«Reverse I» Fic de Alter Saber
Capítulo 8: Descontrol
«Cuanto más grande es la herida, más privado es el dolor»
– Isabel Allende
Cuando tenía 10 años, me encontraba profundamente aburrido de la vida que llevaba. Siempre debía asistir a reuniones sofisticadas en las que los adultos hablaban de negocios, dinero, chismes, dinero, donaciones y más dinero. Al estar en esos lujosos espacios, me detenía a pensar en lo absurdo, superficial y vacío que parecía ser el mundo de los aristócratas; aun siendo uno de ellos, sentía que ese no era el sitio al que pertenecía.
En una ocasión, decidido a hacer más que pretender que «Disfrutaba» de la realidad que me rodeaba; quise arriesgarme y subí a un árbol que reposaba en el jardín de mi casa; empecé a escalar y cuando me senté en una de sus ramas, me di cuenta que había alcanzado una altura un tanto peligrosa para un niño con una escasa década de edad. Sin embargo, creía que mientras tuviera el suficiente cuidado al bajar, no tenía que suponer una amenaza.
Comencé a descender, despacio y en completa calma. De repente, un estruendo proveniente del suelo, me hizo perder el control y caí a unos 7m de altitud. Si mal no recuerdo, desperté en una sala del hospital; al parecer, el declive había provocado una ruptura de la rótula que permitía la movilidad de mi rodilla; no obstante, mi cerebro no tenía ningún tipo de deficiencia que generara un daño permanente; en esos días, padecí de una amnesia temporal junto a unos inminentes dolores musculares que me permitieron recapacitar desde la camilla de un cuarto blanco sobre el poder que posee el dolor en la vida de una persona.
Sí es físico, aun cuando en un inicio es insoportable, con el paso del tiempo las heridas sanan y todas aquellas cosas que habían perdido su horizonte volverían a su origen; sin secuelas ni daños colaterales. Pero, el emocional, espiritual y mental podrían considerarse una odisea interminable; tan cargante que en circunstancias extremas, llevarían a alguien a la despiadada locura.
Por eso, he tratado con todas mis fuerzas, no rendirme, jamás resignarme y nunca entregarme a la existencia de una persona; porque aun cuando ese individuo puede golpearme y desencadenar una molestia transitoria; su ausencia desataría una parte de mí que no deseo conocer, no la quiero explorar, me rehusó a exhibirla; ya que su aparición me convertiría en un ser débil y si yo no puedo conmigo mismo:
¿Quién abogara por mí?
Nadie, ni siquiera mis padres eran conocedores del eslabón que podía causar una ruptura en mi cadena de «Auto-confianza y Seguridad»; porque sí alguien llevaba mucho tiempo de conocerme; me podía considerar un tipo rudo, capaz, intrépido y feroz; el cual no dudaría ante la peor de las tempestades. Pero, mi secreto, a decir verdad, irradiaba una certeza que aun a mis 19 años de edad me negaba a aceptar: Sentía pánico, terror, desasosiego, temor y miedo absoluto a evidenciar algo (Aunque sea minúsculo) similar al «Dolor emocional».
La sola idea me resultaba repugnante; había sido testigo de cientos de ocasiones en las que mis colegas sufrían por las separaciones con sus respectivas parejas, era increíble. Se la pasaban semanas enteras nublando su cabeza con cantidades exuberantes de alcohol, lloraban e incluso cometían estupideces que alguien en su sano juicio jamás ejecutaría, como por ejemplo: El suicidio.
En cada escenario, Yo, podía identificar un patrón de conducta que llevaba a la desgracia a cualquiera que hubiese decidido apostar al «Amor»; las consecuencias de ese endemoniado juego en el que una persona se abandona a sí misma para empezar a vivir por otra, era simplemente aterrador. No entendía como alguien era siquiera capaz de aventarse a un abismo que no tenía retorno; mi mente no me permitía tener claridad en esto; hasta que le vi llorar.
Jessie continuaba con su ritmo lascivo y yo le veía a él. Sus expresivos y hermosos ojos que captaron mi entera atención el día en que le conocí; se estaban tiñendo de un líquido acuoso que le convertían en un ser majestuoso.
Aun cuando su rostro reflejaba miseria; a mis ojos, él era empíreo. Tan perfecto como ese primer encuentro, en el cual aparte mis conjeturas viriles y me arrodillé ante su divinidad. Bill era todo lo que yo anhelaba, era el motivo, la razón, el lugar, el sentir, la felicidad, la tranquilidad, la plenitud de mi insignificante existencia. Y estaba llorando, sus lágrimas recorrían sus frágiles mejillas y sus manos se movían al compás de los latidos de su corazón; él sufría y yo no podía dejar de pensar en que aun en su peor momento, él era perfecto.
Hice a un lado mi reflexión y le llame:
– ¿Bill?
Su reacción fue tardía; se quedó estático por unos escasos minutos y como si le representara un esfuerzo sobrenatural; salió corriendo de mi habitación como si fuera un pequeño que había descubierto la verdad y no estaba preparado para asimilarla.
¿Y cuál era esa certeza? Qué yo, aun considerándome incapaz de sentir algo más que un vano interés sexual por una persona; estaba dispuesto a renunciar a mi zona de confort, si a la salida de ésta, Bill me estaba esperando.
Era la verdad.
Pero no la única…
Porque aunque fuera real, había algo más que considerar; y es que aunque quisiera con todas mis fuerzas adorarle; Yo, estaba inhabilitado para amar.
No me lo tenía permitido.
No lo merecía.
No después de eso…
Cuando escuché como la puerta se cerraba, me senté y colocando una de mis manos sobre la mejilla de Jessie, le dije:
– Es todo por hoy.
La rubia me miraba con desconcierto, no se lo podía creer.
– Pero, ¿Qué estupideces estas diciendo?
– Lo que escuchaste Jess, ya no quiero hacerlo.
– ¿Por qué?
– Porque tú no me gustas; la única razón por la que te traje hasta aquí fue porque deseaba darte una lección.
– ¿Una lección?
– Si.
– ¿Y cuál sería?
– Que no importa cuán hermosa, adinerada y popular seas; ningún hombre con pleno conocimiento de tú historial sexual, se atrevería a involucrarse con una mujer como tú. No me lo agradezcas, por el día de hoy la enseñanza fue gratuita; así que, si no es mucha molestia, ¿Podrías quitarte de encima?
Si describía las facciones de Jess en ese momento, creo que podía resumirlas en una sola palabra: Descompuestas. Lo que me sorprendió fue que no emitió comentario alguno y de manera muy obediente, se bajó y empezó a colocarse su ropa; se dirigió hasta la puerta y antes de salir por ella, volteo su rostro y me dijo:
– Ojala encuentres a alguien que te haga perder los sentidos, alguien que te enloquezca, alguien que para ti suponga tu propia vida; pero sobre todo Tom, ruega porque esa persona no sea como tú; ya que de ser así, terminaras igual o incluso peor que yo en estos instantes; me redujiste a un ser sin dignidad y principios; todo esto porque me enamoraste con descaro, pero, te agradezco que aun en medio de ésta horrible sensación, me hayas permitido tener el privilegio de gozar de tú belleza.
Esa frase resonó en todo mi ser, como si me estuviera advirtiendo que de hecho, Yo, ya había encontrado a ese «alguien» y que si no solucionaba éste pequeño percance; me iba a convertir en un ser inútil que se limita a divagar en los espacios más recónditos de su mente sobre las cosas que debería y no hacer, para retener a la persona que robó su existencia con una mirada.
Cuando Jess se fue, pensé que quizás ella no merecía el trato que le había dado, ¿Quién era yo para culparla por enamorarse del hombre equivocado? Nadie, no era acreedor de ninguno de sus sentimientos, ni de su sufrimiento, ni mucho menos de sus pensamientos. Tal vez y sin querer, le había hecho un favor al desecharla así de mi vida, porque su perseverancia no era rival para mi culpabilidad.
Salí de mi habitación y me dirigí hasta la puerta de Bill; un sinfín de cuestionamientos comenzaron a atormentarme la cabeza…
¿Y sí Bill me odiaba?
¿Y sí no quería verme?
¿Y sí se iba?
¡NO! No lo permitiré.
Completamente agitado, empecé a golpear la puerta, pero no recibí ninguna respuesta; me desesperé:
– BILL, ¡ABRE LA MALDITA PUERTA AHORA MISMO!
Seguía sin escuchar una respuesta, entonces decidí calmarme un poco y llamarle de una manera más suave…
– Bill, sé que estás ahí. Ábreme, necesito que hablemos ¿Si? Venga pequeño, no seas así.
Nada, ni una señal, algo que me dijera que él estaba dispuesto a escucharme; me odiaba, Bill no quería verme y se iría de mi lado; todo por un arranque enfermizo de celos.
– Bill…Por favor, sólo abre. Necesito verte, te lo suplico.
Cuando me di cuenta que él no iba a ser quien diera el paso; regresé hasta mi habitación y salí al balcón que colindaba con uno de los ventanales de Bill.
Bien, sí en verdad deseaba verle, la única opción que me restaba era saltar de mi terraza hasta el muro que me serviría de medio para caminar y entrar por ese espacio; y digo única, porque sí le pedía a Sam las llaves del cuarto de mi pequeño, era más que obvio que al introducirla y empezar a girarla; los cerrojos iban a hacer mucho ruido y de pronto, Bill estaría aún más a la defensiva.
Justo en el momento en el que me disponía a saltar, un recuerdo fugaz atravesó por mi mente; Yo, con 9 años menos, cayendo de una altura de 7m y perdiendo el conocimiento. Pero, ¡Qué jodida era la sugestión! Ni siquiera ese recordatorio fue capaz de detenerme; me lancé y por escasos centímetros evite mi muerte.
Empecé a caminar despacio hasta que di con el marco del ventanal; una vez allí, coloque mis manos en la parte inferior y me impulsé hacia adelante para ingresar; cuando mi cuerpo entero estaba sobre el suelo, suspire aliviado.
La infiltración había sido todo un éxito, recorrí la habitación con mi mirada, pero no había rastro de Bill; en un instante de profundo silencio, repare en el hecho que la llave del baño estaba abierta (Así que se estaba duchando). Rogué internamente que la puerta no estuviera cerrada y para mi suerte, ese no fue el caso.
Cuando abrí, pude ver a Bill sentado en la tasa del baño; el cual me observaba con incertidumbre y sin demorarse más, me dijo:
– ¿Tom? ¿Cómo entraste?
A lo que respondí indiferente…
– Eso es lo de menos, ¿Por qué no me abriste?
– No quiero hablar contigo, sólo déjame aquí y vuelve con tu desfogue femenino.
Lo escuché, pude oír con claridad como el hielo que recubría ese órgano muerto, comenzaba a derretirse; porque el calor que me produjo esa respuesta, me estaba quemando…
– ¿Disculpa? ¿Estas echándome?
– Si.
– ¿Ah, sí? ¿Y quién te crees?
Estaba asustado, Bill me estaba enfrentando como sí la persona que estuviera en frente de él fuera un estorbo en su vida; Yo, continuaba contestándole como si no me importara, pero la verdad era otra. Me estaba hundiendo en un pozo sin fondo, sumiéndome en la oscuridad, mi secreto estaba por develarse y yo no podía hacer nada para impedirlo.
– ¿Eres cínico o te haces?
– ¿Qué?
– O sea, ¿Te encuentro con otra mujer y vienes aquí con tu complejo de macho- alfa a hacerme lo que parece ser un reclamo porque no se me dio la gana de abrirte la puerta?
– Si, ¿Algún problema?
– Sí, uno.
– ¿Cuál es?
– TÚ, ese es mi problema; Tú eres mi maldito problema.
¡Dios! No, por favor, por favor, no digas eso.
– ¿A qué te refieres? ¿Tanto te afectó verme con otra persona, que ahora tú cerebro no funciona bien o qué? A ver, ¿Se te olvida que me desobedeciste? Sé muy bien que Sam te dio mi recado, ¿Qué putas hacías coqueteando con Jessie?
– A ti que te importa.
– Si me importa, porque resulta, pasa y acontece, que tú mi querido angelito, eres MIO.
– ¿Cómo?
– ¿Te lo deletreo para que lo entiendas mejor? Tú eres M-I-O.
– ¡Ja! Pero, ¿Quién demonios te crees?
– El dueño y señor de todo lo que tú existencia representa.
Él ultimo comentario lo había pronunciado en voz alta, más que para que Bill lo escuchara; lo hice para convencerme de que aún tenía ese poder, que él aun me pertenecía y que no me rechazaba.
– ¿Ah, sí? ¿Eso eres?
– Sí, eso soy. ¿No te jode?
– No, a decir verdad, no me molesta para nada ¿Sabes? Hasta me hace feliz escuchar eso.
– ¿Ah, sí? ¿Y cómo puedo saber que eso es verdad?
– Déjame enseñarte.
Luego de pronunciar esas palabras, Bill hizo algo que ni siquiera en mis sueños más pervertidos habría imaginado. Se desnudaba…
SE ESTABA DESNUDANDO EN FRENTE MIO.
Sin perderme detalle de sus movimientos, puede ver como empezaba a quitarse las prendas una a una con una extrema sensualidad que me estaba ocasionando una erección sin necesidad de haberme tocado.
¿Cómo poner en palabras algo tan irreal como él?
Cuando quedo sin rastro de una prenda que cubriera su angelical apariencia, empecé a sudar, más que por la excitación, fue por el temor que me suponía tocar a esa deidad y mancharle con mi putrefacta esencia.
Su mirada era fija y olvidando por un instante mi incertidumbre; me fijé por completo en su cuerpo, recorriéndole con la mirada y sin anticiparlo, mi lengua empezó a jugar con el piercing que acompañaba mi labio inferior.
Estaba ansioso.
– ¿Tom?
Aunque me estaba llamando, yo no podía apartar mi vista de su esplendorosa complexión. Su delgadez era casi extrema y aun así, la manera en la que formaba una armonía con el tono de su piel, le hacían ver como una criatura hermosa; sus mejillas estaban sonrojadas, sus labios ligeramente humedecidos y sus ojos más abiertos que nunca, Bill era como un querubín que me enviaba un mensaje, fuerte y claro:
– Soy tú perdición.
Y como si él pudiera leer mis pensamientos, ese ser etéreo me dijo:
– Házmelo.
Comencé a temblar, mi cuerpo estaba hirviendo, me iba a quemar, él me iba a matar, eso seguro. No podía creer que él se estuviera rindiendo ante mí, así como así, esto simplemente no podía ser cierto. Nada podía ser tan sencillo, para disipar mis dudas, le dije:
– ¿Qué dijiste?
– Ya me oíste Tom, te deseo ya mismo.
No, no, no, me está jodiendo. Sí, se trata de eso. Él quiere vengarse por haberle lastimado y quiere jugar conmigo. Pero, ¿Cómo iba a resistirme a eso?
– ¿Me deseas? Dime Bill, ¿Qué es lo que quieres que te haga exactamente?
– Quiero tener sexo contigo.
– ¿Y por qué tan de repente?
– Porque si, ¿Cuál es el problema?
Bill hizo lo que parecía ser un puchero, estaba comportándose como un pequeño consentido y yo sólo podía morir de ternura por él. No sabía porque, pero luego de verle así, mi lujuria se esfumo y le dio paso a algo desconocido para mí, era algo parecido a la ¿Pasión?
Esa emoción que carecía de sentido para mí; ahora estaba haciéndose presente y me decía que si le tocaba, no iba poder apartarme nunca de ella.
– ¿Problema? Ninguno, sólo déjame advertirte una cosa Bill; aunque me lo supliques, no pienso detenerme, ¿Estás seguro de esto?
Su rostro enrojeció por completo y agacho su mirada; sus pies se movían inquietos y parecía que empezaba a reconsiderar su propuesta; pero, él levanto su cabeza y cuando me vio, dijo:
– Si Tom, hazlo.
No pude evitar sonreír, empecé a acercarme con tranquilidad y me paré en frente suyo; subí mi mano hasta una de sus mejillas y comencé a acariciarla con una suma delicadeza que era impropia de mí; pero, se trataba de Bill, no podía tocarle de otra forma que no fuera ésta.
Ante mi repentino movimiento, Bill alzó su mirada y se preguntaba:
– ¿Por qué no estas siendo rudo conmigo?
Yo no pude evitarme reírme, ¿Acaso le gustaba que me comportara como la bestia que era? Sin embargo, me detuve un momento y con una seguridad total, me quité la gorra, luego la banda, solté mis rastas y con mucha lentitud, me saqué la camiseta.
Bill no podía quitar su vista de mi torso, estaba sumergido en las líneas que se trazaban a lo largo de mi abdomen y sin pensarlo, una de sus manos viajo hasta allí. Esos delicados dedos, estaban demarcando todo mi pecho, bajaban y subían con una dulzura que me estaba derritiendo:
¿Cómo era posible que un roce tan modesto, podía provocar todas estas sensaciones?
Veía como las sombras empezaban a tomar un color amarillo-rojizo; sentía que la oscuridad estaba disipándose; Yo, estaba completo.
– Oh, perdón. Yo no quería…es decir…yo…lo siento…no quería tocarte; bueno, si quería…pero…yo…
Él estaba muy nervioso, me causo una gracia tremenda que se estuviera disculpando por tocarme, cuando fue él quien sugirió que lo hiciéramos. Ese hecho me confirmaba que Bill era en verdad un ser puro, ingenuo y muy inocente.
– Jajajaja, pero ¿Qué dices? ¿Por qué te disculpas, ah? Puedes tocarme todo lo que quieras. Ven, hazme perder la cordura Bill.
Tomé su mano y la lleve hasta mi despierta erección; ni por un instante quite mis ojos de su mirada y para impedir que se agachara; con mi otra mano, tomé su barbilla y le besé.
Toqué sus labios con suavidad, primero despacio y luego con más intensidad; me detuve por un momento y con uno de mis dedos, acaricié su comisura y le dije:
– Abre la boca, quiero sentirte.
Bill estaba mudo e impactado por la tranquilidad con la que estaba comportándome. La verdad era que no tenía prisa, quería unirme a él con calma, deseaba tomarme todo el tiempo del mundo para hacerle sentir bien, para que me confiara su pulcritud…
Aunque se encontraba confundido, me obedeció y sin pensarlo, introduje mi lengua; saboree cada parte de esa jugosa cavidad; mis movimientos eran lentos pero profundos y de repente, Bill comenzó a tocar mi miembro y yo no pude evitar…
– Ahhh, maldición.
Nada podía comprarse a la sublimidad de ese momento, mientras que dominaba su boca, empecé a acariciar su cabello que al tacto era tan suave; me separé por un instante, y sumergí mi nariz en esos mechones que estaban acomodados a lado y lado de él.
Su olor era majestuoso, tenía una esencia tan suave que se asemejaba a un campo cubierto de flores silvestres; aproveche la oportunidad y me acerqué a su oído, pronunciando:
– Bill…
– ¿Sí?
– Eres precioso.
Le besé de nuevo; ésta vez con más fogosidad y por como reacciono, creo que lo tome por sorpresa; su cuerpo se tambaleo un poco y para evitar que tropezara, lo sostuve por la cintura, apretándolo a mí.
– Bill, más rápido.
– ¿Qué?
– Quiero que lo hagas más rápido.
Estaba tan avergonzado por lo que le había pedido, pero, no se contuvo. Su mano empezó a moverse con más ferocidad y yo sólo podía pensar en lo magnifico que era eso.
– Si, así Bill, justo así mi pequeño.
Mientras me deshacía en gemidos, Bill hizo algo que no me esperaba. Su rostro se posiciono en mi lateral, su nariz rozaba mi cuello provocándome espasmos en todo el cuerpo y sin avisarme, él dijo:
– Tom…
Su voz había sido tan incitante que todo el control que había tenido hasta el momento se fue a la mierda. Lo que estaba por suceder, era su culpa.
En un movimiento muy brusco, tomé a Bill de sus muslos y lo levanté, de manera que sus piernas entrelazaran mi cadera; sin dejarlo pronunciar nada, le mordí el cuello y le dije:
– Voy a comerte.
Sus ojos casi se salían de sus orbitas y acercándome a la tina, cerré la llave y salí del baño; con un paso apresurado, tumbé a Bill en la cama y me saqué las zapatillas, los pantalones y por último los boxers. No tardé en posicionarme sobre él, y al verle, supe que el éxtasis que me supondría el penetrarle iba a ser tan desenfrenado, que me volvería adicto a él.
Llevé mi mano hasta su miembro y lo sacudí de una forma animal, Bill empezó a retorcerse y su rostro giraba de un lado a otro; sus manos se dirigieron a mi pecho y me aruñaron; yo no podía sentirme más complacido con ese gesto y en un intento por descontrolarle aún más, me acerqué a su cuello y lo mordí con fuerza…
– Oh, Dios. Tom, ¿Qué esperas? Hazlo ya.
– ¿Tan rápido?
– Si, si, hazlo ya.
– Ummm, no lo sé, ¿Qué tal si haces algo para convencerme?
La verdad era que por más ganas que tuviera de estar dentro de él no me podía arriesgar a lastimarlo por mi salvajismo. Debía lubricarlo correctamente para evitar ocasionarle alguna clase de dolor.
Pero al parecer Bill sigue sin entender que la mínima muestra de afecto que él tenga conmigo, es razón suficiente para hacerme perder la cabeza.
No obtuve una respuesta verbal de su parte; sin embargo, lo que hizo me paralizo por completo.
Bill coloco sus manos en mis hombros y en un movimiento sumamente lento, acerco su rostro a mis labios; de repente su lengua comenzó a lamer mis labios, eran pequeños roces, como sí él fuera un gatico indefenso que está acariciando a su amo.
ME DESCONTROLE.
– ¿Eres estúpido Bill?
Con fuerza, hice que girara y me diera la espalda; sin reparar en nada, apreté su parte trasera con intensidad y luego le azoté.
– Ahhh, Tom…
Me recosté sobre él y empecé a restregarme con insistencia, se me había nublado la mente; sólo podía pensar en penetrarle, nada más que eso. Lleve uno de mis dedos a mi boca y lo humedecí; posterior a ello, empecé a recorrer su figura hasta dar con aquel estrecho lugar que me iba a llevar hasta el mismísimo cielo; cuando le encontré, introduje con mucho cuidado uno de mis dedos, a lo que Bill gritó:
– Ohhh, Tom, no…
– ¿No?
– No…duele…
– Si te portas bien, no te va a doler, te lo prometo. Además, yo te lo dije ¿Verdad? No pienso detenerme, te quiero aquí y ahora, ya mismo.
Al terminar de decir eso, empecé a mover mi dedo con lentitud y mucho aplomo, mientras repartía besos y caricias por su cuello y espalda; cuando sin quererlo, escuché que alguien tocaba la puerta:
– ¿Joven Kaulitz? ¿Se encuentra allí?
Mierda, era Sam. No existía forma de explicar lo que estábamos haciendo, así que le susurré a Bill y le dije:
– No le contestes, quédate callado.
Pero, como era costumbre, él no me hizo caso.
– ¿Sam?
– Si Joven Kaulitz, ¿Puede abrirme? Hay algo que necesito decirle.
Es que éste tipo le gustaba sacarme de casillas y yo no podía permitírselo, ya no más. Comencé a mover mi dedo con más rapidez y pose mi otra mano en su miembro; yo no le dejaría ir…
Bill susurro:
– Dios, ¿Estas demente? Suéltame.
– ¡No! Te dije que no me iba a detener, es tu problema si Sam nos ve haciendo esto; a mí me da igual, de todas formas, tú eres mío y yo puedo hacer lo que desee.
– Tom, NO.
– Baja la voz, te pueden descubrir.
No sé porque no vi venir su golpe; Bill estiro su pierna y por segunda vez en estos escasos días, él destrozo mi área noble.
¡Qué cabrón!
Vi cómo empezó a ponerse su ropa y se dirigió hasta la puerta, mientras yo estaba muriendo lentamente en la cama, suplicando que mi miembro no sufriera daños colaterales por la rudeza de ese infeliz.
Cuando el dolor mermo, me senté y me coloqué los boxers, mientras escuchaba:
– Joven Kaulitz, tiene una visita.
– ¿Yo?
– Sí señor, es una jovencita.
– ¿Una chica? ¿Cómo se llama?
– Dijo que su nombre era: Lele Prigman.
– Oh, sí. ¿No te dijo a qué venia?
– No Joven, sólo me pidió que le avisara de su presencia.
– Ah, bueno. Por favor, dile que ya bajo Sam.
¿Qué iba a bajar a hablar con una chica en mi territorio? ¡JA! Ni en un millón de años se lo iba a permitir.
– Disculpa, ¿Te olvidas de mí?
– Por mí, te puedes morir.
– Eso no decías hace unos segundos atrás…
– Sólo quería verte perder la cabeza.
Qué travieso me resulto el pequeño…
– ¿Perder la cabeza? ¿Por quién?
– Por mí.
– Jajajaja, sí te lo repites unas 100 veces más, quizás, de pronto hasta te lo creas.
– No es necesario, sé que es verdad.
– Ja, ni en tú sueños.
– ¿Por qué no lo admites?
– No tengo nada que admitir.
– Bien Tom, esta conversación no nos va a llevar a ningún lado así que… mira Tom, es un ovni.
– ¿Qué?
Y salió corriendo de la habitación; pero, ¡Qué infantil!
Terminé de vestirme y empecé a bajar las escaleras; era más que obvio que iba a ver quién era la tal «Lele Prigman» que había venido a visitar a Bill. Me acerqué a Sam que se encontraba cerca del comedor y le dije:
– Hey Sam, ¿Dónde está Bill?
– Oh, Joven Tom. El Joven Kaulitz está en la sala de recepción.
– Ok, gracias.
– Sí señor.
Me dirigí hasta allí y cuando estuve muy cerca, escuché un poco de la conversación que estaban teniendo:
– ¿Qué? Pero, ¿Te has vuelto loca Lele? Acabo de conocerte.
– No me importa Bill, no me importa.
– ¿Qué dices? No, mira Lele voy a pedir que te lleven hasta tú casa.
– No, no lo hagas. Quiero quedarme contigo.
– Lele que no. No voy a hacer nada de lo que me estas pidiendo.
– Pues es una lástima, porque yo no pienso irme sin lo que quiero.
De repente, las palabras dejaron de salir y sin miramientos, asomé mi rostro por la puerta; la escena me dejo estupefacto.
¿Bill?
¿Qué haces?
¿Por qué la dejas?
Bill…
No, no lo hagas…
Por favor, te lo suplico…
No lo hagas…
No la beses…
¿Ella me lo iba a robar?
Ella iba a quitarme…
– El lugar al que pertenezco.
Continúa…
Gracias por la visita.