“Polvo de estrellas”
31: Epílogo
Dos años habían transcurrido ya, desde la partida de Bill y Tom. Ahora su madre Simone, preparaba la cena de sus pequeños hijos William y Thomas, nombres puestos en honor a los primeros, los cuales siempre estarían en su corazón.
—¿Georg, Gus? —llamó la mujer desde el primer piso de la nueva casa, que el grupo compartía—. ¿Están listos los bebés?
—Un segundo Simone —gritó el castaño—, Gus aún no puede vestir al travieso de Tomi —Fue la respuesta entre risas del chico.
—¿Necesitan ayuda? —preguntó la mujer, aun sabiendo la respuesta.
—No mamá, estamos casi listos —respondió el rubio, él sabía cuánto le gustaba a Simone, que le dijeran cariñosamente “mamá”.
Arriba, los bebés sonreían juguetonamente, mientras el pequeño Tomi escapaba por toda la cama de los brazos de Gus, quien luchaba por terminar de ponerle los zapatitos.
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Más tarde, los G’s alimentaban cada uno a un bebé Kaulitz. Simone sonreía ante todas las muestras de cariño de estos chicos hacia sus hijos.
—¿Saldrán esta tarde? —preguntó ella alzando una ceja.
Ellos nunca le decían exactamente a dónde se dirigían, pero por toda la ayuda que le brindaban, prefería fingir que todo estaba bien y no hacer mayores preguntas. Sin embargo, algo en su corazón le decía que los G’s iban a ver a sus “gemelos” como había escuchado en más de una ocasión, Peter y Paul, tal vez ellos los amaban, tal como Bill y Tom se enamoraron.
—Sí mamá —respondió el rubio sonriendo.
—Oh… no lleguen muy tarde —respondió con una cálida sonrisa.
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Los G’s observaban a los P’s tocar en el garaje de la casa de Peter. El nuevo guitarrista que tenían, el tal Andy, no era ni la mitad de bueno que era Tom.
—Qué bueno que hace calor y dejan la puerta abierta —dijo el rubio mirando la escena.
—Sí —Asintió el castaño, sintiéndose ligeramente angustiado.
—Los extrañas ¿verdad? —preguntó Gus, apretando su mano.
—No puedo evitarlo, los dos eran geniales, me hubiese gustado tanto escuchar a Bill cantar con ellos —susurró el castaño.
—Tu gemelo es bastante bueno con el bajo —Trató de animarle el rubio.
—Y el tuyo es genial también, aunque no podría ni dudarlo… mira sus brazos fuertes, sus manos son muy ágiles —Gus se sonrojaba cada vez más con sus halagos—, son casi tan rápidas como tú frente a un computador, eres increíble Gus —dijo mirándolo fijamente.
—Mmm gracias —respondió el rubio completamente apenado.
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Al regresar a casa, se toparon con Simone aún en pie, tratando de hacer dormir al inquieto de Tomi.
—Voy a vigilar a William —dijo el castaño, caminando de puntitas para no hacer ruido.
—¿Qué te molesta, hijo? —preguntó la mujer a Gus, al verle contemplar la figura de su amigo, perderse por la escalera.
—Estoy confundido —Asumió el chico y se fue a sentar en un sofá, seguido por Simone y el pequeño Tomi moviéndose en sus brazos.
—¿Quieres contarme?
—Se supone que yo comprendería todo cuando encontrara a mi gemelo —dijo él sin detenerse a pensar en sus palabras, quería aclarar su corazón o por lo menos, intentarlo.
—¿Hablas de Paul?
—Sí… Bill me dijo que comprendería todo cuando lo conociera.
—¿Y?
—No entiendo nada.
—¿Por qué?
—Creí que lo amaría.
—Pero lo amas, siempre estás preocupado por su bienestar, al igual que Geo por Peter —Trató de continuar la mujer.
—Sí, pero es diferente, es como lo que sientes tú por los gemelos, yo quiero a los P’s como si fueran mis hijos no como…
—No como pareja. No como se amaban Bill y Tom —Ella entendió—. ¿Y por qué estás tan confundido?
—Porque cada vez que voy a verlos, descubro lo bueno que es Peter en muchas cosas, en lo mucho que se parece a Georg y en lo mucho que me duele el estómago cuando estoy a solas con él —dijo el rubio rojo hasta las orejas.
—Ese dolor de estómago ¿es bueno o malo? —preguntó ella, sabiendo de antemano por dónde iba el ritmo de la conversación.
—Es bueno… son, no sé… mariposas.
—Gus, ya sé lo que te ocurre —dijo ella solemnemente, acariciando el rostro de Tomi que por fin se había dormido—. Estás enamorado de Georg.
—No puede ser… se supone que amaría a Paul, mi gemelo.
—Lo amas, pero de una manera diferente. Pero con tu amigo Georg es algo que nosotros llamamos “estar enamorado”, es lo que le pasó a mi hijo con Bill. De tanto observar a sus gemelos, acabaron descubriéndose ustedes, porque según lo que yo he observado, Geo está igual que tú.
—¿Yo qué? —preguntó el castaño sentándose cerca del rubio.
—Voy a acostar a Tomi, ustedes tienen que hablar —La mujer se retiró y el castaño tomó la mano de su amigo y le miró.
—Hablemos, Gus.
—¿Mmm?
—Sí, estás extraño, cuéntame. ¿Qué te ocurre, Gus?
—Creo que estoy enamorado de ti —Soltó de repente el rubio, tiñendo la mejillas del otro.
—¿En serio?
—No lo sé, nunca antes me había pasa… —No acabó de hablar cuando unos cálidos labios se posaron sobre los suyos.
—Estoy de acuerdo —dijo Geo—, quiero que seamos novios —agregó con resolución.
—Yo… está bien —Ambos sonrieron, ellos eran así, tomaban decisiones rápidamente y las seguían, por qué habrían de cambiar estando en la Tierra.
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En otro lugar muy lejos de allí, una pareja de enamorados, firmemente aferrados de las manos, sonreían triunfantes.
—No puedo creer que lo lográramos —dijo el chico de largas rastas rubias, que caían por sobre sus hombros desnudos.
—Fuiste muy fuerte Tomi, sin tu confianza en mí no habríamos salido con vida —respondía el pelinegro a su lado.
—¿Dónde crees que estemos? —preguntó el rubio.
—Ni idea, pero lo primero, es buscar algo de ropa Tomi.
Caminaron sin soltarse de las manos, hasta llegar a un camino, donde un camión se detuvo al verles desnudos.
—¿Están bien?, ¿les asaltaron? —preguntó un hombre corpulento con cara de bonachón.
—Sí estamos bien, nos asaltaron y nos quitaron todo —respondió el rastudo mirando en todas direcciones—, estamos desorientados. Podría decirnos ¿dónde estamos?
—Claro —dijo el hombre sacando un par de mantas de la parte trasera de su camión—, estamos en Munich.
—Oh… —susurró el pelinegro—, estamos lejos de casa.
—¿De dónde son? —preguntó el hombre, sacando una larga hogaza de pan y partiéndola, le dio un trozo a cada uno.
—Somos de Loitsche —respondió el rastudo, masticando.
—Si gustan puedo dejarlos cerca de una estación de policía, estamos en un camino poco transitado y es posible que pasen horas antes de que otro vehículo pase por aquí —dijo amistosamente el hombre.
—Gracias —respondieron ambos simultáneamente.
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Después de hacer una declaración falsa en la estación de policía, pudieron volver a vestirse con ropa provista por los mismos hombres de allí. Solicitaron el teléfono y marcaron a casa de Tom, sin éxito.
El de rastas se estaba desesperando al no recibir respuesta de su madre. Temió incluso, que los de la raza de Bill la hubiesen secuestrado o peor aún, asesinado.
—¿Por qué no intentas con su móvil? —preguntó uno de los policías al ver su nerviosismo.
—Es que tenía su número en mi propio celular y nunca lo memoricé —respondió el rastudo con honestidad y un sonrojo en sus mejillas.
—Yo te ayudo con eso chiquillo —llamó un policía mucho más joven, que se notaba amante de las computadoras—. Dime el nombre de tu madre.
—Simone Trumper, pero podría aparecer como Simone Kaulitz, aunque papá ya murió —dijo el rubio, sintiendo la cálida mano de Bill acariciarle los nudillos.
Tras unos minutos de espera, el chico emergió de la pantalla con una sonrisa.
—Lo tengo. Fue difícil, parece que quería borrar su huella —dijo con una sonrisa de lado—. Este es el número —le entregó un papel con el número escrito.
Tom marcó rápidamente en el teléfono y esperó, pero fue recibido por una voz masculina.
—Hola.
—Hola ¿quién es? —preguntó Tom un poco molesto—. Busco a mi madre, ¿está Simone?
—Dios bendito ¿Tom? —respondió la voz al otro lado, completamente en shock—. ¿Tom eres tú?, ¿está Bill bien?
—¿Gustav? —preguntó incrédulo el rastudo.
—Sí soy yo. Dime Tom ¿están bien?
—Bill, es Gustav —susurró el de rastas a su pareja, quien abrió los ojos de golpe—. Estamos bien Gus, pero necesitamos que nos vengan a buscar, no tenemos ropa, ni dinero, estamos en la estación de policía de Munich.
—Vamos para allá —Fue la única respuesta y luego cortó la comunicación.
—Bill, Gustav está bien, ellos vienen a buscarnos —El pelinegro abrazó a su gemelo y lloró de emoción en su hombro.
—Nunca había visto tal emoción sólo por una llamada telefónica —Se burló el policía.
—Cállate tonto —Le gritó otro policía—. Los chicos han pasado una experiencia traumática.
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Después de dos horas de angustiosa espera para todos los involucrados, los G’s aparecieron en la estación de policía con ropa y una enormes sonrisas.
—Bill, Tom —gritó el rubio, corriendo a abrazar al pelinegro, mientras el castaño, hacía lo propio con el de rastas.
—¿Cómo está mamá? —preguntó Tom, sintiéndose un poco preocupado—. No está en casa.
—Lo sabemos Tom —dijo el rubio—, no podíamos dejarla sola, así que la llevamos a vivir con nosotros, la hemos cuidado desde entonces.
—Más bien, ella nos ha cuidado desde entonces —Rió el castaño.
—Pero ¿está bien? —Insistió el pelinegro, sintiendo la incomodidad de su gemelo.
—De hecho ella está en el auto, esperándonos —Completó el rubio.
Salieron de allí con rapidez, caminando tras los G’s, Tom miraba en todas direcciones en busca de su madre, pero no encontraba ninguna cabellera rojiza.
—Allí —Indicó Gus, hacia su vehículo familiar.
—Mamá —Corrió el de rastas hacia el auto y Simone bajó de él con un pequeño en brazos y otro jugueteaba detrás de ella.
—¿Tom? —Le llamó.
—Oh Dios mío —dijo Bill viendo a los gemelos idénticos—. Son nuestros bebés —susurró en los oídos de Tom.
—¿Mamá?
—Bill tiene razón cariño, Gustav y Georg, me inseminaron con su esencia, aún no comprendo del todo ¿qué pasó?, pero me embaracé de estos hermosos gemelos —dijo ella con suavidad. Tom tomó al pequeño Tomi en brazos—, son sus bebés. Son iguales a ti de pequeño.
—¿Cómo es que no llegaron antes? —preguntó el rubio, acercándole a Bill, al pequeño William.
—¿Antes? ¿A qué te refieres con antes? Acabamos de llegar a la Tierra —dijo el pelinegro, agitando la cabeza.
—Bill, mira a Simone y a los bebés, han pasado creo que dos años desde que se fue la destrucción de su nave, cerca de Marte —susurró el rubio, pero no sólo Bill escuchó, sino también el de rastas.
Los gemelos intercambiaron una mirada significativa, lo último que recordaban fue el intenso ruido que se dejaba oír en su pequeña nave espacial, cuando fueron descubiertos por “la máquina” y luego de eso, el lento proceso de su transformación y desde allí… estrellas… y más estrellas.
—¿Dónde estuvieron? —preguntó el castaño al notar su conexión.
—No lo sabemos con exactitud —respondió el pelinegro.
—Estuvimos vagando en la galaxia —susurró Tom—, o al menos eso creo.
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El regreso a casa estuvo lleno de anécdotas contadas por los G’s, sobre sus gemelos, los P’s, y los pequeños bebés de Simone. Tanto Bill como Tom estaban felices y radiantes de haber vuelto a la Tierra y más aun, de ver a toda su familia en tan espectaculares condiciones.
Durante la noche, Tom le hizo el amor a Bill con pasión y una ternura infinita.
—Te amo cielo —susurró en su oído al acabar.
—Y yo a ti —murmuró el pelinegro, tratando de recuperar el aliento.
—¿Qué crees que pasó Bill? —preguntó después de un rato de mirar los hermosos ojos de su gemelo.
—Lo que tú dijiste Tomi —respondió el chico—. Vagamos por el universo y nos fundimos con él.
—Es cierto… fuimos…
—Polvo de estrellas.
& Fin &
Espero les haya gustado y me gane un comentario, pero como siempre, quiero agradecer a tod@s quienes me acompañaron a lo largo de este fic, con sus lecturas, sus comentarios. GRACIAS.