P. Obsesión 8

Fic Toll de Leonela (Temporada I)

Capítulo 8

– Dios, ayúdame… – supliqué sintiendo las lágrimas correr con desesperación por mis mejillas.

El coche comenzó a moverse, quién sabe en qué dirección y me tomé la cabeza

con ambas manos cerrando los ojos con fuerza. Sí, estaba cagado de miedo. Lo

acepto. Si Tom fue capaz de matar a sangre fría a la pobre de Jenell, ni quería

imaginar qué es lo que me haría a mí. Juro que no reconocía a mi propio hermano;

él… él realmente estaba loco. – Tom… ¿quién eres?

&

Un par de vueltas por Dios sabrá qué lugares, y al fin detuvo el auto. Oí la puerta

del mismo cerrarse luego de que se movió un poco; claro estaba que se había

bajado, entonces otra vez el puto sentimiento del miedo, se deslizó de mis pies a

mi estómago. Así, en un abrir y cerrar de ojos, ya había recorrido la mitad de mi

cuerpo. Cuando menos me lo esperé, abrió la puerta del baúl y la puta luz, dio en

mis ojos, encandilándome totalmente. Me tomó por lo brazos obligándome a salir

de allí adentro entre tropezones, ya que el vehículo tenía su cierta altura y no me

quedaba más que separar mis piernas y así colocar una fuera y la otra dentro para

impulsarme de una mejor forma. Cuando me hube encontrado del todo fuera, con

ambos pies apoyados en el piso, tiró más de mí colocando mis brazos detrás de

mi espalda como si se tratara de un preso al cual acababan de trasladar de cárcel.

Cómo desearía ser un preso en este mismo momento… apuesto a que ni ellos la

pasan tan mal.

– Tom… no me hagas daño, te lo suplico… – rogué consumido por el terror que se

desarrollaba a través de mi sistema.

– Cállate. – fue todo lo que dijo; tiró el cigarro que tenía en la boca luego de

haberme soltado con una de sus manos, e ingresamos a la casa. Qué cara tenía,

encima que iba a hacerme quién sabe qué cosas, el muy infeliz, se daba el lujo de

fumar frente a mis narices. Me llevó directo a su cuarto y, tras oír el sonido de la

puerta cerrarse tras de sí, supe que estaba en manos del peor psicópata que

jamás hubiera podido imaginar. Me lanzó sobre la cama como si hubiese tirado un

jodido costal de papas, haciendo que al chocar contra el colchón, me mordiera la

lengua involuntariamente.

Joder, hasta esa suerte tenía.

Cuando apoyé mis manos sobre la cama, me giré y clisé mis ojos en los suyos.

Palidecí al ver lo que estaba haciendo, o bueno… lo que estaba a punto de hacer.

– T-Tom… ¿q-qué harás? – pregunté tartamudeando al ver cómo se desabrochaba

el cinturón mientras sonreía de lado. No… Jesús, por favor, no…

– ¿Qué crees que haré, Nene? – cuestionó relamiéndose los labios. Se quitó la

sudadera y bajó sus pantalones. – Te haré entender que tú solo eres mío. –

finalizó quedando solo en boxers y yo no supe qué hacer. Comencé a

desesperarme de sobremanera, la adrenalina empezó a infiltrarse en cada mililitro

de mi sangre, hasta que me salió por los poros al transformarse en sudor.

Clavé mis pies en la cama en el intento de huir, quería ponerme de pie y así lo hice; me abalancé sobre la ventana de la habitación, (que por cierto estaba

cerrada), y noté que mi gemelo rebotó en el colchón al no poder alcanzarme, pero

se enderezó de inmediato agarrándome nuevamente por las rastas y me estampó

contra la pared. Se inclinó un poco y del cajón de la mesa de luz, sacó una soga

blanca. ¿Qué diablos hacía una soga en ese cajón? No lo sé, solo mi hermano

tiene la respuesta, todo eso y lo que os parezca en cierta forma, extraño, tiene que

ver con su locura.

Me aterré de solo presentárseme la puta idea de lo que pretendía hacer, no podía

ser cierto, no podía ser que él pensase atarme. No…

– ¿Q-qué harás? – pregunté sabiendo de sobra cuál era su propósito. – No… no

me digas que… ¡No! ¡Tom, por favor, no! – grité zamarreándome todo lo que fui

capaz, sin poder escabullirme de entre sus brazos cuando me (literalmente)

arrancó la playera y chaqueta de un solo movimiento, y elevó mis manos contra la

pared, comenzando a maniatarme con aquella soga, rodeando mis muñecas y

sujetándolas al fierro de la ventana; me era imposible escapar, el maldito me tenía

realmente con muchísima fuerza.

– Si no te quedas quieto, Nene, no me queda de otra que maniatarte así haré lo

que debo, tranquilo, sin apuro porque no podrás moverte. – contestó apegando su

pecho desnudo a mi espalda que se encontraba en las mismas condiciones,

mientras me susurraba aquellas palabras al oído en ese tono de maniático

desquiciado.

– Tom, por favor… snif… no lo hagas… – sollocé cuando se hubo alejado de mi

luego de amarrarme bien al lugar donde me encontraba. – Tom… snif… Tom… –

repetí su nombre entre hipidos del mismo llanto, ese puto llanto que no estaría en

mis ojos de no haberme mandado la chorrada de haber ido con Jenell; tal vez si

no lo hubiera hecho, ella… ella estaría aquí, con vida, habría tenido ese bebé.

¿Por qué siempre debo arruinarlo todo? ¿Por qué cuando pienso que todo lo que

estoy haciendo es para un bien, para hacer el bien no solo para mí, sino para las

demás personas, todo tiene que salirme mal e irse a la mierda arrastrando a seres

inocentes consigo? ¿Por qué ninguno de mis actos son buenos? ¿Por qué dejé

que todo esto comenzase? ¿Por qué Tom se comportaba de esta forma? ¿Por

qué? ¡¿Por qué?! ¡¿POR QUÉ?!

Mi gemelo tiene razón, yo tengo la culpa de todo, de que Jenell esté muerta, de

que ese bebé no haya conocido la luz, de su locura; yo… solo yo soy el culpable

de todo. Tal y como lo dijo él, yo siempre fui el que le insistió para que

siguiéramos, para que no nos detuviéramos nunca, para que lo hiciéramos

continuamente sin parar, sin piedad. Yo dejé que hiciese de mi lo que mejor le pareció, hizo conmigo lo que se le vino a la mente, cualquier guarrada que se le

ocurría ordenarme para que haga, yo… obedecía. Soy un idiota, un inhumano, un

incestuoso, un maldito gilipollas, un alien, un ser despreciable, no merezco que me

ayuden, no merezco que me quieran… no merezco absolutamente nada.

– ¡AHHH! – grité a todo lo que dieron mis pulmones cuando sentí algo fino que

atizó contra mi espalda expuesta, logrando que al cabo de una milésima de

segundo, comenzara a arder como la puta madre.

El maldito me estaba azotando con su cinturón.

– ¡¿Ves lo que me obligas a hacer, perra?! ¡¿Te das cuenta a lo que me haces

llegar por las mierdas que haces?! – preguntó volviendo a golpearme con aquel

cinto de cuero, consiguiendo que me arqueara de dolor.

– ¡Basta! ¡Tom, ya…! ¡AAHHH! – volví a gritar cuando me lo hizo de nuevo.

– ¡Tienes que aprender, Nene! – dio otro latigazo. – ¡De una forma u otra grabarás

en tu cabeza vacía que me perteneces! – y otro… – ¡Que solo yo puedo tocarte! –

y otro… – ¿Comprendes? – dio otro golpe y me tomó por el cuello de la nuca

impidiéndome que siguiera arqueándome en el intento de prevenir sus azotes.

– ¡Detente! – grité rompiendo en llanto una vez más, al mismo tiempo en que

apretaba los dientes con suma fuerza para no seguir gimiendo debido al dolor que

aquellos topetazos tan bestiales, me provocaban. – Dios… ya no más…te lo

suplico… – susurré con la respiración peligrosamente acelerada dejando mi cuerpo

flácido e inerte que colgase del amarre que mantenían mis manos con la soga.

Por fin soltó mi cabeza e inevitablemente, ésta, cayó hacia atrás. Estaba al borde

del colapso, en cualquier momento me desmayaría tras tanto dolor; de seguro

tendría numerosas marcas rojas en la espalda, moretones, sangre, no lo sé, pero

sabía que algo no estaba bien allí atrás, dolía…dolía demasiado.

Mientras me encontraba tendiendo de mis propias muñecas, con las piernas

flexionadas haciendo absolutamente nada para ponerme en pie, él empezó a

desatarme y caí rendido entre sus brazos.

– ¿Crees que has aprendido la lección, Nene? – cuestionó aún de pie conmigo en

brazos, mis piernas en el suelo y él sosteniéndome por la espalda, enredando sus

brazos con los míos para que no cayese.

– S… si… he aprendido la lección… – contesté casi inaudible manteniendo aún mis

párpados cerrados y respirando cada vez con más calma.

– Pues yo creo que no. – dijo consiguiendo que abriera los ojos al instante encontrándome con los suyos y su diabólica sonrisa.

Sin esperármelo, me tiró en el colchón con brusquedad.

– ¡No, Tom! ¡No lo hagas, no lo hagas! – grité desesperado cuando me dio la

vuelta, dejándome boca abajo mientras presionaba mi cabeza contra la cama y me

bajaba los pantalones rompiendo el botón. Maldije para mi mismo por no haberme

puesto un cinto, de haber sido así, tal vez no me habría desnudado con tanta

facilidad.

– Así me gusta que no uses ropa interior, tal y como te lo he ordenado. – añadió

sobándome el culo descaradamente.

– ¡BASTA! ¡Detente, por favor! ¡No hagas esto! – imploré sintiendo cómo se me

saltaban las lágrimas por enésima vez tras el cague que sentía. – ¡Te lo suplico!

¡Ya aprendí, Tom! ¡Ya he aprendido! – grité y os puedo jurar que se me desgarró

la garganta de lo fuerte que lo hice.

– Tranquilo, Nene… ¿querías ser mi droga? ¿Querías convertirte en mi adicción? –

cuestionó cuando sacó su polla de su bóxer y la presionó en mi entrada. – ¡Pues lo

has conseguido! ¡Lo eres, Bill! ¡Lo eres! ¡Soy un maldito adicto a tu cuerpo! –

vociferó enterrándome su masculinidad hasta el fondo de una sola estocada,

desgarrándome internamente, partiéndome en dos.

– ¡¡¡NO!!! – gemí del puto dolor que sentía, empapando las sábanas en ese líquido

salado que despedían mis ojos. – ¡Haa! ¡Para! ¡Detente, Tom! ¡Haa!

– ¡Mierda! A pesar de las miles de veces que te he follado, sigues siendo estrecho,

maldito… Oh sí… – jadeó embistiendo más fuerte.

– ¡Tom, lubrícame aunque sea! ¡Oh Dios, no…!

– Mmmm… me encanta, ¡me encanta follarte, Bill! ¡Me encanta! – voceó entre

jadeos y tiró de mis caderas hacia arriba una vez que soltó mi cabeza para

penetrarme más; yo me aferré fuertemente a la almohada, escondiendo mi rostro

en ella mientras sollozaba sin parar. – Eres mío, mío… ¿comprendes eso? ¡MÍO,

BILL! ¡Me perteneces! – me gritó enterrándose en mi carne caliente. Intenté bajar

mi pelvis hasta poder tocar la cama, pretendiendo alejarme por lo menos un poco

de su cuerpo, pero fue inútil. Cada cosa que trataba hacer, él la evitaba, apretando

sus enormes y fuertes manos en mi cintura, cadera, ¡o lo que mierda tenía

enfrente! Devolviéndome adonde él me había puesto anteriormente. Estaba…

estaba estropeándome sin vuelta atrás.

De pronto, estalló en mi interior, llenándome hasta que sentí su semen

desbordarse por lo costados. Posó su mano allí, y para mi sorpresa, lo refregó en

mis nalgas, esparciéndolo completamente; una guarrada imposible de creer.

– ¿Ves? Te he marcado. Eres mío, de mi propiedad. Ya nadie volverá a tocarte. –

agregó respirando con dificultad, aprehendiéndose a mi espalda.

Se desplomó sobre mi cuerpo y rodó a mi lado. Yo me quedé quieto mirando hacia

la ventana cerrada, sin poder dejar de llorar. Estaba roto, todo roto; mi cuerpo, mi

corazón, mi alma, ¡TODO! ¡Me azotó la espalda sin piedad! ¡Me rompió el culo y al

mismo tiempo, el corazón! Jamás pensé que él fuera capaz de hacer algo como lo

que acababa de hacer. Me violó… me golpeó y violó sin compasión alguna,

escuchando cómo gritaba de dolor, suplicándole que se detuviera, cosa que él no

hizo caso.

Su mano se deslizó hasta mi hombro y me giró de un solo movimiento,

haciéndome quedar frente a él. Mi mentón tembló continuando con el llanto

silencioso que mantenía, al igual que todo mi cuerpo. Mirarle a los ojos, ya no

sería nada fácil. Ya no sería lo mismo. Era lo peor que podía hacer en esos

momentos.

Colocó su mano izquierda en mi pelo y comenzó a deslizarla hasta mi mejilla,

acariciándome… ¿Por qué me acaricias? ¿Por qué me haces esto ahora si ya me

has destruido interiormente? ¿Por qué me miras? ¿No te ha bastado con lo que

me has hecho? ¿Necesitas continuar rompiéndome? ¿Pero qué es lo que quieres

romper si no has dejado ni una sola pieza de mí, completa? Ya nada puede

reconstruirse, todo está destrozado; ya no hay forma de unir las partes separadas,

ya no hay forma de restaurar el daño que me has hecho. No… ya no puedes…

Ahora es tarde. Pensé sin parar de sollozar. Te odio, te odio más que a nadie en el

mundo; te odio porque eres una maldita basura… ¡Te odio, Thomas! ¡Muérete!

¡Mereces que te entierren vivo! ¡Que te metan al mar atado a una gran roca hasta

que toques fondo y no puedas alcanzar la superficie! ¡¿Qué digo ‘mereces’?! ¡Tú

no mereces nada! ¡No mereces siquiera que te maten! No… no lo mereces…

debes sufrir y así pagar por todos los daños que has cometido.

Me acerqué a su rostro y… comencé a besarle, con mi mentón tiritando y no de

frío. Él me tomó de la nuca y profundizó el beso.

Te odio, Tom. Eres lo peor que me pasó en la vida.

Deslizó su lengua a mi boca hasta encontrar la mía y las amarró para que no me

pudiese alejar. Abrió sus labios todo lo que fue capaz y comenzó a ladear la

cabeza de arriba hacia abajo, ensalivando los míos totalmente y parte del

comienzo de mi nariz. Un sollozo se escapó de mi garganta, pero no le importó y continuó con lo que había empezado.

Al cabo de unos minutos, me aparté unos centímetros y su mano viajó otra vez a

mi mejilla; la tomé con una de las mías y cerré mis ojos torciendo un poco mi

cabeza para poder besarla. Sí, besé su mano como si fuera la última vez que

tendría su contacto sobre mi piel, la última vez que me haría daño, la última vez

que sufriría por su culpa… la última vez…

– Te amo, Tom. Te amo tanto… – susurré y comencé a llorar de nuevo, ahora

desconsoladamente, convulsionando mis hombros sin dejar de besar su piel; me

acurruqué en su pecho como si estuviese buscando protección, esa protección

que solo él podía darme, protección de él mismo, del Tom Kaulitz al que yo le

temía, pero al mismo que amaba. Sí, porque mi odio era tan grande, que había

llegado a amarle. Él no merece que le quieran y mucho menos que le amen de la

forma en que yo lo hago, pero solo existe una única persona capaz de brindarle

ese incondicional amor, esa compañía que jamás le dejaría por nada del mundo;

ni aunque le hiciera miles de cosas, le torturase, le golpease o maltratase como lo

ha hecho hace unos minutos. Solo un ser completamente imbécil e idiota se

dejaría hacer todo eso, y lleva un nombre, ¿sabéis? Aunque no lo creáis, lleva un

nombre: Bill Kaulitz.

Único idiota. Único enfermo. Único imbécil. Único parásito. Único… único

enamorado de su propio hermano gemelo.

De pronto, mi cabeza fue subiendo con lentitud, siendo tirada de mi barbilla, y de

un momento a otro, me vi enfrentado a un par de ojos castaños. Otra vez nuestros

ojos se encontraban…

– Lamento no sentir lo mismo. – contestó con una frialdad inhumana finalmente,

sacándome de mis pensamientos.

Definitivamente, él, deseaba acabar con cada una de las partes de mi cuerpo, por

eso es que terminó de destrozarme al fin. Se paró de la cama y se colocó tan solo

la ropa interior, para luego salir del cuarto.

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=wTS1G9HShxM&feature=related ]

Con la mirada perdida, hundida en aquellas palabras que acababa de oír salir de

los labios de mi gemelo, flotando en mi cabeza como un montón de hojas secas

en otoño tras ser revueltas por la brisa de la estación, me coloqué bajo las mantas,

tapando toda mi desnudez; con cuidado, despacio y sin apuro. Las heridas

comenzaban a doler terriblemente y… sabía que eso tan solo era el principio de

un interminable sufrimiento. Cuando estaba moviéndome levemente en el intento

de acomodarme de alguna forma, un punzante dolor se instaló en mi intimidad.

Aquella zona que mi hermano hacía minutos había profanado indebidamente,

contra mi completa voluntad, haciendo añicos cada milímetro de mi alma al no

darle importancia a mis súplicas, estaba doliendo atrozmente. Llevé una de mis

manos a ese lugar y lo palpé un poco; quedé estático al sentir que por entre mis

delgados dedos, algo proveniente de allí, empezaba a escurrirse. Devolví mi mano

con lentitud a su lugar de origen, frente a mis ojos para averiguar de qué trataba

eso que había tocado, y creo que palidecí tan solo ver la punta de mis dedos. En

un acto de desesperación, tiré de las sábanas hacia atrás, haciendo que llegasen

hasta mis pies; fue entonces, cuando un escalofrío recorrió desde la punta de mi

cabeza, hasta la última uña de mi pie derecho.

Sangre. Sangre… muchísima sangre… estaba sangrando como si me hubieran

roto. ¿Por qué digo como si me hubieran roto? ¡Me habían roto! ¡Me habían

destrozado! Pero esto… esto no estaba nada bien…Sangraba a mogollón; era

imposible, no podía ser cierto, no… no… Eso significaba que me encontraba

internamente desgarrado. Estaba desangrándome y no lo había notado.

Debí haber cerrado la boca, ya que en cuanto esas palabras se interpusieron en

mi mente, comencé a sentir mareos desmedidos, y la habitación empezó a

oscurecerse a cada parpadeo que daba al mismo tiempo en que también la veía

girar. Me puse en pie como pude, sintiendo mi ritmo cardíaco latir tan lentamente

como los pasos que estaba dando en esos momentos. Llegué a la puerta y no

supe cuál abrir. Eran dos. Eran… eran… ¿dos? ¿Desde cuándo la alcoba de mi

gemelo posee dos puertas idénticas? Manoteé el picaporte de una dejando caer

todo el peso de mi figura sobre ella, pero mi mano resbaló como si se hubiera

tratado de un fantasma; allí fue cuando caí en la cuenta de que la verdadera

puerta era la que se encontraba a su lado. Claro, estaba desvariando debido a la

cantidad de sangre que había abandonado mi cuerpo; los mareos no ayudaban en

nada y mi estómago de revolvió de un momento a otro. Volví a intentar, ahora con

un mejor resultado. Pude sujetarla y abrir finalmente. Un ligero estremecimiento

recorrió mi ser logrando que temblase enterito, cuando la mínima ventisca que se

produjo al yo haber realizado aquella acción, pegó en mi cuerpo desnudo.

Comencé a caminar, topándome con todo, absolutamente todo lo que se

interponía en mi camino, yo me lo llevaba puesto. Ya… ya no aguantaba más. Una

borrosa figura se acercó a mí, pensé que era otro mueble con el que esta vez, sí

tropezaría y caería al suelo bajándome una buena cantidad de dientes, sin

embargo no.

– ¿Bill? – preguntaron. ¿Acaso los muebles de mi casa hablaban y yo jamás me di cuenta? – ¿Nene? ¿Qué te pasa? – ohh no… ya entiendo, era mi gemelo, claro. –

¡Bill!

Le oí gritar desesperado y la luz se apagó.

&

[ Play: http://www.youtube.com/watch?v=b0FmDWAUdoE&feature=related ]

Cuatro meses después de aquella violación que por poco y me cuesta la vida, yo

aún continuaba esperanzado de que en algún momento él, se daría cuenta que

realmente me ama, que todo lo que hace cada día, es un error; yo sé que me ama,

yo… yo deseaba con todas las fuerzas de mi corazón, que me amara. ¿Cómo es

que luego de todo lo que me hizo y hace día a día, le sigo amando? No lo sé. ¿No

os he dicho ya varias veces que no todo en la vida tiene explicaciones? De

hecho… la mismísima vida tampoco las tiene. Bien, este era uno de sus casos.

Ese caso en el que el alma de una persona le pertenece a la que menos le

merece; donde todo de ese ser, pertenece a una vida que no sabe hacer más que

lastimar y romper todo pedacito que le ha entregado. Se encarga de romperlo,

hacerlo añicos; quema cada sentimiento que le entregas como un papel envuelto

en llamas y tira sus cenizas al río, para que se hundan en lo más profundo, para

que ya no vuelvan a ver la luz del Sol, del día. Para que ni siquiera pueda apreciar

la luz de la Luna en la noche, cuando esta se asoma mostrándose grande y

resplandeciente cuan un cristal a la hora de ser vendido. Claro, prefiere hundir las

cenizas en vez de dejarlas flotar libre en el aire, siendo llevadas involuntariamente

a cualquier lugar, a través del viento, de las ligeras correntadas de aire que a cada

segundo le darían una pizca de vida y así finalmente podrían descansar en paz en

medio de un tranquilo y solitario vacío plagado por la tranquilidad, donde ya nadie

podría hacerle daño alguno, donde no se vería en la necesidad de esconderse tan

solo porque otro le asecha. No. Si volara en el aire, tendría la libertad que tanto

anhela, a diferencia del mar, agua, río… que como ya dije, se hundiría y mataría

cualquier clase de recuerdo vivido, cualquier letra de aquello que alguna vez tuvo

forma de una hoja, fue un pequeño o gran papel con letras, con palabras, formó

oraciones, y ahora ya nada de eso quedaba en pie, ¿verdad? Ahora tan solo

simulaba ocupar un lugar en la Tierra, aunque sea en polvo. Bien, eso… eso era

exactamente lo que me sucedía a mí con Tom. Yo era ese papel, o no. Yo no era

el papel; ese papel representaba mis sentimientos, mi alma y corazón, a los cuales

él, siempre quemaba y parecía no cansarse de hacerlo, porque cada día repetía

aquella acción. ¿Y qué hacía con mis cenizas? ¿Qué es lo único que mi hermano

era capaz de hacer con aquellas cenizas que tomaban el lugar de mi amor, de todo mi dolor, de mi afecto, cariño y cualquier mierda que tan solo le pertenecía a

él? ¿Ah? ¿Qué hacía? ¿Qué es lo que hace? Exactamente, las tira al mar. Pero

eso no es todo. Oh no… no lo es. Thomas coloca esas cenizas dentro de una caja

irrompible, sí, de un material imposible de abrir, de penetrar; con candados y

cadenas de las cuales solo él tiene su respectiva llave. ¿Para qué metía mis

cenizas en una caja tan sumamente protegida y la arrojaba al mar? ¿Cuál era su

propósito? ¿Qué es lo que ganaba? Pues, que al ser irrompible, nadie podía

romperla, (por obviedad) ni el mismísimo líquido que expulsa el mar, puede

penetrar en ella, por lo que mis sentimientos, mi corazón y alma, permanecían allí

dentro por un tiempo indeterminado. Hundidos en las profundidades sin opción a

que alguien los rescatase, solo Tom podía sacarlos y volverlos a colocar allí, ¿por

qué? Porque tiene la llave, por supuesto. Y de esa forma puede usarlos y

romperlos las veces que quiere, los días que quiere y a la hora que él desea. Día,

tarde o noche. O tal vez todos al mismo tiempo. No lo sé, yo solo dejo que haga lo

que mejor le complace. ¿De qué me sirve luchar, si él es el único que tiene acceso

a aquello que yo necesito? Sería como si un indefenso ratoncillo, peleara contra

un enorme y fuerte león. Imposible que gane. Imposible que le venza. Imposible

que le escuche. Imposible que le… ame. Tom lo rompe todo, acaba con todo. Con

mi amor, con mi felicidad, con mis sentimientos, mi alma, mi cuerpo, mi ser… todo,

absolutamente todo. Pero ¿queréis saber algo? Él piensa que mi amor se acaba,

sin embargo no es así, porque éste sigue allí, de pie, firme y completo, lleno de

vida, una vida oscura e imposible de ver, pero sigue ahí, jamás se aleja de él,

jamás cae derrotado, jamás le abandona. No. Nunca jamás.

Arqueé mi espalda echando la cabeza hacia atrás cuando me penetró con fuerza,

logrando disuadirme de mis pensamientos. De aquella filosofía tan extensa que

tenía como núcleo y tema principal una sola persona: Mi gemelo.

– Oh, Tom… – jadeé casi sin aliento de lo abruptas que eran sus embestidas.

Clavé mis uñas en su pecho abriendo mis ojos desmesuradamente ante el dolor

que me provocó aquel movimiento y le vi a él con los suyos cerrados mientras se

mordía el labio inferior, disfrutando de lo que estaba haciéndome. Tragué saliva

con dificultad y mi respiración comenzó a entrecortarse más de la cuenta. El

espaldar de la cama dio un fuerte golpe contra la pared y crujió al recibir la última

estocada, que por cierto, dio en mi cuerpo, esa con la cual alcanzó el clímax,

inundando mi agujero.

– ¡Haaa! – gimió alto y se dejó caer sobre mi para luego rodar a mi lado y quedar

de cara al techo, aún con sus ojos abiertos y respirando con irregularidad.

Me coloqué boca abajo con mi cabeza hacia la ventana, dándole la nuca a él, por supuesto, y cerré mis párpados conteniendo el llanto que amenazaba con darse a

conocer, pero no le dejaría conocer la luz. No. Ni hoy ni mañana, ni siquiera

pasado mañana. No otra vez, debía dejar de llorar, ¿qué clase de Bill Kaulitz, es el

que llora?

Una de sus manos empezó a pasearse por mi cintura. No… por favor, ya basta…

Cuando menos me lo esperé, sus labios se situaron sobre la piel de mi cuello,

comenzando a dejar húmedos besos mientras descendía sin dejar de ejercer

aquella acción por mi espalda. Pasó su lengua por mis omóplatos y continuó

esparciendo dulces besos, ahora bajando mas hasta mi cintura, abriendo sus

labios al máximo, acaparando todo lo que podía de mi piel, rozándome con sus

dientes.

Suspiré sonoramente y no me podía creer lo que mi hermano estaba haciendo.

¿En qué momento me lo habían cambiado y yo no lo noté? ¿Cuándo, Tom,

empezó a ser tan dulce? ¿Desde cuándo me trataba de esa forma? ¿Por qué?

– Ummm… Tom… – jadeé rompiendo el silencio, pero sin mover un solo músculo;

no quería que se alejara, hacía tantos meses que no actuaba de esta forma, que

no se mostraba así, que deseaba detener el tiempo.

– ¿Te gusta esto? – cuestionó entre besos sin dejar de marcar mi piel con ellos.

Suaves, sensibles, dulces…

Tenía miedo de contestar. Tal vez si le decía que sí, dejaría de hacerlo, era muy

extraño su comportamiento, jamás hace algo que a mi me haga sentir bien;

siempre era todo lo contrario.

– ¿Nene? – insistió abriendo aún más sus labios si podía para atrapar mi piel, lo

que me hizo estremecer hasta el último pelo. De seguro se me había puesto la piel

de pollo, sin dudas.

– Sí, Tom… me gusta… – respondí en un susurro moviendo mis caderas

lascivamente para reacomodarme en mi posición.

– Te encanta, ¿cierto? Te encanta sentir mis labios sobre tu piel.

– Mmm, sí…

– Eres tan… suave. Jamás he tocado un bebé, pero supongo, tu piel debe ser igual

a la de uno. Tan delicado, tan mono… Me gustas, Nene. Me gustas mucho. –

susurró casi dejando su aliento en mi oído cuando hubo ascendido hasta mi cuello

otra vez para decirme esas palabras. No podía ser, algo… algo andaba mal. ¿Por

qué hacía esto? ¿No se daba cuenta que la esperanza se presentaba en mi ser?

¿Tanto disfrutaba hacerme daño? ¿Cuántas veces más debería soportar todo

esto? ¿Por qué me ocurre a mí?

De pronto sentí una opresión en mi pecho e inconcientemente, me trasladé en el

tiempo.

Mierda no… no podía ser que…

– ¡¿Eso es todo lo que querías?! ¡¿Tan solo querías follarme?! – gritó furiosa. Yo

terminé de colocarme mi playera y me paré con ambas manos en la cadera,

sonriéndole de lado.

– Primero: No grites que no estoy sordo, ¿vale? – comencé a enumerar

irónicamente. – y segundo, ¿creíste que quería algo más de ti? ¡Pensé que al

menos tendrías un poco de inteligencia, coño! – dije riéndome en su cara. Ella

bajó su cabeza. – Oh… lo… lo siento… ¿he herido tus sentimientos? ¿Te has

enamorado de mi? – cuestioné sentándome en el borde de la cama tomándole por

la barbilla para levantar su cabeza y encontrar nuestras miradas. – Créeme que mi

intención jamás es enamorar a las tías como tú, pero… siempre caen. – finalicé

acariciando su mejilla, mientras sonreía maliciosamente.

Todo vuelve. Eso es. Todo lo que hacemos, tarde o temprano vuelve a por

nosotros, ¿cierto? No hagas con otras personas, lo que no quieres que hagan

contigo.

¿Cómo… cómo pude ser tan idiota?

&

Luego de hacerlo otras dos veces y permanecer en silencio tendidos en la cama,

nos pusimos de pie y comenzamos a vestirnos. ¿Qué? ¡Pues claro! Todo ese

dulce Tom lo había dejado al descubierto una vez más, para hacer lo mismo que

hace tiempo; ¿lo recordáis? En el auto, que primero se me puso enfrente y luego

comenzó a besarme cuando me colocó sobre el capó. Haced memoria, por favor.

Bien. Eso es lo que había hecho hace unas horas; me acarició y besó tiernamente

para tenerme más sumiso entre sus brazos y así poder follarme a su antojo.

¿Cómo adivinasteis? Por supuesto que es una basura.

– ¿Por qué lo haces? ¿Por qué me engañas de esta forma? No comprendo. – dije

poniéndome mi playera. Era la única muda que me quedaba por poner.

Fijó sus ojos en mí.

– ¿Alguna vez te he dejado alguna duda con respecto a que todo esto es tan solo un divertido juego para mi? – cuestionó entrecerrando los ojos. – No me digas que

después de todo lo que te hice pasar, sigues con la absurda esperanza de que

algún día pueda enamorarme de ti. – no respondí. – ¡OH, JODER! ¡Realmente te

creía idiota, pero nunca imaginé que tanto, por Dios! – yo… yo no contestaría.

Estaba a punto de salir de esa habitación sin más, aguantándome las putas

lágrimas que ya comenzaban a agolparse en mis ojos. No las dejaría descender,

no frente a él. Ya no volvería a verme en un estado tan sumamente patético, no…

no podía permitirlo… Pero cuando estiré mi mano para posarla sobre el picaporte

de la puerta y así abrirla, sentí un fuertísimo tirón de mi brazo y seguidamente me

vi estampado contra la pared.

– No me dejes con la duda, Nene, sabes que jamás debes dejarme hablando solo.

– susurró luego de situar sus manos sobre aquella pared a ambos lados de mi

cabeza, acorralándome. ¿Duda? ¿Cuál duda? ¿A qué se refería él exactamente

cuando me preguntaba sobre ‘duda’? ¿Estaba hablando en serio? ¡¿Acaso era

imbécil?! ¿Cuál era la duda, ah? ¿Alguien puede decírmelo? Creí que ya lo sabía,

creí que después de vivir lo que vivimos, le había quedado completamente claro,

pero al parecer no. O más bien, sí, pero como siempre, él deseaba humillarme,

deseaba verme tendido en el suelo, arrastrándome pidiéndole piedad,

suplicándole un poco de amor, el cual jamás me brindaría. – ¿Sabes algo? –

cuestionó apartando la mano que había situado sobre el lado izquierdo de mi

cabeza, contra la pared obviamente, tomándome de la barbilla en el intento de

conectar nuestras miradas y hacerme sentir derrotado una vez más cuando lo

hubiera conseguido, sin embargo no lo logró. Sabía que en cuanto nuestros ojos

se encontrasen, las putas lágrimas abandonarían los míos, entonces él, acabaría

satisfecho al comprobar triunfante su gran hazaña: Haberme lastimado. Como no

lo consiguió, optó por el truco más viejo, más doloroso, más sádico… destrozarme

a través de palabras. – No me arrepiento de absolutamente nada de lo que te he

hecho, Nene. Ni de lo que tengo pensado hacerte. – lo cual consiguió.

El agua salada descendió a lo largo de mis mejillas y rápidamente comencé a ver

todo en formas amorfas, el rostro de mi hermano se tornó borroso, pero aún así,

pude notar esa enorme sonrisa triunfal formarse en sus labios una vez que hubo

logrado su propósito. Se separó lentamente de aquel acercamiento que mantenía

frente a mi cuerpo acorralado contra la pared, e hizo lo que él no me dejó hacer

momentos atrás. Abandonar el cuarto. Cerró la puerta sonoramente, haciendo que

ese jodido ruido penetrara en mis oídos perforando mis tímpanos provocando una

mueca de obvio tío aturdido cuando oye un cuerpo caer al vacío. Deslicé mi

cuerpo por la pared hacia abajo, hasta dar con el culo en el frío suelo, y enrosqué

mis brazos alrededor de mis piernas, abrazándolas, en el fallido intento de

sentirme protegido de alguna forma, aunque sabía que mientras estuviera con vida, eso jamás sucedería y en cuanto muriera… no. No podía pensar en la

muerte ahora… ahora ni nunca. La muerte definitivamente no estaba hecha para

mí, de así serlo, ya me hubiera arrastrado consigo a lo más profundo de las

tinieblas, dándome a conocer el puto infierno. ¡¿Pero qué coño estoy diciendo?!

¿Arrastrarme al infierno? ¿Arrastrarme al peor lugar jamás visto? ¿La pesadilla de

cualquier ser humano? ¿Es esa realmente mi peor pesadilla? ¿Ir directo al

infierno? No. Definitivamente el infierno no era nada comparado con esto. Mi peor

pesadilla la estaba viviendo en carne propia. ¿Dolor? ¿Estar encadenado a una

vida de sufrimiento? ¿Una… vida? Vida… qué palabra más paradójica. Muchos

luchan por mantenerse con ella, por seguir en este mundo para lograr algo no

alcanzado, quedarse junto a la persona que más ama tal vez, cuando yo estaba

condenado a la vida eterna, pero deseaba perderla para siempre.

Lloré. Lloré como nunca antes había llorado, como si fuera la última vez que lo

haría, la última vez en la que las lágrimas tocarían mi fina piel hasta alcanzar mi

mentón. Mi gemelo definitivamente era un maldito loco maniático que no le

importaba en lo más mínimo lo que yo pensara, o al menos, el mal que me hacían

sus palabras.

Pero… ¿qué es lo que podía hacer, ah? ¿Cómo escapar de él? ¿De las ataduras

que había hecho a mis manos con las suyas?

Nada. No había forma de hacerlo, no existía forma de escapar. Tom me mantenía

encerrado dentro de las putas paredes de nuestra casa; me era imposible salir

estando él continuamente conmigo. Entonces… entonces todo lo que me quedaba

por hacer, era esperar a que, en algún momento, algún día, cambiase, o al

menos… aceptase que me quiere. No pido que me ame, tan sólo… que me

quiera.

&

Ya habían pasado dos semanas más; las mismas semanas en las que no vi la luz

del día más que por la maldita ventana de la habitación de mi gemelo o mía,

depende de en cual amaneciera luego de haberme hecho lo que le complacía.

Pero en estos momentos nos encontrábamos en mi cuarto, acabábamos de follar

y… ¡claro! ¡Pero qué idiota soy! ¡¿No es cierto?! ¿Para qué coño os aclaro qué es

lo que habíamos hecho en la alcoba, si era algo que se sabía de sobra? Lo siento,

sigo siendo el mismo idiota de siempre que da detalles estúpidos.

Ok. Como os decía, estábamos allí, ya totalmente vestidos, cuando a mi hermano no se le ocurrió mejor idea que rodear mi estrecha cintura con sus brazos y

comenzar a inhalar el aroma de mi cuello. ¿Pero qué mierda quería ahora?

– Mmm… hueles a sexo, Nene… – dijo soltando todo el aire con mi fragancia, que

había acumulado en sus pulmones luego de olerme tal cual lo hace una tía al

tener una rosa frente a su nariz.

¿Que huelo a sexo? ¡Pues claro, estúpido! Me acabo de acostar contigo, ¿no?

Hay veces en las que pienso que tanta locura acumulada en su cabeza, le

obstruye el paso al sector ese donde se formulan las cosas con cohesión. No lo

sé, es una opinión personal.

– Tom… estás apretándome. – me quejé al ver que apretaba su agarre cada vez

un poco más, pero no lo suficiente como para dejarme sin oxígeno. ¿Que por qué

protestaba entonces? Porque no quería que me toque, por supuesto.

– No es cierto… – murmuró volviendo su cara a la mía con el propósito de

besarme, sin embargo cuatro toques seguidos a la puerta de entrada de la casa, le

detuvo.

Fruncí el ceño extrañado al oír aquel sonido, ¿quién podía ser a estas horas?

– Debe ser Georg. Le llamé anoche para que viniera hoy en la mañana. – informó

mi gemelo aún teniéndome por la cintura, como si hubiese leído las palabras que

hace segundos se habían interpuesto en mi mente. – Hoy quiero hacer algo,

Nene… tengo ganas de jugar. – añadió sonriendo de lado y atrapó mi labio inferior

con sus dientes, estirando un poco hacia él, obligándome a acercar mi rostro un

poco más al suyo si no quería que me lo arrancara.

– D-dime… ¿qué quieres… hacer? – pregunté con dificultad cuando comenzó a

mover sus labios sobre los míos.

– Hummm… será una sorpresa. Tú sólo, hmmm… espera. – respondió abriendo su

boca entorno a la mía para poder acaparar todo lo que fue capaz.

Caminó hasta la pared y mi espalda dio contra ella al mismo tiempo en que mi

cabeza rebotó levemente por la misma razón. Sus manos se pasearon ansiosas

por debajo de mi playera empezando a subirla. Él… él quería hacerlo otra vez.

Quería poseerme de nuevo, con salvajismo y sin piedad como estaba

acostumbrado a hacerlo, pero… ¿se había olvidado que hacía unos momentos

habían tocado la puerta? ¿No recordaba que del otro lado de la casa, tal vez se

encontraba su amigo? ¿Por qué mierda le ignoraba si tenía una idea? ¿De qué

trataba esa idea? O sorpresa, como me había dicho. ¿Qué clase de sorpresa

podría hacernos a Georg y a mí? Es decir… porque si le llamó, es porque él también está dentro de aquello que mi hermano tiene en mente hacer, ¿no lo

creéis?

PLAF. Caímos en la cama.

¡Por la mierda, Georg! ¡Toca a la puerta otra vez! Grité en mi cabeza desesperado

cuando mi gemelo me hubo desabrochado los pantalones; y como si el susodicho

fuese mentalista, volvió a tocar.

– Mierda. – gruñó contra la piel de mi cuello y se separó un par de centímetros. –

Mataré a ese tío por interrumpir. – y yo lo amaré toda la vida por haberme salvado

de tus garras, pensé de inmediato. ¿Por qué iba a matarlo como decía, si él

mismo le dijo que viniera? Bueno, en fin. Las locuras de mi hermano. – Tengo

ganas de ti, Nene… – murmuró restregando su nariz en la parte baja de mi barbilla.

– quiero… quiero hacerte mío ahora… – mierda, no. Cuando me decía esa clase

de cosas, en ese tono tan… extraño, me hacía morir de afabilidad. Sí, lo que

estáis oyendo, unas simples palabras de Tom, en un tono impropio de él, me

encantaban; era como un sueño, porque sentía como si me necesitara cerca, con

él, fundiéndonos en una misma persona tan sólo porque nos amamos. Pero nada

de eso era verdad. Él no me amaba a mí, sino que amaba hacer lo que me hacía a

diario. – Mmm… ¿Qué dices? – cuestionó exhalando mi aroma otra vez.

Me quedé en silencio, perdido en mi propio mundo, ya que sus constantes caricias

estaban cegándome, iba a cometer una jodida idiotez sino paraba de tocarme de

esa forma tan… tan dulce, tan ajena a la que acostumbraba hacerlo todos los

días. Entonces separé mis labios cuando me hube sentido capaz de formular una

oración concreta y coherente.

TOCK. TOCK. TOCK.

Tres nuevos toques a la madera de la puerta de nuestra casa, me hizo enmudecer

y mi hermano rodó los ojos harto de ese sonido.

– Ve a abrirle, está esperándote. – susurré contra su boca y antes que pudiera

fusionarla con la mía, se puse en pie, dejando mi beso en el aire. Cerré los ojos

aliviado por haber podido escapar de aquella situación incómoda que no me

dejaba razonar, pero a la vez también lo hice dolido, debido a aquel desaire que

me acababa de hacer. Mientras él me besó, yo no me resistí, por supuesto, a

pesar que no deseaba hacerlo en esos instantes, de igual manera lo hice, me

dejé; y cuando las cosas fueron al revés, cuando yo quise besarle a él, me ignoró

y salió del cuarto.

Jamás podré entenderlo…

Agité mi cabeza un poco para ahuyentar esos pensamientos y me dirigí donde Tom y Georg, no sin antes pasar al baño y maquillarme con rapidez; ya estaba

vestido, no había necesidad de seguir tardándome.

– ¿Qué tienes que hacer hoy? – cuestionó Listing rascándose la cabeza. Él estaba

en las mismas circunstancias que yo: No entendía una coña.

– Nada, estoy aburrido. – respondió mi gemelo y se encaminó a un mueble, el cual

abrió de par en par, dejándonos ver lo que éste, tenía dentro.

Armas. Eran alrededor de cinco modelos distintos de ellas. ¿Qué hacían allí?

¿Cómo es que no las había visto antes? Tal vez si algún día hubiese abierto ese

mueble… pero jamás lo hice porque era propiedad de él. Recuerdo cuando un día

estaba buscando un par de botas, mis botas favoritas, no las encontraba por

ningún lado y se me ocurrió querer buscarlas ahí dentro; lo cual fue mala idea. Mi

hermano me pegó un manotazo quitándome del lugar y me dijo que eso no debía

abrirlo. Ese mueble, era suyo. Bien, luego de la menuda hostia que recibió mi

mano, nunca más volví a abrirlo, o mejor dicho… intentar hacerlo. No os puedo

decir que siempre me mató la curiosidad, creo que eso es algo común en la

personas, ¿cierto? Bueno, pero también es común olvidar, ¿no? Ok. Yo había

olvidado la existencia de ese pequeño lugar, por lo que no volví a preguntarme

qué es lo que contenía, además… en esos tiempos me preocupaba más por

cuántas tías me follaba en un día, que por las cosas de mi gemelo.

Tan sólo recordarlo…

Tomó uno de los revólveres (cosa que me extrañó totalmente, ya que de todas las

clases que tenía, pistolas nuevas y limpias, grandes, medianas y chicas, escogió

justo la más sucia y vieja. O al menos así la veía yo) y cerró ambas puertas de

inmediato, para luego caminar hacia la puerta de entrada.

– Venid. Iremos a dar un paseo. – informó rompiendo el silencio y Georg y yo nos

miramos como por acto reflejo con el ceño fruncido, pero fuimos tras él.

Saldría. Ohh, Dios santo… iba a salir a la calle, luego de tanto tiempo. Esto… esto

sí que era una sorpresa. Inflé mi pecho inhalando todo el aire fresco que fui capaz,

ya que era algo sumamente distinto para mi. El oxígeno de dentro de la casa y el

aire puro, son completamente desiguales. ¿Os dais cuenta las tonterías que

aclaro?

Como era de esperárnoslo, entramos a su auto. Listing adelante, junto a Tom, y yo

atrás, solo, como siempre. Se colocó las gafas y comenzó a conducir con

serenidad. ¿Éste qué se traía ahora?

– ¿Y, Bill? ¿A cuántas tías te has tirado esta semana, ah? – pregunto de la nada nuestro acompañante, luego de unos largos minutos sin que ninguno, pronunciara

palabra, y yo abrí los ojos como platos. No podía ser que él me preguntase algo

así, estando mi gemelo a su lado. ¡Pero claro! Él no sabía absolutamente nada de

lo que estábamos haciendo. Qué imbécil soy, joder.

No sabía qué contestar. ¿Qué podría decirle? ¿Cómo cubrirme? No estaba muy

seguro de cuál sería la reacción de Tom si por decir algo, respondía con una

mentira; es decir, le diría que ¡Uuuuffff! ¡Me había tirado muchas! Que cada una

de las que me follaba, era mejor que la anterior. Pero… ¿y si hacía mal? ¿Y si

Thomas entendía todo mal y luego me hacía pagar por aquella chorrada?

Tampoco iba a decirle lo que hacíamos, ni de coña le confesaba que desde hacía

ya cinco meses que todas esas tías que me tiraba, habían sido sustituidas por una

sola persona, y que a su vez, esa persona, era un hombre; ese hombre que era mi

propio hermano gemelo. Y como si fuera poco, no me lo tiraba yo a él, sino que

era a mí, al que le daban por culo.

No. Definitivamente no podía decirle algo como eso.

– Contesta, Nene… ¿en cuántas putas has metido tu polla esta semana? –

preguntó mi hermano con ironía, sacándome de mis pensamientos. Sin darme

cuenta, me había quedado tieso mirándole a los ojos por el espejo retrovisor.

– ¿Y-yo? – tartamudeé y tragué en seco. ¿Qué coño contestaría?

– Vamos, Bill. Eres todo un ganador. Lo tuyo son las tías. Muchas tías cada

semana, eso es algo que me asombra, – comentó Georg y comencé a sudar más

de la cuenta. Estaba frito. Él, sin intención alguna, estaba poniéndome en el suelo.

¡Sí! ¡Como lo estáis oyendo! Me dejaba por los suelos, porque yo hacía ya mucho

tiempo que no me tiraba una tía – eres todo un hombre. – sino que yo adoptaba

ese papel ahora. La puta que se follaba mi gemelo.

Agaché la cabeza buscando protección de la mirada burlona de mi hermano y

tragué saliva otra vez.

– Ammm… bueno yo… – comencé a hablar arrastrando las palabras con la

esperanza de que en algún momento, en mi mente, se formulase una mentira

coherente, una mentira creíble. La mentira que me sacaría de ese apretón.

– Ya ni se te ve por las calles, ¿qué pasó? ¿Estabas enfermo? – volvió a

preguntar, ahora dándome un pretexto con el cual formular la mentira. ¡Claro!

Podía decirle que estaba enfermo… ¿no?

– Sí, eso es. He estado algo enfermo, por eso no salía y no… – me percaté de la vista clisada en mi que mantenía mi gemelo a través del espejo y me tembló hasta

la última extremidad. Era más que obvio que esperaba ansioso saber qué es lo

que diría. – no pude… no pude follarme a ninguna… – acabé al fin. Respiré

profundo e inconcientemente fijé mis ojos en aquellos iguales a los míos que no se

apartaron de mí en toda mi explicación. Sonrió de lado y se colocó las gafas

devuelta.

Esperad… ¡¿En qué momento se había quitado las gafas para mirarme que yo no

lo noté?! ¿Tan estúpido había sido que ni cuenta de eso me di?

– Ohh… entiendo… – agregó inocentemente. Bien, se la había creído. Una paz

interior se me formó en el pecho y apoyé toda mi espalda en el asiento cerrando

levemente los ojos. Sin esperármelo, los recuerdos de aquella vez en la que

follamos como dos perros en celo aquí atrás, aquí en la parte trasera de su

vehículo, se colaron en mi cerebro. ¿Lo recordáis? Esa vez en la que le dejé hacer

lo que mejor le pareció con mi cuerpo, correspondiendo a cada una de sus

caricias, a cada roce de sus labios con mi piel, cada palabra que susurraba en mi

oído, esas que me hacían estremecer lo suficiente como para empalmarme al

instante de la excitación y jadeaba de gusto cada vez que le tenía dentro, cuando

le sentía profundo, moviéndose sin compasión, pero a mi me gustaba…. Esa

misma vez que comenzó siendo tan dulce, para luego de un tiempo, darme a

enterar que todo había sido un sucio truco para que no sospechase nada de su

endemoniado plan; para poder follarme a su gusto sin que me negara. Aún no me

la termino de creer, ¿sabéis? No. Aún todo da vueltas en mi cabeza, como un

licuado de diferentes frutas, pero en este caso no eran frutas, sino mentiras, y no

era un licuado para beber y satisfacerse con su sabor, sino para lastimarme

internamente.

– Es verdad. Ha estado muy enfermo, pero también sumamente ocupado

recibiendo, ¿cierto, Nene? – un baldazo de agua helada fue lo que sentí al oír a mi

gemelo decir eso. Abrí de inmediato mis párpados y me enderecé en mi lugar.

¿Qué es lo que me acababa de decir? ¡Era gilipollas! ¡Yo que tan tranquilo me

había quedado con la excusa que le dije a Georg para encubrirme, para

encubrirnos a ambos, y él que hacía un comentario como ese! No, no…

definitivamente, tenía un problema, el maldito infeliz.

– ¿Recibiendo? – preguntó nuestro amigo dándose la vuelta para poder verme y

yo… yo me petrifiqué. – ¿Qué recibías?

Cartas. No, no, no podía decirle eso, joder.

Me helé. ¿Y qué coño diría, ah? ¿Alguien podría ayudarme? ¡Que te den, Tom!

¡Que te den duro y bestial, por gilipollas! Tan bien que había pasado sus

preguntas, el otro imbécil no tuvo mejor idea que agregar leña al fuego, como

quién diría. Estaba que echaba putas. No os miento. ¿Tan mierda puede ser una

persona? ¿Alguna vez imaginasteis a un tío tan basura como lo es mi hermano?

No, yo creo que jamás habéis conocido a ninguno. ¿Por qué? Porque no existen.

Mi gemelo es único, al igual que yo, ¿recordáis? Soy único… el único estúpido

que le ama desconsoladamente.

Cuando estuve a punto de abrir la boca y decir eso que me hundiría por completo

porque no lo había pensado, Tom detuvo el vehículo.

– Ya es suficiente. Hemos llegado. – anunció desabrochándose el cinturón de

seguridad y, acto seguido, abrió la puerta de su lado para salir.

– Salgamos. – dije riendo nervioso, era obvio que quería salir de allí dentro sin

darle una maldita explicación que no tenía, a Georg.

– Sí, vamos… – miró a Tom que ya estaba fuera y salimos.

Bien. ¿Dónde carajo nos había traído? Era un lugar totalmente descampado y

solitario, ¿desde cuándo mi hermano visita estos sitios? ¿Desde cuándo,

Alemania, posee lugares como estos? Soy conciente que no he salido mucho más

lejos que a Frankfurt, Dusseldorf e inclusive Brême, pero esto… esto era

jodidamente extraño.

– Bien… tú dirás. – comentó Listing cruzándose de brazos a mi lado, que por

cierto, me había quedado estupefacto por lo lúgubre que se veía todo. Al parecer

él no, tal vez ellos, con el menudo trabajito que adoptaban, ya estaban más que

acostumbrados, pero para mi era como un nuevo mundo. Un… un país diferente;

me sentía como… como un cachorro abandonado en el peor lugar que existe.

¿Que si estaba cagado? ¡Por supuesto que lo estaba! Imaginad que vosotros

estáis invitaos a una fiesta, ¿vale? Os entregan la tarjeta en la cual se encuentra

la dirección donde se llevará a cabo el evento. ¿Estáis siguiéndome hasta allí?

Bien. Os vais muy contentos a aquel sitio, pero cuando bajáis del auto, os

encontráis con que la dirección era la de un cementerio, del cual vosotros jamás

habíais oído hablar. ¿Qué os parecería? ¿Qué haríais en una circunstancia de ese

tipo? Yo, en lo personal, me iría sin pensármelo dos veces. ¿A qué enfermo se le

ocurre organizar una fiesta en un cementerio? A nadie. Ok. Eso era lo que me

había sucedido a mí con mi gemelo. Me encontraba en uno de los peores lugares,

fríos, tenebrosos y aislados de Alemania, cuando creí que nos llevaría a… no lo

sé, a algún otro lugar no tan de esta forma. No estoy del todo seguro si entendéis lo que os quiero decir, pero en fin. Me vale, de todos modos ya estaba en ese sitio.

– ¿Qué te parece el lugar, Nene? – preguntó mi hermano ignorando la pregunta

que le había hecho su amigo y quitándome de mis pensamientos, ¡de la

explicación que os estaba dando a vosotros!

Un momento… ¿qué? ¿Que qué me parecía? ¡¿Esto?! Era una broma, ¿verdad?

Si tan solo hubiese oído lo os dije recién… En fin.

– ¿Qué me parece? ¿Estás bromeando, Tom? – cuestioné mosqueado, ¿qué era

lo que pasaba por su mente cuando formuló aquella pregunta tan estúpida? –

¿Para qué nos trajiste a este lugar tan… raro?

– Te dije en casa que tenía ganas de jugar, ¿cierto? Bien, aquí es donde me

apetece hacerlo. – sonrió de lado. ¡Vale! Que cuando me dijo eso allá en nuestra

casa, pensé que se refería a que quería jugar conmigo, como lo hace siempre,

jugar con mis sentimientos, jugar con mi persona, con las pocas fuerzas que mi

alma tiene para mantenerse en pie frente a él, enfrentando su mirada, luchando

con las ganas de tirármele encima y molerlo a golpes. ¿Por qué no lo hacía? ¿Por

qué en vez de decir todo esto, no lo llevaba a cabo? Pues, hombre, por lo de

siempre, porque lo amo. Además me aplastaría cuan una mosca, por supuesto;

tiene mi misma estatura, pero posee músculos, algo de lo que yo carezco.

Continúa…

Gracias por la visita.

Publico y rescato para el fandom TH

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