Cómo lo sabes? —cuestionó el pelinegro.
—No estoy seguro, es sólo una suposición —agregó el trenzado.
—No se puede ver nada —afirmó Bill—. ¿Y si no hay escalera? ¿Cómo te sostendrías en el poste? Podrías caer y morir —reflexionó—. Es mejor que no lo hagas.
—Además, esta clase de cables, no son lisos, te podrías cortar las manos, antes de alcanzar la siguiente silla —comentó el castaño.
—Está bien. Idea descartada —gruñó Tom—. ¿Alguna otra?
—Saltaré —aseguró Geo.
—Ahora tú eres el loco —rió el trenzado.
—Estamos muy alto —corroboró Bill.
—Pero soy el que tiene más posibilidades de soportar la caída —sostuvo—. Debo intentarlo.
—No —pidió el pelinegro, sosteniéndolo del brazo.
—Tom, mira el rostro de Bill —El aludido se acercó y vio a qué se refería—. Tiene quemaduras de hielo.
—Comprendo.
Bill iba a levantar su mano para tocarse, pero su novio no lo permitió y negó con la cabeza.
—Si te tocas, se caerá la piel y dejará expuesta la carne —explicó el castaño. Con esa sola mención, el pelinegro se aterró y la palidez por el frío, se intensificó ahora por el pavor.
—Lo intentaré —volvió a repetir Geo—. Cuando llegue abajo, me deslizaré hasta el resort, para ver si queda alguien, o romperé alguna ventana para ocupar el teléfono y llamar a emergencias —contó su idea.
—Es un buen plan —dijo Tom, pero su mente le decía que no era una buena idea. Le dio la mano a su amigo, en señal de apoyo.
Levantaron la barra de seguridad y Tom le ayudó a quitarse los esquís, los arrojaron un poco más lejos, para que Geo no fuera a caer sobre ellos.
—¿Estás listo? —preguntó el trenzado, dispuesto a no dejarlo saltar.
—Sí, se lo debo a Bill —Le guiñó un ojo al pelinegro y se acomodó en la silla, para quedar en una mejor posición para el salto.
Tomó una gran bocanada de aire y saltó.
De pronto, todo pareció brumoso para Georg, abrió los ojos, pero tenía la visión nublada, oía cosas a su alrededor, pero no podía distinguir nada de ello. Finalmente, comprendió lo que ocurría. Había saltado y ahora estaba abajo, lo que escuchaba, eran las voces de sus amigos arriba.
—¡GEORG! ¡GEORG! —Gritó desesperado el pelinegro, al ver que el chico no se movía. Estaba oscuro y apenas podían distinguir su figura.
—¡GEORG! —Coreó también el de trenzas, porque él podía ver un poco mejor, y notó que algo no estaba bien con su amigo.
El aludido por fin abrió los ojos, distinguiendo el cielo oscuro y la nieve cayendo, pero entonces, también comprendió porque estaba aturdido. Dolor, un intenso dolor le llenaba, al grado de hacerle casi perder la consciencia.
Se sentó como pudo y vio la causa de semejante sufrimiento. Los huesos a la altura de las rodillas, estaban completamente fuera de la carne. Sus piernas estaban en una rara posición.
—¡TOM! —Gritó con fuerzas.
—Gracias a Dios estás vivo —respondió su amigo—. Pensé que habías muerto en la caída.
—Pasa algo malo —advirtió el castaño.
—¿Qué pasa? —Insistió.
—Me fracturé las dos piernas. Mis huesos están afuera —explicó el chico, aún en estado de shock.
—Tienes que hacer un torniquete, Geo —le dio instrucciones su amigo—. Te arrojaré algo para que amarres tus piernas, justo antes de las heridas —Trató de mantener la voz fría, de lo contrario, ninguno de los tres lo lograría.
—Allá va mi bufanda —Gritó Bill y tras quitarse la prenda, la arrojó, pero como era liviana, el viento la alejó—. ¿Puedes moverte Geo?
—No —Fue lo único que pudo decir. El joven no podía hacer nada, esto era mucho peor. Se congelaría.
—Toma esto —gritó el pelinegro y arrojó uno de sus guantes, que era mucho más pesado.
—Lo tengo —respondió el castaño—. Bill no arrojes tus guantes, no te enfríes.
Nada de lo que arrojaron, llegó cerca de Georg, así que con el guante de Bill, más la unión de sus propios guantes, le ayudó a hacer un torniquete.
Pero al hacerlo—. ¡AAAHHH! —Los gritos eran insoportables de oír—. ¡AAAHHH!
Bill se cubría los oídos, y esta vez, Tom no se contuvo y lo abrazó con cariño, ninguno de los dos quería escuchar esos gritos desgarradores de su amigo, pero no podían hacer nada al respecto.
—Voy a saltar —dijo el pelinegro, tratando de levantar la barra de seguridad.
—¡Estás loco! —Regañó Tom, apretándolo más en sus brazos—. Mírate Bill, eres mucho más delicado de Geo y que yo. Morirías al caer.
—Pero… —quiso quejarse, pero dejó de luchar. Era cierto, él sí moriría al caer.
Cuando los gritos cesaron, Tom volvió a mirar a su amigo, pensando que se había desmayado, pero aún estaba sentado, en shock, mirando sus piernas rotas.
—¿Estás bien?
—No, Tom.
—¿Puedes moverte hacia una tabla? —cuestionó.
—Nada, me cuesta hasta respirar —contestó el otro.
—Voy a cruzar por los cables —afirmó Tom—. Ayúdame Bill —le pidió, para que movieran la barra.
El pelinegro sostuvo la barra de seguridad, para que Tom se pusiera de pie sobre la silla. Y luego le abrazó las piernas, sólo para darle apoyo, pues si Tom caía, él no sería lo suficientemente fuerte, como para sujetarlo. Caerían juntos.
—La tengo —dijo en un gruñido el trenzado, pues era difícil hablar por el esfuerzo y por el frío.
—Ten cuidado, Tom. No vayas a caer —pidió el pelinegro, suplicante.
El trenzado, apretó los dientes, al sentir que el cable le perforaba uno de los guantes, con algún tipo de púa. Pero ignorando el dolor, siguió con un brazo y luego otro, ya llevaba cerca de un metro.
«No mires abajo, no mires abajo» Se repitió mentalmente, pero cuando una sombra se movió, no tuvo más remedio que abrir sus ojos y asegurarse de que su amigo estaba bien.
—¡Dios! —Gritó y con una rapidez que él no se explicaba, regresó a la silla.
—¡No lo dejes ver! —Gritó el castaño.
—¿Qué? —Bill no comprendió nada de lo que ocurrió. ¿Por qué Tom regresó y lo abrazó de esa manera? ¿Por qué Georg dijo eso? Su mente trató de procesar todo hasta que un sonido le dio la respuesta.
—AAAUUU —Aullaron, no uno, sino media docena de lobos.
—¡GEOOOOORG! —Gritó desesperado el pelinegro, comprendiendo lo que vendría.
Tom lo abrazó fuertemente, y envolvió su cabeza, para no dejarle ver hacia abajo.
—¡NO LO DEJES VER! —Volvió a gritar el castaño.
Estaba aterrado, mirando como aquellos hermosos y a la vez terroríficos animales, le veían, le rodeaban, olfateaban su sangre y finalmente, como en su peor miedo, se acercaban dispuestos a devorarlo, sin que él pudiera moverse, o intentar escapar.
—¡NO LO DEJES VER! —Gritó por última vez, hasta que el primer lobo le saltó encima, arrancando parte de la pierna que ya estaba maltrecha.
—¡AH! ¡AH! ¡AH!
Una sucesión de gritos se oyó por toda la montaña e hizo eco en la infernal noche. Y junto a los gritos de dolor de Georg, se oían los gritos de desesperación de Bill y los gritos de impotencia de Tom.
El pelinegro, luchaba en los brazos de Tom para poder mirar a su novio y poder darle un último adiós, pero dentro de su corazón… no quería ver.
Lloró amargamente y se sintió tan culpable. Si no se hubiera quejado tanto, tal vez, Georg nunca hubiera saltado, quizás aún estaría vivo, pero por cuánto tiempo. Lo más probable es que tanto él como Tom, murieran esa misma noche.
Cuando los gritos cesaron, y sólo se oían gruñidos de los lobos, dándose un festín, la pareja se miró, ambos con los ojos llorosos.
—Ya pasó —susurró Tom al pelinegro, quien sólo asintió.
—¿Moriremos?
—Mañana vendrán a buscarnos —Le aseguró el trenzado.
—Pero tú dijiste…
—Vendrán a buscarnos…
Le volvió a abrazar y rogó que al dormir así abrazados, la muerte no fuera dolorosa, como lo que acaban de presenciar. Morir en los brazos del ser que amas, era algo con lo que sólo puedes soñar… y tal vez para él fuera un regalo, inesperado, pero regalo al fin y al cabo.
Continuará…
Ya les conté que está basada en una historia real. Qué escalofriante. Imagínate a Georg sufrir la muerte que él más temía. Es demasiado conmovedor.
Espero no se asusten y sigan leyéndome hasta el fin. Muchas gracias por el apoyo y no olviden comentar.