II P. Obsesión 22

Fic TOLL de Leonela (Temporada II)

Capítulo 22

By Tom

Fui hasta allí a paso apresurado, y empecé a rebuscar por todos lados siguiendo el ruido de aquella melodía antes que se apagase. Me tiré de rodillas al suelo al notar que provenía de un sitio más abajo, y le hallé bajo la cama. El móvil del Nene. Le tomé con una mano estirándome un poco para llegar más al medio del lugar, y cuando iba a atender, cortaron.

Una llamada perdida de: Saki.

Apreté un botón para que se borrara de la pantalla y vi que tenía tres mensajes

nuevos sin leer. ¿Por qué no le había escuchado antes?

Obviamente los leí.

– Bill, ¿estás con Eldwin? – Saki también.

– William, estás asustándome. ¿Estáis juntos vosotros dos?

– ¡Joder! ¡¿Dónde cojones estáis?!

Por error, leí uno de los mensajes siguientes que ya estaba leído.

– Ok. Nos vemos en la fiesta, Muñeco precioso. Te amo.

– ¿Qué? – dije casi inaudible. Observé el remitente. Era de Eldwin. No podía ser…

Comencé a leer los anteriores. Luego mensajes más viejos… de Eldwin también.

– No. No son celos, es sólo que… ya hablaremos hoy de ello.

– ¿A casa de quién?

– ¡Promociones de Navidad! Adquiere los mejores precios en… – vale. Una

promoción entrometida.

– ¿Cuánto piensas demorarte, Muñequito? No sabes cuántas ganas tengo de

verte.

– Acabo de hablar con Saki, Muñeco. Casi pega un grito cuando le pregunté.

Como te había dicho, creyó que os había mandado el mensaje avisando. Así que

estáis invitados. Podéis ir a cualquier hora; será todo el día. Espero vayas,

porque… estaré esperándote. Feliz Navidad, Muñequito precioso. Te amo.

¿Muñeco? ¿Muñequito? ¡¿Qué carajo significaba esto?!

Salí del Buzón de entrada, para ir a Elementos enviados. Necesitaba saber qué

clase de respuestas le daba Bill. De qué iba esta obra de teatro.

– Está bien. Iré a verle junto a mi madre y Leyna, y luego a casa de Saki, ¿si?

Cuídate.

– ¿Es imaginación mía o estás celoso?

– Iremos a casa de Clarisa. Queremos saludarla.

– ¿Por qué no dejáis de tocarme los huevos con tanta promoción estúpida? – ¿le

había contestado a una promoción?

– Me visto y voy. Prometo no tardarme tanto.

– Gracias, Eldwin. Igualmente para ti. Aún no le digo a Thomas, pero en cuanto

despierte, lo haré. Estoy seguro que no tendrá problema. Te quiero.

Dejé caer todo el peso de mi cuerpo sobre mis talones y mi mano con el teléfono,

descendió inerte a un lado de mis piernas; sin dañarle.

Te quiero…

Retumbó en mi cabeza y le di un puñetazo a la cama con mi mano libre.

No… n-no… Esto es mentira. Es una jodida mentira. ¡Una puta falsedad!

– ¡NO PUEDES HACERME ESTO, NENE! ¡NO PUEDES ENGAÑARME! ¡NO

PUEDES! ¡NO DEBES, MALDITO! ¡NO DEBES HACERLO! – grité a todo lo que

dieron mis pulmones agarrándome las trenzas con saña, y me sentí débil por una

fracción de segundo al hacerme una pequeña bolilla hacia el piso tocando con la

frente en el mismo, y mi pecho en mis muslos; respirando con completa y

estremecedora irregularidad. Ataqué el suelo con mis puños cerrados,

levantándome de inmediato. No me dejaría vencer por ellos. No dejaría que me

pisoteasen como a una asquerosa cucaracha. Empecé a revisar los cajones de su

ropa a ver si había algo que quizás había olvidado por error. Una carta, un regalo,

ropa nueva, ¡algo! Conozco al maldito Eldwin y sé que cuando se enamora, va en

serio. Eso quiere decir que le hace obsequios a su pareja. ¡Pero el Nene es mío!

¡El gilipollas ese es de mi propiedad y no debe regalarle nada! ¡No debe tocarle!

La madera se atascó de tan fuerte que tiré hacia fuera para meter las manos, que

volví a tironear más cabreado aún, consiguiendo que se rompiese a la mierda y

cayese al piso, desparramando su contenido.

¡Una prueba! ¡Un objeto! ¡Algo, hijo de puta! ¡Algo con lo que cuando vuelvas,

pueda refregarte en la puta cara lo que has hecho!

TOCK, TOCK, TOCK.

Oí que tocaron a la puerta principal luego de unos quince o veinte minutos que

estuve revolviendo todas las cosas de mi gemelo sin hallar nada, pero ya pensaría

qué hacer. Me paré escamado, y casi corro hacia la entrada, llevándome por

delante todo lo que estaba en mi paso.

Abrí de sopetón asustando al individuo que aguardaba al otro lado.

– ¡¿Qué mierda quieres, Jonathan?! – vociferé cogiéndole de la chaqueta cerrando

mis manos en un puño, y le alcé levemente en el aire caminando hacia delante

hasta chocar su cuerpo contra su propia camioneta.

– ¡Espera, Tom!

– ¡Lo único que debías hacer era no perderles de vista! ¡Y mira lo que ha sucedido

ahora! – le zamarreé. – ¡Eres un bueno para nada!

– ¡Thomas, puedo ir a buscarles si quieres! – alzó la voz colocando sus manos en

mis brazos con el fin de tratar de ablandarme.

– ¡¿Buscarles?! ¡Ahora ve tú a saber dónde carajo están esos dos!

– ¡Aún no es demasiado tarde, Tom! ¡En serio! – le solté cuando cerró los ojos con

fuerza. Le di la espalda llevándome una mano a la frente sin poder creer cómo fue

que las cosas se me salieron de las manos a tal extremo. El Nene estaba con ese

maldito maricón mientras yo me comía la cabeza suponiéndomelo gimiendo de

gusto.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=bBb-J0hcBQA&feature=related ]

– Así, Eldwin… así…- apretó el agarre que mantenía a los lados de la mesa. –

¡Ohh, sí! ¡Párteme! ¡Acaba conmigo, Eldwin! – gritó abriendo su boca de par en

par, al tiempo que el individuo que tenía detrás, aceleraba el ritmo.

– Mmmm, Muñeco… – jadeó tomándole fuertemente de las caderas para llevarle a su pelvis con mayor frenesí. – Eres tan delicioso, Muñeco… Y ahora eres mío.

Mío.

¡NO! ¡Hasta podía verles! ¡Era como si yo estuviese allí!

– En mi camioneta llegaré rápido, Tom. De verdad. Sólo dime qué quieres que

haga y lo haré. Sé que cometí un error…

Sacudí la cabeza con rapidez, apartando esas ideas de mi mente.

– ¿Qué se supone que harás si les alcanzas?

– No lo sé. Meterme en la casa. Amenazarles. Traerte a Bill. Lo que quieras.

– Ya es demasiado tarde.

– No. Aún no. – insistió y sentí cómo se aproximaba a mí, a paso cauteloso. –

Podemos detenerlos. Además… tú dijiste que no debía notar mi presencia;

querías saber cuánto más podía llegar a hacer.

– Es verdad… – apreté los puños una vez que bajé mi mano. – Aparte… al Nene

deseo agarrarle yo mismo.

– ¿Entonces?

– Irás a casa de Eldwin e intentarás oír de qué hablan. Ver qué hacen.

– ¿Si les pillo in fraganti? – otra vez… mi sangre hirvió de sólo imaginarme el

rostro de Bill siendo poseído por otro que no era yo.

– Fóllame duro como me gusta. – pidió relamiéndose los labios.

– Te daré como nunca te han dado en la vida, Muñequito. – añadió Eldwin

comenzando a ensartarle su polla hasta el fondo, logrando que la espalda del otro

se frotase contra la pared de la cocina. – ¿Te gusta? ¿Ah?

El Nene sonrió con morbosidad poniendo los ojos en blanco, para luego mirar en

dirección hacia mí, zambulléndose en mis pupilas. Importándole una mierda que

esté observándoles.

– Me encanta… – respondió al fin, y empezó a besarle con desenfreno sin dejar de

verme. Sin quitar esa mueca socarrona de su maldita boca.

Estaba burlándose de mi postura. Estaba burlándose en mi cara. Estaba

burlándose de eso que yo no había podido notar antes. Estoy seguro que eso es

lo que hacía, el muy descarado.

– ¿Me doy a conocer? – continuó preguntando Jonathan. – ¿Eh?

– No… – retorcí la lengua dentro de mi boca chocando con los dientes, obviamente

sin llevarle hacia fuera. Tenía un plan. Otro plan. – Oye lo más que puedas. Si les

ves… déjalos. Más tarde me encargaré de ese par. Tengo una idea diferente. –

sonreí de medio lado e ingresé a la casa nuevamente. – Ve, Jonathan. Y vuelve

cuando hayas escuchado suficiente. – cerré la puerta de un golpe a mis espaldas.

De acuerdo. Haced lo que queráis, pero estáis muertos. Habéis firmado vuestra

sentencia de muerte, jodidos maricones. No sabéis lo que os espera. Sobre todo a

ti, Nene. Tú, que te has atrevido a traicionarme, pues ahora siéntete partidario de

una historia de terror. Tiembla entre los brazos de un Amo enceguecido por la

avaricia de poseer todo lo que trate de su Esclavo. Olvídate de las excusas y dale la bienvenida a tus miedos más terroríficos, porque una vez más has caído en manos de Lucifer.

.

By Bill

El camino de mi vida, definitivamente no tenía un rumbo específico.

Definitivamente estaba destinado a sufrir las mil y una cosas. Definitivamente Dios

me odiaba. ¿Dios? ¿De qué Dios estoy hablando? Ese del cual hoy pude

corroborar su existencia. Sí. Dios existe y no estoy bromeando, ya que al fin logré

hallarle la vuelta a todo el asunto. Al fin pude averiguar de qué diablos trata. A qué

se dedica. Qué función cumple. Cómo se maneja. De qué modo nos maneja… y

concluí que el Dios goza de utilizarnos como títeres de trapo, manipulándonos

como más le place, creando su propia obra de teatro a la que denominamos ‘vida’.

La misma vida en la que todos somos protagonistas. Todos tenemos un papel qué

cumplir dentro de ella. ¿Cuál? El número que nos asigna Dios.

Los enlaces entre Thomas y yo, que alguna vez pudieron haber constado en

nuestras almas, nuestros cuerpos mostrando la sinceridad de nuestras propias

acciones, hoy se iban a la mierda. Hoy caían al barranco. ¿Y todo por culpa de

quién? De un imbécil condenado que no supo decir NO al puto señor Deseo. No

supo cómo demonios detenerse ante tal idiotez que estaba a punto de cometer.

¿Entonces qué hizo? Se dejó llevar, claro. Lo peor era que no todo acababa allí;

en el simple engaño a su pareja, a su hermano, gemelo, novio o lo que fuere, sino

que esta clase de cosa había llegado mucho más lejos. No finalizaba en la mera

infidelidad de un puto maricón débil ante una oportunidad de sexo que el

condenado Dios le ponía frente a sus narices. Ni siquiera a la oportunidad de

elección que el ser con el cual llevaría a cabo aquel acto descabellado, le había

advertido muchas veces que estaría mal. Sin embargo lo hizo. Dejó que hicieran lo de siempre. ¿Qué cosa? Dominarle.

Mi cara se torció en una mueca de dolor cuando sus dedos se adentraron más

violentamente en mi cabello.

– T-Tom… – jadeé. – Estás dañándome…

– ¿Qué pretendías que te hiciera? ¿Caricias? ¿Te dijera algún cumplido? ¿Te

recibiera con los brazos abiertos y una sonrisa? – tiró más fuerte. – ¿Cómo te fue

con Eldwin, ah Muñequito? – otra vez ese puñal en el centro del estómago se

instalaba a tal punto de dejarme casi sin aire. – Cuéntame. Quiero que me

cuentes, Nene. ¿La pasaste bien? – se aproximó a mi rostro, apoyando sus labios

sobre la comisura de los míos. Hablándome contra allí. Intimidándome… – ¡Habla,

hijo de perra! ¡Abre la puta boca como seguro la has abierto para chuparle la polla

a ese maldito infeliz! – acabó de salirse de sus casillas gritándome en toda la cara

y cerré los ojos ante la impresión.

¿Cómo lo supo? ¿Cómo se enteró? ¡¿Qué mierda?!

– Tom… Tom… no es lo que crees… no… – intenté explicarme, pero jaló más

fuerte de mis rastas obligándome a dar unos cuántos pasos apresurados hasta

llegar a la sala. Ese recorrido… esa manera de tratarme…

– ¿Recuerdas esto, Nene? ¿Recuerdas este camino? – no cabían más dudas. Él

ya podía ver. ¿Cómo lo confirmé? Estaba mostrándome un lugar definido. Estaba

ordenándome observar el sitio; es decir que él lo veía todo claramente. Dudas:

Afuera. – ¿Te acuerdas de todo lo que sucedió en estos lados? ¡¿Lo recuerdas?! –

agitó mi cabeza una vez que la colocó frente al diminuto pasillo que separa

nuestras habitaciones, al notar que no le contestaba.

– ¡Sí! ¡Lo recuerdo! – asentí respondiendo con el temor plantado en mi sistema. –

Jamás lo he olvidado…

– Así me gusta, Nene. – me apegó de nuevo a su cuerpo, adhiriendo su boca a mi

oído. – Porque volverás a vivirlo, pero peor. ¿Sabes?

– Tom… Tom, por favor no lo hagas. No… no me hagas daño, te lo suplico…

– Recuerdas absolutamente todo lo que te he hecho tiempo atrás, el por qué de mi

comportamiento, sin embargo volviste a tropezar con la misma piedra. Volviste a

cometer la misma estupidez. Volviste a venderte como una ramera barata.

– No… – ¿cómo iba a negarme? Cualquier cosa que dijera, le entraría por un oído y le saldría por el otro. Estaba tan jodidamente perdido que estoy seguro, ni él

mismo se reconocía en esos instantes.

– ¡NO LO NIEGUES! – voceó estampándome contra la pared, consiguiendo que

todo mi delgado cuerpo diese con una fuerza bestial. Me di la vuelta de inmediato,

y su mirada se clisó en mi rostro. No sé si estaba observándome a los ojos. No sé

si tenía intenciones de hacerlo. Sólo pude notar un tremendo escalofrío recorrer

descendentemente, cada milímetro de mi espalda. – No niegues lo evidente,

Nene. No me mientas. No me mientas más.

– ¿Qué hay de ti? – cuestioné tratando de ponerme derecho para verle mejor; aún

mi cuerpo temblaba. Él no se había movido de su posición frente a mí. Estaba un

tanto alejado. – Recuperaste la vista y nunca me lo dijiste. ¿Por qué?

– No me cambies de tema, Nene.

– No estoy cambiando nada, sólo… sólo quiero saber.

– Qué curioso. Tú tienes una duda y yo también. Somos dos hermanos gemelos

con una incertidumbre distinta. ¿Ironía? – comenzaba a delirar, o yo estaba tan

asustado que no comprendía a lo que se refería con esas palabras.

– ¿Qué quieres decir? ¿Cuál es tu duda?

– ¿Cuántas veces lo hicieron?

– ¿Qué?

– ¡¿Cuántas veces te folló?! ¡¿Cuántas veces dejaste que su polla se enterrara en

ti?! ¡¿CUÁNTAS VECES ME HAS SIDO INFIEL EN UNA MISMA NOCHE,

NENE?! – me dio un puñetazo en la cara, aventándome al suelo. Apoyé ambas

manos sobre el mismo impidiendo romperme la nariz; amortiguando el impacto,

aunque muy poco.

Tal y como ocurrió la primera vez…

– ¡Contesta! – se agachó hasta quedar a mi altura y así poder agarrarme de las

rastas, tirando hacia arriba para levantarme. Yo no podía hacer más que negar

con la cabeza. Me dolía la boca. Me dolía mucho. No estoy del todo seguro, pero

creo que me había aflojado un diente.

Joder… que dolía.

– Vamos, Nene. Contéstale a tu hermanito mayor, ¿cuántas veces te has

arrastrado como la puta que eres por la cama de ese traidor?

– Ninguna… – susurré alzando las manos hasta dar con las suyas. Si continuaba

jalándome, tendería en el aire como un maldito muñeco de paja.

– Más fuerte, que no te oigo.

– N-ninguna. Ninguna, mi amor… ninguna…

– ¿Mi amor? – interrogó soltándome de nuevo. Caí de rodillas. – ¡JAJAJAJAJAJA!

¡Me haces reír tanto, Nene!

– ¿Q-qué? – le miré.

– ¿Continúas llamándome ‘mi amor’ después de esto? ¿Hace cuánto tiempo te

crees ese cuento de que te amo? – una punzada en mi pecho anunciando la

pronta derrota, hizo acto de presencia. Esa sensación a la que yo le temía más

que a la mismísima muerte, golpeaba a mi puerta una vez más. – Eres tan

absurdo como cada palabra que te dije hace meses.

– No… T-tú me amas…

– No. No te amo. ¿Cuándo he dicho yo algo como eso?

– Muchas veces. Lo dijiste muchas veces, Thomas…

– ¡Cielos! Eres tan ingenuo, que me das asco.

– T-Tom… tú me amas, tú… tú me amas, me lo has dicho, me lo has demostrado.

– mis ojos se perdieron en la nada, y mi boca se entreabrió con el fin de acaparar

el aire que ya no deseaba correr por mi interior debido al daño que me producía lo

que estaba oyendo.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=4uUURoIAmVE ]

Era mucho más doloroso que el puñetazo que acababa de darme. Más dañino que

una puñalada en el abdomen. Más agudo que la punzada de un cuchillo

perfectamente bien afilado, enterrándose justo en mis riñones. ¿Por qué? Porque

este intenso dolor no se relacionaba con ninguno de aquellos órganos a los que le

denominamos comunes, o nombramos normalmente. No. Este daño se localizaba

en el centro de mi pecho, detrás de mis costillas, aferrándose al culpable de mis

sentimientos. Sí. Directo al corazón. – P-pero… pero dijiste varias veces que me

amabas. ¿Cómo…?

– ¿El qué?

– Me lo dijiste. Thomas… Thomas, me lo demostraste con hechos. Me hiciste el amor. Me acariciaste con ternura y besaste con sentimiento. ¡Pude notarlo! ¡No

soy tan imbécil!

– ¡Fueron puros cuentos! ¡Puras actuaciones! Yo no te amo. No te amé, ni te

amaré jamás. – alcé la vista hallando la suya totalmente perdida. No estaba

mirándome. No la tenía fija en mí, sin embargo me hablaba. ¿Qué sucedía? – Tú

fuiste el idiota que se tragó todo eso, y créeme que lo siento tanto, Billy. – agregó

sarcástico ahora sí observándome desde arriba, ya que me desplomé en el piso

pese a la debilidad repentina, con ambas piernas un tanto flexionadas a un lado de

mi cuerpo. Mis manos permanecieron en el pavimento, sosteniendo mi otra mitad

para no acabar completamente extendido en el mismo.

Me… me había mentido… Todos estos meses estuvieron sostenidos de unas

putas mentiras. De engaños. Trampas, artimañas. Sucios y horrorosos fraudes.

– Te amo… – susurró penetrándome con la mirada y palidecí.

Mentira.

– Tú solito te has armado el cuento de hadas en el que el sapo, luego de ser

besado por la princesa, se convierte en príncipe y viven felices por siempre.

Como un imbécil me quedé. Perplejo y sin respiración. Mirándole, contemplando

esa hermosa expresión en su rostro de sinceridad mezclada con ebriedad, pero

que a mí me hacía tan feliz. Me lo dijo, yo sabía, él me ama; lo ha confesado, en

otro mundo, pero lo ha hecho y yo me sentí el hombre más feliz sobre la Tierra.

Me ilusioné… en vano.

– Siempre fueron ideas tuyas. Y lo demás… fingí.

– Nene… – repitió arrastrando la última vocal y el colchón se hundió a mi lado.

Claro, estaba sentándose en la cama para poder verme. – ¿Estás dormido? –

preguntó comenzando a dar dulces besos por la extremidad que tenía descubierta.

– Mmm… ¿no quieres despertar, mi amor?

– Me… me has mentido… me has… Te has burlado de mí…

– Otra vez. – completó mi propia frase como si leyese mi mente. Con esa sonrisa

en los labios a la que durante tanto tiempo yo le tuve pavor. – Y lo volvería a hacer

mil veces más.

– Eres…

– No… no juegues conmigo, Tom… te lo ruego, haa… – supliqué entre jadeos. Yo realmente no deseaba que todo esto fuese una de sus tantas trampas; no sé por

qué, pero sentía que si esta vez era algo de eso, moriría sin remedio.

– No estoy jugando, Nene… – contestó acelerando el ritmo para adentrarse un

poco más en mi interior, pero con cuidado.

– Mmmm… Entonces… ¿qué es lo que haces ahora?

– El amor… Estoy haciéndote el amor, Bill.

– …un maldito mentiroso. – susurré con el alma partiéndoseme en mil pedazos

cuan ventana al ser golpeada con una roca. – Eres… eres… un falso.

– Ohh… me rompes el corazón. – su sarcasmo… su sarcasmo estaba

destruyéndome.

– ¿Corazón? ¿De cuál hablas? – cerré el puño como si fuese a agarrar algo en él,

aunque sabía que sólo era aire, ya que le mantenía en el suelo. – Tú no tienes.

– Te equivocas.

– No. No me equivoco.

– Maldito Nene. Resulta que ahora yo soy el mentiroso.

– Siempre lo fuiste. Yo… yo creí en ti. Creí cuando dijiste que me amabas. Te creí

cuando me decías todas esas cosas hermosas acerca de un futuro, juntos. – se

me escapó un fuerte sollozo tras mis últimas palabras. – ¡Te creí con lo de la puta

cadenita! ¡Te creí cuando dijiste que estabas haciéndome el amor! – añadí

desgarrándome la garganta, dando un golpe al cerámico logrando que además del

dolor en mi labio, también se sumase el de mi mano. – Te creí…

– ¿Hacerte el amor?

– Tú lo dijiste.

– Hacer el amor, follarte, es lo mismo. De ambas maneras te meto mi polla, ¿no es

así? – mi corazón se detendría sino dejaba de confesarme todo aquello. La

frialdad con la que lo daba a conocer. La frialdad en su mirada al cruzarla con la

mía. Lo congelado que me quedaba yo, a cada sílaba que mis oídos captaban una

vez salidas de su mugrosa boca, era increíble. Sentía como si estuviese viviendo

una horrenda película de terror, en la cual sólo hacía falta la risa macabra de

fondo del director Vicent Price, entonces le daría por hecho.

– ¿No que querías protegerme? ¿Cuidarme? ¿Qué es lo que estás haciendo

ahora, Tom?

– Patrañas. Todo lo que te dije hasta esta mañana, fue mentira. Jamás te he hecho

el amor. – no respondía a mi reciente pregunta, pero continuaba con ese tema que

a mí me destrozaba. Entonces, recordé.

– No te follaré si no quieres, Nene… – susurró en mi oído como si hubiese leído

cada una de las palabras que os estuve diciendo. – No quiero dañarte. – besó mi

cuello. – Estoy aquí, para cuidarte, – descendió un poco por mi espalda

quedándose inmóvil en mi interior. – protegerte… – abrió sus labios y volvió a

cerrarlos en torno a mi piel. – Y eso haré cada puto día de mi vida, Bill. – finalizó

alejando su boca de mi espalda para abrazarme con fuerza, apoyando su cabeza

en mi hombro.

Mentira. Dios… era mentira.

– Lo tan jodidamente sumiso que te quedabas con sólo un par de palabras mías,

era todo una pasada.

– ¿Me… snif… me amas, Tom? – cuestioné sintiéndome incapaz de aguantar el

llanto de emoción que se había adentrado en mi sistema.

– Por supuesto que te amo, mi amor. – contestó restregando su nariz en mis

rastas, entonces me sentí el hombre más lleno sobre el planeta. Me ama… no hay

nada más que decir.

Mentira, mentira…

– Muévete… – pedí en voz baja. – muévete despacio… Hazme el amor, Tom…

Muéstrame cuánto me amas. – agregué llevando una mano a su cabeza y así

aferrarme al cabello de su nuca.

– Era tan de puta madre ver cuando ponías esa cara de guarra gozándolo todo,

que no me pude resistir a seguir con mi plan.

– Te amo… – susurró logrando que su tibio aliento me provocase cosquillas, pero

no demasiadas.

Mentira… mentira, ¡mentira!

– Debiste haber visto tu expresión cada vez que te lo hacía, o decía una de esas

cosas que deseabas oír.

– ¿Cuánto? ¿Cuánto me amas, mi amor? Dime… ¿cuánto?

– Mucho. Mucho, Nene… mucho…

Mentira. Mentira. Mentira… ¡MENTIRA! ¡MACABRO MENTIROSO! ¡Cruel

engendro de Satán! ¡Abominable ser vacío de alma y sentimientos! ¡Inclemente

humanoide!

– No tenía en mente decírtelo por el momento, pero me vi un poco…Um.

Impulsado por tus actos.

Llevé ambas manos a mi cabeza y me acurruqué apoyando la frente en el suelo,

dejando escapar un desgarrador llanto de humillación. Me había humillado de

nuevo. Otra vez a su antojo. Jugó conmigo como el duro Amo, lo hace con su

Esclavo. Porque eso era yo para él: Su Esclavo. Y lo peor de todo era que siempre

lo supe, sin embargo no le di importancia. El inmenso amor que siento por él, me

impidió verlo. Actuaba como una gruesa pared de fierro entre mi mundo y la

realidad. Como la función que cumple la Tierra estando ubicada entre el Cielo y el

Infierno. El Bien y el Mal. Este amor no era como cualquier otro que abría todas

las puertas existentes delante de mi camino. No. Éste era el señor Amor que basa

su vida en la búsqueda de indefensos e imbéciles gusanos sin savia, de mi edad.

Tal y como lo soy yo. Me condujo por el único pasillo que colocó frente a mí para

que no tuviese más opción que avanzar a ciegas. ¿Qué inconvenientes hubiesen

habido? Si existe un único camino hacia la salida, es porque no habrá presencia

de problema alguno, ¿verdad? Exacto. Esa clase de pensamiento era de los que

se encargaba de formular en la mente de cada una de sus víctimas, para que todo

se le hiciese más fácil y llegase a salir como él quería. No había más explicación

que esa. Yo era una presa. Su presa. Tanto del Dueño como del Amor. Ambos

dos autoritarios y con el mismo objetivo: Dañar a quien cayese en sus garras.

Me tomó del cabello, forzándome a poner en pie nuevamente y quedé de espaldas

a él.

– ¿Cómo puedes ser tan insensible? – interrogué aguantándome el llanto que

venía luego, mirando hacia delante en un punto no definido. ¿Para qué fijar mi

visión en un sitio específico si le perdería de todos modos?

– Tú me obligas a ser así, Nene. – pegó su boca a mi oreja. – Por ser una puta con

el culo flojo que se regala a cuan tío se le presenta con una polla bien grande. –

rió llevando la otra mano que pensé se encontraba libre, a la altura de mis ojos

enseñándome todo lo contrario. Seguía con mi móvil en ella. Movilizó un poco los

dedos apretando un par de botones, no llegaba a ver exactamente adónde quería

ir, siquiera se me cruzaba por la cabeza una idea de ello en esos momentos. –

¿Qué te parece esto? – interrogó agarrando el aparato de otra manera para que

yo pudiese observar mejor la pantalla. – Por cosas como éstas, es por lo que me he convertido en lo que ves, Nene.

Bajó un poco con la flechita hasta que pude divisar a lo que se refería.

– Estoy seguro que no tendrá problema. Te quiero.

Tragué en seco.

– ¿Te quiero? ¿Con todos tus clientes eres así de modosito? – agonicé la mueca

de mi rostro cuando tiró más fuerte de mis rastas al no obtener respuesta. –

Contesta, Nene. ¿Cuántas veces se lo has dicho?

– Allí… sólo allí… – articulé con mi mentón temblando. – Tom…

– ¡Cállate! – gritó en mi oído y obedecí apretando los párpados. Un chillido muy

agudo se hizo presente en ese lado. Claro estaba que ante menudo grito

ensordecedor, me había dañado el tímpano por unos minutos. – ¿Le dijiste que lo

amabas también, Nene? ¿Ah? – restregó su nariz por mi cabello, inhalando. –

Habla.

– No… – mentira. Estaba mintiendo, pero a estas alturas ya nada importaba. Me

moriría de todas formas. Siendo sincero o no. – No lo hice.

– Mientes. – ¿podía ser cierto que me conociese tanto? – ¿Por qué tienes el pelo

húmedo?

Fruncí el entrecejo. ¿Y esa pregunta?

Joder, no…

– ¿Te diste una ducha en su casa antes de volver conmigo así no me daba cuenta

de que habías estado follando? ¿Te duchaste antes de venir así pasabas

desapercibido y luego te acostabas conmigo sin más, también?

– No… el clima. Estaba lloviendo. Estuvo lloviendo, Thomas. Lo juro.

– Hace horas dejó de llover, Nene. Deja de mentir.

– Pero mis rastas continúan húmedas por eso…

– ¡MIENTES! – arrojó mi teléfono celular hacia algún lado, y no supe dónde cayó.

Quizás sobre el sillón, porque no hizo ruido al dar en el piso. No lo sé. – No llueve

con aroma a shampoo. Ya no mientas. – jaló de mi cuero cabelludo empezando a

caminar en dirección a su habitación. – Ahora lo pagarás. Esta y cada una de las

putas falsedades que me soltaste.

– Lo siento… Tom… Tom, por favor, suéltame. No me lastimes… – sollocé tratando de frenar su paso, pero era como si intentase poner fin a la marcha de un camión

con mis propias manos. Jamás le detendría. – No me hagas daño, Tom… ¡Te lo

suplico! ¡Perdóname!

– Sabes que para mí, no existe el perdón. Deberías haber pensado todo mucho

antes de acostarte con ese marica, ¿no crees? – musitó en tono siniestro,

pasando su lengua por mi mejilla al parar por escasos segundos.

Siguió caminando, entonces caí en la cuenta que otra vez… la historia volvería a

repetirse. Dios… no…

Me lanzó sobre la cama con una bestialidad inhumana, donde reboté e

inmediatamente me di la vuelta para verle.

Estaba desabrochándose el cinto.

– Thomas… – traté de articular con un nudo en la garganta. – Mi amor…

– ¿Mi amor? – alzó la cabeza. – ¿Has dicho mi amor, otra vez? – parpadeé sin

dejar de temblequear como una hoja, presionando mis codos cada vez más

profundo en el colchón debido a los nervios de sólo hacerme la idea de lo que

estaba a punto de ocurrirme. Rió con ironía. – ¡Qué cojones tienes para llamarme

mi amor repetidas veces, luego de encamarte con mi mejor amigo!

– Deja que te explique, por favor…

– ¿Qué es lo que vas a explicarme? – preguntó dando un paso hacia delante. Me

incliné en la cama para alejarme. – ¡¿Que no pudiste contra tus impulsos de perra

pasiva?! ¡¿Que no supiste qué diablos hacer?! ¡¿Que te tenía cogido de los

huevos y te obligó a follar?! ¡Conozco a Eldwin muchísimo mejor que tú, y sé que

él sería incapaz de una cosa como esa! – vociferó abalanzándose sobre mí,

agarrándome de ambos brazos para levantarme. – ¡No volverás a tomarme de

imbécil, Nene! ¡No volverás a verme la cara de gilipollas! – me estampó de cara

contra el espejo que se hallaba a un lado de uno de sus muebles (en la pared), y

presionó mi cabeza allí con una mano mientras que con la otra comenzaba a

desprenderme los botones del pantalón. – Eres un puto promiscuo. Un fulano

nauseabundo.

– Tom… Tom… te lo ruego, no lo hagas. N-no… – pedí inútilmente. Él continuó con

lo que hacía hasta que la prenda quedó en mis tobillos. Cerré los párpados al

notar que se me veía absolutamente todo en el condenado cristal cuando entorné

los ojos. – Por favor…

– Debo marcarte. Te han ensuciado, ¿verdad?

– Ni siquiera sabes si me acosté con él, Thomas, por Dios…

– ¿Que no sé? ¡¿Que no lo sé?! – dejó de hacer presión en mi cabeza y pude

vernos a ambos dos. Él con esa cara de Lucifer resucitado que ni yo mismo podía

creer que existiese en un ser vivo, mientras la mía reflejaba la de un ternerillo

aterrado esperando su turno en el matadero. Apoyé ambas manos contra allí para

sostenerme mejor. – Jonathan me ha hecho el favor de mantenerme al tanto de

todo lo que hacías o dejabas de hacer. ¿Pensabas que me quedaría aquí en la

casa muy pancho, mientras tú te ibas a vender a la calle a mis espaldas? Por

supuesto que no, Nene. Yo no soy esa clase de tío majadero que se deja pisotear

por cualquier sarasa. Deberías tenerlo en claro hace tiempo.

Jonathan… devuelta ese maldito infeliz sin vida se sumaba a otro de los planes

macabros de mi hermano, para cagarme la existencia.

– Vino aquí y me dijo que gemías como una prostituta alzada.

Ascendió la mano hasta mi cuello.

– ¿Hace cuánto? – cuestioné luego de quedarme viéndole a través del espejo. –

¿Cuánto tiempo hace que recuperaste la vista?

– Mucho.

– ¿Cuánto es mucho?

– Días. Semanas. Mucho. – desvié la mirada al suelo. Me sentía un idiota

patentado. – Y me doy cuenta que soy un actor de puta madre. ¿No es así, Nene?

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Quería saber hasta dónde eras capaz de llegar sabiendo mi desventaja. Por lo

que veo, jamás cambiarás. Siempre serás la misma perra sin estribos a la que le

gustan las pollas.

– Tom… estás equivocado. No hice nada. No hicimos nada malo. – no mentía. No

estaba mintiendo. ¡No habíamos hecho nada malo! Amarse no era algo infausto…

– Vamos. Vamos, Billy. Cuéntale a Thomas ¿qué es lo que hiciste, entonces? –

deslizó su mano libre por encima de mi playera hacia abajo con lentitud. – ¿Mm?

¿Qué es lo que habéis hecho vosotros dos? – con descaro, comenzó a tocar mi

masculinidad consiguiendo que los ojos se me llenasen de lágrimas.

Me manoseaba. Volvía a manosearme como lo había hecho mil veces antes.

Como en el pasado. Ahora me follaría sin piedad como también hizo en el

terrorífico pasado que compartimos; me golpearía hasta hartarse. Seguiría

humillándome. Riéndoseme en la cara cuan hechicero malvado de cuentos, lo

hace de los pequeños a los que ha atrapado con sus farsas.

Apretó con ganas yendo desde la punta hacia la base, seguro con la idea de

ponerme duro. Cosa que no lograría, claro. Estaba a punto de ser violado ¿y

pretendía que me excitase? Jamás podría ocurrir algo como eso.

– ¿Qué me dices, ah? – insistió cuando miré al frente encontrando nuestras

visiones a través del espejo. – ¿Qué hiciste?

Tendía de un hilo dental, sobre un precipicio. A mi tanque de oxígeno, no le

quedaba más que dos inhaladas. La cuerda que me sostenía se hallaba quemada

justo en la punta donde estaba hecho el nudo. A mi cuerpo ya no le quedaba

temperatura dentro del cubo de hielo en el que me encontraba atrapado. Los

brazos de quien me sostenía, misteriosamente se habían debilitado; ya no era un

ser con músculos inigualables, mucho menos de personal trainer, sino se

mostraba como un flacucho débil e inexperto cuando de un gimnasio le hablaban.

Estaba perdido. Tenía todas las de perder…

Perdido por perdido. ¿Quién perdería más?

– Me acosté con nuestro hermano. – escupí de repente y alzó una ceja. – Eso hice.

Tuve relaciones con nuestro hermano mayor. – ¿qué más daba? El juego estaba a

punto de acabarse para siempre, y yo no podía hacer nada para retomar la jugada

y salvar mis piezas. Él llevaba el control del tablero en general. – Eldwin resultó

ser nuestro hermano, Thomas. – finalicé y una gota de agua salada se desprendió

de mi ojo izquierdo permitiéndome ver todo menos borroso.

Sus labios se curvaron en una sonrisa maléfica a lo que yo cambié mi expresión

de absolutamente nada, a una de total confusión. ¿Qué es lo que le parecía tan

gracioso? ¿No había oído lo que dije? ¡¿No oyó que mencioné a Eldwin y además,

que somos hermanos?!

– ¿De qué te ríes?

– Te enteraste. – dijo por encima de mis palabras, relamiéndose los labios.

– ¿Qué? – pregunté incrédulo. – ¿De qué hablas?

– Tenía la remota esperanza que no lo notaras, pero veo que después de todo, no

eres tan estúpido como aparentas.

– ¿Enterarme? – me enderecé un poco en mi postura; aún desnudo de la cintura hacia abajo, sin embargo no le di importancia. – ¿Tom?

– Desde que nombraste a Clarisa, supe que Eldwin era hermano nuestro. – me le

quedé viendo sin expresión alguna en el rostro, sintiendo mi pecho doler

horrorosamente.

– ¿T-tú…? ¿Tú lo… lo sabías?

– Siempre.

– ¿Cómo?

– Eldwin era mi mejor amigo. Me contó absolutamente todo de él, y eso incluye su

pasado. El nombre de sus hermanos, el de sus padres. Cuando dejó la casa al

enterarse lo que hacía Jörg; todo.

– ¿Por qué no me lo dijiste?

– Porque tenía el presentimiento de que harías una idiotez como la que has hecho.

Si ibas a engañarme, tendría el consuelo que luego desearías haberte muerto, ya

que no lo hiciste con un cualquiera, sino con tu propio hermano sin antes haber

sabido.

Mi vista se perdió en cuanto fue desprendiéndose de la suya, cayendo en la nada

junto con mis ganas de vivir. Definitivamente se había burlado de mí como le dio la

gana. Me jugó sucia, y perversamente. ¿Cómo podía ser tan basura?

Fruncí las cejas cuando noté dos de sus dedos adentrarse en mi interior sin

permiso alguno. Gemí por inercia volviendo a verle a los ojos.

– No sólo has pecado al acostarte conmigo, Nene. ¿No es genial? – sonrió

maliciosamente apretando más fuerte los dedos para llegar lo más lejos que

pudiese. – Eres una puta. Eres una puta como tu madre.

– ¡A mamá no la metas en esto! – me sacudí bruscamente sin conseguir nada. Ni

siquiera le corrí un centímetro de detrás de mí.

– ¡Ohh! ¡La gatita tiene garras! ¡Ahora defiende a su mamasita luego de haberle

odiado por años!

– ¡Tú no entiendes nada! ¡Te expliqué por qué nos dejó! – quitó sus dedos para

rodear mi abdomen con el mismo brazo. El otro lo devolvió a mis rastas,

sujetándome con más fuerza. – ¡Lo hizo por nuestro bien! ¡Porque no sabía ni qué

hacer con su vida!

– ¡Eso es lo que te ha dicho y tú como el gran papanatas que eres, te lo has creído! – tiró mi cabeza hacia atrás. Jadeé de dolor. – Te crees todo lo que te

dicen, Nene. Absolutamente todo. – dio un suave beso en mi sien. – Te venden

gato por liebre y tú te lo comes. Eres tan asquerosamente despreciable.

– Soy tu hermano, ¿no? – no sé cómo, de dónde, ni por qué, pero aparecieron

unas diminutas manchas de coraje en mi pecho. Las mismas que me ayudaron a

largar aquellas palabras.

Perfecto. No decía nada. Adiós mundo cruel. ¿Le había dado en su punto débil?

¿Conseguí lastimarle? Neh. Algo como eso, sucede en sueños, cuentos de hadas.

Pensamientos. Deseos… ¿verdad? ¡¿Verdad?!

– Explotaste y ahora estás en llamas. ¿Cierto, Nene? ¿Te ha dado justo ahora por

ponerte la cresta de gallito demandante? ¡¿Viviendo lo que estás viviendo, aún así

me insultas?!

– ¡Lo siento! ¡Perdóname!

– Si me pagaran por las veces que te he oído decir eso, sería repugnantemente

millonario.

– No te burles. Por favor… no me humilles más, Thomas… – volvió a pasar su

músculo gustativo por mi piel, con la diferencia que ahora lo había hecho a un lado

de mi cuello arrastrándose hasta llegar a mi lóbulo, el cual atrapó entre sus

dientes. Cerré los párpados temiendo lo peor. Estaba tan demente que quizás

hasta sería capaz de arrancarme la oreja importándole una mierda el que me

duela o no. – Tom…

Continúa…

Gracias por la visita.

Publico y rescato para el fandom TH

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