«Reverse I» Fic de Alter Saber
Capítulo 9: Miseria
«Los príncipes azules sí existen y si no los encuentras, invéntalos»
Esa fue la realidad con la que crecí; mi madre siempre me decía que los hombres eran buenos y que sí en alguna ocasión perdían el control, era porque habíamos ido en contra de sus parámetros. En ese entonces, la ley suprema estipulaba: «No desobedezcas, no repliques, no opines, no sientas, sólo acepta y continua».
Para una niña de 6 años esa ideología era absoluta. Los hombres no podían ser contrariados, sus deseos eran órdenes.
Cuando mi padre golpeaba a mi madre, pensaba que ella había cometido un error que provoco el enojo de él y me repetía un sin número de veces…
«Lele, tú no desobedecerás, no replicaras, no opinaras, no sentirás, sólo aceptaras y seguirás tú camino»
Por eso, cuando escuchaba los gritos de mi madre siendo fuertemente maltratada por mi padre, no acudía a su auxilio, porque era su castigo y las equivocaciones tenían sus consecuencias ¿Verdad?
No obstante, un día a mis 9 años, vi algo que me dejo pasmada. Mamá no se movió, no gritaba, no lloraba, ni gemía; estaba tirada en el suelo con un enorme charco de sangre en su alrededor, pero ella no se inmutaba. Corrí hasta allí, me arrodille y la toqué.
Su piel estaba helada, sus labios se teñían de un morado intenso, los golpes que se repartían en su delicado cuerpo, parecían manchas negras imposibles de quitar y cuando me acerque un poco más a su rostro; ella no respiraba.
– ¿Mamá?
– ¿Mami? ¿Por qué estas durmiendo?
– ¿Mamá? Despierta, despierta, ya, hazlo ya.
– Tengo miedo mami.
Para ese momento, mi padre se encontraba llorando en el jardín y yo no comprendía el por qué estaba sufriendo, es decir, mamá sólo estaba dormida ¿Cierto?
Y no fue hasta que los paramédicos llegaron, que entendí que ese ser maravilloso que me había regalado la vida; emprendió su viaje, dejándome sola, sin protección.
Dado que mi padre era una persona inestable; la abogada de derechos humanos estableció que mi custodia sería entregada a mi tía Mery; la cual, tenía 2 hijas más, con las cuales no me llevaba muy bien, pero ¿Qué otra opción tenia?
Desde ese desastroso suceso, nada volvió a ser como antes; mi mundo entero se oscureció, no creía en nadie; sabía que no existía alguna persona capaz de arrancar mi tristeza y reemplazarla por una calidez que sólo el amor podría brindar.
Hasta que…conocí un ángel.
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En la penumbra de ese cuarto de baño, Yo, había decidido entregarme a él; quería que sus ojos sólo se fijaran en mí y rogaba con todas mis fuerzas que mi género no fuera el motivo de su abandono, por qué de ser así, ¿Cómo revertiría eso?
Tom estaba en calma, casi que daba la sensación que la situación le parecía aburrida; mientras que yo moría de nervios, él tenía esa pose de superioridad con la que siempre me intimidaba.
Pero hoy no, Bill debes dejar a un lado la timidez y lanzarte sin pensar en nada.
Es tú única y última oportunidad.
¡Sólo hazlo!
Mi debate interno duro unos escasos segundos y ese ser maligno pronunció:
– ¿Qué dijiste?
– Ya me oíste Tom, te deseo ya mismo.
Estaba sorprendido, no sabía de dónde demonios estaban saliendo esas palabras tan contundentes…
– ¿Me deseas? Dime Bill, ¿Qué es lo que quieres que te haga exactamente?
– Quiero tener sexo contigo.
– ¿Y por qué tan de repente?
– Porque si, ¿Cuál es el problema?
Tom estaba cuestionando demasiado y yo sólo podía pensar que quizás él no quería hacerlo; ese hecho me estaba carcomiendo. ¿Y si él no me deseaba? ¿Qué más podría ofrecerle para que se quedara?
No me imaginaba sin él.
Podía parecer exagerado, pero sólo alguien que lo ha perdido todo, lo entendería.
Cuando estas en un precipicio del cual no puedes salir, cuando has perdido todas las esperanzas, cuando te disputas entre terminar y volver a comenzar, cuando estas allí; las perspectivas cambian, tanto así, que el más diminuto detalle, puede significarlo todo.
Y Tom había sido eso; un ínfimo pero intenso motivo para continuar. Él lo era todo, quería aferrarme a su existencia y entregarle lo poco que quedaba de mi esencia; ojalá fuera suficiente lo que tenía por ofrecerle; para que así, esos ojos avellana dedicaran su atención a mí y no me permitieran escapar, aun si quería hacerlo.
– ¿Problema? Ninguno, sólo déjame advertirte una cosa Bill; aunque me lo supliques, no pienso detenerme, ¿Estás seguro de esto?
– Si Tom, hazlo.
Su resolución había sido clara, no podía huir, aun si quería, él no me lo iba a permitir. No importaba el miedo y la confusión que sentía en esos momentos, lo único relevante en ese instante, era que Tom decidió tomarme y yo sólo tenía que esperar a que lo hiciera.
Esa criatura salvaje empezó a caminar en mi dirección y se plantó justo enfrente de mí. Sabía que Tom era rudo y esperando lo peor, mantuve mi cabeza agachada, imposibilitado por los nervios a verle; pero, su tacto no fue tosco ni mucho menos brusco, era ¿Dulce? Si, él estaba acariciando mi mejilla con mucha suavidad, parecía que temía romperme con la aridez de su piel.
Levanté mi rostro y cuestione con mi mirada, su extraño comportamiento; a lo que el respondió con una esplendorosa sonrisa.
Su sonrisa era el cielo y yo era sostenido por un cumulo de nubes que impedían mi caída de ese paraíso en él que existía Tom.
Completamente absorto en su esencia, él empezó a despojarse de sus prendas; dejando a la vista su torso desnudo y al verle, no pude respirar. Sus pectorales estaban muy marcados, su abdomen tenía un aspecto fuerte, sus brazos eran puro musculo y yo seguía sin entender, ¿Cómo no me había rendido ante esa virilidad?
Guiado por mis instintos, posé una de mis manos en su pecho, y con delicados roces, quise demarcar un camino que delineara esos trazos que parecían haber sido esculpidos por un artista del siglo pasado.
Él era arte, pura, casta, sublime, celestial, majestuosa; un ser incomparable, sin precedentes; nadie se asemejaba a la grandeza de ese hombre.
Cuando me percaté de la manera tan descarada en la que estaba tocándole, no pude evitar sonrojarme…
¡Dios, qué vergüenza!
– Oh, perdón. Yo no quería…es decir…yo…lo siento…no quería tocarte; bueno, si quería…pero…yo…
– Jajajaja, pero ¿Qué dices? ¿Por qué te disculpas, ah? Puedes tocarme todo lo que quieras. Ven, hazme perder la cordura Bill.
Sin previo aviso, Tom dirigió mi mano hasta su miembro y sentí su dureza…
Santo Dios, ¿Yo había provocado eso?
Y como sí él no quisiera perderse ni el más pequeño de los detalles, me tomo de la barbilla y empezó a besarme. Sus labios eran la gloria, esos roces delicados mezclados con la pasión del momento, me estaban haciendo perder los sentidos.
Cuando se separó y posó sus dedos muy cerca de mi comisura; yo sabía lo que venía…
– Abre la boca, quiero sentirte.
Siempre dominante, impulsivo, igual de letal para mi débil ser. Su lengua entro con confianza, como sí se tratara de su hogar; sus movimientos hacían que mi boca rebozara de felicidad; le sentía, podía vibrar junto a él; ser uno.
Podía sentir el ritmo alocado de su corazón, no sabía en qué momento se saldría de su pecho y eso me pareció, simplemente encantador. Empecé a mover mi mano sobre su prominente erección y recibí una recompensa por ello:
– Ahhh, maldición.
Sus gemidos eran eróticos y despiadados; ¿Cómo alguien podría resistirse a ese sonido tan perfecto? Esperaba que sus labios pronunciaran mi nombre; estaba deseoso por ello…
Sin embargo, él volvió a besarme, ésta vez con una insistencia bestial; sobó mi cabello con ternura, se apartó por lo que pareció una eternidad, y sumergió su perfilada nariz en mi pelo y aspiró con lentitud, como sí se tratara de un aroma proveniente del mismísimo firmamento. Su respiración era suave, parecía estar en paz y Yo…Bueno, yo, me sentía completo.
– Bill…
– ¿Sí?
– Eres precioso.
Me sentí morir, ¿Acaso éste hombre no era consciente de la facilidad con la que sus palabras atravesaban mi ser y se adentraban en mi interior como sí de un mandato divino se tratase?
¿Yo le parecía hermoso? En verdad, ¿Sus ojos me veían de esa manera?
Creo que su vista no le hacía justicia, ¿Cómo puede considerarme precioso a mí, cuando él es la encarnación del mismo Edén?
Sus labios se posaron una vez más en los míos; el choque fue tan impactante que pensé que me caería allí mismo; pero la mano de Tom se posó en mi cintura y me aferro a su cuerpo, diciendo:
– Bill, más rápido.
– ¿Qué?
– Quiero que lo hagas más rápido.
No, éste hombre no lo sabía, no estaba enterado de su poderío sobre mí; ¿Quién iba a negarse a esa petición?
Y con fuerza, empecé a mover mi mano sobre él, a lo que Tom respondió con gemidos roncos y profundos; y eso era el colmo de la excitación…
– Si, así Bill, justo así mi pequeño.
¡Qué maravilla!
Él disfrutaba de mi tacto, no se oponía a mis delirios; él estaba aceptándome y yo no podía ser más feliz; quise impregnarme de su aroma y acerqué mi rostro, para que mi nariz rozara su cuello y en un instante de lujuria absoluta, pronuncié su nombre con una voz terriblemente sensual:
– Tom…
Algo hizo «Click» dentro de él; lo sabía, podía percibirlo de esa manera. Sin preguntármelo, él me levanto y obligó a mis piernas a que se posaran sobre sus caderas para tener un soporte; sin remordimiento, me mordió el cuello y dijo:
– Voy a comerte.
No existía ni una sola palabra que reflejara la plenitud de mi ser en ese instante; Tom había perdido el control y Yo era él motivo. Como pudo, cerro la llave de la tina y a un paso apresurado, me depositó en la cama; quitándose sus zapatillas, pantalón y boxers.
Cuando le vi sobre mí, así, completamente desnudo; sentí envidia del sol que le acariciaba en las mañanas, del agua que recorría su cuerpo, del viento que le susurraba, de las flores que habían disfrutado de su tacto; todos y cada uno de esos elementos, gozaron de la belleza de esa pieza escultural y yo no les dejaría tomar nada más que eso.
Mientras me perdía en esas visiones; él no tardó en propinarme el placer de sentir su mano sobre mi hombría…
Pero, ¡Qué deleite!
El ritmo era tan brutal que no pude evitar arañar su pecho, haciéndole saber que sus movimientos me estaban enloqueciendo…
– Oh, Dios. Tom, ¿Qué esperas? Hazlo ya.
– ¿Tan rápido?
– Si, si, hazlo ya.
– Ummm, no lo sé, ¿Qué tal si haces algo para convencerme?
¿Convencerle?
Jajaja, es que incluso su espíritu prepotente era perfecto. Mi mente no me permitía pensar con claridad, no sabía que podía hacer para incitarle a que me dejara probar más de él…
De repente…
Puse mis manos en sus hombros y acerqué mi rostro a sus labios; perturbado por lo que estaba a punto de hacer, comencé a dar pequeños roces con mi lengua sobre la boca de Tom; era una suplica que le pedía a gritos:
Tómame…
Dios, como le anhelaba.
Sin embargo, algo se removió en Tom; era como sí el botón de peligro hubiese sido activado y para confirmar mis sospechas, él dijo:
– ¿Eres estúpido, Bill?
Su lado salvaje hizo una aparición tardía pero concreta. Tom me giro y quede espaldas a él; apretó con fuerza mi parte trasera y luego me azotó; colocar en simples palabras los espasmos que me suponían esos gestos, era imposible.
– Ahhh, Tom…
Él ignoraba mi estremecimiento y cuando pensé que todo iba bien; sentí como algo húmedo empezó a ingresar en ese pequeño lugar que no había sido profanado por nadie…
Sentí temor.
– Ohhh, Tom, no…
– ¿No?
– No…duele…
– Si te portas bien, no te va a doler, te lo prometo. Además, yo te lo dije ¿Verdad? No pienso detenerme, te quiero aquí y ahora, ya mismo.
No había manera de hacerle entrar en razón, su dedo continuaba moviéndose dentro de mí y sus labios parecían consolarme, repartiendo roces dulces en mi espalda y cuello; hasta qué…
– ¿Joven Kaulitz? ¿Se encuentra allí?
Era Sam, mi Salvador.
– No le contestes, quédate callado.
No, ni estúpido que fuera. Sam, era el único que podía apartarme de ese dolor que me ocasionaría su penetración.
– ¿Sam?
– Si Joven Kaulitz, ¿Puede abrirme? Hay algo que necesito decirle.
Creí que Tom se detendría al ver que Sam estaba a escasos metros de nosotros y que sí escuchaba algún ruido extraño, entraría y podía meternos en serios problemas; pero:
¡Qué equivocado estaba!
Él infeliz siguió moviéndose con insistencia, como sí se le fuera la vida en ello.
– Dios, ¿Estas demente? Suéltame.
– ¡No! Te dije que no me iba a detener, es tu problema si Sam nos ve haciendo esto; a mí me da igual, de todas formas, tú eres mío y yo puedo hacer lo que desee.
– Tom, NO.
– Baja la voz, te pueden descubrir.
¿Y sí él no quería que me descubrieran, por qué no colocaba un poco de su parte?
Recuperé una gota de mi dignidad y siendo consciente de lo que iba a hacer, estiré mi pierna y le golpee; Sí, de nuevo un impacto en sus partes nobles, es que no había otra forma de zafarme de él; se trataba de una bestia hambrienta.
Me levanté y empecé a vestirme; fui a la puerta y le abrí a Sam:
– Joven Kaulitz, tiene una visita.
– ¿Yo?
– Sí señor, es una jovencita.
– ¿Una chica? ¿Cómo se llama?
– Dijo que su nombre era: Lele Prigman.
– Oh, sí. ¿No te dijo a qué venia?
– No Joven, sólo me pidió que le avisara de su presencia.
– Ah, ya. Por favor, dile que ya bajo Sam.
Bien, eso era extraño; hay que considerar ciertas cosas:
1. ¿Cómo sabia ella donde vivía?
2. ¿Por qué me había venido a buscar sí a penas nos conocíamos?
3. ¿Será que le habrá sucedido algo muy grave y necesita apoyo moral?
Bueno, esas reflexiones no me ayudarían de nada; pero, al voltear y verle, sabía que salir de ese cuarto, iba a ser un reto difícil de superar…
– Disculpa, ¿Te olvidas de mí?
– Por mí, te puedes morir.
– Eso no decías hace unos segundos atrás…
– Sólo quería verte perder la cabeza.
– ¿Perder la cabeza? ¿Por quién?
– Por mí.
– Jajajaja, sí te lo repites unas 100 veces más, quizás de pronto hasta te lo creas.
Pero, ¡Qué mentiroso!
– No es necesario, sé que es verdad.
– Ja, ni en tú sueños.
– ¿Por qué no lo admites?
– No tengo nada que admitir.
– Bien Tom, esta conversación no nos va a llevar a ningún lado así que… mira Tom, es un ovni.
– ¿Qué?
No se me ocurrió una distracción más infantil que esa; pero, esos escasos segundos de confusión, me permitieron salir de la habitación y correr escaleras abajo. Sam, me llevo hasta el lugar donde se encontraba Lele; y al verla, parecía encontrarse de maravilla; no obstante, había algo diferente en ella.
Sí, su apariencia era distinta. Se había cambiado por completo el conjunto con el que la había conocido; ahora, llevaba una falda negra que daba a la mitad del muslo, una blusa básica de color blanco y un Blazer de un rojo sangre; acompañado de su cabellera castaña rizada y su rostro maquillado de una manera sutil a excepción de sus labios que se teñían de un rojo más intenso que el de su ropa.
No era necesario detenerse a pensar en que ésta chica era en verdad preciosa; muy recatada y encantadora.
Al parecer, mi introspección la aturdió un poco, porque sus mejillas estaban rojas y sus ojos verdes titiritaban sin control; hasta que dijo:
– ¿Te gusta? Es decir, ¿Qué te parece mi atuendo?
Eso me tomó por sorpresa.
– ¿Hace falta preguntarlo? Te ves realmente encantadora. ¿Vas a alguna fiesta?
– ¿Qué? No, no.
– ¿No? Y entonces, ¿A qué se debe este privilegio?
– Jajaja, yo sólo quería verte…
– ¿Verme? Ammm, bueno, aquí me tienes, ¿Necesitas algo?
– Si.
– ¿Y qué es?
– Primero, ven, siéntate a mi lado, es extraño hablarte a la distancia.
– Oh, claro. Disculpa, sólo no quería incomodar.
– Jajaja, ¿Por qué tu cercanía me incomodaría?
– Emmm, pues, no lo sé.
– Bill, ¿Estás enamorado de alguien?
Ok, ese cuestionamiento sí me había dejado fuera de base. ¿Por qué ese interrogante tan repentino?
– ¿Disculpa? ¿A qué te refieres Lele?
– A eso, es decir, tú me entiendes, ¿Hay alguien a quien ames?
Su actitud era extraña, sí me detenía a pensar en que:
1. Se arregló para verme.
2. Actuaba de manera muy delicada al hablarme.
3. Sus ojos parecían brillar.
¡Ay no! No, no, no, no, que no sea lo que estoy pensando.
– Pues no, de momento no hay nadie (Lo cual podría considerarse una mentira con los acontecimientos pasados). ¿Por qué me preguntas todo esto?
– ¿Sabes Bill?, cuando era una niña soñaba con el día en que encontrara a un hombre que se asemejara un poco a esos príncipes que narraban los cuentos que mi madre me leía.
– Aja, ¿Y? ¿Qué sucede con eso?
– Qué al parecer, yo estaba buscando un príncipe; pero él destino me había enviado un ángel.
– ¿Un ángel?
– Si, un ángel. ¿No crees que es hermoso?
– Bueno si, es decir, no lo sé. ¿Y quién es ese ángel?
– Jajajaja, pero que distraído eres.
– ¿Qué?
– Eres tú Bill, ¿Quién más podría ser?
– ¿Yo?
– Si Tú; cuando te vi entrar al salón de clases, supe de inmediato que habías sido creado para mí; por eso me acerqué a hablarte y cuando escuché tú risa, sólo confirme ese presentimiento.
– Esto, ammm, ¿Lele? Lo que dices suena muy hermoso y todo, pero ¿Qué pretendes obtener de eso?
– A ti.
– ¿A mí?
– Si, a ti. Te quiero a ti, sólo puedes ser tú.
– Ok, mira Lele, creo que estas un poco confundida. Lo siento, pero yo no puedo corresponder tus sentimientos.
– ¿Qué? ¿Por qué? ¿Acaso era mentira lo de que no estabas enamorado?
– No, eso no es mentira.
– ¿Entonces?
– Bueno, es que no te conozco, no sé nada sobre ti.
– Ohhh, entonces es eso…
– Si, de eso se trata.
Rogaba internamente que ésta chica no sufriera de ninguna clase de trastorno que la convirtiera en una acosadora o psicópata; porque, ya tenía suficiente con el lobo de la camada que perseguía hasta mi sombra…
– Bien, entonces, conozcámonos.
– Bueno, en eso quedamos hace unas horas ¿No?
– Sí, pero quiero que sea de una forma más íntima.
– ¿Intima?
Y lo predicho estaba empezando a suceder; Lele se levantó y se quitó su blazer, dejándome ver la fragilidad de su piel blanca; se acercó mucho a mi rostro, y ligeramente inclinada en mi oído; me dijo:
– Puedes tomarme aquí, ahora, y así sabrás que, Yo, no estoy mintiendo.
Por todos los santos; es que ¿Acaso tenía un letrero que decía: Busco alguien con quien acostarme; los interesados vengan a mí y yo les responderé?
Sólo en ese día había recibido 3 ataques; esperen…
¿Ataques? No sonaba eso un poco extraño, ¿Por qué me atacaban? ¿Acaso asumían que era algo así como un pasivo?
¡Ja! Pero, que jodidos estaban todos sí creían eso.
Bueno, no todos.
Es decir, sólo un rastafari inmundo podría dar fe de que era pasivo, pero ¿Por qué las mujeres creían eso?
– ¿Qué? Pero, ¿Te has vuelto loca Lele? Acabo de conocerte.
– No me importa Bill, no me importa.
– ¿Qué dices? No, mira Lele voy a pedir que te lleven hasta tú casa.
– No, no lo hagas. Quiero quedarme contigo.
– Lele que no. No voy a hacer nada de lo que me estas pidiendo.
– Pues es una lástima, porque yo no pienso irme sin lo que quiero.
Y con un descaro total, Lele se sentó encima de mí y me beso. Sus labios eran muy suaves, sus movimientos eran despaciosos, como si deseara quedarse allí en ese lugar por la eternidad. Sus manos, se posaron en mis hombros y empezaron a subir hasta mi cuello, brindándome toques muy sutiles que me recordaban a la ternura con la que Tom me había tratado minutos atrás.
¡DIOS! Si Tom veía esto, me calcinaría vivo.
Y de seguro, mataría a Lele o la llevaría a África y la regalaría a una manada de leones hambrientos y disfrutaría el observar como se la devorarían; bueno, quizás no tan extremo como eso; pero sí algo parecido.
Mientras ella seguía insistiendo, yo sólo podía pensar en lo absurdo de la situación. Es decir, tenía a una hermosa mujer sentada encima de mí, la cual estaba dispuesta a hacer lo que fuera por conquistarme y yo me encontraba, ¿Pensando en un hombre?
Bueno, es que no era cualquier hombre.
Era ÉL hombre; un ser divino, una deidad, un milagro, una gota de agua en la sequía, una primavera en medio del invierno; simplemente, era Tom.
Sin pensarlo, abrí mis ojos y dirigí mi mirada hasta la puerta; y allí, en medio de esa sala, pude ver el rostro descompuesto de Tom.
MIERDA.
Sus ojos me insultaban, diciéndome una vez tras otra:
¡TRAIDOR! Eres un mentiroso, jugaste conmigo, me has jodido Bill.
Yo sólo pude separar a Lele de mí y él, dio la vuelta y se marchó.
¿Se estaba yendo?
¿A dónde?
¿Con quién?
¿De nuevo me iba a reemplazar?
No, eso no. Todo menos eso Tom.
– Lele, lo siento, pero tienes que irte. Esto no va a funcionar, yo no te quiero y sí tu no aceptas mi amistad, lamento informarte que no existe ningún motivo por el cual tengamos que conversar.
– Pero Bill, ¿Por qué dices eso? Dejaste que te besara…
– Sí, Yo, lo lamento. No debí hacerlo. Pero, no puedo, simplemente no.
– ¿Es en serio?
– Si Lele.
– ¿No cambiaras de opinión?
– No.
– ¿Seguro?
– Completamente.
En un movimiento acelerado, Lele se levantó, tomo su blazer y salió corriendo; mientras ella se iba, le hice señas a Sam para que la vigilara y la enviara a un auto a casa; yo no podía seguirle; porque tenía escasos minutos para correr hasta el cuarto de Tom y evitar que se creara un malentendido.
Subí las escaleras rápidamente; tanto como me lo permitieron mis pulmones. Y al llegar, toqué la puerta.
– ¿Tom? ¿Estás ahí?
No escuchaba nada, seguí insistiendo…
– Tom, ¿Podrías abrir? Quiero que hablemos, ¿Si?
Él no decía nada y yo me sentí destrozado. No quería molestarle con mi intensidad y decidí hablar con él cuando me lo encontrara nuevamente. Sin embargo, esa oportunidad no llegó hasta tiempo después…
Los días pasaban y en medio de trabajos, exposiciones, parciales y demás; no tenía tiempo que perder; pero lo raro de todo esto, era que Tom nunca estaba en casa. No sabía cuándo se iba, ni tampoco me percataba de cuando llegaba.
Ya habían pasado 3 semanas desde el incidente con Lele; y no tenía señales de Tom; invadido por mi ansiedad, le consulté a Sam:
– Oye Sam, ¿Puedo preguntarte algo?
– Claro Joven Kaulitz.
– Pero, ¿Me prometes que no le dirás a nadie sobre esta conversación?
– Lo prometo Joven; no se preocupe, cuente con mi lealtad.
– Gracias Sam, dime algo, ¿Tú sabes algo de Tom? Es que llevo días sin verle.
– Ahhh, el Joven Tom se va muy temprano por las mañanas y llega a altas horas de la noche.
– Pero, ¿Esta bien?
– Si, él dice que la Universidad lo tiene muy ocupado.
– Ummm…
– ¿Era esa su duda?
– Si, estaba algo angus…es decir, me daba curiosidad.
– Jajaja, veo que se llevan muy bien.
– Bueno si, eso creo.
– No se preocupe Joven Kaulitz, el Joven Tom es muy prudente, valora mucho su vida como para perjudicarse a sí mismo.
– Gracias Sam, eso me tranquiliza un poco.
– De nada Joven Bill.
– ¡OH! Me has dicho Bill…
– ¿Le molesta?
– No, no, no, para nada. Me agrada.
– Bien.
Dejando a Sam en el comedor, subí hasta mi cuarto y terminé todos mis trabajos pendientes. Horas después, bajé a cenar y aun no había rastro de Tom. Resignado a todo, fui hasta mi habitación, tomé una ducha y me dispuse a descansar.
Me desperté, vi el reloj y me di cuenta que eran las 11:00 pm; sentía una sed tremenda y decidí bajar hasta la cocina y beber algo; pero, no contaba con que me lo encontraría.
Cuando entré a la cocina, Tom estaba allí parado bebiendo un refresco; tenía una sudadera enorme, unos pantalones negros y unas zapatillas que acompañaban el look; sus rastas estaban recogidas en una coleta y su banda, adornaba su cabeza. Se veía hermoso, como siempre.
Sentí como mi corazón empezaba a latir con una fuerza indomable; llevaba 3 semanas sin verlo y para mí, habían sido años enteros de su ausencia, quería hablarle y decirle que no tenía más trucos ni cartas bajo la manga; Yo, era suyo y sólo él podría ser mi dueño.
De repente, Tom giró su rostro y nuestros ojos hicieron contacto. Yo no pude evitar sonrojarme por la euforia que vivía en esos momentos; pero, al contrario de todo lo anterior, Tom no reflejaba nada; su mirada estaba nublada, como sí detrás de esa vista se escondiera una profunda oscuridad que cubría su alma.
Intentando con todas mis fuerzas no desaprovechar la oportunidad, le hablé, pero me interrumpió:
– ¿Bill? ¿Qué haces despierto a estas horas? ¿Te sientes bien?
– Ammm si, sólo estoy un poco sediento.
– Oh.
Y sin pedírselo, Tom fue hasta la nevera y cogió una botella con agua…
– Toma, esto te refrescara.
– Gracias.
– Si, bueno, que descanses.
¿Se iba? ¿Por qué? ¿Sólo habían pasado unos cuantos minutos? ¿Acaso él no se daba cuenta que esa era la primera vez que nos cruzábamos desde hace tres semanas?
No le dejaría ir, no así.
Le tomé de la muñeca y lo obligué a verme:
– Tom, ¿Te pasa algo?
– No, ¿Por qué?
– Actúas raro.
– ¿Raro?
– Si, eres diferente.
– Jajaja, pero ¿Qué dices Bill? Soy el mismo de siempre.
– Mentira; tú no eres así.
– ¿No? Y, ¿Cómo soy?
– Bueno, eres…distinto.
– ¿Distinto?
– Sí, al menos conmigo…
– ¿Contigo? Ahhh, ya se de lo que estás hablando.
– ¿Si?
– Si, si, si, disculpa; fue un error de mi parte no avisarte.
– ¿Avisarme?
– Si, había olvidado decirte.
– ¿Decirme que?
– Tú ya no me interesas.
Continúa…
Gracias por la visita.