«Reverse I» Fic de Alter Saber
Capítulo 6: Furia
«Cuando pensé que él ya era mío, Ella me lo arrebato a besos»
Misery business – Paramore
Nunca me había detenido a pensar lo que se sentiría al estar con un hombre, es decir, no existía la necesidad de explorar esas posibilidades porque las mujeres siempre se han adherido a mí como imanes. Jamás he tenido que esforzarme para conseguir sexo desenfrenado, es más, debo rechazar un sin número de ofertas y puedo darme el privilegio de seleccionar las mejores opciones.
En mi habitación tengo dos cajas dispuestas sobre mi escritorio, las cuales cumplen una función que me facilita clasificar la fogosidad de mis presas.
Luego de una intensa sesión de sexo, le entrego a la chica, bien sea una tarjeta roja o una de color azul, en la que escriben sus nombres y números de contacto; todo con la excusa que me comunicaré con ellas en una próxima ocasión; aunque para muchos resulte insultante éste pequeño sistema, a mí me hace la vida más sencilla:
– Tarjeta roja: Chicas que se hicieron merecedoras de otra oportunidad de estar conmigo.
– Tarjeta azul: Mujeres que no hicieron nada representativo como para tenerlas en cuenta. No obstante, sí existen casos en los que no pueda concretar citas con las chicas de las tarjetas rojas, entonces, como último recurso, acudo a ésta opción; es válido afirmar que de momento no he tenido que emplear esa maniobra porque para mí, siempre habrá alguien disponible.
No me jacto de nada, los hechos hablan más que las palabras y cualquiera que lleve un tiempo considerable de conocerme; sabe muy bien que las mujeres son el menor de mis problemas. Es por ello que el homosexualismo me parecía incoherente:
¿Cómo puede un hombre desear a alguien de su mismo sexo si no existe nada más placentero que la cavidad de una mujer?
La infinidad de vivencias que había tenido hasta ese momento me hacían llegar a esa conclusión; era absurdo siquiera considerar la remota eventualidad, en la que un hombre sea motivo de interés de otro hombre.
¡Simplemente ridículo!
Sin embargo, el contexto en el que uno se encuentra, puede variar en cualquier instante; algunas ocasiones a favor y otras en contra; nadie puede afirmar con certeza el momento en el que las cosas están a punto de cambiar, pero sí es posible escoger entre adaptarse o perecer.
Y en ésta situación, yo estaba más que dispuesto a habituarme; sí con eso podía escuchar ese coro angelical que emanaba de su boca cuando se estremecía, Yo, sin dudar por un momento; abandonaría todos y cada uno de mis principios; le haría mi propiedad, nadie podría tocarle sin mi autorización, ni siquiera permitiría que una persona sea mujer u hombre se volviera cercano a él, porque de sólo imaginar que alguien diferente a mí, podría llegar a disfrutar de su tacto, su mirada, su inocencia, su ingenuidad o su sonrisa, era suficiente para hacerme perder los estribos.
Mucho menos ahora que había sido testigo del mayor de los deleites. Llegué al paraíso y el portador de esa hermosa figura se había resignado a mis caricias; de sólo recordar como su cuerpo se retorcía por el sofocante placer que le estaba propinando mi mano; me entraban ganas de irrumpir nuevamente en su habitación y allí, en medio de sus sabanas azules, le tomaría con dulzura, para hacerlo sentir seguro y cuando menos lo esperara, le cambiaría las tornas y lo atraparía de la manera más salvaje posible, para que gritara mi nombre, que suplicara que no le soltara y que de una vez por todas, sus labios pronunciaran aquello que anhelaba escuchar para así sentirme en paz:
– Soy tuyo.
Sí le escuchaba decir eso, me fundiría en su esencia y le permitiría entrar. Derribaría todos mis muros, dándole vía libre para que accediera a lo más recóndito de mí ser, y que así se posesionara e hiciera de ese lugar su nuevo hogar. Haría a un lado mis prejuicios, contradicciones y confusiones, lo convertiría en una criatura dependiente, para que así, aunque él quisiera, no pudiera huir, porque sabría que su vida no tendría sentido, sí su dueño no está junto a él.
Bill representaba para mí lo que para Pandora era su caja de secretos.
Me había tomado por sorpresa y le deseaba con extrema lujuria, pero no estaba dispuesto a hacerlo conocedor de su poder sobre mí; sin antes recibir de su parte la rendición a mis designios. Quería que entendiera que Yo podía ser él motivo de su felicidad pero también el causante de su calvario; dependía exclusivamente de su criterio; no le daría pistas ni atajos, Bill tendría que recorrer ese camino solo, porque o sino el juego no tendría sentido.
Y mientras meditaba con profunda concentración, reparé en el hecho que ya eran más de las 10:00 pm; entonces, bajé a la cocina, comí un poco y subí de inmediato a la tercera planta, me puse en frente de la habitación de Bill y no escuché ningún sonido, de seguro el pequeño angelito ya se había dormido.
El estrepitoso sonido que hacia mi alarma, logró despertarme. Una vez sentado en el borde de la cama, me levanté y me dirigí al baño. Luego de una rápida ducha, fui al armario; tomé un pantalón negro, con una camiseta blanca y unas zapatillas rojas, mi banda, una sudadera y la gorra. Bajé las escaleras, salude a los sirvientes y desayuné; me percaté de que Bill no estaba por ningún lado e invadido por la curiosidad le pregunté a Sam:
– Hey Sammy! ¿Bill ya se fue?
– Oh, no Joven Tom! Al parecer el Joven Kaulitz tiene un horario diferente al suyo y su ingreso es a las 10:00 am.
– Ummm, ya veo.
– ¿Por qué la inquietud? ¿Le necesitaba para algo urgente?
– ¡Si! Bueno no, es decir, sólo quería darle algunos consejos sobre la Universidad y como debe moverse; Tú me entiendes.
– Claro Joven, lo comprendo. ¿Desea dejarle algún mensaje?
– ¡Ah, sí! Dile que por ninguna razón se le olvide que las «Pertenencias» son única y exclusivamente del dueño, que no pueden ser tocadas ni apreciadas por nadie más.
– Es un recordatorio un tanto extraño, pero se lo haré saber a detalle al Joven Kaulitz.
– Gracias Sammy. Me voy, envía a Bill en un auto y que alguien se encargué de recogerlo, no quiero que se pierda.
– Como ordene Joven Tom.
Salí de mi casa, me dirigí al estacionamiento, me subí en mi auto y emprendí el camino a la Universidad Johann Wolfgang Goethe; ésta institución era sin duda alguna, la más prestigiosa de Frankfurt; para ingresar se requería de un puntaje soberbio en las pruebas nacionales; aquí, ni el dinero, ni las influencias gubernamentales, ni las donaciones eran tomadas en cuenta para admitir a un estudiante; se podría decir que la élite intelectual de Alemania residía allí.
El campus era enorme, cubierto por una espesa cobertura vegetal, la cual se intercalaba con edificios que poseían una estructura colonial, pero que se encontraban en perfecto estado. Éste recinto del pensamiento contaba con su propio restaurante 5 estrellas, áreas para practicar cualquier deporte, bibliotecas, laboratorios de la más avanzada tecnología y cualquier espacio necesario para satisfacer las exigencias del saber.
Ahora que lo pienso, Bill ingresó sin ningún tipo de contratiempo a ésta Universidad; así que el pequeño no era para nada estúpido. Sino estoy mal, su matrícula abarcaba la Facultad de Psicología.
Jajajaja, de algo le servirá toda esa palabrería de Freud para quitarse todos los traumas que le supondrá la convivencia conmigo.
Por el contrario, mi sector era la Ingeniería mecánica. Sí, aunque increíble, es cierto. No sólo pienso con mi «Amiguito» (Cómo dijo Bill), era una persona con un coeficiente intelectual que estaba por encima de la media, tanto así que me consideraban un «Genio». Nunca le preste mucha atención a ello, es más, no alardeo de mi excepcional condición, porque a nadie debe importarle lo que me apasiona o en lo que deseo emplear mi tiempo.
Manejo un bajo perfil, sí algún docente me cuestiona algo en frente de la clase, le contesto con completa confianza, pero si no lo hace, tampoco empleo mis energías en que las personas conozcan mi capacidad. Me limito a escuchar y anotar lo que considero relevante; la universidad no me supone un problema. Por esa razón, puedo emplear mi tiempo en mujeres; bueno hasta hace unos días era de esa forma.
Ahora tenía una nueva afición con la cual entretenerme…
Llegué al aula en la que me correspondía tomar el curso de Mecánica I, entré y me senté en la última fila; nadie querría que un tipo de casi 2 metros se sentara en frente de él. Y cómo era costumbre, un grupo de chicas se acercó a mi puesto:
– ¡Tom! Dios pero que guapo estas, ¿Sigues yendo al Gym?
– No Jessie, está es mi complexión, ¿No te jode?
– No tienes por qué comportarte como un idiota.
– No soy yo quien está haciendo el ridículo, ¿Cuántas veces debo decirte que me vales madre? Tu intensidad me asfixia mujer.
– Eres un imbécil.
– Y tú una buscona interesada.
– Vete al infierno, Tom.
– Ya estoy en él.
Jessie Fortland era la heredera de una de las empresas automotrices más destacadas de toda Alemania; tenia sucursales en países de renombre como E.U y China.
Tuve un rollo o desliz con ella, duro como 1 mes, quizás es la «Relación» más larga que he tenido y es que la «Jovencita Fortland» era una diosa sexual, dejando a un lado su perfecta simetría corporal; ella tenía habilidades excepcionales en el sexo, era intrépida, atrevida, audaz, provocativa y dominante; aunque claro está que sus intentos por domar mi bestial esencia fueron inútiles.
A mí nadie me sometía.
Sin embargo, un día después de culminar por tercera vez; Jessie cometió una equivocación que no iba a pasar desapercibida. Mientras nos vestíamos, ella se acercó por detrás y me abrazo:
– Tom, ¿No consideras que esto que tenemos es más que sólo sexo?
¡MALDICIÓN! Tenía que arruinarlo.
– Pero, ¿De qué demonios estás hablando rubia?
– Pues, es que ya llevamos como un mes en esto y no sé, Yo disfruto mucho y tú igual ¿No?
– A ver Jessie, Yo sé que tú cerebro es limitado en algunos aspectos, pero creí que no eras tan «Cortita» de mente en estos asuntos.
– ¿Qué insinúas?
Perdió su oportunidad de redimirse y hacer de cuenta que no había dicho semejante barbaridad.
– Dios, luego se preguntan porque las rubias tienen ese estereotipo de «Huecas» pintado en la cara.
– Tom, más despacio. No entiendo nada de lo que estás diciendo.
– Permíteme ser claro: Lo que tú sugieres es un «Compromiso» como si fuéramos una especie de pareja, pero hasta donde Yo tengo entendido; tú no eres más que mi diversión de los viernes, mi desfogué semanal, mi distracción sexual. ¿Me equivoco?
– Eres un maldito bastardo, ¿Cómo puedes tratarme así? ¿Qué no conoces el significado de la palabra «Prudencia»?
– ¿Y según tú cómo se supone que debo tratarte?
– Con delicadeza, soy una mujer.
– Y sólo después de un mes te vienes a hacer la digna, echándome en cara que eres una mujer que merece mi respeto…Jajajaja, ¿Estas bromeando, verdad? No tienes derecho a reclamar nada más que mi interés sexual por ti, porque desde un comienzo te comportaste como una cualquiera, o ¿Me vas a decir que todas esas destrezas que tienes en la cama las aprendiste por simple imaginación? Te has acostado con la mitad de la población masculina de Frankfurt, y ¿Hablas de consideración y delicadeza? Absurdo, realmente carente de sentido.
– Te detesto.
– Me da igual y por si no fuera poco, te informo que lo «Nuestro» llego a su fin. Lo disfruté, eso no te lo voy a negar. Voy a recomendarte con mis amigos cuando me pregunten por un contacto que sepa dar buen sexo.
Y me fui de allí, la dejé en ese cuarto de hotel. Sabía que sus sollozos eran sinceros, porque quizás, ella cometió el error de confundir placer con amor; pero ese no era para nada mi problema.
Las clases transcurrieron con tranquilidad, una vez sonó la campana, salí a los pasillos y estaba por dirigirme hasta el comedor, cuando una inusual escena me perturbo.
Jessie estaba hablando con alguien de aspecto extraño, él chico tenía una contextura delgada, vestía todo de ¿Negro?, llevaba algo en la cara…
Eso era ¿Maquillaje? ¿Quién anda pintándose la cara como un jodido travesti?
Esperen…
No me jodas.
La rubia jugueteaba con sus manos y soltaba una risa delicada como sí se tratara de un ser inocente; esa maldita mujer era una experta en fingir ingenuidad y conseguir justo lo que quería, pero:
¿Por qué putas estaba hablando con Bill?, no mejor aún, ¿Qué carajos hace Bill en la Facultad de Ingeniería? Bien revisemos opciones:
1. Me está buscando (DESCARTADA)
2. Es idiota (PROBABLE)
3. Se perdió (JODIDAMENTE PROBABLE)
4. Es retrasado (100% PROBABLE)
De momento ninguna de esas opciones me hacía sentir tranquilo, entonces pase a la acción, me acerqué con aplomo y me ubique a unos cuantos metros de distancia hasta que escuche:
– Pero, ¡Eres muy guapo! No te había visto por aquí, ¿Eres nuevo?
– Ammm, sí. De hecho, estudio en la Facultad de Psicología.
– Oh, increíble. ¿Y qué haces por aquí?
– ¿Qué facultad es esta?
– Ingeniería.
– Mierda, tengo que largarme pero ya de aquí.
– ¿Por qué?
– Sí te digo que un demonio me devoraría si me encuentra por aquí, ¿Tú me creerías?
– Jajajaja, ¡Qué gracioso!
– Ojalá fuera una broma.
Así que el muy imbécil se había perdido, pero, ¿Acaso Sam no le había dado mi recado? ¿Qué putas hacia hablando con esa maldita rubia infeliz? Esta me la iba a pagar, lo castigaría severamente por su deslealtad. Y cuando creí que la situación no podía ser más estresante, esa bruja asquerosa dijo:
– Eres precioso, ¿Cómo te llamas?
Nivel de Furia: 10%
– Soy Bill, Bill Kaulitz y ¿Tú?
Nivel de Furia: 15%
– Soy Jessie Fortland, no sé si estas enterado, pero mi padre es dueño de una de las empresas automotrices más importantes del país.
Nivel de Furia: 25%
– Oh, no tenía ni idea. Así que, ¿Eres una heredera?
Nivel de Furia: 35%
– Si, y si tú quieres, puedo mantenerte por el resto de tú vida.
Nivel de Furia: 60%
– Jajajaja, eres muy amable pero no me apetece; de momento sólo quiero empezar de nuevo y disfrutar de la U.
Nivel de Furia: 70%
– Es una pena, porque por un muñeco como tú, yo haría cualquier cosa; ¿Te molesta sí te toco el cabello?
Nivel de Furia: 95%
– Ammm, no. No hay problema, puedes hacerlo.
– Gracias Cariño.
Y esa mujer dirigió su mano hasta el cabello de mi «supuesta» propiedad y él como un auto-reflejo, le sonrió y acercó su mejilla para que ella le consintiera…
NIVEL DE FURIA: 200%
– ¿Se puede saber qué hacen el par de enamorados exhibiéndose en los pasillos de una Universidad?
– Tom, pero que dices, Sí Bill y yo a penas nos estamos conociendo, aunque ¿Quién no caería a los pies de semejante preciosidad?
Cálmate Tom, cálmate. Respira, no puedes golpearla, es una mujer, repítelo: Es una mujer, una mujer, una mujer, una infeliz, malnacida, estúpida, horrorosa, vil y cruel mujer, que piensa que puede hacerse con lo que es mío.
– ¿Y qué tiene que decir nuestro pequeño Bill al respecto?
Describir el miedo que irradiaban esos ojos color miel era imposible; a Bill le temblaba todo el cuerpo, sus labios estaban fruncidos, su respiración era agitada y su mirada imploraba perdón.
Pero, ésta vez, no le iba a perdonar.
– Venga Bill, anda dinos, ¿Qué estaban haciendo ustedes dos?
– Pues…ammm…yo…
– ¿Se te olvido hablar? ¿Qué pasa, te pongo nervioso?
– Si….es decir…No, yo…
– Vete.
– ¿Qué?
– Que te vayas ya mismo de aquí.
– Pero…
– El auto te está esperando afuera.
Y en un movimiento feroz, lo tome del brazo y acerqué mis labios a su oreja:
– De esta te enteras cuando llegue a casa.
Bill salió corriendo como si el diablo se fuera a llevar su alma y Jessie me veía con asombro:
– ¿Tom? ¿Qué pasa? ¿Te pusiste celoso?
– ¿Cómo es que adivinas preciosa?
– Prec…
La besé como antaño y ella no tardó en corresponder, se derretía por completo.
No la iba a dejar escapar de esta, era una mujer y no podía golpearla, así que, existían otras formas de vengarse.
La tome por la cintura y acercándola a mí, le dije:
– Vamos a mi casa.
Pude sentir su estremecimiento, ella me deseaba como nunca y completamente sonrojada me dijo:
– Si.
El trayecto a casa fue silencioso; Jessie no decía nada, no sé si por vergüenza o por ansiedad, pero su postura era todo menos relajada:
– Oye, ¿Estás bien?
– Sí, es sólo que…nada. No pasa nada.
– Sí tú lo dices…
Aparqué el auto, bajamos y sin perder el tiempo, subimos las escaleras y entramos en la habitación. Una vez dentro, Jessie se despojó de toda su ropa y se lanzó encima mío como toda una pantera; le correspondí; empezamos a intercambiar besos ruidosos, yo la apretaba y ella gritaba de gusto; entonces, cuando menos me lo espere, ella bajo mis pantalones y empezó a tocar mi miembro con insistencia.
Recordé que me encantaba la forma en la que esta mujer me tocaba, era sublime.
– Maldición, no pierdes la puta practica Jess.
– Y tú sigues siendo tan sensual como siempre.
Sin reparos, la rubia se sentó sobre mí, sin detenerse a pensar en nada y como sólo una fiera lo haría, comenzó a moverse con un ritmo alocado.
– Ummm, mierda.
– Tom, Tom, extrañaba mucho esto.
– Si, si, si, disfrútalo nena.
– Si Tom.
Mientras estaba deleitándome con esos bruscos movimientos, algo captó mi atención. La puerta del armario estaba abierta y frente a ella había una persona que me miraba con tristeza. Su estatura era considerable, su cabello iba sujetado en una coleta, sus ojos eran de color miel, su ropa era negra, él tenía maquillaje.
MIERDA, MIERDA, MIERDA, MIERDA, MIERDA…
Al ver sus ojos supe con claridad que algo dentro de ese ser supremo se había resquebrajado, su rostro estaba pálido y sus manos se movían con ansiedad, pero lo que más impacto me causo, fue ver como unas diminutas lagrimas empezaban a formarse en sus preciosas perlas, amenazando con salir por montones sí su portador no las detenía.
Estaba en shock y no pude decir otra cosa más que no fuera:
– ¿Bill?
Continúa…
Gracias por la visita.