Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 15
– Sí. – dije y otra gota de agua salada, descendió de mi ojo derecho. – Soy yo…
– ¿… h-hijo?
– Mamá…
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=IHagPodxu5g ]
Comenzó a acercarse a mi cuerpo sin apartar la vista un solo segundo de la mía y me dio eso que nunca jamás, me había dado. Eso que yo esperé durante tanto
tiempo estando a su lado; lo mismo que le pedí e imploré las veces que me sentí
mal, que necesité de su apoyo, pero jamás quiso regalarme: Un Abrazo.
Me lo negó infinitas veces como si nunca hubiese sido conciente que los abrazos,
son gratis. Como si yo, poseyese una enfermedad contagiosa. Como si cuando lo
hiciese, fuese a quemarse, lastimarse; como si fuese peligroso tanto para ella
como para mí. Cerré los párpados cuando sus extremidades se cerraron por
encima de las mías, y apoyó su cabeza en mi pecho, debido a su baja estatura. Yo
coloqué la mía sobre la suya e hice lo que nunca creí que haría al encontrármela
otra vez: Correspondí su abrazo.
– Hijo… Hijo mío… – sollozó apretujándome más fuerte si podía e hice lo mismo.
– Mamá… mamá…
– Lo siento… Perdóname… Te lo suplico, perdóname por lo que os he hecho…
Discúlpame… – agregó explotando en llanto y mi corazón dio un vuelco.
¿Per… perdonar? ¿Ella… ella estaba pidiéndome perdón? ¿Me pedía que la
disculpara? ¿Que le perdonase más de ocho años de abandono? ¿Haberme
convertido en lo que soy? ¿Estar en las condiciones que estoy? ¿Perdonarle por
no haberme demostrado el más mínimo amor, mientras le tuve a mi lado? ¿Por
haber repetido una y mil veces que tanto a mí, como a mi hermano, nos odiaba?
¿Por hacernos sentir una mierda? ¿Por llegar a tal extremo de creernos un error
en su vida? ¿Ella quería que le perdonara todo eso?
– No te disculpes, mamá. No tengo nada qué perdonarte. Todo forma parte del
pasado; un pasado que para mí, ha sido enterrado hace años. – fue mi respuesta
y respiré profundo, acongojado, sin intención de dejarle ir.
Lo hice. Luego de haberme desquiciado totalmente martillando mi cerebro con
cada sílaba que le diría a mi madre el día que le encontrase o tuviese la
oportunidad de decirle algo, me cerraba. Tenía pensado hacía mucho ya, el decirle
mil cosas; echarle en cara todo lo que nos hizo pasar, humillarla, despreciarla.
Todo junto. ¿Y ahora ocurría esto? ¿Cómo era posible que aquella ira, odio, cólera
que sentí hacia su persona durante tantos años, el aspecto interior que nos había
dado a conocer a mi hermano y a mí, esa oscuridad tan pasiva pero a la vez
increíblemente desesperante por el solo hecho de presentársete el rencor,
sobrecalentando la sangre que corre por tus venas, se hubiese esfumado cuan
propósito de un inconstante? ¿Cómo se explicaba algo así? ¿Cómo podía ser que
un sentimiento tan ahondado y dominante como lo es el Odio, hubiere salido a la
intemperie y el viento, le haya arrebatado de mi cuerpo como lo hace con las hojas de los árboles en invierno? Sabiendo cuál sería mi situación. Sabiendo que nunca
me resigné ante aquella sensación de querer a alguien; (hablamos de mucho
antes de mi relación con Thomas, evidentemente) ser capaz de decir que te es
fundamental para continuar con vida, ¿ahora, en un abrir y cerrar de ojos, se
propagase por cada ramificación de mi sistema nervioso? Entonces, cuando no
hallo una respuesta coherente a mis dudas, no siempre la apunto a la lista. No.
Claro que no. Algunas suelo apartarlas, hacerles a un lado, y guardarlas en una
gran caja hasta encontrarle solución. A veces, la contestación llega rápido, otras…
aún continúo esperándola, sin embargo con esta nueva, podía descifrar que hasta
un sentimiento tan jodidamente retorcido como el Odio, formaba parte del mundo
efímero. Era tan o más efímero, que el humo.
– He sido una pésima madre…
– Shhh… No lo has sido. Yo te acepto tal cual eres, mamá.
– He cambiado, hijo… snif… he cambiado… – lloró aferrándose a mi playera, aún
con el rostro sumergido en mi pecho.
Acaricié su lacio cabello rubio, dejándole escurrirse por mis dedos, peinándolo
como muchas veces había soñado. Así, con mi madre, abrazados sin pelear; ella
diciéndome lo que realmente deseaba oír y no lo que me lastimaba de un modo u
otro. Abrí los ojos unos momentos y me encontré con un Eldwin totalmente
emocionado y conmovido por la escena que estaba presenciado. Estaba cruzado
de brazos frente a mí, a espaldas de Simone, con la cabeza torcida hacia un lado
sin despegar la mirada de mi cara, embozando una hermosa sonrisa, con las
pupilas brillantes.
– Te amo… – articuló sin dejar salir su voz; moviendo los labios, permitiendo que
se los leyera y volvió a sonreír.
– Gracias… – hice lo mismo que él y volví a cerrar los párpados, hundido en mi
nuevo mundo. Hundido en mis pensamientos; en esos nuevos pensamientos que
se albergarían en mi mente por mucho, muchísimo tiempo. Nuevos pensamientos,
nuevas ideas, nuevos objetivos. Legítima madre, nueva vida.
Finalmente, tomamos asiento. Mi madre en la punta de la pequeña mesa de
madera blanca, Eldwin a un lado y yo, frente a él; también al lado de ella. Pensó
que sería una buena idea comenzar a conocernos a través de un intercambio de
palabras; contándome lo que fue de ella desde la última vez que nos vimos. A
decir verdad, gran parte de lo que me decía, era lo que a su vez, Eldwin, me había
contado anteriormente, pero nada se comparaba con oírlo todo, salir de sus
propios labios. ¿Quién mejor para relatar una historia, sino es su propio autor? Sí.
Esto que me informaba, era una historia; su historia. La historia de su propia vida,
¿cómo ignorarle o pasarle por alto? No podría. Terminé por darme cuenta que
había más amor en mí, hacia ella, del que nunca pensé podría llegar a haber.
– Yo no quise dejarlos… – susurró moviendo los dedos entrelazados de sus manos
sobre la mesa, con nerviosismo. – pero es que… en esos tiempos, no pensé lo
que hacía; estaba totalmente fuera de mí misma.
– Está bien… pero dime ¿cuál fue la razón? ¿Hicimos algo malo? – cuestioné
intentando hallar una respuesta a mi desesperada duda.
– No, cielo. Ni tú, ni tu hermano, me habéis hecho nada.
– ¿Entonces?
– Es que… no todo, parte desde que os abandoné. – respiró profundo. ¿Qué?
¿Pero qué quería decir? – Cuando a penas había cumplido los 14 años de edad,
volvía del colegio a mi casa tal y como lo hacía cada día, sin embargo no fue como
cualquier otro. – fruncí el entrecejo extrañado. – En el camino… me encontré con
un hombre en su auto que se ofreció a llevarme a casa, sin embargo me negué.
Sabía que no debía confiar en extraños, pero al parecer, aquella vez, esa no fue la
solución. Creí que con negarme y no aproximarme a él, lograría que me dejase en
paz, pero no lo hizo. Continuó insistiéndome sin dejar de conducir el coche a la par
mía, cuando de repente, se me puso delante obstruyéndome el paso. Al instante
en que le vi bajar, comencé a correr desesperada, gritando y pidiendo ayuda; en
vano. Nadie alcanzó a oírme. – estupefacto. No podía apartar los ojos de su
cabeza gacha mientras contaba todo aquello. – Cuando menos me lo esperé, le
tenía encima de mí. Traté de… zafarme de sus brazos, pero fue imposible; y tanto
forcejear, me propinó una bofetada, dejándome completamente inconciente. –
parpadeé incrédulo.
Recuerdos. Viejos tiempos, se adueñaron de mis sesos.
– Si no te quedas quieto Nene, no me queda de otra que maniatarte así haré lo
que debo, tranquilo, sin apuro porque no podrás moverte.
– Al despertar, me vi debajo de… de su cuerpo… – apretó los ojos con fuerza
haciendo una mueca de dolor. Claro estaba que contenía el llanto. – El hombre…
el hombre, estaba violándome, ¡importándole una mierda el dolor que me
causaba! – sollozó desgarradoramente y apoyó su frente sobre sus manos al
dejarla caer por completo.
– ¡¡¡NO!!! – gemí del puto dolor que sentía, empapando las sábanas en ese líquido salado que despedían mis ojos. – ¡Haa! ¡Para! ¡Detente, Tom! ¡Haa!
Joder… eso… eso era tan…
Estaba que no me la podía creer. Reí mudo, por inercia, inconcientemente,
abriendo mis labios para dejar salir la primera frase luego de haberle escuchado,
sin embargo no pude. Mi garganta se encontraba obstruida por un ente muy
familiar. ¿Cómo supisteis? Exacto. Se trataba de los espasmos de dolor que
decidieron acumularse allí tal y como lo hicieron miles de veces. Mi madre; mi
pobre madre, había sido violada de tan pequeña… cuando ni siquiera tendría idea
de lo que era el sexo; le arrancaron su virginidad brutalmente, de la manera más
guarra jamás vista y lo peor de eso, era que yo… sabía con exactitud cómo se
sentía eso.
Miré a Eldwin, quien bajó la vista, ya que era eso, lo que no había querido
decirme.
Sin esperar un solo segundo, me acerqué a ella y le rodeé con mis brazos; se
aprehendió a mi delgada figura, enterrando su rostro en mi cuello sin dejar de
llorar, cosa que me partió el alma en trillones de pedazos.
– Luego de nueve meses, os di a luz a vosotros dos, pero era demasiado pequeña,
no sabía nada de nada acerca de lo que se trataba ser una madre, y después de
la forma en la que fuisteis concebidos, quise darlos en adopción… Mis padres me
lo negaron y mi madre me ayudó durante doce largos años, lo que era convertirse
en una madre de verdad. – la abuela… ya ni recordaba su rostro, en realidad. Ella
había pasado algo de tiempo a nuestro lado también. No mucho, pero siempre le
veía hablar en la cocina con Simone. Creo que olvidé mencionarla. ¿Había
exagerado con lo que os conté? Mientras estuvo la abuela, mamá… no nos
trataba tan… mal. – Cuando cumplisteis los once años, papá, murió y al cabo de
uno más, ella siguió su camino; fue allí, donde creí que me iría tras ellos. – se
enderezó en la silla y tomó mi playera en su puño con suavidad sin mirarme a los
ojos. – Me vi perdida, abandonada; completamente a la deriva hasta que caí en un
mundo del cual me costó casi ocho interminables años, volver. Caí bajo el
mandato de la droga. Bebía con frecuencia, os dejaba solos todos los días; no era
yo, ¿comprendes, hijo? – clisó la vista en la mía. – y cuando cumplisteis los doce
años, salí en la noche a buscar más de esa porquería que me traía loca y al cabo
de un par de semanas… les dejé. – apretó los párpados y más lágrimas
descendieron de ellos. – No supe lo que hacía. Podría decirse que había
enloquecido al sentirme sola y fue por ello, que desaparecí. Por lo que estoy
enterada, me encontraron en la calle al borde de la muerte y me internaron fuera de la ciudad. No lo sé; no estoy muy segura.
– Sí, Simone. Le encontraron una fría tarde en plena calle, inconciente debido a
una sobredosis que casi le cuesta la vida. – añadió el amigo de mi gemelo y ella
asintió apenada con la cabeza.
– Lo siento, hijo… os pido perdón a ambos dos. – lloró mirándome a los ojos y yo
le abracé de nuevo.
– Mamá… no pidas perdón. No tuviste la culpa, es entendible lo que has hecho. –
dije frotando su espalda. – No lo hiciste adrede. Pasaste una vida muy dura; te
han… te han lastimado, maldición. – agregué entre dientes. – El maldito, las
pagará; si no las ha pagado aún, créeme que lo hará. Todo vuelve. – suspiré
agobiado por lo relacionado que estaba lo que le ocurrió a ella, con lo que me
ocurrió a mí, y nos quedamos en silencio.
&
– Y… cuéntame. ¿Qué ha sido de ti, cariño? ¿De tu hermano? – preguntó un poco
más animada después de haber pasado largos minutos hablando un poco más.
– Cuando te fuiste… continué el colegio pero hasta que cumplí los dieciséis años,
nada más; Tom, le dejó de inmediato y me obligó a seguirlo. Solo por ello,
continué. Él buscó un… trabajo un tanto peculiar, – conté disminuyendo el tono de
voz inconcientemente. – de donde sacaba el dinero para pagar la escuela, hasta
que un día me cansé y le dejé.
– Claro… – hizo una mueca lastimera con el rostro. – Ammm… imagino que
tendréis novia, ¿verdad? – me guiñó un ojo sonriendo con complicidad e hice lo
mismo a pesar de no saber cómo contestar a aquella pregunta.
– Bueno… Tom, está en casa. Hemos tenido una serie de problemas últimamente.
– contesté luego de carraspear un poco, desviando el tema con disimulo.
– ¿Problemas? ¿Qué clase de problemas?
Me quedé sin habla. ¿Qué le iba a decir? No podía mencionarle a Gustav, de
seguro… ni le conocería; mucho menos le diría que mi gemelo había perdido la
vista. No. No podía decirle algo como eso.
– Tom, tiene una pandilla y… vale, ya conoces lo que sucede en ellas. Siempre hay peleas y esas cosas, pero nada grave. – respondió Eldwin ante mi prolongado
sosiego mirándome con naturalidad, tratando de sonar lo más convincente posible.
– ¿Thomas tiene una pandilla?
– Sí. Eso. Tiene una pandilla y han tenido un par de inconvenientes, pero nada
grave. – reí nervioso.
– Ohh… – suspiró. – Y… ¿es tan guapo como tú? – añadió codeándome
suavemente, a lo que yo creo que me sonrojé un poco.
– Mamá, ¿qué dices? Jajajaja…
– ¿Qué? – miró a Eldwin con confabulación, quien hizo un gesto con los labios. –
Tengo un hijo sumamente hermoso, ¿qué hay de malo en que lo diga? ¿Tú qué
opinas, Eldwin?
– Tiene toda la razón. – alcé una ceja y me mordí el labio.
– Vale. Calladse, por favor, ¿os mola el incomodarme?
– Te ves muy tierno cuando te sonrojas, jajajaja…
– Precioso… – agregó el amigo de mi hermano y, tanto mi madre, como yo, le
miramos de inmediato.
Agaché la cabeza, avergonzado, sintiendo mis mejillas arder de lo rojas que se
habían puesto (no podía verme, pero era más que obvio); se creó el silencio por
enésima vez. Podía sentir la mirada de Eldwin, clavada en mi perfil; admirándome,
deseando que se la devolviera, pero no podía. Me sentía demasiado idiota por la
situación.
– Ejhem… – carraspeó. – No me has contestado, hijo. ¿Tienes… novia? – alcé la
vista encontrándome con la suya, acompañada de una enorme sonrisa. ¿Qué
quería decirme con eso? – Porque… te molan las tías, ¿cierto? – me quedé
boquiabierto, con la respiración a medio camino, ya que me volví de piedra.
Joderrrrrrrrr… ¿cómo explicarle? ¿Cómo decírselo? ¿Cómo hacerle entender que
sólo me atraía mi propio hermano, sin que me creyese homosexual? ¿Podía
decirle que mantenía una relación con mi gemelo? ¿Con su otro hijo? ¿Con
alguien de mi misma sangre? ¿De qué clase de extraterrestre, me tomaría?
– He tenido muchas… novias. Pero por el momento, no… no. – expliqué inquieto,
notando un vigor incontrolable recorrer mi sistema.
– Ahh… – hizo un movimiento con la cabeza, no muy… convencida. Rayos. – ¿Y tú, Eldwin? – le miró. – Doctor… nunca me ha dicho si tiene novia.
– No… – rió por su modo de hablar. – No podría. – palidecí. – A mí…
TOCK, TOCK, TOCK.
Tres suaves toques a la madera de la puerta, provocó que nos volteásemos
simultáneamente.
– Disculpadme un momento. – se levantó de su lugar y fue hacia la entrada.
– Hm. Pensé que vivía sola. – comenté en voz baja para que no me oyese.
– Yo igual. – contestó Eldwin con la misma expresión de extrañeza que yo, en su
rostro.
– Hola, mi amor… – se escuchó desde la puerta y ambos miramos con atención. –
¿Cómo has hmmm… estado? – le besó y me quedé a rayas. ¿Q-qué…? ¿C-
cómo…? ¿Q-quién e-era esta… persona? ¿P-por qué le había… besado en los
labios…? – Veo que tenemos invitados. – sonrió con dulzura rodeándole la cintura
con los brazos al darle vuelta para caminar hacia nosotros.
Noté en la cara de mi madre, aquella mueca indefinida de ‘ups, olvidé
mencionarlo’, intercalando una sonrisita nerviosa.
Nos pusimos de pie.
– ¿No piensas presentarme? – cuestionó sin abandonar la sonrisa.
– Ohh, sí, claro. – tragó saliva fijando la vista en Eldwin. – Él es Eldwin, ¿recuerdas
el médico joven del que tanto te hablé? El que me ayudó a salir de la clínica.
– Sí, sí…
– Bien; él es el doctor Ahrends. Eldwin Ahrends.
– Un gusto. – estiró su mano y la estrechó con la de él, quien hizo lo mismo.
– Él es William… pero dile Bill; es… mi… mi hijo.
Silencio. Se quedó sin pestañear.
– Sí. Al fin está aquí. – añadió.
– Me ha hablado muchísimo de ti, Bill. Es un placer conocerte. – dijo con
amabilidad, imitando el apretón de manos que había ejercido anteriormente.
– Y tú eres… – articulé aún con nuestras manos en contacto pese al saludo.
– Leyna. – mamá, completó mi frase. – Hijo… ella es Leyna, mi novia.
&
– Hemos llegado, Muñeco. – anunció deteniendo el vehículo frente a mi casa y se
frotó las piernas buscando calor. – ¿Qué le dirás hoy?
– Piensa que trabajo contigo, Eldwin; no es necesario que le de una explicación. –
contesté desabrochándome el cinturón de seguridad.
– Pero hoy, hemos llegado mucho más tarde que las veces anteriores.
– Hace una semana que hacemos lo mismo y él, no sospecha nada.
– ¿Cuándo pretendes decírselo?
– Nunca. – respondí y alzó ambas cejas.
– ¿Nunca? ¿Estás bromeando? Debes decírselo algún día. Vuestra madre, no
puede vivir oculta continuamente.
– Bueno, es que… no lo sé. A Thomas, jamás le importó saber de ella, ¿por qué
habría de importarle ahora, luego de ocho años?
– De todos modos, debes contárselo. Si no le dices, nunca sabrás cuál sea su
reacción.
– Ese el problema: Su reacción. Sabes cómo es, te he informado algunas cosas de
las que hizo, ¿crees que estaré tranquilo si sabe que mamá, ha vuelto?
– Por eso también quiero que tengas cuidado. Cuídate de él.
– Estaré bien. Ya te dije que Tom, es otra persona.
– Y yo te dije que las personas, no cambian.
– Él sí lo hizo. – respiré profundo. – Cambió por mí.
Cuando iba a decir algo, el ruido que produjo el motor de una moto, al pasar por
su lado del auto, rompió nuestra discusión, interrumpiéndole.
– Muñeco… No me pondré a discutir por ello, mucho menos, discutir contigo. –
dejó en claro y decidí oírle. Era cierto. No debíamos pelear. No ahora, ni nosotros
dos. – Volviendo a lo que hablábamos. Tu madre, también quiere verle. No se
creerá por mucho tiempo más eso que le estamos diciendo. ¿Piensas que no
sospechará que estamos mintiéndole? Yo no soy bueno para mantener mentiras,
ni tú eres un mentiroso para crearlas.
– Lo pensaré, ¿vale? – dije mirándole por el rabillo del ojo sin mover la cabeza. –
Deberé pensar muy bien cómo formular un dialecto del cual salga el tema.
– Me parece muy bien. Pero hazlo.
– Sí, Eldwin. Lo haré. – respondí alzando la vista, fijándola delante; en la calle a
través del parabrisas.
– Algún día deberás darme el secreto. – le miré enseguida y parpadeé un par de
veces sin comprender.
– ¿Disculpa? – pregunté. – ¿Secreto de qué?
– De cómo le haces para irradiar semejante belleza. – aún creía que era bello…
aún me veía atractivo…
– Un mago, jamás revela sus trucos, ¿verdad? Pues yo no revelo mis secretos. –
sonreí con aires de superioridad, mostrándome totalmente egocéntrico; él rió.
– No me cansaré de repetirte una y mil veces que eres el ser más bello que he
visto en mi vida; el ser más hermoso que ha pisado esta Tierra y cualquier otra.
Me mordí el labio.
– Calla, Eldwin. ¿Disfrutas el hacerme ruborizar como el gran imbécil que soy? –
interrogué entrecerrando los ojos, sintiendo mis mejillas encenderse del puto fuego
que comenzaba a propagarse por mi cuerpo; efecto de las palabras del amigo de
mi hermano. Sin previo aviso, le tomé de la camisa y le atraje hacia mí,
enfrentando nuestros rostros. Le vi tragar saliva cuando mi aliento, empezó una
batalla con el suyo acelerado. – Dígame, doctor… ¿qué es lo que pienso hacer en
estos momentos? – agregué acercándole más, pero sin llegar a hacer contacto.
– Muñeco… solo soy psicólogo, no adivino. ¿Cómo voy a saber qué es lo que
piensas, tan solo mirándote?
– Vamos, Eldwin… no se necesita ser nada de eso para deducir qué es lo que
pretendo hacer. – respondí con firmeza, abriendo mis labios y cerré los ojos
suavemente mientras me aproximaba más a su cara.
– Debes irte. – musitó alejándose repentinamente de mí, provocando que abriese los ojos y le mirase aún con la boca semi-abierta al haber dejado mi beso en el
aire.
– ¿Qué dices?
– Bájate. Tu hermano debe estar preocupado por ti. – ni él se creía la chorrada que
acababa de mandarse. ¿Negarse una tercera vez a uno de mis besos? Hombre, ni
que tuviese veneno en los labios que al tocarlos, caes frito.
– ¿Por qué me rechazas de esta forma? – cuestioné clavando la mirada en su
perfil.
– Las cosas no funcionan de este modo, Muñeco. No es la solución.
– ¿Qué mierdas estás diciéndome? – alcé la voz algo cabreado. Su
comportamiento, ya era desesperante. – ¿No era que estabas enamorado de mí?
¿No dijiste que me amabas? ¿No buscas contacto porque me deseas?
– No. Estás equivocado.
– No lo estoy. Tú lo estás. No sabes ni lo que quieres. ¡Decídete!
– No me digas lo que debo pensar, Muñeco. – se hundió en mis pupilas. – Tú no
sabes cómo me siento cada vez que me veo en la obligación a rechazarte. No
tienes una puta idea de cuánto deseo sentir tus labios fundirse con los míos. No
sabes cuánto duele tener la oportunidad pero también tener que dejarla pasar. No
sabes qué tan mierda me siento al hacerte esto. No sabes qué pasa por mi mente
cuando te tengo conmigo. No sabes cuánto mal me hace el saber que tu amor, le
pertenece a otra persona y que esa persona, resulta ser mi propio amigo; que a su
vez, es tu hermano. No. No lo sabes.
– ¡Pero tampoco debes privarte de tantas cosas, joder! Yo soy quien desea
besarte. Tú lo deseas, ¿cuál es el problema? ¿Por qué me rechazas si no es lo
que sientes?
– Tom. – contestó con voz firme. – No soy quién para arruinarle la vida a mi mejor
amigo. No soy quién, para quitarle a su pareja; más allá del hecho que seáis
hermanos gemelos, yo no puedo traicionarle de esa forma. Acabo de decírtelo. No
tengo derecho sobre ti y debo aceptarlo. Tú me dices esto, porque ahora lo único
que quieres, es agradecerme lo que hago por ti, pero cuando entres en razón, te
arrepentirás toda tu vida. – ¿lo hacía porque quería agradecerle? Sí, sí, se supone
que es por eso por lo que quería besarle. – No tienes que hacerlo.
– Quiero darte las gracias.
– Hay mil maneras de agradecer, ¿no puedes escoger otra?
– ¿Puedes escoger a tus pacientes, Eldwin? – pregunté tomando su empleo como
comparación del presente entre ambos dos. – ¿Ah?
– ¿Qué? ¿Qué tienen que ver mis pacientes en todo esto? – arrugó la frente sin
comprender.
– Responde. ¿Puedes elegir a quién curar y a quién no?
– Por supuesto que no. Todos los días se me presentan situaciones diferentes y
debo hacerme cargo de las que pueda.
– Bien. Aquí ocurre lo mismo. – dije alzando un poco más la cabeza. – No tengo
muchos, sino un único enfermo de amor, y debo curarle, pero no me deja, ¿qué
puedo hacer al respecto? Le ofrezco una medicina rápida y efectiva para aliviar su
malestar; él sabe que le hará bien, le hará recapacitar y volverá a ser el de antes,
sin embargo, por un estúpido capricho, no quiere hacerme caso. Por lo tanto, la
medicina continúa en espera. ¿Qué debo hacer con mi paciente, doctor? ¿Dejar
que se aleje sin insistirle para que tome el medicamento y pueda sanar, o le
agobio con palabrerías, me las rebusco para conseguir lo que me propongo:
Curarle? Dígame. – le miré a los ojos. – Dime, Eldwin. ¿Qué debo hacer?
Se me quedó viendo por largo tiempo; estupefacto, asombrado, odiándome tal
vez, no lo sé, pero yo negué con la cabeza y bajé del auto; dejándole con la
respuesta a mi caso. Dejándole en sus manos, su propio bienestar.
– Cuando tengas una contestación, me llamas. – dije volviéndome hacia la
ventanilla, captando su atención de nuevo. – Sé que no lo harás, así que… adiós,
Eldwin.
– No lo entiendes. – susurró de la nada, justo cuando comenzaba a dar los
primeros pasos hacia la entrada de mi casa, por lo que me detuve en seco para
oírle. – No entiendes nada, Muñeco.
– ¿Qué es lo que…? – no pude acabar la pregunta.
– ¿No entiendes que tengo miedo? – le miré extrañado; ¿miedo? ¿A qué?
– ¿Miedo? ¿Y miedo, por qué o a qué?
– Miedo a dejarme llevar por mis impulsos y al caer, ya no encuentre forma de
levantarme. – cada vez, comprendía menos.
– ¿A qué te refieres? – cuestioné con el propósito de hallar una respuesta más concisa, más clara; una que me quitase las repentinas dudas que empezaban a
florecer en mi cabeza. Me miró con los ojos entornados.
– Si dejo que ‘me agradezcas’, como tú dices, no me hará nada bien. Sé que
querré que vuelvas a hacerlo, querré probarte otra, y otra, y otra vez. No quiero
obsesionarme contigo, Muñeco… porque luego, si me dejas, sé que moriré. – alcé
ambas cejas completamente sorprendido ante sus palabras y él, arrancó el motor
del coche, poniendo primera, desapareciendo de mi vista; dejándome tal y como
yo le había dejado a él, hacía unos momentos: Totalmente descolocado.
¿Tenía miedo de obsesionarse conmigo? ¿Pero de qué me estaba hablando? No
existe modo alguno de obsesionarse con una persona… no al nivel que lo había
hecho mi gemelo conmigo… yo a él, le consideraba un caso especial; además,
con Thomas, hubo un comienzo un tanto… desequilibrado que quizás, haya
influido en lo que siente por mí, ahora, cosa que con Eldwin, no ocurrió. Desde
que nos conocemos, tan solo me ha dado dos besos, mientras que mi hermano,
desde un principio, me folló salvajemente, con la intención de jamás dejar de
hacerlo. Cuando analizo la situación con detenimiento, pienso que lo que me dijo
el día en que me confesó lo de su hermosísimo plan contra mí, para llevarme a la
cama, era cierto. Yo, fui quien se dejó hacer las mil y una cosas, disfrutándolo y
pidiéndole más. Fui yo, quien le pidió ser su droga; fui yo, quien le perdonó todas
las atrocidades que me hizo, con tal de mantenerle a mi lado porque… le amo con
todas las fuerzas de mi corazón. Porque así lo hago, ¿cierto? Y ahora ésto. Mi
relación con Eldwin. ¿Qué es lo que está sucediendo? Me besó la primera vez, yo
me dejé, sin embargo más tarde me arrepentí y no volví a verle en un mes. Luego,
cuando nos encontramos, volvió a besarme, yo le rechacé, él insistió, pero no
cedí. Cuando finalmente se dio cuenta que mi rechazo se debía a lo pillado que
estoy por Tom, me dan esas ganas de besarle con impaciencia; pedirle perdón.
Agradecerle por ser quien es a través de un… beso, cuando en realidad, alcanzan
las palabras. Es como dice él: “Hay mil maneras de agradecer”, pero yo optaba
por la más directa. Yo, escogí la más demostrativa, ¿por qué? ¿Por qué lo hice?
¿Por qué pienso así? ¿Por qué, estos últimos días, cuando le tengo a mi lado,
siento unas inmensas ganas de fundir nuestros labios, sentirme suyo por unos
instantes? ¿Por qué? En conclusión, el único culpable de todo lo que me pasa,
soy yo. No es ni Dios, ni el Destino. Soy yo mismo.
Saqué las llaves del bolsillo de mi chaqueta y la coloqué en la cerradura de la
puerta, y poder abrir. Ingresé con una serenidad increíble; una serenidad que no
había sido causada por lo vivido minutos antes, sino debido a lo nula, que se
encontraba mi mente. Seca. En blanco. Hasta podría decirse que estaba rellena
de aire.
– ¿Nene? – oí a lo lejos y unos pasos se acercaron a mí. – ¿Qué hora es? ¿Dónde estabas? – me quité la campera mientras le escuchaba preguntar, cosa que no me
extrañó en lo absoluto, porque siempre lo hacía y moví mi cabeza de un lado a
otro oyendo cómo crujían los huesos de mi delgado cuello. – Contesta, ¿dónde
estabas? – repitió con un tono enfadado, ya más que harto y me acerqué a su
cuerpo, pasando mis brazos por debajo de los suyos, rodeándole la cintura.
– Hoy ha habido más pacientes. Eldwin estuvo muy, hmmm… ocupado… – articulé
besándole los labios pausadamente.
– ¿Qué me cuentas? – me alejó de un solo movimiento. – ¿Me crees idiota?
Su reacción, me dejó completamente anonadado. Sonaba… sonaba como al…
– Mi amor… ¿de qué hablas? – pregunté con el corazón latiéndome a mil. Se dio la
vuelta y comenzó a caminar hacia su habitación. Desde hace tiempo ya se conoce
el recorrido de memoria, pero no recordaba haberle visto caminar tan a prisa
desde que estaba como estaba. Sin el sentido de la vista. – Tom… Tom, por favor,
¿qué es lo que estás pensando? – fui tras él sin pensármelo dos veces, casi
pisándole los talones de no haber apurado el paso.
– ¿Qué creo? ¿Quieres saberlo? – interrogó ingresando a su cuarto, chocando sus
rodillas con la cama. Yo me coloqué detrás de su espalda.
– Dime; no comprendo por qué te pones así.
– ¿Qué tienes con Eldwin, ah? ¿Por qué mierda cada día, llegas más tarde? ¿Qué
es lo que tenéis que hacer tanto tiempo, juntos?
– Ohhh… ahora comprendo. – musité aproximándome a su figura cuando se dio la
vuelta para decirme todo aquello. – Estás… celoso. – sonreí con malicia. ¿Por qué
me gustaba tanto que me cele?
– ¿Qué cojones estás diciéndome? Yo no te celo.
– Claro, claro; y Caperucita roja, llevaba encima un vestido azul. – contesté con
sarcasmo. Él entrecerró los ojos y fijó la vista en… ¿mí?
– No me hables así, Nene…
– ¿Qué quieres que te diga? ¿Cómo quieres que te hable? Eres un jodido celoso
que no sabe controlarse y cuando te lo digo, niegas algo que se sobra saber.
– ¡No me hables de esa manera! – gritó zamarreando su brazo izquierdo al mismo
tiempo en que su cuerpo le imitaba y yo me eché hacia atrás. – ¿Qué hacéis
juntos? Dímelo. – normalizó la voz, quedándose quieto, apretando los puños a los lados de su cuerpo. Era evidente que se salía de sí mismo por los celos que
sentía.
– Nada. Hacíamos absolutamente nada. Trabajamos, tal y como te lo he dicho.
Comencé a trabajar con él en el centro de adictos, es todo. Somos amigos, Tom;
lo nuestro es solo amistad tal y como la de vosotros dos. – volví a acercarme y
posé una mano en su hombro derecho. Observándole, deleitándome con su
perfecta y musculosa figura.
– No me toques. – trató de alejarme, pero no lo logró. Cerré mi mano en un puño y
apresé su playera.
– ¿Por qué te pones así? No deberías. Sabes que eres lo que más amo en este
mundo, Tom. – susurré contra su rostro. – Acéptalo. Estás celoso. – me aproximé
a su oído, rozándole con mis labios y dejó salir un gruñido. Tal vez de cabreo, tal
vez de excitación… no lo sé, pero pude escucharle. – Eres un celoso, ¿y sabes
qué es lo peor?
Silencio. Su pecho ascendía y descendía, chocando contra el mío que ya estaba,
casi, casi, pegado al suyo.
– ¿Lo sabes? – besé su mejilla con suavidad y al no obtener respuesta, decidí
dársela yo mismo. – Que me pone jodidamente cachondo. – mordí su lóbulo y por
fin, rodeó mi cintura con sus brazos, apegándome a su cuerpo completamente.
Volví mi rostro al suyo y puse en contacto nuestras bocas con un leve roce de
labios, nada más; sin embargo él, deslizó una de sus manos a mi nuca y le
profundizó lo más que pudo, mientras que la otra, se fue escurridiza hasta mi culo,
estrujándole con saña, haciéndome gemir de lo caliente que me estaba poniendo.
Nuestras lenguas se encontraron comenzando a pelearse dentro de la boca del
contrario, intentando ocupar todo el espacio que les era posible; nuestra saliva se
escurrió por mi barbilla, mojando la suya también pese a lo pegados que
estábamos, cuando abrió los labios en toda su extensión, dejando ambos míos,
dentro. Me había dominado por completo, ya no había nada más que yo pudiese
hacer, por lo que succioné su lengua al tiempo que él me mordía los labios
suavemente. Giró nuestros cuerpos con tenacidad, dejándome a mí, ahora de
espaldas a la cama. Empezó a inclinarse con lentitud sobre ella, arrastrándome
consigo, hasta que finalmente quedamos recostados sin apartarnos un solo
segundo; ni siquiera cuando nuestras cabezas rebotaron en el colchón debido al
peso de ambos, caer sorpresivamente sobre éste. Hacía tanto que no nos
metíamos en su habitación, que hasta había olvidado lo incómoda y rígida que era
su cama.
Desabrochó mi cinto con desesperación y metió la mano dentro, tomando
posesión de mi polla flácida aún, sin rodeos; yendo al grano como era usual en él.
Jadeé en su boca ante el contacto, ya que su mano estaba bien caliente y dio
contra mi piel fría, creando un diminuto placer de roce, indescriptible. Thomas,
siempre tenía manos calientes; ya fuere a la hora de follar o estándose quieto, no
importaba la situación, siempre las tenía en temperatura. A diferencia de mí, que
siempre poseía manos congeladas. Si él fuese de reaccionar involuntariamente al
contactar con algo que le molesta o incomoda, de seguro ya me lo habría dicho
varias veces; o más explícito, le hubiere hecho saltar.
Bajó por mi cuello, ansioso, desesperado por llegar adonde tanto deseaba;
mordisqueándome la piel luego de besarla y me retorcí debajo suyo, del regocijo
que me provocaban sus acciones.
– Eres mío. Eres únicamente mío… – dijo entre dientes sin alejarse de mi cuello.
Me mordí el labio inferior al oírle hablar en ese tono tan propio de él, dándome a
conocer las ganas de poseerme ya de ya, que tenía. Lo excitado que estaba, la
adrenalina que corría por su sistema circulatorio.
– ¿Por qué lo dudas? – cuestioné tomándole de la cabeza, apretándole más contra
mi piel. – ¿Por qué crees que estoy siéndote infiel? No podría, Tom… No podría,
mi amor. – añadí entre jadeos, frotando mi masculinidad con la suya cuando hubo
escabullido su mano hacia mis nalgas, aún sin salir de mi pantalón.
– Jamás intentes engañarme, Nene. Nunca. – murmuró ascendiendo nuevamente
a mi boca y me besó con bestialidad. – Eres mío o de nadie.
Yo no pensaba serle infiel; devolverle un favor y/o agradecerle algo a otra
persona, sea cual sea mi acto, no me convertía en infiel, ¿verdad? Yo creo que
no. Porque no habría amor, no habría interés en eso que deseo hacer; sería tan
solo algo más. Algo pasajero como cuando en los viejos tiempos, me acostaba
con tías, con la diferencia que ésta, sería una única vez; un solo día, un momento.
¿Dónde estaba el problema en ello? Tom, no veía; no habría forma que se
enterase, esa, era una ventaja; eran como seis puntos a mi favor. ¿Por qué seis
puntos? Porque mi hermano, posee un sexto sentido.
– Ámame… – pedí en un jadeo, tirando de sus trenzas hacia atrás, para poder
articular palabra. – Hazme pedazos, Tom. – ¿qué es lo que sucedía conmigo?
¿Por qué se lo pedía así? ¿No era que quería que me hiciera el amor?
Es como yo siempre dije. Tú no quieres a tu hermano, tan solo le utilizas porque te
gusta sentirte lleno de su polla caliente, rompiéndote por dentro, llegando tan
profundo que podría tocar tus entrañas. ¿Pero sabes qué es lo que te hace más idiota?
La estúpida voz, volvía a hacerse presente. ¿Qué mierda debía andar interfiriendo
en mis asuntos? Encima que me viene con una chorrada tras otra; ¿cómo es eso
que creía que yo no amo a mi gemelo? Pero si se cae de maduro, joder. Obvio
que le amo, sino no permanecería a su lado, ¿no? Tuve la oportunidad de
largarme hace tiempo luego de que ocurrió el incidente con Gustav. Thomas,
quedó totalmente ciego y eso, presentaba un obstáculo en mi vida, me dificultaba
ciertas cosas. Muchas. ¿Me hubiere ido mejor si me iba de la casa y le dejaba
solo? Por todo lo que me hizo en un pasado, esa fue mi gran oportunidad. Mi gran
oportunidad de vengarme, torturarle, ¿qué más da? Él, no ve absolutamente nada.
Sin embargo no lo hice, por el simple hecho que representa cada segundo de mi
vida.
¡Tierra llamando al Kaulitz menor!
¿Qué mierda?
¿Me dejarás hablar o te pondrás empalagoso con tus palabrerías cursis cuan
azúcar mezclada con miel?
Vale, tú no sabes lo que es estar enamorado, ¡así que no me rompas las pelotas!
¡¿Ves lo que me haces decir?! ¡Digo incoherencias, todo por tu puta culpa!
¡Maldita voz!
Venga, que estás así porque te has quedado bien calentito con el amigo de tu
hermano.
¿Qué cojones estás diciendo?
Lo que oyes, niño bonito… Te ha quedado la vena en grande porque Eldwin, te
rechazó, ¿cierto? Pfff… ni que fuera la primera vez. Tú mismo lo has dicho: “Me
has rechazado tres veces”. Eres un cabrón de los más canallas y luego dices que
amas a tu gemelo.
¡Que te den, hija de puta! ¡Que te den duro!
¿Quieres saber algo?
¡¿Qué carajo quieres ahora?!
No es a mí, al que le están dando.
¿Qué?
– Ohh sí, Nene, así… – siempre era igual. Siempre caía. Fueren cuales fueren mis circunstancias, siempre terminábamos del mismo modo: Follando.
La maléfica voz, me distrajo de alguna forma, y no supe lo que pasaba fuera de mi
mente; ahora estaba de espaldas a mi gemelo, desnudo de la cintura hacia abajo,
ensartándome con su polla una, y otra, y otra vez. ¿Siempre debía ser todo lo
mismo? ¿Siempre debíamos follar? ¿Todos los días, él deseaba poseerme? Yo
también le deseaba. Yo también le insinuaba, pero no exactamente para que
tengamos sexo, sino para que nos amemos como ya hace más de una semana,
no hacemos a la hora de estar en la cama. ¿Qué acontecía aquí, ah? ¿Por qué
había pasado tanto, desde la última vez que hicimos el amor?
– ¡Ahh…! – grité cuando posó sus manos a los lados de mi cadera, presionándome
lo más que pudo contra su virilidad, consiguiendo que me partiera en dos. –
Mmm… Tom…
Asúmelo. Te gusta. Amas que te haga esto, ¿por qué te empeñas en contrarrestar
la verdad con gilipolleces basadas de romanticismo, cuando en realidad vuestra
relación es la más guarra jamás vista? No existe tal amor. No existe cariño. No
existe un lado transparente. No os importa más que fornicar como dos animales
salvajes. ¿Te digo algo? Debería de sentirme a gusto porque estoy en ti; debería
sentirme como en… casa, pero no puedo. Yo estaba acostumbrado a una vida
donde las guarradas, las hacías con mujeres, por lo que este vuelco repentino, dejó mi ego por los suelos. Lo más gracioso, es que también es tu propio ego. Te has convertido en la perra alzada de tu queridísimo hermano mayor, ¿cómo la ves?
.
By Tom
Le veía. Lucifer… podía verle; era capaz de cerrar los párpados, y al abrirlos, le
veía cada puta partícula de ese cuerpo esculpido por los mismos dioses, sólo para
mí. Pareciera que Simone, hubiese creado un molde de antemano, para elaborarle
hecho a mi medida. A la medida de mi polla. A la puta medida de cualquier célula
de mi cuerpo, porque encajábamos a la perfección. Es el único hombre con el que
me he acostado. El único hombre al cual disfruto oírle gritar mi nombre mientras
follamos. Único ser de mi mismo sexo, con el cual tengo pensado hacer esto por el
resto de mi vida; y es por eso que con respecto al temita ese del que habíamos
estado hablando antes, deberá pisar con cuidado. ¿Cuál tema? Eldwin. Es mi
mejor amigo, sé que sería incapaz de tocarle; sin mencionar que no le van los
hombres aunque… tenga ciertos aires, pero no. Tengo por seguro que no es
homosexual, sin embargo estaré alerta porque esta preciosidad que tengo como
hermano, atrapa a cualquiera. Miradme a mí, a mí siempre me fueron las tías, pero no puedo negar que siempre me sentí atraído por Bill. Un momento… ¡con
eso, no quiero decir que yo sea homosexual! ¡Joder, no! Yo no soy de esos. No
tengo nada contra ellos porque he conocido muchos, pero no me sumo a la lista.
Ni hoy, ni en un millón de años. Parecería que estoy haciendo preferencia,
¿verdad? Solo me gusta follarme a mi gemelo y a otros hombres no. Sin embargo,
así soy. Si no lo siento, si yo digo que no es así; si yo digo que no quiero algo,
¿por qué sería todo lo contrario? Si yo digo que el mundo se acaba hoy, así será.
Si me hace falta un integrante en la pandilla y nadie se ofrece a ocupar el puesto,
ya sea porque se trata de mí grupo o porque no le acepto, puedo llamar a Satanás
para decirle que es él, a quien yo he elegido, y él no podrá oponerse. Se hace lo
que yo digo, cuando yo lo digo, de la manera que yo lo digo; sino… no se hace
nada. ¿Ha quedado claro? Bien.
Yo ya podía ver, pero él, aún no debía saberlo. No era el momento. No aún. No
quería que lo supiera, no quería que se diese cuenta, y como soy buenísimo
cuando se trata de mentir, no lo sabrá a menos que yo mismo sea el que se lo
diga.
– ¡Ahh…! – le escuché gritar con fuerza cuando me enterré hasta lo más hondo de
su agujero. Tal vez gritó de placer. Tal vez de dolor, no lo sé. No lo sé ni me
importa. – Mmm… Tom… – se estiró hacia atrás para juntar su espalda con mi
pecho. Le tomé de las rastas obligándole a pegar la cabeza contra mi hombro.
– Puta… – susurré en su oído luchando con las ganas de mordérselo con saña;
sacarle sangre si era posible. – Eres una perra, ¿lo sabías? Una puta perra que
me vuelve loco. – añadí apegándole más a mi boca, casi babeándole con cada
palabra. – Dilo… – pedí notando cómo continuaba moviéndose contra mi polla
tiesa.
– Mmmm…
– Dilo, maldita sea. Quiero que lo digas, Nene. – insistí colocando mi otra mano en
la mejilla contraria al lado de la oreja con la cual le tenía en mí, con el fin de
retenerle sin que se alejara.
– Soy tu… puta… – jadeó incansable; incapaz de cerrar los labios tras cada
embestida de su culo en mi pene. – Tu perra… Soy… soy tuyo… lo que quieras…
– Dios. Su docilidad ante mí, era toda una pasada. Había veces en las que me
entraban ganas de descojonarme de risa en su cara por lo jodidamente sumiso
que quedaba a mis pies, pero por alguna puta razón… no podía. Sentía como si
tan solo con pensarlo, me bastaba. Sabía que al hacerlo, le lastimaría y… por
ahora, no tenía intenciones de lastimarle más.
– Amas que te joda, ¿verdad, maldita puta?
– Síii… me encanta…
– ¿Te encanta? – alcé una ceja. – Debes amar lo que te hago.
– Lo… lo amo. Amo todo lo que me haces, Tom… – cerré los ojos satisfecho. Eres
mío, Nene. Te traigo muerto.
– Así me gusta… debes amar absolutamente todo lo que te hago, ¿has entendido,
Nene?
– Sí… ahhh… – arqueó la espalda y apoyé la mano con la que le sostenía el rostro,
en el colchón cuando me encorvé hacia delante empujándole a él también.
– ¿Me amas, Nene?
– Con todas las fuerzas de mi… ser. – contestó jadeante.
– No te oigo bien. ¿Me amas? – reiteré la pregunta para que me respondiese como
era debido.
– Te amo… te amo más que a nada, Tom. Eres mi amor, eres… ahh… eres mi
vida… – apoyé la frente en su nuca y seguí embistiéndole con más fuerza que
antes.
Ya se lo he dicho una y mil veces. Que no se le ocurra engañarme. Siquiera
pensar en hacerlo, porque morirá. No sentiré compasión de sus súplicas. No
sentiré lástima cuando le apunte con mi pistola en su frente. No me apiadaré de su
alma. Tan solo jalaré del gatillo y ya. No tengo pensado volver a comportarme con
él, como lo hacía antes porque hasta ahora, está realizando todos los papeles
bien. Me obedece. Me complace con su cuerpo. Me ama. No veo necesidad de
regresar al pasado, sin embargo le conviene pisar con pies de plomo. Seguro y
preciso. Mejor que no se mande ninguna estupidez porque ahí sí, me veré
obligado a ser quien (únicamente con él) no quiero ser. Mataré a cualquiera que le
toque; a quien intente sobrepasarse. A quien le mire indebidamente… le daré a
entender que me pertenece solo a mí, a mi manera; que es propiedad de Thomas
Kaulitz. No soportaré saber que alguien más se ha atrevido a tocarle, besarle,
saborear su figura; adueñarse de lo que es mío. No lo haré.
Nene, eres mío o de nadie.
Continúa…
Gracias por la visita.