Reverse 16

«Reverse I» Fic de Alter Saber

Capítulo 16: Castigo

«Las bestias también se enamoran»

¿Cómo puede un criminal sentir amor por su víctima?

¿Cómo un depredador puede defender a su presa?

¿Cómo un ser roto puede volver a sentir?

Estos interrogantes siempre habían divagado en mi cabeza; me fue imposible conseguir una respuesta satisfactoria; algo que me permitiera entender como un acto tan ajeno a la naturaleza, podía darse; es decir, sí el criminal se enamora de su víctima, ¿No estaría yendo en contra de sus principios? Esos argumentos que lo han llevado a masacrar, torturar y asesinar gente; entonces, ¿Por qué siente amor? ¿No se supone que su corazón está marchito y su alma cegada por el odio?

Si el depredador defiende a su presa, está colocando en riesgo su propia subsistencia, incluso su manada puede jugarle en contra y matarlo por cometer una aberración tan grande, como la de desobedecer los parámetros biológicos en los que el más fuerte sobrevive gracias al más débil.

Un ser que ha sido quebrantado por la crueldad del destino, sabe con certeza, que el dolor emocional es tan cancerígeno que incluso preferiría soportar un daño físico; y es que una vez, el alma se rompe, no existe nada que pueda reconstruirla; pero, hay escasas ocasiones en las que los fragmentos se adhieren de nuevo y el corazón empieza a latir.

Todos y cada uno de estos casos, me permiten deducir, que las imposibilidades son inalcanzables sólo porque alguien no ha contado con la suerte de encontrar una persona que con su simple existencia, haga todo posible.

No importa cuán duro sea el trayecto, las injusticias se vuelven bromas, las críticas se hacen sinfonías y el odio se vuelve canto; sí y sólo si, ese «Alguien» llega a tu vida para romper paradigmas y plantar nuevas perspectivas.

Cuando Bella se fue, sentí como el paraíso era reemplazado por un desastroso infierno; nada de lo que veía, nada de lo que escuchaba, nada de lo que tocaba, me hacía volver a la vida; ni siquiera mis padres o mis amigos, lograron recuperar los trozos que formaban mi alma.

No existía un solo día en el que pensara que Bella había decidió terminar con su vida porque su condición mental la estaba absorbiendo; No, ella se fue, porque Yo aparecí y le transforme su rutina.

Su carta había sido más que clara, su existencia cobró un sentido con mi aparición, pero, al igual, desató en ella una cantidad de sensaciones que la aterraban.

¿Cuánto tiempo tuvo que fingir que estaba bien por mí?

¿Cuántas habrán sido las veces en que Bella perdió la cordura y se lastimo así misma para sacar de su cabeza todas esas alucinaciones que le eran tan reales?

¿Cuándo fue la última vez en la que dormir no le resulto un trabajo difícil?

Esos cuestionamientos me hacían responsable de su muerte; mientras yo me sentía en el cielo bajo su compañía; ella luchaba desesperadamente por no perder el control, por no alterarme, por fingir ser la misma mujer de la que me enamore con locura.

¿Y yo, valía todo ese sacrificio?

No.

Claro que no.

Yo no era nadie, no había nada en mí que me hiciera merecedor de su esfuerzo; en cambio para una mujer como ella; ni siquiera el mundo entero sería suficiente. Su presencia me hacía sentir en paz, sus ojos me capturaban como los ladrones que eran, la forma en la que su nariz se arrugaba cuando se enojaba, me hacían sentir feliz; sus labios junto a los míos, eran el milagro que había esperado por años.

Pero, aun así, la verdad era que, yo estaba consciente del desequilibrio de nuestra relación, es decir, yo era quien gozaba de los beneficios, porque Bella tenía mucho por ofrecerme y yo, sólo podía entregarle lo poco rescatable en mí; aun así, ella parecía sentirse complacida por ello.

Recuerdo que la primera vez que estuvimos juntos; ella estaba muy nerviosa por la falta de experiencia que tenía en ese tipo de situaciones y yo estaba más asustado que Bella, porque no se trataba de una noche de sexo desenfrenado; la mujer que estaba debajo de mí, era mi mundo entero y no tenía ni la menor idea de cómo tratarla para no romperla; me importaba cada detalle, no quería que se sintiera incomoda, deseaba que disfrutara de la experiencia y me permitiera el privilegio de tocarla por segunda vez.

La realidad de esa noche, en medio de velas y una cama llena de pétalos de rosa; fue que, su inocencia y timidez me habían nublado la mente; mi tacto era suave, dulce y pasivo; fui paciente y le di el placer que me pedía; aun cuando ambos alcanzamos el clímax, la sensación que tuve al final, fue contradictoria.

Había disfrutado del momento, pero, esperaba una burbuja llena de nuevas y electrizantes emociones que saltaban por doquier y que me fueran imposibles de controlar; ese día, pensé, que quizás mi aparente inconformidad, se debía a que el acto en si fue tranquilo y el ritmo era pausado, es decir, nada a lo que yo estaba acostumbrado.

Sin embargo, hubo otros encuentros en los que la lujuria hizo de las suyas y aun así, no me sentía del todo bien. Era un presentimiento, algo que en el fondo me decía que quizás yo quería a Bella como a nadie, pero, no me encontraba enamorado de ella.

Deshice esos pensamientos de mi cabeza; era ridículo creer algo como eso; ella me había cautivado como nadie más lo había hecho; para mí, su mano junto a la mía, era el principio de todo; no deseaba estar con nadie más.

¿Acaso su partida no me destrozo?

Claro que sí, entonces, ¿Cómo era posible el que yo no la amara?

Sólo 3 años después de esos intensos momentos de meditación; acepté con resignación, el que ella era mi ideal, pero Bill, era el aliento que me permitía vivir.

Mientras disfrutaba del tacto de mi hermoso ángel; alguien decidió interrumpirnos y al darme vuelta, supe que ese encuentro, me podía salir caro.

– ¿Anna?

– Vaya, vaya, vaya, pero, si es el Gran Tom Kaulitz en compañía de una hermosa chica o debería decir, de un ¿Sensual hombre?

– ¿Qué putas quieres Anna? ¿Cómo llegaste hasta aquí?

– Te seguí.

– Estas demente.

– No Tom, estoy furiosa. ¿Sabes? Nadie, nunca, me había tratado de ésta manera, tú crees que es justo que me hayas desechado como a una basura.

Al parecer, Anna no había superado el rechazo que le propine; pero, si de algo sirve, yo nunca le insinué nada que le permitiera crearse esas falsas ilusiones.

Yo siempre era claro con mis presas; era sexo, nada más que eso.

Y si no les gustaba, pues que buscaran a otro ¿No?

– Lamento que te enteres de esta forma, pero eso es justo lo que eres; un puto estorbo en el camino.

– Jajaja, Tom, Tom, Tom; cuando estas en una situación en la que eres amenazado, debes actuar como tal.

– ¿Amenazado? Jajaja, ¿Por quién? ¿Por ti?

– Pues sí; yo me voy a convertir en tú tormenta personal.

– Jajajajajajaja Anna, en serio, ya detente; me voy a morir de la risa.

– Puedes burlarte todo lo que quieras, pero, yo voy en serio.

– ¿Ah sí?

– Si.

– ¿Estás segura?

– Completamente.

– ¿Me estas declarando la guerra?

– No, estoy sentenciando tú muerte.

– Oh, ya veo.

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien me confrontaba de esa manera; y para rematar, era una mujer que me guardaba un profundo rencor, digamos que, estaría algo nervioso sí no tuviera una carta bajo la manga; pero, ese no era el caso.

Las presas nunca pueden devorar a sus predadores.

Ese, es el ciclo natural de la vida.

– Anna, ¿Se te olvida con quien estas tratando?

– No, sé muy bien que estoy tratando con un idiota.

– Pues déjame decirte que «Éste idiota» sabe un pequeñito secreto tuyo.

– Jajajaja, no hay nada de lo que temer.

– ¿No?

– No.

– ¿Ni siquiera de algo relacionado con «Billboard Records»?

Y esa pose de superioridad se fue directo a la mierda. Anna palideció como nunca, sus labios se colocaron morados y sus manos se movían inquietas; al parecer, esa noche en que nos acostamos, ella estaba muy pasada de copas, porque sí estuviese en sus 5 sentidos, jamás me habría soltado semejante barbaridad…

En medio del sexo, Anna empezó a gritar que Yo no me comparaba en nada a Alice, y pensé, ¿Una mujer? Intrigado por el descubrimiento, empecé a sacarle la información, es decir, siempre hay que tener un enganche que te permita contraatacar, en caso que la presa sufra un complejo de predador.

– ¿Alice? ¿Te van las mujeres también? Eres una niña muy traviesa.

– Jajaja no, sólo con ella.

– ¿Ah sí? ¿Y puedo saber por qué?

Cada vez que le preguntaba algo, la embestía con más fuerza, para que así, su juicio no fuera claro y respondiera a mis cuestionamientos sin oponer resistencia…

Que puedo decir, la práctica hace al maestro.

– Porque ella me lo hace mejor que un hombre.

– ¿Mejor que yo nena?

– No, eso nunca Tom; tú no tienes comparación.

– ¿Y de dónde la conoces?

– Ella trabaja en Billboard records…Ahhh…

No podía perder esta oportunidad de oro; si conocía su sucio secreto, la manejaría a mi antojo; y eso, me podía servir de distracción, por el momento.

– ¿Y tus padres lo saben?

– CLARO QUE NO.

– ¿No? O sea que, ¿Te estas portando mal?

– Si…

– Ummm, ¿Y si te descubren?

– Me envían de monja a Roma, ellos son muy católicos…

– Oh.

Deje de interrogarla y me puse en marcha; ya sabía lo que quería; como su familia se enterara de las escapadas nocturnas de su hija para tener sexo con una lesbiana; fijo la exorcizaban.

– ¿Lo ves Anna? Las cosas no son tan simples, si quieres publicar esa foto y etiquetarme de «Homosexual», hazlo; no me importa, a fin de cuentas, Bill es mejor que cualquier mujer con la que he estado; y no me avergüenzo de ello. Pero, yo no tolero las amenazas, a mí nadie me reta, y si quieres matarme, debes comprender, que lo más probable, es que tú perezcas en el intento.

Anna comprendió al instante que los hilos de la marioneta, los jalaba yo, y siempre a mi gusto. Ella me paso la cámara y se fue corriendo.

Una vez el estorbo desapareció, fui hasta donde Bill; el me observaba con incredulidad, como si no conociera esa faceta mía y la verdad era que, yo era un monstruo comparado con él; pero, si había alguien que no tenía que preocuparse por caer en mi red de mentiras, era Bill.

– Pequeño, mejor vamos a casa y gozamos de una verdadera intimidad; no me gusta que nos interrumpan.

– Claro.

Íbamos cogidos de la mano; me encantaba sentir esos delgados dedos, entrelazados con los míos; era una sensación incomparable; avanzábamos y de repente, un grupo de personas se dirigía hacia nosotros y Bill, me soltó.

Su gesto me dejo estupefacto; a mí no me avergonzaba la situación, es decir, ¿Acaso alguien era mejor que él? Entonces, ¿Por qué debía esconder lo que teníamos? Yo no veía la hora de gritarles a todos, que él me pertenecía, que sólo yo lo podía tocar, que sólo yo era merecedor de esos labios, que nadie más podía entrar en contacto con su pureza.

Llegamos al auto, entramos y fui directo al grano:

– ¿Por qué hiciste eso?

– ¿Qué cosa?

– No te hagas el tonto, me soltaste la mano.

– Ah, eso. Bueno, no quería que nos malinterpretaran.

¿Él dijo eso?

– ¿Disculpa?

– ¿Qué?

– Espera, no te estoy entendiendo; ¿Te avergüenzas de esto?

– ¿Qué? No Tom, es sólo que…

– ¿QUÉ?

Me faltaban escasos milímetros para desatar mi ira; o sea que, ¿Le da pena que lo traten de homosexual? ¿O soy yo quien lo avergüenza?

No sé cuál de las dos opciones es peor.

– Mira Tom, no quiero crearte problemas.

– ¿Y quién dijo que lo hacías?

– No lo sé, es sólo que no me parece correcto que todos en la Universidad te vean de la mano conmigo.

– ¿Por qué no?

– Porque soy un hombre Tom, por eso.

– ¿Y?

– ¿Cómo que «Y»? ¿Acaso no te das cuenta que vas a perder el respeto que te tienen?

¿Respeto? ¡JA! Entre el miedo y la sumisión, hay un abismo de diferencia; el temor te da poder, la obediencia puede traicionarte sí la víctima se cansa de la situación y se revela ante el maltratador.

– Si le llamas «Respeto» al hecho que nadie contradice lo que digo, créeme que eso no tiene nada que ver con mi fama de mujeriego.

– No me interesa Tom, sólo no quiero exhibir esto.

– Así que te da pena…

– No es pena; es miedo a que te rechacen, ¿Por qué no lo entiendes?

El que no estaba entendiendo era él; ¿Acaso no se dio cuenta, que ni siquiera mis padres fueron impedimento para mí? Yo estaba profundamente enganchado a Bill y él parecía poner en tela de duda esa posición.

– Mira Bill, en cuanto tú no me hagas a un lado, a mí me interesa una mierda lo que los demás piensen.

– ¿Tom?

– Dime.

– Yo…

– ¿Si?

– Terminemos con esto.

La felicidad está al alcance de dos palabras y la destrucción a una frase de distancia.

¿Terminar?

¿Qué?

¿Escuché bien?

– Perdona Bill, repite lo que dijiste.

– Q-quiero…terminar con esto.

– ¿Y qué es esto?

– Pues esto Tom, lo que sea que tú y yo tengamos.

– Pero, si no tenemos nada…

– ¿Cómo?

– Sí, es decir, tú y yo no somos pareja, aun.

– ¿Qué?

– No recuerdo haberte propuesto ser mi novio o algo así…

– Pues no, pero, tú y yo, estuvimos juntos ¿No?

– Sí, he hecho eso cientos de veces con otras mujeres.

– Espera…

– ¿Qué pasa pequeño? ¿Te está golpeando muy fuerte la realidad o qué?

– ¿Tú me mentiste?

– Ummm…

ERES UN PUTO CABRÓN.

– Lo soy.

– Me usaste, te aprovechaste de mí y te llevaste mi virgi…

– Tú virginidad, si, exacto, eso fue lo que tome.

– ¿Y lo dices así sin más?

– Pues sí.

– Pero…

– Pero nada, es decir, tú te confesaste, pero, ¿Yo hice algo como eso?

Bill abrió sus ojos y me miraba como si me estuviese diciendo: Me has timado, me has traicionado, te entregué todo lo que tenía…

Y de repente, esa hermosa mirada se cundió de un mar de lágrimas que caían a cantaros por esas mejillas; Bill llevo sus manos hasta su rostro y se tapó como si un profundo dolor lo estuviese inundando y viéndole así, lo confirmé.

Él si me ama, y su «Terminemos con esto» no es más que una excusa estúpida derivada del temor que tiene de ocasionarme problemas.

Bien, ya que mi crueldad rindió sus frutos.

Es hora del castigo.

Porque claro que no lo iba a dejar así sin más; él intento escapar de mí, y Bill sabe muy bien que eso lo tiene prohibido, así que, hay que recordarle su lugar; incluso si es a base de bestialidad.

– No sabes mentir Bill; por eso, eres tan inocente.

Él seguía llorando con fuerza y yo no pude evitar enternecerme por eso, ¿Tanto le dolía lo que le había dicho? Jajaja, Dios, éste pequeño es el colmo de la perfección.

Encendí el aire del auto, el ambiente empezó a enfriarse, pero, eso no duraría mucho, porque las cosas estaban por subir la temperatura al máximo.

Me quité el cinturón de seguridad, bajé la palanca del asiento de Bill para que se inclinara un poco hacia atrás; el cual reacciono de inmediato ante ese hecho, y dejo de llorar, mientras me observaba con confusión…

Oh, pobre ángel…

No sabe lo que está por sucederle.

Sin pedirle permiso, me levanté de mi asiento y me dirigí hasta donde él, una vez que nuestros ojos se encontraron, me senté encima de él y le dije:

– ¿Sabes qué le sucede a los niños cuando se portan mal?

Bill no respondió, pero, sus mejillas empezaron a tomar color, sus ojos brillaban y el parecía saber que lo que estaba a punto de suceder, era su castigo por intentar huir de mi lado.

– Bill, ¿Acaso no fui claro contigo? Te dije, que no podías escapar de mí, ni siquiera intentarlo.

– Pero…

– Pero nada, soy tú dueño y tú mi pequeño, eres mío; ¿Se te olvida que te hice el amor? Porque sí tu memoria ignora eso, permíteme recordártelo…

Cambié los papeles y obligué a Bill a sentarse encima mío; sus piernas estaban de cada lado y permití que el descargara todo su peso sobre mí; no le quite la vista ni un segundo y comencé a moverme debajo de él, quería que sintiera como mi miembro crecía por ese ligero roce entre ambos.

Bill agacho su mirada y su rostro estaba rojo; de sus ojos brotaban pequeñas lágrimas y al verle así, no me quedo de otra que, tomar su barbilla para apreciarle de frente y empezar a recoger cada una de esas cuencas que recorrían sus mejillas; le daba pequeños besos para saborear ese líquido que emanaba de su mirada.

Y él, posó sus manos en mis hombros, comenzó a mover su rostro en la misma dirección en la que yo le estaba besando; como sí dijera: Me gusta lo que estás haciendo, no te detengas…

Dejé de moverme debajo de él y empecé a desnudarlo; tiré sus botas a un lado; desabroche su pantalón, le quite la chaqueta, la camisa y cuando sus pezones quedaron al descubierto; lleve mi lengua hasta uno de ellos; lo succione y luego le mordí con fuerza a lo que el respondió:

– Ohhh…

Su gemido me hizo entrar en calor de inmediato; no desaproveché la oportunidad; poco me importaba hacérselo en el carro; pero, tampoco quería incomodarlo, entonces, le pedí que se pasara al asiento de atrás; salí del auto y entré de nuevo…

Él estaba sentado, como si fuera un niño al que acaban de regañar; me parecía condenadamente tierno, sin embargo, no quería que estuviese asustado, como si yo lo forzara a hacerlo, deseaba que cada momento a su lado, fuera una decisión unánime y no particular.

– Bill.

– ¿Ummm?

– ¿Me amas?

Se quedó callado, su rostro estaba escondido entre sus rodillas y sus brazos abrazaban sus piernas con fuerza…

Qué niño tan consentido.

– Oye, te estoy preguntando, ¿Me amas?

– No…

– ¿No? ¿En serio? Yo diría que si lo haces.

– ¿Por qué debería de hacerlo si tú no lo haces?

– ¿Y quién dijo que no lo hacía?

¡Touché!

Jajaja, le había ganado esa partida con creces; su reacción me lo hizo saber, estaba eufórico por mi respuesta, incluso disimulo con todas sus fuerzas, esa sonrisa que estaba por asomarse en su boca…

Pero, él, al igual que yo, era un poco terco…

– ¡Ja! No te creo, sí fuera verdad, me lo dirías así como yo lo hice.

Bueno, ese fue su intento por sacar un poco más de información; pero, de nada va a servir, porque aun cuando todo lo que siento es real; esas dos palabras me acuchillan la garganta con ferocidad cada vez que intento pronunciarlas…

Tendrás que esperar por ello Bill.

Será tú recompensa…

– Te lo dije en la cabaña.

– ¿Qué? No seas mentiroso, claro que no lo hiciste.

– Lo hice.

– No lo hiciste tonto.

– Si lo hice, guapo.

– Si lo hubieses dicho me acordaría de ello a la perfección.

– ¿Ah sí? ¿Y por qué?

– ¿Cómo que por qué?

– Si, ¿Por qué lo recordarías?

– Pues porque me habría hecho inmensamente feliz; más que haber hecho el amor contigo, o sea, eso estuvo bastante bien, no lo puedo negar; pero, si te hubieses confesado, yo estaría en las nubes aun, por qué…

Y se quedó callado; su rostro se puso rojo a más no poder; al parecer, Bill había hablado de más, se llevó su mano hasta la boca y yo sonreí triunfante…

– Vaya, vaya, vaya, pero, ¿Qué tenemos aquí? Me sorprendes, o sea, que disfrutaste de lo que te hice y aun sigues en las nubes…

– Idiota.

– Oh, venga Bill, aunque no me lo dijeras, ya lo sabía.

– Ja, si claro.

– Bueno, si te escucho gritar mi nombre como lo hiciste ese día, es más que obvio que disfrutaste ¿No?

– Serás…

– Además, sé que te sientes en las nubes…

– Jum.

– Porque yo hago parte de ese mismo cielo, amor.

Si antes se había petrificado, ahora sí que es cierto, Jajaja, parecía una estatua; no se movía para ningún lado y su rostro sólo me miraba, diciéndome: No me mientas, no juegues así conmigo…

Le sonreí con sinceridad, era obvio que no estaba mintiendo; negar que pertenecemos al mismo paraíso, es como decirle a un pájaro que posee alas, que no puede volar.

Me acerqué a él; tomé sus manos y las lleve hasta mi pecho; alcé mi mirada y le dije:

– ¿Sientes eso? Mi corazón quiere salirse de aquí, sólo porque tú me estas tocando Bill.

Y como si fuéramos uno solo, los latidos de él se conectaron a los míos y allí éramos sólo nosotros.

Solté sus manos y lleve las mías hasta su rostro, acaricie ambas mejillas y lo besé; le di pequeños lametones en la comisura de sus labios, mordí su barbilla y metí mi lengua en su boca con fuerza; él gimió por la sorpresa, pero no se contuvo; empezamos a juguetear, creando una danza sumamente erótica que me provocaba espasmos en todo el cuerpo.

Mientras me comía su boca, él llevo sus manos hasta mi cabeza, me quito la gorra y la banda; soltó mis rastas, tiro de mi camiseta y empezó a recorrer todo mi torso con esas delicadas uñas, que comenzaron a arañarme con fuerza; su mano derecha empezó a descender y desabrocho mi pantalón; colándose entre mis boxers hasta dar con mi despierta erección; Bill estaba fuera de sí…

Su mano empezó a moverse con desespero sobre mi miembro; y yo no pude evitar gemir en su boca; seguíamos besándonos, pero él no se detenía; comenzó a levantarse y se sentó encima de mí, continuaba tocándome con insistencia, y de repente, nuestros labios perdieron el contacto; pero, él me apretaba con fervor y yo…

– Ahhh, Bill… ¿Q-qué te pasa?

Parecía absorto, completamente abandonado, resignado a todo, como sí lo único que le importara en esos momentos, fuera darme placer, y, vaya que lo estaba logrando.

Conforme su mano bajaba y subía; sus labios recorrían mi cuello; el me besaba, succionaba y luego mordía con ansia; y yo sólo podía gemir en respuesta, él quería dominarme, eso era seguro.

Pero, no lo dejé.

¿Cuándo un alfa es doblegado por un beta?

N-U-N-C-A.

Aparte su mano de mi miembro y lo miré directo a los ojos.

– Bájale un poco a la revolución pequeño, yo, no me voy a ir a ningún lado. ¿Qué tal si, en vez, de propinarme placer con tú mano, lo haces con esa preciosa boca?

– Ummm…

– Cómeme, Bill.

Continúa…

Gracias por la visita. Te invitamos a continuar con la lectura.

Publico y rescato para el fandom TH

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