Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 18
By Bill
¡PUM! A la mierda. Le propiné un buen golpe en el rostro, cuando le tuve enfrente, consiguiendo que diese contra la pared de su lado, rebotando hasta que cayó al suelo atontado y totalmente desparramado. ¿A quién? Al hijo de perra de Jörg, por supuesto. Abrió los ojos desmesuradamente, cuando se dio cuenta en dónde estaba. Separó los labios de par en par, y un hilo de sangre, corrió por su comisura izquierda.
De verdad que le había golpeado fuerte. Hasta se le había hinchado el localizado
lugar. ¿Me importaba? Claro que no. No pararía hasta romperle cada milímetro de
ese repugnante rostro.
– ¡Bill! ¡Bill, por Dios ya basta! – gritó Ruth, al presenciar el acto brutal que
acababa de mandarme.
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=el4es1hj0c8 ]
– ¡MALDITO DEMENTE! ¡DESGRACIADO! ¡SUCIO! – vociferé echándomele
encima cuan fiera en completo descontrol, peleando con su presa para que no se
le escapara. – ¡Eres un hijo de puta, asqueroso! ¡¿Cómo le hiciste eso a ella, eh?!
– otro golpe. Ahora, en el lado contrario. Con una mano, le cogí de la camisa
mientras que con la libre, continuaba azotándole sin piedad. Estaba ciego. Estaba
jodidamente ciego. ¡Descontrolado! ¡Fuera de mí mismo! ¡Pero es que es un ser
despreciable! ¡¿Cómo pudo hacerle eso, a mi madre?! ¡¿Cómo mierda fue que se
atrevió?! – ¡Era una niña, mal nacido! – otro. – ¡Tan sólo una niña! – y le di otro,
para luego nunca acabar. Sentí cómo le proporcionaban tirones a mi ropa, desde
atrás. ¡¿Pero qué carajo hacían?! ¡¿Pretendían alejarme de él?! ¡Ni de coña!
Nadie me lo iba a sacar de las manos hasta que le asesinara.
– ¡Bill, déjalo! – insistió su esposa. ¿Creéis que hice caso? Por supuesto que no.
En esos momentos, me valía una mierda cualquier sílaba que oía a mi alrededor;
tan solo me concentraba en los gemidos de dolor del tipejo al cual estaba
haciendo trizas. – ¡Detente, Bill! ¡Por favor!
– Hijo… hijo, ya basta… – susurró casi sin fuerzas mi madre, sin embargo, cerré los
ojos y continué con lo que hacía.
El tío, intentaba atajarse algún que otro golpe con éxito, pero de dos que
esquivaba, yo le acertaba a diez. Era una cosa de no ver. Más golpes. Más
sangre. Más hinchada se le hacía la cara al infeliz. Cuanto más le pegaba, más
deseaba pegarle. Como una adicción, ¿cierto?
– ¡Niñato, imbécil! – me gritó en el intento de darme una hostia; cosa que no logró,
y más rabia se apoderó de mi. ¡Debía matarlo!
– ¡No intentes nada, maldito gusano, o te haré añicos! – le tomé fuertemente de la camisa zamarreándole con brusquedad, y alcé el brazo de nuevo, con el objetivo
de propinarle otro que le bajase los dientes. – ¡Hijo de…!
– ¡Bill! ¡Bill! – Clarisa. Ohh, Jesús… era Clarisa… callé.
¿Qué harás, ah? ¿Te detendrás sólo porque a la escuincla ésta, le daña lo que
estás haciéndole a su padre?
No… no… no puedo hacerle esto a Clarisa… Ella, no debe saber la clase de
basura que es este tipo. No puedo hacerle eso. Le he prometido no hablar. No
decir una sola palabra sobre lo que me ha contado.
¿Qué es lo que te ha contado? ¿Que su adorable ‘papi’, le ama por sobre todas
las cosas? ¿Qué viene luego? ¡¿No tomar el nombre de Dios, en vano?!
¡¿Santificar las fiestas?! ¡¿Qué carajo, se supone que es todo esto?! ¡¿Los jodidos
diez mandamientos?!
¡No me tomes de idiota, maldita voz!
¡Pero si hace mucho tiempo que no me oyes, Billy! Ya extrañaba todo esto.
Y yo creía que te habías esfumado. Eres una mal nacida, ¿lo sabes?
¿Que si lo sé? Por supuesto que lo sé. ¡De eso mismo se trata todo esto! ¡Soy un
error tan grande como tú!
¡¿Pero qué clase de mierda es esa?! ¡¿Por qué me vienes con sandeces, ahora?!
¡Se supone que hablaríamos de Clarisa! ¡¿Hablaríamos?! ¡No quiero hablar
contigo!
¡Acéptalo! ¡No puedes dejar de oírme! ¡Te me has quedado de seis! ¡¿Cierto?!
¡Cállate y dime qué mierda debo hacer!
¿Por qué te dedicas a obedecer órdenes?
¡No es verdad! ¡No!
¡Sí! ¡Acabas de pedirme una orden!
¡Mentira! ¡Tan sólo estoy pidiéndote una puta salida!
¡Reconócelo! ¡Eres un jodido dominado! ¡El día que dejes de recibir órdenes, te
me caes muerto, Bill! ¡Desapareces! ¡No puedes vivir sin las condenadas órdenes!
¡Te pedí ayuda! ¡Estás loca! ¡Loca!
¡Tú eres el maldito loco que me oye, no yo! ¡Acéptalo, William! ¡ACÉPTALO!
¡AHH! ¡Ya basta! ¡Sí, sí! ¡Recibo órdenes cuan peón de ajedrez! ¡¿Contenta?!
¡Ahora dímelo! ¡¿Qué demonios hago?! ¡¿QUÉ?!
– ¡WILLIAM! – bienvenido al suelo, Bill Kaulitz, ¿cómo te ha ido en el país de las
maravillas? ¿Hallaste a Alicia? ¿Y el conejo?
¿Quién más que mi Otro Yo, pudo haberse burlado tan majaderamente de mí?
Ajham. Menuda hostia recibí, que me dejó tendido en el puto pavimento. Encima
de todo, la puta voz, se tomaba el tiempito de jugarme bromas. ¡¿No le era
suficiente con meterse en mi cabeza y arruinarme la vida?! Además de ser de
sexo dudoso… Mi maldito Otro Yo, varía de sexo según cómo le trate.
– ¡Bill! ¡Bill! ¡¿Estás bien?! – esa voz… ese timbre de voz tan pacífico e inocente,
yo le conocía. – Billy, háblame… – Clarisa. La niña. Mi… la… oh, joder… mi…
¿her…? Será la puta chota, ¡que no podía ni pensarlo! ¿Era… mi hermana?
Joder, joder, joder… No.
– ¿Hijo? Bill, ¿estás bien? – mi madre cogió mi cabeza entre sus manos,
enfrentándome a (según el tibio aliento que sentía chocar contra mi nariz) su
rostro.
De todos modos, aún poseo una duda. Si yo estaba golpeando salvajemente a
Jörg, sin darle oportunidad a que siquiera me tocase un pelo, ¿cómo fue que
acabé en el suelo con semejante dolor en la cabeza?
– Ruth… ¿por qué lo hiciste? – oí a Simone, hablar y abrí los ojos con lentitud.
– Estaba totalmente descontrolado, Simone. ¡¿Qué querías que hiciera?! – estalló
en nervios. Le tenía frente a mis piernas extendidas. Ella, de pie obviamente; pero
no llevaba las manos vacías. – Lo siento, Bill, pero estás loco. – arrojó a un lado,
el jarrón que anteriormente, había visto adornando la pequeña mesita junto a la
ventana de la habitación. Allí, donde colocan la botella de agua mineral, alguna
que otra prenda del paciente, etc. Me lo había partido en la cabeza.
– ¿Billy? ¿Cómo te sientes?
– Bien, preciosa. Estoy bien. – mentí, claro. Me dolía mucho la cabeza. Contaba
con que no me la haya rajado o algo por el estilo, porque allí sí que no sabría qué
coño hacer. ¿Llegar a casa con una herida en la cabeza? ¿Que Thomas, lo note?
¡Jajajaja! Buena broma. Está ciego; no es imbécil. Me conozco. Me quejaría de
dolor sin poder evitarlo y allí, comenzarían las preguntas.
Jodido problema.
– Con cuidado… – susurró mamá, cuando empecé a enderezarme en el suelo.
Sentándome con dificultad.
– Mierda, mi cabeza.
– Lo… lo siento… – repitió la madre de Clarisa. Me llevé una mano a la nuca, para
luego posicionarla frente a mis ojos, comprobando que no esté sangrando. Por
suerte, no lo estaba. Sólo dolía como la puta hostia, es todo. – ¿Quieres decirnos
qué es lo que te sucedía? – agregó y vi a dos guardias de seguridad, a su lado.
¿Qué carajo?
Jörg… el maldito Jörg.
– ¡Tu marido, es un hijo de puta! – me puse en pie, alzando la voz y cerré los ojos,
para abrirlos de inmediato y ver cómo los monos esos me ayudaban,
sosteniéndome de ambos brazos. Un momento… ¿me ayudaban? ¿Pero si eran
de seguridad y yo estaba golpeando a…? ¡Maldita sea! ¡Me arrestarían! –
¡Soltadme!
– Quédese quieto, joven. Demasiados problemas, ya ha traído. – me dijo uno de
esos.
– ¡¿Yo?!
– Oficial, por favor… dejadnos explicaros. – habló mamá, y me quedé quieto.
– ¡No les oigáis! ¡Dirán estupideces! – intervino el marido de Ruth, cuando al fin
pudo pararse.
– ¡Cállate, maldito patán! ¡Todo esto es tu puta culpa! – voceé zamarreándome con
bestialidad, sin embargo no conseguí zafarme. – ¡¿Por qué no le cuentas lo que le
has hecho a mi madre?! – Clarisa, perdóname. No es mi intención, pero no puedo
dejar que esto continúe ocultándose.
– Hijo, por Dios… – murmuró tomándome de la cintura en el intento de calmarme. –
No grites, no grites… – lágrimas… Otra vez, mi propia madre, estaba llorando. ¡Y
todo por culpa de ese canalla!
– ¡Quédese quieto! – ordenó uno de los tíos que me tenían. – No nos obligue a
colocarle las esposas. – ¿esposas? ¿Son de seguridad u oficiales de la policía? ¿Y
sus uniformes? Da igual. Debo calmarme.
– ¡Llevádselo!
– ¡Cállese, Trümper! – ordenó uno de ellos. – Usted tampoco puede hablar. Ahora decidnos. ¿Qué es lo que ha sucedido aquí?
– Este maldito infeliz, es un asqueroso violador. – largué sin más ni más y Simone,
escondió el rostro en mi espalda. Ruth, abrió los ojos como platos, abrazando a
sus hijos (ya que se había ido a su lado) tapándoles los oídos y miró al acusado.
– ¿Qué dice?
– Lo que oye.
– ¡Mentira! ¡Está mintiendo!
– ¡No estoy mintiendo, desgraciado! ¡Atrévete a negarlo! ¡Atrévete a negar que
abusas de tu pobre niña! ¡Atrévete! – vociferé desafiándole con la mirada, y como
era de esperármelo, intentó venírseme encima.
– ¡HIJO DE PUTA! ¡¿Cómo te atreves?!
– ¡Quieto, Trümper! – uno de los policías que estaba sosteniéndome, le cogió justo
cuando estuvo a centímetros de mi cuerpo, y le llevó ambas manos detrás de la
cintura.
– ¿Qué… qué se supone que es todo esto…? – cuestionó su mujer, con la vista fija
en el susodicho. – ¿De qué está hablando Bill?
– Es mentira. Son calumnias. Locuras suyas. ¡Ni siquiera te conozco! – el sudor de
su frente, se escurrió por su sien, arrastrando unas gotas de sangre que salían del
corte que le había hecho en el pómulo izquierdo; allí supe que estaba poniéndose
más nervioso de lo que podría haber imaginado. Mis palabras, surtían efecto.
Estaba muy nervioso y eso, me gustaba. Le había descubierto todo.
– ¡Sería incapaz de lastimar a mi hija! ¡Jamás le hice daño!
– ¡Quieto! – el tipo de placa, apretó más el agarre de sus brazos y me tranquilicé.
Había llegado la hora.
– Eso, es lo tú crees. – dije en voz baja, contrarrestando cualquier estado de
posible locura del que anteriormente, seguro, me habían acusado. – Niegas
haberle hecho daño, porque siempre le engañaste. Para ti no es un daño, pero
para ella, es lo peor que puedes hacerle a una criatura. – continué hablando, sin
apartar los ojos de los suyos fijos en los míos. Llenos de ira, descontrol, miedo…
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=eya7cf47Evo&feature=related ]
– Cuando Ruth se va a trabajar de noche, tú te quedas con los niños. Obligas a Kay, dormir para luego ir a por Clarisa; le llevas a tu habitación, cierras con llave y
comienzas a desnudarla. – mi interior, estaba rompiéndose de sólo imaginarme a
la niña, en esa situación. Sí. Por alguna extraña razón, en esos momentos, miles
de imágenes se colaron en mi mente. – Vamos, Nena… deseo amarte, esta
noche. Susurras a su oído mientras desprendes uno a uno, los botones de su
pequeño vestido. Besas su frágil cuello, le acaricias… ella, ríe. Sabes que lo hago
porque te amo, ¿verdad, cariño? Cuestionas al mismo tiempo, en que le acuestas
en el colchón, sobre las sábanas, y te le hechas encima. La pequeña, sólo asiente
y se deja hacer. ¿Cómo defenderse de las garras del lobo? ¿Cuándo has visto
una oveja bebé, zafarse de los colmillos de uno? ¿Acaso los cervatillos pueden
escaparse de la mandíbula de un tigre cuando le alcanza, luego de haber corrido
más que nuca por salvar su vida? No. Jamás ganan. Jamás escapan. No pueden.
No les dejan. No poseen la fuerza necesaria para hacerlo. – me le quedé viendo
unos segundos, en silencio. – Una vez, Kay te descubrió. Como todo niño cuando
ve algo nuevo, algo que llama su atención, le sigue hasta descubrir de qué trata.
Él, lo hizo y tú, le pillaste. Le diste la paliza de su vida, hasta tal punto de dejarle
aquí en el hospital. Y así fue siempre. En lugar de hablarle y aunque sea
engañarle como puedes hacerle a una criatura de su edad, que todo se creen,
optaste por golpearle cada vez que te veía mal. Con desconfianza. ¿Por qué?
Porque a pesar de ser pequeño, no es idiota como siempre has creído. El niño se
dio cuenta de la clase de basura que eres y no pudiste soportarlo.
Todos los presentes en el cuarto, tenían la vista fija en él. Corrección: Todos, le
mirábamos a él; entonces, noté en sus pupilas, la clara derrota. Lo inmensamente
vencido, que se encontraba. Le había ganado. Tenía todas las de ganar. Tuve en
mis manos, todas la cartas del mazo, y supe cómo y cuándo, colocarles sobre la
mesa apostando a todo o nada. Si algo salía mal, si el cretino tenía alguna que yo
no conocía, fácilmente, podría haberme ganado. Pero no. Fracasó.
Acababa de vencerle, sin embargo, deseaba pisotearle. ¿Por qué? Venganza.
¿Habéis oído alguna vez esa palabra? Nunca disfruté tanto el emplearla, como lo
estaba haciendo en esos momentos. Abajo de mi manga, se hallaba el az de
espada y no le desperdiciaría. Claro que no.
– Le hiciste creer a tu propia hija, que todo lo que le hacías, era porque la amabas.
Porque así es cómo el dueño de la casa, trata a las mujeres que viven bajo su
mismo techo. – añadí y las manos de mamá, rodearon mi estómago. – Creaste un
cuento de brujas y hechiceros malignos para niños, pero olvidaste un detalle
sumamente importante: En todo cuento negativo, aparece el príncipe que salva a
los dañados. Y aquí estoy. Aquí me tienes. Maldito lobo, heriste a mi princesa
cuando tan sólo tenía 14 años de edad, y lograste huir. Eres autor de tu propio
cuento siniestro, e intentaste hacerle película, y no pudiste. ¿Cuál fue la razón?
Nuevamente, ha aparecido el bueno de la historia, dispuesto a lo que sea con tal
de salvar a tus víctimas. Has perdido, Jörg Trümper. Has perdido, porque yo, te he
derrotado. – finalicé al fin, y vi con total claridad, cómo se dejó caer de rodillas, al
suelo. Vencido. Acabado. Pisoteado… Destruido.
– Bill… – musitó mi madre, y respiré profundo cuando oí un sollozo desgarrador,
desprenderse de la garganta del hombre malo. Hacía rato, el oficial encargado de
sostenerme, al oírme hablar con tanta pasividad, me había dejado libre, por lo que
me di la vuelta y abracé a Simone mientras él, se iba a por Jörg.
– Clarisa… mi niña… mi bebé, ¿qué es lo que te ha hecho este maldito? – lloró
Ruth, apretándole en sus brazos y a ambas dos juntas, se les cayeron las
lágrimas. – Dios… ¿por qué jamás me lo dijiste? ¿Por qué no me lo dijisteis?
¿Kay?
– Me amenazó con que mataría a Clarisa. Dijo que si hablaba, te golpearía a ti
también. – confesó el niño, aferrándose al cuerpo de las dos.
– Papá… papá, no quiso… – añadió entre hipidos, y enterró su rostro, en el cuello
de la mujer. – Lo siento… lo siento, mami. No sabía que… snif… que estaba
mal… – continuó sollozando, la pequeña, y cerré los ojos con fuerza, tragando con
dificultad.
– Vámonos, Trümper. Queda usted arrestado por violación. – sentenció uno de los
policías colocándole las esposas luego de ponerle en pie. – Irá directo a la cárcel,
donde aguardará hasta que se determine la fecha del juicio, en el cual se dictará
su sentencia.
– Yo lo hice, porque le amo… Amo a mi hija…
– Eso deberá decírselo al juez. Por el momento, tiene derecho a guardar silencio.
Todo lo que diga, puede ser usado en su contra.
– Clarisa… amor mío… – tuvo la cara de llamar a la niña; y su esposa le miró con
odio, dolor… Estaba completamente destrozada.
– No te atrevas a siquiera mirarle, maldito imbécil. – contestó Ruth, ocultando todo
lo que pudo, del cuerpo de Clarisa, contra el suyo propio. – Me das asco. Te
detesto. ¿Cómo pudiste hacerle eso a tu propia hija? Eres un demente. – agregó
llorando, y volteó la cara hacia el otro lado, aprehendiéndose a sus pequeños.
Pasaron delante de mí y de mi madre, entonces me observó.
– Te pudrirás en la puta cárcel. Eres un ser despreciable. – dije clavando mi mirada en la suya. – Jamás podrás llamarme hijo. Eso nunca. – más lágrimas, se
desprendieron de sus ojos y al fin, salieron del lugar.
Una historia que poseía final. Un final algo… extraño. En el cuento, había llegado
el salvador. Sin darme créditos, claro; sino que es una manera poco usual, pero de
igual modo, más comprensible de explicar el papel que cumplió aquí, cada uno.
Sentí que tironeaban de mi pantalón y abrí los párpados lentamente, fijándome
directo allí. Era Clarisa. ¿Cómo se supone que entendería que somos…
hermanos?
– Preciosa… – dije, y mamá se apartó unos centímetros notando la presencia de la
niña; sonrió y me dejó para que hablase con ella.
– Billy… – Ruth, estaba frente a nosotros. Mirándome con lágrimas en los ojos.
Jesús… qué situación más… ¿familiar? ¿Incómoda? ¿O quizás, todo junto?
– Gracias. – susurró con voz temblorosa, y me abrazó para comenzar a llorar otra
vez. – Gracias, gracias, gracias… No sé cómo agradecerte todo lo que has hecho
por nosotros, Bill. Eres un ángel. – añadió entrecortada, y sentí cómo apretaban
mis piernas. Clarisa, se había prendido de ellas. – Siento mucho haberte
golpeado. Eres un ángel enviado por Dios. – fruncí el ceño no muy convencido de
lo que acababa de decirme. ¿Por qué debía aparecer Dios, justo ahora?
– Está bien. No tienen por qué agradecer. – correspondí su abrazo. Vi a mamá, ir
con Kay a consolarle, hablarle de algo, no lo sé; pero estaba diciéndole unas
palabras.
Luego de unos segundos, me liberó para dejar que hablase con la niña.
– ¿Se lo explicarás? – interrogó apretando uno de mis brazos. Se refería a lo de
nuestro repentino parentesco de familia.
Asentí sonriéndole a modo de respuesta y palpé la mano con la que me sostenía.
Se marchó.
Me agaché hasta quedar a su altura, y nuestros ojos se encontraron.
– Preciosa, escucha. Yo sé que debes estar algo molesta conmigo, porque… –
selló mis labios con la palma de su pequeña manita, sin dejar de verme a los ojos.
– Shhh… eres mi héroe. – soltó de repente y alcé ambas cejas. ¿Qué? – Desde
ahora en adelante, serás mi Súper Billy, el superhéroe que rescató a la princesa
Clarisa. – empezó a decir mientras yo, me le quedaba viendo totalmente perdido en su inocencia. – O no. Mejor no. No quiero que seas mi superhéroe. – entrecerró
los ojos con gracia. Miré a las tres personas que tenía a unos metros de nosotros,
quienes nos observaban sonrientes. Volví a mirarle.
Quitó la mano de mis labios y comenzó.
– Si yo soy una princesa, necesito de un príncipe, ¿cierto? – alcé una ceja. ¿A qué
venía todo esto? – Entonces… quiero que seas mi príncipe. El que me salvó de la
torre custodiada por el malvado dragón. ¿Qué dices?
– ¿Ser tu príncipe? – musité conteniendo las ganas de comérmela a besos. –
¿Quieres que sea tu príncipe?
– Síp. Yo quiero… ¿tú… quieres?
Me mantuve en silencio, observándole con detenimiento. Es que… joder, me
recordaba tanto a…
– Por supuesto que quiero ser tu príncipe, preciosa. – acomodé un delgado rizo
intruso en su rostro, detrás de su oreja; acaricié su mejilla y le estreché entre mis
brazos. – Claro que seré tu príncipe.
– Te quiero, Billy.
– Yo a ti, mi cielo. – suspiró contra mi pecho. – Oye… debo decirte algo, ¿si? –
¿cómo iba a darle la noticia de que éramos hermanos? Hermanos de sangre.
– Sip. ¿Qué pasa?
– No creo que hayas comprendido mucho de lo que le dije a… bueno; a tu padre,
pero creo que te diste cuenta que es un hombre malo, ¿verdad?
– A mí, no me ha hecho daño. – cerré los ojos.
– Hm. – fruncí los labios acariciando su cabello. – Lo que te hacía, no debía
hacerlo. Está mal. Eso lo sabes; se lo has dicho a tu mamá, ¿recuerdas? – asintió
acurrucándose un poco más contra mi cuerpo. – Bien. Tiempo atrás, eso mismo
se lo hizo a… a Simone. A mi madre, y como… ¿Cómo decírtelo? Y… vale, la
cigüeña – lo sé, lo sé, suena estúpido, ¡¿pero cómo se lo haría entender sin entrar
en detalles?! – decidió que, al cabo de nueve meses, Tom y yo, llegásemos a la
Tierra. Es decir que Jörg, tu papá, es… – no iba a decirlo. ¡No quería hacerlo! Pero
no tenía otra alternativa. – es el nuestro, también. Por ende, somos… hermanos,
preciosa. Thomas y yo, somos vuestros hermanos. Tuyos y de Kay.
Fue alejándose de mí, con una lentitud agobiante, estremecedora, debido a que no sabía cuál iba a ser su reacción. ¿Y si no le agradaba la idea? ¿Y si de un
momento a otro, por cómo razonan a veces los niños, comenzaba a odiarme y no
quería verme más? Al menos por un cierto tiempo determinado hasta que todas
sus dudas, se aclarasen. Sentí nervios en ese instante. Nervios e… irritación. ¿Por
qué? No lo sé. Quizás por haber tenido que aceptar por exiguos segundos, que
compartíamos el mismo padre; la misma sangre de un asqueroso violador. Sólo…
quizás.
Cuando me tuvo enfrente con esos claros ojos fijos en los míos, calándome hasta
los sentimientos más profundos, sonrió.
Un momento… ¿sonrió? Sí. Y me abrazó nuevamente.
– ¿De veras, Billy? ¿Somos hermanos? ¿Eres mi hermanito mayor? ¿Tom y tú,
sois nuestros hermanos? ¡No puedo creerlo! – gritó de felicidad, riendo entre
palabra y palabra. – ¡Tengo el hermano más maravilloso del mundo! – añadió
colocándose una vez más, delante de mí. No tuve otra opción, más que imitarle;
su felicidad a flor de piel, se me contagiaba cuan catarro de Invierno. Me era…
inevitable. Miré a nuestros espectadores y sonrieron de igual forma. Ahora tenía
un nuevo hermano, y una hermana. Dos pequeños hermanitos. ¿Que qué se
siente? Umm… muy bien. Se siente perfecto.
– Aguarda un segundo. – susurró de repente, apartándose de mi figura otra vez.
– ¿Sucede algo, preciosa? – cuestioné sin entender nada, observándole desde
arriba. – ¿Clarisa?
– Si eres mi hermano, entonces… no puedes ser mi príncipe. – agregó haciendo
un pucherito muy tierno con los labios, mostrándose algo frustrada. ¿Pero qué?
– ¿Cómo dices?
– Los hermanos, no pueden ser príncipes de sus hermanas, porque si eres un
príncipe, debes casarte con tu princesa y eso los hermanos, no pueden hacerlo. –
frunció las cejas, y yo alce las mías hasta el techo. Menuda sopa de letras, me
había hecho con esa explicación. ¿Cómo era posible que ella me dijera algo
así…? Sin embargo, tenía toooooda la razón. Los hermanos, no pueden casarse;
no deben porque es algo inmoral a la vista de los demás, ¿eso importaba? Yo he
aprendido a ignorarles completamente; Tom, me ha enseñado a hacerlo. Él lo
hace, pues yo también.
Esperad. ¿Casarme con…?
– ¿Preciosa, de qué estás hablando? – interrogué con el corazón marcando cero pulsaciones. Joder… ¿casarme con mi propia hermanita? ¿No os suena? Pero si
yo estoy embrujado, no hay más qué entender.
– Eso. No puedes casarte con tu hermana. – respondió algo… ¿enfurruñada?
– Preciosa… – articulé acomodando nuevamente sus rizos, y pensé unos
momentos. ¿Quién soy yo, para arruinar las ilusiones de una niña pequeña?
¿Cuál era la necesidad de decirle que lo que decía, era cierto? Que no podíamos
‘casarnos’, tan sólo eran imaginaciones de un ser de siente años de edad. ¿Debía
ser tan cruel? ¿O podría dejarle que soñase libremente? – no hay nada de malo
en que dos hermanos, se amen. – recordando mi situación con Thomas, tal vez
quedaría algo hipócrita de mi parte que le negase una relación incestuosa.
Recordad que os estoy hablando desde su punto de vista. No es que realmente
tenga pensado dar comienzo a un trato de ese tipo con Clarisa, eh. Aclaro, así no
surgen malos entendidos.
– ¿D-de verdad? – preguntó con los ojitos brillosos; llenos de esperanza y le sonreí
con calidez. – ¿Entonces… serás mi príncipe de todos modos?
– ¡Por supuesto, preciosa! – contesté abrazándole con fuerza, a lo que ella
comenzó a reír ya más tranquila.
El príncipe. Yo era el príncipe en esta historia, mientras que en la otra, hacía de…
princesa. ¿En cuál? En el cuento que tengo con mi hermano, por obviedad.
Se dice por ahí, que en la mayoría de los relatos donde hay ogros malos, lobos,
príncipes, princesas, etc, acaban con la llegada del príncipe. Por ello, se va a vivir
feliz con su princesa. En este caso, yo había rescatado a mi pequeña princesa, pero… ¿realmente era el fin?
.
By Tom
Joder. ¿Mi padre? ¿Una madre? ¿Pero qué clase de mala pasada, era esta? Era
imposible que hayan aparecido. No Simone. No… ¿papá? Pero si nunca le he
visto. Ni siquiera, imaginé que podía estar vivo. ¡Mierda!
Colgué el móvil en cuanto me dijo esas últimas palabras, y apoyé ambas manos
sobre la mesa, luego de depositar el objeto en la misma, un poco más alejado.
– Que no sólo tienes una madre, sino que también, apareció tu padre. – ¿Un
padre?
– ¿Qué? ¿Qué chorradas estás diciéndome, Jonathan? – cuestioné con las tripas retorcidas de ira y la boca seca. – ¡¿Cómo que mi madre?! ¡¿Cómo es eso de un
padre?!
– ¡Lo que oyes! ¡Ambos dos, están aquí con Bill!
¿Con Bill? ¿El Nene me había ocultado todo eso? ¿Se veía con Simone y a la
vez, con… con el padre del que nunca supimos nada? ¿Pero cómo, si él me lo
dice todo? ¿Cómo pudo negarme algo como eso? ¿Cómo es que… lo hizo? El
maldito infeliz, me mentía. Me ocultó algo, a lo que yo le consideraba mentir. Me
mintió. Siempre estuvo mintiéndome. Tiene una vida con madre y padre. No puede
ser cierto.
– ¡No puede ser! ¡Ellos no existen! – grité dándole un puñetazo a la madera oscura
de la mesa con tanta fuerza, que mi teléfono celular dio un bote, corriéndose hacia
el borde, y comenzó a vibrar. Justo en ese momento, debió vibrar. Allí, cuando
estaba en dicho extremo del abismo, el puto aparato se movió y cayó al suelo. –
¡Puto móvil! – le tomé con una mano, de inmediato y me fijé. Suerte que es de los
buenos, por lo que no se le hizo más que un estúpido e insignificante abollón, en
una de las puntas. Presioné el botón verde para atender y me lo llevé al oído, con
toda la mala leche del mundo. – ¡Hola! – nada. No respondían. ¿Qué mierda?
Alejé el aparato de mí y le miré cabreado, entonces… caí. No era una llamada,
sino un jodido mensaje. Le di Leer.
– Todo fue muy confuso. Bill, enloqueció; no lo sé. Al parecer no sabía que ese tío,
era vuestro padre, Tom. ¿Quieres que vaya a tu casa? – Jonathan, acababa de
salvarle la vida a mi hermano. Me dio a entender que Bill, no sabía de nuestro
supuesto padre. Sin embargo, continuaba sabiendo de Simone.
– ¿Sabes dónde demonios está Bill en estos momentos? – escribí y le di Enviar.
¿Cómo pudo ser que me enterase tanta cantidad de cosas, en un mismo día? Que
la tipa con la que Bill, se vio varias veces es nuestra madre. Que va a un hospital,
quién sabe para qué, porque yo no me he hecho nuevos análisis; y ahora resulta
que hizo presencia un tío que es nuestro padre. El mismo padre, que jamás creí
tener. ¡¿Qué es lo estaba pasando?!
Mi móvil… devuelta.
– Debí salir, Tom. Llegó la policía cuando vi que Bill, se le fue encima al tío ese; así
que decidí alejarme. Tengo mis problemas, también; recuerda que me has
mandado a matar gente, y una vez casi me atrapan. – ¿policías?
Joder… esto se ponía cada vez más misterioso.
– De acuerdo, no hay problema. Ven rápido y me cuentas. Si viene Bill, no seas
idiota y recuerda que continúo ciego. – Enviar.
– No. Quédate tranquilo. En minutos me tienes allí.
Salí del mensaje, y caminé hacia la habitación. Pensativo. Tocado. ¿Tocado?
¿Tocado, qué? ¡Tocado hasta las pelotas! Jonathan, debería explicarme con lujo
de detalles absolutamente todo lo que presenció.
Miré mi reflejo en el espejo de la pared. ¿Qué es lo que acontece, ah? ¿Un padre?
¿Una madre? ¿Pero desde cuándo poseemos una madre? Nunca estuvo. Nos
abandonó de pequeños, ¿qué carajo tenía que hacer ahora? ¿De qué es de lo que
habrá hablado con Bill? ¿Nene, habrá sido capaz de contarle lo nuestro? ¿Lo que
hacemos? ¿El cómo estamos? ¡¿Que somos dos jodidos incestuosos?! ¡¿Cómo
habría reaccionado ella?! ¿Y si era precisamente por ella, el motivo de la ausencia
diaria y reiterativa de Bill, en la casa? ¿Y si le llenó al cabeza de putadas? Jamás
le perdonaría que le aleje de mí. Ella… ella sabe cómo soy. Sabe quién soy.
Sabe… ella… ella lo sabe…
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=Uwv9j0YIlHo&feature=related ]
– Simone. – le llamé y detuvo su paso en seco.
– ¿Qué quieres? – articuló apretando los puños.
– Eso mismo, me pregunto yo. ¿Qué es lo que quieres?
– ¿Qué quiero con qué?
– Vamos… ¿por qué estás todo el tiempo tan ida? ¿Por qué te desapareces?
¿Acaso sales a venderte en la calle? – cuestioné sin remordimientos. Mi propósito,
era quitarle de mi camino. Del mío y del de mi hermano.
Se dio la vuelta y nuestras miradas, chocaron. La suya, (como era usual) fría, seca
y áspera como las escamas de un pez recién cazado. La mía… hablaba por sí
sola.
– No tienes derecho a hablarme así, niño.
JÁ. Encima de estorbosa, bufona. Intentaba hacerme reír.
– Te hablo como se me da la gana. ¿Qué harás para impedirlo? – contesté
parándome con firmeza frente a sus ojos. Delante de sus pies. Doce. Doce años
tenía yo, entonces. Aún así, le hacía frente a quien fuere, importándome una
mierda cómo reaccionase dicho tal. Vi que alzó una mano y mi visión, se agudizó dándole la bienvenida a un nuevo panorama de escasos centímetros de diámetro.
¿Cuál? El cuello de aquella mujer. Tenía un… ligero color blanco. Blanco como el
azúcar. Como la sal fina. Pero estaba seguro, no se trataba de nada de eso sino
de algo nuevo. Nuevo para mis pupilas. Nuevo para mi conocimiento. Nuevo
para… probar. – Pégame, vamos. – le desafié. – Bill está en la escuela. Yo, aquí;
tú, delante de mí. ¿Qué esperas? Estamos solos. Completamente solos. Quítate
las ganas de azotarme, Simone. No te resistas a tan pecaminosa tentación. A tan
satisfactorio pecado como el de pegarle a un hijo. Sé que lo deseas. Me odias.
Nos odias a ambos, pero Nene es débil y te da pena tocarle. Yo soy mucho más
fuerte. No siento dolor alguno. Vamos… golpéame. – añadí sin apartar la vista de
sus ojos; intimidándole. Acosándole. Con el fin de crear una laguna en su cerebro,
por ende reaccionaría sin pensarlo.
¿Para qué diablos quería que me pegara? Pues para tener un punto del cual
partir, y así responderle. Además de querer saber de qué trataba ese polvillo
blanco que veía en su cuello, y parte de su mentón.
– ¡Hazlo, maldita! ¡Hazlo! – grité al notar cómo sus pupilas, se encogían debido al
miedo. Al terror que sentía. Mi mirada… merecía un premio. Mis ojos, tocaban tan
profundo a cualquiera que les observase fijamente, que hasta escalofríos te
daban. ¿Cómo lo sé? Soy poseedor de dichos órganos visuales.
– ¡Cállate, Thomas! ¡Vete de aquí! ¡Déjame sola! – se dio la vuelta y pegó su mano
contra la mesa, para luego apoyarse con ambas dos sobre la misma y así,
sostenerse.
Iba a llorar.
– ¿Dejarte sola? ¿Quieres estar aún más sola? Ahora sé que cuando sales, no la
pasas sola, de lo contrario no me pedirías tal cosa. – desde siempre, amé picarle
los sesos a la gente. Es mi pasatiempo favorito.
– ¿Puedes retirarte, por favor? Ya no deseo oírte. – sacó de su bolsillo un cigarro y
se lo llevó a los labios. Le encendió ante mi atenta mirada cuando volvió a girarse
tras el silencio; de seguro, habría pensado que le había obedecido. Si era así,
¡qué ingenua, por todos los cielos! – ¿Sigues aquí?
– ¿Crees que te haré caso? No eres nadie para decirme qué debo o no, hacer; así
que cierra la boca. – le solté sin más ni más y dejó caer el encendedor al piso,
para acercárseme y ponerse a mi altura. Frente a frente.
– ¿No soy nadie?
– No. Jamás has sido alguien en nuestras vidas.
– ¿De qué mierda estás hablándome? Os he dado la vida, ¿cierto?
– ¿Y pretendes que te lo agradezcamos?
– Debí haberos abortado a la primera semana. Debí haber cerrado la puta boca y
así, mis padres jamás hubiesen intervenido. No me habrían obligado a teneros. –
fruncí el entrecejo cuando, del bolsillo trasero de su pantalón, sacó una pequeña
bolsita transparente; pero… era blanca. ¿Qué demonios…?
Se detuvo al ver que le observaba con intensidad. Joder… ¿qué era eso? Debía
saberlo. Debía averiguarlo, pero si no dejaba de verle así, se iría y me dejaría con
la duda.
– ¿Por qué no lo hiciste? – interrogué para que continuase con lo que estaba
haciendo, hasta el final. Iba a entretenerle.
– ¿El qué? – se encogió de hombros y comenzó a abrir el pequeño paquete con el
cigarro en su boca.
– Abortar. ¿Por qué no nos mataste como tanto deseabas?
– Porque era una chiquilla idiota que todo, debía contárselo a sus padres. – explicó
introduciendo su dedo mayor dentro, y cuando le retiró, (tal y como me lo imaginé)
estaba lleno de aquel polvo. – Ahora que lo pienso mejor. Debéis agradecerles a
ellos, el que estéis vivos. No a mí.
– ¿Qué… qué es eso? – pregunté una vez que terminó de decir esas palabras y
aspiró todo el polvillo de su dedo, por su nariz. Echó la cabeza hacia atrás e hizo
un sonido algo extraño. Después, tosió.
Volvió la vista a la mía.
– ¿Esto? – me enseñó la bolsita. – Esto, es para estar alejada de vosotros. Esto es
la jodida gloria. Sin esto, no sé qué haría.
– ¿Pero cómo se llama?
– Te encuentras frente a la Cocaína, cariño. Ama de todas las amas. El mejor
consuelo para cuando tienes problemas; con ella, les olvidas. Por eso le consumo;
para manteneros alejaos de mi mente. ¿Acaso no os enseñan de esto en el
colegio?
– No… – contesté en un susurro sintiéndome incapaz de alejar la visión de esa sustancia enigmática para mí, en ese entonces. Me relamí los labios y tragué
saliva.
Joder… hasta se me caía la baba por probar un poco.
– ¿Quieres? – como si hubiese leído mi mente, ofreció. Clavé los ojos en los suyos
y sonrió de lado. Era tan parecida a Bill, pero a la vez tan diferente, que casi, casi,
se asemejaba a mí.
Asentí levemente y tomó una de mis manos, para escoger uno de mis dedos; le
metió dentro del lugar donde ella, había metido el suyo anteriormente, y al
retirarlo, me sostuvo con firmeza. Le miré con las pupilas entornadas notando muy
distintas, las suyas. Realmente diferentes a como le acababa de ver hacía unos
segundos.
– Es fuerte. Tú, eres fuerte. Óyeme bien. – dijo con seriedad sin soltar mi muñeca.
– Te lo acercas a una fosa nasal, aspiras con rapidez hasta el fondo y me miras.
¿Oíste? Quizás estornudes, pero será normal.
Como niño obediente, asentí con lentitud y una sonrisa maliciosa en los labios. Al
parecer le contagié, porque hizo lo mismo. De vez en vez, me picaba la bola esa
de hacer el papel de niñito bueno que seca los platos luego de ayudar a su madre;
pero fijadse en qué circunstancias, que siempre algo malo traerían a futuro.
Hice todo tal cual me había indicado, recordando su propia imagen haciéndolo
bajo mi usurpante mirada y sentí cómo aquello, se colaba por todo mi cerebro,
acorralándole contra las paredes de mi cráneo hasta dejarle sin movimiento
alguno. Creo que mis ojos, se pusieron en blanco tras semejante cantidad de
sensaciones juntas que provocaba un polvillo como ese, y al cabo de unos
segundos, respiré profundo. Volví a la realidad, cuando sentí que estaban
sacudiéndome con rapidez.
– ¡Thomas! ¡Mírame! – le oí gritar a la tía de enfrente, y abrí los párpados. – Joder,
niño. ¿Estás bien?
Me le quedé viendo con perplejidad, sin tiendo azotes dentro de mi cabeza; la
sustancia viajando a través de mis venas una vez que halló la vía directa que le
desviaría hacia mi sangre, para explorar milímetro a milímetro, mi interior. Asentí
de nuevo.
– Mejor que nunca. – contesté al fin y alzó ambas cejas hasta el cielo. – Joder, tía.
Esto es de mil demonios. – agregué mirando hacia delante, sin concentrarme en
un punto específico. Sólo el vacío de mi mente acompañado de la señora
Cocaína.
– Me extraña que no hayas estornudado, Tom… – dijo con el ceño contraído.
– Te dije que soy mucho más fuerte que cualquiera. Esto… esto es de puta madre.
– Me doy cuenta, hijo.
– No soy tu hijo. – abrió los ojos como platos y se apartó de mi cuerpo lentamente.
– ¿Qué? Quieras o no, lo eres.
– No. No lo soy. – toqué mi nariz con dos dedos y me los miré para ver si había
quedado algún resto. – Desde hoy en adelante, soy hijo de la ella. – añadí con una
mueca siniestra en los labios.
Sus manos, temblequearon delante de su pelvis, donde las tenía con el paquete
dentro y tragó grueso.
¿Qué madre le mostraría a su propio hijo, el camino a la perdición?
No tengo madre. Ella, no es mi madre.
TOCK, TOCK, TOCK.
Tres fuertes toques a la puerta de entrada, me quitaron del estúpido pasado. ¿A
qué horas empecé a ser tan gilipollas como para recordar a Simone? Sacudí la
cabeza y miré mi reflejo en el cristal, (por inercia) una última vez antes de caminar
hacia donde provenía el sonido.
TOCK, TOCK, TOCK.
De nuevo tocaron, y abrí encontrándome a un Jonathan con una mano alzada, y la
otra en uno de sus bolsillos, a punto de llamar nuevamente.
– Al fin, Tom. ¿Dónde te habías metido? – cuestionó estirando la misma mano en
plan de saludarme, pero no le dejé.
– No te incumbe; vamos, pasa que nadie debe verte. Mucho menos, verme a mí. –
le empujé del hombro haciéndole avanzar de inmediato, hasta que entró y le di un
último vistazo al exterior, asegurándome de que nadie esté viéndonos.
– Hey, ¿pasa algo?
– Deja de hacer preguntas, que sólo debes hablar. – respondí caminando delante
suyo hasta el living. – ¿Qué mierda es lo que ha sucedido allí afuera? ¿Cómo es
eso de que tengo una madre? ¿Un padre? Jamás los he tenido, ¿por qué sí,
ahora?
– Discúlpame si te molesta eso, Tom, pero… yo no tengo la culpa, ¿sabes? Yo
sólo, obedecí tus órdenes: Seguir por cielo y Tierra a Bill, para averiguar qué es lo
que hace cuando no está contigo, así que si te vengo con noticias nuevas, no me
culpes.
¿Cómo fue que comenzó a hablarme así? ¡¿A mí?! ¡¿A mí, es a quien le hablaba
de ese modo tan liberal?! ¡¿Pero quién se creía que era?!
– ¡Óyeme bien, gusano! – le tomé con ambas manos de la chaqueta, poniéndole
frente a mi rostro. Muy cerca para que cuando le gritase, hasta llegase a escupirle.
– ¡¿Quién carajo te crees que eres, ah?! ¡¿Por qué me hablas en ese tono?! – le
zamarreé y empotré contra la pared, consiguiendo que su cabeza, rebotara. – ¡Te
recuerdo que si estás vivo, es porque yo lo permito! ¡¿Sabes?! ¡Eres una lacra sin
nombre! ¡Un imbécil al que si llegasen a matar, a nadie le importaría! ¡¿Te crees
más inteligente o con más derechos que yo, sólo porque posees más años?!
¡¿Esa chorrada se te ha cruzado por la cabeza?! ¡Pues fíjate que no! ¡Estás
dentro de mi grupo! ¡Has tenido la jodida suerte de pasar de ser un don nadie a
ser mi confidente, de un día para otro! ¡Deberías estar orgulloso, niñato! ¡Si quiero,
ahora mismo puedo pegarte un tiro en el medio de la frente, y me importa una
mierda lo que sea que debas decirme de Bill! ¡Voy y le busco! ¡¿Has oído bien?! –
respiré muy profunda y ruidosamente cuando le di el último golpe a la pared con
su espalda, y asintió tragando con dificultad.
Demonios. En verdad, me había sacado de mis casillas.
Le solté de repente, luego de unos segundos de silencio, y se quedó quietísimo en
su lugar. Calladito. Sin hacer el más mínimo de los movimientos. Creo que casi ni
respiraba. Estaba hecho todo una estatua.
De menudo cabreo que corría por mis venas, le di un puñetazo a la pared del lado
contrario, para no descargarme con el chaval que se encontraba haciéndome
compañía.
– Hostia, Tom… no quiero… no quiero picarte, ni mucho menos, pero… – empezó
a articular después del sigilo.
– ¿Qué? Habla.
– Creo que esto de tus padres, te tiene jodidamente consumido. – soltó y me di la
vuelta para mirarle con los ojos entornados; respirando aceleradamente.
– Te he dicho que no tengo padres.
– No puedes decirme eso. Yo los escuché. Les vi. Vamos tío, no seas tan cabeza
dura… De verdad.
¿Este capullo no se cansaba de recibir amenazas? ¿O era acaso que no me tenía
miedo? ¡Coño! ¡Que yo vi esos ojos llenos de cague, por favor!
Apreté los puños, conteniéndome otro arrebato de ira.
– Dime qué es lo que oíste y has visto. – ordené con la vista clavada en el mueble
de su izquierda.
– Hm. Bueno, escucha y… ¿prometes no agarrártela conmigo? Convengamos que
no soy el culpable de todo lo que ha pasado, Tom. Eso es un hecho.
Asentí con la cabeza y dejé salir el aire que contenía.
– Bien. Al parecer, Simone fue violada por el tío alto que poco más y me descubre,
mientras intentaba escuchar detrás de la puerta lo que tu hermano, hablaba dentro
de la habitación. – fijé mis ojos en él de inmediato. ¿Qué? – Cuando este chaval
entró, se encontraron, y Simone sufrió un ataque de nervios, así que comenzó a
correr como una auténtica desesperada. Bill, le persiguió por todo el
establecimiento, hasta que le halló; entonces ella, le dio a conocer la verdad. Por
lo que entendí, ellos nunca se habían visto; y tu gemelo, menos que menos sabía
que ese tipo, era vuestro padre. Pero mira qué lugar y en qué circunstancias,
vienen a verse nuevamente esos dos. Deberías haber visto la cara de terror de tu
madre. Era… era realmente penosa.
– ¿Simone, violada? ¿Pero cuándo? – cuestioné sin creérmela. Estaba que no
caía. Ella nunca nos había dicho nada sobre eso. ¿Habría sido luego de alejarse
de nosotros?
– Según lo que alcancé a oír de lo que le contaba a William, fue de pequeña. –
respondió sacando su cajetilla de cigarros de dentro de su bolsillo trasero. Yo
fruncí en entrecejo. – Es extraño, ¿verdad? – interrogó al verme inmóvil y
pensativo, comenzando a prender el pitillo. Se lo alejó de los labios y le miró
liberando el humo de la primera calada. – ¿Quién lo diría?
– Es que… no puede ser cierto. – musité al fin, y enfilé a paso lento hacia la sala.
– ¿No me crees? Tengo fotos.
– No es eso, Jonathan; sino lo de que violaron a Simone, de pequeña. ¿Cómo es
posible?
– No lo sé. Yo también, me quedé pensando en ello. Es jodidamente confuso.
– Ya lo veo. Ella nos tuvo a los catorce años de edad, y a los trece… bueno. Nos
dejó.
– Lo siento… – susurró con honestidad en su voz; negué con la cabeza
deteniéndome a mitad del camino para apoyarme en el sillón de junto.
– No lo sientas. Nosotros nunca lo sentimos. Además, eso no importa. Lo que
quiero saber es ¿qué es eso que le ocurrió de pequeña? No creo que con
‘pequeña’ se haya referido a los veinte o veinticinco años de edad. Aquí algo huele
raro.
– ¿Tú crees?
– Sí, Jonathan. Hay algo que no encaja. Si es verdad todo lo que le dijo a Bill,
entonces nosotros, ¿somos producto de una violación?
Mi confidente, se quedó en silencio. No hacían falta las palabras; eso lo decía
todo. Pensaba lo mismo que yo. Lo había descubierto. Bill y yo, éramos fruto de
una puta violación. Lo peor de todo, fue que si nuestro… padre, era un violador,
comenzando a recordar viejos tiempos, yo me le parecía. Yo era como él. Su endemoniado espejo. Su sombra. ¿Por qué me parecía tan guay aquella hipótesis?
.
By Bill
– ¿Queréis pasar Noche Buena con nosotros? – preguntó Ruth, con una sonrisa
en los labios, abrazando a Kay mientras Clarisa permanecía en mis brazos.
– Lo siento, pero…
– ¡Sí, Billy! ¡Di que sí, por favor! – se aferró a mi cuello con fuerza, moviéndose
como loca de la alegría. – ¡Quédate con nosotros!
– Pero preciosa, no puedo… – hice una mueca con el rostro y su carita de felicidad,
pasó a ser todo lo contrario. – Realmente os agradecemos la invitación.
– ¿Por qué no quieres?
– Clarisa, no insistas. Deben tener cosas que hacer, o ya deben de haber armado
planes. – le regañó su madre, al mismo tiempo en que acomodaba la almohada de
su hijo.
Planes en Noche Buena. Qué gracioso. Thomas y yo, jamás hemos hecho nada
en Navidad, más que… vale: Follar; sin embargo eso, es parte de la rutina diaria.
Ya no sé. En la mañana me había dicho que si pudiese ver, con gusto me llevaría
a comer fuera, o al menos saldríamos a festejar. Quizás era cierto. Quizás sería
nuestra primera salida juntos, a un lugar donde podríamos pasarla de mil
maravillas, jugando, riendo, bromeando entre nosotros mismos, sin que yo deba
estar pendiente de sus repentinos ataques de locura; o mejor dicho, pendiente de
sus cambios de humor. ¿Alguna vez llegaría a vivir algo así, junto a Tom?
– ¿Billy? – llamó mi… hermanita (joder, que sonaba raro denominarle de esa
manera), y parpadeé rápidamente encontrándome con su rostro.
– Dime, preciosa. – acaricié sus rizos sin dejar de verle a los ojos. Me había
perdido en tan perfecto sueño.
– ¿Por qué no quieres quedarte conmigo? Se supone que todo príncipe, siempre
desea estar con su princesa. Y todo novio, con su novia. – se cruzó de brazos
poniendo carita de mala hostia, y coloqué una de mis manos en medio de su
espalda como precaución, por si perdía el equilibrio.
– ¿Novio? – alzó una ceja observándome, pero me encogí de hombros. – Clarisa.
– agregó Ruth, con el ceño fruncido, sin embargo la niña ni se inmutó. Se había
enfadado; ¡y conmigo! Mamá comenzó a reír por lo bajo.
– Pero preciosa… ¿quién ha dicho que no quiero quedarme?
Volvió su rostro al mío.
– ¿Entonces te quedarás? – interrogó con los ojos vidriosos, y una sonrisa de oreja
a oreja. Le devolví el gesto para después pegar nuestras frentes.
– No puedo, cielo. – otra vez, esa cara de ‘me han pinchado el globo que acababa
de comprar’, se hizo presente y me sentí culpable. Y con razón absoluta. Esta vez,
sí era yo quien le había pinchado su globito de ilusiones. – Me encantaría pasar la
noche con vosotros, pero tengo un hermano. ¿Le recuerdas? Es tuyo también.
– Ujhum. – asintió sin mirarme a los ojos. Eso me dolía.
– Hey… mírame, preciosa. ¿Recuerdas que te he dicho que me necesita con él?
– Porque está enfermo. – largó de sopetón y tragué en seco.
Joder… que mi madre no se sabía esa.
– Ammm… – por suerte, mamá se había concentrado en ir a por Ruth, para
dejarnos a solas. Que casi me da un ataque cuando le oí decir eso. Si Simone le
escuchaba, los papeles, se habrían intercambiado: Habría sido Clarisa, quien
hubiese roto mi globo de mentiras. – Sí, así es. Pero shhh… mi madre no lo sabe.
Abrió sus ojitos exageradamente. Vale, ni que estuviese escondiendo un muerto.
– ¿Por qué no?
– Porque de ser así, se preocuparía. Y mucho; y no es algo tan grave como para
que se entere, se preocupe y comience a desesperarse, ya que no se trata más
que de una… – ¿cómo iría a mentirle? No podía decirle que se había que dado
ciego, porque no era precisamente una simple enfermedad que, con paños
calientes en la frente y un jarabe para la tos, se quita. Ni siquiera era una
enfermedad. – Gripa. Se ha cogido una gripa y anda algo enfermo. – se me
organizó la mente, por lo tanto, hallé a tiempo una respuesta coherente y
convincente. – Pronto estará curado.
– Ohh… – frunció los labios. – ¿Tiene mocos?
– ¿Qué? – pestañeé un par de veces, asombrado. ¿De qué me estaba hablando?
– ¿Que si tiene mocos? Debes comprarle pañuelo.
– Ahh, eso… jajajaja… no, no tiene mocos, preciosa; sólo un poco de fiebre. – si
iba a mentir, debía hacerlo bien, ¿cierto? – Pero se lo compraré de todos modos.
Quién sabe. Tal vez mañana, se aparezcan. – abrí los ojos haciendo una cara
graciosa y ella, rió.
– Jajajajaja…
– Bien. ¿Entiendes por qué no puedo quedarme?
– Síp. Ve a cuidar a tu hermano, novio. – dijo entre risas y me quedé estático.
¿Qué me acababa de decir?
– ¿Cómo dijiste?
– Que vayas a cuidar a tu hermanito. Yo, tu novia, estaré esperándote. – ohh…
ahora lo comprendía. Con ‘novio’, se refería a mí. – Porque eres mi novio, ¿cierto?
– Soy tu… um. Príncipe, me has dicho.
– Sí. Eso también; pero el príncipe, siempre se casa con la princesa. ¿Tú te
casarás conmigo, Billy? Eres muy bonito… – se sonrojó hasta las orejas y
escondió el rostro en mi hombro. Creía que hoy, estaba diciéndolo en forma de juego…
Le abracé con ternura e hice que me mirara.
– Tú, eres hermosa. – sonreí y miró hacia abajo. Entre nuestros cuerpos.
– ¿Entonces eres mi novio?
Alcé una ceja y comencé a analizar mi presente. Tengo un hermano gemelo, con
el cual mantengo una relación. Una media madre más. Dos hermanos más, de los
cuales la niña, me quiere como novio, porque me encuentra bonito. ¡Qué locura!
Pero era sólo una niña pequeña, y a su edad, se le cruzan esta clase de cosas por
la cabeza. Ya os dije hace un rato. Cuando crezca, entenderá todo. ¿Por qué
arruinarle yo, su cuento de hadas? Después de todo, ella era mi pequeña
princesa.
– Claro, preciosa. – dejé un dulce beso en su frente y volví a juntarles. – ¿No te
enojas? Tom de verdad me necesita.
– Por supuesto que no, novio. – hm. Me hacía mucha gracia el hecho que me
llamase así. – Ve a cuidar a Tomy.
– Jajajaja, gracias.
– ¿Le has hablado de mi? Después de todo… es mi hermanito, ¿no?
– Um… no. – ¿no? – Quiero decir… aún él no lo sabe, pero prometo decírselo hoy
mismo.
– ¿Palabra de novio? – preguntó alzando su pequeño dedo índice, en plan
amenazador.
– ¡Jajajajaja! – reímos juntos y rocé nuestras narices. – Sí, pequeña. Palabra de
novio. Ahora debo irme, ¿si?
– ¿Te veré mañana? – cuestionó mi princesita, e hice un gesto dudoso con la
boca.
– No lo sé con seguridad…
– Pero será Navidad… ¿tampoco estarás con nosotros? Esto de los novios,
apesta. – volvió a cruzarse de brazos alejándose de mi frente, y otra vez, hizo un
puchero.
– Hey… ¿pero por qué te enojas?
– Porque eres mi novio-príncipe y no estarás conmigo el día de mañana.
– Intentaré volver mañana. ¿Me crees si te lo prometo?
– Hm.
– ¿Mm…? – le miré ahora yo, haciendo un puchero que le arrebató una sonrisa.
– De acuerdo. Pero no olvides que lo has prometido, eh.
– No lo olvidaré. – fue ella, quien apegó nuestras frentes y suspiró.
– Tal vez mañana ya no estemos aquí.
– ¿Por qué?
Continúa…
Gracias por la visita.