Fic TWC de LadyScriptois
Realidad 8
— ¡Bebe! – exclamó Simone abrazando fuertemente al menor.
—Hola, mami. – decía sonriente y con los ojos acuosos dejándose abrazar por su madre.
—Tom, ven acá. – le demandó antes de abrazar a su hijo mayor que se mostraba menos afectivo. —Qué alto estas. ¿Estas yendo al gimnasio? – le preguntó al notar que el cuerpo del rastudo estaba más musculoso.
—Mamá, nos vimos hace dos meses. – decía correspondiendo el abrazo de su progenitora.
—Sí, fue hace tanto. Ni siquiera vinieron a verme en la semana de vacaciones que tuvieron. – les reprochó y luego los volvió a abrazar.
— ¿Y Gordon? – preguntó Bill adentrándose a su casa y sintiendo aquel añorado olor a hogar.
Tuvieron un concierto en una ciudad cercana a su pueblo de infancia, así que luego de rogar y ajustar un poco la agenda, Jost les permitió a los cuatro chicos hacerles una visita de varios días a sus familias.
— ¡Bill! – le abrazó sorprendiéndolo. — ¡Que largo esta tu cabello! – le decía observándolo mejor y sonriendo.
—Tú has aumentado un poco de peso. – bromeó con su padrastro.
—Sí, bueno. Tu mamá estuvo haciendo un curso de repostería y necesitaba a alguien para catar. – se justificó — ¿Por cuántos días se quedaran? ¿Y su equipaje?
—Volvemos dentro de pocos días. – se lamentó. —Está en el auto de Tom. Lo sacamos después.
—Estaba en su auto. – corrigió Simone. — Tom lo bajó todo. – apuntó, siendo corroborado por un rastudo que entraba llevando tres bolsos y dos maletas. — Pobrecito. – le acarició las rastas. —No lo has ayudado, Bill.
—No es nuevo, mamá. Ya estoy acostumbrado. – le restó importancia dramáticamente.
—No te quejes. – Bill fue a abrazarlo colgándose de su cuello. — Debes cuidarme mucho. – le dijo meloso.
Simone y Gordon sabían lo cariñoso que era Bill con su hermano, así que en vez de parecerles rara la escena, simplemente sonrieron ante el poder de dominio que tenía el menor sobre el guitarrista.
—Así es, Tom. – le apoyó la mujer.
—Sí, sí. ¿Y quién hace algo por mí? – continuó con su papel de víctima haciendo reír a Gordon, quien sabía que al rastudo nunca le molestaba complacer a su hermanito ni se quejaba por ello.
—Bueno, ya. Bill suelta a tu hermano y suban el equipaje, para cenar. – les pidió adentrándose a la cocina seguida de Gordon.
— ¿Necesitas que haga algo por ti, Tomi? – le preguntó cuándo se quedaron solos, con sus ojitos inocente y voz melosa que hacia derretir al mayor.
— ¿Qué quieres hacer por mí? – cuestionó de vuelta, descendiendo sus manos de la pequeña cintura de su hermano hasta su baja espalda y queriendo bajar un poco más.
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— ¿Ya subieron? – les preguntó Simone cuando terminó de servir la comida.
—No. Tom no quiso porque pesaba mucho el equipaje. Lo dejó todo en la sala. – contestó con naturalidad el menor.
—Simone tomó tu dormitorio y ahora es el cuarto de costura. – dijo Gordon a sabiendas de que su esposa se estaba yendo por las ramas para confesarlo.
—No compartiré mi habitación con Tom. – aclaró.
Bill refutó, aunque de igual forma a media noche se escurriría a la cama de su gemelo. Sin embargo, recordaba que cuando eran pequeños su madre les prohibió compartir dormitorio, así que continuó con el actín de hace años.
—Más bien, será al contrario. – destacó sutilmente la mamá.
— ¡¿Qué hiciste con mis cosas?! – preguntó esta vez alarmado el pelinegro.
—Están en la de Tom. – Bill escuchó una risita divertida y supo que era del rastudo, pero estaba muy preocupado por su pertenecías como para reclamarle.
— ¿En cajas? Había cosas delicadas. ¿Sabes?
—No te preocupes cariño, no hay nada en cajas. Es como la habitación de ambos. Todo tiene su lugar.
—Espero que hayas hecho postre. – finalizó con un mohín de enojo haciendo sonreír a su madre.
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La habitación no estaba mal, y a juzgar por el pelinegro, se parecía en nada a lo que era la anterior. Sin embargo, estaban tan cansados luego de la larga plática, la película familiar y los juegos de mesa donde Tom hizo trampa y les ganó a todos, que no se preocuparon por ello y seguidamente de tiernos besos durmieron tranquilamente.
Bill se despertó bastante enérgico y para cuando Tom abrió los ojos, ya su hermano estaba abajo ayudando a su madre con el desayuno. Sabían que era cuando más podrían compartir con su madre, ya que esta era enfermera en una clínica y usualmente en las noches tenia guardia hasta altas horas de la noche, por lo cual se esmeraron en tener una linda mañana, como las que solían haber cuando los gemelos aun vivían allí.
Desayuno americano y café para los esposos, jugo de naranja con tostadas y mermelada para Tom, y para Bill cereal de ositos achocolatados con leche.
Simone antes de ir a la clínica recogió lo utilizado, Gordon lo colocó en el lavavajillas y los gemelos lo guardaron en su lugar correspondiente.
La casa tan reluciente que no había ni camas que tender, en la televisión nada que no fuese repetido, los alrededores silenciosos y el frío calante. Inmediatamente los gemelos recordaron porque siempre se aburrían en ese pueblo y que solo había una opción para entretenerse.
Tom escuchó el ruido que hacia Bill al bajar las escaleras dando saltitos y tarareando, con un ligero maquillaje que lo hacía ver hermoso, y con un abrigo y bufanda en una mano y otros en la otra.
No necesitó que su hermano hablara para tomar las llaves de su Cadillac.
Visitar a Andreas. Eso era lo primordial en la lista de los gemelos. El mejor amigo de ambos desde la infancia y hasta siempre.
El pelinegro lo llamó emocionado, y como no era de extrañar el platinado estaba en la escuela, pero eran sus mejores amigos, a los cuales veía esporádicamente y con quienes hablaba al menos dos veces por semana durante largas horas.
En ese momento Andreas lamentó que sus padres no le dejaran hacer como hicieron los Kaulitz, adelantar lo más posible para graduarse antes y ver materias a distancias, pero aun así, podría saltarse algunas materias y compartir con ellos ese día.
La reluciente Cadillac de Tom se paseaba por las calles acaparando la atención de la gente. Un no sé qué se plantó en el vientre del menor y una sonrisa de satisfacción se dibujó en el rostro del rastudo. A través de los vidrios polarizados que los cubrían del exterior, Tom observaba como el señor de la panadería, que alguna vez vio con ojos reprobatorios el maquillaje se su hermanito, miraba con deseo el tener un auto así; como el hijo de la vecina, quien les decía que solo perdían el tiempo con esa banda de raros, estaba desde esas horas en las afueras de un bar totalmente ebrio.
Al llegar a su antigua escuela y al estacionar esperando por su amigo, todo el que pasaba miraba con curiosidad ese móvil oscuro; los gemelos reconocieron al abusivo que mucha veces golpeó a Bill y con el que luego se peleaba Tom, con una cicatriz en la cara y con todo el aspecto de un posible criminal; al director que nunca apostó algo por ellos, que los tachó de raro y él que estuvo a punto de prohibirles asistir al recinto educativo, con su mismo auto, el mismo atuendo, la misma cara de odio hacia los estudiantes y la misma aura gris por donde pasaba.
El recorrido y la espera por Andreas era silenciosa. Los Kaulitz pensaban lo mismo, y su pensar estaba muy alejado de sentirse superiores a todos, no era eso, ni siquiera se aproximaba. Era realmente una mezcla de recuerdos y de sentimientos encontrado, de lo gratificante que se sentía demostrarle a ese alguien que una vez te dijo no puedes, que si puedes y que puedes dar eso y más. De ver superado ese obstáculo que quiso influir en ti y que dejaras de lado tu verdadero yo, simplemente para calar en el círculo social. De haber tenido la fortaleza y la firmeza de soñar y creer en algo mejor cuando querían pintarte todo negro y abatir tu sueño rosa.
La mano de Tom buscó la de Bill, cuando vio la lagrima que recorrió su mejilla, y la tomó para luego depositar un beso en ella. El mensaje que buscaba trasmitirle a su hermano fue entendido por el menor:
“Pudimos con todo y contra todo porque estábamos juntos, y podremos con más porque seguimos juntos”
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Tom observaba desde lejos como Bill y Andreas se paseaban de un lado a otro viendo las vitrinas de aquel centro comercial, haciendo caso omiso a los ojos curiosos y las caras de las dependientas de las tiendas cuando escogían probarse cualquier cosa que les gustara.
Estaban siendo reconocidos, el rastudo lo sabía, pero también sabía que el orgullo de aquellas personas era demasiado grande como para acercarse a saludarlos o algo, salvo por los chicos que no le importaban los perjuicios y simplemente se acercaban a pedir un autógrafo o fotografía con sus ídolos.
Tom intentaba poner su atención en cualquier otra cosa, y ese centro de atención siempre era Bill, en lo feliz que se veía recordando viejos tiempos junto a Andreas, en lo mono que estaba el día de hoy y principalmente ese mirar de enamorado que reconocía en el mismo.
—Tomi…– se acercó su hermano con voz melosa.
—No le digas Tomi, si hasta esta más alto que tú. – se burló Andreas. — No sé dónde quedaron los centímetros que le sacabas a los catorce.
—Eh… que sigues siendo más bajo que yo. – se defendió Bill.
—Siempre con eso… – dijo Andreas poniendo los ojos en blancos ante la sonrisa divertida del cantante.
—Tomi, vayamos por helado. ¿Sí? – le pidió sonriente.
—No querrás almorzar después. – le advirtió.
—Pero Andreas quiere. – mintió.
Bill sabía que su hermano también buscaba complacer a su amigo. Sin embargo, el rastudo lo conocía mucho.
— ¿Andreas? – Tom lo miró interrogante y el platinado negó para luego sacarle la lengua a Bill.
—Tom… – le llamó cuando vio que su igual se alejaba sin cumplirle.
—Parecen novios. – dijo Andreas provocando un rubor en el rostro del pelinegro. — Siempre ha sido así, no sé de qué me extraño. – continuó el platinado restándole importancia y pasando por alto la reacción de Bill.
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Compras, parque, feria y hablar hasta por los codos daba como resultado a un Bill agotado a las once de la noche.
Habían cenado con Andreas, su madre no estaba y Gordon, luego de reusarse a dejar a los chicos solos, fue convencido por ellos y ahora estaba en su típica noche de póker de los viernes.
Bill acaba de bañarse y utilizaba un corto albornoz blanco de baño mientras terminaba de cercar su cabellera recién lavada.
—Todo está asegurado. – informó Tom entrando a la habitación luego de bañarse, vestir un pantalón de chándal y verificar la seguridad de la casa. — Me gusta tu pijama.
—No seas tonto. – pidió ruborizado e intentando disimular una sonrisa.
—No lo soy. Te ves adorable. – lo abrazó por la espalda y depositó un beso en su cuello perfumado.
— Nos vemos bien juntos. ¿No crees? – preguntó visualizando la imagen que les devolvía el espejo a su frente.
Al pelinegro le parecía que su piel pálida contrastaba muy bien con la dorada de su gemelo, que su cuerpo delgado se veía muy lindo entre aquellos brazos musculosos, que su cabellera negra resaltaba de aquellas rastas rubias y viceversa.
—Sí. – concedió avergonzado.
—Hoy te noté feliz. – le confesó volviendo a besar su cuello — Y estuve pensando. ¿Qué debo hacer para que él siempre este feliz? – el corazón de Bill se aceleró.
— ¿Y… y a que conclusión llegaste?
—A ninguna. Hoy con Andreas, y estaba esa sonrisa de felicidad en tu cara. En la mañana, el típico desayuno de antes, el que tomábamos para ir a la escuela, el lugar que más odiabas y sin embargo la sonrisa aún estaba. – explicaba y Bill escuchaba atento y con miles de sentimientos en su estómago — Al principio pensé que fue porque sentías que estábamos reviviendo tiempos, pero luego te recuerdo en el escenario y esta esa sonrisa, en las entrevistas, en el estudio de grabación, en las sesiones de fotos, en el departamento, mientras te maquillas, antes de dormir, al despertar, luego de besarte, antes de besarte. Siempre, siempre esta. Y me pregunte si es que quizás todo te hace feliz, pero es imposible.
—No lo notaste, ¿Verdad? – preguntó con una pequeña sonrisa por lo distraído de su hermano.
— ¿Qué cosa?
—El factor común. – Tom puso una cara de confundido que Bill pudo ver gracias al espejo. — Hoy, antes, en el desayuno, en el estudio, en conciertos, en el departamento, en el camarín, en el autobús, al despertar, antes de dormir, en todo. En todo estoy feliz por el mismo motivo que ahora. – le confesó.
—Debes decírmelo, para hacer que ese factor siempre este presente y tú estés feliz. – le pidió.
—No. – dijo pícaro. — Y aunque en estos momentos estoy feliz, extraño tu antigua habitación. – hizo un puchero.
—Me gusta más esta. – declaró besando el cuello de Bill antes de permitirle que se girara entre sus brazos quedando de frente.
—La cama es enorme, extraño la tuya. Las paredes, esa pared era azul. – señaló. — ¿De dónde sacó mamá este color, no sé, beige?
—Bueno, tal vez ya no se parezca. – dijo divertido.
—Y las sabanas. – apuntó. — Recuerdo que las tuyas tenían la insignia de un equipo de futbol o algo así. Ahora son blancas. Sábanas blancas, paredes beige, ¿Qué es? ¿Una habitación de invitados? – decía ante un Tom que solo reía por el berrinche de su hermano.
—Ya, deja de quejarte. – le pidió sonriente, y antes de que su hermano protestara lo besó tiernamente.
—Yo quería la otra. – repitió con un puchero.
—No es tan diferente. Por ejemplo: son las mismas paredes, de diferente color, pero las mismas, no es la misma cama, pero está en el mismo lugar, y tampoco las mismas sabanas, pero bueno, por eso no podemos hacer algo. – admitió.
—La otra tenía un valor sentimental. – continúo con su terquedad.
— ¿Valor sentimental?
—Sí. – admitió avergonzado y escondiéndose en el cuello de Tom, así que este supo que le iba a confesar algo. — En la otra, tú me prometiste que me ibas a cuidar y fue donde se dio inicio a todo. Dormíamos en tu pequeña cama cuando empecé a sentir cosas y las paredes eran azules cuando supe que estaba enamorado de ti. – Tom se quedó sin habla y no supo que decir.
Pequeños detalles que calaban tanto en su hermano y que el sencillamente pasó por alto.
—Eso… – Tom acarició la cabellera de su hermano un momento hasta buscar las palabras adecuadas. — Podemos escribir nuevas promesas. – propuso sonriente cuando su hermano volvió a mirarlo. —Nuevas promesas y nueva habitación. – perfeccionó.
— ¿Cómo cuáles? – preguntó ante la solución de su hermano.
—Aquí, prometo que te amo. – le besó. — Que te amaré y estaremos juntos siempre. Que te haré feliz y que tú me harás feliz a mí. – le aseguró.
—Me gusta esa promesa. – confesó sonriente. — Y sé que toda las promesas que haces las cumples. – le besó castamente. — Te amo, Tom.
—Y yo a ti. – volvió a besarle.
—Siempre soy feliz por ti. – dijo y Tom supo cuál era ese factor.
Los besos estaban cargados de sentimiento y emoción. No sabían si fue por volver al origen o descubrir que eran la felicidad del otro; si fue porque revivir el pasado les hizo saber que se complementan mutuamente o por rememorar inocentes promesas que los llevaron al hoy. Solo sabían que se amaban más que nunca y que querían grabarse en el corazón y cuerpo del otro de una forma imborrable.
Y fueron esos ojos que lo miraban con amor y ternura, con inocencia y pureza; la forma en la que se aferraba a él como si temiera su distancia, y el loco latir de su corazón, lo que le hizo saber que Bill se había entregado a él por completo. Y él no tenía la fuerza ni el deseo de rechazarlo.
—Te amo. – le dijo y en respuestas recibió aquellos dulces labios.
Sus cuerpos se buscaban solos y la cercanía era casi inseparable. Las manos de Tom se aferraban a las caderas de Bill y el pelinegro no movería sus manos del cuello del mayor.
Así como sus labios se movían a ritmo, Bill también lo hacía al ritmo de Tom.
El rastudo los guio a la amplia cama y recostó al menor con delicadez sin despegar sus labios, y poco a poco él siguió el cuerpo de Bill apoyando su peso en sus brazos para no lastimarlo.
Los labios del guitarrista abandonaron la boca de su hermano para trazar un camino de húmedos besos por su cuello, marcándolo como suyo entre suspiros del cantante. Con sus manos, suavemente, fue deslizando la tela del albornoz que cubría su hombro derecho y lo recorrió con su boca para luego con tiernos besos borrar el camino que había elaborado, volviendo a aquella zona predilecta para Tom y que despertaba tanto en Bill.
Las manos del rubio se movieron solas entre los cuerpos y tomaron un extremo de la atadura de la vestimenta de su hermanito y la deshizo. El pelinegro que se dejaba hacer entre dulces jadeos, sintió como el nerviosismo a algo nuevo volvió a su anatomía.
El mayor detuvo lo que hacía cuando sintió ese breve temblor que recorrió el cuerpo de su hermanito y alejó sus manos buscando su mirada.
— ¿Estas bien? – le pregunto recibiendo un asentimiento. — ¿Estas nervioso?
—Un poco…– Tom acaricio las mejillas rosas de su hermanito y depositó un tierno beso en su frente.
—Debes decirme si hago algo que te incomode. ¿Sí? Lo siento. – se disculpó y besó castamente a Bill. Se irguió un poco y tomó los extremos que había separado y los volvió a unir antes de que el albornoz se corriera en su totalidad.
— ¿Qué… que haces? – preguntó confundido al ver como Tom lo besaba nuevamente y se disponía a alejarse. Tomó su mano evitando que continuara distanciándose y su hermano lo miró intrigado — Yo pensé que… Que haríamos… Creí que tú querías…— calló sintiéndose estúpido, pero él pensó que sí.
Tom sonrió tiernamente y besó las mejillas de Bill.
Continúa…
Gracias por leer.