
«No» Fic TWC
… Cuentes con que todo será felicidad [Mes 4]
—¿Y si se lo decimos por teléfono? –Sugirió Tom en un tono cercano al lloriqueo de un niño mimado—. No quiero verla llorar. Ya tuve suficiente con Bill cuando vio el último ultrasonido del bebé y casi se deshidrata.
—¡No es cierto! –Refunfuñó el menor de los gemelos, cruzándose de brazos. Lo verdad siendo que había llorado incluso más de lo que su gemelo tenía constancia, demasiado maravillado de la vida que le pertenecía a Tom y a él y que éste llevaba creciendo en su interior como alguna especie de alien sin mucha forma aún, pero extrañamente tierno.
—Ajajá –le chanceó Georg, recibiendo un codazo en el costado.
—¡No lo es! Argh –gruñó Bill—. Como sea, no creo que sea tan buena idea. Es nuestra madre después de todo –dijo no muy convencido ni él mismo.
Entrando al cuarto mes de embarazo, ya no era posible esconder el estado de Tom por mucho más tiempo. Su antes plano vientre con ligeras líneas a causa del ejercicio iba dejando camino a un pequeño bulto que crecía día con día, muy para el malestar del mayor de los gemelos.
Dado que ocultar más su estado ya no era una opción que dependiera de ellos, ayudados por Gustav y por Georg, llevaban una tarde completa planeando métodos para informarles a las dos únicas personas de las cuales era necesario encargarse. Uno siendo Jost y el otro Simone, Gordon y Jörg incluidos.
—Bien, ¿qué tal si huimos a alguna isla remota y una vez nazca el bebé les mandamos postales con un ‘mira, ya eres abuela’ o algo así? La de Dave puede decir ‘ya tienes un nuevo Kaulitz que lidiar’ o podemos pensar en algo más original –sugirió Tom, que más de lo que aparentaba, estaba aterrado de pies a cabeza. Más por su madre que por Jost.
Tampoco era como si Simone pudiera recriminarle el salir embarazado dado que no era algo que supuestamente fuera posible, pero eludir la plática de ‘siempre debes de tener sexo con protección’ saldría a colación y prefería no sufrirla. La identidad del padre era otro punto que tampoco quería tocar sin importar las circunstancias o la tortura medieval a la que se viera sometido por parte de su madre. Conocía muy bien a su progenitora y no descansaría ni un segundo del día o de la noche hasta saber quién le había hecho eso a uno de sus bebés, como aún se refería a sus hijos de casi veinte años.
Bastante malo que ‘sus bebés’ se lo hicieran el uno al otro precisamente…
—Dirá que nos ha educado mejor que eso –bebió Bill de su refresco de cola—. Me preocupa más David. Ya no es tan joven como antes. Si le ocasionamos un infarto tal como viene amenazando… Uhm, no será bueno. ¿Creen que sea buena idea decírselo en el hospital? Digo, para ahorrar tiempo –se encogió de hombros.
Los cuatro miembros de la banda se estremecieron ante la idea.
—Primero lo primero –se focalizó Gustav, siempre con la cabeza fría—, David es primero. Tiene qué enterarse porqué no podemos entrar al estudio a tiempo.
—No sé si va a ser mi madre o Jost el que se empeñe más en saber quién es el padre del bebé, joder –se acomodó mejor Tom en el sillón en el que estaba recostado, su cabeza sobre el regazo de Bill, que le jugaba el cabello—. ¿Qué les voy a decir? Salir del clóset no es tan fácil cuando no se es gay.
Georg arqueó una ceja. —¿Y no lo eres? Déjame te digo que es bastante difícil de creerte cuando pareces orca varada en la playa con esa barriga de em-ba-ra-zo.
—No –contestaron el unísono los gemelos—. Los dos somos hetero… —Prosiguieron en coro.
—Por favor… —Exclamó Georg con incredulidad—. Uno dejó preñado al otro. Si eso no es ser gay, entonces yo tampoco lo soy.
—De hecho –aclaró Gustav con las mejillas rojo granate—, tú eres bi. Igual que yo, por si alguien tiene dudas aún –carraspeó—. Como sea, concentrémonos en cómo les vamos a dar la noticia.
—Bien, bien, se semi incorporó Tom—, tengo un plan a prueba de tontos…
Congregándose a su alrededor, los demás miembros de la banda escucharon con atención.
—Esto tiene que ser bueno –masculló David con leve tono de irritación en su voz al consultar su reloj por tercera vez en menos de cinco minutos—. ¿A dónde dicen que vamos?
—Ten paciencia, Dave –lo amonestó Tom como copiloto desde el asiento delantero. Bill conduciendo mientras se dirigían a una de sus revisiones quincenales con la doctora Sandra—. Ya te enterarás.
—Mierda… —Se presionó su manager el tabique nasal con fuerza entre dos dedos—. Son drogas, ¿no es así? Tanto secretismo, sus ausencias, el extraño comportamiento. Tengo que hablar esto con los altos mandos en la disquera y… —Sacó su teléfono móvil, un diminuto modelo que brillaba con los últimos rayos de la tarde y que desapareció de sus manos apenas Tom se lo arrebató—. ¡Hey!
—No son drogas, por Dios –se acomodó en su asiento el menor de los gemelos, guardándose el teléfono de su manager en el bolsillo—. Esas mierdas hacen daño.
—Dave es algo más serio –dijo Bill con los ojos fijos en el camino—. No malo, sólo no es nada de lo que podrías imaginar jamás en tu vida.
El hombre mayor rodó los ojos. –Si no son drogas, son groupies. Lo he oído todo en este negocio. ¿Embarazaste a alguien? ¿Es eso? ¿Ella quiere tenerlo y chantajearte?
Poco preparado para aquellas palabras, Bill perdió ligeramente el control del vehículo, saliéndose de su carril y recibiendo un par de bocinazos por parte de los otros conductores.
—Adiviné, ¿eh? ¿A que sí? –Se inclinó David por entre los dos asientos de los gemelos.
—No precisamente… —Elaboró Tom con un poco de temblor en todo el cuerpo. Ambas manos sobre su regazo, escondía el no tan pequeño bulto que llevaba en el vientre.
Por decisión de ambos gemelos, le dirían a su manager en la misma clínica. Más concretamente, ellos no, sino su doctora, quien había accedido tras súplicas humillantes y un cero agregado a la cuenta de pagos que le entregaban después de cada revisión.
—Expliquen –exigió el hombre mayor.
—Mira, ya casi llegamos –dijo Bill con calma, señalando con un dedo el enorme edificio de color claro que era la clínica—. Una vez estemos dentro lo sabrás todo.
—Ten paciencia, Dave –le sugirió Tom a su manager—, que es lo único que te queda –agregó en tono bajo y oscuro, casi presagiando la desgracia que estaba por venir.
—Críos maleducados –refunfuñó éste con un poco de cansancio. Estar en control de una banda como Tokio Hotel no era fácil y menos cuando las dos principales estrellas del show lo llevaban a una condenada clínica de la mujer. ¿Es que ahí tenían internada a la chica que Tom había dejado ‘premiada’ o qué?
—Tenemos cita en menos de diez minutos –se estacionó Bill lo más retirado posible de cualquier calle, en un cubículo que al parecer estaba reservado para ellos.
Descendiendo del vehículo, los tres emprendieron camino hacía la entrada. Una vez dentro de la clínica, avanzaron directo a la recepción, donde confirmaron su cita y recibieron instrucciones de piso y sala en la que iban a encontrar a la Doctora Dörfler.
—Suena serio todo esto –tamborileó Jost los dedos contra sus brazos cruzados apenas estuvieron dentro del elevador en el cual Bill marcó el piso número siete.
—Es serio, ya te lo dijimos antes pero te negaste a escucharnos –confirmó Tom, un poco inclinado al frente, decidido a ocultar su pequeña barriguita hasta que fuera necesario revelarla—. Aquí estamos – suspiró en cuanto las puertas se abrieron.
Avanzando por el largo pasillo decorado con carteles que explicaban desde los riesgos de no realizarse un papanicolau una vez al año, así como los beneficios que la leche materna otorgaba a los recién nacidos, y unas pocas plantas acomodadas estratégicamente, pronto se vieron de frente con la sala de exploraciones 710, marcada con rotulador negro.
Tocando suavemente con los nudillos, la puerta se abrió revelando una mujer en sus tempranos treinta, pequeña y con ojos verde de gato.
—Bienvenidos –los recibió con familiaridad, intercambiando saludos con los gemelos. Cuando fue el turno de Jost, la médica le tendió la mano con cortesía—. Mucho gusto, soy la doctora Sandra Dörfler, ante cualquier duda que pueda tener, acuda a mí, por favor.
—Aquí vamos –musitó David por lo bajo, avanzando dentro de la sala de exploraciones, buscando con los ojos a la chica que él suponía debía estar ahí—. ¿Alguien puede tomarse la molestia en explicarme de qué va tanto secretismo? ¿Dónde está la madre?
—Ejem, uhm, aquí –alzó Tom la mano con modestia—. Dave, siéntate.
Jost tomó asiento en un pequeño banco de madera, esperando una explicación de todo aquello. Detrás de una cortinilla, los gemelos desaparecieron por unos pocos minutos, para emerger, Tom con una bata verde que le llegaba hasta las rodillas y Bill levando en brazos la ropa de su gemelo.
Su manager alzó una ceja, no muy seguro de por qué el cambio de atuendos.
—¿Listos? –Preguntó la doctora al darle unos golpecitos a la camilla que descansaba en el centro de la habitación. Con confianza de quien lo ha hecho en repetidas ocasiones, Tom se recostó sobre ésta, con cuidado de que la bata que lo cubría lo siguiera haciendo y así no tuviera que presentarle más piel desnuda de la que era necesaria a David.
—No entiendo… —Comenzó Jost con un dejo de tartamudeo al ver como la médica descubría el vientre del mayor de los gemelos y procedía a aplicar un poco de gel en la zona del vientre—. ¿Por qué hace eso?
—Es necesario para el ultrasonido –explicó la médica con paciencia cercana a la maternal—, así podré deslizar mi instrumento más fácilmente.
Segundos después, la sala se llenó del inconfundible rápido batir de un corazón.
—Ahí está, creciendo como es debido –elogió Sandra con un orgullo parecido al materno—. Veo que has seguido la dieta que te recomendé –le dijo a Tom con una sonrisa—. Tiene el tamaño correcto para las diecisiete semanas de gestación.
Ante aquellas palabras, David Jost abrió los ojos tan grande como le fue posible. La sangre se agolpó en sus oídos ahogando todo ruido que no fuera aquel pequeño corazón de colibrí que seguía retumbando en la esterilizada habitación.
—No puede ser… —Musitó con sorpresa, llevándose una mano a la boca—. ¿Pero cómo es posible…?
—Uhm, verás, Dave… —Miró Tom al techo como si ahí fuera a encontrar la inspiración que necesitaba—. Cuando dos personas se quieren mucho, lo más lógico es que hagan…
—¡Basta, no quiero oírlo! –Lo silenció su manager. Tomó aire profundamente antes de preguntar—. Bien, ¿lo que quieres decirme es que estás embarazado?
—Hombres –resopló Sandra, aún examinando a Tom con dedos ágiles—, claro que lo está. Lo acabo de decir. Diecisiete semanas de gestación. Tan claro como el agua, más no se puede.
—¿Esos no son como cuatro meses? –Usó Jost los dedos para ayudarse—. ¡Aún estábamos en tour cuando esto pasó! ¡Exijo saber por qué no me dijeron nada! ¡Pero qué tenían en la cabeza! Noticias como éstas se dicen en cuanto suceden, no cuando el parto está por ocurrir, demonios.
Viéndolo con las venas del cuello sobresalidas, lo mismo que la casi sempiterna tensión en su ceño y la mandíbula apretada, era fácil deducir por qué no le habían dicho nada. Más que terror a su tipo de reacción, lo que temían era tener que enterrar un cuerpo.
—Dave, cálmate, no es tan grave –intentó tranquilizarlo el menor de los gemelos, viendo en su manager una versión de sí mismo cuando escuchó por primera vez la noticia del estado de Tom. Sabía cuán duro era asimilarlo, así que no intentó más consuelo.
—No existe una cláusula en nuestros contratos que prohíba esto, no es tu culpa. De nadie en realidad – dijo Tom, aún recostado—. Pero queríamos decírtelo antes de que te dieras cuenta o te enteraras por otro lado.
—Aún vamos a entrar al estudio a tiempo. Hemos trabajado en nuevas ideas para el disco y…
—¿Planean en serio seguir con esto? –Dave recobró su máscara de profesionalidad al preguntar—. ¿En serio? –Asentimiento—. ¿Quién más sabe de esto?
—De momento Georg –dijo Bill.
—Y Gustav también –secundó Tom—. A mamá le vamos a decir este fin de semana que estemos de visita.
—Bien… —Jost apoyó los codos sobre sus rodillas y el rostro entre sus manos—. Supongo que nada se puede hacer, ¿no? Están decididos a tener a esa criatura pese a todo.
—Exacto –confirmó Tom, semi incorporándose. Sandra ya había finalizado como el examen físico y rellenaba el expediente médico del mayor de los gemelos con todo cuidado y precisión, siempre minuciosa en el trabajo que tanto adoraba hacer.
David se puso de pie. –Es una catástrofe, sí, pero no puedo hacer nada excepto tratar de que no me dé un ataque cardíaco o algo parecido. –Ignoró el ‘te lo dije’ que los gemelos intercambiaron—. Por otra parte, su contrato exige que el nuevo disco se finalice cuanto antes. Supongo que tendré que pedir una prórroga por al menos los meses que te faltan de embarazo.
—No te imaginas cuánto lo agradecemos, Dave –le dijo Bill con sinceridad, tomando la mano de Tom entre las suyas con firmeza.
—Sí, sí, sólo una cosa más… —Su manager pasó por alto los síntomas de tensión entre ambos gemelos—. ¿Quién es el padre?
—No te lo podemos decir –se apresuró a contestar el menor de los gemelos.
—¿Es alguien de la industria musical? ¿Bushido? ¿Samy Deluxe? Dios, pero qué digo… —David comenzó a hablar para sí mismo. Las posibilidades del posible padre que Tom llevaba en su vientre creciendo en una gama de variedad más allá de lo normal. Los altos ejecutivos en la disquera harían rodar su cabeza por el suelo si no averiguaba la identidad del padre lo antes posible.
—No es nadie que puedas imaginar –murmuró Tom con la vista baja, las rodillas juntas temblando bajo la bata que llevaba puesta—. No es tan sencillo como crees.
—Lo entiendo, creo –intentó reconfortarlo su manager—. Como sea, ¿el padre nos dará problemas? ¿Ya está enterado de que tú… Tú sabes? Si esto se filtra a la prensa, podría ser el fin de su carrera y de la mía. Vaya oferta de dos por uno…
—Uhm, nada de eso va a pasar –susurró Bill, el nudo en su garganta amenazando con asfixiarlo. Hablar de sí en tercera persona, como si el padre fuera cualquiera idiota responsable que no se hacía cargo de su propia familia y no él, arrancándole el aliento como si una mano invisible se ensañara con su corazón y lo presionara a límites mortales—. El padre no sabe nada de esto… Jamás va a ser parte de la vida del bebé. No te tienes que preocupar de n nada –le falló la voz un milisegundo.
Jost lo pasó por alto, pero no Tom, que sujetando todavía la mano de su gemelo, le dio un apretón reconfortante. “Estás aquí para mí y nuestro hijo”, le dijo en aquel gesto, “todo irá bien”.
Por desgracia para ambos, su racha de buena suerte parecía terminar ahí.
—¡¿QUÉ?! –Estalló Simone a la hora de la comida, golpeando la mesa con ambos puños, de un lado el tenedor y el otro el cuchillo. El vaso con agua que descansaba a su lado derecho derramando un poco de su contenido sobre la mesa—. ¡¿Cómo que estás embarazado?!
Tom aspiró aire antes de hablar. –Pues… así. E Embarazado –tartamudeó, inseguro de qué decir a continuación—. Este es mi cuarto mes y, uhm, pensé que sería ¿cortés? No, necesario decirte que… Ehmmm… Vas a ser abuela –finalizó penosamente, la vista fija en su fría sopa de guisantes y zanahorias de la que no había podido comer nada por nervios.
—¿Pensaste eso en tu cuarto mes? ¡Wow, qué generoso! ¡El maldito cuarto mes! ¡Todo un honor, Tom! –Los ojos de Simone se desorbitaron—. Ustedes dos tienen dos meses completos de vacaciones, escondiéndose de mí. Ahora veo por qué –se cruzó de brazos—. Bill –se dirigió hacía si hijo menor—, sal de la habitación, por favor. Ahora mismo –apretó la mandíbula al pronunciar las últimas dos palabras.
Bill intercambió una mirada con su gemelo. Las facciones de Tom le rogaban por quedarse. –Mamá, creo que Tom prefiere…
—Lo que Tom quiera o no, ya no es una opción – rechinó Simone los dientes—. Sal ahora.
—Simone, cariño… —Intentó sujetarla por la mano Gordon, fallando.
—Tú también, Gordon –se dirigió a su esposo—. Todos fuera, excepto tú –clavó los ojos con intensidad en el mayor de sus hijos.
Siguiendo indicaciones sin atreverse a rechistar, Bill y Gordon salieron del comedor a paso lento. El menor de los gemelos sumido en la miseria por no poder estar al lado de Tom cuando la plática diera a lugar.
Ninguno de los dos había escatimado en terror durante los pasados meses, conscientes de que cuando el momento de decirle a su madre que Tom estaba embarazado llegara, no sería uno bonito. Su madre solía ser la persona más amorosa y comprensiva, pero así como su humor solía ser ligero y benévolo el 99% del tiempo, cuando se enojaba, el mundo entero temblaba y entraba en caos.
Soltó un suspiro entrecortado, tomando asiento en uno de los viejos sofás de la sala y temblando. Gordon lo imitó al sentarse a un lado.
—¿Todo bien? –Preguntó su padrastro con preocupación—. La noticia resultó ser bastante más diferente de lo que pensábamos tú madre y yo en un principio. –Carraspeó—. ¿En verdad Tom está embarazado?
Bill asintió miserablemente, los gritos desde el comedor llegando a sus oídos. –No es su culpa – musitó con la boca tensa. Claro que no lo era. Si algún culpable debía haber en su situación, debía ser él mismo por no usar un condón, por haberse puesto tan ebrio al grado de no reconocer una pésima idea cuando se le presentaba. Haberlo hecho con Tom de aquel modo, intercambiando roles, había trastocado no sólo su vida para siempre, sino también la de su gemelo.
—No es culpa de nadie, chico –le pasó Gordon el brazo por encima—. Tom no sabía que podía pasarle eso. Tú tampoco, ¿no es así? –Bill tuvo que darle la razón con un ligero cabecear—. Tu madre puede estar decepcionada, pero ustedes dos son sus hijos y ella tendrá que apoyarlos. Tom estará bien, ¿lo entiendes?
Un par de gruesas lágrimas rodaron de cada lado de las mejillas de Bill. No, realmente no entendía cómo todo aquel embrollo se solucionaría.
En lugar de estar a su lado, sosteniendo su mano, Bill estaba a dos habitaciones de distancia de Tom, quien a juzgar por los gritos que se escuchaban por toda la casa, era acribillado con preguntas. ¿Quién era el padre? ¿Cómo había sucedido eso? ¿Acaso era gay? Las preguntas que le llegaban desde lejos le producían una tras otra la sensación de puños invisibles impactándose contra su estómago.
—Hey, ten –le tendió Gordon un pañuelo—, Tom es fuerte. Tu madre y él sólo necesitan hablarlo…
Bill se tragó un sollozo. Por el bien de su familia, esperaba que nada pasara de las palabras.
—Tom, mírame cuando te hablo –exigió Simone a su hijo, los sentados a cada extremo de la mesa, la confrontación entre ambos pendiendo de un hilo sobre sus cabezas—. ¡Tom!
—Te oigo perfectamente, mamá –musitó éste. Las manos sobre su regazo temblando sin control, las palmas húmedas, las uñas carcomidas desde la noche anterior cuando habían arribado tan tarde como para aplazar la importante conversación hasta el día siguiente.
—Quiero que me escuches con atención –pronunció su progenitora, sílaba por sílaba—. Esto fue completa y totalmente irresponsable de tu parte. ¿Qué pensaban tú y Bill, qué podrían esconderme tu embarazo hasta que naciera el bebé?
Tom se abstuvo de comentarle que aquella era una de sus primeras opciones, en lugar de eso, denegó con la cabeza lo más lento posible. –No exactamente – murmuró.
—¿A qué te refieres con ‘no exactamente’, Tom? Tener un hijo es una decisión muy seria, una de adulto responsable. No es algo que puedas decidir a la ligera, no desde tu posición.
—¡Lo sé, mamá, lo sé! –Golpeó Tom la mesa con los puños—. No es como si lo hubiera planeado, demonios, yo no sabía que esto podía ocurrir. –Se mordió el labio inferior, el corazón latiéndole desbocado en el pecho tenso. Una vez las palabras comenzaran a salir, nada podría detenerlas.
—Es evidente que no lo sabes en realidad –replicó con acritud Simone—. Un bebé es una enorme responsabilidad. Una vez nazca, ¿qué pasará con él o ella? Tu hermano y tú jamás han sido responsables ni de sus mascotas, ni hablar de un ser viviente que requiere su completa atención las veinticuatro horas del día. –Se presionó el tabique nasal como si decir lo que viniera a continuación le costara todas sus fuerzas—. Creo que lo mejor sería que abortaras al bebé. Aún estás a tiempo.
—¡NO! ¡ME NIEGO ROTUNDAMENTE! –Se puso Tom de pie, la silla sobre la que estaba sentado volcándose hacía atrás—. Tienes que estar loca si crees que voy a quitarle la vida a mi bebé. Jamás –se inclinó sobre la mesa—. Ni se te ocurra volver a sugerirlo, mamá, porque no responderé de mí mismo si te atreves a hacerlo. Es mi bebé y decido tenerlo.
Las facciones de Simone se contrajeron. –No vas a quedarte con el bebé, Tom. Si no lo quieres abortar, lo vas a dar en adopción.
El mayor de los gemelos miró con incredulidad a su progenitora, demasiado alterado por su sugerencia como para poder abrir la boca siquiera. ¿Dar en adopción a su bebé y al de Bill? Incluso aunque fuera un accidente, era fruto de su amor. Aunque fuera capaz de reunir el coraje de hacerlo, sabía perfectamente que se arrepentiría el resto de su vida; que de ahí en adelante no sería él mismo. Si lo hacía, cada día al despertar pensaría en su bebé; al mirarse en el espejo intentaría imaginar cuál sería el parecido entre ambos; en sus actividades diarias lo llevaría en la mente. Simplemente no podía darlo en adopción, sin importar cuáles fueran sus circunstancias; una decisión de tal magnitud destruiría incluso su relación con su gemelo.
—Siento mucho que no puedas estar feliz por tu primer nieto, madre, pero lo voy a conservar –dijo Tom llevándose las manos al pequeño bulto que apenas se dejaba ver en su vientre. Con la ropa que llevaba aún no se podía adivinar nada, pero una vez desnudo aquel pequeño montículo en su vientre bajo era inconfundible—, te guste o no –agregó con miseria, no deseando que la situación se hubiera salido de control de esa manera. No tener la aprobación de Simone, era a fin de cuentas, el motivo de una gran desilusión.
—¡No voy a aceptar eso como mi primer nieto! –Se puso de pie Simone a su vez—. Es un estúpido error, Tom. Ni siquiera sabía que eras gay –siseó en voz baja—, porque de ser así te habría dicho que esto podía pasarte a ti o a Bill.
—¿Lo sabías? –Cuestionó Tom con el rostro bañado en llanto—. ¡Lo sabías y no dijiste nada!
—No había razones para hacerlo –se defendió Simone—. Cuando ustedes nacieron hubo complicaciones, los análisis no revelaron ninguna anormalidad más allá de que pudieran llevar bebés a cuestas. No me puedes culpar de algo que pensé que jamás harías, Tom.
El mayor de los gemelos tuvo que darle la razón. No, ella no tenía la culpa, pero él y Bill tampoco. Tampoco el bebé que llevaba en su interior. Las cosas eran como tenían que ser y retirarse era de cobardes.
—No es culpa de nadie –admitió al fin—, pero voy a tener al bebé y serás tú quien decida ser parte de su vida como abuela o como una total desconocida. – Se dio media vuelta—. Me voy, o mejor dicho, nos vamos. Espero recapacites en tus palabras, mamá – dijo Tom alejarse—. Esta noche dormiremos en un hotel y después, si quieres, serás libre de visitarnos en nuestro departamento cuando quieras.
—Cariño…
—Eres libre de estar molesta porque cometí un error, pero no culpes al bebé.
—Espera –le exigió Simone con la voz temblando—, dime al menos, ¿quién es el padre?
—Tom bajó la cabeza. –No te lo puedo decir… Simone tragó saliva. —¿Tan malo es?
Tom se negó a responder. Saliendo de la cocina, el llanto de su madre lo siguió todo el camino hasta el segundo piso, incluso después de que cerró la puerta de su habitación.
—Tomi, hey, tranquilo –recibió Bill en pleno rostro una camiseta. Apresurado en su carrera, no soportando un segundo más de estancia en la que casa que los había visto crecer toda su infancia y parte de su adolescencia, Tom empacaba de vuelta todas sus pertenencias, demasiado agitado para darse cuenta de que aquellas prisas suyas lo tenían en un estado alterado—. Basta, Tomi –lo sujetó Bill por los hombros—, tranquilo, ¿ok? Todo va a estar bien.
—Mamá me odia –cerró los ojos el mayor de los gemelos, las lágrimas rodando por cada lado de sus mejillas—. Y odia a nuestro bebé –se ahogó con un sollozo—. Ella sab-bía que… Ough –gimió cuando Bill lo abrazó y sus cuerpos duros encajaron.
—Lo sé, Gordon me lo dijo –intentó consolar Bill a su gemelo, trazando caricias largas en su espalda—. Él ahora está intentando tranquilizar a mamá. Hace media hora que se encerró en el baño y se niega a salir.
Tom se abrazó a su gemelo por igual, demasiado cansado para darle una respuesta coherente. Lo único que deseaba era estar de vuelta en su apartamento, únicamente los dos solos, sus mascotas y un cobertor que le relajara los pies adoloridos. –No quiero estar aquí –musitó con agotamiento—. Si ella se niega a aceptar que va a ser abuela… No quiero –pasó un sollozo—. Me dijo que debía abortar al bebé, ¡a nuestro bebé, Bill! No podía permitirlo –apoyó la mejilla contra la de su gemelo—. Incluso si algo saliera mal, si lo perdiera…
—Shhh, no va a pasar jamás –lo abrazó con más fuerza Bill. Colindando una de sus manos con el vientre de Tom, palpó el diminuto bulto con la misma delicadeza de quien trata la más valiosa de sus posesiones. Porque no sólo era Tom, sino el bebé que ambos habían procreado y amaban con todo su corazón—. Ella lo va a entender. Algún día, en algún momento, pero hasta entonces…
Tom llevó su propia mano a la que Bill tenía sobre su vientre y las entrelazó. –Sí –intentó creer—, hasta entonces… —Sonrió con tristeza. Hablar de un día en el futuro en el que todo recobraría la normalidad de los días sonaba demasiado irreal, casi de cuento de hadas, alejado de la realidad a la que se había ido acostumbrando en los últimos meses. Porque incluso aunque nada volviera a su cauce, su madre siguiera molesta y ellos se vieran emancipados de ella y Gordon, se tendrían el uno al otro y también a su bebé. Él bebé de ambos.
—Gordon dice que nos podemos quedar –musitó Bill, aún abrazado a Tom—, si quieres, claro.
El mayor de los gemelos consideró la situación por unos segundos, deseando en verdad dormir en su vieja cama luego de tanto tiempo, pero el llanto que traspasó muros y que pertenecía a su desconsolada madre, lo apartó de deseos vanos.
—No, haz reservaciones en el primer hotel que encuentres. Hoy no quiero dormir aquí.
Bill asintió. Demasiado culpable por llevar consigo la mitad del error de Tom y ni una pizca de su castigo, aceptó cualquier petición que éste hiciese. La primera siendo una reservación inmediata en el hotel más cercano, la segunda que salieran sin despedirse.
Desde la lejanía del dormitorio principal en el segundo piso, Gordon deseándoles lo mejor al oírlos partir mientras sostenía a su desconsolada mujer en brazos.
A veces, la familia no era la solución correcta, sino la base de apoyo necesitada.
Continúa…
Administración: Al parecer el fic no termina aquí, así que pasa a entrar en la categoría de «On hiatus».