Fic Toll de Leonela (Temporada I)
Capítulo 1
A mis 20 años de edad, me he follado a más tías de las que jamás hubiera
imaginado. Es que… no puedo resistirme a un par de tetas y un culo bien grande y
hermoso como el que tienen cada una de las tipas que utilicé. Obviamente mi
único interés en ellas es tan solo el sexo, y no otra cosa. Muchas luego de la
‘acción’, (como yo le llamo) siempre me dan su número telefónico, e incluso han
llegado a preguntarme si las llamaré otra vez. ¡Qué niñatas tan ilusas, por Dios!
¿Yo? ¿Llamarlas una segunda vez? ¡Pfff! Eso sería darles a entender que
realmente me importan, cuando nada de eso es verdad.
Sinceramente amor, jamás he sentido, ni siquiera hacia mi propia madre. Sé que
el amor entre dos personas de diferente sexo, de la misma familia, no es el mismo
que el de otras dos que se atraen mutuamente, pero ni esa clase de amor sentí en
mi vida, y nunca lo sentiré. Para mi no existe mejor diversión que la de tirarme una
tía diferente todas las noches; hacerla gritar y gemir mi nombre, dándole alguna que otra esperanza de que siento algo por ella, cuando no es así. Me encanta, me
encanta todo eso, amo cuando me buscan una y otra vez sin hallarme, y si lo
hacen, rompo su corazón por supuesto; ni de coña les diría que las quiero. Eso
jamás.
&
– Mierda, sí, sí… así – gemí alto. ¡Oh claro! Debo contar cada detalle. Muy bien, os
contaré.
Estaba follándome creo que por… tercera vez a Jenell, una morena de 17 años,
delgada y muy pero muy bien dotada. Me la crucé un día en la calle y se le
perdieron los ojos en mi. ¡Oooooh Dios! Cuando vi su cuerpo creí que moriría.
Inmediatamente me dije: Bill Kaulitz, esa tía debes tirártela. Y en eso estoy… Me
le acerqué muy dulcemente, como lo hago con todas, y empezamos a hablar de
inmediato, ya que como os dije anteriormente, había clisado su mirada en mí. No
habremos pasado más de tres horas juntos, cuando me invitó a su casa, en la
noche. Obviamente acepté, ya que sabía lo que pretendía de mí. Lo mismo que yo
de ella. Y bueno, aquí me tenéis, follándomela; y lo seguiré haciendo tantas veces
como me de el aguante.
Ahora habíamos cambiado posiciones, estaba montándome. Oh mierda, cómo
amo esta posición.
– Mmm… Bill, haa… haa… – gimió aumentando el ritmo sobre mi. Yo la tenía de la
cintura, ayudándole de alguna forma, a moverse cada vez más rápido; ¡pensé que
me perdería dentro de ella! Era más que obvio que no era la primera vez que
hacía esto. Se movía como toda una profesional; una puta patentada.
Un par de embestidas más y me derramé en el interior del condón llenándolo por
completo. Oh sí, porque seré un desesperado por el sexo, por metérsela a una
mujer, pero si había algo que jamás faltaba en mi bolsillo trasero cada noche en
que me encaminaba hacia la casa de la tía que me tiraría, era un pequeño pack de
condones. La seguridad es lo primero. Ese es mi lema.
Suficiente. Basta. Me detengo en este mismo instante. Ya estaba exhausto,
aunque me cueste aceptarlo. Me había agotado completamente. Jenell sí que
sabía cómo hacerlo… Puse ambas manos detrás de mi nuca, quedando así, de
cara al techo. Mi pecho subía y bajaba debido al jodido orgasmo que acababa de
experimentar por cuarta vez. Realmente necesitaba descansar, pero ella pareció
no notarlo. Colocó una de sus suaves manos sobre mi pecho, y comenzó a
acariciarlo lentamente al mismo tiempo en que descendía su cuerpo desnudo sobre el mío, hasta quedar de cara a mi masculinidad. Mierda, no… No hagas eso
que quiero recuperarme un poco aunque sea antes de explotar otra vez. Pensé
sacando una de las manos que había puesto debajo de mi cabeza, para llevarla a
mis ojos y así tapar mi visión.
Me perdí.
Pensé que empezaría masturbándomela o delineando la punta de mi miembro con
la lengua, pero nada de eso fue así. Se la metió por completo en la boca y sentí
una fuerte descarga eléctrica recorriendo todo mi cuerpo.
Sin pensármelo dos veces, me apoyé en mis codos, incorporándome, y fijé mi
vista en donde ella se encontraba realizando su labor. Oh mierrrrrda… Me la
estaba comiendo de una forma tan sensual que lograba excitarme aún más si se
podía. De repente ¡BOM! Estallé dentro de su boca- emmm… me corrijo a mi
mismo. Estallé dentro del condón que ella había engullido.
– Mmm… suerte que tenías protección, de lo contrario me habría ahogado con la
potencia que salió. – dijo ascendiendo nuevamente hasta llegar a mi rostro,
sonriendo en el camino mientras pronunciaba esas palabras.
Maldita puta, era hermosa.
Fusionó nuestros labios bruscamente, y comenzó a gemir dentro del beso. ¡Por la
puta, que no hagas eso! Me pone mucho cuando gimen en ese tono. Me ponen…
demasiado. La tomé por la nuca entrelazando mis dedos en su ondulado y oscuro
cabello, tirando de él al mismo tiempo en que la presionaba contra mí. En
cualquier momento la dejaría sin aire, pero a ella… no pareció importarle en lo
absoluto.
Al separarnos, recostó su cabeza en mi pecho y rodeó mi abdomen con uno de
sus brazos. Qué cursi, por Dios.
– ¿Qué hora tienes? – pregunté moviéndome un poco.
– Ammm… – volteó su cabeza para mirar el reloj que se encontraba en la mesita
de luz existente a un lado de la cama. – 3:55am – susurró reacomodándose en su
posición anterior.
– ¡Mierda! Bueno, ya debo irme. – informé mientras me ponía de pie tomando mis
prendas esparcidas por el suelo. Claro estaba que ante nuestra desesperación, lo
que menos hicimos, fue fijarnos en dónde coño caían nuestras cosas.
– ¿Qué? Te irás… ¿ahora? ¿Tan rápido? – cuestionó desconcertada.
Alcé una ceja.
-¿Qué quieres que haga, ah? ¿Qué me quede contigo hasta el amanecer para
verte el rostro cuando te despiertas? – pregunté abrochándome los pantalones. –
No gracias. Ya hice lo que tenía que hacer.
Abrió su boca indignada.
– ¡¿Eso es todo lo que querías?! ¡¿Tan solo querías follarme?! – gritó furiosa. Yo
terminé de colocarme mi playera y me paré con ambas manos en la cadera,
sonriéndole de lado.
– Primero: No grites que no estoy sordo, ¿vale? – comencé a enumerar
irónicamente. – y segundo, ¿creíste que quería algo más de ti? ¡Pensé que al
menos tendrías un poco de inteligencia, coño! – dije riéndome en su cara. Ella
bajó su cabeza. – Oh… lo… lo siento… ¿he herido tus sentimientos? ¿Te has
enamorado de mí? – cuestioné sentándome en el borde de la cama tomándole por
la barbilla para levantar su cabeza y encontrar nuestras miradas. – Créeme que mi
intención jamás es enamorar a las tías como tú, pero… siempre caen. – finalicé
acariciando su mejilla, mientras sonreía maliciosamente.
– ¡Eres un maldito mentiroso, Bill Kaulitz! ¡Me las pagarás! – volvió a gritarme, pero
esta vez con lágrimas en sus ojos.
– ¡A mi no me amenaces, niñata ingenua! No sabes con quién te metes si me
tocas un solo pelo. – dije entrecerrando los ojos. – Y… mentiroso, ¿por qué? –
interrogué extrañado; esa era la única parte que no había captado de su cabreo.
– ¿Cómo, por qué? ¡Cuando estábamos hablando allí afuera, dijiste que te
gustaba!
Vaaaaaaaaaale. Ahora sí que podía retirarme de la casa de esa tipa riéndome a
carcajadas. Pero es que, ¿realmente se había creído ese cuento? Jajajajajaja
¡Pero qué tía más estúpida!
Mi carcajada se escuchó retumbar en toda la habitación que, luego de que ella
terminó esas palabras, había sido reinada por el silencio.
– ¿Te creíste semejante mentira? – pregunté sin parar de reír. – ¡Pero qué
inocente, eres! Jajajajajaja – añadí viendo cómo agachaba su cabeza y las
lágrimas comenzaban a mojar las blancas sábanas. ¿Pena? ¿Qué si sentí pena
por ella? Oh no… yo no siento pena por nadie; mi madre no sintió pena ni por mi
hermano ni por mi al tratarnos como siempre nos trató. Tampoco la sintió al
dejarnos… ¿por qué yo debía sentirla por los demás?
Tomé mi abrigo, me lo cargué al hombro y antes de retirarme, le llamé.
– Jenell…
Levantó su vista. Sus ojos ya se habían tornado rojos del llanto. ¡Puff! Pero qué
infantil.
– ¿Qué quieres? – cuestionó secándose las lágrimas.
– Te mueves de maravilla en la cama. – susurré guiñándole un ojo al mismo
tiempo en que sonreía de lado para luego descender por la pequeña escalera que
se encontraba justo en su ventana. Caí de pie en el suelo al dar un salto, pero no
pude caminar, oí algo que llamó mi atención.
– ¡Bill! – gritó desde la ventana, a lo que yo me giré dubitativo, pero lo hice. Estaba envuelta en las sábanas, tapando todo lo que anteriormente yo ya había visto.
– ¿Pasa algo? – pregunté en un tono meloso, relamiéndome los labios. Ya sabía lo
que iba a decirme.
– Llámame. – dijo tirándome una bolita de papel que cayó justo delante de mis
pies. Me agaché a recogerla y cuando la abrí, no pude evitar sonreír.
Le tiré un beso desde mi distancia, y guardé el pequeño papelito con su número
telefónico en uno de los bolsillos de mi campera. Otra tía que cae. Es que…
¿ninguna puede resistirse a mis encantos? ¿Tan jodidamente irresistible soy? Por
que… os cuento. Hasta los tíos me siguen, y no es por alardear ni mucho menos,
pero se me han tirado, como mínimo, diez tíos para probar suerte; preguntándome
si por lo menos accedo a hacerles una mamada. Y yo… ¡Ni de coña! A mi los tíos,
definitivamente no me van. ¡Mierda! ¡Bill Kaulitz hasta calienta braguetas!
Jajajaja… ¿quién lo diría, ah? Nadie se resiste a mis encantos. Absolutamente
nadie. O bueno… casi nadie, no debo olvidar que también existe mi hermano
gemelo, que a pesar de que la misma palabra nos clasifica como ‘idénticos’, no es
así. Somos totalmente diferentes. Como dirían por ahí son polos opuestos, y es
verdad; no se equivocan en lo absoluto. Somos desiguales, tanto físicamente
como en personalidad.
Mi hermano gemelo se llama Thomas, pero al igual que yo, es conocido por tan
solo una parte de su nombre: Tom. Es diez minutos mayor que yo, pero os puedo
jurar que yo soy el mejor de los dos; él… no se compara con mi habilidad para
conseguir mujeres. Es que, digo dos palabras y ya tengo toda una cuadra de tías
rendidas a mis pies, eso es algo que él, no puede lograr, además de que las
mujeres le temen por ser lo que es… pero bueno. Ok, como os decía, somos
diferentes, uno, por ese lado y otro, porque él se dedica a vender drogas y
consumirlas. Oh sí, porque es un jodido adicto a esa mierda. Hasta me ha querido hacer probar, pero yo me he negado, no necesito de estupideces para desvariar y
luego aparecer en quién sabe qué casa, cuando puedo hacer lo que quiera por mi
propia cuenta y saber en dónde estoy parado. Prefiero ser adicto a mi propia
droga, una mucho más placentera. Para mí, la mejor de todas: el sexo. También
manda a matar a quienes no le pagan, y cosas así es a las que se dedica mi
queridísimo hermano. Pero en fin, ¡me he ido por las ramas, coño! A todo esto, de
algo estoy seguro, Tom jamás se fijaría en mi, ¡ni mucho menos yo en él! Así
que… me quedo tranquilo.
Continué caminando. Era de madrugada, las… 4:15am, para ser exacto. ¡Joder,
que se pasa rápido el tiempo! Tomé unas calles realmente oscuras, las cuales con
mucha suerte, me llevarían a mi casa. Es que aún no me conozco del todo este
barrio, ni siquiera recuerdo qué caminos tomamos con Jenell cuando vinimos
hacia aquí, pero bueno, ya encontraría una solución. ¡Vale! Quitando que era de
madrugada y aún ni rastros del puto Sol se veían, ese lugar era escalofriante,
haya o no luz. Creedme, aquí podrían violar más tipas de las que os podéis
imaginar, sea de día o de noche, que nadie, pero absolutamente nadie vendría en
su ayuda. Además, la luz, a los violadores esos, les importa una mierda. Cuando
se proponen joder a una chica, lo hacen y ya.
Caminé un par de cuadras más, adentrándome a cada paso que daba, un poco
más en aquel ambiente, cuando de pronto, no muy lejos de mi, vi un par de
siluetas. No sabría decir a cuántos metros estaban, pero según lo vivido en ese
momento, supongo que habrían sido no más de unos 80 o 100 metros. Pude
distinguir claramente que se trataba de tres tíos. Dos de ellos estaban golpeando
al otro, quien yacía en el asfalto de aquella calle solitaria, retorciéndose de dolor
ante los insistentes golpes que recibía en su estómago. Me aproximé un poco con
suma cautela. Pobre tío, le estaban dando duro de verdad, hasta sentí lástima por
él. Mi idea era acercarme y ayudarlo, pero luego pensé: Serás imbécil, Bill Kaulitz.
Esos hombres están haciéndolo pedazos ¿y tú quieres interponerte? Por lo que
decidí mejor no hacerlo. Vaya cabeza la mía; fijaros si ha de agarrarme y al otro
día aparecía tirado en una zanja, todo descuartizado y enlodado, si es que
dejaban algo de mi…
Opté por esconderme detrás de una pared que se encontraba a tan solo unos
metros de ellos, luego de haberme aproximado en total silencio. ¿Queréis saber
algo? De haber estado en mi barrio, no hubiera habido necesidad de hacer el
‘papel de cobarde’, ya que allí todos saben quién soy, saben que soy el hermano
de Thomas, y… a él sí que le tienen miedo. Es que fijadse tan solo en la menuda
‘fama’ que se ha dado el gilipollas de mi gemelo, ¿ah? ¿Qué me decís al
respecto? ¿No estoy en lo cierto? ¿Acaso me he equivocado? ¡Pues vale! Claro que no.
Me escondí detrás de una pared que se encontraba cerca y estuve tan
aproximado a ellos, que hasta podía oír con total claridad lo que decían a pesar de
que ambos tíos que se encontraban de pie golpeando al tercero, intentaban hablar
bajo. Aún no comprendo muy bien. Por un momento la voz de uno de ellos me
sonó completamente familiar, pero no le di importancia, sacudí mi cabeza y
continué oyendo cada palabra que decían, aunque… no decían mucho
exactamente. Eran más azotes que le daban al tipo ese, de lo que hablaban. De
repente ¡BOM! Oí un golpe, cerré mis ojos ante la impresión, ya me lo imaginaba.
¡Dios! Estaban haciéndolo pedazos, creo que… le rompieron algo. Luego otro
¡BOM! Retumbó en mis oídos como una pelota de ping-pong al rematarla en pleno
juego; oh mierda, lo estaban rompiendo todo… Basta. Suficiente. Hasta aquí llegó
mi cobardía obligada, sí, obligada por lo que os he contado anteriormente. Salí de
detrás de la gran pared en la que me encontraba escondido y… los enfrenté.
Obviamente me esperaba lo peor, ya había salido con esa idea en la cabeza.
Bien, hasta aquí llegó la vida de Bill Kaulitz. Has tenido buena vida, ¿cierto? ¿No?
Oh… bueno, qué pena, de todas formas hasta aquí llegaste.
Os preguntaréis qué carajo fue ese diálogo, ¿verdad? Pues el último que tuve
conmigo mismo antes de hacerme el héroe, porque estoy seguro que me harán
pedazos.
– ¡Hey! ¿Qué mierda estáis haciendo? – cuestioné parándome detrás del tipo de
pelo lacio y el otro subió su cabeza de inmediato ante mi llamada de atención. Me
miró desde donde se encontraba, es decir, agachado en el suelo tomando a aquel
pobre hombre del cuello, al cual se le notaba con total claridad la forma alarmante
en que sangraba; su boca, su cabeza, sus manos… lo había destrozado, pero
estaba vivo. Malditos salvajes.
Pero, un momento… Palidecí.
¿Tom? El tío que fijó sus ojos en los míos, el mismo que alzó levemente su
cabeza al oírme, era… ¿mi hermano? ¿Era él, el que había estado atacando
brutalmente a ese tipo? ¿Por qué? ¿Qué hace él en Frankfurt?
No pude pensar más. De un momento a otro, me vi enfrentado a una enorme
pistola a punto de dispararse justo en mi cabeza. ¿Cómo sucedió eso? Pues
porque el tío que segundos antes estaba dándome la espalda, al escucharme, se
dio la vuelta inmediatamente y yo, debido a mi asombro por haberme encontrado
con mi propio gemelo aquí, no fui capaz de darme cuenta en el momento en que colocó el arma en mi frente. Oh mierda, sería mi fin. Esperad. Este… este tío es…
es Georg. ¡Es Georg! ¡No! ¡El maldito no me reconoce!
¿Lo veis? Yo estaba en lo correcto. Al interponerme en el asunto, recibiría un
balazo. Cerré mis ojos con fuerza esperando el impacto de aquel pequeño objeto
relleno de pólvora que al dar en mi cabeza, acabaría con mi vida en un abrir y
cerrar de ojos. Vosotros estaréis desesperados gritando: ¡Pero Bill! ¡Pedazo de
idiota, no te quedes ahí parado! ¡Haz algo! ¡Córrete! ¡Salte del medio y esquiva la
bala! Y bla bla bla… ¿Pero os digo por qué no me corrí? Porque ya era demasiado
tarde.
De repente, ¡BOM! Un fuerte ruido se oyó en el silencio de la madrugada. ¡Bien!
Me había disparado, por lógica, ¿no? Lamento deciros que… no.
Abrí mis párpados lentamente al notar que me había pasado absolutamente nada
y ahí lo vi.
– ¡TOM! ¡Tom, no! ¡¿Qué haces?! – pregunté gritando al ver a mi gemelo con
ambas rodillas clavadas en el asfalto, mientras sus piernas estaban a cada lado de
Georg. Sus brazos se movían salvajemente al mismo tiempo en que sus puños
daban fuertes impactos en el rostro de él. Según lo que imagino, al ver a su
‘amigo’ a punto de dispararme, se abalanzó sobre su cuerpo para… defenderme.
– ¡Ya! ¡Ya déjalo! – volví a gritar al ver que sus golpes eran cada vez más fuertes.
Si continuaba así, sin duda alguna, le desfiguraría la cara.
– Este… imbécil… ¡casi te mata! – obtuve como respuesta entre jadeos debido a
sus constantes movimientos.
– ¡Pero basta! ¡Lo matarás! – dije desesperado, tirándole de sus anchas ropas
hacia atrás, lo cual le obligó a separarse un momento.
– ¡Déjame, Nene! – añadió zafándose de mi agarre.
– ¡THOMAS! – vociferé tomándole ambos brazos mientras le miraba fijamente. Se
percató de mi mirada y clisó sus ojos en los míos. La suya estaba cargada de ira y
odio, odio hacia el individuo al cual golpeaba. Hay veces en las que me pregunto,
¿cómo es que tanto odio puede caber en una sola persona? Porque… no es la
primera vez que le veo en este estado, anteriormente también lo he hecho, pero
cuando pelea de palabra con otros tíos, o me insultan. No lo sé, es todo un enigma
para mí.
-Ya basta. – susurré cuando detuvo aquel frenético movimiento de sus brazos.
Le echó una última mirada a Georg, para luego ponerse de pie; me apartó junto a él tomándome de un brazo.
– ¿Estás bien? – preguntó en un tono de total calma. Dios, hermanito, juro que
jamás comprenderé tus altos y bajos. ¿Cómo coño haces para hablarme con esta
suavidad luego de haber estado en el cuerpo del mismísimo diablo mientras
golpeabas salvajemente a tu colega y al otro tipo? Eres un jodido loco, Tom… –
Contéstame, ¿te encuentras bien? ¿Te hizo algo? – repitió dejándome ver la
preocupación que comenzaba a asomarse en su rostro al no conseguir respuesta.
– Sí, Tom. Me encuentro bien, tranquilízate. No logró disparar. – respondí
asintiendo levemente con la cabeza. – ¿Qué te pasa? ¿Ibas a matarlo? ¿Estás
loco?
– El maldito, por poco y te mata. – dijo fijando su vista en el susodicho, quien se
tomaba el mentón con una mano al mismo tiempo que se ponía en pie. Con
dificultad, claro.
Giró su rostro para mirarme, tomando el mío con una de sus manos moviéndolo
de un lado a otro.
– No me hizo nada, ¿vale?
Asintió y se devolvió a por Georg. Oh no… ya no le pegues, por Dios…
– Tom, ¿qué haces? ¡Ya no lo golpees! – alcé la voz al ver a mi hermano
agarrándole fuertemente del cabello de la nuca, obligándole a arrodillarse frente a
mi.
– ¡AH! ¡Mierda, Tom! – se quejó el pobre atacado.
– ¡Discúlpate, maldito gusano! ¡Pídele perdón a mi gemelo, por la chorrada que
casi cometes! – le gritó jalándole más fuerte. Pobre tío, hasta a mi me hizo torcer
la cara en una mueca de dolor. Pude notar claramente que le había jalado duro, si
continuaba así, le arrancaría el cabello.
Esperad. ¿Qué? ¿Qué acababan de escuchar mis oídos? ¿Que me pidiera
perdón?
– ¡¡¡HAZLO!!!
– ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho, Bill! ¡No volverá a pasar, lo juro! – se disculpó
finalmente y le soltó con brusquedad, empujándole hacia atrás logrando que
cayera de culo al suelo… otra vez.
Vosotros estaréis boquiabiertos ante tal suceso, ¿verdad? Claro, olvidé contaros que mi hermano se toma muy en serio su ‘papel’ de gemelo mayor, por lo que
siempre me sobreprotege. Cada vez que me hacen, dicen algo o están a punto de
hacerlo, siempre que se entera, va a por el responsable y lo trae a la fuerza; le
hace arrodillar en el piso y le ordena disculparse conmigo. Increíble, pero verdad.
– Oh… por supuesto que no volverá a ocurrir, porque si se repite algo como esto,
date por muerto, Listing. – concluyó y yo desvié mi mirada, no podía mantenerla
en aquella escena. ¡Mierda! Mi hermano realmente está demente.
– Tú ¿qué carajo haces aquí? – me preguntó con toda delicadeza, como podréis
notar. ¿Qué tenía que contestarle? ¿Debo decirle la verdad? ¿Que vine a follarme
una tía que conocí esta tarde? No le molestará en lo absoluto, ya me conoce.
– Salí a dar una vuelta. – opté por callarlo como os habréis dado cuenta. ¿Qué
sería de mi vida sin la mentira?
– ¿Por estos lados? – vale, ¿acaso hoy era el día de las preguntas y yo no estaba
enterado?
– Sí, Tom. Por estos lados. – contesté cortante y él alzó una ceja. No se la había
creído, desde luego; me conoce demasiado el maldito enfermo. – ¿Y tú? ¿Qué
haces por estos lugares a estas horas y con Georg? – interrogué en el intento de
evadir la obviedad de mi nerviosismo. Vaya uno a saber por qué.
– Vinimos a ajustar un par de cuentas. – contestó con toda la naturalidad del
mundo. Perfecto. ¿Y a éste qué coño le pasaba?
– ¿Ajustar cuentas? ¿Qué se traen vosotros dos, ah?
– Nosotros… – intentó explicar Georg, pero Thomas, le fulminó con la mirada.
Maldición, hasta a mi me hubiese dado menudo cague si me mirase así. Agachó
su cabeza y no dijo nada más. ¡Qué poder de control el de este tío! Y qué sumiso
se lo veía al pobre de Listing.
– No es nada de tu incumbencia, Nene. – contestó mirándome seriamente. Un
escalofrío me recorrió desde la nuca hasta mi espalda baja. Canijo
desvergonzado, sí sabía cómo dominar la situación.
Le miré como para decir algo, pero no sabía qué. Era obvio que me importaba,
¡claro que me importaba! Todo lo que le pasa a él, me importa… ¿pero por qué?
En fin, quedé con las palabras a punto de salírseme de la boca, pero tan solo le
observé como típico niño enfurruñado y me lo guardé. ¿De qué me serviría insistir
si siempre hacía lo que se le antojaba? Ya. Haz lo que se te venga en gana.
– Ahora continuemos con lo que estábamos haciendo. – le ordenó a Georg
tomándole de la mano para ayudarle a levantarse del piso, ya que aún se
encontraba sentado de culo en él. ¿Qué? ¿Continuar con lo que estaban
haciendo? ¿Pero que…? ¡Oh claro! El chaval moribundo este, al cual estaban
dándole una paliza, lo había olvidado.
– Tom, ¡espera! – le llamé al reaccionar y caer a Tierra firme. Se dio la vuelta de
inmediato.
– ¿Pasa algo?
– Eso mismo es lo que me pregunto yo. ¿Por qué estáis golpeando tan duramente
a este tío? ¿Qué os ha hecho?
Entornó los ojos.
– ¿Quieres saber qué me ha hecho? ¿De verdad? – no mentira, si lo pregunté
porque me gusta hablar no más. Encima de loco, perico. Repetía lo mismo que le
acababa de preguntar.
Asentí seguro.
– Verás – comenzó – este maldito infeliz me pidió que le consiguiera mercancía de
la buena; lo hice y ahora me sale con que no tiene dinero. ¡¿Qué clase de mierda
es esa?! – gritó enfurecido mientras sacaba un arma de su bolsillo trasero. No…
otra cosa de esas no… ¡Por la mierda, Tom! ¡¿Qué cojones estás haciendo?!
Abrí los ojos como platos. No podía ser cierto. No… no otra vez, por favor.
– ¡Tom! ¡¿Qué haces?! – cuestioné gritando y jalé del brazo que tenía la pistola,
desviándolo hacia otro lado; el disparo se dejó escuchar en el silencio de toda la
zona. Realmente iba a matarlo.
– ¡¿Pero qué coño estás haciendo?! – preguntó sacado de sus casillas. Yo me
quedé estático, en un completo estado de shock. Él… mi hermano, mi gemelo, iba
a matar a una persona delante de mí; iba a volarle la cabeza enfrente de mí
viéndole cómo observaba incrédulo, importándole una mierda lo que yo pensase. –
¡Contesta! – insistió zamarreándome por los hombros ante mi silencio.
– Tú… tú… ibas a matarlo… – articulé mirándole débilmente a los ojos. Alzó ambas
cejas hasta el cielo.
– No… no, hermanito. No iba a matarlo. – dijo casi en un susurro. Yo le miré
extrañado. – Tan solo iba a vaciarle el cerebro para ver qué contiene dentro. –
respondió irónico soltándome repentinamente y viéndole a aquel tío, resoplando.
Estuve a punto de decirle algo, iba a… ¡A GRITARLE! ¡¿Cómo es que se le
ocurrió semejante cosa?! Él… él no era un asesino; me lo dijo hace un par de
meses cuando le pregunté si ese trabajo que posee, se veía implicado algún
homicidio, si debía matar a alguien, y dijo que sí, pero no era él quien lo hacía,
sino que mandaba a sus ‘inferiores’ a hacerlo. No me pareció algo bueno en lo
absoluto, pero me quedaba tranquilo al saber que no era él, el que mataba. Por
alguna extraña razón, eso, me tranquilizaba mucho.
Abrí mi boca para dejar salir las primeras palabras que mi sistema logró formular
como respuesta a su estúpida ironía, pero… no pude decirlas.
– No seas ingenuo, ¿quieres? ¡Por supuesto que iba a asesinarlo! ¿Qué querías
que hiciera? ¿Qué lo dejara irse sin más, sabiendo que me debe dinero? –
cuestionó sacudiendo el arma de un lado a otro como si se tratase de un pedazo
de plástico sin importancia. Pareciera que había olvidado que la pistola no es un
juguete y, además, estaba cargada; en cualquier momento podría dispararse por
accidente y quién sabe qué tragedia podría ocurrir…
– N-no digo eso, pero… no es necesario que lo mates.
– Oh sí… por supuesto que lo es. – agregó volviendo a apuntar directo a la cabeza
de aquel sujeto. ¡Dios! Definitivamente estaba loco, no… no pasaba aire por su
cerebro. Él… él es un puto criminal sin corazón y yo un completo idiota que
siempre creyó lo contrario.
Debía hacer algo, ¡y urgente o le volaría la tapa de los sesos! ¿Pero qué? ¿Qué
es lo que debía o podía hacer? ¿Qué podría hacer para detener a este maldito
lunático?
Cuando estuvo a punto de disparar, cuando me hube resignado y ya le deseaba
suerte en su ‘viaje’ a aquel tío, miré al piso, en el cual yacía una roca, y luego al
frente de inmediato. Una ventana. Una casa. ¡Por la mierda, ya lo tengo! Cogí
rápidamente la roca del suelo, y la lancé en dirección a aquella casa, dando justo
en la ventana, rompiéndola en mil pedazos; logrando mi propósito.
Como resultado, obtuve la atención de los tres tíos; claramente dos de ellos, no
entendían muy bien la chorrada que me acababa de mandar y…. creo que por
lógica, mi gemelo me miró con sumo cabreo; es que él sabía qué es lo que
ocurriría ahora. Sabía eso que yo no. Y no pude pensar más; me vi obligado, por
la mano de Tom al tirar fuertemente de mi delgado brazo, a correr a toda la
velocidad que dieron mis piernas. ¡Claaaaro! Como siempre, mis ideas trajeron
consecuencias; en Frankfurt no debíamos molestar a nadie, si queríamos arreglar
algún asunto, bien, lo hacíamos y ya, pero no teníamos que implicar a otras
personas, de lo contrario nos veríamos así: corriendo como perros sueltos, por nuestras vidas, mientras cinco chavales nos perseguían disparando sus armas.
¡BRAVO! ¡Te la has mandado en grande, Bill Kaulitz!
– ¡Eres un imbécil! ¿Lo sabías? – me gritó sin dejar de correr. El maldito corría
cada vez más rápido y al no soltarme, no me quedaba otra más que seguirle el
paso, lo cual no me era nada fácil; me resultaba prácticamente imposible. Sentía
que en cualquier momento tropezaría, caería de boca al suelo y me bajaría una
buena cantidad de dientes.
– ¡Lo siento! ¡No sabía que esto podía ocurrir! – contesté sintiéndome caer. Hasta
me faltaba el aire, ya.
– ¡Idiota! – agregó. Vaaaaaale… que ya lo sé, ¿si? No es necesario que me lo
repitas todo el maldito tiempo.
De un momento a otro, se desvió del camino y, al ponernos tras una pared, se
detuvo en seco. Era un lugar oscuro, aún más que los otros en donde estuvimos
anteriormente. Era un callejón. ¿Pero qué mierda? ¡Tom! ¡Sigue corriendo o nos
harán pedazos! Pensé. Es que acaso se había vuelto lo- no. Arreglaré mi
pregunta. ¿Acaso se había vuelto más loco aún? ¡Yo no quiero morir lleno de
agujeros por los balazos que nos darán los tipos esos!
– ¿Qué haces, Tom? – cuestioné, pero él me calló de inmediato. Asentí en
silencio. ¿Y este qué coño se tramaba?
Permanecimos contra la pared por largo rato hasta que se acercó nuevamente a la
calle y comenzó a mirar para todos lados. Yo me le acerqué un poco. ¡Oh, por
supuesto! Los habíamos perdido.
Se volvió a mí.
– ¿Eres imbécil o qué? – preguntó empujándome contra la pared. – ¡¿En qué
mierda estabas pensando?! – gritó tomándome por las muñecas y aprisionándolas
también contra aquella pared por encima de mi cabeza.
Me quedé unos segundos mirándole, en silencio, no era capaz de emitir palabra
alguna luego del cague que nos acabábamos de llevar; pero acercó su rostro un
poco más al mío, tanto, que pude sentir su respiración agitada debido a lo que
habíamos corrido, golpear justo en mis labios. Me estremecí de sobremanera y le
empujé haciéndole tambalear un poco.
Me miró mosqueado.
– ¡Eres un puto mentiroso! ¡¿Cómo mierda se te ocurre meterte con estas gentes?!
¡¿Cómo mierda se te ocurre matar a una persona?! – me animé a gritarle
zamarreando levemente mis brazos cuando me hube escapado de su agarre.
Empecé a caminar pero… no pude hacer más de dos pasos. Él me devolvió a la
pared logrando que cerrara mis ojos debido al menudo rebote que di contra ella.
– Hiciste que se escapara, ¿comprendes eso? Lograste lo que tanto querías, que
no lo matase. ¿Contento? Casi nos matan a nosotros por tus estúpidas chorradas,
¡¿ESTÁS CONTENTO, NENE?! – vociferó en mi cara a todo lo que dieron sus
pulmones. Sí, mi hermano me dice ‘Nene’, es un pequeño detalle que olvidé
mencionar. Todo porque soy diez minutos menor que él. O al menos eso es lo que
tengo entendido.
Me sacudí fuertemente de sus garras, ya que me había tomado por el cuello, y así
pude hacerle que me liberase. Maldito, casi me deja sin aire por sus arranques de
locura.
– No me trates de esta forma. El hecho de que seas diez putos minutos mayor que
yo, no te da derecho a hacer el papel de papá sustituto y lo sabes. ¡No vuelvas a
ponerme una mano encima! – dije empujándole ahora yo a él una vez más.
Me tomó por un brazo y miré esa mano que me sostenía, ¿qué era lo que quería
ahora?
– ¿Cuántas veces te dije que no vinieras por estos lados, ah? ¿Cuántas? Te dije
que no te acercaras a estas zonas, son mucho muy peligrosas, pero aún así, lo
sigues haciendo. – ¡Perfecto! Ahora me cambiaba de tema. Qué estúpido es, coño.
– Yo me meto en los lugares que se me da la gana, ¿vale? ¡Ningún maniático
asesino como tú, me lo va a impedir! – contesté alzando la voz y él entrecerró sus
ojos.
– ¿Quieres… morir, Nene? – preguntó en un tono jodidamente diabólico. Temí.
– ¿Q-qué?
– Contesta. ¿Quieres morir? – pero… ¡¿qué clase de idiotez era esa?! ¿Que si
quiero morir? ¡JÁ! Acabo de salir corriendo a todo lo que mis piernas fueron
capaces de hacerme correr para evitar que esos malditos tíos me llenaran el
cuerpo de agujeros y este imbécil me pregunta ahora si quiero morir. ¡Pero qué
tipo más estúpido!
– Claaaaaaaro. Acabo de salir corriendo para sobrevivir de tus queridísimos
‘amigos’ y tú me preguntas si quiero morir. No te entiendo.
– Responde. – insistió y le miré incrédulo. ¿Estaba hablando en serio?
– Sí. Me quiero morir en este mismo instante. – resoplé rodando los ojos y me
dispuse a marcharme, alejarme de su lado, pero me lo impidió otra vez.
– Si quieres te hago el favor. – palidecí. Y por segunda vez, un revólver calibre 28
se encontraba haciendo presión en mi frente. Tragué en seco. No podía ser, ¿iba
a matarme? ¡MAL NACIDO ERA SOLO UNA ESTÚPIDA BROMA!
La deslizó lentamente por los costados de mi rostro hasta llegar a mi garganta,
pensé que la detendría allí, pero no. Siguió con su recorrido hasta mi pecho…
continuó descendiendo. Pasó por mi estómago, cadera y… mi sexo. Os puedo
jurar que en el momento en que ese objeto metálico tocó por encima de mis ropas,
mi masculinidad, comencé a sudar a chorros. ¡De verdad! No os riáis de mi
desgracia, por favor; es que si me pasara algo ‘allí’ abajo, moriría.
Se detuvo. ¡GENIAL! No me hagas daño, maldito anormal. No… no lo hagas.
Pensé, por supuesto que estaba cagado hasta la jodida mierda, ¿me lastimará?
¿Disparará la maldita pistola? ¡¿ME HARÁ PEDAZOS?! No lo sé. La respuesta
solo se encontraba en su cabeza. Corrección. En su mente retorcida.
Cerré mis ojos esperando lo peor.
– N-no lo hagas… – susurré casi inaudible. Mi corazón estaba latiendo a mil, si
alguien tocase mi pecho en ese momento, diría que estaba a punto de salírseme
de adentro.
– Lo necesitas, ¿verdad? Necesitas esto porque sino, ¿cómo te follarías a cada
tipa que se te pusiese enfrente? – mierda, deja de hablar y aleja esa cosa de mi
polla. – Ruégame. – susurró en mi oído logrando que se me erice cada pelo que
se encuentra en mi cuerpo. – Ruega que no te haga daño, que te deje tranquilo, a
menos que… quieras que te toque… – comentó para luego restregar la maldita
pistola contra mi miembro.
– Ugh… – no pude contener un gemido. ¡Estaba excitándome y no sé por qué!
– Suplícame. – agregó embozando una voz… ¿sensual? ¿Y a este qué coño le
pasaba? ¿Qué manera de tocar a su hermano, era esta?
– ¡Suéltame! – grité empujándolo con todas mis fuerzas y le miré con odio, con
furia, con… con extrañes. ¿Qué le ocurría?
– Podría jurar que estaba gustándote. – añadió con una sonrisa maliciosa en sus
labios, alzando la pistola y… la acarició con una mano al mismo tiempo que
mordía su labio inferior.
No me la podía creer.
Fue entonces cuando vi algo en el cuello de su playera, algo blanco. Un polvo; y
ahí comprendí. Me acerqué a su rostro mirándole fijamente; sin pensárselo dos
veces, clavó sus ojos en los míos relamiéndose. Vaya, pero qué tío más plasta.
– Tom… – comencé a hablar levantándole levemente las cejas con mi pulgar y así
poder ver con más claridad sus pupilas. – estás drogado. ¡¿Estuviste
consumiendo esa mierda otra vez?!
Frunció el entrecejo sin decir nada. Sonrió de lado y comenzó a caminar haciendo
oídos sordos a mis palabras, ignorándome por completo. Cómo odio que haga
eso.
De repente, un fuerte tirón de mi brazo me hizo perder el equilibrio. Había sido mi
gemelo que me obligaba a caminar. De nuevo.
– ¡Espera! ¡Me arrancarás el brazo, idiota! – me quejé zamarreándome
bruscamente, en el intento fallido de que lograse alejarlo de mi.
– Oh vamos… ¿piensas quedarte aquí parado esperando a que los tíos que nos
corrían hoy, vengan a por ti? – cuestionó deteniendo su andar en medio de la
calle. Era obvio que yo no quería eso, pero tampoco quería irme con él.
Le miré de reojo, no quería fijar mi vista en su rostro. No… no estando así,
drogado, completamente fuera de sí. – ¿Qué pasa, Nene? ¿Acaso te comieron la
lengua las ratas? – y me cansé. Lo empotré contra la otra pared que se
encontraba justo enfrente de nosotros y, colocando mi antebrazo en su cuello, le
inmovilicé por unos instantes.
Observé sus ojos ¿y adivinad qué? Esa puta sonrisa maléfica no abandonó sus
labios.
– Déjame en paz, ¿quieres? ¡Deja de tratarme como si fuera un niño inepto que no
sabe hacer absolutamente nada! – vociferé irritado. – ¡¿Qué es lo que mierda te
pasa, ah?! ¡Estás actuando como un maldito maniático! – dije embriagado en la
rabia que sentía. Pero él hizo un gesto de lado y no me dio tiempo a pensar; tomó
el brazo que se encontraba haciendo una leve presión en su garganta, y no sé
cómo, pero cuando me di cuenta, me tenía con su pecho apegado a mi espalda y
sus manos inmovilizándome por completo. Jadeé desconcertadamente.
Apegó su nariz a mi pelo y comenzó a inhalar mi aroma. ¿Q-qué rayos estaba
haciendo?
– Mmm… estuviste follando, ¿verdad? – cuestionó al descender hasta mi oreja.
– ¿Q-qué haces? – tartamudeé.
– ¿Tienes una idea de cuánto tiempo ha pasado desde que no tengo sexo? –
preguntó en un tono meloso, restregando su nariz en mi pelo en un movimiento de
arriba hacia abajo. – ¿Ah? ¿Sabes?
Tragué saliva. Mierda, ¿qué es lo que haría ahora? ¿Por qué me trataba de esta
forma? ¿Por qué actúa así? ¿En qué momento empezó a tocarme más allá de lo
que realmente puede y debe tocar a su hermano? Y lo más importante de todo…
¿p-por qué está gustándome? Oh vamos, Bill, el maldito infeliz está drogado, es
por eso que tiene este comportamiento tan impropio de él. ¿Por qué más va a ser?
– ¿Nene? – esa voz… me sacó de mi debate interno.
– ¿Mm? – fue mi respuesta a su llamado. Demonios. ¡Tenía los ojos cerrados!
– ¿Sabes cuánto? – insistió, pero esta vez tocó el lóbulo de mi oreja con su lengua,
consiguiendo que un jodido escalofrío recorriera cada centímetro de mi cuerpo.
– D-dime…
– Más de dos meses. – y dio un sucio lametón en mi mejilla.
¡VALE! Que si yo fuera él, ya me hubiese suicidado. ¿Cómo que más de dos
meses sin ligar? ¡¿Cómo?! Sin dudas envidio su valor de seguir en pie, yo no
podría haberlo soportado… no. Definitivamente hubiese enloquecido.
Estaba a punto de decirle algo, de… ¡no lo sé! Algo quería salir de mi boca, pero
no pudo. ¿Por qué? Porque alguien nos interrumpió.
– Aquí estáis, tíos. ¿Tenéis una idea de cuánto tiempo llevo buscándolos? –
preguntó Georg, pero de pronto… silencio. Un silencio fúnebre se apoderó del
lugar. – ¿Qué hacéis así tan… juntos?
Ala, aaaaaaaaala… ¿y ahora en qué agujero me metía? Tenía razón, estábamos
completamente ‘pegados’ ¡y el inepto de mi hermano, no movía un solo músculo!
Debía decir algo en vez de quedármele viendo como un completo idiota, ¿cierto?
– Lo que pasa es que Tom- – adivinad qué, ¡volvieron a interrumpirme!
– No te importa. – contestó cortante mi gemelo comenzando a caminar hacia la
calle y yo… yo no supe qué hacer. Georg alzó ambas cejas y se limitó a tocar el
tema otra vez.
Seguimos su paso.
– Pensé que te habían alcanzado los tipos esos que nos perseguían hoy. –
comenté para ambientar un poco el aire, ya que ninguno pronunciaba palabra.
– No, Bill. Por poco me atrapan, es cierto, pero por suerte pude escapar a tiempo.
– respondió sin abandonar su andar, y pude ver claramente un tajo en su mano
derecha. Coño, que se veía jodidamente profundo.
– ¿Qué le sucedió a tu mano?
– ¿Esto? – respondió con otra pregunta dejándome ver más de cerca la herida.
– Sí, ¿qué ocurrió? – insistí tomándole la mano para mirarle mejor. Realmente era
una cortada profunda, tanto, que pude divisar algo blanco en su interior; creo que
era el hueso. Pero… ¡PAF! Mi hermano, de un zarpazo, me la quitó de encima.
¿Qué carajo?
– ¡Hey! ¡¿Qué demonios te pasa, imbécil?! – me quejé sobándome mi propia
mano. El mal nacido golpeó fuerte. Vi esa expresión lastimera en la cara del pobre
Geo, quien se tomaba la suya también, ya que le había dado justo en donde yo
estaba explorando.
– No lo toques, podría tener SIDA. – perplejo y shockeado. Así es como me quedé.
¿Qué me acababa de decir? ¡¿QUE GEORG TIENE SIDA?!
– ¿Q-qué? – pregunté sin caer aún. – Georg tú… ¿tú tienes eso? – cuestioné
mirándole incrédulo, con una expresión de poker face alarmante.
Frunció el entrecejo y negó repetitivamente con la cabeza.
– No, eso siempre lo dice tu hermano para joderme la paciencia, es todo. –
contestó calmado. Yo de haber estado en su lugar y sabiendo que Tom me hacía
todo eso siempre, sin dudarlo un minuto, me le tiraba encima y comenzaba a darle
de hostias al grandísimo infeliz. Increíble la paciencia del chaval este. – Quédate
tranquilo, Bill – continuó. – de ser así, créeme que ya me hubiera suicidado. –
enmudecí. Que tranquilo me dejaba, coño.
Reí con esfuerzo, ya que ese comentario lo tomó como una broma, pero a mi no
me causaba absolutamente nada. Decir eso no era juego, no se debía jugar con
esa clase de cosas, pero bueno, al parecer ellos ya estaban acostumbrados a
hacerlo.
Transcurridos unos… 40 a 45 minutos, finalmente logramos llegar a nuestra casa.
Está claro que en el camino nos despedimos de Georg, él tenía la suya propia, no
vive con nosotros. Vaya si seré idiota, las cosas que aclaro. En fin. Mi gemelo y
yo, ingresamos, aunque yo lo hice un poco más apresurado, pasándole sin
siquiera mirarle de reojo. Me dirigí directo a mi cuarto, sin embargo como era de esperármelo, comenzó a hablar.
– Hey, ¿qué pasa?
– Déjame, no me toques. – respondí cortante, apartando su mano de mi hombro.
¿Cuál era mi motivo de cabreo? Pues el enterarme que mi hermano me había
mentido y hecho quedar como un estúpido al descubrir la verdad de tan cruda
forma. Estaba completamente loco si creía que arreglaría todo con unas simples
palabras o haciéndose el idiota como si no supiera qué es lo que estaba
ocurriéndome. Me mintió, se drogó y… actuó de esa forma tan extraña… era
suficiente para mi.
– ¿Qué es? ¿Por lo de hoy? – interrogó y yo le miré entornando los ojos para luego
comenzar a caminar hacia mi habitación. Cuando estuve a punto de darle vuelta a
la perilla para entrar, me vi obligado a no hacerlo debido a un jalón en mi delgado
brazo. ¡Vale! Hoy definitivamente, perdería una extremidad si me lo seguían
jalando de esa forma.
– ¿Qué mierda haces? – pregunté mosqueado. Ya estaba hasta la coronilla de sus
estupideces.
– ¿Adónde vas? – cuestionó intentando atrapar mi mirada, pero no lo dejé.
– A ver si está el Coco en el armario. – respondí irónico, a lo que él frunció el ceño.
– A mi cuarto, idiota, ¿adónde más?
– Sigues cabreado, ¿verdad? – preguntó relamiéndose los labios. Pero qué tío
más pesado, por Dios. ¿Todo debía preguntar? ¿Desde cuándo debía informarle
acerca de mis cosas a él?
– ¡Por supuesto que estoy cabreado, grandísimo imbécil! ¡¿Piensas que me gustó
lo que me hiciste esta tarde?! ¡Pues fíjate que no! – claro que me había gustado,
pero él no tenía que saberlo; esa es la puta verdad.
– Oh vamos… si hasta jadeabas de puro gusto. – remató y yo amagué a decir
algo, pero… ¿qué es lo que podía decir? El desgraciado tenía razón.
Cerré la boca y le di la espalda. Entré a mi cuarto y cerré la puerta con todas mis
fuerzas haciendo que el sonido, retumbase en toda la casa. Me despojé de mis
ropas quedando tan solo en boxers, y me tiré boca arriba en la cama. ¿Y ahora?
¿Qué coño hacía? Muy fácil; hice lo único que podía hacer, lo único que fui capaz:
Ponerme a pensar.
Coloqué ambas manos detrás de mi cabeza y suspiré largamente. Mierda.
Continúa…
Gracias por la visita.