Y regresa la mano derecha favorita de Tom
Capítulo 7: Formando vínculos
Al día siguiente, Tom se sentó en la mesa y devoró el desayuno sencillo que Georg preparó para él. Sonrió ante la nota que dejó su amigo que decía “come un buen desayuno y deja de jugar con tu cosita” agregando un “PD: ten cuidado con los monstruos”.
—Ten cuidado con los monstruos —Bill leyó en voz alta.
Tom arrugó el ceño—. ¿Por qué habrá escrito algo así?
Bill se estiró de la mano de su huésped y se dirigió hasta la televisión, encendiéndola y quedándose junto a ella. Tal como pensó, las noticias estaban plagadas de nuevos asesinatos. La policía estaba sacando nuevas teorías sobre los culpables, mencionando palabras como monstruos, parásitos y alienígenas.
—Será mejor que sigas el consejo de tu amigo, Tom —comentó Bill—. No sería bueno encontrarnos con uno de los míos. Deben estar inquietos y eso los vuelve peligrosos, especialmente para nosotros, porque no devoré tu cerebro.
—¿Y qué tiene que ver eso? —Preguntó Tom con voz tensa.
—Ellos te consideran humano, su enemigo —respondió la mano, girando su ojo, parpadeando al ver los ojos llorosos del rastudo—. ¿Eh? ¿Qué te sucede?
—Tengo miedo. No quiero morir, Bill.
—Yo tampoco, pero no te preocupes, Tom, yo te protegeré.
Tom no estaba muy convencido de que su pequeña mano derecha pudiera salvarlo de aquellos monstruos horribles, los caníbales come-hombres, pero… de hecho, ya lo había hecho una vez, así que ¿por qué no confiar en él?
Sin embargo, Bill no lo salvó de otros parásitos, sino de… algo más.
Ese día, de camino a la escuela, Tom notó que un grupo de chicos atacaba a uno de sus compañeros, uno de sus mejores amigos, Gustav.
—¡Hey! —Gritó más fuerte de lo necesario.
—¡Qué! —Espetó uno de los matones, dirigiéndose hacia Tom con actitud amenazante.
Tom vestía ropa de gánster y usaba rastas largas, pero su cara de niño tímido no asustaba a nadie, así que dio un paso atrás, preparándose para recibir un golpe en pleno rostro, pero éste nunca llegó. En lugar de eso, el tipo se puso a reír en su cara.
—¿Te perdiste, niñita? —Se burló.
Bill no soportó la escena y adoptó la forma de un puño y, sin permiso de Tom, se elevó, golpeando la mandíbula del matón, lanzándolo al suelo, prácticamente inconsciente.
Su compañero y los otros dos tipos se sorprendieron, pero en lugar de hablar, los malotes huyeron, dejando a su amigo tirado en el suelo. Gustav se levantó a duras penas y sonrió.
—Gus, ¿estás bien? —Preguntó preocupado el de rastas. Corrió a ayudar al rubio, pero en su ajetreo, tropezó con sus propios pantalones de talla enorme y cayó al suelo, raspándose las palmas de las manos y las rodillas—. ¡Mierda! ¡Duele! —Se quejó.
Gustav lo miró sorprendido y estalló en carcajadas. Cuando la risa paró, caminó hasta su amigo y lo ayudó a ponerse de pie—. ¿Cómo es que noqueaste a este malandro y lloras como niña por un raspón en la rodilla? —Bromeó.
—No es un simple raspón —se defendió el rastudo, pero sus mejillas igual se colorearon.
—Déjame ver tus heridas. —Gustav tomó sus manos y miró—. La mano derecha no tiene nada. Ya deja de quejarte.
Tom abrió los ojos y notó que Bill estaba intacto, pese a ser quien dio el golpe más fuerte. Hundió los hombros, sin entender, pero decidió que mejor se iba a la escuela.
Mientras caminaba, sintió cosquillas en las palmas de sus manos y cuando llegó al baño para limpiarse, vio con asombro, que ya no había raspones en ninguna de sus manos.
Tom arrugó el ceño y se llevó la mano derecha al oído—. ¿Hiciste esto?
—Sí, no me gusta ver que te quejes de dolor —respondió Bill en susurros—. Eres mi humano y debo cuidarte.
Tom sonrió sin poder evitarlo y prosiguió el camino a su salón de clases.
Al llegar a casa por la tarde, Tom vio con Bill unos videos de cosas deliciosas y fueron de compras para preparar esos mismos platillos exquisitos.
Cuando Georg entró al departamento, su nariz le informó que la cena ya estaba lista y sonrió feliz.
—¡Georg! —Saludó alegre el de rastas—. Llegaste justo para cenar.
—Huele delicioso. ¿Dónde aprendiste a cocinar?
—Mirando tutoriales de YouTube. —No era por completo una mentira, pero no podía decirle que su mano derecha era mucho más lista que él y que estudiaba para aprender cientos de cosas distintas, entre ellas, cocinar para mantenerlo saludable.
Después de comer, Georg puso las noticias en la tele y, nuevamente, se hacía mención a los “Asesinatos de carne picada”.
—Esto es terrible —afirmó el castaño—. Nadie sabe nada y muchos de nosotros tenemos que trabajar por la noche. Las calles no son seguras.
Tom arrugó el ceño. Era cierto, su compañero Georg y sus amigos debían transitar por las calles y en cualquier momento podrían toparse con un parasito asesino. Esto se estaba saliendo de control y su lado moralista le decía que debía hacer algo, pero qué…
—Tom quédate quieto. —Los pensamientos del rastudo quedaron en el aire al escuchar esa frase, procedente de su amigo castaño.
—¿Qué sucede? —Al girar el rostro, notó como una enorme araña se movía cerca de sus pies. La observó, fijándose si era peligrosa, y al ver que sólo era una araña común, la tomó en su mano y la arrojó por la ventana.
Georg arrugó el ceño y preguntó—. ¿Tom?
El adolescente giró hasta su amigo castaño—. ¿Qué?
—¿Eres Tom… verdad? —El de rastas rió y asintió.
En su interior, Bill arrugaba también el ceño. Tom le temía a los bichos y ahora había tomado uno con sus manos desnudas, sin siquiera inmutarse. ¿Qué estaba ocurriendo?
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En la noche, después de haber recibido un exquisito orgasmo a manos de Manuela, Tom encendió la lámpara y miró a Bill.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro, Tom.
—¿Crees que debería ir a la policía?
Bill achinó su ojo—. ¿A qué?
—A confesar que te tengo en mi mano. Tal vez podríamos ayudarles a atrapar a los asesinos come-hombres. Quizás podríamos salvar muchas vidas.
—¡No! —Espetó Bill—. Ni siquiera lo pienses.
—¿Por qué?
—He visto lo que hacen los humanos. Nos encerrarían de por vida para hacer experimentos. Me diseccionarían lentamente, para investigar. Seríamos ratas de laboratorio.
Tom puso cara de pánico, pero luego, tragó pesado y agregó—. Pero es nuestra obligación.
—No, Tom. No dejaré que me maten, ni siquiera tú. —Sus mini manos formaron navajas y se acercó peligrosamente al rostro del rastudo—. Sólo necesito que estés vivo, Tom, puedo quitarte la vista, la audición y dejarte a mi merced. ¿Entiendes?
Lentamente, Tom asintió, tenía miedo, pero de algún modo sabía que Bill no le haría daño.
Bill, por su parte, sintió una punzada de malestar muy dentro de sí. No le gustaba asustar a su humano, pero tampoco podía permitir que los de su misma especie lo utilizaran como conejillo de indias. Debía protegerlo de su propia ingenuidad.
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Al día siguiente, Tom caminaba distraídamente hacia la escuela, hasta que sintió el familiar grito—. ¡Tommmiii!
El chico giró y saludó a la pelinegra, dejando una sonrisa enorme pegada en su cara, al ver a William caminando a su lado—. Ho-hola, chicos.
—¿Estás bien? —Preguntó William—. Gustav me contó sobre la pelea de ayer.
—¿Pelea? ¿Qué pelea? —Indagó Emma, arrugando el ceño.
Tom enrojeció hasta las orejas y negó con la cabeza—. No fue nada. Olvídalo, Emma.
William comprendió que el torpe chico de rastas no quería involucrar a su hermana, así que sonrió—. Si tienes problemas, sólo avísame. Nos vemos luego.
Tom sintió que se derretía como pudín, mientras Emma reía y le golpeaba las costillas. El que no estaba para nada feliz, era Bill, quien había asomado un ojo en el dorso de la mano y miraba con enojo a ese William, que con sólo unas palabras, desarmaba la coraza de su humano.
—Vamos, Tom, llegaremos tarde a la hora de gimnasia —avisó Emma, tomando su mano y corriendo los últimos metros hasta el edificio.
Ese día Tom sufrió una caída jugando basquetbol, cosa que lo derivó a la enfermería. La mujer vio la pierna inflamada y tras ponerle una bolsa de hielo, decidió que Tom debía descansar en casa.
—No, de verdad estoy bien —afirmó el chico, pero no fue suficiente para la enfermera, quien personalmente llamó un taxi y lo envió a casa.
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Una vez en el departamento, Bill apareció y preguntó—. ¿Cómo te sientes?
—Muy bien, no me duele nada. —Tom se quitó las zapatillas y vio con asombro que no había rastro de inflamación, ni siquiera había un moretón.
—Bien —respondió Bill—. Podemos aprovechar el tiempo que estamos solos, ¿no crees?
Tom sonrió—. Claro, ¿por qué no?
Caminó sin dificultad hasta su habitación y se desnudó, sin ninguna vergüenza—. Ven aquí, Bill, es hora de que Manuela entre en acción.
& Continuará &
¿Han notado algo diferente? Chan, chan, chan. Pues queda poco. No se vayan sin comentar. Besos y gracias por la visita.