Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 10
Cuando crees que todo está perdido, al hallarte en una situación sumamente peligrosa, al borde de la muerte, en el recóndito lugar menos esperado, aparece una luz, ¿cierto? Como dicen por ahí, esa pequeña lucecita es por la cual te sientes atraído y vas hacia ella como gran estúpido enceguecido. Le sigues por un túnel blanco, caminas y caminas, crees que jamás llegará un fin a ese sitio, y cuando menos te lo esperas, te succiona el alma, y contra tu voluntad, te despides de este mundo. ¿A poco no? Bien. La luz de la cual os estoy hablando, cumple el mismo rol. ¿Por qué? Porque se manifiesta de repente y tú le ves al instante.
Llama tu atención, le sigues hasta donde sea que te conduzca, con la diferencia
de que ésta, no te hará pasar para al otro lado, sino que (según sean las
circunstancias) te hará dar ese paso con el que alcanzarás finalmente tu grata
felicidad. ¿Para qué demonios os digo todo esto? Pues porque me siento… no sé
si exactamente feliz. Ok, vamos a denominarle de ese modo, ya que a pesar de
que mi gemelo, desgraciadamente, ha perdido el sentido de la vista, al menos le
tengo conmigo. Eldwin, tenía razón; siempre debemos mirarle el lado bueno a lo
que nos sucede, a las cosas que nos rodean, aunque nos lastimen de vez en
cuando, siempre va a haber una llave que abrirá la puerta que se encuentra al
lado de aquella que se ha cerrado en tu rostro, rozándote la punta de la nariz al
golpear contra el marco, dejándote completamente descolocado sin saber adónde
ir. Con miles de millones de ideas meciéndose en tu cabeza como si alguien
habitase allí dentro y esté acunándolas entre sus brazos, repitiéndote a cada
segundo que todo estará bien, que no todo en la vida se puede, que nada en la
vida es fácil, por ello debemos luchar con uñas y dientes; clavar nuestras garras
en lo más profundo que podamos a eso que nos está dañando con rencor, con…
con perversidad. ¿Y todo aquello por qué lo hacen? ¿Por qué cada ser que pisa la
Tierra, siempre debe de pasar por esa etapa? ¿Por qué, aunque se sienta en el
mismísimo paraíso, siempre debe de aparecer una entidad desconocida que le
arrastra con ella hasta las más oscuras sombras de maldad? Pues porque la vida
misma te pone barreras en el camino, las cuales te obliga descaradamente a
atravesar. Aunque te sientas morir, aunque creas que ya nada tiene sentido, que
las fuerzas te han dejado en el olvido y las ganas de continuar en pie, se han
convertido en algo efímero como el humo en el aire, siempre debes continuar.
¿Por qué? Porque ella, quiere saber; quiere enterarse de cuán hábil y perspicaz te
muestras frente a cualquier cosa que se te ponga delante. Quiere hallar aquel
punto límite en el que tú dices: Basta. Te arrastras en el suelo y pides piedad,
pides que te quiten la vida, porque no logras realizar su cometido; hasta en esos
momentos te preguntas: ¿Cuál es el sentido de la vida? Ufff… una pregunta con
miles de trillones de respuestas, de las cuales ninguna jamás, ha sido la acertada.
¿Cuál es el verdadero sentido de la vida, si cuando estás transcurriéndola,
conociéndole a fondo, colocan una muralla china tan solo a milímetros de tus pies
y te ordenan escalarla? ¿Dónde está el sentido en todo eso? ¿No es acaso que se
viene al mundo, a disfrutar? ¿Quién es tan imbécil como para pensar semejante
estupidez? Al mundo, solo se viene a sufrir. A superar metas. Superar problemas,
solucionarlos y demás. Entonces llegas a la conclusión, de que ni algo tan sencillo
como el sentimiento de la felicidad, es gratis. Todo en la vida se paga.
Absolutamente todo.
– Me gustaría oírte cantar, Nene. – manifestó quitándome de aquel proverbio en el
que me había hundido inconcientemente mientras observaba hasta el último
detalle de la fisonomía de su rostro frente al mío, detentándole con sutileza,
acariciando sus rasgos tan perfectamente formados; ante todas las personas, increíblemente idénticos a los míos, sin embargo, yo le veía sumamente distinto.
Él, era mucho más hermoso que yo. Si Thomas dice que yo soy hermoso, para mi,
él, es el triple. Si dice que me ama, yo le amo mil veces más. No existe
comparación invariable entre ambos; somos totalmente opuestos. Desperfectos y
con infinidad de fallas en nuestras respectivas personas, pero a la hora de
fundirnos en uno solo, se conformaba un mismo cuerpo. Nacía un nuevo ser,
como si creásemos un hijo; como si a pesar de no poseer las mismas capacidades
de la mujer para poder procrear, (el útero, por ejemplo), nosotros al encontrarnos
en cuerpo y alma, formábamos un semejante de inmediato. Un ser divino y tan
vulnerable como nosotros. Diferente a sus padres, pero portando cada facción
propia de ellos, lo que le hacía resaltar de todo aquel que se le pusiese al lado.
Pensaréis que hablo de niños, pero lamento decepcionaros, no es así. Hablo de
un órgano tan amigo mío, tan confidente y testigo de cuán imposiblemente enorme
es el amor que le tengo a mi hermano. Eso es… os hablo del corazón.
Compartimos un mismo corazón.
Me removí un poco sobre su regazo. Luego de besarnos, me acomodé con
cuidado sobre sus piernas, rodeando su cadera con las mías para poder
deleitarme mejor con su cara. Sus ojos, idos, intentaron contactar con los míos, y
como ya varias veces lo había pretendido antes, le fue inútil. Optó por mantenerlos
fijos en un punto indefinido de la nada sobre mi pecho y deslicé mis pulgares por
sus cejas, tocándole con lentitud aquella característica propia de su rostro. Se
relamió los labios con serenidad y cuando los cerró, hizo un movimiento (por
dentro) con el piercing que posee allí, consiguiendo que se zarandease
ligeramente y mi visión se clisara en él, acudiendo a su insistente llamado.
No os imagináis cuánto amo que Tom, juegue con su arete, que a pesar de saber
que no lo hacía para provocarme sino porque ya formaba parte de una costumbre
suya, me volvía loco.
– ¿No piensas contestarme? – cuestionó rozando la yema de sus dedos en mis
costados sobre la ropa, logrando que atrapase mi labio inferior con los dientes. No
deseaba ponerme cachondo justo ahora, pero el contacto no directo tras los
movimientos que ejercía, no me ayudaba en lo más mínimo.
Bill… Tom no puede. No aún. Acaba de salir del hospital ¿y tú ya piensas en
follar? ¿Te das cuenta que solo eres un puto vicioso?
No lo quiero para follar, sino para sentirle tal y como lo he hecho desde que
formamos una pareja.
Claro. Quieres sentirle. Quieres sentirle… dentro. Te gusta sentirle dentro, ¿no?
Te gusta que te toque; que te manosee con descaro. Amas que te susurre
guarrerías al oído mientras te parte en dos. Todo está en tu mente… puedo saber
qué es lo que pasa por ella, ¿lo olvidaste? ¡Por favor, Bill! ¡¿Quién es el obseso
con su hermano, ahora?! ¡¿Quién desea acudir al sexo para satisfacer sus
necesidades más morbosas?! ¡¿A quién se le está perdiendo la cabeza por echar
un polvo en este mismo instante?! ¡Una obsesión por tu gemelo! ¡Eso es lo que
tienes! ¿De qué amor hablas? ¿Cuál es exactamente el amor que utilizas en cada
una de tus malditas filosofías? ¿Amor? Pero si tú jamás has sentido amor por
nadie, ¿por qué habrías de sentirlo ahora y por tu propio hermano?
– Te amo, Tom… – musité perdiendo mis delgados dedos entre sus trenzas y le
conduje a mi boca, que él gustoso la recibió. Atrapé su labio inferior y comencé a
descender por su mentón, llegando a su cuello deteniéndome allí para succionar
su piel logrando mi propósito: Hacerle un considerable chupetón rojo. Vi cómo
entreabría la boca dando a conocer los escasos jadeos que producía su garganta
cada vez que le rozaba con mi lengua, la piel, y empezó a acariciar con más
insistencia por encima de mi ropa. Serpenteé mis labios por su epidermis hasta
alcanzar su oído derecho. – Te amo tanto, Tom… no te imaginas cuánto. – añadí y
pasé mi músculo gustativo por aquella zona. – ¿Tú, me amas?
– ¿Por qué me haces esa pregunta? ¿Dudas de mí?
– No, no es eso; es solo que… me gusta que me lo digas… Dímelo.
– Te amo… – restregó su mejilla contra la mía. – No dudes, Nene… Te soy sincero.
– No dudaré. Ya no más.
Nos quedamos en silencio y suspiré.
– Quiero oírte cantar, Nene… en serio. – adicionó ascendiendo sus manos a mis
hombros, sin despegarlas de mi cuerpo para no perderse, y me empujó con
delicadeza. – No te hago cantante, ¿sabes?
– No lo soy. – respondí molesto. ¿Qué es lo que estaba ocurriéndome?
– ¿No quieres cantarme?
– Me da vergüenza, Tom. Jamás he cantado delante de alguien.
– ¿Vergüenza? ¿Por qué habría de darte vergüenza? Le cantarás a tu hermano,
no a un cualquiera. – cerré los párpados con fuerza.
Hermano… Esa palabra, ya hace tiempo estaba fuera de mi jurisdicción. No
existía. No en mi vocabulario a la hora de hablar con Thomas cara a cara. Os
preguntaréis por qué, estoy seguro. Bueno… lo que pasa es que… si os ponéis a
pensar un poco, a reflexionar toda la situación, contar uno a uno los clavos
sueltos, os daréis cuenta de inmediato que lo que nosotros hacemos… para
algunas personas, tal vez les resulte algo repugnante; ilícito, y… ¿cómo
contradecirles? No hablo sobre la parte de lo ‘repugnante’ sino de la restante que
a su vez, abarca la inmoralidad. Era una verdad muy grande; una verdad, que en
nuestras vidas, actuaba como un círculo. Rodeándonos, acorralándonos, mientras
que fuera, se encontraban todos esos seres sin alma que nos juzgaban
injustamente. El círculo de nuestra verdad, tenía como radio a la tortura que nos
proporcionaban dichas personas, y al calcular su diámetro, comprobábamos que
no era más que puro y exagerado dolor.
Tom, me protegía a mí. Yo, le protegía a él de alguna manera, pero… ¿quién nos
protegía a ambos dos de aquel gentío? Mi gemelo y yo, no tenemos a nadie que
nos proteja. Nuestros amigos nos apoyan, pero no nos llegan a proteger; no es
algo a lo que estén obligados, así como tampoco tenían la obligación de
aceptarnos tal cual habíamos decidido vivir, sin embargo lo hicieron. Todo es una
incógnita, ¿sabéis? Nuestra vida es un completo enigma. Hay veces en las que
me pregunto ¿cuál será el final de esta historia que estamos viviendo? ¿Feliz
como en los cuentos de hadas? ¿Triste como en algunas películas? ¿O… terrible
y catastrófico como en las mismísimas pesadillas? ¿Qué es lo que me deparará el
destino a tu lado, Tom? ¿Qué tan grande es tu amor por mí? ¿Qué tanto podré
aguantar yo, amándote de la forma en que lo hago? Y la voz que no me deja ni a
Sol ni a sombra. La puta voz que me quiere halar con ella hacia las tinieblas,
colocándome al borde de un abismo en el que no podré sentirme en pie, ¿por
qué? Porque todo es parte de su imaginación; de mi imaginación. De mi propia
demencia. Entonces cuando me tenga a gusto, frente a frente con la nada, me
empujará hasta el vacío y caeré… caeré miles de kilómetros abajo; infinitas horas
estaré cayendo y nada ni nadie podrá salvarme. ¿Acaso Thomas se aparecerá allí
y caerá conmigo? ¿Se manifestará como mi ángel guardián y me tomará entre sus
brazos para que al caer, demos contra lo que sea, pero sin habernos separado?
¿Qué tan lejos llegarías por mi, Tom? ¿Cuán grande es el amor que dices
tenerme? ¿Cómo averiguarlo? ¿Cómo preguntártelo? ¿Dudar? Claro que tengo
mis dudas. A pesar de haber dicho lo contrario, siempre las he tenido, ¿y qué
hago para quitármelas? Nada. No puedo hacer nada. No quiero. No quiero por
miedo a perder; por miedo a que todo aquello que en algún momento me dijo la
estúpida voz, sea cierto, entonces sé que mi alma no soportará más nada, y
caeré. No en el vacío, no desde el borde de un precipicio, sino desde el final de mi
cordura. Me volveré loco. Tom ha jugado millones de veces conmigo
anteriormente. Conmigo y con mis sentimientos, ¿por qué no habría de hacerlo ahora? La pregunta más frecuente en mi cabeza es: ¿Cómo es que lo disimula tan
bien? ¿Cómo es que no se le escapa ni una? Si es todo mentira o parte de mi
imaginación, de la fantasía en la que deseo vivir, ¿cómo es que no podía notarlo?
En todo sueño, siempre hay algo que nos hace dar por enterados que no es real,
que es mentira; y en lo que estoy viviendo, ¿dónde están esas cosas? ¿Dónde
están las pistas? ¿Dónde se encuentran ahora? ¿Tan bien escondidas están, que
no puedo verles? ¿Que en más de siete meses, no les he podido descubrir?
– Tú no eres mi hermano. – solté luego de un prolongado silencio, saliéndome yo
mismo de mi propia reflexión.
– ¿Ah, no? – cuestionó sorprendido, aún con la mirada perdida en la pared de
enfrente, en el aire, por supuesto. Le abracé con cuidado para no dañarle más de
lo que ya lo estaba. Según él, ya no sentía tanto dolor, me lo había dicho hacía
unos minutos, cuando estábamos con Eldwin, sin embargo, los moretones y
cicatrices que su cuerpo mostraba, a mi me daba la impresión de que era pura
palabrería barata de él. – ¿Qué somos, entonces?
– Pareja. – respondí casi encima de lo que estaba diciéndome. – Ya no somos
hermanos, ni gemelos, ni nada de eso fraternal. Yo te amo más que a mi vida, te
amo inmensamente, Tom. ¿Cómo es que puedo amar de esta forma a alguien que
pertenece a mi familia? – hundí mi rostro en su cuello y él suspiró.
– Pero llevamos la misma sangre, Nene.
– ¿Crees que a la hora de acostarme contigo, pienso en la sangre que corre por
nuestras venas? ¿Crees que podría entregarme a ti, manteniendo en mi cabeza
que somos… hermanos?
– ¿Crees que yo estaría tan pillado por ti si no lo fueras? – me cortó y enmudecí.
¿Q…qué?
Me alejé de él tirándome un poco hacia atrás, tan rápido pese a la sorpresa, que
casi me caigo de espaldas; suerte que me aferré a su sudadera al instante y él,
como acto reflejo (por mismo instinto) rodeó mi figura con sus brazos evitando mi
caída.
– Lo siento… – susurré mirándole y me incorporé al instante. – Perdona, Tom…
¿qué fue lo que dijiste?
– ¿El qué? ¿Cuándo?
– Eso… eso que me acabas de decir. ¿Cuál es la diferencia en que sea t-tu…
hermano o no? – coño. ¡Que no podía ni pronunciar esa palabra estando con él!
– Ohh… eso. No lo sé. – respiró profundamente y comenzó a acariciar los
costados de mi cintura de nuevo, moviendo sus manos suavemente y haciendo
presión de vez en vez, pero no mucha; solo la suficiente como para que de mi
garganta, se escapase un prolongado suspiro.
– Me has dicho que sino fuésemos… hermanos, yo no te… ¿gustaría?
– Claro. – alcé ambas cejas ante su fugaz respuesta, interrumpiéndome
abruptamente.
– ¿Por qué?
– ¿Cómo por qué? – repitió lo que le había preguntado. Tranquilizadse, no había
perdido la calma, a pesar de haber sonado un poco fría su contestación, la
expresión en su rostro de paz y armonía, aún no le abandonaba. – Bill, de haber
sido tú, un tío cualquiera, no me habría podido fijar en ti. – descolocado. Así me
quedé. ¿Qué quería decir con eso?
– Pero no lo entiendo…
– Eres un hombre, a mi no me van los tíos, sin embargo tú sí. – parpadeé repetidas
veces y achiné los ojos mirándole los labios. Estaba que no me creía lo que salía
de aquella boca. – Supongo que el hecho de ser mi hermano, te pone mucho más
arriba en la pirámide que he creado a lo largo de mi vida, con respecto a mi orgullo
de macho. Se me ha ido todo a la mierda, Nene… pero no me arrepiento. No me
considero un marica por acostarme con un hombre porque ese hombre, es mi
hermano. – añadió con la vista gacha; no de vergüenza, sino porque creo que se
había cansado de mantenerla en un lugar indefinido. – Con esto no quiero
ofenderte, ni mucho menos, Nene. No. Nada de eso. Tal vez estoy explicándome
mal, no lo sé, no soy experto en estas cosas de palabras. Espero no lo tomes a
mal, ¿entiendes lo que quiero decirte? Que seas mi hermano, hizo las cosas
mucho más fáciles, porque, de haberse tratado de otro chaval, me habría comido
la cabeza intentando alejar cualquier pensamiento enfermo que se colase en mi
mente; hasta hubiese hecho nada para atraerle, sin embargo al ser tú… – no le
dejé continuar. Me lancé a sus labios, enredando ambos brazos en su cuello para
juntarle lo más que pude a mi rostro a pesar de ya no existir distancia alguna que
nos separase.
Esto… esto que me acababa de decir, para mi, era oro puro. Era… era la felicidad
en palabras. No lo sé, no podría ni sabría explicarlo; y hoy que os dije que me
quedaban dudas acerca de su amor…
Me apretó contra su cuerpo y un quejido se salió de su boca al haber presionado las heridas de su pecho y estómago. Amagué a separarme, pero él me tomó de la
nuca y profundizó el beso aún más si se podía, amarrando nuestras lenguas,
empujando la mía más hacia dentro con la intención de invadir todo, pero
absolutamente todo mi territorio; pensé que me la haría tragar. Tocó ansiosamente
el cielo de mi cavidad arrastrando mi músculo gustativo con sus constantes
movimientos. Succionó mi labio superior con ganas y abrió todo lo más que pudo
los suyos, hasta llegar a ensalivar parte de la punta de mi nariz, mientras yo me
concentraba en morder suavemente su inferior. Ambos estábamos aún algo
adoloridos en la parte de nuestras bocas, ya que nos habían golpeado duro, los
animales que nos atacaron, pero ahora, el amor tomó la delantera, dejando millas
y millas detrás, al dolor. Nuestra saliva empezó a escurrirse hasta nuestras
respectivas barbillas pese a que cada tanto, nos veíamos obligados a separar aún
más los labios para poder tomar una buena bocanada de aire sino queríamos
desfallecer allí mismo. No podíamos respirar por la nariz, el beso… el beso se
había descontrolado por completo y no teníamos la capacidad de coordinar mente
y acciones al mismo tiempo para llegar a la conclusión de que sería mejor inhalar
y exhalar por nuestras fosas nasales antes que hacer lo que estábamos haciendo.
Apoyó su espalda en el respaldo de la cama y deslicé mis manos de su nuca a sus
mejillas, buscando una posición un tanto más cómoda, porque debido a mi mala
postura, encorvado hacia su cuerpo, mi lomo empezaba a acalambrarse
inoportunamente. Descendió su boca creando un camino con su lengua hasta
llegar a mi cuello y continuó besándome allí con desesperación, entonces yo
entreabrí mis labios y me mordí el inferior sin abrir los ojos, maravillado por la
acción que ejercía en mi punto más débil. ¿Cuál? Ya os he dicho: La piel de mi
cuello. Es algo… que me vuelve loco cuando me respiran, besan, muerden, etc,
allí. No sé; me hace sentir completamente distinto, mucho más sabiendo que el
que lo hacía, era Tom.
– Te amo, Tom… – dije en un susurro casi inaudible, con la respiración acelerada.
– Nene, Nene, Nene… – repitió una y otra vez entre besos sin apartarse un solo
milímetro de donde estaba. – Estoy flipado contigo. – agregó arrastrando su
lengua desde debajo de mi nuez, hasta dar en mi boca de nuevo; la introdujo sin
pudor, consiguiendo que volviésemos a empezar.
Sus manos exploraron desde mi espalda baja, hasta mi vientre, donde se
detuvieron a juguetear con mi ombligo. Con sus pulgares, creaba pequeños
círculos alrededor de éste, y sus dedos restantes, apretaban con ganas los
costados de mi cintura. Estaba que no daba más… Abrí los ojos un momento y le
vi a él con los suyos cerrados; lo que transmitía su rostro, me era imposible de
describir. Tan sereno, tan pequeño e indefenso se le veía, cosas totalmente impropias de mi gemelo. Dejó de mover sus labios entorno a los míos, y fue
alejándose muy poco; lo suficiente como para poder respirar sin sentir la presión
de mi nariz contra la suya bloqueándole el oxígeno que intentase ingresar por ella.
Sin dejar de mirarle, apegué nuestras frentes y deposité un dulce beso casi en su
pómulo, sin embargo, más abajo. Desvié mi vista allí y noté que le había quedado
la pequeña marca de mis húmedos labios. No por haber estado utilizando labial,
no. Yo no portaba labial en esos instantes, sino que era por la misma saliva de
ambos, que aún se encontraba en ellos, por lo que le dejé una transparente
marquita.
Como podréis captar, sigo siendo el mismo de siempre; os doy cada detalle de
todo lo que vivo.
– Esos labios, Nene… – susurró aún con los párpados cerrados, tomando aire.
– ¿De quién son esos labios, Tom? – cuestioné con picardía, a lo que él, abrió los
ojos clisándolos delante. – ¿A quién pertenecen estos labios? – añadí tomando su
mano izquierda con la mía derecha, llevándole hasta mi boca y con la punta de
sus dedos, le hice rozar la piel de ésta.
– Míos… – respondió bajando la mirada como si estuviese viéndome. – Míos, como
cada milímetro de tu cuerpo.
– Todo tuyo. Ya nada de mí, me pertenece. Te has adueñado de cada parte y no
me molesta porque amo entregarme a ti.
– Entonces… ¿a quién perteneces? – interrogó sonriendo de lado al mismo tiempo
en que acariciaba mis labios con el borde de sus dedos, deslizándolos a mi mejilla
derecha sin despegar nuestras frentes.
– A ti. Soy de tu propiedad, ¿cuál es la duda que te queda de ello?
– Cántame. – ordenó embozando una voz suave. – Deseo que cantes para mí,
ahora.
– Yo te deseo a ti… – contesté tocando su boca con la mía, apartando con lentitud
su mano del lugar en donde estaba. – Ahora…
– ¿A qué te refieres?
– Quiero que me hagas el amor. Que me eches un polvo, me folles, lo que sea que
te de la gana, pero en este mismo instante.
– Mierda. No te follaré, Nene.
– ¿Por qué no? ¿Me harás el amor, entonces?
– No. No quiero que tengamos relaciones. – mis cejas se alzaron hasta perderse
en el techo. ¿Qué cojones estaba diciéndome?
– ¿Qué quieres decir? ¿Por qué no? – pregunté con el corazón latiéndome a mil,
sintiéndome incapaz de hacerle disminuir la velocidad, ya que mis sentidos se
anularon por unos segundos. ¿Qué es lo que estaba ocurriendo aquí? ¿Thomas
se negaba a follar? ¿Mi Tom, le decía no al sexo? ¿Pero en qué momento me lo
habían cambiado que no me di cuenta?
– Porque no quiero hacerte nada de eso estando yo, en este estado tan
jodidamente lamentable. – respondió y la expresión pacífica de su cara, cambió
radicalmente. – Me siento un inútil. No podríamos tener sexo, sin poder verte. Me
cuesta tocarte, me cuesta saber dónde estás parado cuando no te tengo conmigo,
¿cómo le haré para hacerte el amor? No puedo. Yo, no quiero hacerlo hasta que
recupere la vista.
Parpadeé numerosas veces aún sin salirme de mi propio y repentino estado de
shock. ¿No me quería hacer el amor porque no podía verme? Pero si puede
sentirme, no es necesario que me vea.
– Tom… podríamos hacer de cuenta que… – no me permitió continuar.
– Basta, Bill. He dicho que no te tocaré de esa forma hasta que recupere el sentido
de la vista, y es mi última palabra. – agaché la cabeza sin poder evitarlo y suspiré
largamente haciendo un gesto con mis labios. Vaya… esto sí que no me lo
esperaba. Bien. Los médicos dijeron que había más probabilidades de que no
volviese a ver, a que sí. Genial. Adiós al sexo con mi hermano.
Dios… ¿qué es lo que estoy diciendo? Yo no quiero a Tom, solo para follar, ¿por
qué hablé de ese modo? ¿Qué es lo que acontece conmigo? Maldita voz… sé que
tú estás detrás de todo esto, a mi no me cagas; sin embargo, no te saldrás con la
tuya, ¿sabes? Porque esperaré el tiempo que sea. No me importa si no volvemos
a intimar, lo único que me importa ahora, es que Thomas, esté conforme y
satisfecho con lo que sea que haga por él.
– Quiero que cantes para mi, Nene. ¿Es mucho pedirte eso? – interrogó
arrancándome del debate de mi interior.
– Claro que no, mi amor… ¿qué quieres que te cante? – maldita sea, no quería
cantar, no delante suyo porque… odio mi puta voz.
– No lo sé. Lo que sea que decidas, estará bien; solo… quiero oírte cantar.
Respiré profundamente y le miré con miedo, pero… ¿a qué? Miedo a fallar. Miedo a que la voz, me falle. Parece una idiotez, sin embargo, lo que se había producido
en mis entrañas, no era otra cosa más que un inmenso miedo al error. Separé los
labios unos milímetros y… comencé a cantar una de las canciones que más me
gustaban; la misma que había estado tarareando aquella vez en la que debí traer
a Tom, ebrio, desde la casa de su mejor amigo. ¿Os recordáis?
Tras el aburrimiento, comencé a tararear una melodía que hacía mucho ya no
escuchaba.
Era verdad. Hacía mucho tiempo que no la escuchaba, pero desde que fui
conciente de lo que me ocurría con mi hermano, siempre se coló entre las líneas
de mis pensamientos, ya que, por obviedad, daba justo con la situación en la que
me encontraba.
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=fjDojEOiMcE ]
– Me encuentro aquí… háblame. Quiero sentirte… necesito oírte. Tú eres la luz…
que me guía al lugar… donde encuentro paz otra vez. – canté posando una de mis
manos en su mejilla, delineando con mis dedos, su relieve. – Tú eres la fuerza…
que me mantiene en pie. Eres la esperanza… que mantiene mi fe. Eres la luz de
mi alma. Eres mi propósito… Tú lo eres todo. – añadí mientras miles de recuerdos,
se adentraban en mi mente, consiguiendo lo que siempre se proponían:
Lastimarme.
– Cielos… si Tom… si Tom m-muere… – agregué tragándome el nudo de mi
garganta de solo pensar que sucedería eso. – me iré con él. No tengo nada qué
hacer aquí. – finalicé con seriedad y la mirada perdida mientras las gotas de agua
salada, desamparaban mi cuerpo.
Hice mi rostro a un lado, simulando que estaba tomando aire, pese a que la
estrofa había llegado a su fin y debía dar comienzo a la siguiente.
Volví a tomar oxígeno y tragué con esfuerzo el nudo que se había instalado en mi
garganta, el mismo que lograría que hiciese eso que yo no deseaba que me
sucediera. ¿Qué? Desafinar.
– ¿Cómo puedo permanecer aquí contigo y no ser movido por ti? ¿Me dirías cómo
podría ser algo mejor que esto? – continué, desviando la mirada a su frente,
perdiéndola en sus cabellos y mi mano viajó a aquella zona, separando mis finos
dedos para entrelazarlos en sus trenzas a medida que iba avanzando hacia su
nuca. – Tú calmas las tormentas, y me das descanso.
– Y-yo… – tartamudeé con mi mentón tiritando frenéticamente debido al llanto que estaba aguantándome para no flaquear una vez más delante suyo.
– Shhh… – envolvió mi cuerpo con sus brazos abrazándome con fuerza y las
ganas de vivir regresaron a mi ser tras sentir su calor.
– Me sostienes en tus manos, no me dejarás caer… Tú me robas el corazón,
Se apartó y me giró con habilidad; coloqué ambas manos sobre la pared y agaché
mi cabeza con los ojos cerrados mientras él, posaba las suyas mojadas, sobre las
mías, entrelazando nuestros dedos.
– Eres mío… Siempre has sido mío y siempre lo serás. – dijo abriéndose paso con
su miembro hasta mi interior, y empezó a moverse con una lentitud tortuosa que
me hacía enloquecer.
– …y me dejas sin aliento.
– ¡Te amo, Tom! Dios… te amo, mi amor… – gemí alcanzando el clímax apoyando
mi nuca en su hombro, mientras respiraba con dificultad.
– ¿Me llevarías dentro? ¿Me llevarías en lo más profundo ahora? – adicioné y me
acerqué a sus labios para rozarlos con los míos. Los entreabrió sin dejar de
respirar por ellos y presioné los míos con los suyos quedándome inmóvil. Sus
enormes manos, empezaron a recorrer mi espalda sutilmente por debajo de mi
playera, y mi ritmo cardíaco se aceleró de sobremanera. Nos apartamos
sosegadamente e hice que nuestras bocas produjesen un sensual sonido antes de
perder contacto.
Inflé mis pulmones tomando todo el aire que me permitieron guardar,
preparándome para cantar un tanto más fuerte, el estribillo.
– ¡Porque tú eres todo lo que quiero, eres todo lo que necesito! ¡Tú lo eres todo,
todo!
– Lo daría todo por ti, Tom. Daría la vida por ti, mi amor. – confesé cerrando los
ojos fuertemente y sentí cómo me presionaba aún más contra su cuerpo.
– ¡Tú eres todo lo que quiero, eres todo lo que necesito! ¡Tú lo eres todo, todo! –
repetí salteándome un párrafo, debido a que deseaba cantarle ya de ya, esa
pequeña parte de la canción, que expresaba lo que yo sentía por él, con
sinceridad. – ¿Y como puedo permanecer aquí contigo y no ser movido por ti? –
normalicé mi tono de voz, dándole la bienvenida al final. – ¿Me dirías cómo podría
ser algo mejor que esto…?
Le miré los labios al finalizar la canción y el movimiento de su nuez al tragar saliva, me hizo desviarme hacia allí por una milésima de segundo. Tenía una expresión
tan… extraña. No lo sé, era como… el nuevo de un nuevo Tom. Su cara no me
decía nada. Pero… nada de… nada.
Tras su silencio, supe que no le había gustado. Era lo más obvio, ¿no? Cuando le
cantas a una persona, y al terminar, no articula palabra, ni te regala una débil
sonrisa demostrándote que le había encantado, significa que era todo lo contrario.
No le moló la letra. No le produjo absolutamente nada en su interior. Así como le
entró, salió. Eso debía ser.
Cerré los párpados con fuerza y agaché mi cabeza, resignado, roto, lastimado…
su no aporte, estaba hiriéndome de lo más profundo.
Sentí algo deslizarse de mi espalda a mis antebrazos, llegando a mis hombros,
acariciando mi cuello hasta dar con mi barbilla, en la cual ejerció un poco de
presión hacia arriba hasta que mi mirada se fijó en sus ojos. Sus pulgares
continuaron reptando y dieron con mi boca, rozándola en un movimiento de
izquierda a derecha, para luego aproximar su rostro al mío buscando contacto con
ella. Su frente golpeó con la mía involuntariamente tras su búsqueda y le ayudé a
encontrarlos.
– Hummm… – jadeó satisfecho de poder sentirme una vez más. – Maldito… – abrí
los ojos como platos. ¿Qué? ¿Maldito? ¿Maldito, por qué?
– Tom… – murmuré sin apartarme en el intento de buscar una explicación a aquel
adjetivo que me proporcionó luego de haberle cantado con todo el amor del
mundo.
– Eres un maldito… – repitió abriendo más su boca, ensalivando poco más debajo
de mi nariz. – Tienes una voz espléndida. – y me quedé que no caía. ¿Le había
gustado mi voz?
Apresó mi labio superior entre sus dientes y empezó a alejarse, arrastrándole
consigo.
Me soltó.
– ¿T-te ha gustado la… la canción…? – interrogué inseguro, sintiendo cómo mi
corazón tomaba un ritmo frenético dentro de mi caja torácica.
– Me ha encantado, Nene. – y volvió a juntar nuestras bocas. Apreté mi agarre en
su cuero cabelludo, ya que no le había soltado un solo momento, y él hizo lo
mismo en mi rostro, pero para fundirme con el suyo.
&
Pasaron dos meses y aún mi gemelo, continuaba igual. Al finalizar cada día,
cuando estábamos en la cama, a solas, me quedaba más claro que todo era como
decían los médicos: Tom, no volvería a recuperar la vista. Siempre le mandan a
hacer nuevos análisis, pero yo creo que todo eso, es solo para que él, no levante
sospechas. Aún no quiero decirle lo que se estima en realidad, y no pienso
decírselo. No soy yo, quien debe hacerlo; prefiero que lo descubra a lo largo del
tiempo.
– Es que no puedo creerlo. Dos meses fuera de la ciudad, y cuando regreso, te
encuentro así. – dijo Andreas, sin creérselo. Hacía meses que no le veíamos y
ahora que lo mencionaba, me daba por enterado el por qué de su repentina
ausencia.
– Vale. Ni que fueses tú, el que me cuida, joder. – exclamó mi hermano en un tono
de molestia completo. – No me la esperaba, esa es la verdad. Jamás creí que el
imbécil de Schäfer, fuera capaz de llegar tan lejos.
– Ahora compruebas que sí.
– De no haber sido por Eldwin, Saki, Justin y Jonathan, que llegaron a tiempo, creo
que ahora no estaría aquí, sentado en mi sala, sino recostado en un cajón de
madera lustrada, cubierto por tres metros de tierra.
– Hermano, no digas eso. – le regañó Eldwin. ¿Qué? ¿No le he mencionado?
¡Vale! Ahora os dais por enteraos.
– ¿Qué? ¡Es verdad! – contradijo alzando levemente las manos a la altura de su
pecho, desviando la mirada hacia donde había oído la voz de su mejor amigo. –
Me habría encantado poder haber visto todo lo que le hacían al infeliz ese.
– ¿Estuviste inconciente todo el rato? – interrogó su compañero de trabajo y los
ojos de Tom, volvieron a colocarse donde estaba el tipo ese.
¿Qué? Sí, claro que yo estaba presenciando todo aquello, ¿sino cómo os estaría
narrando todo lo que sucedía? ¿Lo que decían? Coño, pensad un poquito antes
de formular preguntas tontas. ¿Por qué no pronunciaba palabra entonces? Porque
aún no le tolero en lo más mínimo a ese que se hacía llamar ‘amigo’ de mi
hermano. Por supuesto que os estoy hablando de Andreas. Su arrogancia me
saca de quicio, sin embargo prefiero guardar silencio, a que abrir la boca y
mandarle a la mierda. Dos meses sin preguntar por Thomas, y luego de un día
para otro, se aparecía como si nada y se enteraba de lo que le ocurrió. ¿Qué clase de amigo haría una cosa semejante? ¿Por qué no se había preocupado por él,
antes, ah? A mi no me viene con necedades. Éste era tan amigo suyo, como yo
príncipe azul.
– No, hombre. Después de molerme a golpes, perdí el conocimiento. Cuando
desperté, estaba entre cuatro paredes blancas y conmigo… – tomó mi mano con
fuerza ya que me tenía agarrado sobre la mesa y le miré con atención. – esta
preciosidad. – finalizó y alcé ambas cejas hasta el cielo. Debía ser una broma.
¿Me acababa de decir preciosidad, delante de este miserable?
El susodicho, le observó sorprendido y luego se fijó en mí. Por inercia, mis ojos se
desviaron hasta donde se encontraba Eldwin, es decir, al lado de mi gemelo, y
nuestras miradas se encontraron una vez más. Éste, la clisó en Andreas y fruncí el
entrecejo.
– ¿No lo sabes? – preguntó de la nada y el aludido achinó los ojos mostrándose
descolocado.
– ¿Saber qué?
– Lo nuestro. – intervino Thomas y creo que se me desalinearon las neuronas.
Ohh Jesús, no me digas que…
– Tom y Bill, están juntos. – adiós mundo cruel. Se me acababa de detener el
pulso y el órgano principal del aparato circulatorio, colapsó en menos de lo que
dura un parpadeo. ¡Pedid ayuda! ¡Bill Kaulitz, se nos va!
No te burles, maldita. ¡Deja de oír todo lo que pienso! ¿Oír todo lo que pienso?
Eso sonó un tanto incoherente, ¿no lo creéis?
Tras una larga conversación con su compañero, llegaron a un punto, en el que
decidieron culminar sus palabras. ¿Qué es lo que había sucedido?
– Nene… – entrelazó nuestros dedos. – Andreas y yo, debemos hablar a solas
sobre asuntos… nuestros; Eldwin y tú, debéis salir unos minutos.
Tragué saliva. ¿Salir con Eldwin?
No, no, no… Cristo, Jesús, Dios… ¿sería mucho invocar a todos los santos? Hm.
Yo creo que sí. No me quedó más remedio que asentir con sosiego y dejé un
casto beso en sus labios.
– Podríais ir afuera. – propuso y miré a su amigo por el rabillo del ojo sin darme la vuelta. Agaché la cabeza con disimulo y enfilé hacia donde había dicho, seguido
de Eldwin.
Bien. Eldwin me seguía los pasos. Estaríamos lejos de todos y eso era cojonudo.
¿Casáis el sarcasmo?
Dios… otra vez me encontraba frente al lobo de la historia, con la diferencia que
este lobo, no era malo, ni siquiera poseía el más mínimo grado de maldad, sino
que, inconcientemente, estaba soplando fuerte la casita que había logrado crear
con mi gemelo, en la cual vivíamos felices; y cada minuto que transcurría junto a
él, hacía volar un ladrillo de mi preciado hogar. Claro que no era adrede, porque él
lo hacía, para ofrecerme el suyo, para que cuando me quedase desamparado, en
la calle, él me daría comida y refugio a cambio de quedarme a su lado por el resto
de mi vida. Si os dijera las veces que ha venido y me ha tirado indirectas como
para que hablemos apartados de Thomas, sin embargo yo no lo hacía, porque
sabía que en cuanto estuviésemos solos, algo indebido, iba a ocurrir; eso indebido
que daría fin a mi relación con mi hermano. ¿Por qué? Porque le sería infiel contra
mi voluntad. Porque a pesar y ser conciente de que estaría mal eso que estaría
haciendo, no dejaría de hacerlo debido a que el deseo, en ciertos casos, es más
fuerte que la razón. O no. No es así, sino que el deseo, se cuela entre las
ramificaciones que posee el cerebro, deslizándose hasta la zona donde se alberga
aquello que muchos denominamos: Razón. ¿Y qué pasa cuando eso acontece?
¡Claro! Un desastre. Yo puedo amar a Tom, más que a mi propia vida; repetirle
una y mil veces que solo le necesito a él, que no deseo sentir a otra persona, que
no sea él mismo, sin embargo, si colocamos al sentimiento del amor (el mismo
que está en nuestro corazón. Órgano fundamental del cuerpo) en un extremo de la
balanza, y al otro lado, el deseo (consecuencia de uno o más sentimientos no
satisfechos, postergados de forma voluntaria o involuntaria), os daréis cuenta, que
todo el peso, se presentaría en este último. ¿Por qué? Hm. La mente humana no
tiene explicaciones para algunas cosas, creo que os he dicho muchas veces, ¿no?
Bien, esta no es la excepción. El deseo no forma parte de nuestro sistema
circulatorio, sin embargo, cuando se instala en nuestra mente, se adueña de todos
nuestros sentidos, cegándonos, dejando que, instintivamente, abramos paso hasta
que llega a nuestras venas, donde comienza a correr a un paso descontrolado y
con ello, nos descontrolamos nosotros mismos. ¿A qué viene todo esto? Quiero
dejaros en claro, que cuando el puto deseo, se apodera de la mente humana,
puede llegar a atrofiarla a tal punto, de obligarle a resignarse ante él, por lo que te
convierte en su esclavo momentáneamente. ¿Y tú qué haces para ahuyentarle?
Nada. No puedes hacer nada. No quieres hacer nada. ¿Por qué? ¿Cuántas veces
he hecho la misma pregunta durante este relato? En fin. Vamos devuelta: ¿Por qué? Pues porque te tiene poseído.
El deseo actúa como una necesidad; si os fijarais en la definición de esta última,
encontraríais que no os estoy mintiendo ni nada de eso. La necesidad, es la
sensación de carencia de algo, sumada al deseo de satisfacerla. ¿No os aclara
ciertos puntos? ¿No os quita dudas? ¡Vale! Que ambas, actúan concurrentemente.
Ambas se necesitan entre sí, para satisfacer las necesidades de los demás.
Me crucé de brazos y recosté mi cuerpo contra la pared, manteniendo la mirada
fija en el suelo, algo perdida, pero por lo menos no estaba mirándole a él. Noté
cómo se acercaba a mí a paso lento y mi corazón bombeó con fuerza. Maldita
sea, ¿y ahora qué?
– ¿Qué es lo que sucede? – cuestionó colocándose delante mío. Negué con la
cabeza. Sé que pareceré algo frío, pero no podía hablarle. Hacía semanas que
venía evitándole lo más que me era posible, no nos quedábamos a solas, siempre
estaba Tom de por medio, y yo encantado le dejaba allí, pero esta vez no me
quedó de otra; mi propia pareja me había dicho que debía dejarle a solas con su
compañero, por lo que Eldwin y yo, nos fuimos a la parte trasera de la casa. – No
puedes decirme nada, sé que algo pasa. Casi ni me diriges la palabra, me ignoras,
– mierda, se había dado cuenta. – y ahora ni me miras. ¿Qué es esto, Bill?
– Créeme que es mejor así, Eldwin. Deja que las cosas sigan como están; nadie
sale lastimado y mantenemos distancia. – contesté aún sin atreverme a cruzar mi
visión con la suya.
– ¿Mejor así? ¿Nadie sale lastimado? ¿Pero qué mierda estás diciéndome? –
atacó acercándose un poco más a mi figura, sin llegar a tocarme. – Por si no te
diste cuenta, el que está siendo lastimado con todo esto, soy yo. – cerré los ojos
fuertemente. Lo último que quería, era hacerle daño, ¿pero cómo evitarlo si sus
sentimientos hacia mi, no eran correspondidos? – Sé que soy un pesado, un
masoca que no hace más que taladrarse la cabeza día y noche, pensando en eso
que contigo jamás llegaría a pasar, pero créeme que no puedo eludir esos
pensamientos. Te quiero… no soy capaz de negar un sentimiento tan fuerte como
el que siento por ti. – acortó la distancia entre nosotros y me levantó el rostro por
el mentón consiguiendo que por fin, le mirase a los ojos. – ¿Me perdonas,
Muñeco?
Muñeco… ese apodo otra vez…
Fruncí el ceño extrañado. ¿Que le perdone qué? ¿Por qué me pide perdón? En todo caso, el que debería disculparse, soy yo, por no sentir lo mismo que él siente
por mi.
– ¿Qué? – interrogué sin comprender una sola sílaba.
– Perdóname… quiero que me perdones por ser como soy, por insistirte, por
decirte lo que siento cuando sé que tú, no sientes nada.
– Eldwin… – suspiré su nombre con una expresión en mi cara de obvia culpa.
Claro, me sentía culpable por lo que estaba ocurriéndole. Tal vez si yo no hubiese
permitido aquel beso que me dio en su casa, esto que él siente, no se habría
propagado por su cuerpo con semejante intensidad. – No es tu culpa. Perdóname
a mi, por no sentir lo mismo, pero… no puedo. Es decir… amo a Thomas,
¿entiendes eso? No quiero lastimarte, yo… yo también te quiero, – sus ojos
brillaron por una fracción de segundo. – pero como un amigo. Como ese amigo
que estuvo con nosotros en las buenas y en las malas, que nos apoyó y aceptó a
pesar de todo. Que no se movió de nuestro lado cuando más le necesitábamos.
Por favor… no quieras cambiar las cosas.
Silencio.
Mis pupilas, se movilizaron de derecha a izquierda, buscando eludir lo
incomodidad de la situación mientras él, mantenía su cabeza gacha una vez que
apoyó ambas manos sobre la pared en la que me encontraba descansando mi
figura.
Me tenía acorralado.
Volvió a mirarme. Mi cabeza dio contra lo que tenía a mis espaldas ante la
sorpresa.
– Hace semanas, dijiste que querías saber cómo pagarme todo lo que he hecho
por vosotros, ¿cierto? – entrecerré los ojos. No podía ser que justo ahora, se le
viniese semejante cosa a la mente. Vale, era verdad, pero no para que se lo tome
tan a pecho.
– S-si… – contesté y se pasó la lengua por los labios. ¿Qué mierda…?
– Ya sé cómo puedes pagármelo, Muñeco.
Me voy… me voy… ¡que me voy y nadie me ayuda a volver! ¿Estaba hablando en
serio? ¿Qué es lo que me pediría? No podía ser que se lo haya tomado tan
seriamente. No… no podía…
– ¿A… a qué te refieres…?
– No te asustes, Muñeco. No te pediré nada de otro mundo. – ¿con eso pretendía
tranquilizarme?
– ¿Qué es lo que quieres? – y claro, comenzaba a chalarme de lo más lindo. ¡El tío
éste, me estaba tocando los huevos! Sus idas y venidas, me tenían a no ver. – No
pretenderás que…
– Un beso. – me cortó mirando mis ojos, saltando de uno a otro alternativamente. –
Solo un beso. No puedes negármelo, será el… el último, lo prometo. – una gota de
sudor, descendió por mi cien perdiéndose en mi oído, que de haber estado en
pleno verano, juraría, era sudor de la propia temperatura de la estación. No era
eso. Hasta esa suerte tenía. Hacía un par de semanas, habíamos entrado en
Otoño. Sudaba de lo miedica que me había puesto. Tras echarme menuda
miradita que ensombreció mi retina, obviamente, estaba que me salía del cague,
joder. ¡Jajajajajajajaja! ¡Una vez más, el mismo tío me cortaba por segunda vez la
cresta de gallito! ¿A que no?
– ¿Q-qué dices? ¿Un… un beso?
– Sí. Es todo. El último beso; el último roce de labios, el último contacto entre
nuestros rostros… ¿Qué dices? ¿Me lo negarás?
– N-no… o bueno…
– Por favor, solo eso quiero, no me lo niegues, te lo suplico.
– Pero Eldwin, yo…
– ¿Bill?
– Eldwin…
– Muñeco… – retomó aquel apodo, rozando nuestras narices cuando se hubo
aproximado más a mi rostro.
Dios… ya no me llames de esa forma…
¿A éste le entraba por una oreja y le salía por la otra, lo que le decía? ¿No fui
claro con mis palabras? ¿No intenté decirle del modo menos doloroso, que no le
quiero de la manera que él, me quiere a mi? ¡¿Acaso hablo en chino?!
– Eldwin… no lo hagas, por favor… – pedí para luego tragar grueso cuando
nuestras respiraciones se chocaron.
– Solo uno… uno más. El último. No pido más que un beso, es todo. – dijo
posando sus manos a ambos lados de mi rostro, pasando su pulgar derecho por
mis labios, sin apartar la vista de ellos. – No me niegues un beso, por Dios… Solo
uno; no tienes una idea de cuánto te deseo, Muñeco.
Continúa…
Gracias por la visita.