Long-Fic TOLL escrito por MizukyChan
«INCUBUS» Capítulo 5
“En mis cosas personales… no debes inmiscuirte”. La frase dicha por el pelinegro se repetía una y otra vez en la cabeza del demonio, y la frialdad con que la había expresado, le hacía sentirse humillado. Hoy por primera vez en su existencia en el mundo humano, se había presentado sin su persuasivo poder de Incubus y lo primero que recibió fue un gran “rechazo”.
Furioso regresó a su departamento y tomando una botella de whisky, se instaló frente a su televisor a tomar.
—A ver si es cierto que uno puede ahogar las penas en alcohol —comentó en forma sarcástica, vaciando su primer vaso de un solo trago—. ¡Pero qué mierda! Yo no tengo ninguna pena —Y vació el segundo vaso—. Maldito Bill, te crees mucho sólo porque eres un poco guapo. —Iba ya en su tercera copa—. Nadie le hace algo así a un demonio como yo, maldito… eres sólo un humano… además… ya me alimenté de ti. No te necesito —Llenó la cuarta copa y la bebió completa—. Ya sé qué haré para no aburrirme… Saldré a cazar… como en los viejos tiempos.
Tom no tenía hambre en absoluto, su apetito fue completamente saciado por Bill la noche anterior, pero su orgullo estaba herido y quería desquitarse con alguien y quien mejor que las vírgenes humanas, que a pesar de tener cuerpos vírgenes, tenían sus mentes completamente pervertidas, deseando ser folladas brutalmente por alguien extremadamente guapo. O al menos eso era lo que creía él.
Estuvo toda la tarde paseando por la ciudad percibiendo el aroma virginal de algunas chicas y chicos, pero de sólo pensar en los hombres, se le revolvía el estómago.
—Jamás me follaré a un maldito con pene, ¡nunca en la vida! —Gritó dentro de su auto al ver a un jovencito bastante apuesto sonreírle tímidamente cuando le dio el rojo en el semáforo.
Y así escogió a tres nuevas víctimas y regresó a su casa. Se metió a la ducha y sintió el timbre del teléfono, pero simplemente lo ignoró. Nadie lo llamaba, así que de seguro, estaban equivocados.
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Se puso sus ropas anchas y al oscurecer, se fusionó con las sombras y fue en busca del primer rastro que tenía impregnado en su nariz. Llegó a una casa linda, se materializó en el patio trasero y durmió a toda la familia, ya que la chica debía tener unos 17 años. Se encaminó a su cuarto y sin ningún preámbulo, la desnudó y entró en su cuerpo fuertemente. La embestía rudamente y gimió roncamente. La niña se quejaba en su sueño.
—No, no, no… —Gimoteaba, lo que enojó más al trenzado y la golpeó aún más violentamente, hasta hacerla sangrar y derramar su semilla en su interior.
—Ya chiquilla… he terminado —Se acomodó la ropa y se secó el sudor de la frente. Se sentó en la cama y vio a la niña—. Ni siquiera me has dejado satisfecho —Se quejó contra ella. Luego la limpió de todo rastro y regresó a su departamento.
—Creí que sería suficiente… —Se dijo a sí mismo volviendo a vaciar una copa de whisky—. Maldito Bill… ¡¿qué demonios me has hecho?! —Gruñó molesto, paseándose por la habitación.
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Luego de un rato de intranquilidad, se decidió a ir por su segunda víctima, se estaba transformando en sombra cuando sintió el ruido del teléfono, pero una vez más lo ignoró y emprendió su camino.
Con la segunda chica fue igual que con la primera. Sólo sexo, frustración y enojo al escuchar a la chica llorar para que se detuviera. En su mente sólo había espacio para el eco de los gemidos que le daba Bill cuando lo embestía contra su cuerpo.
—¡¿Por qué se quejan tanto?! —Reclamaba al limpiar los rastros de fluidos del cuerpo de la mujer y luego quitando su magia, él regresaba a su departamento a seguir bebiendo.
Salió una tercera vez e hizo exactamente lo mismo. Llegó casi al amanecer y se fue directo al baño, con una sensación extraña en su pecho. Por primera vez se sentía sucio, perverso y… solo.
Se puso un bóxer y se metió a la cama para tratar de dormir un poco, no es que lo necesitara, pero quería despejar su mente, sacar esas ideas extrañas de que estaba haciendo las cosas mal. Él era un demonio, servía al mal, después de todo.
Con las manos en el rostro sintió el teléfono sonar con insistencia, no lo contestó maldiciendo por lo bajo a quien se le ocurría llamar a las 8 de la mañana del domingo. No sabía que su teléfono tenía incluida una máquina contestadora hasta que escuchó un bip y una voz cantarina al otro lado.
—¿Tom? ¿Tom? Sé que estás ahí… ¿dónde estarías un domingo por la mañana?… vamos contesta… —Suspiró—. ¡Demonios! ¡¿Por qué tus mensajes son tan cortos?! —dijo Bill molesto y la comunicación se cortó.
—No puedo creerlo —Se quejó el trenzado, dibujando una sonrisa en su rostro—. Te haré sufrir, pequeño —agregó sin dejar esa sonrisa y se levantó para vestirse. Luego de 15 minutos el teléfono sonó de nuevo. Tom lo miró y se acercó a él sin contestarlo, esperando el mensaje.
—¿Tom? —Suspiró—. Tom necesito hablar contigo. Llámame —Otro suspiro—. Por favor.
—¿Crees que será tan fácil? —Le habló Tom a la máquina—. Después de todos estos malditos sentimientos… no… no lo será —Gruñó otra vez, molesto.
Caminó a la cocina y se preparó un café. Se sentó meditando en la situación, en lo triste que se oía Bill y en lo miserable que aún se sentía él, hasta que el teléfono sonó otra vez.
—¿Tom? —Suspiró y el trenzado podría jurar que escuchó un sollozo y luego se cortó.
—¡Rayos! ¡Soy un idiota!
Se dijo a sí mismo y tomó las llaves de su Cadillac. Ya lo había decidido, hablaría con Bill y aclararía sus dudas.
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Media hora después estaba frente al departamento del menor. Esperó afuera… pensando si era lo correcto…, “sintiendo”, cosa que era muy extraña en él… tanto que dolía. Finalmente, luego de otra media hora, salió del auto y fue por Bill.
Toc, toc, toc golpeó despacio, como si no quisiera ser escuchado para poder regresar a su miseria. Sin embargo, la puerta se abrió. El pelinegro llevaba un pantalón holgado y una playera grande, no traía maquillaje y su pelo estaba revuelto. Tan sólo con mirarlo la frase de “En mis cosas personales… no debes inmiscuirte”. Resonó en su cabeza y se clavó como un cuchillo en su corazón, arrugó el ceño y miró el suelo.
—Tom… —dijo en un susurro el pelinegro y sin pensarlo dos veces saltó sobre el trenzado y lo abrazó fuertemente. Tom se mantuvo así, rígido y empuñando las manos, hasta que la voz suave del moreno volvió a escucharse—. Lo siento tanto… fui un estúpido —agregó al borde de las lágrimas, sólo entonces el cuerpo del trenzado se relajó y correspondió el abrazo.
—Lo fuiste, pero… yo también —comentó apretando el agarre.
—¿Entremos? —Le invitó el pelinegro y separándose un poco, tomó su mano y lo hizo pasar.
Una vez dentro, se sentaron en la sala y se miraron en silencio, ambos con cara de angustia, sin embargo más relajados porque estaban nuevamente juntos, pero ¿en qué términos? Se preguntaban en sus cabezas.
—Tom yo… lo siento mucho —Comenzó el pelinegro apretando nerviosamente sus manos.
—Espera… Bill creo que el que malinterpretó las cosas fui yo… Después de todo yo soy sólo tu empleado… —observó el trenzado dándose cuenta recién de su situación y sintiéndose repentinamente pequeño, porque estaba “ahora” sumamente claro que todos los acercamientos a Bill los había “forzado”, fue él quien le pidió trabajo, fue él quien se ofreció de chofer, fue él quien apareció ante su departamento para acompañarlo al cumpleaños de su madre y finalmente y la más dolorosa, es él quien lo viola por las noches, porque por más que goce el pelinegro en sus visitas nocturnas, cada uno de sus encuentros ha sido bajo los efectos de su poder demoníaco, en ningún caso Bill ha demostrado la más mínima señal de querer estar con él, es todo lo contrario, cada vez que se le acerca demasiado o con algún gesto sensual, el moreno lo rehuye rápidamente… se sentía tan… “bajo”.
—No eres sólo mi empleado, Tom, no lo eres —Le aseguró el chico tomando su mano.
—¿A no? —Quiso mirarlo, pero no pudo despegar la mirada de su playera.
—No… Tom desde que llegaste al “Sweet Land” me has estado ayudando desinteresadamente, me has invitado a comer cada día y además me llevas a todas partes en ese auto precioso que tienes —destacó el pelinegro, tratando de hacer que el trenzado lo mirara.
—¿Es sólo eso?
—Eres mi amigo, Tom —Entonces el trenzado le miró y sus ojos tenían un brillo extraño. Para él la amistad no existía, todo se hacía por interés, de hecho él había hecho todo para conquistar a Bill y ahora venía el pelinegro y le decía que son “amigos”, era… extraño.
—¿Amigo? —Susurró.
—Sólo debes darme tiempo, Tom.
—¿Tiempo?
—A Georg y a Gustav los conozco hace dos años y recién ahora tengo confianza con ellos… yo… me cuesta mucho confiar en las personas, Tom —explicó sinceramente el moreno.
—¿Y crees que puedes confiar en mí? —preguntó el trenzado, con una sonrisa de lado—. Yo puedo ser malo, ¿sabes? —Y volvió a bajar la mirada, sintiéndose de pronto inferior y sucio.
—Estoy seguro de que todos tenemos nuestros días malos, Tom, pero en el fondo no lo eres —Le aseguró y se acercó más a él para poder abrazarle.
—Gracias —Le dijo Tom al oído y le correspondió.
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Luego de almorzar una pizza, decidieron pasar el resto de la tarde juntos, viendo una película. Aunque a Tom no le apetecía para nada la idea de una comedia romántica, accedió al ver la sonrisa del pelinegro. Se sentaron en el amplio sofá y a los diez minutos de avanzada la historia, el trenzado comenzó a bostezar.
—Creo que estás aburrido, ¿no? —confirmó Bill, poniendo pausa.
—No es eso, fue la mala noche —Se excusó el trenzado, ahogando otro bostezo.
—¿Quieres cambiar la película? —preguntó para tratar de animarlo.
—¿Por qué mejor no me recuesto un rato aquí, mientras tú la sigues viendo? Se nota que te fascinó —Propuso el trenzado, acomodándose en el sofá poniendo su cabeza en el regazo de Bill, quien no puso ningún inconveniente.
—Descansa —Le aconsejó y volvió a retomar la película. Tom percibió a los cinco minutos, que el sueño había desaparecido, después de todo, él no necesitaba dormir y para colmo tenía demasiada energía acumulada de las vírgenes de la noche anterior, así que optó por aprovechar la compañía y solamente, cerró los ojos.
Cuando su respiración se hizo pausada, pudo sentir la mano de Bill acariciándole las trenzas y eso le encantó. Él seguía con su película, pues se reía de algunas escenas, pero no dejaba de acariciar las hermosas trenzas negras de Tom.
De pronto, el demonio sintió que el pelinegro le miraba, siempre podía sentir la mirada penetrante de Bill, no hizo ningún movimiento y siguió respirando con calma, hasta que sintió el cálido aliento del chico acercarse hasta él y posar sus labios en su mejilla, no pudo evitar soltar un suspiro y el rostro del moreno, se alejó. Tras ese momento de calma, las manos de Bill volvieron a sus trenzas y sin poder evitarlo… se durmió.
No supo cuanto tiempo pasó en el limbo, hasta que abrió los ojos. Bill estaba sentado, con los ojos cerrados. Él se enderezó y se acercó al pelinegro e hizo exactamente lo mismo, le besó con ternura. Luego se separó un poco y le movió dulcemente.
—¿Bill?
—¿Mmm?
—Nos dormimos —comentó el trenzado, Bill abrió los ojos y vio su reloj.
—Es tarde, nos pasamos toda la tarde durmiendo, ¿qué clase de anfitrión soy? —dijo sonrojándose.
—Si te hace sentir mejor, hace siglos que no dormía tan bien —Y le alborotó el cabello.
—Gracias.
—No, gracias a ti. Y como ya es tarde, será mejor que regrese a mi casa, te vendré a buscar como siempre por la mañana —Le guiñó un ojo y salió de allí, dándole un fuerte abrazo al pelinegro.
Esa noche, Bill volvió a tener un sueño húmedo con Tom.
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Al día siguiente, Tom se presentó puntual ante la puerta del pelinegro y éste se sonrojó nada más verle. Bajando la mirada, caminó en silencio hasta el vehículo y se dirigieron al local.
Tom no dejaba se sonreírle al pelinegro y siguió haciendo sus promociones a las chicas que compraban en “Sweet Land”, aumentando las ventas y las ganancias.
Cuando Georg le pasó un pedido para entregar, caminó con soltura hacia la mesa y sintió de pronto algo que le alteró. El aroma indiscutible de su Bill había cambiado, su olor dulzón se mezclaba con uno ácido y lo comprendió: Bill estaba asustado. Volvió la mirada hasta que lo encontró en un rincón tras el mesón, completamente pálido cerrando su celular. Sin siquiera pensarlo, caminó rápidamente en su dirección y al tenerlo al frente, lo abrazó.
—¿Qué te pasa? —preguntó acariciando su espalda.
—Paul ha vuelto —respondió muy despacio, con un nudo en la garganta.
—¿Quién es Paul? —cuestionó el trenzado, sin soltar al moreno.
—El dueño de mi departamento. Debo dejarlo hoy —explicó separándose de él, dejando caer una lágrima—. ¿Qué voy a hacer? No tengo dónde ir.
—Te vienes a mi casa —No era una sugerencia, era una orden.
& Continuará &
Oh, oh ¿Qué hará Bill? ¿Se irá con Tom? ¿O recurrirá a sus amigos de años Georg y Gustav? ¿Y qué consecuencias traerá su decisión? No se pierda el siguiente capítulo.