«Reverse I» Fic de Alter Saber
Capítulo 10: Pérdida
«Sí tan sólo hubiese sentido el calor a través de tú toque,
Sí tan sólo hubiese visto como sonríes cuando te sonrojas,
O como se curvan tus labios cuando te concentras lo suficiente,
Hubiese deseado saber,
Para que he estado viviendo»
Turning Pages – Sleeping at Last
Un día mientras estaba en el Instituto, llegó una chica de intercambio, quien a simple vista podría pasar desapercibida, puesto que su apariencia no tenía nada atractivo que la distinguiera de las demás; sin embargo, fue hasta que sus ojos me miraron que yo pude entender el tesoro que había encontrado.
Su nombre era Sabella Williams; aquella mujer, contaba con una estatura promedio, tenía unas casi inexistentes curvas, su piel era blanca, su cabello rojizo, sus ojos eran verdes y sus labios pequeños pero bien definidos, acompañados por un hermoso color rosa. Dije que su apariencia era común para una chica alemana; sin embargo, para alguien proveniente de un país como España, quizás su aspecto era demasiado excéntrico.
Es decir, estaba acostumbrado a ver mujeres de ese estilo, pues en Frankfurt abundan las chicas con esa clase de atributos; no obstante, la manera en la que su mirada juraba pureza, simplemente me cautivo.
Bella (Cómo solía decirle) hizo una presentación ante la clase sobre la teoría de que el amor es una reacción química y por ende, más que un sentimiento era un conjunto de sucesos biológicos que predisponen al ser humano a padecer de ciertos síntomas cuando se enamora, por ejemplo:
– La aceleración de los latidos del corazón al ver la persona causante de dicho enamoramiento.
– La sudoración excesiva a causa del nerviosismo.
– La invasión de los pensamientos que desencadenan eventos de distracción y torpeza.
Mientras ella hablaba de todos esos ámbitos como si se tratara de una científica experta, sus manos se movían con entusiasmo y sus ojos eran expresivos; se notaba que le encantaba hablar y expresar su conocimiento. Para muchos, Sabella no era más que una «Loca por los libros», pero, para mí, ella era mucho más.
Todavía recuerdo la primera vez en la que tomé el suficiente valor para hablarle y así poder captar la atención de esa pequeña caja de sorpresas…
Me encontraba profundamente nervioso, aunque a mis 16 años, ya había tenido una innumerable cantidad de sesiones sexuales. Ella para mí representaba un reto enorme, porque a diferencia de las demás, Bella no iba a conformarse con simples frases; no, ella me iba a exigir, iba a desear, iba a imponer y yo, tenía que obedecer; sí le quería a mi lado, debía abandonar mis creencias y enceguecerme por la calidez de esa mujer.
Estaba a escasos metros de llegar hasta ella y la manera en la que se encontraba absorta en sus libros, sentada en el césped, apoyando su fina espalda en el árbol que le brindaba protección de los impetuosos rayos solares, junto a su cabellera alborotada y su look despreocupado; la convertían en una maravilla digna de admiración.
Era la primera vez en la que alguien lograba robarme el aliento; lo más extraño de todo el asunto era que no había tenido ni el más mínimo roce con su piel, Yo, no era testigo de las pecas que recorrían su cuerpo, ni de ese lunar que se acomodaba justo debajo de su abdomen, no sabía que cuando se colocaba nerviosa, sus manos empezaban a entrelazarse para darle la falsa ilusión de que se encontraba segura, no imaginaba que su color favorito era el verde esmeralda, ni que su estación preferida era el invierno, alegando que sí tenía frio todos los días, Yo, siempre la acogería en mis brazos (Y ella no entendía que no necesitaba del clima para desearla siempre a mi lado); ella era más de lo que podía anhelar en una persona.
Cuando me pare en frente suyo y la llamé, sus ojos se alzaron; me vio y mi corazón se desenfrenó, me sentía en las nubes y como sí ella quisiera jugar conmigo, sonrió.
Ese gesto era el colmo de la perfección; ¿Cómo alguien podía pasar cerca de ésta mujer y no percatarse de su belleza?
– Hola, no te conozco pero sí necesitas algo, éste es el momento de decirlo.
– Emmm, sí. Bueno yo, quiero decir, esto…pues…tú, yo pienso que tú eres increíble.
¡Dios! Pero, qué imbécil, claro que es increíble, ¿Acaso no te diste cuenta de eso cuando la escuchaste pronunciar esas elocuentes palabras?
– Oh, pues muchas gracias. Y, se puede saber, ¿Por qué piensas eso?
– Bueno, te escuché en la clase de química…
– ¿Estamos en la misma clase?
– De hecho, vemos todas las materias juntos.
– ¿Si? Jajaja, ¿Cómo es que no me percaté de eso?
– Quizás, porque siempre mantienes tu mirada en los libros.
¡MIERDA!
Eso fue un error, una equivocación tremenda. ¿Y ahora como remedio esto? No quiero que piense que me burlo del hecho que ella es supremamente inteligente.
Pero, esa juguetona criatura, sin percatarse del alocado ritmo de mi corazón, me dijo:
– Ahhh, ya sé. Tú eres Tom, ¿Verdad?
¿Ella sabía de mi existencia? Dios, ruego que me tenga presente por algo bueno y no por una estupidez.
– ¿Cómo lo sabes?
– Soy tú acosadora personal.
– ¿Qué?
– Lo que has oído, Tom.
No entendía nada y fue hasta que soltó esa encantadora risa, que supe que estaba bromeando; no sólo era inteligente, su sentido del humor era contagioso. Y yo, sólo podía perderme en la infinidad de su ser. Por primera vez en mucho tiempo, anhelé algo con profunda locura; no le deseaba, yo, estaba muriendo de amor por ella y no lo sabía.
– ¿Te molesta sí me siento a tú lado? Quiero hablar contigo.
– Jajaja, es extraño que alguien desee hacer eso; es decir, soy la loca fanática enferma por los libros.
– Bueno, sí me lo permites, pienso que eso es un punto a favor y no en contra.
– ¿Ah sí?
– Sí, me fascino la forma en la que parecías estar saltando de alegría cuando hablabas sobre la «Reacción química del amor».
Y sin previo aviso, Bella se sonrojo, sus ojos brillaban y sus manos empezaron a entrelazarse; no podía existir algo más sublime que la inocencia de ésta chica, eso era seguro.
– Oh, pues muchas gracias. Es la primera vez que alguien me presta atención cuando hablo de mis locuras.
– ¿Locuras? Yo diría, serios trastornos.
– Jajajajajajajaja, ¿Me estás diciendo psicópata?
– Sí, eso hago.
Sin quererlo, le sonreí con sinceridad y su reacción fue tan adorable, que desee besarla ahí mismo. Se puso las manos en sus ojos y con una voz completamente infantil, me dijo:
– Oh, pero qué cruel es usted Señor Trümper
No comprendía a que se refería y sólo tiempo después, ella dijo que su comentario era porque mi existencia representaba un crimen para la población femenina. Al parecer, yo era observado por Bella; justificándose en que mi «Estilo» era muy llamativo como para no fijarse en mí.
Sí, compartí junto a ella 6 meses llenos de felicidad genuina; cargados de risas (En su mayor parte), algunas tristezas, otros conflictos, pero, siempre una reconciliación saturada de aprecio real.
Hasta qué me dejo; su partida fue para siempre, me abandono y sólo dejo atrás un corazón marchito, incapacitado para volver a sentir; la existencia de Bella será eterna; sin embargo, Yo, no contaba con la aparición de un ser aún más efímero que ella.
Mi pequeño Bill.
Verle allí sentado en compañía de alguien que no era yo, me permitió comprender que las experiencias que un inicio consideramos dolorosas, siempre pueden ser peores; porque aun, cuando yo había caído rendido a los pies de Bella; la existencia de Bill era adimensional, no podía describirle con simples palabras.
Él lo era todo.
Sólo un ser tan extraordinario podría barrer los restos de un corazón fragmentado; sólo su belleza, sólo su ingenuidad, sólo su sonrisa, sólo su mirar, sólo él, sólo Bill.
¿Cómo era posible que la presencia de alguien fuera suficiente para creer que el mundo estaba a mi alcance?
A su lado, sentía que los malos momentos eran necesarios; sí y sólo si, después de ello, sus ojos se posaban en los míos.
Yo le anhelaba, pero a diferencia de Bella, él para mí no era un reto, sino una utopía. Un sueño inalcanzable, un suspiro pesado, era una realidad lejana; y aun sabiendo lo ilusorio de todo, estaba dispuesto a arriesgar lo poco que quedaba de mí antiguo ser; sólo para sentir su tacto y que al verme; yo confirmara que la ausencia de ella era inevitable; porque detrás de eso, se escondía una riqueza que no tenía igual.
Bill se estaba dejando besar por una mujer, y yo, no pude reaccionar. Sólo me quede de pie, viéndole, rogando que se detuviera, suplicándole que no echara a perder todos mis esfuerzos por creer nuevamente que podía sentir algo parecido al amor.
Y de repente, sus ojos se cruzaron con los míos; su mirada era atónita; él sabía que yo estaba sufriendo y se detuvo (Al fin), pero, ni siquiera ese gesto fue suficiente para confiar en él.
Bill había perdido el beneficio de la duda; Yo, estuve dispuesto a todo, pero él traiciono mi noble sacrificio.
No lo podía permitir.
Debía huir de él.
Sin detenerme a pensar, di la vuelta y salí corriendo hacia la entrada de la casa; donde subí a mi auto y me largué cuanto antes de ese lugar que tan sofocante me parecía.
Estaba escapando como un cobarde lo haría, pero, no tenía más opciones. Sí quería seguir de pie, Yo, sólo debía apartarme de su lado; porque si le veía, sabía que esos hermosos ojos de color miel, iban a convencerme de nuevo; y yo, volvería a ser una criatura débil, fácilmente manipulable.
Ya una vez, había soportado la partida de alguien irremplazable para mí; terminé destrozado, completamente perdido y mi corazón en el filo del abismo.
No podía imaginar que sucedería si Bill se fuera, sabiendo de antemano, que él representaba para mí, más que mi propia existencia; él era mi verdad.
Mientras manejaba, sentí como de un momento a otro, algo se escurría por mis mejillas; completamente anonadado por ese extraño liquido acuoso, dirigí mi mirada hacia el cielo para cerciorarme de que estaba lloviendo, pero, para mi sorpresa, no había ni una gota de agua, el firmamento estaba claro y despejado. Entonces, ¿Qué era eso?
Me detuve en alguna parte de la autopista y en el espejo, vi algo sumamente raro; yo, parecía estar llorando…
¿Eso eran lágrimas?
Al ver mi reflejo una vez más, me di cuenta que en efecto, mi sufrimiento quería desahogarse; me bajé del auto y fui hasta un árbol enorme que me recordaba el momento en el que había hablado con Bella por primera vez y ese hecho, sólo logró potenciar el dolor.
Me senté, escondí mi rostro en las rodillas y sin contenerlo más; me rompí en un llanto ruidoso, gritaba con fuerza; estaba solo. No existía nadie que pudiera calmar ese sufrimiento; sin reparo alguno, aquel secreto que tanto temor me provocaba, había sido develado y yo, estaba padeciendo un irrefutable dolor emocional.
Sabía que mi interior se estaba quemando, eran tantas las sensaciones que tenía en esos momentos que deseaba no haberle conocido, quería regresar en el tiempo y evitar tener contacto con su mirada, anhelaba no haber sido testigo de su sonrisa, ni de la forma en la que sus mejillas se sonrojan, ni de como agacha su cabeza cuando está nervioso y mucho menos de su etérea desnudez.
Le había tenido en mis brazos por lo que parecieron escasos segundos, y aun así, ese escenario fue suficiente para revivir a mi inerte corazón.
Quizás Bill no sintiera nada por Lele, quizás todo fuera un malentendido y quizás él se arrepintiera de ello.
No estaba llorando por su traición sino porque ese suceso había sido una fuerte advertencia; algo que me decía:
Sí continúas con él, dejarás de ser tú, te abandonaras de nuevo, serás débil y él, al igual que ella, se cansará de ti; te dejará Tom y tú tendrás que desaparecer, porque no serás capaz de soportar su ausencia.
Mi sufrimiento se debía a que comprendía el problema en el que estaba metido; como no hiciera algo por evitarle, iba a terminar roto…y dudaba, que en ésta ocasión apareciera alguien superior a Bill.
Eso era imposible, nadie podía ser más, porque él no tenía comparación.
Mis lamentos disminuyeron gradualmente; limpié el rastro de mis lágrimas y me levanté. Una vez más, dentro del auto, decidí optar por una resolución segura:
– Evita amarle.
Y para lograrlo, no tenía que verlo, ni hablar con él, porque aunque Bill no hiciera nada por captar mi atención, su existencia era todo lo que necesitaba para sentir que perdía el control de mí ser.
Me dispuse a conducir de regreso; al llegar, estacioné el auto y entré por la parte de atrás; salude a Sam y me fui directo a mi cuarto. Tomé una ducha, me recosté en la cama y traté de conciliar el sueño.
Al día siguiente, salí muy temprano, me fui a un parque cubierto de un campo floral que me hacía sentir en paz; esperaba todos los días allí, hasta que llegaba la hora de ir a la Universidad, cuando entraba, tomaba mis clases, hacia mis trabajos en la biblioteca, compraba algo de comer en la calle y me la pasaba recorriendo los alrededores de mi ciudad, viajaba de regreso a mi hogar, sólo a media noche, cuando sabía que no había posibilidad de encontrármelo.
Estaba evitando a Bill a toda costa y ya llevaba 3 semanas sin verle; saber que se encontraba a unos escasos metros de distancia desde mi habitación a la suya; me suponía un desafío enorme. Hubo muchas veces en estos días, en los que no había soportado más él estar lejos de él y había salido a mi balcón; llegaba hasta su ventana y cuando le veía dormir en profunda tranquilidad, pensaba:
Él está mejor sin mí, corre y escóndete Tom, no dejes que te atrape, porque sí él te encuentra, no podrás huir.
Eso hice, me regresaba a mi cuarto y esperaba a que el cansancio se apoderara de mí; al día siguiente, repetía los mismos eventos. En la universidad hubo cientos de veces en los que vi a Bill con Lele, y parecían llevarse bien; él sonreía con tranquilidad y yo pensaba que aunque él no lo quisiera, era cruel; porque mientras yo estaba devastado, él parecía encontrarse en perfectas condiciones.
Hasta que un día, por alguna extraña razón me encontraba agotado, sentía que esas madrugadas y las llegadas a altas horas de la noche, sumado a la frustración y el desespero de no estar con quien deseaba, me estaban pasando factura.
Entonces, aparqué un poco más temprano que los otros días; entré en la casa y me dirigí hasta la cocina, saqué un refresco de la nevera y me dispuse a tomarlo. Estaba sumido en mis pensamientos y cuando estaba por salir; lo vi.
Bill llevaba un pantalón ancho (Muy distinto a los jeans ajustados que tanto adoraba), una camiseta de manga larga y su cabello suelto; él estaba radiante, o quizás, eran mis ojos que traicionaban mi juicio, porque a mi vista, él jamás sería menos que un ser precioso.
Me puse nervioso, llevaba días en los que no tenía tanta proximidad con su persona y sus ojos también se debatían entre sí mi presencia en ese lugar era real o sí su mente le estaba jugando una mala pasada; por unos escasos segundos, mi mirada viajo a sus labios y con una fuerza de voluntad impropia de mí, desvié mi vista al suelo y como pude, pronuncié:
– ¿Bill? ¿Qué haces despierto a estas horas? ¿Te sientes bien?
– Ammm si, sólo estoy un poco sediento.
– Oh.
Me limite a sacar una botella de agua del refrigerador y se la ofrecí…
– Toma, esto te refrescara.
– Gracias.
– Si, bueno, que descanses.
Tenía que salir cuanto antes de ese lugar si no quería cometer un error que me costaría caro. Sin embargo, unos delgados y delicados dedos se adhirieron a mi muñeca; su mirada me confrontó y ese ángel dijo:
– Tom, ¿Te pasa algo?
¡TÚ! Eso es lo que me pasa, me jodiste la vida con tú presencia.
– No, ¿Por qué?
– Actúas raro.
– ¿Raro?
– Si, eres diferente.
¿Acaso Bill no era consciente de la manera en la que mi cuerpo temblaba? ¿No se percataba del terror que sentía en esos momentos?
– Jajaja, pero ¿Qué dices Bill? Soy el mismo de siempre.
– Mentira; tú no eres así.
– ¿No? Y, ¿Cómo soy?
– Bueno, eres…distinto.
– ¿Distinto?
– Sí, al menos conmigo…
Pero, ¡Qué cruel! Es un despiadado, un ser sin alma, un ángel travieso, una criatura inhumana.
¿Por qué no podía ser más compasivo?
¿Por qué cuestionaba mi ausencia cómo sí le afectara?
¿Por qué jugaba conmigo?
– ¿Contigo? Ahhh, ya se de lo que estás hablando.
– ¿Si?
– Si, si, si, disculpa; fue un error de mi parte no avisarte.
– ¿Avisarme?
– Si, había olvidado decirte.
– ¿Decirme que?
– Tú ya no me interesas.
Solté el agarre de sus dedos sobre mi muñeca y con un paso tranquilo, subí las escaleras y me encerré en mi cuarto. Cuando entre, mis piernas me fallaron, y caí de rodillas al suelo; todavía no podía entender como había logrado sostener una conversación con él sin haber saltado a sus brazos, buscando ese calor que sólo podía darme Bill.
Me quedé ahí por horas, pensando y recordando su rostro luego de haber pronunciado esas palabras.
¡DIOS!
Como me había costado mentirle de esa manera, pero si no se lo decía no lo hubiese aguantado; es que era tan absurdo, que ese ligero toque en mi muñeca había despertado todos mis sentidos y mi mente sólo me repetía:
Él es tuyo, tómalo y no le dejes ir Tom.
La tristeza de sus ojos me hizo sentir miserable, pero, ¿Qué tenía que haber hecho? Él me tomó por sorpresa y no me quedo de otra que no fuera apartarlo de mí de una vez por todas. No le arruinaría la vida a Bill, sólo me ausentaría de ella; a fin de cuentas, él parecía estar bien sin mí y lo que había pasado en la cocina, no era más que un acto de buena educación.
¡JA!
Ni yo me creía eso, sí fuese verdad, ¿Por qué su rostro se descompuso de esa manera? Me sentí tan culpable por ser el responsable de colocar en esas perfectas facciones, un gesto tan desgarrador como ese, pero, Bill, mi pequeño, es por tú bien y el mío.
Así estamos mejor, te lo aseguro.
Desperté en el suelo, con la misma ropa con la que había llegado el día anterior; dirigí mi mirada hasta el reloj y vi que tenía 30 minutos para arreglarme e irme a la Universidad. Me levanté adolorido, tomé una ducha y me vestí de la manera en la que solía hacerlo, sólo que por ésta ocasión, había soltado mis rastas.
Salí de casa y no me topé con Bill en ningún momento (Gracias a Dios), es decir, no estaba preparado para confrontarle luego de haberle dicho eso, no quería ver su rostro, porque sabía de sobra que sí percibía la menor señal de dolor, tiraría todo a la mierda y me iría a su lado sin pensarlo dos veces.
Cuando llegué a la Universidad, me percaté de que las ocasiones en las que había visto a Lele, se encontraba sola.
¿Acaso Bill no había ido?
Las clases finalizaron, fui hasta el estacionamiento y me encontraba por emprender mi viaje fuera de los estruendos de la ciudad, cuando de repente mi celular sonó:
– ¿Si?
– Tom, hijo, ¿Cómo estás?
– Ah, hola papá, bien y ¿tú?
– Oh, bien, bien, tú mamá y yo acabamos de llegar.
– ¿Están en casa?
– Si, y Sam nos informa que últimamente llegas muy tarde a casa, así que quiero que vengas de inmediato, te extrañamos.
– Ammm, bueno, esto…
– ¿Qué sucede? ¿No deseas vernos?
– ¿Qué? Claro que si papá, no digas cosas como esas. Ummm, ya voy para allá.
– Bien, te esperamos hijo.
– Sí señor.
Colgué el teléfono y empecé a mentalizarme, es decir, era obvio que Bill se reuniría con nosotros y ambos debíamos fingir que nos llevábamos bien para no causar preocupaciones a mis padres; los cuales, aunque permanecían ausentes por mucho tiempo, siempre estaban pendientes de todos los sucesos del hogar.
Sam era los ojos y oídos de mis padres, por eso, le apreciaban tanto, al igual que yo.
Bien Tom, una vez que llegues a tú casa, mostraras tú mejor sonrisa y no evidenciaras rastro alguno de tú sufrimiento; bastante tienen tus padres con sus ajetreadas vidas, como para que tú te le unieras.
Y si ves a Bill, pues, le diriges la palabra pero no posas tu mirada en sus ojos, esperen…
¿Es eso humanamente posible?
Creo que no.
Estando a unos cuantos metros de llegar a la entrada de mi casa, me percaté de algo sumamente extraño.
¿Había vehículos policiales?
Pero, ¿Qué demonios había sucedido?
MALDICIÓN.
Aceleré el paso, y me bajé apresurado del auto, corrí hasta la puerta y al abrirse, vi una rebelión total. Los agentes se movían en todas las direcciones, unos hacían llamadas, otros estaban concentrados en sus ordenadores y mis padres estaban sentados en un sofá con una expresión inclasificable.
En esos instantes, sentí que algo andaba mal e imploraba que nada de lo que estaba sucediendo estuviese relacionado con él.
Por favor Dios, no.
Me acerqué hasta el lugar donde reposaban mis padres; los cuales al verme, me abrazaron con fuerza; mi madre comenzó a llorar y mi padre parecía estar sollozando; correspondí su gesto y me separé:
– Mamá, Papá, ¿Qué es lo que sucede?
– Dios Tom, esto es desastroso.
– ¿El qué?
POR FAVOR, POR FAVOR, POR FAVOR, TE LO SUPLICO, TE LO IMPLORO, QUE NO SEA ÉL.
– Tom, ¿Has sabido algo de Bill?
– ¿Qué?
– Si, ¿Le has visto en estos días?
Hice cuentas mentales, y llevaba sólo un día sin verlo…
– Si, le vi anoche.
– ¿Y cómo se encontraba?
– Bien, él estaba…pero… ¿Por qué me preguntan eso? ¿Qué hace toda esta gente aquí?
Mi respiración comenzó a acelerarse, lo veía venir; estaba por tener una crisis nerviosa, y no había nada que la detuviera, o eso creí…
– No sé cómo decirte esto…
– ¿Decirme que? Ya déjense de misterios, me están poniendo los nervios de punta.
– Hijo…
– ¿QUÉ?
– Bill está desaparecido.
Continúa…
Gracias por la visita. Te invitamos a continuar con la lectura.