1: Orgía Taurina

Minotaurus. Temporada I

Capítulo 1: Orgía Taurina

—  14 años —

Tom Kaulitz sabía lo que vendría, se lo habían explicado hacía mucho tiempo, era parte de su historia, de su raza, de su generación, pero pese a todo… estaba nervioso.

Mientras su madre conducía, recordó el inicio de todo, de su condena. ¿Por qué no pudo seguir siendo un niño normal?, ¿por qué tendría que seguir con la marca que su familia tenía como una maldición? Cerró los ojos, mientras las imágenes se arremolinaban en su cabeza.

Flashback —

Doce años, su primer sueño húmedo, se sentía sucio y muy avergonzado cuando su madre subió a despertarlo y le encontró agitado y con las sábanas mojadas.

Mamá… lo siento.

Calma Tom —dijo ella, acariciando sus largas rastas—. Iré por papá.

No, no, no —negó con la cabeza—. No lo llames, no le digas, no le cuentes —el temor de vivir con un hombre violento, le encendía las alarmas cada vez que se mencionaba su nombre.

Tranquilo, no te hará nada, esto no es malo —dijo ella, tratando de infundirle confianza, pero el jovencito podía ver en los ojos de su progenitora el temor a lo incierto, tal vez ella tampoco sabía por qué le había ocurrido eso. El no mojaba las sábanas desde que era un niño, quizás estaba muy enfermo, como cuando los ancianos van a morir y necesitan que les pongan pañales, pues no controlan sus propios órganos.

Mamá no… por favor… —le miró con ojos suplicantes, que luego se llenaron de lágrimas y con la voz ahogada preguntó—. ¿Moriré?

Aaww Tomi —le abrazó con cariño—. Claro que NO morirás, es sólo el inicio de algo.

Tengo miedo —confesó el pre-adolescente—. Tengo mucho miedo.

No temas. Es sólo el inicio pequeño.

¿El inicio? —Preguntó separándose, inquieto y temeroso.

Papá te lo explicará —dijo ella, revolviendo sus rastas y levantándose de allí—. Date una ducha y vístete. Te esperaremos abajo.

El chico, miró bajo sus sábanas y sorbió sus mocos. Se levantó y haciendo caso del consejo de Simone, se metió a la ducha, si debía enfrentar a Jorg, al menos estaría limpio.

Al cabo de media hora y con el rostro sudoroso por el miedo. Tom se presentó al comedor, donde sus padres se miraban cómplices.

Yo… —quiso decir algo, pero el rostro sonriente de Jorg le desarmó.

Ven acá hijo mío —dijo, cual político en plena campaña electoral—. Tenemos que hablar.

Toma tu leche Tom —ofreció su madre, pero el chico negó con la cabeza. Si el temor le había anudado el estómago, la sonrisa en el rostro de su padre, le hacía pensar que debía huir lo antes posible de allí.

Ven Tom, acércate —insistió su padre.

Sí papá —aceptó el chico y se sentó frente a los adultos.

Cariño, ¿nos dejas un momento? —pidió el hombre a Simone, quien aceptó y dejó la casa, hacía mucho tiempo que no fumaba, pero la angustia la forzaban a buscar nicotina. Y así al pie de su árbol favorito en el jardín trasero, encendió el primero de muchos cigarrillos.

Papá lo siento —comenzó Tom, bajando la mirada, sintiéndose muy culpable.

No lo sientas hijo, este ha sido el comienzo —el rastudo levantó la mirada, su madre había dicho lo mismo “el inicio”, pero ¿de qué?—. Te contaré algo que es muy especial, es un secreto familiar, algo de desde hoy tu deberás atesorar para siempre, pues es la clave de nuestra supervivencia y de nuestra prosperidad. ¿Lo entiendes?

Sí padre —Mintió; la verdad era que esas palabras eran demasiado confusas para un chico que apenas había cumplido los doce años, sin embargo, Tom sabía que era mejor mentir, a negarle algo a su padre. Siempre era mejor evitar que él se molestara.

Bien. Comenzaré por contarte sobre “Los Taurinos” —los ojos del menor se abrieron grandemente, ya había oído esa palabra, sobre todo cuando había más adultos en casa y él se escondía para espiar qué decían cuando se emborrachaban.

¿”Los Taurinos”?

Tú eres uno de ellos Tom, al igual que mamá y yo —dijo el hombre y miró directamente a los ojos del menor para proseguir su charla con orgullo y reverencia, era la primera vez que Tom le veía actuar de esa manera, así que puso atención—. Pertenecemos a una raza especial, descendiente de un ser místico y valiente.

¿De un toro? —Preguntó el chiquillo en su inocencia, pensando en el origen de aquel nombre tan singular.

Superior a un toro, hijo. Seguramente has escuchado este nombre en la escuela —Tom le miró, asintiendo y sintiendo que su pecho subía y bajaba con su respiración agitada—. Somos descendientes del “Minotaurus”.

El Minotaurus… lo conozco —aseguró el chico. Recordó las lecciones de la escuela y tembló ligeramente—. Era un monstruo.

No Tom… no era un monstruo, era un dios…

Fin flashback —

Tom, Tom —le llamó su madre, mientras el auto se detenía—. ¿Estás bien?

Claro —mintió el chico—. ¿Por qué no lo estaría?

Habían pasado dos años desde aquella primera charla sobre el “Minotaurus y Los Taurinos” y aquella primera sensación de emoción, se tornaba en un desagrado y hastío que sólo su madre parecía comprender, aunque en silencio, nunca mencionando una palabra que contradijera los deseos de su padre o del clan.

¿Estás seguro Tom? —Insistió ella, tratando de acariciarle la cabeza, pero deteniéndose al ver que su hijo se retraía.

Es inevitable madre —asumió él, mirando a la inmensa cantidad de vehículos estacionados en aquel lugar. Vio madres y padres orgullosos, llevando a sus hijos e hijas a aquel lugar. ¿Qué demonios pensaba esa gente?, se preguntó el rastudo y cogiendo su mochila, bajó del auto—. Me voy.

Vendré por ti mañana —dijo ella a modo de despedida. Y encendiendo de nuevo el carro, se alejó. Para Simone tampoco era fácil entregar a su único hijo de esa manera. Cuando estuvo a más distancia, soltó el llanto que llevaba guardado por dos largos años, o quizás… toda su vida.

En la entrada de aquel lugar, Tom observó sus alrededores. Era una especie de resort turístico, sin embargo, no se trataba de algún sitio cercano a la costa, al contrario, estaba en pleno campo, rodeado de enormes y ancestrales árboles, sin duda lo que ocurriría allí, esa noche, era algo que todos los Taurinos querían mantener en absoluta reserva. Según había oído, el dueño era uno de los principales miembros del clan, pariente de un elegido.

Volvió a repasar con la mirada el lugar. Decenas de chicos y chicas se acercaban a un mesón de bienvenida. Sujetó firmemente su bolso y caminó hacia allá.

Hola —le saludó una mujer mayor—. ¿Cuál es tu nombre?

Tom Kaulitz —respondió con soltura. A pesar de que la psicología moderna, decía que los chicos maltratados tendían a mostrarse inseguros, Tom había aprendido durante sus primeros años, a verse seguro ante los demás, incluso arrogante, como todo un “Taurino”, según decía su padre.

Kaulitz —repitió la mujer, ingresando su apellido en el laptop de su mesa—. Aquí estás, Tom Kaulitz, te toca compartir habitación con Bill Kaulitz —dijo ella de manera casual—. Aquí está tu llave.

Gracias —el chico miró el número de su identificación “483”.

Suerte y “Welcome to the mating season”

Tom sonrió de lado y caminó hacia las cabañas. Vio que había carteles con flechas para ayudar a ubicarse mejor. Buscó su número y caminó en esa dirección.

La puerta de su cuarto estaba cerrada. Volteó al escuchar risas chillonas en la cabaña siguiente. Sonrió a las chicas que le miraban lascivamente, sin siquiera pretender timidez. «Son como animales», pensó sin dejar de sonreír «somos como animales», se corrigió mentalmente y coqueteó de vuelta, moviendo con su lengua, el aro de su labio.

Hola preciosas —su voz joven, pero varonil, provocó más risas en las jovencitas—. Soy Tom —dijo bajando un poco la cabeza como saludo.

Lo sabemos, Tom Kaulitz —dijo la pelirroja, bajando su blusa, pronunciando el escote, para mostrar con descaro sus voluminosos pechos—. Soy Patricia Bach, pero puedes llamarme “Pixie”.

Y yo soy Alexandra Hadaway, Alex para ti, guapo —agregó una rubia, igual de voluminosa que la pelirroja, pasándose la mano desvergonzadamente por uno de sus senos apenas cubierto por un peto negro.

Nos vemos esta noche, preciosuras —agregó el rastudo, abriendo por fin la puerta y entrando apresuradamente, la cerró con el pie—. ¡Rayos! —Gruñó, maldiciendo mentalmente toda esta parafernalia. Se arrojó en la cama con pesadez, golpeándola con los puños repetidamente.

Uno que está de malas —escuchó una voz risueña.

¡Qué!

Calma, yo tampoco estoy feliz de estar aquí —admitió el chico que le miraba desde la puerta del que parecía ser el baño—. Soy Bill, Bill Kaulitz —se presentó, acercándose para estrechar su mano.

Tom —respondió secamente y chocó su mano, sin ánimo de saludos formales.

Tom Kaulitz, lo sé.

Porque todo el mundo parece conocerme —volvió a gruñir el chico.

Todos debemos conocernos, tonto ¿no sabías eso? —dijo el pelinegro con una sonrisa picarona.

Lo sé, sólo lo ignoro.

Bien por ti Tom —el chico se echó en la cama de enfrente y Tom le miró con curiosidad.

El chico le miró de vuelta, estudiándolo también. Ambos tenían los ojos achocolatados, pero a diferencia de Tom, Bill tenía la piel más pálida, y sus pómulos estaban más definidos, pues su rostro era más anguloso. Llevaba el cabello negro, corto, pero levantado en pequeños mechones parados y un flequillo largo y engominado que le cubría parcialmente un ojo.

¿Te maquillas? —Preguntó sorprendido, al notar algo negro sobre sus párpados.

Sí —fue la sencilla respuesta del otro.

¿Por qué? —Insistió Tom, después de todo, los Taurinos machos, debía mostrar su masculinidad, casi como los machos Alfa, luchando por su territorio.

Me gusta, además… me veo bien —el menor le guiñó uno de sus maquillados ojos y Tom sonrió, le agradaba este chico.

Es cierto. Si llevaras el cabello más largo… —dejó su idea en el aire y Bill volvió a sonreír, sentándose en la cama.

¿Quieres pasear? Aun es temprano, ya estamos registrados, no hay nada que hacer hasta la noche —agregó el pelinegro, ajustándose la camiseta que llevaba.

¿También te cubres? —Preguntó Tom, señalando su propia camiseta larga.

Ya te lo dije Tom Kaulitz —le miró fijamente—. No eres el único que NO está a gusto aquí —con eso se puso de pie, sujetó un pequeño bolso y caminó hasta la puerta, deteniéndose justo frente a ella—. ¿Vienes o no?

Claro.

Casi trotando tras el pelinegro, Tom salió de la cabaña, ajustándose la gorra que mantenía sujeta sus rastas. Y tomando una gran bocanada de aire, sonrió genuinamente… por primera vez aquel día.

Mientras caminaban, Tom podía escuchar uno que otro jadeo y risotadas, por los alrededores. Sintió escalofríos y asco. Pero no era el único, podía ver que el chico a su lado se tensaba igual que él, ante los ruidos indecorosos.

Finalmente se detuvieron en un arrollo, gracias a la humedad, la frescura les ayudó a pasar el calor. Se miraron con los rostros sonrojados por el cansancio y suspiraron.

¿Por qué te cubres? —Presionó el de rastas—. ¿Por qué no luces tu marca como los otros idiotas?

Justamente por eso, Tom. Porque son unos idiotas, orgullosos de una tradición que les fue forzosamente traspasada, no es algo que ellos escogieran —las palabras del pelinegro sonaban llenas de veneno y Tom respiró tranquilo—. ¿Y tú?

Porque es una idiotez —gruñó—, pienso igual que tú, no estoy orgulloso de ser un “Taurino” —hizo comillas e ironizó la última palabra—. No quiero ser como mi padre.

Vaya, tenemos otra cosa en común. Yo también desprecio a mi padre —ambos chicos se miraron con una sonrisa—. ¿Quieres agua? —Le preguntó, ofreciéndole la botella que llevaba en su mochila.

Sí —la tomó y se secó lo que cayó por sus labios.

¿Estás preparado para esta noche? —Preguntó el pelinegro, sintiéndose un poco nervioso e intimidado.

Eso creo, no soy virgen ¿sabes? —Continuó el de rastas—, no estoy orgulloso de ello, pero no es que el sexo me intimide.

Vaya… —suspiró el pelinegro—. No es que tenga miedo del sexo… es…

No quiero volverme un animal —vocalizó Tom, como si pudiera leer la mente del otro chico, quien asintió y bajó la mirada.

&

La noche llegó con rapidez. Tras una ducha para nada relajante, ambos chicos lucieron sus mejores ropas y salieron a reunirse con el resto de la manada.

Tom —le llamó el pelinegro antes de que el ruido de la música les impidiera escucharse mutuamente—. Quiero que sepas… —bajó la mirada—, que no importa lo que pase esta noche, me ha agradado mucho conocerte y no cambiaré mi manera de pensar.

Lo mismo digo Bill —empuñó la mano y golpeó la de Bill, en forma de pacto, un acuerdo secreto, que quizás ninguno de los presentes, revelaría públicamente.

Siguieron caminando y todo el ambiente se cargó de energía sexual. Había chicas medio desnudas y chicos con los torsos descubiertos. Algunos besándose, algunos corriéndose mano, otros bebiendo, otros fumando. Se detuvieron al llegar al enorme cartel que rezaba “Welcome to the Mating season”.

Temporada de apareamiento —leyó el pelinegro, moviendo negativamente la cabeza—. A pesar de nuestra ascendencia, no somos animales —gruñó con los puños apretados—. No deberían usar esa terminología.

Calma Bill —le dijo el rastudo—. Lo más probable es que sí lo seamos a partir de ahora.

¡Rayos! —Volvió a gruñir—. Detesto esto.

Tom siguió caminando, mientras su mente trataba de hacerle comprender que todo esto pasaría. O al menos fue lo que le dijo su madre. A los catorce años, todos los descendientes del gran Minotaurus, debían buscar a su pareja, su “Mate”, esa era la palabra más adecuada, ya que se usaba para referirse a las uniones de animales, la pareja con la que formarías una familia, con la que te aparearías.

En la primera “reunión”, que para él no era más que una maldita orgía, todos los chicos de la nueva generación, debía perder su virginidad, en busca de su futuro compañero. Esas reuniones se prolongaban hasta los dieciocho años, para que los nuevos miembros de la manada, disfrutaran del sexo antes de dedicarse por completo a su familia. Eso significaba que entre las cinco reuniones masivas, debías tener sexo con la mayor cantidad posible de “Taurinos”, para poder encontrar a tu “Mate”.

El ambiente estaba enrarecido, el aroma a alcohol, cigarrillos y alguna que otra hierba, sólo incitaban al cerebro a despertar su instinto animal y buscar lo que todas las bestias buscan… reproducirse.

A medida que se acercaban a la hoguera central, varias mujeres se acercaron a ellos con claras intenciones de seducirlos. Tom pensando en la imagen de su padre, cogió a una del brazo y la besó con pasión… probando, sin ningún resultado. Frunció el ceño y se alejó, seguido de cerca por el pelinegro, quien imitaba todas sus acciones.

Finalmente, las chicas que compartían la cabaña contigua a la suya, se sentaron a su lado, entregándoles una cerveza a cada uno. Bill besó a la rubia, quien gimió y rápidamente se puso sobre sus piernas, completamente excitada. La pelirroja hizo lo mismo con Tom, quien mirando a su alrededor, sintió un hormigueo en el vientre y llamó a Bill con un movimiento de cabeza, para que le siguiera.

Las dos parejas entraron a la cabaña 483 y rápidamente procedieron a desvestirse. Entre los “Taurinos” no había sentido de la decencia, en esas reuniones no importaba si estabas teniendo sexo a solas, o en frente de todo el resto de la manada. Lo importante allí era satisfacer tus deseos y buscar a tu “Mate”.

Las chicas se besaron entre ellas y Tom sintió la extraña sensación de imitarlas. Cual si leyera su mente, Bill se acercó a él y le besó, su lengua tenía una bolita metálica, que le excitó mucho más que la pelirroja que gemía delante de él.

Tom… —le llamó la mujer, quien se acostó en su cama, abriendo sus piernas desvergonzadamente, provocándole.

La rubia, se recostó en la cama de Bill, de forma opuesta a la pelirroja, llamando al pelinegro con su mano.

Ambos chicos siguieron sus instintos y tomaron posición con sus hembras y las penetraron, sin ninguna clase de contemplación, la ternura no era necesaria con ellas, pues ambos sabían que ellas no eran sus parejas, pero debían cumplir, debían hacerlo por el clan.

Tom levantó la vista y se encontró de frente con los ojos achocolatados del pelinegro. Su playera levemente levantada para seguir embistiendo a la rubia, su rostro sudoroso y sus labios levemente separados en una mueca de placer.

«Te deseo» fue lo que pensó al verle así «Quiero ser yo quien te provoque placer»

Como si estuvieran conectados, el pelinegro sonrió, pasando sensualmente su lengua por sus rojos labios “TOM” moduló sin sonido, justo en el instante en que su orgasmo le invadía.

El rastudo se sintió sumamente caliente al verle pronunciar su nombre y su propio clímax se desencadenó, violento y sofocante. Su mente se puso brumosa y al parecer se durmió.

&

Por la mañana, abrió los ojos al sentir que le miraban con intensidad. Se encontró de frente con el rostro del pelinegro, completamente maquillado y coqueto. Paseó la mirada por el resto de la cabaña, suspirando aliviado por la ausencia de las chicas.

¿Dormiste bien? —Preguntó moviéndose para que Tom pudiera sentarse en la cama.

Eso creo.

Me voy Tom.

¿Tan pronto?

Debo estar en el aeropuerto en dos horas.

¿De dónde eres?

Magdeburg ¿Y tú?

Berlín.

Oh, es una lástima, me hubiera gustado volver a verte —dijo el pelinegro acariciando la mejilla del otro—. Supongo que te veré el próximo año —tomó su bolso dispuesto a salir, pero la mano de Tom le detuvo.

Bill… —se miraron fijamente—, hagámoslo el próximo año.

Claro —le guiñó un ojo—, pero entonces… —se lamió los labios— seremos sólo tú y yo —le besó castamente y salió de allí, dejando al rastudo tocándose la boca y dibujando una sonrisa.

Continuará…

¿Qué pasará al año siguiente?, ¿Se verán antes de la “reunión”?, ¿Cambiarán sus sentimientos en esos meses? No se pierda la continuación.

Escritora del fandom

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