Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 20
By Bill
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Más allá de las estrellas, se encuentran mil galaxias que te absorben con sólo asomarte para ver qué es lo que se esconde al otro lado. Con una sonrisa en los labios, te entregas creyendo que hallarás algo especial. ¿Espacial? No, no.
¿Quién dijo que toda galaxia, debe encontrarse en el espacio? ¿Por encima de la
atmósfera? ¿Acaso es una regla? La madre Naturaleza ha hecho millones de
cosas, pero no está entre ellas un reglamento que debamos seguir. Quizás me
estéis mal interpretando, o por qué no, yo di pocos detalles. En este caso, cuando
hablo de una galaxia, no trata de esas que se encuentran por encima de nuestra
cabeza. Claro que no; sino que me refiero a la que existe en el interior de cada
uno. Por ejemplo, dentro de mi Thomas. Yo creo que en su interior hay más de
mil, sin embargo es una sola la que domina; y es esa misma que despierta el
interés en mí, por saber cómo y cuándo atravesar la atmósfera que representa su
tórax, y así poder llegar hasta ella; simbolizada por su corazón. Corazón. Aquel
órgano que por un tiempo (interminable para mí), permaneció entre nosotros como
un ente tan o más enigmático que el sonido de una bomba estallando donde no
existe ser que le oiga. Tan arcano como la sensación que nos produce un miedo
en el cual nos refugiamos; como las fuerzas que sacas para ayudar a alguien,
aunque te sientas físicamente acabado. La tibieza en el aliento de una boca seca.
Como el agua cristalina de un mar abandonado. ¿Quién le cuida para mantenerle
limpio? ¿Por qué los más sucios, siempre son los más cuidados? Porque si están
bajo el cuidado de alguien, ese alguien será el hombre, y el hombre es quien
destruye todo lo que toca. ¿Exagero? No. Mi propio gemelo me ha tocado en un
pasado, y ha podido romperme. Allí tenéis un vivo ejemplo.
Oh cruel hombre con alma de niño, que ha puesto como escalón en su camino,
protegerme hasta el cansancio & así, llegar a su tan preciado objetivo: Adueñarse
de mí, en todo sentido. ¿Qué más puedo hacer, dueño mío sino es darme por
vencido? Pensé. De vez en cuando, se me daba la faceta de poeta sensiblero.
Más que nada cuando se trataba de filosofar acerca de mi hermano.
– Te amo. – susurré acariciando su mejilla con el revés de mi mano, apreciando
ese rostro tan libre de cualquier maldad como el de un pichoncillo de paloma,
recién nacido. Claro que su dulzura se mantenía presente siempre que estuviese
dormido; durante el día, había veces en las que se le llegaba a temer. Ammm…
¿me explico? Enredados bajo las sábanas, es como habíamos estado toda la
noche; queriéndonos, adorándonos, amándonos, volatizándonos… deseando que
esos instantes, jamás acabaran. Podía sentir su respiración apaciguada dar justo
contra mi boca cuando le dejaba escapar. Su espalda se elevaba al inhalar, y se
normalizaba una vez exhalado el oxígeno al cual le hacía prisionero dentro de sus
pulmones, por exiguos segundos. Observándole en silencio, fui acercándome a
aquella zona que yo tanto deseo con mi alma, cuando le tengo a la distancia: Sus
labios. Aunque no era todo. Al estar alejados, necesito absolutamente todo de él.
Necesito sentirle, besarle, oírle, deleitarme con su simple presencia. ¿Alguna vez
dije que estoy perdidamente enamorado de mi gemelo? Pues lo repito, si es que
así fue. No me importa. Cada cosa que proviene de él, me importa, pero no
reiterarles en palabras. Darles a conocer. Creo que nunca podría cansarme.
¿Creo? No, no creo. Lo afirmo, porque estoy totalmente seguro.
Adosé los míos sobre los suyos, y me mantuve inmóvil con los ojos cerrados,
respirando con tranquilidad. Cuando es él quien me besa, siempre acostumbra a
comenzar con mi labio superior, y luego con el inferior. ¿Os parece de lo más
normal? Debo deciros que esa clase de iniciativa en un beso, posee un
significado. Al menos así lo veo yo, entre nosotros. Al empezar adueñándose de
mi labio superior, da a entender que es él, quien tiene el control dentro de nuestra
relación; es decir, que no sólo es el que me domina, sino también el que da. Son
contadas con una mano, las veces que yo le he besado así. La mayoría, es por
instinto propio que atrapo su labio inferior. Quizás costumbre, puede ser. El caso
es que no me importa cómo me bese, mientras lo haga con sentimiento.
Me aparté unos milímetros y sonreí como un total idiota. ¿Tanto podía amarle a
este hombre? ¿Tan encarcelado entre las cuatro paredes de su cabeza, me tenía?
Sí. Porque donde yo mirase, él estaba. Continuamente. Y sino era en persona, era
en mi cerebro; mis sensaciones no hacían más que nadar entre los recuerdos de
todo aquello que pasamos juntos. Y sin darme cuenta, permití que se apropiara de
cada cosa de mí. De todo. ¿No dicen por ahí que no hay mejor libertad que la del
pensamiento humano? En mí, ni siquiera eso podía decir, ya que a Tom le
pertenecía toda clase de pensamiento mío. Absolutamente todo.
Con sumo cuidado, me di la vuelta sobre el colchón y así poder coger mi teléfono
celular. Hacía horas, había sonado y nunca contesté. ¿Os acordáis? Bueno, no
exactamente. No había sonado, pero sí vibró; que si vamos al caso, es
exactamente lo mismo. Más tarde le pondría volumen, de lo contrario al estar en la
calle, no le escucharía. Estiré el brazo hacia la mesita y le tomé sin moverme
mucho. Miré la pantalla y apreté un botón. La luz se encendió por dos segundos y
volvió a apagarse. ¿Por qué? El teclado estaba bloqueado. Cuando estoy en la
casa, siempre le hago eso, ya que con Tom nunca se sabe dónde voy a caer; y
quizás presione una tecla sin intención alguna, entonces podría llamar. ¿Podéis
creer que una vez en que caímos encima del sofá de la sala, no me di cuenta y apreté el teclado con el culo, y por razones desconocidas me metí en el
navegador? Cuando quise hacer una llamada, me decía que mi saldo era
insuficiente. Maldije de inmediato; eso no podía ser cierto, porque había cargado
el día anterior. Sin embargo, luego me di cuenta de lo que había ocurrido. Desde
ese entonces, bloqueo el celular por si las dudas. Para no desperdiciar mi crédito
en errores estúpidos. ¿Que volví a irme por las ramas? ¡Por supuesto! Nunca dejé
de ser ese gilipollas.
Una vez desbloqueado, supe que se trataba de un mensaje. Como era de
esperármelo, provenía de Eldwin.
Le di Leer.
– Acabo de hablar con Saki, Muñeco. Casi pega un grito cuando le pregunté.
Como te había dicho, creyó que os había mandado el mensaje avisando. Así que
estáis invitados. Podéis ir a cualquier hora; será todo el día. Espero vayas,
porque… estaré esperándote. – tragué saliva. – Feliz Navidad, Muñequito
precioso. Te amo. – ¿siempre debía ser tan dulce? Sin lugar a dudas, debía
responderle.
– Gracias, Eldwin. Igualmente para ti. Aún no le digo a Thomas, pero en cuanto
despierte, lo haré. Estoy seguro que no tendrá problema. Te quiero. – lo envié,
observé la hora y devolví el aparato donde estaba anteriormente para luego
reacomodarme en mi lugar. 7:18am. Bostecé estirándome un poco. Era
demasiado temprano y no iba a despertar a mi gemelo, porque me armaría
menudo escándalo al enterarse qué hora era. Al igual que a mí, le encanta dormir
hasta tarde, y si le despierto muy temprano se pone de mal humor. Comencé a
enumerar los lados donde debía ir más tarde, ya que luego de unos minutos, no
logré conciliar el sueño nuevamente. Era extraño en mí. Si hay algo en lo que no
tengo problema, es en dormirme, pero en fin. Así se dio. Debería ir a por mamá y
Leyna, para ir a casa de Clarisa unos momentos; después a la fiesta de Saki,
donde me esperaba el amigo de mi hermano… joder, tendría un día bastante
ocupado y entretenido.
De repente, noté cómo el ser que se hallaba a mi lado, posaba su brazo sobre mi
abdomen desnudo, procediendo a rodearme la cintura bajo las mantas, y me
acercaba hacia su cuerpo con lentitud. Le miré de inmediato creyendo que estaba
actuando entre sueños, sin embargo me encontré con sus ojos abiertos;
observándome. O mejor dicho, viendo al frente que es donde estaba.
– Creí que dormías… – musité contra sus labios cuando me adherí a éstos.
– Lo haría sino te movieras tanto. – respondió y abrí los ojos como platos.
– ¿Qué dices? – me alejé con rapidez. – Pero si sólo recién, me estiré un poco
para bostezar.
– ¿Y quién dijo que hablaba de recién? – me quedé perplejo. ¿A qué se refería con
eso?
– ¿Qué quieres decir?
– Estoy hablando de cómo te movías anoche, maldito. Hmmm… – añadió
apegándome más a su figura si se podía, al mismo tiempo en que atrapaba mi
boca con la suya otra vez. – Te mueves de maravilla en la cama, Nene. Mmmm…
te has vuelto un jodido experto.
Reí dentro del beso y sentí mis mejillas arder lo suficiente como para empezar a
notar un ligero calor en toda mi cara.
– Tienes la culpa por estar tan bueno. – murmuré haciendo un leve espacio. –
Siempre me haces desear más.
– ¿Solo tú deseas? – bajó por mi cuello al ver que no permitía que tocase mi boca.
– Si fuese por mí, no volveríamos a ver la luz del día. Nos mantendríamos
encerrados aquí dentro por el resto de nuestras vidas. – agregó y lamió mi piel.
Fruncí las cejas. ¿No volveríamos a ver la luz del día? Pero… pero si él no puede
ver… nada… Um… supongo que tendría esperanzas de recuperar la vista,
¿cierto? ¿Debía preguntarle por qué lo dijo?
– ¿Tom?
– Dime, preciosidad. – hizo un movimiento para que quedase encima de él, y volvió
a mis labios.
– Quiero preguntarte algo.
Se detuvo unos momentos, pero de inmediato empezó a repartir cortos besos por
poco más arriba de mi pecho, pese a la posición en la que estábamos.
– Pregúntame.
– Saki me envió un mensaje ayer, y dijo que estamos invitados a su casa. – no.
Era mejor dejarlo en el olvido. ¿Mirad si por capullo desconfiado, hería sus
sentimientos? Que tuviese esperanzas, no le hacía mal a nadie. – Hará una fiesta
por Navidad; además nos presentará a su novia. – añadí colocando ambos brazos
flexionados, a los lados de su cabeza. Sobre el colchón. – Iremos, ¿verdad?
¿Hace cuánto tiempo que no salimos?
– No. – respondió secamente y me paralicé. ¿Por qué su frialdad tan de repente? –
No quiero salir. No necesito salir. Y mucho menos quiero que me vean en este
estado.
¿Se creía topo que siempre tenía que estar en un mismo sitio sin tomar aire?
– Pero son nuestros amigos. Es nuestro mejor amigo, Tom. Por favor, no podemos
despreciarle la invitación.
– No quiero.
– Thomas… por favor. – restregué mi nariz contra la suya, y nuestras bocas se
tocaron.
– No me comprarás con esto, Nene. He dicho que no.
Resoplé. Siempre me descubría el jueguito. Como aquella vez en la que intenté
sobornarle con besos para que me dejase hacer el tatuaje. ¿Recordáis?
– Tom… – susurré acercándome a sus labios.
– No me comprarás con un par de besos.
– No pretendo comprarte ni mucho menos, tonto. – reí. Acto seguido, lamí su boca.
– ¿Me permites contarte aunque sea, cómo quiero hacérmelo?
– No me interesa, no te lo harás.
– No seas cruel, Thomas…
– No lo soy.
– Sí. Sí lo eres, de lo contrario te preguntarías de qué trata todo eso del tatuaje.
Dije que es algo muy importante, algo con lo que demostraría cuánto te amo…
¿No sientes curiosidad?
¿Os refresqué la memoria? Venga. Yo creo que sí.
– Ve tú si quieres; a mí no me jodas. – abrí los ojos exageradamente. ¿Por qué
debía ser tan… así?
– Quiero que me acompañes, mi amor… ¿Si te lo suplico?
– ¿Suplicarme? – alzó una ceja. – ¿Para qué suplicarás, Nene? Sabes que cuando digo algo, lo cumplo. No hay modo de hacerme cambiar de parecer. Lo sabes de
sobra. – la madre que te parió, Thomas Kaulitz. ¡Eres tan jodidamente arrogante!
Que me… atrae. Ese era el puto problema.
– ¿Me dejas comerte? – cuestioné con picardía, y miró hacia delante con cierto
asombro.
– ¿Qué?
– ¿Si me dejas comerte? Hmmm… – repetí, para después cazar sus labios con
impaciencia. – Amo cómo eres, ¿sabes? Eres tan… no lo sé. Tan macho.
– ¿Macho? ¿Es decir que te atraigo por mi grado de masculinidad? – dejé de
mover la boca, aunque él continuó. ¿Qué acababa de decirme? – ¿Eres marica,
Nene?
Me quedé boquiabierto ante tal denominación. Es que… ala, ni yo me lo había
puesto a pensar. Estoy enamorado de mi hermano; un hombre. Y me gusta… Hm.
Eldwin; otro hombre. ¡Pero nadie más! ¡Mierda, es que yo no…! ¡Yo no soy de
esos!
Tú sí eres Homosexual; yo no lo soy. ¿Comprendes la diferencia? Yo soy aún el
William Kaulitz que le atraen las tías. El que se siente en la puta gloria cuando ve
un buen culo y un par de tetas; es decir, tu antiguo Yo.
Cartón lleno. ¿Y a ésta quién le había nombrado?
Me siento tocado cuando de tu sexualidad, se trata. Somos dos en uno, ¿lo
olvidaste?
No. No lo he olvidado. Aunque me encantaría hacerlo. Cristo… es que… no. Yo no
soy así. Tú… tú eres… ¿m-mi Otro Yo? ¿Mi antiguo Yo? ¿Pero de qué hablas?
Intentas confundirme, ¿cierto? ¡Quieres ponerme montañas en el camino! ¡No son
sólo obstáculos! ¡Son montañas gigantescas que me impiden ver qué hay al otro
lado! ¡¿Qué se supone que es esto?! ¡Colocas barreras a mitad de mi camino,
maldita!
¡Siempre dije que soy tu Otro Yo! ¡¿Acaso estás sordo?!
¡Ya lo sé! ¡Hablo de esto que me dices!
¡Yo no hago más que vivir lo que tú vives, así que no me vengas con sandeces!
¿Lo ves? Un simple comentario mío, y ya te lo tomas a la ligera.
¡Pero si me largas todas estas mierdas! ¡¿Cómo quieres que lo tome?!
¡Yo sólo comento! Si te sientes identificado, no es mi problema.
– ¿Nene? – Tierra firme. ¿Me había quedado hablando con la voz? ¡Puta
entrometida!
– ¿Q-qué…?
– ¿Eres o no? – y la seguía. ¡Tras que no estaba confundido!
¡¿Lo ves?! ¡¿Lo ves?! ¡No fui yo el que te planteó la duda!
¡CÁLLATE!
– ¡No soy un maldito maricón! – grité agarrándome fuertemente la cabeza con las
manos, y volví a mi lugar de origen: El lado de Tom.
– ¡Hey! ¿Qué te sucede? – interrogó subiéndose a mi cuerpo, tomándome del
rostro con firmeza, sin embargo no contesté. – ¡Nene!
– ¡No soy un marica, Thomas! ¡No lo soy! ¡Dile que se calle!
– ¿Qué? ¿De quién estás hablándome?
Abrí los párpados encontrándome con su interrogativa visión, y caí en la cuenta
que volvía a mi pasado… Las condenadas peleas con mi Otro Yo, ahora no sólo
se presentaban en mi mente, sino también en la realidad. Frente a mi gemelo. Tal
y como ocurría antes.
No, no y no. No dejaría que eso se repitiese.
– ¿Qué sucede? – insistió acariciando mi cabello. Suspiré. – Estás…
asustándome. ¿Qué te ocurre?
Tom. Mi Tom… no quiero preocuparte. Ya basta.
– Nada. Es… es sólo que… – me relamí los labios unos instantes mientras
pensaba qué manifestar como respuesta. – no quiero que me llames así. – eso
último, sonó más como pregunta, que como contestación. Mierda. ¿Más evidente?
– ¿Por eso? ¿Te ofendió mi pregunta?
– N-no… o bueno… quizás un poco…
– Pero si sabes que no lo digo en serio, Nene. – se acercó a mi boca. ¿Qué demonios…? – Me gusta hacerte cabrear, ¿sabes? Además… sólo fue un
estúpido comentario para ver qué me decías; no pensé que te pondrías así.
– No vuelvas a hacerlo. – adicioné mordiendo su labio inferior. – Ya te he dicho
que al único que rindo cuentas, es a ti. Hummm… El único que me interesa. El
poseedor de mi corazón, alma, cuerpo…
– Me gusta cómo suena eso último. – metió su lengua hasta casi mi garganta,
obligándome a callar. Yo disfruté. – ¿Quieres que te recuerde cómo lo hago?
– No. – respondí con seguridad y creo que se descolocó un poco, ya que se
separó de mí, enseguida.
– ¿Qué has dicho?
– Que no quiero que me lo recuerdes. – repetí como el perico que me sentía a su
lado. – Quiero que me lo hagas. – añadí y… sonrió con malicia, para luego
lanzarse a mis labios una vez más; tomando el control, claro.
Rodamos en la cama, y quedé a horcajadas de él sin deshacer el contacto
húmedo del beso. Su entrepierna comenzó a despertar sin esfuerzo alguno,
mientras que a la mía la notaba un tanto apretada, porque se friccionaba contra su
duro abdomen.
– Ughs… Entonces… ¿no vendrás conmigo a casa de Saki? – interrogué cuando
el ambiente ya estaba más calmo. – ¿Ni siquiera te interesa conocer a Ruth y los
niños?
– ¿Ruth? ¿Cómo es su apellido? – preguntó. ¿Para qué quería saber eso?
– No lo sé. Um… Trümper. Así es el apellido del canalla de Jörg; su… ohh… –
jadeé al sentir sus manos aproximarse a mi entrepierna. – esposo. ¿Por qué?
Abrí los párpados para verle, y noté cómo jugaba con su piercing de su labio. ¿Ya
comenzaba a disfrutar? Bien. Éramos dos.
– Nada. Sólo… curiosidad. – contestó acariciando por encima de mi espalda baja.
– Vamos, preciosidad. Deseo sentirte.
– ¿Sabes… sabes algo? – pregunté con dificultad dando comienzo a un vaivén
delicioso sobre él.
– Dime. – bajó sus manos hasta dar en mis caderas. Las presionó más para que
me restregara completamente con su pelvis, al mismo tiempo en que mi trasero
daba en su hombría. Acto que me hizo desvariar como un vicioso; y gemí alto. –
Mierda. Me encanta oírte gritar.
– Tom… – me mordí poniendo los ojos en blanco. Y enderecé mi figura. – No soy
homosexual, pero… – vale. No podía decir esto. No lo haría. No. – amo tu polla.
Amo… sentirla hasta el fondo. – sí. Sí lo hice. ¡Carajo!
Volví a mirarle y sonrió de lado.
– Lo sé, Nene. Lo sé. Y yo amo hacerte esto.
&
Thomas no quiso acompañarme, e insistió que viniese solo. Dijo algo de que Andreas se lo pasaría con él, y no sé quién más; que viniese tranquilo. A decir verdad, no quería dejarle, sin embargo tampoco quería fallarle a Clarisa, ni a Saki.
Um… ¿debo aclarar que a Eldwin, tampoco? No me hagáis entrar en vergüenzas.
Ok. Como os decía. A lo de mi princesa, ya había ido junto a mi madre y Leyna,
quienes se quedaron allí a pedido de Ruth. Por obviedad, hablé con Simone para
que intentasen no… besarse delante de las criaturas. No es por nada, pero quizás
al ser pequeños, no se les podía dar una explicación muy coherente; para mi
sorpresa, la madre de Clarisa nos oyó y dijo que no había problema alguno.
¿Queréis saber el por qué? Pues porque sus padres también son homosexuales.
Ajham. Yo también me quedé de seis cuando nos lo contó. ¿Quién hubiera
pensado que los padres de Ruth, eran dos hombres? ¿Pero veis? Ella es
heterosexual a pesar de ello. ¿Qué dice ahora ese gentío que discute por estar en
contra de la adopción dentro de una pareja gay? Siempre dicen que el o los
pequeños, se verían ‘obligados’ de alguna forma a seguir los pasos de sus padres.
Mirad este ejemplo. ¿Qué me decís?
Me encontraba en casa de nuestro amigo. Hacía dos horas aproximadamente, que
había llegado. Me dio tanta pena el haber tenido que decirles a los niños que
debía irme; hasta se me encogió el corazón. Es que… ¡si hubierais visto esas
caritas de cachorros abandonados que me pusieron! Os comerían. Encima Leyna
se encariñó muchísimo con ellos y continuamente le hablaba de vaya uno a saber
qué, a mamá. Tal vez pensaba tener uno. Deseaba hacerlo. Cosa que… por sus
propios medios, es decir, junto a Simone, no podía. Desgraciada y
afortunadamente, se necesita de la colaboración de ambos sexos para poder crear
una nueva vida. Eso es algo que no entiendo del todo. ¿Cuántas personas
abandonan a sus hijos, o les maltratan, asesinan? ¿Y cuántas parejas desean
tener uno, y no pueden? Ya sean parejas hétero u homosexuales/lesbianas. ¿Por
qué Dios le da pan a quien no tiene dientes? En fin. Algún día alguien, hallará la respuesta a esa incógnita. Algún día.
Oí el sonido de un teléfono celular cerca, y automáticamente tanteé mi bolsillo.
¿Para qué? Para darme por enterado que le había perdido. ¡Joder! ¡No tenía más
mala suerte, porque aún no me pasaba por delante un gato negro!
¿Supersticioso? No. No lo soy. Es sólo un decir. Eldwin vio la mueca que hice con
la cara al descubrir mi estúpida desgracia, e interrogó con su mirada, a lo que yo
negué haciendo que no saliese más el tema. ¿Qué otra cosa podía hacer?
¿Dónde iba a buscarle?
Asintió con la cabeza en señal de haberme comprendido y continué hablando con
las personas que tenía enfrente.
– De verdad, hombre. Os felicito. – volví a repetirle a mi amigo, quien se
encontraba abrazado a su novia. Sí. Era la misma de la que me había hablado
tiempo atrás. Por cierto, más bella de lo que la describió.
– Muchas gracias, William.
– No me llames así. – dije en tono cabreado pero en broma; ambos rieron.
– Me gusta tu nombre. – agregó Maddisynne, su pareja. ¿Entendisteis? Cuando
me la nombró por primera vez, yo estaba tan perdido como vosotros.
– Gracias. A mí me mola el tuyo, sin embargo… prefiero llamarte Maddy. ¿A quién
se le ha ocurrido ponerte un nombre tan largo, mujer? – añadí divertido y
comenzamos a descojonarnos de risa mientras que la pobre tía, a pesar de estar
riendo también, se ponía roja como una manzana. – Sin ofender, eh.
– No hay problema.
– Pero Bill… ¡ya me la has avergonzado! – sentenció Saki abrazándole luego de
girarla un poco, y fundió sus labios con cortesía. Miré a Eldwin guiñándole un ojo
con complicidad, entonces nos apartamos para dejarles a solas. Se los veía tan
jodidamente enamorados, que hasta daba pena interrumpirles un beso.
Empezamos a caminar entre la gente hacia la mesa principal donde estaban todas
las bebidas, y cogí una cerveza.
– Y… dime, Muñeco. – imitó mi acción con una gaseosa. Él no bebe cuando está
en servicio. Eso es algo que nunca os he mencionado, ¿no? – ¿Por qué no ha
venido Tom? – creí que nunca lo preguntaría.
– No pudo. – respondí depositando la botella nuevamente sobre la madera, una vez mi vaso lleno. – Andreas iría a la casa y debían platicar un par de cosas.
– Ahh…
Sorbé un poco del contenido y le miré.
En ese momento, vi a Justin acercándose a nosotros con una cámara en mano.
– Hola, Bill. – saludó por segunda vez. Hacía unos minutos que había llegado a la
fiesta.
– Qué gusto verte de nuevo, Just.
– Lo mismo digo. – sonrió. Luego se dirigió a Eldwin. – ¿Os puedo sacar una foto?
– que me caía de culo de no haber estado la mesa.
– ¿Qué?
– Me parece una maravillosa idea. – respondió por mí. ¿Quién dijo que quería
sacarme una foto? Le miré interrogativo. – Paso a explicarte, Muñeco. Justin está
estudiando para ser fotógrafo.
– ¿Muñeco? – preguntó el susodicho un tanto confundido. – ¿Por qué le dices
Muñeco?
– Es un apodo, Justin. Nada más. ¿A poco no te parece un muñequito, este
individuo? – agregó y me ardió hasta el pelo. ¡¿Por qué me hacía esto?!
– Bueno… siendo honesto, creo que muñeco le queda chico. – chanceó el chaval y
mis ojos se abrieron como dos tapas de ollas. ¿Qué le pasaba al mundo el día de
hoy, ah? ¿Estaban en complot para hacerme sentir como una tía ruborizada?
Noté la cara del amigo de mi gemelo, cómo se ponía un tanto seria y sonreí.
Estaba… celoso.
– Vale, ya estuvo bueno. ¿Nos sacarás una foto, sí o no? – cuestioné para hacer
corto el tema. Justin asintió con la cabeza colocándose frente a nosotros.
– Ponedse un poco más juntos así salen en grande vuestros rostros. – indicó, y
Eldwin pasó uno de sus brazos por mi nuca para rodear mis hombros. Cosa que
me hizo estremecer. – Quietos.
– No vaya a salir feo, eh. – fruncí las cejas advirtiéndole amenazante. Por supuesto
era broma.
– Eso sería imposible. – bajé la cabeza ante su respuesta. – Ok. Mirad aquí y sonreíd.
Tres segundos antes que el flash me encegueciera, Eldwin arrimó su cabeza a la
mía, apegando nuestras mejillas.
TRICK.
– Perfecto. – sonrió como un niño viendo la cámara. – Observad qué monos se os
ve.
Se acercó a nosotros para mostrárnosla.
Ohh… habíamos salido muy bien, de verdad…
– Me mandas una copia, eh Justin.
– Claro, Eld. Yo también me quedaré con una.
– Ni que fuéramos famosos, coño. – reí, y un chaval vino a buscarle para sacar
más fotos. Se despidió rápidamente dejándonos solos otra vez.
– ¿Estás esperando algo? ¿A alguien? – comencé a hablar. Tenía que entablar
una conversación fluida, sino esto se haría aburrido. Sin contar que me pondría
nervioso al tenerle a mi lado. Para mi suerte, hasta había venido el imbécil de
Jonathan. No sé qué demonios se traía con tantas miraditas que me echaba. No
eran insinuantes, ni nada por el estilo, pero me incomodaban. Me observaba a
pesar de estar junto a una tía. ¿Qué es lo que buscaba? Demasiado mal me caía
desde que hizo lo que hizo, así que si quiera debía mirarme.
– ¿Yo, esperando a alguien? ¿A quién podría estar esperando? – se dio la vuelta
para beber, apoyándose en el borde de la mesa.
– No lo sé. Digo porque no bebes alcohol.
– Ohh, eso. Es que no tengo ganas. – se encogió de hombros después de tragar y
poder hablarme.
– Ahh…
– Ammm… ¿y qué cuentas, Muñeco?
– ¿Yo? Nada nuevo. ¿Tú?
– Me has hecho falta. – tosí contra mi vaso ante la respuesta. Casi me atraganto.
Él dejó el suyo sobre el tablero y me ayudó. – ¿Estás bien?
– Sí, sí. Tragué mal, es todo. – mentí. – ¿Te he hecho falta? ¿Por qué?
– No me hagas repetir lo que dije por teléfono el día de ayer, Muñequito.
– N-no… no, de acuerdo. – agaché la mirada, apenado. Como si fuera que todo
estaba calculado para incomodarme aún más, las luces se apagaron y la música
se intensificó. Sorpresas de Saki, ¿de quién más?
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=5JR-jYTzP1s&feature=related ]
Se oyeron los gritos de la mayoría de los invitados, y sentí cómo empezaban a
empujarnos para que caminásemos. Estaban bailando como locos. La música era
lenta, pero al parecer estaban todos muy emocionados por comenzar. ¡Con lo que
me gusta todo esto! Claramente es en tono irónico.
– ¿Quieres… bailar, Muñeco? – cuestionó contra mi oído para que lograse
escucharle. Tragué grueso.
– No… no sé bailar, Eldwin…
– Te he enseñado, ¿no lo recuerdas? – remató y maldije por lo bajo. Como para
olvidar ese día… – ¿Qué dices? – agregó tomándome de la cintura por detrás. –
¿Te negarás? Es sólo un baile.
– Es que no sé… sabes que lo mío no es esto. ¿Y si te buscas a alguien más? –
ofrecí aunque por dentro, algo me molestaba mucho.
– ¿Qué? Quiero hacerlo contigo. – acarició mis costados. Qué mal sonó eso… –
Sólo tú me interesas.
– E-está… está bien… – accedí cuando acarició mi mejilla con la suya.
Dios… no me hagas esto, por favor.
Me dio la vuelta lentamente, y lo único que veía eran sus ojos brillantes, bajo la
fogosa oscuridad. ¿Por qué fogosa? Debido al calor que me provocaba el
momento. Apegó nuestras figuras con esa delicadeza tan característica en él. Esa
con la que le dejaba a uno elegir por el sí o el no. Si aceptaba lo que estaba
haciéndome, o se lo impediría. Obviamente no me negué. Estaba… ansiándole.
– ¿Sabes? – comenzó a decir mientras sentía su boca dar justo encima de mi
cabeza. – Siempre amé el aroma de tu shampoo. Es… dulce. – agregó moviendo
nuestros cuerpos al compás de la música. Dejándome notar su timidez al tenerme tan cerca.
– A mí me gusta mucho tu perfume… Eldwin. – susurré alzando el rostro para
intentar verle. Era verdad. No estaba mintiendo. Al igual que me molaba el de mi
hermano. – Siempre me gustó.
Sonrió de lado. La luz proveniente de la ventana principal, permitió que pudiese
verle un poco mejor. Apoyó sus labios sobre mi mejilla izquierda y siguió
moviéndose con lentitud sin soltar mi cintura un solo segundo. Yo rodeé su cuello
con mis brazos inconcientemente mientras le seguía el ritmo. Suave. Lento.
Excitante… Podría decirse que casi, casi, afrodisíaco como algunas comidas
especiales.
– Eldwin…
– Dime, Muñeco.
Cerré los ojos sintiendo su calma respiración dar justo en la piel de mi rostro,
consiguiendo que se me erice el bello de todo el cuerpo. No había momento que
pasara con él, en el que no me sintiera un tanto presionado por mi propia mente.
Quizás así debería sentirme con Thomas, pero… eso jamás sucedía.
– Te quiero… – susurré aún sin abrir los párpados, dejándome dominar por la puta
situación. La música, el ambiente, el condenado silencio de todo el mundo…
pensé que el planeta entero, se había detenido sólo para crear lagunas de
pecaminosos pensamientos en mi cerebro. Aquellos que tenía prohibido llevar a
cabo; con los mismos que se acabaría toda una historia, dando comienzo a una
nueva.
– Es demasiado malo, es demasiado loco… – empezó a cantar acercándose a mi
oído. – Tú no me quieres, no más… Pero voy a hacerte cambiar de parecer. – un
escalofrío emprendió viaje desde mi nuca, a mi espalda baja.
Mis manos reptaron por su ancha espalda, acariciándole, explorándole. ¿Motivos?
Deseo. Sí. De nuevo el condenado sentimiento se colaba en mi vida; y para
completar el cartón, no aparecía en cualquier instante, sino cuando estaba
viviendo algo con el mejor amigo de mi gemelo. ¿Estarían todos de acuerdo?
¿Cuántas veces me he preguntado lo mismo el día de hoy? Pero es que tal vez
tenían un pacto, y a mi nadie me lo había dicho. No lo sé. Son… suposiciones.
– Eldwin… – le llamé sin poseer la capacidad de alejarme de su figura.
– ¿Qué sucede, Muñeco? – interrogó paseando su boca por cada rasgo de mi
fisonomía. Con suavidad, como le era costumbre hacer.
– Quiero… – me separé unos milímetros para quedar frente a frente. Miré sus
labios. – Llévame a tu casa, Eldwin. – añadí y ahora él, tragó saliva.
– ¿Q-qué?
– Eso. Quiero que… me lleves a tu casa… – rocé nuestras bocas sin besarle. –
Ahora.
Sus manos temblequearon en mi cintura y la música, volvió a empezar aunque la
luz, jamás le volvieron a encender. Los presentes se hicieron notar. Había muchos
que se les notaba en la forma de hablar nada más, lo excitados que estaban. Eso
era cojonudo. ¿Es necesario que me agregue a la lista? Pero si ya sabéis que es
así.
– No… no podemos. ¿Para qué quieres ir a mi casa? – ¿por qué debía hacer
preguntas tan estúpidas? – Saki aún…
– Saki lo entenderá. Dije que necesitaba hablar contigo, ¿cierto? – encontré su
mirada. – Aquí, con semejante alboroto, no podemos hacerlo bien. – mis ojos se
oscurecieron sin apartarse de los suyos que comenzaban a adquirir un color dorado. – Vamos, Eldwin. ¿Qué dices? – froté mi nariz en su pómulo y finalmente asintió.
– D-de… de acuerdo. Como quieras, Muñeco.
Sonreí de lado. Esto iba a estar bueno.
&
– ¿Qué haremos con tu coche? – cuestionó poniéndole la alarma al suyo una vez
que me bajé. – Encima… es de Tom.
– Luego me llevas, le cojo y asunto solucionado. ¿Qué te parece la idea?
– ¿Te llevo? – alzó una ceja e hice un movimiento con la cabeza. – Vale, está bien.
Ven, hace mucho frío y esa chaqueta no es muy caliente. – añadió aproximándose
a mí para abrazarme por los hombros y hacerme caminar; justo oímos los truenos
de la tormenta que no tardaría en estallar. – Joder… lloverá en cualquier
momento.
– Mientras esté contigo, no hay forma de sentirme congelado. – contesté
inconcientemente y me quedé estático. Él también se detuvo. – Es decir…
– Está bien, Muñeco. Entiendo. – seguimos caminando. Hasta meternos en la
casa.
– Es muy acogedor tu abrigo, ¿sabes? – comenté bajando el cierre del mismo,
para luego quitármelo. Sí. Llevaba puesta la chaqueta que él me había regalado. –
¿De verdad que no le quieres devuelta?
– No, Muñeco. Te lo regalé, ¿no?
– Sí, pero…
– Pero nada. – fruncí los labios acabando de sacarme la campera y le colgué
prolijamente en una silla de cerca. Él hizo lo mismo con la suya para después
caminar hacia la cocina. – ¿Quieres café, Muñeco?
– Sería estupendo. – dije frotándome las manos. Hacía muchísimo frío fuera, y a
pesar de que su casa estaba ambientada, aún me quedaba la sensación del
exterior.
Sacó un frasco de café de una de las alacenas, azúcar, y vertió la cantidad justa
para dos tazas, dentro de la cafetera; luego agua. Le encendió y tan sólo nos
restaba aguardar que tomase temperatura. Se cruzó de brazos de espaldas a la
mesada y me descubrió tiritando.
– Oh, rayos. ¡Estás temblando! – exclamó acortando la distancia que nos
separaba.
– No es nada. Ya se me… – me envolvió con sus brazos y hundí el rostro en su
cuello. – pasará.
– No debimos haber venido.
– ¿Por qué lo dices? – cuestioné apartándome un poco para mirarle. – ¿Qué hay
de malo?
– Hace mucho frío. Te enfermarás.
– ¡No tengo ocho años, Eldwin! – bufé intentando darme la vuelta para separarme
del todo de su cuerpo, sin embargo me retuvo. – Suéltame.
– Hey… no te enojes, Muñeco… – rió sosteniéndome los brazos a ambos lados del
cuerpo en plan de no dejarme ir.
– ¡Pero es que no soy un niño pequeño!
– Te ves… tan precioso cuando te enojas. Aún más de lo que eres, claro. –
manifestó y me quedé a rayas. T-Tom… Tom me había dicho lo mismo en la
mañana… O bueno. Mi gemelo me hacía cabrear, porque le gustaba verme malo,
y este que lo hacía para verme más lindo. Era similar.
Mierda.
– No seas mentiroso, Eldwin. – respondí riendo nervioso.
– Sabes que cuando se trata de ti, jamás miento. – me soltó lentamente después
de sonreírme. Fue a por el café que ya estaba listo, sirvió en dos tazas de tamaño
mediano y me extendió una. – Fíjate si está bien de azúcar sino aquí tienes. Ten
cuidado. – me señaló un potecito donde se hallaba dicho ingrediente.
Asentí y lo probé.
– Joder… ¡está hirviendo! – me quejé y él comenzó a descojonarse de risa. – ¿Qué
es lo gracioso? – sacudí una mano delante de mi boca abierta para echarme algo
de aire. Estaba que me pelaba los cabellos.
– Te advertí que tuvieses cuidado, Muñeco. Jajajajaja…
– No creí que estaba tan caliente.
– A ver, ¿quieres agua fría?
– No, gracias. Mejor me la aguanto. – esta vez, soplé antes de sorber un poco más
y me relamí los labios.
– ¿Está bien endulzado? Al mío le hace falta.
– Este está delicioso. No me gustan las cosas muy dulces. – era una verdad. Algo
que vosotros, no sabíais de mí. Con el jugo me pasa igual; siempre lo hago un
tanto menos dulce para mí y Tom se ha adaptado. A decir verdad, nunca presentó
quejas. Creo que no le importa el gusto, siempre y cuándo le quite la sed.
– ¿Cómo que no te gustan las cosas dulces? – preguntó sorprendido.
– No. Con menos azúcar de lo normal, siempre me es mejor.
Se quedó pensativo unos momentos. Le miré y por algún motivo no identificado en
mis neuronas, le sonreí para luego enfilar hacia la sala devuelta. Noté sus pasos
detrás de mí, pero continué bebiendo mi café con tranquilidad.
– Tienes una casa muy bonita. Nunca te lo he dicho.
– La compré cuando… hm. – se quedó callado unos segundos. Me di la vuelta
para observarle.
– ¿Si…?
– Cuando estaba en pareja. – soltó de repente y pestañeé. ¿En pareja? ¿Cuándo
estuvo en pareja? ¿Cómo? ¿Por qué? ¡Eldwin!
Ala… ¿qué demonios pasa conmigo?
– ¿En… – carraspeé un poco aclarando mi garganta. – pareja? ¿Y… y qué ocurrió?
– interrogué curioso. ¿O celoso? No, no. Con curiosidad. – Si quieres contarme,
claro.
– Sí, está bien, Muñeco. Lo que pasó fue que no me quería como yo a ella, sino
que me utilizaba para tener sexo. – ¿qué carajo? ¿Sexo? ¡¿Se había acostado con
alguien?!
¡Bill Kaulitz! ¡¿Qué está pasándote?!
– ¿Cómo es eso?
– Pues bueno… hacía un tiempo me había ido de casa; – ¿se había ido de su
casa? Le miré extrañado. – sí, ese es un tema aparte. Tuve muchos problemas
con mi… padre, por lo que decidí era mejor irme.
– Ohh… – acabé de beberme lo que quedaba de mi café y le dejé en la mesa para
oírle con más atención. Nunca pensé que había tenido problemas con su familia.
De hecho, nunca se me hubiere cruzado por la cabeza, preguntarle acerca de sus
padres. Qué desconsiderado de mi parte, ¿no creéis?
– Como te decía. Hacía tiempo que me había ido; un par de años en los que
terminé con mis estudios y por suerte conseguí un buen trabajo. Allí conocí a
Natalie, otra nueva en el lugar. Nos hicimos muy amigos, a los dos nos iba muy
bien en ese sitio. Nos pagaban de maravilla. – rió débilmente. – Pasado un tiempo,
pusimos de novios. Así por meses. Cuando vi que estaba en condiciones de
comprar una casa, lo hice para que viviésemos juntos. – alcé una ceja. Gracias al
cielo, no lo notó. – Vale… pasó lo que tenía que pasar y ambos dos nos sentíamos
muy emocionados con la relación. No nos peleábamos; al menos hasta luego de
haber tenido nuestra primera vez. Después empezaron los problemas. Peleas de
pareja, supuse; sin embargo no. Cada día eran peores y siempre quería
solucionarlas con sexo. Ella no entendía que yo realmente estaba enamorado y
deseaba hacerle el amor, no follarla. Las noches empezaron a ser constantemente
sexo, más sexo y sólo esa clase de cosas. Se pasaba el día fuera, ya ni asistía al
trabajo y cuando volvía en lo único que pensaba, era en que le llevase a la cama.
Obviamente yo me cansé de eso. La amaba de verdad. Nunca me había
enamorado, y la primera vez que lo hice, fallé; así que con todo el dolor del alma,
le dejé. Natalie volvió con sus padres luego de haber discutido otra vez conmigo, y
no supe más de su existencia hasta hace un par de años, donde un colega del
trabajo me dijo que se enteró se iría del país. A partir de ese día, juré no volver a
enamorarme, porque he sufrido muchísimo por ella. – alzó la cabeza
encontrándose con mis ojos. – Hasta que tiempo después, como ángel caído del
cielo, llegó un ser adorable y sensible que sin darme cuenta, se robó mi corazón.
– ¿Ah, si? ¿Quién? – cuestioné aún hundido en el contexto de su relato, y depositó
su taza sobre la mesa; acto seguido, se aproximó a mi cuerpo y curvó sus labios
en una bella sonrisa.
Comprendí.
[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=cXIlSbMzbhw&feature=related ]
– ¿Quién más que tú, pudo haber sido? – parpadeé repetidas veces. Ala. Sabía
que estaba enamorado de mí, ¡pero nunca pensé que luego de haberlo estado de
una mujer, lo mío iría en serio! – Mi Muñeco precioso de porcelana. Tan frágil
como el cristal. Tan único e inigualable. Tú. – acarició mi mejilla y sentí mis
piernas desfallecer.
Hostia… me estaba… me estaba volviendo loco de verdad…
– Lo siento tanto, Eldwin… Yo no quise hacerte esto… – murmuré abrazándole con
fuerza, hundiendo mi cara en su pecho.
– Pero si no me has hecho nada malo, Muñeco.
– Sí. Sí lo hice. – volví a mirarle a los ojos. – La primera vez que te enamoraste,
sufriste injustamente. Y ahora soy culpable de tu infelicidad al haberte enamorado
una segunda vez. – le miré con cara lastimera. – No sé por qué ha sucedido,
Eldwin. No lo entiendo.
– Escúchame. – tomó mi rostro entre sus enormes manos y lo enfrentó al suyo
nuevamente. – Haberte conocido, fue lo mejor que la vida pudo haberme dado,
¿sabes? El amor que siento por ti, no se compara en lo más mínimo con el que
sentí alguna vez por Natalie. No. A ti te amo por todo. Por sobre todo. Eres una
persona especial. Amo tu forma de ser, tu carácter, tu mirada, tu sinceridad. Más
allá de tu belleza incomparable, me ha atrapado el tamaño de tu corazón,
¿comprendes?
– Pero si soy un asco de persona, Eldwin. ¿Qué es lo que estás diciendo?
– No digas eso, Muñeco. Yo no trato a cualquiera. Mucho menos me enamoro de
cualquier persona, así que no digas chorradas, ¿quieres?
– ¿Por qué yo? ¿Por qué justo yo, un individuo de tu mismo sexo?
– Pregúntale a mi corazón. Hazlo. Fíjate si te contesta a ti, porque a mí no desea
responderme. Le he hecho esa pregunta muchas veces y aún continúo esperando
una respuesta.
Me quedé callado. Sin habla. ¿Qué más podía decirle? ¿Contrarrestar sus
argumentos? ¿Reprocharle? ¿Gritarle? ¿Maldecirle? ¿Y por qué haría una cosa
así, si el corazón no elige de quién enamorarse, sino es quien ordena? Ese
músculo que muchas veces nos trae inmensidad de problemas, también es el
autor de nuestra felicidad. Es quien nos hace abrir los ojos cuando de la realidad
se trata. Ya sea para conducirnos hacia el sendero de lo que en el momento
quizás, nos parezca lo peor que nos pudo haber ocurrido, o hacernos saber que
hicimos la mejor elección.
– Te amo, Muñeco. – añadió y vi cómo acortaba la diminuta distancia entre
nuestras bocas, consiguiendo que se tocasen.
Bom, bom, bom, bom, bom…
El corazón… se me saldría por la boca.
Pero al primer mínimo contacto, cerró los ojos y me alejó. ¿Qué cojones…?
– No puedo. No puedo hacerlo, Dios. – se tomó la cabeza entre las manos
caminando en dirección contraria adonde yo me encontraba de pie.
Fui tras él y le tomé de un brazo con firmeza; volteándole para que me mirara
como era debido. Se quedó quieto respirando agitadamente. Estaba nervioso.
– Gracias… – susurré acercándome a él y aspiré la deliciosa fragancia de su
colonia, cuando llegué a su cuello. Posé mis labios allí dejando un corto beso. Le
oí suspirar sonoramente y me detuve a observar su piel. Volví a aproximarme
repitiendo aquella acción en dicho hueco, paseándome por su nuez, subiendo
hasta su mandíbula. – Me la suda que no quieras que te agradezca. Lo haré de
todos modos. – murmuré entre besos.
– Muñeco… no lo hagas.
– Shhh… has hecho miles de cosas… – di otro beso. – Has pasado mucho
sufrimiento por mi culpa. – otro más. – Permíteme agradecerte. Devolvértelo de
alguna forma. – abrí los labios para dejar uno más húmedo en su mentón.
– Muñeco… – sentí su respiración acelerada, chocar contra mi nariz. – por favor, no
lo hagas…
– ¿Por qué no? – rocé nuestras bocas levemente, divagando por su labio superior
continuando con el inferior. – Déjame hacerlo; no me rechaces. – y le besé. Espié
unos segundos por el rabillo del ojo, pillándole con los suyos totalmente cerrados e
inmóvil cuan niño pequeño, recibiendo su primer beso sin saber cómo seguir.
Los moví un poco y paseé mi mano derecha sobre su camisa desde abajo, hacia
arriba sin apartarme de su boca; sin embargo no respondía. ¿Qué es lo que
estaba esperando? Sus manos se hallaban fijas a los lados de su figura. Ni
siquiera me tocaba con ellas.
Basta.
– Bésame. – ordené en un susurro, y como si su vida dependiese de aquella única
palabra… obedeció. Ahora sí ascendió sus manos a mi rostro para posicionarlas
como hacía unos minutos, las tenía: A ambos lados. Cerré los puños tomando la
tela que poseía en ellos, y le atraje más hacia mí.
Abrió los labios atrapando el mío superior, ensalivándole, enrojeciéndole debido al
intenso deseo con el que lo hacía.
– Hmmm… – gimió dentro del beso y bajó una mano a mi cintura mientras que la
otra, la deslizaba a mi nuca para apretarme más contra sí.
Sus besos… sus besos tan cargados de sentimiento y encomio, me alentaban a
continuar sin importar hasta qué punto llegara. A pesar del tiempo que transcurrió
desde la última vez que hubo esta clase de contacto entre nosotros, sus besos no
cambiaron en lo más mínimo. Continuaba besándome igual. Era cierto. Me
amaba… Me amaba muchísimo.
– No, Muñeco. No… Es suficiente. – me separó un poco cuando comencé a
desabrocharle la hebilla del jean. – Esto es una locura. Detente.
– ¿Qué? No. ¿Por qué? – pregunté incrédulo y los labios un tanto hinchados.
– No quiero que hagas algo de lo que luego te arrepentirás. No podemos hacerle
esto a Tom. Es mi mejor amigo. Es tu hermano. Tu… tu pareja. Por favor, Muñeco.
– No haremos nada malo, sólo te devolveré un favor. Te agradeceré todo.
– Bill… – me interrumpió nombrándome por primera vez luego de mucho, sin
hacerlo; apoderándose de mi rostro, plantándolo frente al suyo otra vez. – no me
hagas esto… Te amo, Muñeco, ¿entiendes eso? – sus ojos brillaron anunciando la
llegada de las lágrimas. – Te amo, no cometas una locura. No quiero que te
arrepientas por el resto de tu vida…
– Hazme el amor… – musité acercándome a sus labios devuelta. Ignorando sus
recientes palabras. – No me arrepentiré… Hazme el amor, Eldwin. Házmelo…
Continúa…
Gracias por la visita.