Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 14
By Tom
Me removí en la cama, gruñendo de camorrero que me despierto siempre en las mañanas, y, por costumbre, estiré un brazo a mi lado, dispuesto a enlazar al ser que se encontraba allí. No pude hacerlo. No había nada. ¿Qué mierda? Abrí los ojos y… un blanco destellante, provocó que les cerrara otra vez. ¿Podía ser cierto? Volví a abrirlos, desesperado, con la mera esperanza de que pudiese ver algo; la más mínima e insignificante cosa, sin embargo no. Nada. Vacío.
Oscuridad. Negro. Hay veces en las que hasta me he preguntado ¿cómo es que
puedo despertar, si al abrir los ojos, continúo como si les tuviese cerrados? En fin.
Me concentré en lo que estaba a punto de hacer antes que ese jodido color nulo,
se adueñase por escasos dos segundos de mi no-visión, y fruncí el ceño
extrañado. ¿Dónde se había metido Bill?
– Nene… – llamé con la voz sumamente ronca, tanto, que hasta se me agrandó el
ego al notar cuán macho de polla bien parada, se me oyó. No obtuve respuesta
alguna. – ¿Nene? – repetí sentándome en el colchón sintiendo cómo mis ojos
pesaban horriblemente. Mierda. Sí que la había pasado de puta madre follándome
a mi hermano; de solo recordar sus gritos y gemidos cada vez que se sentía lleno
de mi hombría, me ponía duro involuntariamente.
Como el silencio embriagó mi sentido auditivo, aparté las mantas que me cubrían, haciéndolas volar de seguro hacia los pies de la cama y apoyé un pie en el
congelado suelo. ¿Qué me importaba a mí, el pisar suelo frío? Ni aunque se
tratase de una pista de patinaje sobre hielo, me produciría algo en el cuerpo. No
siento nada. Absolutamente nada. Tom Kaulitz, no siente dolor, temor, frío u otras
de esas cosas. ¿Calor? Por supuesto que lo siento; mucho más, cuando estoy con
Bill. Él sí, que me enciende. Él, produce una flama imposible de cesar en mi figura
cada vez que tenemos sexo, que hasta a mí, algunas veces me ha llegado a
preocupar. Pero luego recuerdo: ¿Tom Kaulitz, se preocupa por algo? Entonces
es allí, donde niego con la cabeza frenéticamente, me río de mi agilipollada mente
que no sabe más que formular puras idioteces a la hora de tenerla dormida y caigo
en razón: JÁ. Tú no sientes.
Pero… ¿Bill está en lo cierto? ¿Yo no siento?
Me paré y comencé a caminar hacia el cuarto de baño. Desnudo, obviamente. ¿Mi
hermano, realmente se había ido? ¿Por qué debía interesarse tanto por mis
análisis? Según los destellos que se presentaron en mi vista el día de hoy,
supongo, estaré recuperándola. ¿Por qué el médico, no lo notó semanas atrás?
Las mejorías, no suceden de un día para otro. No. Van creciendo continuamente;
¿no había salido eso, en los malditos estudios? ¿O acaso el doctor que estaba
ocupándose de mi caso, era un completo imbécil? Quizás, ocurría un poco de
ambas hipótesis.
– ¿Nene? – volví a cuestionar al situarme en la puerta de mi destino, con la idea
que a lo mejor, aún, continuase en la casa. Sin embargo, no. No estaba. De haber
sido lo contrario, habría acudido a mi llamado cuan cachorro al clamarle para
jugar; siempre a tu disposición. Eso era otra de las cosas que me gustaban de él.
Se comportaba como mi jodido esclavo. Mañana, tarde y noche. A Sol y a sombra.
Jamás se detenía; con la diferencia, que en vez de trabajar para mi, sirviéndome,
limpiando mis mierdas, etc, etc, me daba sexo. Todos los días, a la hora que yo
quería, de la forma que yo quería y cuantas veces se me antojaba. ¿Y él, a
cambio qué tenía? No lo sé. ¿Mi protección?
Abrí el grifo de la ducha y dejé que el agua cayese; luego hice lo mismo con el otro
y regulé la temperatura hasta que estuvo a mi gusto. De solo ponerme a recordar
las guarradas que le había hecho a Bill, en ese cuarto de baño, se me ponía la
polla tiesa. Era algo de no creer. ¿Qué tan grande era mi grado de deseo por mi
propio gemelo? Lo peor de todo, era que en esos momentos, le necesitaba. Oh
sí… claro que le necesitaba. Necesitaba sentirle a mi lado, sobre mí o debajo,
restregándose contra mi cuerpo; jadeando mi nombre como una puta dentro de
una orgía.
Antes de situarme bajo la lluvia, descargué en el inodoro, todo el líquido que había bebido el día anterior, deseándome suerte a mí mismo, de atinarle sin poder ver el
menudo agujero. Ya había hecho esto muchas veces durante los últimos dos
meses, pero siempre uno tenía sus dudas. De tanto follar, ni tiempo de irme allí,
me había dado, joder. Cuando acabé, sacudí mi falo y fui directo al agua.
Caminé hasta el cuarto de nuevo con el toallón atado a mi cintura, y revolví en los
cajones, tanteando qué pantalón me pondría. Hostia. En esto sí, necesitaba de
Bill; ¡no veía un carajo! ¿Y si me ponía lo primero que agarraba y luego, al volver y
verme, se me reía en la cara por haberme disfrazado? No, ni de coña; él no haría
eso, ni yo me pondría lo primero que agarrase. Preferí colocarme la ropa que
yacía tirada en el suelo desde el día anterior, cuando nos la arrancamos de la
desesperación por sentir de una puta vez, nuestros cuerpos unidos; fundiéndonos
en uno solo las veces que se nos cruzase por la cabeza.
Joder… si sigo así, no me quedará de otra, más que hacerme una paja aquí
mismo, lo cual sería una humillación para mi ego, ¿no creéis? Tom Kaulitz,
pajeándose en medio de la habitación de su hermano menor, totalmente ciego, y
en pelotas. ¡Qué va! Yo no haría eso.
Con los pies, comencé a buscar las prendas que se encontraban en el piso y al
hallarles, comprobé que fuesen mías y me las coloqué sin bacilar. Me senté en la
cama y me puse las zapatillas, corroborando anteriormente que sean las dos, del
mismo modelo, a través del tacto. Cuando estaba atando los cordones, la puerta
de entrada, sonó. ¿Quién demonios, podría ser a esas horas? ¿A esas horas?
¿Por qué digo eso, si ni siquiera sé qué hora es porque no puedo ver? Acabé y
abrí el cajón de la mesita de luz. Allí, hacía ya tiempo, había guardado una de mis
armas para tenerle al alcance de las manos si algún día, se me presentaba un
inconveniente con el que me vería obligado a actuar con rapidez; o en su defecto,
si Bill me traicionaba. Ajam… lo que habéis escuchado. A Bill, ya se lo he dejado
bien en claro unas cuántas veces, si me traiciona, lo paga; y no precisamente con
dinero ni sexo. Para mí, la traición, no tiene perdón.
TOCK. TOCK. TOCK.
Tres nuevos llamados a la condenada puerta, hicieron que levantase mi culo del
colchón y saliera de allí dentro. Caminé aún arreglándome las mangas de la
sudadera debido a que sentía una leve molestia por la costura; ¿cómo mierda me
la había puesto? Acomodé la pistola en mi mano derecha, detrás de mi espalda y
me paré tras la puerta.
– ¿Quién es? – pregunté con la intención que me contestasen del otro lado, con su
nombre.
– Soy Andreas, Tom. – respondió y aflojé el arma colocándola a un lado de mi figura. Abrí e hice paso para que entrara.
– Pasa, Andreas.
– ¿Cómo has estado, tío? – preguntó dándome palmadas en la espalda mientras
ingresaba.
– De maravilla, esperando a que la puta vista, me vuelva. – respondí de mala gana
y me giré para enfilar directo al living.
– Vaya, ¿pero qué te sucede? – añadió caminando tras de mí. – Debes tener
paciencia; todo vuelve, ¿no lo recuerdas? – fruncí el entrecejo ante su comentario
al mismo tiempo en que apartaba una de las sillas de la mesa y me sentaba. ¿Qué
me quería decir con eso?
– Ya estoy cansado de tener paciencia. O mejor me corrijo. Jamás la tuve, y es por
eso que todo esto, me exaspera como la puta chota.
– Vamos, hombre, – oí la silla contigua, siendo arrastrada por el suelo, por lo que
supe que había imitado mi acción. – ni que haya pasado tanto tiempo. – agregó y
sentí un fuego propagarse por mi rostro. Ira, de eso no cabían dudas.
– ¡¿Que no ha pasado mucho tiempo?! – grité dando un golpe a la mesa, haciendo
que el cenicero (único adorno de aquella mesa) provocase un ruido al saltar y
volver a caer en la madera. – ¡¿Es broma?! ¡Tú, porque no eres el que está
viviendo a oscuras!
– Pero Tom, no te cabrees, fue solo un decir…
– ¡Un decir, mis pelotas! ¡Eres un imbécil!
– Joder, tío, lo siento, no quise herir tus sentimientos.
– ¿Sentimientos? ¿Sigues con las gilipolleces? ¿De qué sentimientos me hablas?
– dije devolviendo mi tono de voz, al normal, mirando un punto fijo delante de mí,
que estaba seguro era donde se hallaba mi amigo. Amo mi bipolaridad. – ¿Desde
cuándo se te cruzan tantas estupideces al mismo tiempo, por esa cabeza vacía
que tienes?
– Vale, ni que hubiese dicho mucho. Acabo de llegar y ya te la agarras conmigo;
acepta que toda esta situación, te tiene como león enjaulado.
– Es verdad. Me siento un jodido león enjaulado, pero no por utilizarle como
comparación, sino porque realmente es lo que me sucede. ¡Me siento un maldito
león enjaulado! – era cierto. El cabrón éste, había dado en el clavo justo. Cuan animal encarcelado, es como me sentía. No podía salir de las cuatro paredes de
mi casa. No podía conducir; no podía ver la luz del Sol, ni cualquier otra luz que se
me ocurriese ver. ¡No podía hacer ni ver absolutamente nada! Lo más retorcido,
es que a mí, eso, estaba sonándome y no sabía el por qué.
– ¿Qué piensas hacer? – preguntó luego de un breve silencio.
– ¿A qué te refieres?
– A esto. ¿Qué harás mientras no veas? Allí afuera se te necesita, ¿sabes? Mil tíos
preguntan por ti, y no sé qué coño decirles.
– Nada. Eso es lo que te ordenado.
– Ese es el problema; yo digo nada y más quieren saber. Muchos hasta me han
dicho que vendrán a verte.
– Que vengan.
– No estoy hablándote de cualquier clase de chavales, sino de los de Frankfurt. –
fruncí el ceño extrañado. – No se olvidan de los pequeños asuntos que tienes
pendiente con ellos.
– ¿Qué diablos hacías en Frankfurt, Andreas? – interrogué sin abandonar esa
expresión de seriedad mortal en mi rostro y calló al instante. – Contesta. ¿Qué
hacías allí, si yo no te ordenado que vayas?
– Desde que desapareciste, tuve que rebuscármelas, Tom. Mi mundo laboral,
giraba a tu alrededor. Te esfumaste de la faz de la Tierra y no me quedó más
remedio que buscar algo qué hacer, fuera.
– ¿Por qué en Frankfurt? Sabes que está Schäfer.
– Con él, no he tenido contacto alguno, créeme.
– No has contestado a mi pregunta sino a la que formulaste en tu propia cabeza en
una fracción de segundo. – alcé una ceja. ¿Éste qué me estaba contando? – ¿Qué
hiciste, Andreas? La última vez que hablamos, dijiste que los dos meses que
habías desaparecido, te fuiste a hacer cosas fuera, ¿y ahora me vienes con esto?
¡¿Me tomas de imbécil?! – vociferé a todo pulmón, repitiendo lo que había llevado
a cabo hacía unos minutos. Golpear la mesa.
– ¡No hice nada! ¡Estos últimos dos meses, me las rebusqué como pude! ¡Es como
te lo dije! Solo salí para poder juntar algo de dinero, a través de lo único que me
has enseñado a hacer: Trabajos sucios. He matado gente como me enseñaste. He robado como me enseñaste. He apuñalado por la espalda a aquellos mismo que
me ayudaron a juntar merca, tal y como tú, me lo enseñaste. No te he traicionado,
amigo. Sabes que sería incapaz de hacerte algo así. – explicó calmado, con esa
voz distorsionada pero masculina, que poseía; explicando todo eso tal cual yo, se
lo había instruido. Todo lo que sabe, lo sabe gracias a mí. Antes de conocerme, él,
era tan solo un crío muerto de hambre que no sabía ni lo que era abrir un frágil y
liso cuello. No sabía cómo se utilizaban las pistolas. No tenía idea de lo que era la
cocaína mucho menos cuáles eran sus componentes ni cómo conseguirla.
No me gusta la traición, pero sí enseño a ejercerla. Le he enseñado a traicionar a
aquellos que le dan de comer; a aquellos mismos que tal vez, le dan techo y polvo
blanco por una noche solo para luego, quedarse con todo lo que podeen. Si quería
formar parte de mi pandilla, entonces debía ajustarse a las reglas. Nadie que se
una, o pertenezca, es débil. Nadie siente. Nadie teme. Ninguno a los que llamo
míos, siente pena o lástima por alguien, ¿sino cómo le harían para asesinar
cuando se los ordeno? Pocas fueron las veces en las que les dije que salieran a
masacrar miembros de las pandillas contrarias sin mí, sin embargo, lo hice; y
seguiré haciéndolo las veces que sea necesario. Cuando recupere la vista, por
supuesto.
Oí que sacaba algo de algún lado; había ruido a un paquete.
– ¿Quieres uno? – preguntó.
– ¿Qué es?
– Cigarrillos. ¿Te apetecen?
– Ohh… claro. – tanteé el aire y noté que me extendía uno.
– Ten cuidado, está encendido. – por supuesto. Debía dármelo encendido, de lo
contrario no sabría cómo hacerlo yo mismo, ¿verdad? Qué parásito inservible me
hacían sentir ciertas cosas que no podía hacer.
Me lo llevé a los labios y aspiré el humo con anhelo. ¿Cuántos días habían pasado
desde la última vez que probé un cigarro? Eso de follar a toda hora con mi
hermano, me quitaba el tiempo de hacer las pocas cosas de las que era capaz en
estas condiciones. Pero no me quejaba. Tener sexo con Bill, era lo mejor.
– Y… dime. ¿Dónde está Bill? – cuestionó de la nada como si me hubiera leído el
pensamiento y algo en mi interior, dio un brusco bote. ¿Qué cojones debía
preguntar de él?
– Ha salido. ¿Por qué?
– ¿Solo?
– Claro, idiota, ¿no ves que estoy aquí?
– Sí… No puedo creer que le dejes salir solo. – entrecerré los ojos sin abandonar
mi posición.
– ¿Qué tiene de malo? – interrogué dándole otra calada al cigarrillo.
– No lo sé. Vosotros estáis juntos, ¿cierto? – asentí con la cabeza cansinamente. –
Él, sale solo, tú estás así… ¿no crees que siendo como era antes, puede
aprovecharse y vaya con alguna puta?
Me reí por el comentario. Lo había formulado con tanto esmero, que mi respuesta,
le tiraría la casita a la mierda.
– No, Andreas. No te preocupes por nosotros; – reí de medio lado. – Bill, está
completamente pillado por mí. – expulsé el humo que contenía en mis pulmones,
hacia delante, con la intención de dárselo en la cara. – No le conviene
traicionarme. Sabes cómo soy, ¿verdad? Sabes que las traiciones, no las
perdono. A nadie. Bien. Él, no es la excepción. Deberías tener en cuenta eso,
amigo. – le oí toser cuando acabé de decir esas palabras; quizá por la humareda
que acababa de crear, o quizá de nervios…
Mi móvil sonó. ¿Qué carajo? ¿Le tenía en el bolsillo del pantalón? ¿A qué hora le
había metido aquí?
– Aguarda un momento. – llevo tiempo con este celular, por lo que no necesito
poder ver, para atinarle a la tecla de descolgar. Atendí. – ¿Hola?
.
By Bill
– ¿Cómo que tu madre, Muñeco? ¿Qué me estás contando? – cuestionó con una
expresión de no entender absolutamente nada.
– Lo que oyes… e-esta mujer, es mi madre. – respondí sintiéndome inhabilitado a
dejar el legajo sobre la mesa. – Es… es ella… es ella… – musité pasando hoja tras
hoja, cada vez a una velocidad mayor a la que empleaba en la anterior.
– No puede ser. Tienes que estar confundido.
– ¡No estoy confundido! – grité totalmente sacado de mis casillas. – ¡Es ella!
¡Maldita sea, es ella! ¡Es mi madre! ¡¿Por qué tuviste que aparecer justo ahora?! –
le di un puñetazo a la pared, haciéndome mierda los nudillos, pero no me importó.
Creo que de habérseme caído un piano encima, tampoco lo hubiera notado. –
¡Has tenido toda tu vida a mi madre como paciente!
– Muñeco, cálmate… no puede ser; debe haber un error. – me tomó por los
hombros, enfrentándome a su mirada otra vez. – Puede ser un error, ¿sí?
– No hay error, Eldwin. En las peores cosas, jamás existe el error. – me recosté en
la pared luego de girarme levemente consiguiendo zafarme de su agarre y que mi
cabeza rebotase por la misma razón. – Maldición.
– Escúchame. Necesito que te tranquilices, ¿vale? No conseguirás nada
poniéndote así. – dijo tomándome del rostro. – Vayamos a la sala y hablamos más
tranquilos.
– Es ella, Eldwin. Es mi madre… – susurré mientras caminábamos hasta el lugar
que me había dicho. Yo, con la carpeta entre mis manos contra mi pecho y él, con
sus brazos alrededor de mis hombros por detrás de mi nuca.
– Shhh… cálmate. – nos sentamos. – A ver, dime. ¿Qué te hace creer que
Simone, es tu madre? Quitando la coincidencia de vuestro apellido, claro.
– Ninguna coincidencia, Eldwin, ella es mi madre. Simone Kaulitz, es la mujer que
se hizo llamar madre durante trece años, sabiendo que en ningún momento llevó a
cabo su papel. – contesté señalando la pequeña foto cuatro por cuatro que hallé
adherida a una de las páginas con un clip, dejando ver, sin intención alguna, mis
nudillos raspados por el golpe en la pared.
– Mira cómo te has hecho la mano, Muñeco. Iré a por hielo, espérame.
– No, no. – le detuve antes que se levantara. – Estoy bien, no es necesario.
Cerró los párpados en señal de darse por vencido y se reacomodó.
– Sé que lo es. Sé que esta Simone, es la misma que vivió con Tom y conmigo.
– Es que… Dios; no puede ser. Sé que tu apellido es el mismo que el de ella, por
eso es que llamó mi atención en cuanto me la asignaron; por ello, le mostré de
inmediato las cosas a Tom, y dijo que en su vida había visto a esa mujer. – explicó
con el entrecejo fruncido; clara señal que todo lo que ocurría, le resultaba tan
confuso como a mí.
¿Tom… Tom, le había dicho eso…? ¿Pero cómo? No pudo ser que olvidase su
rostro. Es verdad que se ausentó la mayor parte de aquellos trece años en los que
le tuvimos cerca, pero tampoco era como para que olvidara de quién se trataba.
– ¿Q-qué…? ¿T-Tom, te dijo eso?
– Sí, Muñeco. Tu hermano, dijo eso cuando le hablé de ella. – suspiré. Thomas
siempre fue rencoroso, se debía ser muy idiota para pensar que no guardaría un
poco de él, para su madre después de lo que nos hizo. – Me pareció un tanto
llamativo la ligera similitud en sus rasgos fisonómicos con las de ella, pero confié
en lo que me decía mi amigo.
– Debiste haber hablado conmigo. Tom jamás le perdonará lo que ha hecho.
– ¿Contigo? ¿Es broma? No te conocía, Muñeco. De haberte visto antes, seguro te
hablaba; tú, realmente te pareces a Simone. Pero ya te he dicho, me fié de las
palabras de Tom; él siempre habló de ti – ¿siempre habló de mí? – sin embargo,
nunca te dio a conocer hasta… bueno, aquella noche en la que vinisteis por
primera vez aquí a mi casa, que por cierto, fue en mis vacaciones; las mismas
vacaciones que me dieron luego de haber terminado con el caso de tu madre. – mi
mente divagó unos largos momentos al captar las palabras que su boca,
desamparaba. ¿Cómo era eso de que mi gemelo, le hablaba de mí? Quería decir
que siempre ha estado interesado; que siempre le he gustado o al menos, llamado
su atención.
Jesús, eso era realmente maravilloso…
– Siempre que iba a vuestra casa, tú nunca estabas. No tuve oportunidad de
conocerte. No sé qué tanto hacías fuera, pero nunca pude verte. – carraspeé
levemente al recordar mis salidas del pasado. Claro, mi gemelo le invitaba, cuando
yo salía. Jamás estaba; jamás estuve en nuestra casa tanto tiempo como lo hago
ahora.
– Ya veo. – susurré como respuesta jugando con el piercing de mi lengua dentro
de mi boca, debido a los putos nervios ante tal situación. Quitando lo que acababa
de descubrir acerca de Tom, aún quedaba lo que… podría considerarse, más
importante que comenzaba a vivir. ¿Mi madre había vuelto? ¿Desde cuándo, el
Dios, me devolvía un ser añorado? Dejémonos de paparruchadas. Esa es la
verdad; quieras o no, Bill Kaulitz, has anhelado a tu madre, desde el primer
segundo en que descubriste que os había dejado solos para siempre.
Tiene que ser una broma. ¿Tú, otra vez? ¿No te habías muerto?
Aún tienes vida, Bill. No puedo morir si tú, sigues viviendo. Estoy en tu interior, ¿lo recuerdas o este tío que tienes frente a tus narices, te ha enceguecido con sus
buenos modales?
No me vengas con chorradas, maldita voz. Te habías desaparecido y yo era feliz
con eso. ¿Qué coño debes venirte en estos momentos? ¡Vuelve al agujero en el
que has estado metida todo este tiempo y déjame en paz!
Bleh. Veo que no has cambiado en lo más mínimo, Kaulitz; sigues siendo el
mismo inmaduro de siempre. Ni siquiera tienes la capacidad de recordar nada de
lo poco que te he dicho a lo largo de tu vida.
Disculpa, pero no fue poco lo que me has dicho, precisamente; y lo que recuerdo,
tan solo son puras mierdas con las que lo único que conseguías, era lastimarme.
Eso es lo que jamás debió haber sucedido. Tú, no eres así; ¿desde cuándo un
Kaulitz, tiene sentimientos? Tu hermano, no los tiene. Sois gemelos, ¿cierto? En
este tipo de casos, es en el que uno es la mano derecha de Dios, quien le es fiel
continuamente, no le falla, etc, etc, etc; mientras que el otro, es la mano izquierda
del mismo, el cual no hace más que defraudarle, apuñalarle por la espalda y quién
sabe cuántas cosas más. ¿O me equivoco? Bien. Tu hermano es esa última;
aunque yo, en lo personal, le aconsejaría a Dios, que se ampute dicha mano, ya
que es la… fruta podrida del árbol, por caracterizarle de alguna manera. Entonces,
¿quién queda como el lado puro y bueno a favor de Dios? Exacto. Tú, sin
embargo con tu menudito pasado, las cosas se le complicarían un poco, ¿no
crees? Yo pregunto: ¿Por qué demonios, debes ser el gemelito bueno?
Tenía razón. Mi Otro Yo, tenía toda la cojonuda razón y no lo había notado. ¿Por
qué quería saber yo, algo de mi madre? Nos abandonó. Le importó una mierda
cómo fuésemos a sobrevivir, si es que lo hacíamos, ¿y yo ahora quería
encontrarla para saber el por qué de aquel desamparo? ¿Pero qué coño pasa
conmigo?
– Eldwin. – le llamé luego de minutos en un silencio fúnebre.
– Dime, Muñeco.
– ¿Por qué mi madre, llegó a ser tu paciente si tú tan solo hace cuatro años eres
psicólogo? – esa, era la pieza del rompecabezas que no encajaba. Simone, sino
me fallan los cálculos, debería tener unos… 35 años de edad, entonces, ¿desde
cuándo es paciente suya?
– Cuando comencé a trabajar en el centro de adictos, estos últimos dos años, me
asignaron su caso pese a los buenos resultados que obtenían de mi trabajo. – alcé
ambas cejas sorprendido. – No me mires así, Muñeco. Soy bueno en lo que hago,
– río suavemente. ¿Es bueno en lo que hace? No le discuto. – y lo notaron de
inmediato, por ello, creyeron que era el indicado para conllevar su situación.
Teniendo en cuenta su experiencia, tal vez algún día, le pida ayuda con respecto
al pequeño gran problema que yace en mi mente. ¿Tú qué opinas, Voz?
¿Por qué estoy hablándole a alguien que no existe?
– Ohh… – silencio. Ambos permanecimos callados sentados en el sofá. Comencé a
ver más detenidamente las hojas de aquella carpeta, leyendo línea por línea, lo
que él, había anotado acerca de ella. A decir verdad… no entendía mucho, pero
me las arreglaba.
– Y… ¿qué es lo que tiene?
– Tenía. – me corrigió al instante. – Antes que llegaras, estaba ordenando
expedientes viejos; es decir, de hacía meses, por eso es que les encontraste. Esto
ya ha pasado. – explicó.
– Bueno, ¿qué tenía?
– Un trastorno emocional. – abrí los ojos como platos. – En su infancia, vivió un
episodio horrendo con una persona, del cual no pudo recuperarse más; lo mismo
que, al transcurrir los años, en vez de disminuir la intensidad de dicho problema,
fue aumentando a tal punto de conducirle a las drogas. – parpadeé sin creérmela.
¿Mi madre usando… drogas…? ¿Pero qué…? – Se hizo adicta a la cocaína y toda
la clase de polvos y/o sustancias que ella creía, le ayudaban a olvidar. Eso jamás
pasó, por supuesto. Algunas personas pretenden corregir o curar cosas, haciendo
otras peores. ¿Entiendes, Muñeco? A ella le ocurrió algo muy malo durante su
niñez; imagina cuánto daño le ha causado, que no hallaban forma de disminuir su
deseo por consumir éxtasis. Estuvo internada, durante seis años. Llegué yo, y con
mis propios métodos laborales, conseguí quitarle esos datos fundamentales de su
vida, para poder encontrar la solución a su problema. – continuó hablando
mientras yo, le veía sin apartar la vista de sus ojos. Concentrado en su relato. –
Dos años de tratamientos, sesión tras sesión, medicamentos para que pudiese
conciliar el sueño, más mi trabajo, dieron por resultado su recuperación.
Concluyó y sentí que poco a poco, el aire abandonaba mis pulmones. Me sentía
incapaz de asumir semejante situación de un momento a otro. Eldwin, había
hecho un estupendo trabajo con mi madre.
– Pero no… no comprendo…
– ¿Qué es lo que no comprendes?
– ¿Qué fue lo que le sucedió? ¿En ningún momento, mencionó siquiera haber
tenía dos hijos? ¿Gemelos? ¿No nos recordaba? – la duda, la duda, la duda. En
cada cosa que se presentaba en mi vida, ella, debía asomarse.
– Muñeco… mencionó haber tenido dos hijos, pero nunca que habían sido
gemelos y hacía años que no les veía. También dijo que no tenía familia; sus
padres murieron cuando cumplió los 26 y al tiempo, se dedicó a la droga. La
encontraron tirada en la calle, al borde de la muerte luego de una sobredosis, y le
internaron. Al descubrir su estado lamentable, y ser considerada huérfana, a pesar
de ser mayor de edad, no estaba en las condiciones de decidir, por lo que la
internaron en el centro donde seis años después, comencé a trabajar yo. – bajé la
vista. Definitivamente, había tenido una vida muy dura, pero aún no sabía por qué
nos había abandonado.
– No… ¿no sabes qué fue lo que le sucedió de niña? – cuestioné acariciando la
foto de la carpeta. Mierda. ¿Por qué me ponía así en esos momentos si mucho
antes, había dicho que no me importaba nada de ella?
– Hm. – suspiró y colocó su mano por debajo de mi mentón, encontrando nuestras
miradas. – Es un tema algo delicado. No sé si debo ser yo, quien te lo diga.
– ¿Si no lo haces tú, entonces quién lo hará?
Se me quedó viendo fijamente a los ojos sin decir nada, como si intentase que los
leyera. Lo cual hice.
– No. – negué con la cabeza y me puse de pie de un solo bote cruzándome de
brazos, dándole la espalda. – No haré eso. No iré tras ella en busca de una
explicación. No soy yo, quien debe buscarla luego de habernos abandonado como
a un par de cachorros en plena autopista.
– Muñeco… – oí que se levantó del sillón y se colocó tras de mí.
– Nada. No lo haré, Eldwin. Nos dejó, ¿comprendes eso? Ni siquiera te dijo que
había tenido un par de gemelos. De seguro ni lo recordaba, ¿por qué tendría que
intentar hablar con ella?
– Estaba mal. Está arrepentida de lo que hizo, lo sé.
– ¡No! ¡No lo está! – grité deshaciendo el lazo de mis brazos para posicionarlos a
ambos lados de mi cadera, cerrando los puños con fuerza y el amigo de mi
hermano, me giró con habilidad. – ¡Es una maldita! ¡¿Qué necesidad tenía de
dejarnos?! ¡¿Sabes lo que es levantarse una mañana para ir a la escuela,
prepararle el desayuno para darle una sorpresa y cuando llamas a la puerta de su cuarto con el fin de entregárselo, te encuentras con que desapareció?! ¡¿Que no
hay absolutamente nada de sus cosas?! ¡Ni ropa! ¡Ni zapatos! ¡Nada! ¡Se lo había
llevado todo!
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=O8v50b7JMWU&feature=related ]
Trece años. Acababa de despertar. Caminé hacia la cocina pensando que mi
madre estaría allí, preparándose el desayuno, un café, algo, pero no; ella no
estaba. Me encogí de hombros y comencé a hacerlo yo mismo mi propio
desayuno, que no consistía más que en un par de galletas y un vaso de zumo de
naranja. Pensé que tal vez mamá querría que le preparase algo, por lo que así lo
hice. Esa mañana, había despertado de buen humor, quitando que debería ir a la
escuela en tan solo una hora, claro.
Cuando acabé, le dejé sobre la mesa y fui a avisarle.
TOCK. TOCK.
– Mamá… – llamé tocando a la puerta de su habitación, pero todo lo que obtuve fue
silencio.
TOCK. TOCK.
– ¿Mamá?
Nada. Ni el más mínimo de los ruidos se escuchó.
Torcí la perilla un poco y noté que estaba abierta, ¿desde cuándo nuestra madre
duerme con la puerta abierta? Ella siempre hecha el cerrojo por si alguno de
nosotros necesita algo, entonces no podríamos molestarla. Sí, así era ella, sin
embargo… la quería.
– ¿Mamá, estás despier…? – no pude continuar aquella pregunta al ingresar a la
alcoba. La cama estaba deshecha. Las puertas del placard estaban abiertas de
par en par, dejando ver que en su interior no se hallaba absolutamente nada. Su
ropa, sus zapatos, su maquillaje… ya nada de ella quedaba. Solo vacío.
Corrí a mi cuarto, (con mi gemelo, compartíamos uno; luego el de nuestra madre,
pasó a ser el suyo) desesperado, atontado… ¿dónde se había metido?
– ¡Tom! – le llamé zamarreándolo levemente para que despertase, debido al
profundo sueño en el que estaba sumergido.
– Mmm… – obtuve como respuesta. Qué tío más dormilón, joder.
– ¡Que te despiertes! ¡Mamá se ha ido! ¡Nos ha dejado! – grité logrando
despertarle y me miró con cabreo.
– ¿Para eso me despiertas?
Alcé ambas cejas hasta el cielo. ¿Acaso no le importaba que nuestra madre nos
haya abandonado o no me había oído bien?
– Pero, Tom… – tartamudeé sin comprenderle. No podía ser que le importara una
mierda.
– Mira, Nene. No me importa absolutamente nada que provenga de esa mujer a la
que tú siempre llamaste ‘mamá’. – explicó reincorporándose un poco, apoyando
ambas manos en el colchón para poder verme de una mejor forma. – Siempre nos
trató como quiso, últimamente nos insulta… ¿por qué habría de ponerme triste
ante su partida? Yo que tú, saltaría en una pata. Finalmente somos libres. –
finalizó sonriendo de lado y volvió a recostarse.
Fruncí el entrecejo extrañado. ¿Eso que pensaba de ella era cierto? Bueno, es
verdad; siempre nos trató como quiso y los últimos días, nos repetía las mismas
cosas. Que le arruinamos la vida, que no debimos haber nacido, y esa clase de
cosas; también la he pillado llorando… pero decía que no era nada y se
marchaba. Mi hermano… mi hermano tenía razón. No había por qué preocuparse
por ella. Nos dejó, nos abandonó, se esfumó de nuestras vidas para siempre. Al
fin éramos libres.
Me quebré por completo al recordarlo todo y caí de rodillas al suelo, dejando que
mi mentón, diese en el comienzo de mi pecho pese al impacto. Eldwin me imitó y
abrazó mi cuerpo con sus cálidos brazos, conteniéndome una vez más, mientras
dejaba salir todo ese dolor que nunca supe, se albergaba en mi ser.
Me aprehendí a su figura, estrujando su camisa con mis manos, derramando más
y más lágrimas. ¿Tanto dolor se había ocultado en mí, todos estos años? ¿Por
qué no lo había dejado salir anteriormente?
– Yo la quería, Eldwin… ¿entiendes eso? Yo la quería… – sollocé contra su pecho
y me apretó aún más contra él.
Por eso mismo: Yo siempre la quise.
– Continúas queriéndola, Muñeco. – acarició mi cabello.
– No. La odio por lo que nos hizo, la odio…
– No la odias, ¿sino cómo explicas tus lágrimas? No puedes odiar a alguien si le amas.
Cuán equivocado estaba…
– Te amo, Tom. Te amo tanto… – susurré y comencé a llorar de nuevo, ahora
desconsoladamente, convulsionando mis hombros sin dejar de besar su piel; me
acurruqué en su pecho como si estuviese buscando protección, esa protección
que solo él podía darme, protección de él mismo, del Tom Kaulitz al que yo le
temía, pero al mismo que amaba. Sí, porque mi odio era tan grande, que había
llegado a amarle.
Lloré más fuerte cuando aquel recuerdo interrumpió mis sentidos, atrofiando todas
las palabras que Eldwin, me decía para calmar mi llanto.
– Te ayudaré a buscarla, ¿si? – me colocó delante de su cara. – Prometo ayudarte
a encontrarla, Muñeco. Ya no llores, no debes llorar… – dijo rozando nuestras
narices y asentí suavemente con los ojos vidriosos de agua. – Te amo. – añadió y
miré sus labios. Me acerqué allí decidido a besarle, pero él se me adelantó y
depositó un tierno beso en mi mejilla izquierda, dejando que mi boca, diera en la
comisura de sus labios, una vez más. – Te ayudaré, Muñeco. Te ayudaré a
encontrar a tu madre.
Cerré los ojos y nos mantuvimos en aquella posición, por unos minutos.
Me ayudaría… me ayudaría a encontrarla, ¿pero era eso exactamente, lo que yo
quería? ¿Deseaba encontrarla? No he tenido una buena imagen de ella los
últimos años, por lo tanto, no creo que en cuanto le tenga frente a mis ojos, de mi
boca, salga algo que ella quisiese escuchar. Entonces… ¿qué debía hacer?
– Eldwin… – susurré tras recordar el otro motivo por el cual había ido a su casa.
– ¿Mm? – acarició mis rastas con toda la palma de una mano. La otra, la tenía
apretándome sutilmente contra su cuerpo.
– Soy un idiota. La he olvidado.
– ¿A quién olvidaste? ¿De qué hablas? – me colocó frente a su rostro devuelta.
– Olvidé traerte la chaqueta. – me mordí el labio inferior apenado por mi estúpida
memoria y él, me miró sorprendido.
– ¿Qué? No hay problema, Muñeco. Quédatela. – respondió entre risas.
– ¿Cómo? No. No puedo quedármela, es tuya.
– Tengo más. No es la única.
– No. De ninguna manera; ¿no puedo agradecerte lo que haces por mí y además
me quedaré con cosas tuyas? No.
– Muñeco…
– ¿Qué?
– Es mi chaqueta y quiero que te la quedes. – iba a decir algo, pero me detuve. –
Tómalo como un obsequio. No me despreciarás un regalo, ¿verdad?
Bajé la vista perdiéndola en el pequeño trozo de suelo que se dejaba ver
descubierto entre nuestras figuras. Eldwin, eres un…
– Muñeco…
– Está bien. Está bien. Ya entendí.
– Muñeco… – volvió a llamarme y fruncí el entrecejo alzando la cabeza para verle
nuevamente. Me había resignado, ¿acaso no oyó?
– ¿Qué?
– Te amo. – sonrió. Dejé escapar un prolongado suspiro cuando volvió a
abrazarme después de sus palabras y apoyé mi mejilla en su hombro,
correspondiéndole.
No seré homosexual, pero no podía negar que comenzaba a sentir algo por Eldwin. Quizás era… cariño; más que cariño. Un cariño intenso. Un cariño muy… muy grande. ¿Era eso malo?
&
– ¿Estás seguro que es por aquí, Eldwin?
– Sí, Muñeco. Hace un par de meses, yo mismo le he traído. – contestó poniendo
primera para avanzar luego de que el semáforo cambió a verde.
– Pero… mira lo que son las calles; no me gusta nada este sitio.
– Tal vez no tuvo elección, Muñeco.
Muñeco. Muñeco. Muñeco y más Muñeco. ¿Tantas veces debía repetir ese
sobrenombre?
Me quedé en silencio sin despegar la mirada de su perfil. Era cierto. Quizás, mi madre, no tuvo libertad de elección para saber dónde se hospedaría, sin embargo,
me daba pena. ¿Por qué sentía pena justamente por la persona que no la había
sentido por mi hermano ni por mí? No lo sé. Eldwin, me habló de una manera tan
particular el día de ayer, mientras estábamos en su casa, que logró girar la
pequeña perillita que se encontraba en la sección abandonada de mi cerebro; esa
misma, que contenía los sentimientos hacia mi madre. Luego de menudo llanto
guardado debido al comportamiento que adoptó hacia nosotros años atrás, todo
eso, salió a la luz dejándome atónito, ya que jamás pensé tener un lado dedicado
exclusivamente a ella.
– Llegamos, Muñeco. – dijo sacándome del soliloquio que mantenía en mi mente. –
Es aquí.
Miré a mi lado derecho, por la ventanilla y… mierda. Era una casa muy pequeña.
Las paredes que en un tiempo, supongo, deben haber sido color blanco, ahora
estaban completamente manchadas de suciedad y escritas con aerosoles negro y
rojo. Había un pequeño espacio de césped, el mismo césped que mostraba
algunas partes verdosas mientras que otras, secas y maltratadas. Tragué grueso
ante mi visión y torcí mi cara en una mueca lastimera. ¿Simone, vivía en un lugar
así? Dios…
Llevé mi mano a la palanquita para abrir la puerta del auto y tiré levemente de ella,
logrando separarla de su lugar de origen. Me sentía dudoso; tenía los nervios a
flor de piel. Mi madre… vería a mi madre luego de tantos años. Luego de ocho
eternos años, volvería a ver su rostro frente a frente; volveríamos a cruzar palabra.
Volvería a… ¿abrazarle? ¿Es eso lo que debía hacer? ¿Cómo es que reiteraría
una acción que en mi vida, llevé a cabo? No quería bajar del vehículo yo solo. No
quería enfrentarle, yo solo. No deseaba oír las palabras que saliesen de sus
labios, yo… solo. No estaba listo. No me contendría y no dejaría que hablase. No
dejaría que me explicase nada. De seguro me sacaría de mis casillas, el simple
hecho de verle parada delante de mi figura, con esa expresión de extrañeza total
al descubrir a un completo desconocido, que había llamado a su puerta.
– ¿Quieres que vaya contigo, Muñeco? – preguntó como si hubiere estado
pendiente de cada línea que se formuló en mi mente. Volví la mirada hacia él y
asentí.
Bajamos del auto posicionándonos frente a la casa.
– No temas, Muñeco.
– No temo. – contesté seguro. Más seguro que en un millón de años.
– No estés nervioso. – agregó tomándome de la mano y estrujó nuestros dedos al entrelazarlos.
– No… – ¿mentiría? ¿Negaría lo evidente? – No puedo no estarlo… – claro que no
podía mentirle otra vez. No a él. ¿Por qué? Porque él, lo sabía todo.
– Shhh… tranquilo. Estoy contigo, ¿vale? – con su mano restante, levantó mi
rostro por la barbilla para que le viera. – Siempre estaré contigo. – me sonrió con
sinceridad y le devolví el gesto. No podía agradecerle, ¿recordáis?
Caminamos hacia la puerta ambos a la vez y al detenernos, pude percibir ese olor
a madera vieja y húmeda, que emanaba dicha puerta. Su aspecto era penoso;
realmente penoso. De no tratarse de una casa sumamente pequeña, apuesto que
hasta le hubiera confundido con una casa embrujada. Estiré mi mano, osado, y
llamé con tres golpes tras descubrir que no poseía timbre.
TOCK, TOCK, TOCK.
Y guardamos silencio cuando bajé el brazo, dejándole caer inerte, a uno de los
lados de mi figura. ¿Estaba? ¿Por qué no abría? ¿Por qué no contestaban del otro
lado? ¿Por qué no se oían pasos aproximarse a nosotros? ¿Por qué no sentía ese
cosquilleo de emoción en mi estómago, sabiendo que el momento de la verdad,
posiblemente se hallaba más cerca de lo que imaginaba? De lo que había
imaginado y supuesto por más de ocho años. ¿Dónde se encontraba la
desesperación por conocer a mi madre… otra vez? ¿Dónde se había situado
aquella exasperación por estar viviendo el presente? Ese mismo presente que
estuve esperando durante tanto tiempo; el tiempo en que no hice más que hacer
todo a un lado y comenzar mi vida desde cero, de nuevo. Y esta vida, a su vez,
ahora, le pertenecía a mi hermano; es decir, que jamás fui dueño de
absolutamente nada de lo que me pertenece, o al menos… eso era lo que creía.
Todo se había ido, o quizás… jamás existió. Ni vida, ni amor, ni… ni madre.
Cerré los ojos con fuerza y alcé la mano de nuevo, con el propósito de golpear una
vez más, sin embargo cualquier acción que pudo haberse cruzado por mi cabeza,
fue completamente bloqueada al oír una suave voz.
– ¿Quién es? – cuestionaron del otro lado y mi corazón… ¿no se supone que
poseía corazón? Pregunto, porque en esos momentos, lo que menos era capaz de
escuchar, eran los latidos del mismo. ¿De qué trataba todo eso? – ¿Hola? ¿Quién
está allí? – era ella… era… era Simone. Mi madre…
– Muñeco, contesta… – me susurró Eldwin buscando mi mirada. – ¿Muñeco?
Parpadeé muchas veces con la boca semiabierta, en un total shock, corroborando lo inútil que me sentía en esos instantes. Quería hablar, deseaba articular palabra,
pero no podía. ¿Cómo se le llamaba a eso? Tragué saliva aún sin unir mis labios y
la insistente mirada del amigo de mi hermano, abandonó mis ojos, enfocándose en
la puerta otra vez cuando unos sonidos extraños, se hicieron presentes. Acto
seguido, un vocablo, me obligó a imitarle.
– Doctor Ahrends, – saludó a Eldwin con una sonrisa y estrechó su mano; luego,
volvió la vista hacia mí. – Hola… ¿Qué se le ofrece? – cuestionó sin abandonar
aquella sonrisa, abriendo la puerta cruzándose de brazos como si buscase calor
entre ellos.
Le tenía frente a mí, luego de años y años de preguntarme ¿dónde coño se había
metido? ¿Qué estaría haciendo? Si estaría viva. Si había tenido cambios en su
rostro. Si su cabello continuaba siendo rubio o quizás, se había teñido al igual que
mi gemelo y yo. Y allí tenía la respuesta a todas mis preguntas: Estaba intacta. No
había cambiado en lo absoluto. Bella, rubia y con esa expresión angelical en su
rostro; de completa paz y armonía, que jamás variaba. Jamás cambió; ni siquiera
cuando estaba cabreada. Las remotas veces que le vi sonreír (que por supuesto,
no era por vernos a nosotros), llorar, gritar… su rostro, siempre era el mismo. No
variaba según su estado de ánimo como ocurre en todas las personas. Ella… para
mí, siempre conservó el mismo.
– ¿Cómo ha estado? – preguntó a su vez, Eldwin, al ver que yo no apartaba mi
visión de ella.
– De maravilla, ¿usted?
– Por favor, Simone… no me trate con respeto ahora; no estoy en mi trabajo.
– Ohh… lo siento, es la costumbre. – rió con timidez.
Un ángel… la voz de un ángel. La voz de mi propia madre…
– Pues venga, tú tampoco me trates con respeto; estamos entre nos, ¿vale?
– Jajajaja… está bien, está bien. Me has ganado. – levantó las manos a la altura
de su pecho como defendiéndose de sus palabras; en broma, obviamente. –
Simone…
– Nada. Espera. Antes de decirme lo que sea, entrad por favor, de lo contrario
cogeréis un resfriado. – le interrumpió haciéndonos paso para que ingresemos a la
casa. – El día está muy frío, ¿verdad?
– Sí, es cierto. Muchas gracias. – agradeció posando sus manos en mi cintura, haciendo que empezase a dar pasos pese a mi inmovilidad.
Cerró la puerta con cerrojo y se volvió a por nosotros.
– Dime, Eldwin… ¿quién es este jovencito tan apuesto que ni ha articulado palabra
desde que os recibí? – yo… yo le parecía apuesto… Mi madre me había dicho la
primera cosa bonita en mi vida… Ohh Jesús… – ¿Es tímido o mudo? – añadió
frunciendo el entrecejo con cierta interrogación, preocupada.
– No, no es mudo. Digamos que… sí, es un tanto tímido. – contestó.
– ¿Entonces? ¿Cómo es tu nombre, cariño? – mi mentón temblequeó cuando
nuestros ojos hicieron conexión y mi corazón bombeó con una fuerza bestial. Ella,
pareció notarlo.
¿Por qué me dices ‘cariño’? ¿Por qué me tratas con tanta amabilidad? ¿Por qué,
luego de lo que nos has hecho, siento la desesperada necesidad de tomarte entre
mis brazos y estrujarte tan fuerte como me den los músculos? ¿Por qué, si lo
hago, sé que no querré soltarte? ¿Por qué, mamá? ¿Por… qué…?
Una lágrima rodó por mi mejilla, perdiéndose en la comisura de mis labios.
– Ohh, cariño. ¿Te encuentras bien? – interrogó con la preocupación pintada en
sus pupilas y me tragué el nudo de mi garganta.
– Mi nombre es… W-William…- pestañeó. – William Kaulitz. – contesté finalmente.
Contesté con mi nombre completo porque es así, como ella siempre me había
dicho; como me conocía.
Sus cejas, ya no estaban fruncidas tras la extrañeza de mi comportamiento y
volvió a pestañear repetidas veces.
– ¿Wi… William…?
Continúa…
Gracias por la visita.