II P. Obsesión 12

Fic TOLL de Leonela (Temporada II)

Capítulo 12

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=d91WDAVNEiI ]

Dentro de cuatro paredes otra vez. Dentro de cuatro paredes junto al ser que más amo sobre la Tierra. Dentro de un cuarto donde no hacemos más que amarnos desenfrenadamente, importándonos poco o nada, el hecho de que alguien entre y nos encuentre en pleno acto de amor. A él, no le importa, ¿por qué sí iba a importarme a mí?

Al parecer, toda esa pasión que mi gemelo había estado aguantándose durante

todo ese tiempo en el que no intimamos, ahora que le había puesto en libertad, se

mostraba cuan un perro en celo. Uno que… hubo estado miles de años en

abstinencia y, a pesar de no poder ver, le liberaba cada vez con mayor fuerza y

rudeza. Le acababa de dejar vía libre para hacerme lo que él, quisiese pese a su

estado, pese a todo aquel tiempo que no pudo tenerme como él, estaba realmente

acostumbrado y no dejó pasar ni un solo segundo, ya que comenzó a poseerme

de mil maneras cuando volvimos al cuarto.

Una pregunta muy frecuente y repetitiva en mis relatos es: ¿Tiene algún límite?

Porque cada vez que empieza, no desea parar. ¿Acaso no se cansa? ¿No se

siente agotado? ¿No necesita una pausa? No hablo de las veces que hemos

hecho el amor, porque en esos casos, sí, se toma su tiempo entre vez y vez; sino

de ahora, de esto que estamos haciendo. Las veces que follamos como dos

animales salvajes que luchan por adueñarse del territorio del contrario. Por

obviedad, el ganador, siempre lleva el mismo nombre. ¿Por qué será? Pues

porque es la misma y única persona que posee la fuerza bruta de un gigante.

Aquella fuerza que, al salir al aire libre, el planeta entero, podría temblar. No os

miento. Cuando Tom, deja al descubierto su fuerza interior, no hay huracán que se

le compare. Él, deja a todos por los suelos.

– Me correré, Nene. Me correré ya de ya. – jadeó moviéndose más rápido y sentí

su bello púbico, restregarse contra mis testículos.

– En mí… hazlo en mí, Tom… – contesté con la respiración irregular y apretó el

agarre que tenía a cada lado de mis caderas, para unir nuestros cuerpos al

máximo de lo limitado – Márcame como tuyo, Tom. Márcame como de tu

propiedad.

– Eres mío. Soy tu dueño por naturaleza, no necesito marcarte, aunque… me

encante hacerlo.

– Mmmm… – y de un momento a otro, explotó en mi interior, provocando que la

sensación de su esencia caliente llenando mi intimidad, me hiciera gemir de

morbo.

– Sí, sí… mierda, sí… – y se dejó caer sobre mi figura. Aún seguía amándome.

Luego de follar a rienda suelta, él, seguía amándome; no había cambiado de

parecer y eso, me hacía sentir pletórico de alegre.

By Tom

– Ohh Tom… – gimió cuando le embestí con brusquedad. – Así… más, más

fuerte… – maldito… maldito… es un maldito. Siempre quiere más, siempre; no hay

forma de hacerle cambiar. Es todo un príncipe consentido que no se conforma con

tan solo un poco, él siempre querrá más. Aunque no le quede oxígeno para

continuar pidiendo, aunque se vea en las últimas, con el corazón a mil

amenazando con colapsar, él, jamás dejará de pedir. Jamás se conformará con lo

que le estés dando; y eso es de puta madre, ¿sabéis? ¿Por qué? ¡¿Por qué

mierda iba a ser?! ¡Porque así es como me gusta que sea! Así… tan vicioso y

plebeyo sin estribos. Tan… pero tan Bill.

¿Cuál es la razón por la cual todo esto comenzó? Deseo.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=eZ9xadD2h48 ]

Deseo de poseerle hasta no ver. Deseo de sentirme dentro suyo, de hacerle gritar

como a una puta perra, como se lo he hecho a cada una de las tías con las que

me he acostado. Deseo de clavarle mi polla hasta lo más profundo y saber que

está gustándole; que le encanta todo lo que le hago. Maldito deseo que no puedo

quitar de mi agilipollada cabeza. Es algo… que le veo y no le puedo evitar. De

acuerdo. Hace meses que no le veo; ni a él, ni a nada y eso es una mierda, pero

por lo menos sé que le tengo conmigo y no me ha dejado. Eso me hace saber que

está completamente pillado por mi, lo que dice que seguirá mis reglas al pie de la

letra. Maldita sea, no hay nada mejor que tenerle a mis pies. Yo le deseo, él me

desea a mí. ¡Una locura! ¡Eso es lo que es! ¡Una puta locura que solo él, puede

remediar! Por eso lo odio. Por eso hay veces que siento que no podré continuar

así. Por eso es que… ¿he cambiado? ¿Thomas Kaulitz, cambió? ¿Cuándo? ¿Por

él?

– Joder… haz eso de nuevo. – ordené cuando noté cómo contraía los músculos de

su ano logrando que se encogiese alrededor de mi masculinidad como antes de

dilatarse.

– Tom… – me vuelve loco. Me vuelve completamente desquiciado el hecho de oírle

gemir mi nombre.

– Se siente grande, ¿verdad, Nene?

– Te sientes… te sientes enorme. – susurró casi inaudible contra mis labios y se

los apresé una vez más con los míos sin dejar de moverme en lo más mínimo. ¡Lo

que daría por ver esa cara de morbo total que me pone cada vez que le peto!

¡Es… es…! Es divinidad de dioses. Creo que en mi cabeza, llevo una fotografía

hecha de su rostro contraído por el placer las veces anteriores que le he hecho

esto. Esas veces que jamás olvidaré. Las primeras veces. Las segundas, las

terceras, cuartas ¡y todas las que vendrán!

Por Lucifer, que necesito volver a verle.

– Hmmm… si… – gemí ronco contra su boca abriendo la mía en todo lo que cabía

para poder atraparle con más insistencia, obstruyendo el paso de oxígeno por su

garganta pese a mis constantes movimientos.

– Me… me voy… Me voy, Tom… – no podía ser que tuviese tan poco aguante,

joder. ¡Que no hacía más de unos minutos que estábamos así! ¡¿Ya iba a

correrse?!

– No, preciosidad. Tú, te aguantas. – e hice serpentear mi mano derecha por entre medio de nuestros sudorosos cuerpos, hasta localizar su polla, donde presioné mi

dedo pulgar en la punta para evitar que terminara y obedeciese mis órdenes. Le

propiné un duro empujón, con el cual llegué tan profundo, que de no haberle

tenido cogido de los labios previamente, seguro habría gritado a más no poder.

En momentos como éstos, es cuando mi mente se pone totalmente en blanco; lo

único que soy capaz de transmitir a ella, es lo que veo, y como no puedo ver una

mierda, no me queda de otra, más que recordar. Recordar todas aquellas veces

en las que vi su perfecta carita deformarse a cada estocada bestial que le

proporcionaba tras oírle pedir por más. No lo sé… la oscuridad no es tan mala,

después de todo. A decir verdad, me siento un tanto… ¿cómo decirle? A gusto

con ella; como que ambos somos fríos y nos encanta la tranquilidad. ¿Quién está

en la oscuridad? ¿Quién vive en un vacío sin fin? ¿Quién se atreve a permanecer

inmóvil en un sitio plagado por la soledad? ¿Quién tiene los huevos de transcurrir

su vida en un lugar reinado por el frío que te atormenta día y noche, o… en este

caso, oscuridad y noche (pese a que no puedes ver) acompañado de una brisa

perturbadora, de nada? La oscuridad y yo, preferimos la soledad a que estar

rodeados de miles de millones de seres sin cerebro aparente, cuyo único objetivo,

es buscar el por qué, de la llegada del hombre a la Luna. O, ¿cómo es que surgió

el primer hombre sobre la Tierra? Si os ponéis a fijar, está la teoría científica

donde todo es a través de monos y simios que, (según ellos) con el transcurso del

tiempo, su generación, fue evolucionando hasta dar con la que somos hoy día.

¿Quién? El… ¿cómo se llamaba…? El… el… Homo Sapiens. ¿A poco no? ¿Que

os estoy tomando el pelo? Claro que yo hago esa clase de cosas, pero no a la

hora de explicaros una determinada situación. Me volvéis a interrumpir y os juro

por mi hombría, ¡que os mando a la mierda! Ya. ¿No me hacíais de esta manera?

¿Con esta personalidad? Lamento deciros que éste es el auténtico Thomas

Kaulitz. ¿Si tengo sentimientos? ¿Queréis que os responda esa conmemorable

pregunta?

– Ohhh… joder… que no dejes de hacer eso… – hasta éste, me tenía que

interrumpir. Ok. Que me he ido de tema y no os terminé de explicar nada,

¿verdad? Bien. ¿Homo Sapiens? ¿Qué más os iba a decir? ¡Oh, claro! Al otro

extremo, se encuentra la suposición cristiana. Por supuesto: Cristianismo. ¿De

qué nos hablan esos creyentes, ah? ¿En qué nace y muere toda aquella

duda/situación/problema o lo que fuere, dentro del círculo del Cristianismo?

Exacto. En Dios. ¿Dios? ¿De qué Dios me habla todo ese gentío? Como sea. Allí

nos encontramos con que él, fue el que creó al primer hombre y luego éste, se

ocupó de hacer a la mujer, ¿o no? No lo sé, por eso os pregunto; algo de eso, he

escuchado por ahí. En fin. ¿Cómo es que llegué a explayarme de tan estúpida

forma? La mente humana tiene más de mil ramificaciones, ¿lo habéis oído alguna vez?

Otro de los objetivos a llegar de cada ser que nace, uno muy común y el más

empleado, es: El sexo. ¿Quién no le quiere? ¿Quién no desea follar a toda hora?

¿A qué hombre, no se le cruza por la cabeza, el ligarse una tía? ¿O… qué tía, no

desea sentirse llena de la polla de un chaval? También está aquella opción que

suele ser escogida por cierta clase de personas. ¿Cuál? Os hablo de la

homosexualidad. No me detendré a dar muchos detalles de ella, porque no tengo

mucho qué decir; yo no me considero homosexual tan solo por acostarme con mi

hermano gemelo. No. ¿Por qué no, si es un tío? ¡Que os den! ¡No tengo pensado

contestar a esa pregunta!

¿Cómo es que se llega a esa clase de finalidad? Atravesando metas. Metas que

jamás podrás evadir. Jamás podrás pasar por alto. ¿Por qué? Porque con ellas, se

sufre. Con ellas te pruebas tú mismo; son ellas, las que te convierten en el vulgar

parásito que serás el resto de tu vida, si es que algo te falla. Con y por ellas, a

veces, eres capaz de caer al vacío. A la oscuridad. A esa oscuridad; y una vez que

caigas, ya nadie podrá levantarte. Esa es la clase de vida a la que yo llamo

placentera. Sin una sola preocupación por la cual desgarrarte el alma para que no

se lleve a cabo o la misma que debas ver, para poder evitarle. Construir una pared

de piedra para que no le atraviesen y lleguen a eso que tú, no deseas que salga a

la luz. Es por eso, que a mi ceguera, le veo el lado positivo aunque no crea en

ninguno de los dos. Ni en el positivo ni en el negativo, sin embargo, es una

manera de explicaros las cosas, sin llegar a que os mareéis. Vale. Con esto no

quiero decir que quiera continuar viviendo de este modo por el resto de mis días.

No. ¡Antes, me vuelvo monje!

Monje, qué ironía… Y de nuevo, caemos en el círculo de la religión y toda esa

mierda. Compararme con uno, sería como comparar a Dios, con el Diablo. Son

polos opuestos, ¿verdad? A mi me ocurre lo mismo con cualquiera de esos que se

hacen llamar monjes, curas, o lo que cojones sea; sin embargo, hay una gran

diferencia, una muy grande, un detalle que os debo resaltar. ¿Cuál es? Que, en mi

comparación, el Monje, tomaría el lugar de Dios; le suplantaría, por así decirle,

entonces yo, estaría haciendo lo mismo con el Diablo, ¿no? Estáis muy

equivocaos. Ufff… lejos. ¿Por qué? Porque yo no le suplanto ni tomo el lugar. Yo

soy el mismísimo Diablo en persona.

– Te amo, Tom… – gimió rodeando mi cuello con sus brazos, apegándome más a

su cuerpo.

Única persona que se había animado a decirme un ‘te amo’, sabiendo y aceptando mucho antes, que no sería correspondido. El primer te amo, me lo dijo él. Nadie

nunca, me hubo dicho algo así. Jamás. Ni siquiera las tías con las que me he

acostado; ellas sabían de sobra que pronunciar esas palabras frente a mi, era

como hablarle a una pared. Nunca les escuchaba; sin embargo Bill, no. Él me lo

dijo en el peor momento, sin pensarlo, pero porque realmente lo sentía. ¿Y cuál

debía ser mi respuesta a eso?

– Jesús… – volvió a gemir. Ni aunque invoques a todos los dioses de la historia, te

alejarás de mi, Nene. Tienes Dueño. Tienes Amo. Tienes Propietario. ¿Algo más?

Yo soy aquel; yo soy a quien debes dedicar tu vida. Yo soy el único que te tocará y

que siempre debió tocarte; y el que no esté de acuerdo con ello, el que se oponga

o quiera cambiar las reglas, le invito a decírmelo en la cara. A solas. Frente a

frente. Que venga y enumere sus propias pautas delante de mi, entonces

conocerá el por qué de mi comparación con el Diablo.

Vosotros debéis odiarme, ¿cierto? Debéis aborrecerme por ser quien y cómo soy.

Por todo lo que le he hecho pasar a mi hermano; por las guarrerías y atrocidades

que le hice. ¡Nos os culpo! Os felicito por tenerme en una posición tan alta a la

hora de crear la lista de demonios. Mi cambio repentino, os debió haber

descolocado, ¿estoy en lo correcto? Hm. ¡Está bien! ¡Está bien! ¡¿Pero alguien

sabe el por qué de ese ‘cambio’?! ¡No! ¡No lo sabéis! ¡Así que, cerrad la boca que

aquí el único que tiene derecho a hablar, soy yo! Joder. ¿Por qué lo hice y ahora

soy así? Pues porque…

– ¡Ahh! – no pude contenerme y estallé.

– Cielos, Tom… – gimió mientras le llenaba con mi semen, sintiendo cómo parte de

él, caía en la cama, empapando las sábanas y el suyo, se escurría entre mis

dedos. Caliente. Puro. Concluyendo que aquello, era tan guarro como él. –

Hummm… – colocó ambas manos a los lados de mi rostro y, sorpresivamente,

unió nuestras bocas, besándome con ahínco, tesón y vehemencia, abriendo los

labios al mismo tiempo en que elevaba un poco la cabeza para calzarles mejor.

– Eres asombroso… – jadeé rendido, desplomándome sobre su delicada y frágil

figura. Nuestros sudorosos pechos, se aunaron, provocando que, mientras el mío

subía, el suyo bajase como si realmente mantuviesen un compás.

Nene… eres la perfección hecha hombre. Todo de tu cuerpo me atrapa cada vez que estamos juntos. Maldito. Maldito. Maldito seas, Bill.

&

– Ummm… – oí gruñir a mi lado; luego un sonoro suspiro y el colchón se hundió.

Abrí los ojos, en vano, porque era como si continuase con ellos, cerrados y giré mi

rostro, quedando con la mejilla derecha sobre la almohada. Tanteé el colchón y a

unos centímetros, noté cómo mi mano, rozó con algo.

– Nene… ¿dónde vas? – cuestioné escurriendo dicha mano, hasta rodearle la

desnuda cintura y, de un solo tirón, le recosté otra vez.

– Mmmm… Tom, ya debo irme. – contestó removiéndose levemente. – Vamos, mi

amor. Aún debo ducharme.

– ¿Adónde vas?

– ¿Qué? ¿No lo recuerdas? Iré a por tus análisis; te lo recordé ayer en la mañana.

– Ohhh… esas mierdas. – agregué haciendo un gesto con mis labios. – ¿Es

necesario que vayas hoy? – me di la vuelta y comencé a besar la piel de su

espalda, pasando mi lengua descendiendo lo más que aquella posición no muy

cómoda, me permitió.

– Sabes que debo hacerlo. Además… – suspiró posando su mano sobre la mía que

estaba rodeándole. – yo, quiero saber cómo va todo, Thomas.

– Vale, vale. – respondí soltándole. – Ve a por los papeles esos que no hacen más

que decirnos cosas que ya sabemos.

– No te cabrees, Tom… – musitó girando su cuerpo y sentí su respiración chocar

contra mi rostro. – Trataré de no demorarme, ¿si?

Alcé una ceja.

– Cuando regreses…

– Cuando regrese, me harás tuyo las veces que se te de la gana. – murmuró

contra mi boca y, acto seguido, las fundió con desesperación.

No podía besarme así. No podía hacerme esto. ¡Sabe que me pone más de la

cuenta el que me bese de ese modo!

– Hmmm… ni mierda. No irás. Te haré mío en este mismo instante. – bajé por su

cuello, y automáticamente, llevé ambas manos a su precioso culo empezando a

manosearle con descaro, sin pudor.

– Haa… Tom, no… – jadeó apretando mis trenzas con saña, logrando que hiciera

una leve presión hacia delante con el fin de no echar la cabeza hacia atrás pese a

menudo jalón de pelo. Y como era de esperármelo, me hizo coscar. Le apreté las nalgas fuertemente, lo que provocó que gritase de puro morbo. Porque le gusta

que le trate como una perra, le gusta que le trate como a una puta; como esas

putas baratas que se dejan hacer las peores guarradas para que el cliente, no se

les vaya. Él, era igual; el calco de una de ellas, con la diferencia que delante,

venía con paquete incluido. – Por favor, Tom, no hummm… – no pudo. No permití

que continuase rogándome en vano que me detuviese, porque no lo haría.

Tiré más de su cuerpo, hasta que por fin, quedó encima de mí. Gimió agudamente

cuando nuestros sexos se frotaron con brusquedad, y percibí su intento de

alejarse de mi rostro. No… no, chiquito, tú no harás eso. Le mordí el labio inferior

atrayéndole devuelta y apoyó ambas manos a los lados de mi cabeza, sobre la

almohada. Yo deslicé una de las mías, de su hermoso culito a uno de sus muslos

mientras que la otra, la coloqué en su espalda, obligándole a recostarse sobre mi

torso desnudo.

Le alejé de un solo movimiento y quedó erguido sobre mi regazo.

– Móntame. – dije en todo firme y demandante.

– Pero Tom, debo…

– Sin peros, preciosidad. – sonreí con malicia. – Cabálgame como tanto te gusta.

¿Quién eres, ah? ¿Quién eres, Nene? – bajé hasta acariciar sus piernas de arriba

abajo. – ¿Quién eres, Bill?

– ¿T-tu… tu perra…? – contestó no muy convencido. ¿Cómo era eso que no

estaba seguro?

– No te oigo, Nene. ¿Quién eres?

– Tu perra. – respiró profundo. Sabía que no le gustaba que le llamase de esa

forma, pero… ¿cuándo fue la última vez que le llamé así? Que se aguante. No

puede negar lo que es. Se comporta como tal, ¿cómo quiere que yo responda?

– Eso es… eso es… Así me gusta. Bien seguro de cada una de las palabras que

me dices.

Sus manos se arrastraron de mis pectorales a mi vientre, cerca de donde se

encontraba su pene ya más que erecto sobre mí. ¿Cómo es que lo sabía si no

podía ver? Porque se rozaba contra mi piel. Estaba duro y mojado; eso no podía

ser otra cosa más que su polla. Hice un gesto con los labios y para mi sorpresa,

un fuerte pinchazo en mi sien, provocó que cerrase y abriese los ojos repetidas

veces. Mierda, ¿y ahora qué?

Un destello blanco se hizo presente delante de mis pupilas y fruncí el entrecejo,

¿era cierto? Cerré los párpados una vez más y volví a abrirlos, con lentitud, sin

embargo todo volvió a oscurecerse.

Bien. Ahora sí que me podía poner contento, todo parecía estar volviendo, ¿no?

– ¿Tom? – preguntó con la voz ronca. – Tom, ¿estás bien? – ¿me habrá visto

hacer lo que hice?

– Sí, Nene, ¿por qué?

– Hiciste una mueca con el rostro, pensé que… estaba haciendo algo mal.

– Oh no, Nene; tú, siempre haces todo bien. – respondí sonriendo con diablura. De

pronto, un fugaz recuerdo de la idea que me había planteado antes, se coló en mi

mente. – Dime algo… – masajeé la piel de sus costados, elevándome hasta dar

con sus costillas; subiendo y bajando una y otra vez. – ¿Aún piensas hacerte el

tatuaje?

Se mantuvo en silencio unos instantes. ¿Qué es lo que debía pensar? La

respuesta era sí o no.

– Me gustaría hacerlo…

– He dicho que no quiero que te lo hagas. No quiero que te marques la piel.

– No quieres que alguien, me vea de la forma en que lo haces tú. – me cortó y

sentí cómo rió por lo bajo. El hijo de puta, tenía razón. Nadie que no sea yo, tiene

derecho a verle desnudo. Nadie que no sea yo, debe mirarle. A nadie que no sea

a mí, debe gustarle.

– Es cierto. – contesté deslizando mis manos a sus muslos de nuevo. – Nadie

puede mirarte, Nene, por eso no te lo harás. – rocé su entrada con mi dedo índice

comenzando a crear círculos a su alrededor. – ¿Entendiste?

– Mmmm… sí, Tom… he entendido. – respondió con ese tono de morbosidad

incontrolable en su tono de voz, y se restregó tenuemente contra mi dedo.

– Sigue con lo tuyo. – ordené apartando la mano de allí y se detuvo.

Tomó mi masculinidad con una de las suyas, la acarició desde la base hasta la

punta y comenzó a guiarla hasta su agujero. El glande, tocó aquella zona, pero

con otro fuerte y ágil tirón de sus caderas, logré impedirlo todo.

– ¿Qué haces? – preguntó con tono de no entender una puta mierda.

– He cambiado de planes, Nene. – me relamí los labios mirando hacia el frente, que supuse, era su abdomen. – Quiero que me la chupes. – le oí gemir por lo bajo.

Gemir de lo marrano que era. Le encantaba mamármela con descaro, lamiendo la

punta, degustándola en su cavidad cada vez que entraba y salía.

Bill, era un guarro. Sucio y pervertido; y eso… era lo que más me gustaba de él.

.

By Bill

Abrí los ojos con pesadez y me encontré con unos párpados serenamente

cerrados. Los de mi hermano, por obviedad, ¿no? Intenté moverme y no pude.

¿Qué carajo? Quité la mano de abajo de la almohada y tanteé el costado de mi

cintura; genial. Thomas, me tenía bien agarrado, tanto, que me las vería en

figurita, el poder levantarme sin despertarle. Suspiré resignado y recordé que,

anteriormente, me había vuelto a llamar como hacía ya mucho, no lo hacía.

– Sin peros, preciosidad. – sonrió de lado. – Cabálgame como tanto te gusta.

¿Quién eres, ah? ¿Quién eres, Nene? – acarició mis piernas de arriba abajo. –

¿Quién eres, Bill?

– ¿T-tu… tu perra…? – contesté con el corazón a mil por hora. ¿Volvería a

clasificarme de ese modo? ¿Volvería a llamarme perra? ¿Por qué? Tantos meses

sin hacerlo; tantos meses de paz y tranquilidad, sabiendo que mi hermano, ya no

me trataba como una puta, ¿y ahora me hacía esto?

– No te oigo, Nene. ¿Quién eres?

– Tu perra. – respondí con firmeza. No me quedaba de otra, más que aceptar lo

que estaba viviendo. Estábamos follando desde hacía ya, más de tres horas; que

me llamase perra, no cambiaba nada; podría decirse que… era una forma de

avivar la llama incandescente que se había instalado en mi interior.

Volteé mi rostro hacia el otro lado y miré el reloj despertador como lo hacía cada

vez que abría los ojos. 2:17pm, marcaba. Hundí mi rostro en la almohada, por

inercia. Y suspiré contra la tela. 2:17pm… ¿2:17pm? ¡Me cago en la puta! ¡Debo ir

a retirar los análisis de Tom! Alcé la vista en un segundo y, como si todo estuviese

fríamente calculado, mi gemelo se dio la vuelta en el colchón, por lo que quedó

mirando hacia la pared, dándome la oportunidad de sentirme libertado.

El sueño aún no quería dejarme, sin embargo debía levantar mi culo de aquella

cama, así que lo hice. Me puse en pie y enfilé directamente hacia el cuarto de

baño, donde me duché tal y como lo había hecho el día anterior, dejando que el

agua me abrazase con su abrigada temperatura en una mañana tan fría; me

sequé y salí. Entré a mi habitación comprobando que Tom, aún continuaba

dormido y tomé lo que pude de mi ropa, revolviendo entre los cajones, sin hacer el

más mínimo de los ruidos, en busca de mi chalina blanca. Con la ropa negra que

me había puesto, el color blanco, resaltaría mi cuello, ¿verdad? Cuando le hallé,

me la coloqué alrededor del nombrado cuello y fui a maquillarme para luego,

finalmente, abandonar la casa.

Cerré la puerta tras de mí y miré en dirección al vehículo, al cual no tardé ni dos

minutos en acercármele, quitarle la alarma, ingresar y encender el motor.

¿Jamás había gente por estas calles? Todo estaba tan solitario como un jodido

cementerio en pleno invierno. Estábamos en invierno, pero mi barrio, no era un

cementerio exactamente, aunque sí, alguna que otra vez, podrías toparte con un

cadáver abandonado en medio del asfalto. Últimamente, había transcurrido ya

mucho tiempo desde la última vez que se vio algo como eso, ya que (como he

aclarado desde un comienzo) Tom, es el líder de la pandilla más peligrosa del

lugar, y, debido a su estado actual, no puso hacer más que quedarse conmigo,

aunque hemos salido en el vehículo, sin embargo no era lo mismo. Él, no podía

ordenar nada, siendo que estando como estaba, sus colegas, le protegían de los

demás. A pesar de tener enemigos, casi nadie se enteró de su ceguera; ni siquiera el mismo Schäfer, o al menos eso es lo que pienso, porque hasta el momento, no le he vuelto a ver.

&

Al pararme frente al edificio, no pude evitar recordar lo que hacía un par de meses,

había ocurrido aquí con mi hermano. El hecho de casi perderle; de estar a punto

de irme con él, sino sobrevivía.

– Buenas tardes, – saludé a la mujer que estaba del otro lado de la ventanilla de la

entrada. – soy Bill Kaulitz. El doctor Jack Wulff, me dijo que tendría listos unos

análisis que le hizo a mi hermano, para éste día. ¿Se encuentra aquí?

– A ver, joven, déjeme ver un momento en la computadora si aparece su nombre. –

¿mi nombre debía aparecer allí? ¿Para qué, si solo es un análisis? Recuerdo

haber dejado todo a mi nombre, pero no me parecía algo tan delicado como para

que esté registrado en una computadora.

– ¿Por qué?

– Porque, no sé si estaba enterado, pero los análisis, no los tiene el doctor; cada persona que viene a retirarlos, debe cogerlos en una determinada oficina. – qué

extraño el método que adoptaba este hospital. Bleh. Ya qué.

– De acuerdo.

La mujer de no más de unos 40 años, comenzó a teclear las letras de mi nombre

mirando con atención, la pantalla. Desvié la visión hacia las butacas cerca de los

pasillos que estaban a unos pasos de mí y fruncí el entrecejo al ver una pequeña

cabellera rubia. No podía ser ella… No. No podía ser que…

– Disculpe, joven, pero su nombre, no aparece en la lista. – me volteé de inmediato

fijando mis ojos en los de aquella mujer de nuevo, con una cierta expresión

descolocada y no pronuncié palabra alguna. – ¿Joven?

– Sí, sí. ¿Cómo que mi nombre no aparece? – cuestioné al evadir los recuerdos. –

Debe estar allí. Hace dos semanas hice esos análisis, no puede decirme ahora,

que no están. – y me estaba más que cabreando, joder. Entre las imágenes, la

conversación que se me venía a la memoria mil veces, azotando mis sentidos

como el martillo de acero de un viejo despertador que golpeaba en las

campanitas, a la hora de sonar, no era capaz de controlarme. Sin mencionar que

se me hacía tarde para llegar adonde Eldwin.

-Cálmese. ¿Está seguro que utilizó su nombre y no el del paciente? – habló, pero

no le escuché; mi mirada parecía tener vida propia, ya que me obligaba a girar la

cabeza hacia la persona que deseaba ver. – ¿Kaulitz?

– ¿Qué?

– ¿No habrá dado el nombre de su…? – no le dejé continuar.

– Que no, le digo. Usé el mío; yo, soy siempre el que se registra aquí como el

único que puede retirarlos. ¡Yo! William Kau… – entonces me cayó la ficha.

– ¿William? – preguntó ella y revoleé los ojos. ¿Acaso me había anotado con ese

nombre? Dios.

– Sí. Fíjese si se encuentra registrado mi nombre completo, en vez de… como me

llaman todos.

El sonido de las teclas, volvieron a oírse, y, acto seguido, alzó la cabeza.

– Aquí está. Segundo piso, oficina cuatro. Dé su nombre completo – hizo hincapié

en aquella última palabra y alcé una ceja. – y le entregarán los análisis del

paciente Thomas Kaulitz. – ¿debía tomar el ascensor? ¿Subir escaleras por unos putos análisis? Pero si ésto no me lo habían hecho antes. Ay ya.

– Muchas gracias. – respondí con la poca paciencia que me quedaba y me fui a

por… Clarisa. Sí, era ella. Ella, otra vez aquí, ¿por qué?

Caminé a paso apresurado y me senté en la silla que se encontraba a su lado.

Devuelta, estaba solita; con los codos apoyados en sus rodillas y, con sus

manitos, sostenía su cabeza por el mentón. ¿Sus padres no notaban que la nena,

se les iba? Su padre… mejor ni recordarlo, ¿pero y su madre?

Portaba unos pantalones rojos y por lo que pude ver, tenía un pequeño tapadito

polar, color rosado. Llevaba puestas un par de sandalias blancas con abrojo en el

costado. ¿Por qué estaba vestida de esa manera? La primera vez que le vi, vestía

como toda una princesita, a diferencia de ahora, que daba la impresión, que había

salido de su casa a los apurones.

– Chh, chh… – le chisté suavemente con una sonrisa, la misma que se esfumó

instantáneamente cuando giró el rostro. Automáticamente, sus ojitos brillosos, se

conectaron con los míos.

Estaba… estaba llorando…

– Bill… – dijo casi inaudible y se abalanzó a mis brazos, aprehendiéndose a mi

cuerpo con todas sus fuerzas. – Billy… – repitió aquel apodo que cuando le conocí,

decidió adoptar, y sus sollozos se hicieron más intensos. Dios… estaba

matándome…

– Shhh… no llores, pequeña, ¿qué es lo que sucede? – interrogué frotando su

espaldita y no me aguanté. La subí a mi regazo para poder abrazarle mejor.

– Mi papi… – susurró ahogadamente pese a las lágrimas y apretó el agarre de mi

chaqueta. Tragué saliva. ¿Qué fue lo que le hizo ahora, ese maldito infeliz?

– ¿Qué te hizo, pequeña? ¿Te ha hecho más daño? – no pude guardarme

aquellas palabras, que por cierto, eran la puta verdad. Él, le hacía daño, pero ella

no lo sabía.

-No… a mi… snif… a mi, no me ha hecho nada. – articuló entre hipidos. Mi

estómago se contrajo. El niño. Su hermanito. Su padre le había golpeado la vez

que la encontré aquí mismo, por eso es que estaban en este hospital.

– ¿A… a quién, entonces? – pregunté sabiendo de sobra, cuál sería la respuesta.

– A Kay.

Fruncí el ceño. ¿A quién?

– Perdón, cielo… ¿a quién? – se separó se mi pecho limpiándose el agua salada

que se había apoderado del recorrido de sus mejillas.

– A Kay. Es mi… snif… mi hermanito. – y más lágrimas abandonaron sus ojos. –

Mi papi, le ha pegado más fuerte; dicen que estará bien, pero yo oí al señor de

guardapolvo blanco y a mi papi, hablar de que estaba muy lastimado. Que tuvieron

que cambiarle de habitación porque era mejor que esté en… en como, cama, no

me acuerdo… – estalló en un llanto silencioso pero desgarrador internamente,

tirándose a mis brazos de nuevo.

– Coma. – le corregí acariciando sus rizos dorados y le estrujé contra mi cuerpo.

¿Cómo era posible que su hermanito, esté en coma? ¿Tan fuerte le había pegado,

el animal que tiene como padre? ¿Era posible que ese tío, no tuviese corazón?

¡Maltratar a su propio hijo, Jesús! ¡¿En qué mierda se han convertido los padres

de hoy, ah?! ¡¿Por qué demonios siempre es a los niños, a quienes les ocurren las

peores cosas?! ¡Maldita sea! ¡¿Qué clase de Dios, es el que tenemos?! ¡¿No oyes

las súplicas de un niño siendo atizado?! ¡¿No oyes que te piden ayuda?! ¡¿No

escuchas que piden piedad a quien no existe?! ¡No es que no oigas! ¡Sino que

haces oídos sordos porque te importa una mierda, lo que suceda en el exterior!

Me puse en pie con ella en brazos y comencé a caminar hacia los ascensores. La

vez pasada que hube estado ahí, había visto que los cuartos donde tenían a los

pacientes, en coma, estaban en el cuarto piso, por lo que me dirigí hacia allí.

– No quiero que muera, Billy. Snif… no lo dejes morir… – lloriqueó enterrando su

rostro empapado en líquido, en la curva entre mi mentón y hombro. Respiré

profundamente.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=kIuRG31DhWw ]

– No morirá, pequeña. Él, estará bien. – contesté con seguridad, aunque sabía que

eso, no era exactamente lo que sentía en mi interior. No estaba enterado de

cuánto daño le había causado su padre, al niño, y tampoco soy médico, por lo que

no podía sacar conclusiones respecto a su estado, mucho menos, garantizarle a

Clarisa que estaría bien, pensándolo junto con mi mente.

– Billy… – me llamó mientras caminaba. Tenía noción de hacia dónde se

encontraban las habitaciones de los pacientes en coma, ya que Tom, había sido

uno de ellos, entonces ocupó uno también.

– Dime, hermosa.

– Te quiero, ¿sabes? – mi corazón se contrajo abruptamente y mis pulmones se ensancharon tanto, que el oxígeno pasaba cuan automóviles en ruta en pleno

verano donde todos se van de vacaciones. No la conocía. Ella, no me conocía. No

sabía absolutamente nada de lo que escondía segundo tras segundo; ¿qué cosa?

La relación con mi hermano. El padre creaba el… incesto, tanto como nosotros, no

podría juzgarle, sabiendo que ambos dos, colgábamos de una misma soga. Si yo

le hacía caer a él por lo que le hacía a la niña, también caeríamos Thomas y yo,

ya que ejercemos la misma acción. Ojo. Cuando os digo que caeremos todos, no

significa que él, sepa lo nuestro. Ni siquiera le conozco, ¿cómo podría saberlo?

Pero adivinad, qué; irremediablemente, nos veríamos arrastrados juntos a ese ser

despreciable y asqueroso, no por el hecho de que el mundo se enteraría, sino por

nuestras mentes. Nuestra puta y maldita razón. Siempre se mete donde no le

llaman, y cuando le llamas, ¿dónde está? Escondida. Bajo tierra. Tan cubierta bajo

sus propias mantas, que ni en un millón de años, le podrías descubrir. – ¿Tú, me

quieres?

– Por supuesto, preciosa. Te quiero mucho. – y le apretujé aún más contra mi

pecho sin dejar de caminar. Algo en ella, llamaba mi atención. Algo de ella, estaba

despertando una parte en mí, que jamás hubiere creído poseer, ¿pero qué era

exactamente? ¿De qué se trataba aquello que se encendía en mi interior? ¿Acaso

era eso a lo que algunos, le denominan como presentimiento? ¿Por qué justo yo,

era el que debía sentir lástima por los niños? Tal vez… por lo que mi madre, nos

hizo a mi gemelo y a mí. No lo sé; tal vez…

– Es aquí. – susurró y me detuve.

– ¿Dónde?

– Allí. Nos hemos pasado dos cuartos. – contestó estirando su pequeño bracito por

detrás de mi espalda, apuntando hacia el lugar que me había mencionado.

Me volví unos pasos y, sin bajarle, golpeé levemente la puerta de madera hasta

que oímos que nos daban paso.

– ¡Hija! – exclamó una mujer de cabello rubio, que, debido al parecido con la niña,

concluí, que se trataba de su madre. Extendió los brazos hasta que no me quedó

otra, más que liberar el cuerpito de Clarisa viendo cómo se hundía en el de su

madre, quien le abrazó con suma fuerza cerrando los párpados por unos

momentos; cuando volvió a abrirlos, sus pupilas, se encontraron directamente con

las mías, lo cual, por alguna extraña razón, un ligero estremecimiento recorrió

desde mi nuca, a mi espalda baja.

A esa señora, yo, le daba unos… 30 a 35 años. Tenía los ojos verdes, cuerpo delgado y baja estatura; no mucha, pero era más baja que yo. Parpadeé un par de

veces antes de verle separar los labios.

– ¿Dónde habías estado, Clarisa? – cuestionó separándose de la niña,

colocándola frente a su rostro mientras acariciaba sus rizos dorados. – Tu padre,

está desesperado buscándote, mi amor… – agregó y mi estómago se revolvió

instantáneamente, lo que me hizo tragar con esfuerzo para no hacer arcada.

Coño. ¿Era posible tenerle tanto asco a una persona que tan solo había visto una

única vez? ¿A un ser, que yo sabía, que le hacía guarradas a su propia hija?

Sí. Sí, se puede.

– Estuve con Billy… – contó la pequeña y su madre, desvió la mirada hacia mi.

Carraspeé un poco antes de poner mi mano frente a ambos cuerpos con el

objetivo de que ella, hiciese lo mismo y la estrechara; lo cual, ocurrió.

Al segundo en que nuestras manos hicieron el mínimo contacto, la primera

pregunta que se coló en mi cabeza fue: ¿Ella estaba enterada de lo que su

marido, le hacía a su hija o tan sólo le ignoraba porque ambos dos, estaban de

acuerdo? Jesús, si era de la peor manera, entonces ella, se sumaba a mi lista de

personas vomitivas.

– Bill Kaulitz, mucho gusto. – sonreí débilmente sacudiendo con suavidad mi mano,

arrastrando a hacer lo mismo con la suya.

– Ruth Trümper, el gusto es mío. – me devolvió la sonrisa. – ¿Desde cuándo,

conoces a mi hija?

– Hace un par de meses, mi hermano estuvo internado aquí por… problemas, y se

me acercó con su dulce carita, por lo que comenzamos a platicar. – expliqué

ensanchando un poco más el gesto en mis labios, con el propósito de convencer

el estado que trataba de transmitir. – Es una niña muy hermosa y… escurridiza,

¿sabe? – reí. – Aquella vez, también se había escapado. – añadí enredando mi

mano izquierda entre sus bucles, haciéndola reír a ella también.

– Ohh… sí, siempre hace eso.

– Billy, es mi amigo. – comentó Clarisa volviéndose para mirarme.

– ¿Con que tu amigo, ah?

– Síp. – ambas rieron levemente y se abrazaron devuelta.

Aparté mi mano y, por inercia, miré tras ambas figuras, encontrándome con un niño recostado en una cama similar a la que había estado mi gemelo, conectado a

una máquina que también se le parecía a la que había utilizado, y una mascarilla

de oxígeno.

Por una fracción de segundo me pareció haber vuelto dos meses y medio, atrás…

Caminé un par de pasos y le vi. Tan diferente…

Un vendaje rodeando su cabeza, tapando la mayoría de sus trenzas, una

mascarilla de oxígeno cubriendo su boca y nariz, en su brazo derecho tenía

conectado el suero; de un monitor pequeño parecido al que había estado

observando mientras le reanimaban, o el mismo, no estoy seguro, salían un par de

cablecitos que continuaban en conexión con su pecho. Cielos…

– Billy… – me llamó la niña disuadiéndome de mis recuerdos. – ¿Qué te sucede? –

le miré extrañado. ¿Por qué me hacía una pregunta así?

– Sí, pequeña, ¿por qué?

– Estás llorando… – respondió la mujer y abrí los ojos como platos. ¿Era cierto?

Me llevé una mano a la mejilla y… sí. Era verdad. Del acantilado de mis ojos, caía

un camino interminable de lágrimas; ¿y todo por qué? Por haber recordado lo que

con Thomas, habíamos vivido hacía un tiempo. El hecho de ver ese niño allí, en

esas condiciones, hizo que mi corazón se exprimiera de melancolía.

Las limpié de inmediato intentando no arrastrar el maquillaje, negando con la

cabeza y desviando la vista hacia la pared que tenía a mi lado.

– No es nada. No os preocupéis. – dije para calmarles. – ¿Me disculpáis unos

momentos? Necesito hacer un llamado.

Ambas asintieron con la cabeza y salí de la habitación. En cuanto tuve un pie,

fuera, cogí mi teléfono celular de mi bolsillo y miré el reloj… Mierda. Llegaría tarde.

3:36pm. Marcaba. Como soy un jodido responsable cuando de puntualidad se

habla con respecto a mis amigos, al instante, comencé a buscar el número de

Eldwin, en mi lista de contactos. Cuando le encontré, pulsé Llamar, y las

pulsaciones en mi ritmo cardíaco, se aceleraron.

TUUT… TUUT… TUUT…

Atendió.

– ¿Muñeco? – oírle pronunciar aquel sobrenombre a través de la línea, hizo que un cosquilleo incómodo, se arrastrase por mi vientre.

– Sí, soy yo. Eldwin, lo siento mucho, me he retrasado. Aún estoy en el hospital

esperando al doctor para que lea los análisis.

– Ohh… me has hecho asustar, Muñeco. – rió levemente. – No hay problema,

tómate tu tiempo. Te diría que yo, puedo leer los análisis, soy doctor, ¿lo

olvidaste? – me sentí estúpido al recordarlo. Era cierto. – Pero ya le han atendido

allí; siempre es mejor que le vea el médico que está a cargo de su caso. – siempre

tan explícito para decir las cosas…

– Es verdad… bueno. Supongo y quiero creer, que me atenderán en un par de

minutos. Yo, en lo personal, le eché una mirada a los papeles y no se ven tan

complicados de leer, por lo que seguro, lo hará pronto. – ¿por qué mi mano

derecha, debía ser la Mentira? Si ella, era mi mano derecha y con la verdad, no

me llevo, ¿quién era mi izquierda?

– Está bien, Muñeco. No te preocupes, te esperaré el tiempo que sea necesario. –

pestañeé un par de veces tras oír esas palabras. ¿Me esperaría?

¿Pero qué clase de pregunta es la que se acaba de plantear mi mente, ah?

– Nos vemos en un rato, entonces. Hasta luego. – contesté luego de carraspear un

poco y rogué porque colgase sin más; lo cual fue una idiotez, ya que en menos de

cinco segundos, empezó a hablar devuelta.

– Hasta luego, Muñeco. Te quiero. – joderrrrrrrrrrr… que no me digas eso…

– A… adiós… – colgué. ¿Tanta presión era hablarle por móvil?

Sacudí la cabeza y me dirigí al cuarto donde me encontraba anteriormente. Giré la

perilla sin hacer ruido y entré.

En la primera persona que se centraron mis cinco sentidos, fue en Clarisa, quien

me sonrió. Tenía unos ojos muy bonitos; creo que ya he dicho esto, ¿verdad? El

parecido que tenía con su madre, era sorprendente, sin embargo, ciertos rasgos

(no muy pronunciados) se asemejaban con los del imbécil de su padre.

– ¿Has podido comunicarte? – interrogó su madre volviéndose hacia mí.

– Sí. Por suerte, he tenido señal. – respondí suavemente. Por instinto, mi visión, se

desvió hacia el pequeñín que se encontraba postrado en esa maldita cama de

hospital. – ¿Qué… qué le ha pasado a Kay? – agregué acercándome a paso lento

hacia dicha cama, e inclinándome hacia él para verle mejor, haciéndome el que no sabía qué era lo que le había pasado.

Su cabello era ondulado, no mucho, pero lo era; castaño claro y las facciones de

su rostro me recordaban a alguien, ¿pero a quién? No pude saberlo. Su estado,

no me lo permitió; se encontraba realmente dañado, tanto, que el día que salga de

aquí dentro y si le viese caminando por la calle ya totalmente sanado, no le

reconocería.

Tenía un ojo hinchado, los bracitos con menudos moretones y el labio partido.

Dios… me recordaba a mi, cuando Tom…

Continúa…

Gracias por la visita.

Publico y rescato para el fandom TH

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