II P. Obsesión 17

Fic TOLL de Leonela (Temporada II)

Capítulo 17

– Yo no… no puedo subir. – susurró volviendo la vista a mis ojos, de repente, dejándome notar su mirada llena de angustia, miedo, terror… ¿qué es lo que acontecía?

– ¿Por qué? ¿Qué sucede? – retrocedió unos pasos.

– ¡No puedo subir al ascensor, Bill! – alzó la voz, pero no tanto como para llamar la

atención de los que estaban a nuestro alrededor, sino como para asustarme a mí,

ahora. – ¡Soy…! ¡Soy, claustrofóbica! – una lágrima rodó por su delicado rostro,

dejando un largo camino de humedad, cuando emprendió viaje hasta su mentón.

Le limpió con rapidez como para que no le notara; cosa que yo, ya había hecho,

obviamente. – Lo siento, hijo. Sé que soy una estúpida, pero… pero es que le

tengo pavor a esas cosas. Juro que… juro que llego a subirme a uno, y moriré de

un ataque al corazón, en cuanto las puertas, se unieren. – bajó la cabeza

poniendo ambos pulgares dentro de la hebilla de su cinturón, mientras sus dedos

restantes, posaban en el frente; quietos. Tan quietos como ella, lo había estado

hacía segundos. – Lo siento, lo siento, lo siento. Siempre arruino todo.

– Ya deja de disculparte. – le corté y alzó la mirada encontrándose con la mía.

Curvé mis labios en una sincera sonrisa y estiré una mano hasta alcanzar algunos

de sus cabellos. Avancé los mismos pasos que ella, había retrocedido y le

acerqué a mi pecho, para que depositase su cabeza con tranquilidad. – Jamás

arruinas algo. Adoro pasar tiempo contigo, ¿sabes? – enredé mis dedos en el pelo

que había cogido y oí cómo se le salía un sollozo. – ¿Por qué lloras?

– Porque… snif… después de cómo te he tratado, de pequeño; luego de

abandonarte, me has encontrado y mira cómo me tratas. No soy una madre que

puede decir: Sí. Mi hijo está haciendo por mí, lo mismo que yo, hice por él, cuando

era tan solo un crío. No. No puedo porque jamás he hecho algo bueno por ti. Por

ti, ni por tu hermano. – rodeó mi cintura con sus extremidades, tomando mis ropas

en sus puños; aferrándose como lo hace una niña, a su osito de peluche.

– Shhh… deja eso en el pasado, ¿vale? ¿Qué te he dicho? Has tenido tus

razones. Has justificado tu comportamiento para con nosotros, y lo he aceptado.

Te entendí, mamá. Ya no te disculpes; deja que disfrute de la hermosa mujer que

tengo como madre. De la maravillosa persona que me ha tocado, como mamá.

– Hijo… – le apretujé aún más contra mi figura, dándole calor al mismo tiempo en

que le protegía de sus malos recuerdos.

– Por favor… – lloró más fuerte contra mi pecho, agarrándose con fuerza a mi

chaqueta.

– Te amo, Bill… – murmuró entre hipidos. – ¿Me crees?

– Claro que te creo, mamá. Por supuesto que te creo. Y yo, te amo a ti. – sobé su espalda calmándole. Nos encontrábamos en medio de un pasillo, que como si las

palabras estuviesen en el aire, las personas de allí, habían regresado cada cual a

su sitio anterior. ¿Cuáles palabras? Que ese momento, necesitábamos estar a

solas. Hablando de madre a hijo. Nada más.

Al cabo de unos largos minutos brindándole apoyo y cariño, le oí respirar

profundamente, por lo que coloqué su rostro frente al mío.

– Vamos. Límpiate esas lágrimas que quiero presentar a mi madre, con una

enorme sonrisa. – dije riendo bajito mientras pasaba mis pulgares por sus

mofletes, borrando cualquier rastro de agua salada. – Me envidiarán, lo sé. Al

verte, caerán de culo al suelo. Ya lo verás.

– Ohh, hijo, ¿qué cosas dices? – bajó la mirada, apenada.

– ¿Qué? ¿A poco me lo negarás? – volvió a mirarme y le guiñé un ojo. – Vamos,

mujer. Una niña especial, está esperándonos cuatro pisos más arriba.

– Pero… ¿cómo iremos? No puedo…

– Subiremos escaleras. ¿Cuál es el problema? Me hace falta ejercitar un poco las

piernas. – entrecerré los ojos sin dejar de verle y esa brillante sonrisa que yo tanto

amaba admirar en su rostro, volvió a aparecer. Era mentira, por supuesto. Odio

hacer ejercicios, ¿cómo iba a parecerme una buena idea, el ascender casi

cincuenta escalones? Pero por ella, lo haría sin pensármelo dos veces. Todo, con

tal de verle sonreír. – Anda. Vámonos. – asintió y fuimos en dirección a las

escaleras del hospital. Antes de poner un pie en el primer escalón, giré la cabeza y

miré por encima de mi hombro; tenía un extraño presentimiento, como si algo o

alguien, estuviese observándonos, ¿pero qué o quién? Cerré los ojos

regañándome a mí mismo devolviendo la cara a su lugar. ¿Qué chorradas estaba

pensando? Miré delante y comenzamos a subir.

Joder… cuatro pisos. Los sacrificios que hago por mi madre, ¿cómo la veis? ¿Qué no haría por ella?

.

By Tom

Presioné una vez más, el botón para cambiar de canal y nada. Puras mierdas en

la cojonuda tele. ¿Qué estaba haciendo? ¡¿Qué?! ¡¿Acaso, no escucháis?! ¡Dije

que cambié de canal! ¡Que no había nada bueno en el estúpido aparato que tenía

enfrente! Coño. Me saca de mis cabales el hecho de tener que dar semejantes

explicaciones absurdas. Eso ocurre, cuando vosotros, no prestáis atención. ¿Qué hago hablando con vosotros? Ya.

Tomé mi vaso de cerveza, de la mesa que se hallaba a escasos centímetros del

sofá y sorbé su contenido (sí, porque al final, encontré una en la casa. La última

que quedaba). Hasta el fondo. Sin dejar una sola gota. ¿Por qué? Vaya uno a

saber. Tenía algo en las tripas; algo que se retorcía cuan cocodrilo al tener la

presa entre sus dientes. Era extraño. Era muy extraño. Pero a la vez, de gilipollas.

¿Por qué? ¿No habéis oído lo que os acabo de decir? ¡Que no lo sé!

Me puse en pie y caminé hasta el mueble que se encontraba a uno de los lados

del televisor. Abrí la puertita y comencé a husmear entre su interior. Allí, es donde

siempre han estado los DVD’s de películas. Cuando no había algo bueno en el

objeto que tenía a mi lado, con Bill, poníamos una y siempre nos quedábamos

hasta el día siguiente, viéndolas. No eran cualquier películas, claro. Tampoco

repetitivas, sino un tanto… variadas. Solíamos ver de acción, violencia y

asesinatos, que eran las que más me gustaban, mientras que a él, le llamaban

más las de misterios, suspenso y terror. Nos turnábamos de vez en vez, noche por

medio, cuando ninguno de los dos, debía salir y daba la casualidad que nos

quedábamos. Debo reconocer que la pasábamos guay. Muy guay. Sobre todo

cuando a ninguno, se le antojaba ir a dormir, por lo que permanecíamos horas y

horas mirando televisión, importándonos una mierda lo que ocurriese fuera. Típica

actividad de hermanos, ¿cierto? Lo raro, y que había veces en las que no sabía

cómo coño manejar la situación, era cuando en verano (por ejemplo), optábamos

por las películas porno; cosa que… al transcurrir un determinado tiempo, el

ambiente, comenzaba a calentarse hasta tal punto en el que podías sentir que te

faltaba el oxígeno. No era suficiente el fresco del aire acondicionado. No.

Necesitabas más. Por más que estuvieses frente al electrodoméstico, te

sofocabas. Recuerdo que una vez, estábamos mirando una de esas, y como que

me estaba durmiendo; había salido a matar tipos en la tarde, por ende esa noche,

estaba que me caía del condenado sueño. Más, al descubrir que ese film, ya le

había visto. En fin. En un momento en que mis párpados pesaron como la puta

hostia y mi visión se oscurecía, la puta principal de la película, no tuvo mejor idea

que empezar a gemir como condenada. Tengo memoria. Muchísima memoria, y

es por eso que recordaba que esos gritos desgarradores, eran de ella al estar

entre medio de dos tíos que no paraban de hacerle guarradas. No le di

importancia y decidí levantarme para ir a mi cuarto debido al jodido cansancio.

Apoyé las manos a los lados de mi lugar y cuando estuve a punto de impulsarme

para ponerme de pie, noté un extraño movimiento a mi lado. Miré aún con los ojos

entrecerrados y algo molesto por la luz de la pantalla que reflejaba la movilidad de

los personajes, en nosotros; la sala, estaba en total oscuridad, solo podía verse la

luz del televisor. Fijé mis pupilas dilatadas en lo que tenía cerca, y… creo que nunca en mi vida, sentí tanta necesidad de coger un pañuelo, ya que se me

estaba chorreando la baba cuan catarata.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=MRrjefFRFAg&feature=related ]

Tuve la dicha de observar el cuerpo semi desnudo de mi hermano, mecerse de

arriba abajo, con una de sus manos sobre la tela de su bóxer; acariciándose al

compás de su vaivén. Sus ojos fuertemente cerrados, sus labios entre abiertos

dejando escapar la espesa respiración entrecortada que de por medio, transmitían

leves jadeos de gusto. ¿Que si le había pillado haciéndose una paja? No, no. No

estaba tocándose así. O bueno… podría decirse que a medias, porque su mano,

aún no estaba adentrada a su ropa interior, sino encima de ella; a la altura de su

polla, la cual se veía con total claridad, erecta y dura, creando un gran y llamativo

bulto.

Recuerdo haberme reacomodado con suma cautela en mi sitio y me quedé

observándole desde mi corta distancia; con la suerte de no perderme detalle

alguno. Su figura delgada, se reflejaba en la sombra de la pared que teníamos a

sólo un par de metros detrás del sofá donde nos encontrábamos sentados,

dejándome apreciar una danza sexual que comenzaba a enloquecerme por

completo. En un breve instante, abrió los ojos y sus córneas se hicieron pequeñas.

Muy, muy pequeñas al chocarse con la luz que le proporcionaba la pantalla de

veintisiete pulgadas que tenía enfrente. Su mirada se oscureció al igual que

penumbra al anochecer, dando paso a ese Satanás interior que poseía bien

guardadito. Lujuria fue lo que mis pupilas extrajeron de su visión, adosándole tan

fuerte a mis sentidos, como el acero derretido, se adhiere a una chapa helada.

¿Cómo lo supe? ¿Cómo es que noté semejante detalle tan diminuto? ¿Cómo es

que le vi tan de cerca? ¿Quién dijo que le vi los ojos, de una distancia menor a la

que estuve desde un comienzo? ¿No os he dicho que no me perdía detalle

alguno? Eso abarca también, el sacar fuerzas de no sé dónde, para lograr

agudizar mi visión y percatar pequeñeces como esas. Pequeñeces que a mí, me

habían descolocado totalmente. Nunca en la vida, hube disfrutado con tanta

intensidad, el ver un ser, gozando por sus propios medios; con sus propias

técnicas.

Inconcientemente, aproximé una de mis manos a mi propio sexo, escabulléndole

por el interior de mi bóxer, para luego desatar un ir y venir desde la punta de mi

pene, hasta los testículos, masajeándoles, volviendo a ascender, apretando mi

miembro, aún sin ser capaz de despegar la mirada del cuerpo sudado de mi

gemelo. En vez de concentrarme en los gritos y gemidos descontrolados de la tía

que estaba dentro del televisor, actuando para nosotros (para sus espectadores),

me concentraba en Bill. ¿Por qué? No lo sé. Desde ese instante, supe que ya nada sería como antes. Supe que había algo en él, que me atraía. ¿Su carita de

perra desafiante a la hora de verse abrigado por el placer? ¿Sus expresiones de

obvio regocijo lujurioso cuando vi esa mano, por arriba de su ropa interior,

llamándome ansiosa a que le tocase mandando a la chota mierda, mi posición

sobre el planeta Tierra? ¿O el enorme bulto que representó su polla, encerrada en

la tela? Quizás. No estaba seguro de lo que me había ocurrido exactamente allí,

pero de lo que sí fui conciente, fue que yo, debía ser poseedor de ese cuerpo. Yo,

debía ser quien explorase cada célula de su figura, con mi lengua. Ser yo, quien

pusiese en práctica cuantas veces me apeteciese, el pecado mortal (también

conocido como pecado capital) que más me gustaba. ¿Cuál? La Lujuria. ¿Y

adivinad, qué? Lo soy.

Tengo el gusto de sentirme y ser poseedor de una persona. Cuya identidad, es la

de mi gemelo. Con el tiempo, y debido a sus estúpidos argumentos, me ha llevado

a convertir en un vil adicto a él. Ser divino que, al verle desnudo, despierta mis

deseos más oscuros; nuevas formas de hacerle mío. Hacerle saber que me

pertenece sólo a mí. Que todo lo que por un tiempo mínimo, sintió ser propio,

desde que le vi del modo en que le veo hoy, debió admitir que lo suyo, jamás fue

suyo, sino mío. Y no estoy pecando con la Avaricia; no. Me mantengo fiel al

Egoísmo, porque a Bill, lo quiero tan solo para mí. Hoy y mañana. Mañana y por el

resto de sus días.

Atrévete a engañarme, Nene, y verás que no sólo en las películas de terror, el

malo, puede llegar a transformarse en Lucifer. No sólo a ellos, les salen alas cuan

gárgola de brujas; no sólo ellos, lanzan fuego por la boca si así, lo desean. Yo,

puedo hacer mucho más. Llevas mi sangre. Llevamos la misma sangre. Mis

mismos rasgos, pero mejor elaborados. El Dios, no se ha puesto a fijar en la

balanza, si teníamos el mismo peso; no corroboró, que tuviéremos la misma

mente. No se detuvo a medir que fuésemos idénticos en cuerpo y alma; justificar

el por qué de cómo nos denominan: Gemelos. Somos polos totalmente

antagónicos, y además, vamos en sentidos opuestos. ¿Por qué estamos juntos,

entonces? ¿Por qué a la hora de estar en la cama, me satisface el oírte gritar?

Porque Lucifer, disfruta escuchar las plegarias de los ángeles que le secuestra a

Dios; se basa en la Envidia. Es por eso, que los roba y estropea entre las llamas

más puras en malignidad. Sitio tan o más importante que ese, al que todos le

nombran: Cielo. Lugar en el que su dueño, está envuelto en perversidad, y

practica el acto de la crueldad con todos sus esclavos. ¿Qué lugar? El Infierno.

¿Qué mejor espacio para hacer sufrir a las personas, que el mismísimo Infierno?

¿Qué mejor castigo irreversible, que el de una eternidad entre las flamas del

Infierno? ¿Quién mejor para mortificar, que el Amo de ese sitio? ¿Cuál Amo? Yo, por supuesto.

Llevé una mano a mi bolsillo izquierdo y la adentré para coger la cajetilla de

cigarros; tomé uno al ponerle frente a mis ojos y de mi otro bolsillo, quité el

encendedor. Me llevé a los labios, el cigarrillo, y aspiré un poco mientras la llama

de dicho encendedor, comenzaba a prenderle. Di una larga y profunda calada. Le

alejé de mi boca para expulsar el humo con toda tranquilidad, y lo devolví a mis

labios, apretándole de costado, para utilizar mis manos en la selección de un buen

DVD para mirar en ese momento. Empecé a separar uno por uno, dándoles vuelta

y ver su título. El primero: ‘Angélica y sus siete aventuras sexuales.’

Alcé una ceja y sonreí de lado. Bien. Otro: ‘Tuya en las noches más

desenfrenadas.’

Leí para mis adentros y una risa de maldad, se escapó de mis labios. Repetí en mi

mente, aquel nombre del film y… recordé.

Me enderecé un poco sin dejar de embestirle con suma rudeza y él, se llevó

ambas manos a la frente, tocándosela con la palma; secándose el sudor al llevar a

cabo esta acción. Su boca se abría de par en par, liberando gemidos

descontrolados, mientras cerraba los ojos con fuerza.

Le tenía frente a mí. Me encantaba follarlo mirándole a la cara. No os imagináis, lo

cojonudo que es ver ese perfecto rostro, deformarse cada vez que le machacaba

la próstata, que según dicen, es el punto máximo de placer en un hombre; pero

como yo soy bien macho, soy el que da, jamás lo averiguaré.

Pegó su cabeza al colchón sin apartar las manos de donde las tenía, al mismo

tiempo en que arqueaba la espalda, y no pude aguantarme más. Comencé a

acercarme lentamente a su boca, hasta poder atraparle con la mía. Fundiéndolas.

Aunándoles para que no se desamarren. Mis brazos, pasaron por debajo de sus

piernas, y coloqué ambas manos, en la cama, quedando así, Bill, como partido en

dos, con las piernas a cada lado de mi cuerpo, pero a su vez, pegadas al suyo.

Abrí los labios y casé, el suyo superior, mordiéndoselo, sintiendo cómo colocaba

sus propias manos, en mi nuca, ejerciendo presión hacia él.

– Así, mi amor… así. Más… más… – jadeó en mi oído una vez que se separó de

mis dientes.

– Maldición… – gruñí acelerando el ritmo, volviendo a mi posición anterior: Delante

de su rostro; muy cerca. – Se siente… se siente tan jodidamente estupendo…

– Ughs… estás matándome… – gimió entrecortado, mientras su delicado cuerpito, subía y bajaba ante mi visión. – No te detengas…

– No lo haré, Nene. Jamás, me detendré. – añadí y volví a besarle. Ahora con más

desesperación que antes; mordisqueándole ambos labios, logrando que, tras la

hinchazón, tomasen un color más oscuro y se agrandasen.

Regresé el cigarro a mi boca, ya que mientras recordaba, le había quitado de vez

en vez para pitarlo, y pasé un nuevo título: ‘El vampiro del sexo.’

Joder… nombres como esos, nunca me había detenido a examinarles, pero todos,

o su gran mayoría, me recordaban a hechos vividos con mi gemelo.

Le llevé contra la pared, alzándole por los aires para aprisionarle entre ésta y mi

figura.

– Quiero más de ti, Nene… – dije con la respiración irregular, empezando una

ligera fricción entre nuestros sexos. – Quiero oírte, pedírmelo. – agregué

simulando una penetración pese a los arremedes de mi cuerpo, contra el suyo.

Echó la cabeza hacia atrás, clavando sus uñas en mi nuca y sus labios se

entreabrieron.

– Házmelo, Tom… Párteme en mil pedazos… – dijo entre jadeos y sonreí de medio

lado.

– Nene… Nene… – gemí ronco, llevando mi mano a mi propio sexo, para guiarle a

su precioso y tan apetecible agujero. Estábamos totalmente desnudos, porque lo

habíamos hecho durante todo el día. – Eres tan… tan perfecto, Nene…

– ¿Te traigo loco… Tom? – preguntó respirando con dificultad, apretando el agarre

de mis trenzas en sus manos. – ¿Mm?

– Totalmente. – volvió la cara a la mía y nuestras miradas, se encontraron. – Estoy

completamente loco por ti, Nene.

Y era cierto. Era su culpa. Él, me había enloquecido.

Tomé otra de las cajas de películas y leí en voz alta: ‘Ámame esta noche.’

Joderrrrr… me recordaba a la… la noche en que volvimos de la fiesta en casa de

Eldwin, y estuvimos juntos. La noche en la que me hizo pronunciar unas palabras.

¿Que si lo recordaba? ¿Cómo olvidarlo? De ello, trata todo lo que estamos

viviendo, ¿no? A partir de ese día, hemos estado tan bien; era extraño, ¿sabéis?

Se sentía extraño estar en su interior, mientras él, pronunciaba mi nombre una y

otra, y otra vez, pidiendo que no me detuviese, que continuase hasta acabarle por completo. Sin embargo eso no es todo. Claro que no. Lo que comenzaba a

incomodarme, era el modo en que me sentía cuando le oía pronunciar un ‘Te

amo’. Lo había escuchado salir de sus labios, miles de veces, pero nunca me

detuve a apartar ese dolor en mi estómago cuando mis oídos, le captaban.

– Tom… no sabes… cuánto… te amo, mi amor… haaa… – dijo entre jadeos,

colocando las manos a ambos lados de mi rostro para juntar nuestras bocas

mientras se movía sobre mi polla erecta.

Mi estómago se retorció como si hubiese estado hecho de papel y alguien, hubiere

hecho una bola en su puño, pero continué besándole.

Esa, fue la primera vez que sentí incomodidad ante sus palabras.

Sentir… y él, me había dicho muchas veces que yo, no siento.

– ¿No tienes corazón? ¿Cómo le haces para seguir viviendo sin ese órgano

fundamental en tu cuerpo?

¿Cómo estaba tan seguro de ello? Sólo yo, tengo la respuesta. Porque es mi

mente. Porque es mi cuerpo; mi interior, del que estaba hablando.

– ¿Te das cuenta que tú no sientes, Thomas?

¿Cuánto, a que todos vosotros, estáis esperando una contestación a esa

incógnita? Estoy seguro. Apuesto mi propia cabeza, a que debéis tener los cinco

sentidos bien a la expectativa de lo que sea que salga de mis labios, de ahora en

adelante, ¿o me equivoco? Por supuesto que no. Yo jamás, me equivoco. Nunca

estoy erróneo. ¿Sabéis algo? Os diré. ¿Para qué continuar con el suspenso? Sé

que es parte del juego, sin embargo me da igual.

Lo que estoy haciendo con Bill, es…

Mi móvil, vibró en mi bolsillo y debí cogerle de inmediato. De seguro, sería

Jonathan.

Miré la pantalla y sí; era su número.

– Jonathan, ¿qué ocurre, ahora? – pregunté no más atender.

– Tom… No me lo vas a creer. – dijo como respuesta, agitado. ¿Qué diablos le

había pasado a éste? – Ni yo, me lo creo aún.

– ¿De qué hablas? – fruncí el entrecejo dejando las cajas de películas que tenía en

una de mis manos, sobre el mueble y me quedé con el cigarro entre los dedos.

– No sé cómo decírtelo. No sé si es bueno o malo.

– Estás cabreándome, Jonathan. ¿Le pasó algo a Bill?

– No… es sólo que…

– ¿Qué? Habla. – exigí ante su tardanza en pronunciar las palabras. – ¡Jonathan!

– Bajé… bajé de la camioneta y comencé a seguirles dentro del hospital como me

lo ordenaste. Sin perderles de vista. – informó con rapidez; casi atragantándose

con las sílabas. – Primero, se detuvieron a hablar unos momentos antes de tomar

el ascensor, y como estaba todo despejado, no pude acercármeles mucho para

oír, sin embargo seguí tras ellos cuando finalmente, optaron por las escaleras.

Antes de subir, tu hermano, volteó y casi me descubre, pero no lo hizo. Fui más

rápido. En fin, eso es lo de menos.

– ¿Por eso, estás tan nervioso? – cuestioné alzando una ceja, y le di una última

calada a mi cigarrillo, para luego apagarle en el cenicero que se encontraba sobre

la mesa de la sala. Apoyé una mano en la silla más cercana.

– No, Tom. Escúchame.

– Pero habla, tío.

– Llegaron a una habitación del cuarto piso; se adentraron, comenzaron a hablar

con una mujer y… una niña; no lo sé. Debí ponerme a oír de qué trataban, pero no

se escuchaba del todo bien.

– ¿Una niña? – hice un gesto de no comprender. – ¿Cómo era?

– Bien. Entreabrí la puerta sin que me descubriesen, ya que le habían dejado

levemente separada, y… lo poco que vi, fue que era rubia, pequeña; de unos…

seis o siete años. – dijo con rapidez. Todavía, estaba algo agitado. – Le abrazó

como si le conociese de toda la vida.

– ¿Bill, hablando con una escuincla? – reí con sarcasmo. – Vamos, hombre, ¿me

has visto la cara de imbécil? Mi gemelo, no se habla con niños. Mucho menos, con

niñas.

– Tomé fotos, por si no me crees. – remató con serenidad. – Pero eso, no es lo

importante.

– ¡Entonces, habla que ya estoy cabreado, joder!

Le oí respirar profundamente; el aire que liberó, golpeó en su teléfono celular y

distorsionó el audio por unos segundos.

– Luego, apareció un tío alto, que por cierto, casi me da un ataque cuando le vi venir. Tuve que hacer como si estuviese perdido o algo así. – continuó explicando

y mi sangre empezó a hacer burbujas. ¿Por qué? ¡Porque estaba sacado de mis

casillas de tanto esperarle! ¡¿Tantos detalles, debía darme?! – Como sea. Entró y

la mujer que estuvo con tu hermano, todo el tiempo, le vio y comenzó a correr

como loca; entonces, Bill… Bill, le gritó… Mamá.

– ¿Qué?

– Lo que oyes. Y fue tras ella. – añadió. Agité mi cabeza con frenesí, alejándome

de la silla, desarmando mi posición sobre la misma. ¡¿QUÉ MIERDA, ESTABA

DICIÉNDOME?!

– ¿Y qué pasó? ¡HABLA, TÍO!

– ¡Les seguí! ¡Les seguí por todo el establecimiento! Hasta que… lo oí todo.

– ¡¿Qué oíste?!

.

By Bill

Alcé la vista situándola en la pared del comienzo de la escalera, y localicé el

cartelito que indicaba que ya estábamos en el cuarto piso. Nuestro destino. Como

nos habían dicho en recepción, a Kay, le habían trasladado de habitación, ya que

su estado, había mejorado. Sin conocer tanto a esta familia, sólo a los niños, les

tomé mucho cariño. ¿Qué niños soportan todo lo que soportan ellos? Me gustaría

poder hacer algo que les ayudase de alguna forma; denunciar al mal nacido que

se hace llamar su padre, cuando en realidad, no hace más que arruinarles la vida

continuamente. Pero bueno; le hice una promesa a Clarisa y no podía fallarle.

Cumplo mis promesas. Si alguna vez, no lo hago, es porque algo sucedió; de

todos modos, no pensaba quedarme de brazos cruzados siendo conciente que la

pobre pequeña, era violada noche tras noche por su propio padre. Por la mierda,

que le tocó como padre. No. Sólo debía pensar qué hacer; cómo hacer. Debía

pensar un ingenioso plan para que tras mi confesión para hundirle, no arrastrase a

los niños también. ¿Quién sabe qué cosas les habrá dicho para que callen? ¿Con

qué les habría amenazado?

– ¿Hijo? – cuestionó mi madre, y escapé de mis pensamientos. – ¿Ocurre algo? –

añadió cuando le miré pestañeando repetidas veces.

– No, no. – contesté con apuro. – ¿Por qué?

– Te he preguntado dos veces, cuál es el número de la habitación donde está esa niña, y tú, nada.

– Lo siento, mamá, es que estaba pensando.

– ¿En qué? Si se puede saber, claro…

Curvé mis labios en una cálida sonrisa y ella, por alguna extraña razón… se

sonrojó, al notarla.

– Por supuesto que puedes saberlo. Estaba pensando en la madre tan hermosa

que me ha tocado. ¿Cómo la ves? – alcé una ceja y tapó su rostro con ambas

manos.

Ya cansaba con decir siempre lo mismo, ¿verdad? Pues me importa un bledo;

amo a esta mujer.

-¬ ¿Cuándo acabarás de decirme esas cosas? – interrogó con voz temblorosa por

la vergüenza que le provocaban mis halagos y lentamente, le aparté las manos de

su cara, para poder verle.

– Nunca. – di un beso en su frente. Le rodeé con mi brazo y continuamos

caminando. – Es la habitación número 482 – agregué mirando el número que se

encontraba sobre la pared, arriba de cada puerta de los cuartos.

– 476… – susurró imitando lo que yo hacía.

– 480… ¡Es aquella! – exclamé señalando con mi dedo índice cuan niño chiquito al

ver un personaje de sus dibujos animados, caminando por la calle. Personas con

trajes, por obviedad.

Caminamos más aprisa y nos situamos detrás de la puerta.

– ¿Por qué tiemblas? – cuestioné al sentir un leve movimiento bajo la extremidad

que le rodeaba los hombros. – ¿Mamá?

– Estoy nerviosa… es todo. – respondió y le oí respirar largamente.

– ¿Por qué? No estés nerviosa; verás que Clarisa, te caerá de mil maravillas. Es

una niña realmente encantadora. – dije con una sonrisa, mientras frotaba su

espalda. – Es muy dulce.

Asintió con la cabeza cerrando los párpados y alcé mi otra mano, hasta

posicionarla frente a la madera; cerré el puño y di tres suaves toques. Si el niño,

estaba durmiendo, no deseaba despertarle. Me habían informado que estaba

mejor, pero yo, no estaba seguro de cuál era su estado actualmente. Tal vez, necesitaba descansar. ¿Por qué debo explicar todo lo que hago? Ay ya.

Ruido de tacos, fueron los que oímos aproximarse a la puerta y seguidamente, le

abrieron uno centímetros.

– ¿Si?… – preguntó antes de elevar la vista. Enmudeció al verme. – ¿Bill?

– Hola, Ruth, ¿cómo has estado? – interrogué sonriendo ampliamente. Abrió toda

la puerta y salió; dio un paso al frente para saludarme con un beso en la mejilla.

– Yo muy bien. ¿Y tú? – miró a mi madre para recibirle también.

– Igual. Ruth, ella es Simone, mi madre. – le presenté. – Mamá, ella es Ruth,

madre de Clarisa y Kay.

– Mucho gusto. – se saludaron simultáneamente.

– Espero, no le moleste que venga acompañado, es que… queríamos saber cómo

están los niños.

– No, hombre. No es problema. – rió haciéndonos paso para ingresar al cuarto. –

Pasad, por favor; los niños están allí. – añadió y entramos. Primero Simone, y

luego yo. – Clarisa, Kay, mirad quién vino a veros.

– ¿Quién, mami? – cuestionó la pequeña dándome la espalda, ya que estaba de

pie junto a la cama de su hermano, riendo con él.

Al girarse, abrió su boca mostrando una gigantesca sonrisa, y sus ojitos brillaron,

al encontrarse con los míos. Corrió con rapidez, y saltó a mis brazos, con los

suyos abiertos de par en par, para rodearme el cuerpo.

– ¡Billy! – gritó a todo lo que dieron sus pequeños pulmones una vez aferrada a mi

figura y sentí una paz infinita, recorrerme cada vía sanguínea, estimulando leves

golpecillos hacia mi cerebro; hacia aquella porción de él, que al ser tocada por una

emoción de este tipo, le traslada a mi sentido de la vista, por lo que millones de

diminutos mecanismos, se ponen a trabajar con rudeza logrando que de mis ojos,

salten gotitas de agua. Agua, que al provenir del ojo humano, es denomina y más

conocida como: Lágrimas.

– Preciosa, preciosa. Preciosa mía… – susurré estrujándole entre mis brazos al

agacharme para poder quedar a su altura y noté que mi madre, se había alejado

unos centímetros para dejarme libre espacio con la niña.

– Te extrañé, Billy. Te he extrañado, mucho… – sollozó ahogadamente en mi

hombro. – Mucho…

– Yo, a ti, preciosa. Yo, a ti. – besé su cabello mientras le acariciaba con ternura.

¿Qué tenía esta niña, que podía olvidarme del mundo mismo si fuere necesario,

con tal de verle sonreír? – Estás más grande… – comenté tragándome el nudo que

se había formado en mi garganta. Mamá y Ruth, nos miraron enternecidas.

– No es cierto… – rió aún con un timbre algo característico de un llanto contenido. –

No puedo crecer en tres días…

– ¿Es posible que cada vez que te vea, estés más hermosa?

– Tú también, Billy. – se puso frente a mi rostro, regalándome una enorme gesto

de felicidad. – Y más alto. – agregó y alcé una ceja haciéndole reír.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¡Que eres un girafito! – soltó alzando la voz, mostrándole al mundo que le

rodeaba, su grado de inocencia.

Abrí mi boca indignado. A modo de juego, claro.

– ¡Jajajajaja! ¡¿Qué estás diciendo?! – comencé a hacerle cosquillas en sus

costaditos, logrando que se retorciese a carcajadas.

– Vale, ¿cuál de los dos, es el niño? – cuestionó mi madre cruzándose de brazos,

guiñándole un ojo a Ruth. Le miré sin dejar de hacer lo que estaba haciendo y

entrecerré los ojos, mirándole con enojo fingido.

Me levanté con la pequeña en brazos y me abrazó más fuerte. Yo, le imité

sintiendo su pechito subir y bajar pese a la manera tan acelerada con la que había

reído.

– ¿Quién es ella? – preguntó colocándose frente a mí, cuando se hubo calmado. –

Es muy bonita. Y se parece a ti. – añadió sonriendo ampliamente.

– Muchas gracias, cariño… – dijo mamá, y me aproximé a ella, quien se encontraba

a un lado de la madre de Clarisa. – Bill, tenía razón. Eres una niñita muy hermosa

y dulce. – agregó tomando una de sus manitas.

– Su nombre es…

– Simone. – me cortó acercándosele para depositar un beso en su mejilla derecha.

– Y soy su mamá.

– ¿Eres su mami?

– Ajha… – hizo un gesto cómplice a modo de respuesta.

– ¡Ella es la mía! ¡Ella es mi mami! – medio gritó emocionada, moviendo sus

bracitos, dirigiéndose a su propia madre. – Se llama Ruth, y él, es Kay. – fijó sus

ojos, en el niño que estaba a centímetros nuestro. Me movilicé con ella, de

inmediato. Vaya, sí que era inquieta. – Es mi hermanito.

– Hemos tenido el gusto de conocer a tu madre, pequeña; pero a este caballerito,

aún no. – comentó Simone, caminando hacia el niño. – ¿Así que tú eres Kay? Muy

lindo nombre. Pareces tímido.

– Lo es, señora. – intervino la mamá de Clarisa y ella, se dio la vuelta.

– Mujer, dime Simone, por Dios. Señora, me hace sentir vieja. – le regañó en

juego, y empezamos a reír. Era inevitable. Mamá, llevaba la alegría en su alma, y

quien le tocase o cruzase palabra con ella, se contagiaría irremediablemente.

– Lo siento… Simone…

– Vale, mamá. Le pondrás nervioso.

– ¿A quién?

– Al pobrecito Kay. – fruncí en entrecejo haciéndole reír también.

– Ni que fuera tan fea.

– ¡Jajajajajaja! Me gusta tu mami, Billy. – susurró Clarisa cerca de mi oído. – Me

gusta cómo ríe.

– A mí también, preciosa. – contesté dejando un beso en su frentecita. – A ver, a

ver… ¿cómo está el hombrecito, ah? – interrogué yendo más cerca del pequeño,

sin soltar la criatura que tenía en brazos. – No he podido hablar contigo, Kay.

– Es que… – comenzó a decir en voz baja. – no te conozco…

– Pero hablando, la gente se conoce, ¿cierto?

– Pues, sí…

– Venga. ¿Cómo estás? Yo, a ti te he visto dos veces; la primera vez, estabas… –

carraspeé un poco. Estaba a punto de remover heridas pasadas para el niño.

Hacía unos días, había ido al hospital, pero sólo vi a Clarisa por unos minutos,

porque no quería toparme con el asqueroso de su padre. Y ya que le nombro,

menos mal que no estaba. – dormido. Y ahora.

– Ohh… mucho mejor, gracias.

– Me recuerdas a alguien… – murmuró mi madre, agudizando la vista. – pero no sé

a quién.

Clarisa, clisó su mirada en mi rostro, cuestionándome. ¿Pero qué podía decirle? A

mí también me recordaba a alguien, sin embargo estaba en las mismas que ella:

No sabía. Me encogí de hombros mirando a su hermano y volví la vista. Sus

intensos ojos verdes, penetraron en los míos, consiguiendo que un escalofrío,

crease un camino imaginario desde mi nuca, a mi espalda baja.

Jesús… ¿quién… quién eres, Clarisa? ¿Por qué te siento familiar? Esa mirada…

esa mirada, yo le había visto en otro lado. Había cruzado esa mirada tan libre y

aguda con otro ser, ¿pero con quién exactamente? De por sí, la pequeña, me traía

recuerdos de alguien, sin embargo (aunque suene estúpido), me era incapaz

averiguar la identidad de aquella persona.

– ¿Cuántos años tienes? – cuestionó mamá, a Kay, disuadiéndome de mi

raciocinio.

– Once. – respondió con rapidez.

– Hubiera jurado que tenías trece o catorce. – acoté ante mi sorpresa. ¿No os

había dicho la última vez, que le daba mayor edad?

– Yo igual. – agregó mi madre.

– Es que… salió a Jörg. – dijo Ruth, quitándonos la duda. Pero ahora, se planteaba

una nueva: ¿Quién demonios, era Jörg?

– ¿A quién?

– Jörg. Mi esposo.

– Ahh. – dije con cara de desagrado, que por suerte, pasó desapercibida.

– Clarisa, es más parecida a mí, pero él, salió a su padre. Jörg es muy alto; un

hombre enorme. – bromeó a lo que todos, hicimos un gesto con los labios. El mío,

fue más para que no me creyesen de antipático, que otra cosa. – Aparenta una

edad mayor, ¿verdad?

– Sí. Sinceramente, le creía más grande. – respondió mamá, acariciando la mejilla

del pequeño.

– Claro. Cuando crezca, será un hombre grande, fuerte y bueno. Lo mismo ocurre

con… – agachó su cabeza con lentitud.

– ¿Sucede algo? – cuestioné arrimándome un poco y cuando le alzó, sus ojos estaban llenos de lágrimas. ¿Qué demonios…? – Ruth, ¿qué le ocurre?

– Nada. Es que… – se limpió las lágrimas con un pañuelo que sacó de su bolsillo. –

será un hombre de bien, como lo fue mi otro hijo.

¿Hombre de bien? ¡PFFF! Si supiera lo que hace su esposo; pensé.

– Ohh… – y ahora comprendía.

– Le hemos perdido hace muchos años.

– Lo sentimos mucho, Ruth. – murmuró Simone, con expresión de tristeza.

– No, no. Es que… bueno. Él…

– Buenas tardes. – una voz a mis espaldas, provocó que nos diésemos vuelta para

darle atención, simultáneamente. – Veo que mi hijo, tiene muchas visitas, hoy… –

añadió, pero un grito, nos sobresaltó a todos, interrumpiéndole de repente.

– ¡No!

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=g7vF8zGeljA ]

– ¿Mamá? – pregunté acercándome a su cuerpo. Se había quedado… helada.

¿Qué acontecía aquí, ah? – Mamá, ¿qué tienes? – volví a interrogar, ahora con

más insistencia, desesperación, todo a la vez. Pude ver con total claridad, el modo

tan particular en el que miraba al padre de Clarisa; sus ojos vidriosos de agua, la

misma agua que caía como cascada por sus pómulos.

– ¡No, Dios! ¡No! – y corrió. Vociferó aquellas únicas palabras, para luego

comenzar a correr como loca, por toda la longitud de la habitación, con los ojos

fijos en una única persona: Jörg.

Dejé a la niña, en el suelo, para poder aproximarme a Simone, quien no parecía

estar pasando uno de sus mejores momentos. ¿Qué había pasado si hace unos

minutos, estábamos de lo más bien?

– Simone, ¿qué le sucede? – preguntó Ruth intentando tomarle de los brazos, sin

embargo ella, mantenía su visión fija en el padre de los niños.

– ¡No me toques! – se zamarreó violentamente sin dejar de caminar aprisa. –

¡Déjame!

– ¡Mamá! – se dio la vuelta y chocó contra el hombre. El mismo que le tomó por los

hombros conectando sus ojos al instante.

– ¿Qué es lo que pa…? – no terminó de hablar. Se quedó sin habla al verle el rostro. Maldita sea. ¡¿Qué rayos pasaba aquí?! – No puede ser…

– ¡NO! ¡SUÉLTAME! ¡SUÉLTAME!

– ¡Simone!

– ¡Mamá! – volví a gritar cuando le vi atravesar la puerta del cuarto, a todo lo que

dieron sus piernas, perdiéndose en el pasillo de al lado.

Le seguí lo más rápido que pude, chocándome con la poca gente que se hallaba

dentro del establecimiento. Llamándole; pidiéndole que pare, pero no hacía caso

alguno. Corrí más aprisa y noté sus cabellos, moverse al adentrarse en una

habitación de mucho más lejos de la distancia en el pasillo, donde me encontraba,

yo.

– ¡Espera!

– ¡Oye! ¡Cuidado, chaval! – me riñó un tío que golpeé con mi mano, al alzarla por

los aires, haciéndole señales en vano, a la mujer que estaba persiguiendo.

– Disculpa.

Cuando fui llegando al sitio, todo se puso completamente en silencio. Los médicos

que estaban siguiéndome, desaparecieron. Abrí la puerta con lentitud, y adentré la

mitad de mi figura con la intención de que en cuanto me viese, no saliese

corriendo devuelta. No sabía qué coño le habría ocurrido, pero si de algo estaba

seguro, era que la presencia del padre de Clarisa, le alteró los nervios. ¿Timidez?

No lo creo. Aquí, había gato encerrado.

– ¿Mamá…? – miré cada rincón del lugar. Era una sala de emergencias, vacía.

¿Dónde se había metido? Examiné el sitio; la camilla, las mesas, las sillas; el

cesto de… – Mamá… – dije casi inaudible al verle detrás de este último; casi

debajo de la mesa, escondida tras las sillas. Me arrimé a ella, sin pensármelo dos

veces. Me arrodillé y le miré unos segundos. Estaba… estaba temblando, con la

mirada perdida; ajena a todo. Dios… ¿qué ocurrió? – Mamá, ¿qué sucede? ¿Por

qué tiemblas? ¿Por qué lloras? – interrogué atragantándome con la puta

desesperación que se colaba en cada palabra que dejaba salir. Se aferró a mi

cuerpo cuan broche a la ropa, y liberó un llanto totalmente desgarrador. Intenso,

sin soltarme ni un solo instante. – Por favor, dime ¿qué tienes? – acaricié su

espalda con el propósito de brindarle tranquilidad; paz. Una paz que ella misma,

había demostrado hacía tan solo unos minutos en el cuarto, junto a los niños.

– El hombre… el hombre malo… – sollozó contra mi cuello, apretando el agarre de sus puños a mi ropa; dañándome al clavarme sin querer, las uñas.

– ¿Qué? ¿De qué hablas?

– Es malo, Bill… snif… hace daño. Lastima. – agregó entre hipidos. – Ese hombre,

mata…

– ¿A-a… a quién te refieres…? – cuestioné con el ritmo cardíaco acelerado pese a

la extraña situación y al modo en que estaba hablándome.

Completamente ida…

– El hombre de la habitación… hace daño… mucho daño…

Le tomé del rostro para enfrentarle al mío.

– ¿Qué estás diciéndome?

– Fue él… – tragué saliva al oírle. Su tono de voz, iba apagándose a cada suspiro.

El apretón de sus manos a mi cuerpo, comenzaba a disminuir notoriamente, al

mismo tiempo en que despedía más y más lágrimas.

Sólo había una cosa que no sabía. Una duda que estaba carcomiéndome por

dentro.

– ¿M-mamá…?

Clisó sus pupilas en las mías de un segundo a otro, sin expresión determinada.

– Fue él, Bill… Fue él, quien me violó de pequeña… – debía ser… debía ser una

broma… Una jodida broma de mal gusto…

– ¿Q-qué…?

– Bill… – su mentón temblequeó frenéticamente. – Ese… Jörg, es tu padre. –

añadió y… mis sentidos se extraviaron en la nulidad de mi cerebro.

Continúa…

Gracias por la visita.

Publico y rescato para el fandom TH

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