«No» Fic TWC

… Dejes que los nervios primerizos te vuelvan loco [Mes 3]

—Tomi, arriba, vamos, con ánimo –tiró de las cobijas Bill. Tom soltó un gruñido a lo que él llamaba las siete de la madrugada, que bien, no eran tales dado que el sol ya estaba despuntando—. Anda, perezoso, es hora de ponerse en marcha.

El mayor de los gemelos rodó de costado. Odiaba la nueva rutina. Su tercer mes de embarazo empezaba con el ‘pie derecho’ como se empeñaba Bill en decirle a darle prioridad al bebé comiendo sano, realizando rutinas de ejercicio y en opinión de Tom, prohibiéndole todo lo que fuera remotamente divertido.

—No quierooo –gimoteó el mayor de los gemelos al esconder el rostro bajo la almohada—. Es demasiado temprano, quiero dormir.

—No, imposible –denegó Bill al sentarse en el costado del colchón—. Necesitas hacer cinco comidas ligeras como mínimo y lo mejor es empezar temprano.

—¿Según quién? –Cuestionó Tom con una ceja arqueada. Al idiota que hubiera dicho eso, le iba a partir la cara por lavarle el cerebro a Bill. Lo único que él quería era dormir, ¿tanto era pedir? Comería lo que fuera necesario cuando estuviera despierto. En el estado en el que se encontraba, creía factible ahogarse en un plato con cereal y leche.

—Eminencias en el tema, así que ponte de pie ya. El desayuno se va a enfriar.

—Porque lo hayas leído en un libro no significa que sea cierto –dijo Tom con acritud, poniéndose de pie a pesar de todo. La fiebre de Bill con respecto a su embarazo había escalado límites insospechables en las últimas semanas, luego de que un día desapareció por horas y regreso cargando con la colección completa de todos libros que encontró respecto al tema. Tras pasar días leyendo sin parar, al final había ideado un régimen que según él, Tom debía seguir.

Tom lo odiaba por momentos, no siempre, porque a fin de cuentas sus intenciones no eran malas y todo lo que hacía lo hacía pensando en él tanto como en el bebé, pero…

—¿Qué diablos es esto? –Maldijo éste cuando al sentarse frente a su plato de desayuno, se encontró con lo que parecía vómito de la noche anterior. Introdujo la cuchara en aquella papilla ligeramente gelatinosa y se acercó un poco de aquello a la nariz. No es que precisamente oliera a platillo gourmet, tampoco apestaba, pero la apariencia lo era todo y la suya no era buena—. Bill, no puedo comer esto. Parece… algo que hubiera sido atropellado, comido y devuelto por su mal sabor. Lo que no me sorprendería –musitó lo último, no fuera a ser que su gemelo lo escuchara.

—Es avena –refunfuñó el menor de los gemelos, sentándose ante su propio desayuno. Tom tomó nota de las diferencias; mientras que lo suyo parecía engrudo de aserrín con lodo, Bill iba a comer pan tostado, huevos revueltos, unas tiras de delicioso tocino y café cargado, crema y azúcar incluidos.

—Es injusto, eso es lo que es –golpeó Tom la mesa—, exijo comida de verdad.

—Para que sepas –lo amonestó Bill con la boca repleta de tocino, restándole así seriedad a su comentario—, es lo más sano del mundo. Si quieres que el bebé crezca sano, debes comer eso.

Tom se cruzó de brazos con testarudez. Muy a su pesar, su estómago no cooperaba. Aplacadas las náuseas matutinas tal como estaba predicho en muchos de los libros de Bill, gruñía con hambre. Lejanos eran ya los días en que devolvía todo lo que comía; ahora en su lugar recuperaba el peso perdido e incluso ganaba más, pues tal y como les había dicho la doctora Sandra en su última consulta, el final del primer trimestre era el primer paso de un embarazo.

—Tom, grandes bocados –le quitó Bill la cuchara a su gemelo. Tomando una gran cantidad de avena, la agitó en el aire—. Aquí viene el avioncito, abre la boca…

El mayor de los gemelos entrecerró los ojos con el más puro y vivo rencor, pero al mismo tiempo, obedeció la orden. Por su bebé, soportaría tanto la humillación como la tortura.

—Nah, no lo creo –escuchó Tom a su gemelo en la cocina de su pequeño departamento. La voz, que le llegaba ligeramente baja para ser la que Bill usaba normalmente lo alertó, así que con pies ligeros, procuró acercarse a la fuente sin ser escuchado—. Tom está dormido. Dudo que tenga ganas de salir con ustedes, chicos, es más, lo puedo asegurar… Sí, muy ocupados… Planeamos visitar a mamá el viernes y quizá estemos con ella un par de semanas. Dos por lo menos…

Tom frunció el ceño ante aquello. Era una total mentira que planearan visitar a su madre. Conscientes de que era ella quien les había dado la vida y los conocía mejor que nadie aparte de uno al otro, temían una visita. Algo en su sexto sentido de la supervivencia les decía que una mirada y sería todo lo que a Simone le bastaría para dictaminar que su hijo mayor estaba embarazado. O quizá no tan lejos en sus dotes psíquicas maternas, pero de que ella notaría que algo se salía de la norma, sucedería. Mejor no arriesgarse.

—… le preguntaré, pero seguro dirá que no… Ajá, yo les aviso. Yo también, adiós –finalizó la llamada su gemelo. Tom ni se molestó en ocultarse. Saliendo de entre las sombras, preguntó directo.

—¿Por qué les dijiste eso? Yo también quiero verlos. –El mayor de los gemelos se dio cuenta de lo infantil que sonaba su tono, pero no podía evitarlo. Más de un mes sin salir de las cuatro paredes que componían su hogar lo tenían escalando los muros.

—No creo que sea conveniente –se dio media vuelta Bill, de pronto muy enfrascado en lavar una taza del fregadero—. Salir de noche no me parece seguro. Mucho humo y tampoco creo que sea sano que te desveles.

—Sabes que no planeo tomar nada con alcohol, ¿verdad? –Dijo Tom con ligero reproche. Sin quererlo definir como tal, se sentía como prisionero de Bill, quien sólo pensaba en hacerlo comer avena y verduras, así como en no dejarlo salir ni a la esquina por miedo de un resfrío.

—Por supuesto que lo sé, no eres tan tonto… —¿’Tan’? –Enfatizó el mayor de los gemelos.

—Como sea –cerró el grifo Bill—. Lo que quiero decir es, no, no salgas. ¿Por favor? –Se secó las manos con una toalla—. Por mí y nuestro bebé, quédate en casa. Ya habrá otras oportunidades de salir –lo abrazó, colocando la mejilla sobre el hombro de su gemelo—, sólo no ahora.

—Bien –suspiró Tom, correspondiendo el abrazo—. ¿Al menos podemos salir a comer a algún lado? ¿McDonald’s, por ejemplo? –Pidió con un deje de súplica.

Si bien su cuerpo se había normalizado en lo posible con respecto a sus náuseas y vómitos matutinos, los antojos repentinos se habían intensificado. Si antes había podido ponerse de rodillas por conseguir su objetivo, ahora podría matar por lo mismo.

—Oh no, Tomi, eso no es sano –lo sujetó por los hombros su gemelo, un genuino gesto de preocupación en sus facciones con el que Tom no supo luchar. ¿Cómo hacerlo si las intenciones de Bill siempre eran tan bondadosas? Él sólo quería lo mejor para ambos.

—Ok, no McBurguer o lo que sea –masculló con el estómago rugiendo.

—No te desanimes, estoy cocinando algo que te encantará.

—¿Ah sí? –Tom recordó que días atrás las mismas palabras lo habían emocionado para terminar siendo pescado hervido con acelgas y sin sal. De beber, agua. Menú que no odiaba, aún, pero estaba convencido iba a terminar aborreciendo hasta el fin de sus días si seguía igual—. ¿Qué es?

—Tofu, arroz cocido y zanahorias hervidas, ¿a que es sano y delicioso?

El mayor de los gemelos fingió una sonrisa que sustituyó sus repentinas ganas de soltar un berrido. “Seis meses y medio más” se repitió como un mantra, tratando de recordar que estar embarazado no duraba por siempre. No era eterno, porque de ser así, dudaba poder sobrevivir más tiempo comiendo aquella dieta de conejo famélico.

No, en cuanto todo terminara, bebé en brazos, iría al más próximo puesto de comida rápida que encontrara y pediría todo lo del menú. Hasta entonces, rogaría a los cielos y al infierno por paciencia infinita. Y cuando ese día al fin llegara…

—Sano, muy sano –confirmó con una sonrisa falsa que cualquiera sabría interpretar excepto Bill. Éste sonrió a su vez con esperanza, un sentimiento que Tom no era capaz de destruir. Mierda.

—Bien, eso comeremos hoy. Decidido.

Sin dudarlo ni un segundo, en definitiva, Tom mataría por una BigMac…

—Mmm, ah, sí… así… Oh, másss… —Gimió Tom con placer— . Ah, qué rico… —Se extasió más allá de los límites de la normalidad al darle un nuevo mordisco a una pechuga de pollo que había conseguido de contrabando a expensas de una propina extra generosa al repartidor para que en lugar de tocar el timbre, le diera el pedido en la esquina de su departamento.

Dado que Bill dormía agotado en el sillón a causa de haber estado despierto hasta altas horas de la noche elaborando un itinerario dietético para Tom, éste aprovechaba cada segundo de libertad para cometer sus excesos. Al lado de la cubeta de pollo frito se encontraba un litro de refresco de cola, así como una insana cantidad de helado de chocolate que había comprado en un expendio que se encontraba en la esquina.

Una vez despedido el repartidor, Tom emprendió el regreso con sus alimentos en mano, dispuesto a mentir lo que fuera necesario con tal de seguir comiendo.

Confiado en que Bill iba a seguir dormido a su regreso, casi se desmayó de la impresión al encontrarlo parado en la puerta de su apartamento, histérico, aún con los ojos adormilados, gritándole al teléfono que llevaba en la mano apretado con fuerza de gigante.

—¡NO! ¡Él no huyo de mí! ¡Está perdido! ¡¿Qué quieres decir con eso, Georg?! –Apenas Bill divisó a Tom, soltó su móvil que se impactó contra el suelo para correr a su encuentro—. ¡Tom!

—Salí a dar una caminata –mintió Tom con culpa, el aliento a pollo frito delatándolo.

—¿Es grasa eso que huelo? –Gruñó Bill, tomándolo por los hombros y arrastrándolo dentro del departamento— . ¿Acaso eres idiota? ¡Eh! La grasa no es nada beneficiosa ni para ti ni para el bebé.

—Pero…

—Nada de ‘peros’ –lo interrumpió el menor de los gemelos—. Además saliste sin permiso, me tenías preocupado. Pensé que te había pasado algo, incluso llamé a David, a Gustav y luego Georg me llamó diciendo que quizá tú habías huido de mí y…

—Bill, calma –lo tomó Tom de las mejillas—, sólo salí un momento. No pasó nada. Ya estoy de vuelta. Tranquilo, respira despacio.

Las aletas de la nariz de Bill se agrandaron con la furia de su dueño. —¡¿Pretendes que me calme?! ¡Desapareciste sin dejar una nota! ¡Y lo que es peor, huiste como ladrón para ir a comer… ¿Pollo? ¿Eso que huelo es pollo frito?!

Tom se presionó el tabique nasal. –No huiría de casa si me dejaras comer de vez en cuando algo que no pareciera masticado.

—Eso que llamas masticado es avena, saludable para ti…

—Y para él bebé, ya lo dijiste –rechinó Tom los dientes—. Pero a veces, hasta el bebé quiere salir a comer algo decente. No sólo porquerías. ¡Me tienes harto con tu dieta saludable! Sólo soy yo el que la come mientras tú comes papas fritas a un lado. Yo brócoli, tú carne; yo avena, tú pastel; yo agua y tú Coca-Cola. ¡Pero es que así nadie puede ser feliz, joder! —Bufó.

Los ojos de Bill se humedecieron y Tom entendió al instante que la había cagado.

—Hey Bill, no quise decir eso… Las hormonas, tú sabes –intentó enmendarse.

—Yo creo –apretó el menor de los gemelos la mandíbula—, que si tanto quieres comer basura, entonces no tengo porqué preocuparme tanto por ti. Te puedes ir a la mierda si quieres, Tomi. Haz lo que te plazca.

Sin darle tiempo a Tom de responder aquello, se dio media vuelta. El portazo que le siguió a su salida dramática, dejó a Tom anonadado.

—Georg, espero que si escuchas esto… —Tom soltó un suspiro—. No sé, llama de vuelta. Es urgente de verdad, no como cuando dije que lo era y ehm… mentí. Devuelve mi llamada –finalizó el mensaje en el buzón de llamadas.

Manejando rumbo al departamento de Gustav luego de que le fuera imposible localizar al bajista, Tom luchaba contra el revoltijo de emociones que llevaba dentro.

Luego de pasar toda la tarde encerrado en su habitación, Bill se había negado a hablar con Tom, además había lanzado a la basura todos los libros que había comprado junto con una pequeña manta verde pastel que el mayor de los gemelos ni sabía que existía. La mirada de rencor que Bill le había lanzado hablaba por sí misma, lo mismo que un nuevo portazo cuando volvió a cerrar la puerta de su recámara.

Cansado y con los nervios de punta, Tom había decidido que esa noche no la pasaba en el departamento. Antes muerto que enfrentarse a su gemelo o lo que era peor en su escala persona: Pedir disculpas. Él también era una de las partes afectadas. El estar comiendo tanto salvado de trigo y frutas lo tenían repleto de gases y con el intestino sensible a tantos alimentos que nunca antes en su vida había probado.

Al final, dando vuelta en una ya conocida calle, estacionó su automóvil lo más discretamente posible a un lado del vehículo de Gustav y bajó de él vestido de negro, con gafas a pesar de lo oscuro de la noche y con un pequeño maletín que contenía sus neceseres personales.

No sabía que tan patético lucía pidiendo asilo político ya tarde en la noche, mucho menos quería saberlo, pero el baterista era su última opción. Su autoexilio había tenido el inconveniente de no ser planeado y por lo tanto sus pasos iban marcados por la desgracia. Primero con Georg, su primera opción, siendo ilocalizable y luego una repentina convención de ginecólogos y obstetras de Alemania (vaya ironía)

reunidos en la ciudad, ocupando así toda plaza vacante en los hoteles aledaños.

Su última opción, Gustav, esperaba Tom estuviera en casa y dispuesto a recibirlo sin hacerle demasiadas preguntas. No se creía capaz de cualquier modo, de contestarlas. Gustav tendría que comprender.

Emprendiendo la infinita y cansada subida usando las escaleras por cuatro pisos, Tom refunfuñó las primeras dos plantas, lanzó maldiciones en la tercera y se guardó el aliento en la cuarta en vista de que si seguía hablando se iba a quedar desmayado antes de llegar a su meta.

Una vez frente a la puerta del baterista, tocó una un par de veces antes de poner cara de circunstancias. Gustav no se resistía a la cara de perro apaleado que Tom ponía cuando quería algo y a fuerza de ensayarla el mayor de los gemelos venía preparado por un ‘sí’ a su petición de hospedaje.

Volviendo a tocar, considerando que acaso Gustav no estuviera en casa y se viera en la necesidad de regresar a su departamento y soportar la indignación de Bill o dormir en el pasillo, elegiría la segunda opción.

Por fortuna, un par de pasos lentos se dejaron escuchar en el alfombrado que recubría la casa de Gustav. Dispuesto a conseguir alojo, apenas la puerta se abrió, Tom hizo su petición.

—Déjame dormir aquí, por favor. Prometo limpiar, cocinar, dormir en el sillón y masajearte los pies de ser necesario, pero dame un sitio donde dormir, ¿sí? –Dijo de golpe y en un mismo aliento, muy para su sorpresa, a Georg…

Georg en calzoncillos de leopardo y… ¿Era eso sudor lo que le cubría el cuerpo o aceite de frambuesa si la nariz no le fallaba?

—Ehm, Tom… —Georg se apartó el cabello del rostro abochornado.

—¿Y Gustav? –Tom arqueó una ceja, no captando el cuadro que se le presentaba. Si Georg estaba con Gustav, era obvio porqué no había contestado su teléfono, pero… ¿por qué estaba en ropa interior?

—Gus, verás, él… Está un poco ocupado –tosió el bajista con falsedad—. ¿Y tú qué haces aquí? – Preguntó en un vano intento de desviar el tema.

—Bill –fue la respuesta del mayor de los gemelos; aquella palabra definiéndolo todo—. Uhm, tuvimos una pequeña pelea por eso que ya sabes y, ejem… ¿Puedo pasar?

Georg cambió el peso de su cuerpo de un pie a otro. –Respecto a eso, verás, yo creo que…

—¡Georg Listing, más te vale que regreses y continúes con lo que estábamos o que me quites estas esposas! –Llegó la voz de Gustav desde lo que parecía ser la habitación del baterista.

Tanto Tom como Georg desviaron la mirada; la verdad pendiendo sobre sus cabezas como guillotina.

—Creo que tenemos que hablar –concluyó el bajista, segundos después—. Tal vez sea hora de que Gustav y yo confesemos algo.

Tom dio un paso dentro del departamento, dejando caer su maleta y su almohada junto al perchero de la entrada. –Creo que… —Exhaló aire—. Creo que yo también tengo algo que decirles, chicos…

Pese a que la relación que Georg y Gustav mantenían, al parecer desde años atrás, estaba plagada de idas y venidas, escenas tórridas de sexo ardiente así como de romanticismo sabor miel, Tom soportó estoico cada pequeño detalle que le era revelado. Una historia de amor completa que finalizaba con una relación que llevaba ya tres años.

—No puedo creer que jamás nos hubiéramos enterado – habló por sí mismo y su gemelo, que ninguno de los dos había imaginado nunca que detrás de puertas cerradas, Georg y Gustav compartían una relación más allá de lo profesional y la amistad que mantenían—. Es decir, nunca lo sospechamos.

—Te lo dije –codeó Gustav a Georg, sus manos enlazadas con desenfado sobre el sillón que compartían.

—No pensé que fueran tan despistados –se justificó Georg, inclinándose sobre Gustav por un tierno beso en la mejilla de éste.

—Ugh, basta, no frente a mí –hizo muecas Tom. Gesto no muy convincente cuando tenía manchada la cara con salsa de spaghetti que el baterista le había preparado al ver que casi inhalaba la comida que encontraba en el refrigerador.

—Pero bueno, basta de nosotros. Si te estoy dando un techo sobre el que dormir y unanevera tamaño industrial por vaciar, al menos podrías decirnos qué carajos haces aquí –dijo el baterista.

El mayor de los gemelos se mordisqueó el labio inferior unos segundos, pensando por dónde empezar. —¿Quieren que cuente todo desde el inicio o qué hago aquí?

—El inicio.

—Qué haces aquí.

Georg y Gustav intercambiaron una mirada incrédula con el otro al ver que sus respuestas eran diferentes.

—Como prefieras –cedió Gustav al fin—. Empieza.

—Bien… —Tom se pasó una servilleta por el rostro—. Antes que nada, quiero que tengan amplio criterio. Primero les contaré una parte y si están listos para lo demás, ustedes me dicen y yo cuento, ¿ok? –Ambos compañeros asintieron—. Estoy embarazado.

Se instauró un silencio largo en la sala, interrumpido de pronto por una sonora carcajada de Georg, que golpeó la mesa de la sala de estar con el puño a causa de su risa incontrolable.

—Nah, en serio, Tom –se enjugó el borde de los ojos una vez pudo controlarse—. Si quieres soltar una broma, al menos que sea creíble 

Tom rodó los ojos. –Estoy embarazado. Tres meses y unas dos semanas según la médica que me atiende. No es broma en lo absoluto.

El bajista parecía proclive a una nueva colección de risas, pero Gustav lo detuvo. La mente del baterista trabajaba de un modo diferente, siempre analizando gestos e inflexiones de la voz para detectar la verdad de la mentira. Y algo le decía que Tom no mentía en lo mínimo…

—¿Cómo? –Quiso saber una vez que su análisis le hizo creer en las palabras del mayor de los gemelos.

—Al parecer tengo una extraña masa en… Bueno, en alguna parte del cuerpo. Como por aquí –se presionó el bajo vientre, casi en la ingle—. Al principio pensamos que era cáncer. Fuimos a varios doctores y un ultrasonido reveló que era un ovario.

—Alto, ¿un ovario como esos que tienen las chicas? – Inquirió Georg con sorna—. Vamos Kaulitz, hasta para ti es una broma demasiado inverosímil. Apuesto que hasta buscaste ‘ovario’ en el diccionario, eh, Gus – codeó a su novio con ligereza, pero éste permaneció serio—. Hey chicos, es un chiste, ¿o no?

—Nop, no lo es –denegó Tom, las manos húmedas con sudor—. Como dije, dentro de un par de meses voy a tener un bebé… Voy a ser madre o lo que sea.

—Un momento, supongamos por un segundo que no es broma –interrumpió de nuevo Georg—. ¿Cómo es que supuestamente te embarazaste? –Preguntó, seguro que Tom no admitiría la falta de su hombría por continuar con aquella farsa.

—Duh, teniendo sexo, Georg, eso es elemental – respondió Gustav—. El asunto que importa es ¿quién es el padre, o me equivoco? –Volteó a ver a Tom de reojo.

El mayor de los gemelos pareció palidecer en cuestión de segundos. –Confíen en mí, no quieren saber nada más que eso.

—Georg, ¿recuerdas aquella vez que me emborraché en Berlín hace dos años? –Preguntó de la nada Gustav al bajista; éste asintió. Aclaró que recordaba perfectamente porque Gustav siempre solía medirse con la bebida, excepto en aquella ocasión—. Verás – empezó a explicar a Tom aquella historia—. Terminé tan ebrio que no recordaba cuál era nuestro autobús y cuál el de ustedes, así que decidí que no me importaba en cuál dormía mientras no lo hiciera en el exterior. Abrí la puerta del primer vehículo que encontré y me arrastré hasta donde se encontraban las literas cuando… —Carraspeó—. Unos ruidos me hicieron retroceder. Al principio pensé que era un gato agonizando o algo así, pero entonces…

—Gus, ve al grano –enrojeció el bajista desde su sitio.

—Georg dijo que yo estaba muy ebrio, que aluciné cosas, pero lo cierto es que los vi. A ti y a Bill… —Aclaró cuando la expresión de Tom no se movió ni un ápice—. Ustedes dos estaban teniendo sexo.

Una piedra del tamaño de un ladrillo cayó sobre el estómago del mayor de los gemelos. —¿Nos vieron y n no dij-jeron n-n-nada…? –Trastabilló con las palabras; la reciente revelación trastocándolo todo.

—Regresé por donde vine, cerré la puerta y le conté a Georg cuando encontré nuestro autobús media hora después…

—A pesar de que estaba estacionado a un lado –se rió Georg—. No importa, Tom, nosotros sabemos.

—¿Es Bill el padre de tu bebé? –Preguntó Gustav con dulzura, extendiéndole el paquete de pañuelos al mayor de los gemelos. Éste se atragantó con un sollozo quedo—. Está bien. No diremos nada, tranquilo. Tu secreto está a salvo con nosotros.

Tom se inclinó sobre sus piernas, ambas manos en las rodillas. –Hoy discutí con Bill –habló—, fue una pelea horrible. Pero es que me estaba volviendo loco. ¡Completamente loco! Ya saben cómo es él –alzó la vista unos segundos, encontrando gestos de comprensión—. Pues va y me dice que me vaya al carajo. No con esas palabras, pero…

—Oh, Tom –se sentó Gustav a su lado y lo abrazó; Georg haciendo lo propio desde el otro costado—. Eres bienvenido a quedarte cuanto lo desees.

—¿Seguro? –Hipó Tom con sabor a pasta.

—Totalmente… —Confirmó Gustav.

—¿En serio? ¿No tienes arrepentimientos, Gus? –Dijo Georg con maldad cuando una hora después los tres se comprimían en la pequeña cama del baterista. Ellos dos porque ésa era su habitación, su cama y demás que compartían como pareja y Tom incluido porque en primera alegaba que el sofá-cama de la sala le lastimaba la espalda y en segunda, no soportaba dormir solo.

—Mmm –gruñó Gustav, con el brazo de Tom encima de su estómago. El bajista tampoco estaba tan cómodo con todo el cabello del mayor de los gemelos en el rostro—, no digas nada. Se va a quedar sólo unos días.

—O hasta que dé a luz, ya qué –bostezó Georg—. Aunque por si acaso, ojalá Bill entre en sus cabales y se reconcilien pronto.

—Secundo esa magnífica ¡ouch! idea –dio su apoyo Gustav, cuando una de las rodillas de Tom se impactó en uno de sus riñones.

Diosss, aquella iba a ser una noche larga en verdad.

—Ow, ow, ow… —Estiró Georg los brazos sobre su cabeza, haciendo esfuerzos por recuperar las funciones de su cuerpo. Casi cojeando, se acercó a la mesa de la cocina donde Gustav ya le tenía preparada la primera taza de café de la mañana. Apenas dio el primer sorbo y le supo a gloria; las seis de la madrugada era una hora demasiada temprana como para que él estuviera en pie si de por medio no existía un itinerario ajetreado.

—¿Tom volvió a patearte? –Preguntó el baterista con tono monótono al cambiar la página de su periódico—. ¿O te tiró de la cama?

—Las dos –se frotó el bajista un área de la espalda con dos manos.

Muy en contra de cualquier pronóstico, más allá de mandar ropas a Tom para por lo menos un mes, Bill no había dado señales de vida. Al menos en carne y hueso, que a escondidas de Tom, quien con cada día transcurrido se deprimía más y más ante el poco interés que su gemelo demostraba tanto por él como por su bebé, Gustav mantenía conversaciones diarias, bastante largas, con éste.

Demasiado abochornado por su comportamiento hormonal, más porque no era él quien estaba embarazado, Bill se desvivía en recomendaciones para el baterista. Que si a Tom no le gustaba tal o cual comida; el modo en el que un vaso con leche tibia y un poco de miel lo relajaba; el punto exacto donde la tensión se acumulaba en sus pies y era necesario presionar en series de tres… Gustav sólo quería decirle a Bill que se dejara de excusas y viniera por Tom, no porque ya no soportaran la falta de sueño (eso también) sino porque éste era infeliz sin Bill y viceversa.

Por desgracia, ambos gemelos eran testarudos a su manera. Tom negando que necesitara a Bill y el mismo Bill seguro de que no era lo que Tom requería. Oh, círculo vicioso que tenía a cuatro personas aplastadas bajo sus designios.

Además estaba el peliagudo tema del estado en el que el mayor de los gemelos se encontraba. Todos ya lo sabían excepto Bill, y bueno, Jost… Ah claro, y el resto del mundo.

Gustav al menos tenía el suficiente tacto como para no decirle al menor de los gemelos que ya sabía de su secretito, que se podía ahorrar la excusa de estar preocupado porque Tom sufría de hipocondría y que todo síntoma que presentara era falso y sin embargo, necesario de atender a la primera alerta.

—No podemos continuar así, Gus –refunfuñó Georg con una mueca de dolor—. No me importa que Tom se quede un mes o hasta que el bebé se gradué de la universidad, pero dormirán en el suelo.

El mismo baterista, que ya había experimentado en carne propia la fuerza de futbolista con la que Tom pateaba entre sueños, tuvo que darle la razón a su pareja.

—El suelo es muy duro –bostezó Tom, entrando en la cocina. Con la cabeza convertida en un nido de pájaros y vestido sólo con los pantalones del pijama, se dejó caer en uno de los asientos restantes de la mesa—. Además, si alguien se tiene que ir de aquí serías tú –murmuró aún con pereza—, que tienes tu propio departamento.

—¡Gustav es mi novio! –Se enojó Georg—. Tengo más derecho que tú de estar hospedado en su casa como parásito si me place.

—Mmm –gruñó Gustav, bajando su periódico, decidido a que aquel par no lo iba a dejar terminar de leer las noticias internacionales con su querella—. Basta, arruinan mi mañana.

—¡Él fue quien empezó! –Refutaron al unísono Tom y Georg.

—Me rindo –suspiró Gustav, demasiado aletargado como para replicar.

—Gus, eso fue malvado –abrazó Georg a su novio por la espalda—. Será un milagro si Bill llega sin haber atropellado a nadie por el camino –lo amonestó con un tono que pretendía ser serio, pero en su lugar salió ligero, casi con sorna.

Hartos ya luego de una semana con Tom como su inquilino, había sido Gustav el primero en decidir que suficiente era suficiente. Si reconciliarlos requería de medidas drásticas, así sería; ellos se lo habían buscado. Siguiendo aquella regla, habían llamado a Bill usando sus mejores dotes de actuación. Georg fingiendo un completo desconsuelo y Gustav una tristeza increíble al comunicarle al menor de los gemelos que Tom se había desmayado y se negaba a acudir al médico.

Apenas oír la noticia, Bill había dicho las mágicas palabras de ‘ahí voy, esperen por mí, no me tardo nada’ en total estado de crisis que bastaron para finalizar la llamada telefónica sin un adiós de por medio.

El baterista se sintió un poco culpable al respecto. En lugar de estar pálido como el papel y recostado en el sillón a causa de un desmayo ficticio que ponía en riesgo su vida y la del bebé, Tom estaba tendido en el sofá con un tazón de maíz inflado extra mantequilla sobre el estómago, disfrutando de una vida sin problemas al ver televisión a su libre antojo.

—Te va a sacar los ojos él mismo cuando vea que Tom no tiene nada –besó Georg detrás de la oreja de Gustav, justo en el punto donde éste sabía, las terminaciones nerviosas del baterista se encontraban a flor de piel y hacían de éste un ser humano vulnerable.

—Bah –lo desdeñó el baterista—, mejor eso que seguir durmiendo con Tom.

—Secundo esa idea –dijo Georg, pero luego oír un estruendo—. Creo que ya llegó.

—Tiempo récord –comprobó Gustav el reloj. Apenas ocho minutos entre la llamada y la llegada de Bill—. Así de rápido quisiera que fuera cuando tenemos trabajo pendiente.

—No le pidas tanto, pobre –lo amonestó Georg a modo de broma, al abrir la puerta justo a tiempo para encontrar a Bill con la mano alzada y dispuesto a derribarla a la menor resistencia—. ¿Hola?

—¿Dónde está? ¿Qué le pasó? ¿Por qué no han llamado a la ambulancia? ¿Dijo si le dolía algo? –Se tiró de los cabellos; los ojos desorbitados, rodeados de sombras oscuras que no eran otra cosa más que ojeras—. ¿Preguntó por mí? ¿Ha dicho algo?

—Bill –lo sujetó Georg por los hombros antes de dejarlo pasar—, tranquilo, ¿ok?

—¡¿Tom está muerto y quieres que me tranquilice, pedazo de idiota?! –Chilló el menor de los gemelos, apartando a Georg de un empujón y dando un paso dentro del apartamento, sólo para encontrar que Gustav se interponía en su camino.

—Tom está bien –dijo éste con culpa, lamentando haber usado un medio tan brutal para reunir a los gemelos. Lo admitía: La idea no era tan buena como en un principio la había recreado en su cerebro—. Te mentimos, bien, lo sentimos, pero ahora toma aire y relájate lo más que puedas. No quiero tener que llamar a una ambulancia porque te ha dado in ataque de nervios.

Bill pareció a punto de perder la compostura; un gesto entre la incredulidad y el llanto que se manifestó haciéndolo tomar grandes bocanadas de aire por la boca. —¿Qué? –Logro articular luego de varios intentos infructuosos—. Pensé que Tom estaba… Dios… Muerto o algo peor si es posible… Mierda…

—Ven acá –tiró de él Georg, guiándolo al lado contrario del departamento donde se encontraba Tom. Muy para su suerte, éste había decidido que quería una siesta, así que en esos mismos momentos estaba dormido como piedra; no lo despertaría ni una bomba nuclear, por fortuna.

Caminando rumbo a la reducida cocina, los tres tomaron asiento en la mesa que servía de comedor.

—Ten –le dio Gustav a Bill un vaso con agua—. Toma en pequeños sorbos.

—Ustedes dos son unos imbéciles de marca –masculló el menor de los gemelos entre dientes, con todo, bebiendo agua entre palabra y palabra—. Casi atropello a una anciana en el camino. Pensé que si algo le pasaba a Tom o al b… —Se congeló al instante, presionando los labios en una fina línea—. ¿Cómo está? –Cambió el tema—. Es decir, ¿ha comido bien? ¿Cómo lo han visto de ánimo? ¿Creen que me haya extrañado aunque sea un poco? —Musitó lo último.

—Bill, hay algo que tenemos que decirte –extendió Gustav la mano hasta tomar una de las de Bill, que temblaban en sudor frío—. Es importante, ¿de acuerdo?

El menor de los gemelos asintió. –Dilo.

—En realidad son dos cosas –cogió Georg la mano libre de Gustav—. Uhm, en vista de que no hay una manera fácil de decirlo, ejem, él y yo… Gusti y yo somos… Este, pues… ¿Pareja es la palabra?

Bill pareció atragantarse con un poco del agua que bebía. Carraspeando con un poco de dificultad, logró recomponerse a tiempo para preguntar—: ¿Pareja como ‘dueto musical’ o como…?

—Como teniendo sexo y esas cosas –desdeñó Gustav con ligereza—. Lo que sea. No era eso lo que iba a decir, Georg, muchas gracias.–Se enfocó en el menor de los gemelos—. Tom nos dijo.

—Ah… Ok. –Bill trato de aparentar tranquilidad, pero un tono verde dinosaurio repto por su cara y manchó sus mejillas—. ¿Qué, exactamente, les dijo, si no les importa aclararme ese pequeño punto?

Georg resopló con hastío. —¡Basta! –Gruñó—. Parece telenovela barata. Dejen el drama para después, señoritas. –Se dirigió a Bill—. Tom nos dijo del bebé, que es tuyo. Y está bien –agregó con rapidez, viendo como los ojos del menor de los gemelos parecían cruzarse—. No es nuestro asunto si eres el padre y quieren mantenerlo en secreto. Somos amigos y los apoyamos como tales.

Bill pareció desvanecerse un poco. Su siempre explosiva personalidad, de pronto marchita y seca como las flores del otoño. Una extraña sensación parecida al mareo lo sacudió por unos segundos antes de sentir como una carga de toneladas se elevaba un poco de sus hombros.

—¿Gracias? —Musitó, no muy seguro cuáles eran las palabras que uno debe pronunciar cuando revelaba sus más oscuros secretos sin necesidad de abrir los labios siquiera, a sus mejores amigos en el mundo y a cambio recibir apoyo incondicional—. ¿Está bien eso?

—Perfecto –lo reconfortó Gustav—. Ahora ve con Tom. Nos cree lo suficientemente idiotas como para que nos traguemos su patética excusa de ‘estoy perfectamente bien’ cada que lo encontramos llorando, pero sabemos que te necesita.

—Y tú a él, así que ve –lo animó el bajista por igual.

—Sí –asintió Bill, casi tropezando con sus propios pies al ponerse de pie. Sin esperar mayores instrucciones, buscó su camino hasta la habitación de Gustav, que era donde Tom descansaba.

Sin molestarse en tocar la puerta, entró al cuarto cerrando la puerta tras de sí.

—¿Bill? –Lo sobresaltó la voz de su gemelo, ronca, un poco afónica—. ¿Q-Qué haces aquí? –Falló un poco al preguntar. Bill lo vio por largos segundos, no creyendo que al fin estaban juntos y sin esperar un segundo más, corrió hasta la cama, empujando a Tom de vuelta al colchón en una posición supina y aferrándose a él como a la vida misma.

—Oh Diosss –siseó con un tono cargado de dolor—, te extrañé tanto. No imaginas cuánto deseaba venir por ti y llevarte de vuelta a casa. El departamento se siente solo sin ti…

Tom estrechó a su gemelo por la espalda, comprendiendo al instante la emoción que éste describía. A pesar de encontrarse con Georg y Gustav al menos el 90% del tiempo, era la ausencia de su gemelo la que lo tenía varado en su propio mar de soledad. Tan sencillo como era, el uno sin el otro era infelicidad absoluta. No existía otra cura que volver a estar juntos y no volverse a separar jamás.

Apoyando la mejilla contra la de Bill, comprendió al fin que el orgullo no era tan importante. Menos cuando con cada día, su corazón se resecaba y caía por trozos.

—Yo también te extrañé –musitó con un nudo en la garganta—. Quería llamarte, pero…

—¿Pero no estabas seguro de que quisiera hablar contigo? –Bill soltó una risa amarga—. Lo sé, sentía lo mismo. –Se sorbió la nariz—. Me comporté con un estúpido. ¿Alejarte de la comida chatarra? Mierda, no sé en qué estaba pensando.

—Supongo que en lo mejor para el bebé, para mí – murmuró Tom con bochorno. No era idiota, sabía que Bill jamás lo habría torturado con dosis abominables de comida sana si no existía una buena razón de por medio. Pero así como eso lo tenía bien claro, también se concedía un poco de mérito al haber exigido algo más que verduras cocidas y comida sin grasa. Tenían que encontrar un balance si no querían volver a cometer los mismos errores—. Pero me sentía como un conejo famélico. Quiero comer carne, embarazado o no…

—Oh Tomi… —Bill se incorporó un poco, lo suficiente para enjugarse los ojos arrasados en llanto y decir— : Lo que tú quieras, pero vuelve a casa, ¿sí? Regresa conmigo o no me iré.

—Georg va a quererse morir –bromeó Tom con la vista nublada por igual—. Gustav nos terminaría pateando fuera del edificio –rió—, pero no va a pasar nada de eso. Voy a regresar contigo.

—Gracias –musitó Bill con verdadera gratitud, inclinándose sobre su gemelo y depositando un suave beso en los labios de éste—. Prometo controlarme; podrás comer en McDonald’s.

—Bien, yo también trataré de comer más brócoli o algo así –repitió el gesto Tom, al fruncir los labios y recibir un nuevo beso. Tomando a su gemelo por la nuca, lo rodó de costado para quedar los dos tendidos sobre sus lados, sus labios aún unidos, el mundo alrededor, detenido.

—Amén –murmuraron a Gustav y Georg, la oreja pegada detrás de la puerta, escuchando cada palabra.

Continúa…

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