Fic TOLL de Leonela (Temporada II)
Capítulo 5
Abrí mis párpados lentamente, logrando que la puta luz de la ventana, diese justo en mis pupilas. ¿Por qué carajo estaba la persiana levantada? Tom jamás deja las ventanas abiertas cuando estamos juntos, ¿por qué esta sí lo estaba? Entonces caí. Thomas ya no se encontraba a mi lado.
Perfecto. La idea de comenzar nuestro primer cumpleaños juntos, de esa misma
manera, JUNTOS, había sido descartada. ¿Adónde pudo haber ido tan temprano?
¿Justo hoy debió trabajar? ¿Por qué no lo dejó para otro día y hoy se lo pasaba
conmigo tal y como había dicho? Es idiota, lo sé, pero yo no puedo hacer nada
más que hablar. O en este caso, pensar.
Cuando mi vista se hubo acostumbrado a la claridad que ingresaba a la
habitación, estiré todo mi cuerpo en la cama colocando ambos brazos tan
extendidos, que el revés de mis manos, daban justo con el borde del colchón. Mis
piernas se mantuvieron juntas, como si me las hubiesen pegado una a la otra; si
alguien levantase las sábanas con las que estaba cubriendo mi desnudez, de
seguro creería que estaba crucificado. ¡No os estoy tomando el pelo! Es verdad;
esa era la posición que adoptaba en esos momentos, estaba muy cómodo, pero
también me hacía falta algo. Ese algo que me hiciese sentir lleno con tan solo su
simple presencia. ¿Cómo adivinasteis? Por supuesto que estaba hablando de
Thomas.
Me coloqué sobre mi lado derecho y acaricié las sábanas en aquel pedazo de la
cama que había ocupado el susodicho. Suspiré largamente cerrando los ojos y
apoyé la cabeza en su parte de la almohada, inhalando el aroma de ésta. Claro
estaba que ese aroma era el perfume de mi hermano. Llené mis pulmones de él,
tal y como lo hacía cada vez que le tenía conmigo, cobijándome, protegiéndome
de lo que me asechaba día y noche, aunque él no sabía qué era eso exactamente.
Cuando le dejé ir, mordí mi labio inferior y no pude evitar que un par de recuerdos
de lo que habíamos hecho la noche anterior, se instalaran en mi mente; tan dulce,
tan tierno, tan cambiado, tan… diferente a lo que había sido un par de meses
atrás… No os puedo negar que aún no me la creo, pero… ¿no se dice que nada
es imposible? Bueno, yo antes no lo creía, sin embargo, con este nuevo Tom que
tengo a mi lado, que me ama, me respeta y protege, comenzaba a tener mis
sospechas.
Tomé mi teléfono celular del cajón de la mesita de luz y miré la hora. 4:25pm. Qué
bueno eran las… ¡¿4:25pm?! ¡¿Pero qué mierda?! Joder… que había dormido
mucho; ya a esto no se le llamaba dormir de… de dormir a la mañana (¿notáis que
no sé cómo puñetas se le denomina a cuando uno duerme en la mañana?) sino
que también hasta menuda siesta me había dado. ¡Todo junto! ¿Cuánto tiempo ha
pasado desde la última vez que desperté a estas horas sin mi gemelo a mi lado?
¿Cuántos meses estuve sin pegar ojo a causa de la necesidad del sexo que tenía
mi hermano continuamente? ¿Recordáis que no deseaba detenerse ni de día ni de
noche? ¿Por qué cojones estoy recordando aquellos tiempos? Ya forman parte del
pasado, por favor, deja de recordar todo eso condenada mente del infierno.
Sacudí mi cabeza repetidas veces y marqué el número de Thomas, entonces
comenzó a llamar.
TUUUT… TUUUT… TUUUT… TUUUT…
Nada. No atendía. ¿Qué rayos estaba sucediendo? Volví a llamar y… nada. Todo
igual que antes; aquel sonido de la línea sin atender, volvió a repetirse. Perfecto,
¿dónde se había metido y por qué no me contestaba el móvil? Sonaba, es decir
que a él, le sonaba el aparato, ¿pero por qué no le cogía? ¿Tan ocupado estaba
que ni la mínima atención al teléfono, le daba? ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué
salió hoy, siendo que anoche, en una de las últimas conversaciones que tuvimos
antes de dormirnos, dijo que se lo pasaría todo el día junto a mí, por ser nuestro primer cumpleaños juntos? ¿Me había mentido?
– Mmmm… mañana no saldrás, ¿cierto, mi amor? – pregunté mientras sus manos
se paseaban ansiosas por mis muslos, aún sin salir de mi interior. Acabábamos de
hacerlo y se encontraba entre mis piernas.
– Estaré contigo. – besó mi pecho desnudo. – Estaré contigo y la pasaremos de
puta madre. – agregó hundiéndose en mi cuello; mordisqueándolo, chupándolo,
ensalivándolo y quién sabe cuántas cosas más. Se movió un poco logrando que
se me atragantara un gemido, ya que justo estaba tomando aire.
– No hagas eso… – susurré mordiéndome el labio y separé su rostro de mi piel
para apoderarme de su boca. – Te amo, te amo… te amo mucho, Tom…
– Yo también, Nene. – murmuró moviendo los labios entorno a los míos y le seguí.
No, no… basta de desconfiar. No puedo pasarme la vida desconfiando de su
palabra.
Yo no estaría tan seguro… Es su cumpleaños, ¿qué piensas que hizo todos los
años anteriores en fechas como estas? ¿Ir a beber a un bar? ¿Jugar cartas con
sus amigos? ¡¿Jugar damas chinas?! ¡No seas idiota! Está demás decirte, que
siempre se ha ido a follar a alguna que otra puta del barrio. ¿Por qué te
sorprendes? ¿Acaso no es precisamente lo que hacías tú? Claro que sí. Sois
gemelos, ¿no? Hacéis cosas similares la mayoría de las veces.
– Somos gemelos idénticos y eso es lo que hace la diferencia. – dije en voz alta
para… que aquella voz, me oyese perfectamente. Y por la puta mierda, me tuve
que poner en pie. Me dirigí al placard y saqué algunas de las prendas que me
había comprado el día anterior para, justamente, estrenarlas en este día tan
especial. Tenía muchas playeras, creo que de haber sido otra persona, hubiere
pensado que me había sobrepasado en la cantidad de cosas que me compré en
un par de horas, pero yo no soy otra persona, sino Bill Kaulitz, ¿y qué es lo que
hace ese tío? Muy bien; le importa una mierda todo. ¿Yo dije eso? Bueno, en fin.
Elegí una sudadera blanca con un estampado negro muy bonito y algo brillante; tal
vez un tanto… exagerado para usar dentro de la casa, pensaréis vosotros, pero
¿quién os dijo que yo me quedaría en la casa? Vale, que esa era la idea siempre y
cuando, esté con mi gemelo y como él no estaba, iría a buscarle.
Fui al baño, me maquillé lo mejor que pude; lo mejor que sé hacerlo, con
abundante sombra para que sobresalten mis blancas pupilas, más que suficiente
delineador y por último, un toque de brillo labial. ¿Se os hace de maricón el que
lleve brillo en los labios? Lamento comunicaros, que me vale lo que penséis
acerca de mí. Sé a la perfección que no soy ninguno de esos, así que pensad lo que os venga en gana que me paso por el culo vuestros insultos y/o agresiones y
las de todo aquel que piense hacer lo mismo.
Una vez listo, sonreí satisfecho ante el espejo y me encaminé hacia la cocina.
Puse agua para prepararme un café; ¿por qué café si ya debería estar almorzado
y todo? Pues porque tal y como os he informado en un principio, mi fuerte, no es
precisamente la cocina, además… a estas horas ya debería de merendar, ¿no
creéis? ¡Será la puta hostia! ¡¿Por qué demonios tengo que explicaros todo
continuamente?! ¡Haced memoria, joder! No soy perico para andar repitiendo una
y mil veces cosas que ya dije hace mucho.
Cálmate, Bill. Ellos no tienen la culpa de nada. ¿Te das cuenta que tu grado de
demencia cada día es aún mayor? Ni tú mismo te aguantas, coño.
Mientras el agua tomaba temperatura, agarré mi móvil nuevamente y marqué el
número de mi hermano; sí, volvería a intentar comunicarme por última vez, y de no
hallarle, ahí sí, iría a por él aunque no tuviese la menor idea de dónde pudo
haberse metido.
TUUUT… TUUUT… TUUUT… o CRI… CRI… CRI… da igual. De todas maneras,
ni el grillo cogió el endemoniado teléfono. En situaciones como estas, siempre me
imagino en dibujos animados; no sé por qué, pero es así. Como por ejemplo en
este caso, de haber sido como os estoy diciendo, de seguro los dibujantes,
habrían agregado una bolita de pasto seco rodando delante de mis ojos. Ok, ¿me
he ido por las ramas? Muchísimas gracias por recordármelo. ¿En qué me quedé?
Oh claro… No sé a vosotros, pero a mi, ya me estaba sacando de quicio aquella
menuda tonadita… ¡del condenado teléfono al no ser atendido! ¡Claro! Ya me
había cabreado solito. A decir verdad, qué carácter de mierda poseo, ¿cierto? Soy
todo un imbécil que le saca de sus casillas cualquier estupidez que le sucede. Un
momento… esta actitud me sonaba…
El timbre del microondas avisándome que mi café ya estaba listo, interrumpió mis
pensamientos logrando que cualquier clase de recuerdo que se hubiere querido
colar en mi cabeza, se esfume cuan humo en el aire. Bueno ya. Ha de ser mi
imaginación porque no recuerdo a nadie que haya actuado de esa forma algún
otro día. Apoyé mi culo en la mesada (porque soy tan alto que no necesito
impulsarme para llegar hasta allí) y empecé a beber el contenido de mi tasa
pensando por dónde podría empezar a buscar a mi gemelo.
&
¿Y adónde podía ir, ah? El único amigo que me quedaba por estas zonas, era
Saki, por lo que una vez más, me dirigí a su casa.
– Hola, Saki. – saludé cuando me hubo abierto la puerta.
– ¡Pero mira quién llegó! – gritó como si fuera un maldito loco desquiciado, en ese
tono de estar bromeando totalmente, ¿pero a quién le hablaba? – ¡William Kaulitz,
el cumpleañero! – y me abrazó con fuerza. De no haber estado preocupado por el
paradero de mi hermano, os puedo jurar, que le habría dado una buena hostia por
llamarme por mi nombre completo. – ¡Pasa, pasa! – siguió gritando cuando se
apartó. ¿Alguien podría decirme de dónde se le baja el volumen?
– Gracias, Saki, pero no he venido a charlar. No hoy. – expliqué con esa inquietud
en mi pecho. ¿Más pruebas queréis para comprobar que estaba realmente
preocupado por mi gemelo? – Vine a preguntarte si has visto a Thomas; se fue
esta mañana y aún no ha vuelto. Sé que la menuda profesión que tiene, requiere
de mucho tiempo fuera, pero esta vez ni siquiera me ha cogido el móvil. ¿Tú no
sabes nada? – pregunté para luego tomar una gran bocanada de aire. Vale, que
hasta verde me debí de haber puesto, pese a que le solté todo sin más ni más.
Me dedicó una mirada un tanto… lastimera, diría. Eso no me ayudaba en nada;
creo que no hacían falta las palabras para saber que no le había visto.
– Lo siento, Bill, pero no sé nada de tu hermano. – ya me la veía venir. – No te
preocupes, hombre; él sabe cuidarse solo, conoces a Tom, está bien. Seguro se
ha retrasado con alguno de sus asuntos, es todo.
– Pero hoy es nuestro cumpleaños, ¿por qué tuvo que salir?
– Ya. Que dejes la preocupación de lado, vendrá, ya verás. – me animó. – Ven,
pasa y siéntate con nosotros – siempre tan hospitalario y generoso nuestro fiel
amigo, Saki. Esperad. ¿Nosotros? – le enviaré un mensaje a Tom avisándole que
estás aquí para que venga también.
– Pero le he llamado y no contesta. – le recordé, y como si tuviese los oídos
tapados de cera, tomó su teléfono celular y comenzó a escribir. Revoleé los ojos
un poco fastidiado. Saki podrá ser uno de nuestros mejores amigos, confidente,
fiel, muy guay, pero también algunas veces, hasta ganas de ahorcarle te dan por
su forma de ser. No en el sentido de mala persona, porque es una de las mejores,
pero sí en lo testarudo y necio.
Alcé la vista para encaminarme al living de la casa, tomar una silla y sentarme…
me paralicé.
Eldwin estaba en el lugar. ¿Qué hacía él otra vez aquí? ¿Estaba siguiéndome?
No, era imposible. Yo decidí venir aquí a último momento, no hubo manera de que
se enterara. Mierda, no. De nuevo esa sensación tan extraña en mi interior; ese
puto remordimiento que no me dejaría ni a sol ni a sombra, me perseguiría por el
resto de mi vida, incomodándome y haciendo que mis tripas se revuelvan más de
la cuenta. ¿Tantas sensaciones juntas provoca la culpa? ¿El remordimiento? ¿El
desasosiego? ¿El… el arrepentimiento…?
– ¿Tenéis cigarros? – cuestionó de la nada mi amigo colocándose a mis espaldas.
¡Qué raro! Saki siempre tan inoportuno con sus preguntas que logran sacarme de
mi trance mental.
Negué con la cabeza sin salir del nerviosismo que se había trepado por mis
piernas, cuan una vieja enredadera en la pared de una casa abandonada. Eldwin
hizo lo mismo, entonces imaginé lo que podría llegar a venir después.
– Bueno, esperadme aquí, iré a por un par de cajetillas al kiosco. – eso era
exactamente lo que intuí. ¿Este tío no tiene nada en su hogar? Siempre tiene que
salir a comprar algo. ¡Genial! Parecía apropósito que siempre que estaba con el
Eldwin y alguien más, ese alguien, debía salir o lo que mierda fuere, de forma tal,
que quedábamos solos.
Hasta me he llegado a preguntar si Saki no estaba de acuerdo con él…
PAF.
El portazo de la casa, resonó en toda la sala, que de no haber estado la televisión
encendida, habría roto el silencio que se había creado en esos momentos entre el
mejor amigo de mi hermano y yo.
Carraspeé un poco y enfilé hacia la heladera. Debía de hacer algo, ¡no podía
quedarme de pie frente a ese tío siendo que tenía su mirada clavada en mí! ¿Que
soy un atrevido? ¿Por qué? Saki siempre que vengo o venimos Thomas y yo, nos
dice que nos sentamos como en nuestra propia casa; bien. En mi casa no pido
permiso para tomar un poco de jugo del refrigerador, ¿por qué aquí sí habría de
pedirlo?
– ¿Quieres algo de beber? – pregunté inclinándome para observar el contenido de
la heladera cuando abrí la puerta.
– No gracias. – contestó fríamente y apagó la televisión. – ¿Cómo has comenzado
tu cumpleaños, Bill? – y el embase que tenía entre mis manos mientras servía un
poco de su contenido en un vaso, temblequeó levemente al igual que lo hizo mi
cuerpo después de oír semejante pregunta. No era nada de otro mundo, pero a mi
no me toma de idiota. Esas simples palabras, me las dijo con doble intención, por lo que no tardé ni medio segundo en captarlas. ¿Y qué es lo que haría yo en una
circunstancia tan jodidamente comprometedora como esa?
– ¿A qué te refieres? – exacto. Me haría el imbécil.
– No te hagas, sabes perfectamente a lo que me refiero, ¿o acaso quieres un
gráfico? – encima tenía la cara de hablarme en ese tono como si estuviese…
¿reprochándome algo? ¿Pero qué derecho tenía él, para reprocharme algo?
– Escucha. No sé qué es lo que coño pasa contigo, pero no tengo por qué darte
explicaciones, detalles o lo que mierda sea lo que estés pidiéndome. – respondí
algo mosqueado debido a la menuda confiancita que se había tomado el chaval
este. No podía ser que esté celoso… ¿O sí podía? – Hago lo que se me viene en
gana.
– ¿Lo que se te viene en gana? ¡No me jodas, Bill! – ¿acababa de gritarme? –
Primero, en mi casa, me besas. Me das la esperanza de que algo más entre
nosotros podría llegar a haber. – abrí mi boca, pero continuó hablando y no tuve
oportunidad de pronunciar palabra. – Luego ayer, aquí, otra vez dejas que te bese,
¿y ahora me sales con esto?
¿Pero qué mierdas estaba diciéndome? ¿Que yo me dejé besar? ¡¿Pero en qué
momento?! ¡Yo no me dejé! Él me besó, que es diferente.
– Un momento. Creo que estás confundido, ¿no crees? – empecé a hablar
sintiendo que la furia corría por mis venas. Qué tío más calentón que soy, joder. –
Primero: Yo no te besé en la fiesta esa que hiciste en tu casa, sino que, en cuanto
se cortó la luz o no sé qué coño fue lo que ocurrió exactamente con las putas
luces, tú, aprovechaste la volada y me comiste la boca de un beso sin darme
tiempo a reaccionar. Dime, ¿en qué instante te di esperanzas para que pudiese
llegar a existir algo entre nosotros? – cuestioné cabreado, pero intentando
mantener la calma. – Y segundo: Ayer aquí, tampoco me dejé besar. Tú te
apoderaste de mis labios sorpresivamente y luego te dejé bien en claro que no
podía hacer eso. Pertenezco a una sola persona. ¿No te lo he dicho, Eldwin? ¡Por
favor! No me vengas con chorradas. – di dos pasos para devolverme a una de las
sillas de la cual estaba al lado anteriormente, pero no pude avanzar más.
– Es cierto, lo reconozco. Las dos veces, fui yo el que te besó; pero ahora tú dime
algo, ¿por qué correspondiste tan bien aquel beso en mi casa? No puedes
decirme que no, porque hasta me tomaste por la nuca para que no me apartase.
Vamos, Bill. – y se me terminaron de descolocar los sesos.
Mierda. El maldito tenía razón, ¿pero cómo se lo iba a negar? Quedaría de muy cínico negar lo que me había dicho, cuando era la puta verdad. Me acababa de
cortar la cresta de gallito, ¿no creéis?
– ¿Es necesario recordar cada detalle? – interrogué zamarreando levemente el
brazo del cual me había tomado. No había dudas de que no sabía cómo coño
defenderme.
– Ohh claro… te la ves fea y escapas, ¿cierto? – comentó con ironía, logrando que
mis aires quedasen por debajo de los suelos.
Giré mi rostro para dejar de verle, pero él me tomó del mentón volviendo a
conectar nuestros ojos agarrándome por la cintura para apegarme a su cuerpo.
Basta, ya déjame…
– ¿Por qué estás nervioso? – cuestionó deslizando la mano que tenía en mi
mentón para depositarla en el centro de mi espalda. – A ver. Analicemos todo
desde cero. – añadió y fruncí el ceño de inmediato. – El corazón actúa como una
bomba que impulsa la circulación sanguínea por el organismo. Es un órgano
muscular compuesto por dos bombas, cada una dividida en dos cámaras, las
aurículas y los ventrículos, interconectados por válvulas. – agregó de repente. –
Las fibras musculares del corazón deben contraerse al unísono para funcionar con
normalidad. Los impulsos bioeléctricos procedentes de un grupo de células
ubicadas en la aurícula derecha, rigen las contracciones del corazón; estos
impulsos fluyen por caminos que comunican con las fibras musculares de las
cuatro cámaras. – continuó hablando al mismo tiempo en que a mi, se me caía la
mandíbula. ¿Se había vuelto loco? – Cuando se daña cualquier parte de este
complejo sistema de conducción, se altera el ritmo regular de los latidos, y como
resultado puede producirse diferentes trastornos del corazón, como: paro
cardíaco, fibrilación ventricular, fibrilación auricular, bloqueo cardíaco o
taquicardia… ¿Cuándo se altera este proceso? – interrogó de un momento a otro
y moví mi cabeza en forma de contestación para que me de la respuesta. – Por
ejemplo, cuando se realiza una actividad física intensa, o bien, estar asociado a
procesos patológicos, como la anemia, las hemorragias, el shock o la fibrilación
articular.
Entrecerré mis ojos mostrando una viva expresión de no saber absolutamente
nada de lo que me estaba hablando.
– N-no… no comprendo… ¿A qué viene todo eso?
– Nada. Es que intento buscarle una explicación científica a tu nerviosismo, pero lo
único que hallo es poder justificar mi hipótesis y así dejarla como la verdadera
respuesta. – y más confundido estaba yo ahora. ¿Alguien me haría el favor de explicarme de qué manicomio salió este tío? Definitivamente no conocía este lado
suyo. – Podría haberme quedado con aquel ejemplo… suponer que sufres de
alguna enfermedad como la anemia, pero no. Es imposible eso; se te ve a la legua
que eres un hombre sano. Por otro lado también pude haberme estancado en la
posibilidad de tu agitación, ahora… ¿por qué? Convengamos que no has corrido
en ningún momento y por la forma en la que le hablaste a Saki en cuanto
ingresaste a la casa, sobraba saber que no has venido a trote. Mucho menos
hiciste ninguna clase de actividad física, ¿o me equivoco? – acercó su boca a mi
oído. – Entonces dime, Billy… ¿por qué te has puesto así de nervioso cuando
comencé a hablarte? – preguntó estremeciéndome con su tibio aliento, mientras
su mano viajaba de arriba hacia abajo a lo largo de mi espalda. – Siento tus
latidos… – siguió acariciándome, ahora más por el medio que por los otros
costados. – siento cuán rápido palpita tu corazón. ¿Cuál es el motivo de tus
nervios?
Me alejé repentinamente de su figura, empujándole un poco para que me soltara,
aunque no fue necesario; al notar que me estaba separando de él, sus brazos
liberaron mi cuerpo.
– ¿Qué…? ¿…Cómo? ¿C-cómo… lo has… lo has notado? ¿Cómo es posible
que…? – tartamudeé mil veces aún metido en mi estado de shock. ¿De qué
planeta salió este? Otro que me dejaba con la boca abierta.
– ¿Qué? ¿Nunca te lo dije? – cuestionó frunciendo el entrecejo.
– ¿El… el qué?
– Soy psicólogo. Trabajo en un centro de rehabilitación para adictos. – y me quedé
a rayas. Sentí cómo mi sistema pedía a gritos que cerrase los párpados para que
no se me sequen los ojos debido a mi estado de estatua repentina, pero como
muchas veces ya me ha pasado, solo permanecí en silencio y sin habla. Incapaz
de mover un solo músculo. Incapaz de respirar. Incapaz de… de fijar mi vista en
algo que no fuera la persona que tenía delante.
– ¿Bill? – esa voz… – Billy, ¿qué te pasa? – chasqueó sus dedos frente a mi rostro
y volví a tierra firme. Parpadeé un par de veces moviendo la cabeza con frenesí. –
¿Te encuentras bien? – bien imbécil. Así es como estoy.
– No… digo sí… sí, estoy bien. – contesté desviando la mirada. – ¿Cómo es eso
que eres doctor? ¿Médico? ¿Psicólogo? ¿Desde cuándo? ¿Cómo? – interrogué
movilizando mis manos a medida que las palabras salían de mi boca. Aquellas
mismas palabras que eran las que estaban en mi mente, formando las mismas
preguntas que acababa de dar a conocer. Todas al mismo tiempo, sin tomar
oxígeno para no desfallecer. Ohh Jesús, ¿con quién me he metido?
– Soy psicólogo desde hace cuatro años. ¿Por qué?
– ¿Por qué? ¿Es broma? – demonios. Eso no debí pensarlo en voz alta. – Quiero
decir… no, me sorprende, es todo. Como que me agarraste de sorpresa. – reí más
nervioso e histérico que nunca. A vosotros se os habrá plantado la duda de por
qué esta reacción ante la noticia, ¿cierto? ¡Visteis! Debería ser psíquico, joder.
Bueno no, no… eso no; el que debería ser de esos, es Eldwin, porque al parecer
siempre sabe dónde voy a estar. De acuerdo, de acuerdo, ya os digo la razón de
mi nerviosismo… ¡¿Por qué coño va a ser?! ¡Él es un psicólogo y yo estoy
completamente loco! Dios… todo se me estaba yendo de las manos. ¿Qué digo
‘se me estaba yendo’? ¡Se me había ido al puto carajo!
Maldita sea, debo salir de aquí.
– ¿Por qué has enmudecido? ¡Di algo, por el amor de Dios! – alzó el tono de voz
disuadiéndome de mi análisis y le miré con furia, por inercia. – No quiero
ofenderte, mucho menos lastimarte con lo que digo, pero es que no puedo creer
que estés con él; es decir… – respiró profundo atrapándome de la cintura otra vez.
En esos instantes me pregunté: ¡¿Dónde mierda se había metido Saki?! ¡¿Tan
lejos queda el kiosco que se tardaba tanto en regresar?! – es tu hermano, Bill,
¿cómo podéis hacer una cosa así?
– Nos amamos, esa es toda nuestra explicación. – contesté y enmudeció. – Lo que
estás oyendo, Eldwin. Tom, me ama, me lo ha dicho miles de veces; me lo
demuestra… – cerró los párpados con fuerza, escapando de mi penetrante mirada
que se encontraba al asecho, a la defensiva de cualquier clase de comentario que
saliese de su boca para fulminarle con ella. – Me lo demostró millones de veces y
yo… yo le creo. – finalicé colocando mis manos debajo de sus brazos, que ahora,
rodeaban mi cintura, para poder apartarle sutilmente. – Créeme que lo siento; has
confundido las cosas. Lo de la otra noche… no lo sé, fue tan solo un puto impulso.
– ¿Por qué? Un impulso, ¿por qué?
– Porque estaba muy molesto debido al comportamiento que tenía mi hermano,
allí. ¿Por qué crees que acepté bailar, luego de haberte dicho dos veces que no?
Porque cuando desvié la vista, vi a Thomas, con una de las putas que tenías como
invitadas, entonces me hirvió la sangre de cabreo, de furia, de… de celos, ¡no lo
sé! Y estaba dispuesto a hacer lo que sea, con tal de demostrarle que yo también
era capaz de engañarle si él lo hacía. – conté intentando sonar lo menos cruel
posible, viendo cómo me observaba con atención, sin despegar sus ojos de los
míos. – Luego tú me besaste y… y recordando la imagen de mi gemelo con esa
tía, me dejé llevar, lo cual fue una muy mala idea, ya que él me dijo que no hizo
absolutamente nada.
– ¿Y tú le creíste? – preguntó alzando una ceja.
– Sí, Eldwin. Yo le creí. – iba a decir algo más, pero le interrumpí. – Esa misma
noche me confesó lo que siente por mí. – agachó su cabeza. No puedo negar que
me dio muchísima pena hacerle eso, tener que decirle que… en cierta forma, le
había utilizado para vengarme de mi gemelo, no era nada lindo.
Me acerqué a él y tomé una de sus manos entre las mías.
– Créeme que lo siento… – susurré notando un nudo crecer en mi garganta cuando
su visión se fijó en la mía. – Debo irme. Thomas tal vez haya llegado a casa y si
no me encuentra, se preocupará. – agregué soltándole con lentitud.
Asintió dejando libre de contacto nuestras manos y me aproximé a su cara para
depositar un beso en su mejilla.
– Nos veremos mañana. – agregó antes de alejarme de su rostro. ¿Qué?
– ¿Por qué lo dices?
– Estoy de vacaciones y tu hermano me ha invitado a vuestra casa para que
hablemos. Supongo no te molestará, ¿verdad? – cuestionó alzando la vista para
atrapar la mía.
– Déjale saludos a Saki de mi parte, por favor. – dije en voz baja ignorando su
pregunta y caminé hasta la puerta de entrada. – Adiós, Eldwin. – añadí para luego
girar el picaporte cuando le tuve en mi mano y salir del lugar.
Lo que es la vida, eh; yo hace unos meses hasta me he declarado un puto
demente (lo cual sigo haciendo pero no lo tomemos en cuenta ahora) y antes, me
había besado con un psicólogo. ¿Quién lo diría? Las vueltas que nos da el
destino. ¿Qué opináis? Yo no creo en toda la mierda esa del destino, ni mucho
menos. O la verdad puede ser que… si, pero lo que creo, es que el destino lo
formamos nosotros mismos. ¿Qué me decís? Yo digo que iré a mi casa ahora
mismo, y eso haré. ¿No es eso a lo que se le denomina destino? ¿Lo que
sucederá en un futuro? ¿Lo que pasará más tarde? ¿Lo que haremos después?
¿Dónde está lo improviso? ¿Dónde está la sorpresa? A mi no me joden. Eso del
destino es una puta mierda que todos inventan para que tengamos ‘cuidado’ con
lo que hacemos, ¿o no? Al igual que el Coco en el armario de los niños. ¿Su
propósito? Asustarles para que no cometan chorradas. ¡Todo en la vida es una mierda!
Una duda repentina se instaló en mi mente: ¿Cómo es que Eldwin, sabía todo eso
del corazón y toda la bola, si solo es psicólogo?
Serás majadero. ¿Por qué rayos iba a ser? Porque para la psicología, no solo se
debe de estudiar todo lo relacionado con la mente de las personas, sino también,
las diversas reacciones que tiene el cuerpo humano ante una situación
desconocida, extraña o, en tu caso… comprometedora.
¿Te has tragado una enciclopedia?
Solo quise ayudar.
Coloqué la llave en la cerradura y abrí la puerta de un solo movimiento. Estaba
que me salía de mí mismo, y… aún no tenía del todo en claro el por qué. La cerré
de un golpe tan fuerte, que oí el rebote; de seguro no había cerrado bien, sin
embargo me importó nada y me quité la chaqueta de inmediato tirándola en el
sofá. Cuando enfilé hasta la cocina, vi las luces encendidas. ¿Tom? Continué
caminando.
– ¿Qué es lo que sucede, preciosidad? ¿Qué maneras son esas de cerrar la
puerta? – preguntó cuando me vio yendo hacia donde él estaba. – Un día de
estos, la pasarás para adentro. – hice una mueca con mi cara y seguí de largo.
¿Qué se pensaba? ¿Que me hablaría así como así luego de ausentarse todo el
puto día de nuestro cumpleaños?
– Encima te haces el gracioso.
– Heeey… ¿qué ocurre?
– ¿Todavía lo preguntas? ¡Te fuiste todo el maldito día a quién sabe dónde cuando
dijiste que te quedarías conmigo! ¡¿Te parece poco?! – le solté molesto y arrugó la
frente. Jesús… tanto tiempo había pasado desde la última vez que le grité, que
cuando entré en razón, me quedé estático esperando a ver cuál sería su
respuesta. Tragué grueso y recuperé oxígeno. – Mira la hora que es, Thomas. Son
las 7:45pm, ¿te parece lindo? – añadí enseñándole mi móvil. – Te he llamado y no
me has contestado. Fui a buscarte, preocupado por lo que pudo haberte ocurrido
¿y tú ahora me preguntas qué me pasa? – agregué poniéndomele enfrente. Él
solo… mantuvo su mirada fija en mí sin formular palabra. – ¿No piensas decirme
nada? Entiendo que lo que haces, requiere de mucho tiempo y ausencia en la
casa. Lo sé y ya me he acostumbrado a eso; pero dijiste que lo pasaríamos juntos
este día. Sabías cuán importante era estar contigo porque te lo dije anoche. Te lo
dije el otro día, te lo he dicho… muchas veces. – susurré con un hilo de voz tragándome el nudo que se formó en mi garganta. Carraspeé un poco y me
recuperé al instante. – ¿Por qué te fuiste? – cuestioné fijando mis ojos vidriosos en
los suyos. – ¿Dónde has estado?
– Me he ido por ti. – respondió y pestañeé un par de veces. ¿Q-qué?
– ¿Qué dices?
– Lo que oyes. Me fui por ti. – cada vez comprendía menos. – Toma. – y me
extendió un objeto rectangular forrado en un papel color negro.
Le miré sin comprender y devolví la vista a lo que tenía delante.
– Tom, esto… ¿esto es para mi? – pregunté incrédulo. No podía creer que mi
propio hermano, estuviese regalándome algo en nuestro cumpleaños.
– Claro que sí. Ábrelo. – me animó con una sonrisa y yo esperé a que aquel sueño,
terminase. Yo que os digo algo y éste que me contradice, ¿a que no? Ayer os dije
que mi gemelo jamás me ha regalado algo y ahora me viene con esto. ¿Qué
pensáis? De seguro me tratáis de mentiroso, o no lo sé, pero quiero dejar bien en
claro que todo esto, me dejó tan o más helado que a vosotros.
Asentí entusiasmado, y con suavidad, empecé a abrir el pequeño paquete. Era…
realmente pequeño, sin embargo duro. Parecía como una caja, algo así. Deposité
sobre la mesa el papel que le extraje y me quedé totalmente mudo. Abrí la cajita
achatada y como acto reflejo, fijé la vista en la suya, para luego devolverla al
regalo, y así repetidas veces sin creérmela.
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– Oh Tom… – exclamé sacando la joya de dentro de su caja.
– ¿Te gusta?
– Me… me encanta… – contesté completamente emocionado con la medallita entre
mis dedos. Eso. Era… era la misma medallita que me llamó tanto la atención el
día que salimos a comprarme ropa. Era esa misma. Idéntica aunque como
medalla, tenía una B entrelazada con una T.
– Fui al lugar donde la habíamos visto, porque… – entrecerró los ojos mirándome
juguetonamente. – ¡Vale! Como verás, el diseño es algo poco común, ¿cierto? –
asentí observándole embobado. – Bueno, fue idea mía. Ayer cuando entré, pensé
que sería buena idea obsequiártelo para nuestro cumpleaños, y como justo me
llamó Saki, la dejé encargada, con un boceto del diseño que quería exactamente.
Hoy fui a por él y el tío que me atendió, era otro, por lo que no encontró el modelo; me cabreé feo y le dije miles de putadas al infeliz ese, hasta que me fui de allí y
busqué en otro lado. Debí alejarme un poco de la ciudad, ya que por aquí, no
había nada de nada. Perdón por haberme desaparecido así, es que mira – señaló
mi cadenita. – no era un modelo fácil de hacer, por lo que tuve que esperar toda la
condenada tarde hasta que la hicieron.
Respiré profundo. Una iluminada sonrisa se dibujó en mis labios y mi mentón…
tembló. Oh no, mierda, iba a llorar.
Me di la vuelta de inmediato para que no me viese.
– ¿Me… me la pones? – cuestioné estirando de cada punta, rodeando mi cuello
hasta llegar a mi nuca. Estiró sus manos y sentí su contacto con mi piel al rozarme
para abrochar el pequeño brochecito. Me limpié una desobediente lágrima que
rodó por una de mis mejillas y me giré volviendo a mirarle con la medallita en mi
puño contra mi pecho.
– Gracias… – susurré casi inaudible conteniendo el llanto de emoción que quería
abandonarme. Me acerqué a su rostro para depositar un dulce beso en su boca.
Comenzó a mover los labios mordiendo levemente el mío inferior, separándose un
poco para volver a acercarse sin soltarme un solo segundo, consiguiendo hacer de
ese beso, uno de los más apasionados y románticos que jamás nos hemos dado.
– No llores, Nene… sabes que no me gusta verte llorar. – murmuró contra mis
labios rozando nuestras narices cuando notó las gotas de agua que habían
abandonado mis ojos. Sonreí débilmente. Me sentía como… como en el paraíso,
no lo sé, no sabría cómo explicarlo. Sentía como si estuviese en un cuento.
– Yo… yo no te he comprado nada. – agaché mi cabeza.
– No importa, está bien. – acarició mi cabello con lentitud. – Estás… – agregó e
infló su pecho. – Realmente bello, Nene… – sentí un leve calor acumularse en mis
mejillas y sonreí en forma de respuesta mordiéndome el labio. – Te ves… Ufff…
¡joder! Te ves jodidamente hermoso, Bill. – añadió y ahora fue él, quien se mordió
el labio.
Me acerqué a paso lento a su cuerpo y mi boca rozó la suya.
– Tómame… – dije en un susurro. – Mi regalo será… – tragué saliva. Ya me
arrepentiría más tarde de lo que estaba a punto de decir. ¿Y si con mis simples
palabras, se le iba toda la dulzura a la mierda? ¿Volvía a hacerse adicto a eso que
yo, no deseaba hacer de esa manera?
Ay ya. Tírate a la pileta de una vez. Te has lanzado al vacío, ¿cuál es el problema en que te tires a un poco de aguas turbulentas?
– …que tomes posesión de mi cuerpo cuantas veces y de las formas que quieras.
– finalicé recorriendo su torso por encima de la sudadera.
Hizo un gesto de lado.
– Eso suena muy tentador, Nene…
– Soy tuyo, Tom. Haz de mi, lo… lo que quieras… – murmuré y apresó mis labios
con los suyos.
Se alejó pero manteniendo nuestras bocas tocándose.
– ¿De quién eres, Nene? – preguntó moviendo sus labios en plan de torturarme
con su escaso contacto.
– Tuyo… – susurré acercándome aún más con mis párpados cerrados. No pude
sentirle.
– No te oigo. ¿A quién perteneces? – dio un lento lametón en mi boca.
– A ti… Soy tuyo, Tom. Únicamente tuyo, mi amor…
Continúa…
Gracias por la visita.