«Tres días para Navidad»
Día dos. Diciembre 23
El día había sido un completo desastre para Tom, así que apenas cerró los ojos, el sueño lo invadió y sucumbió al cansancio. Sin embargo, lejos de hundirse en la negrura total, sus sueños estuvieron repletos de imágenes de él siendo joven, caminando por su ciudad natal, corriendo tras el pequeño Kazimir, o escapando de sus compañeros de juegos, para ir a su maravilloso lugar secreto.
Pero por sobre todo, había alguien en aquellas imágenes que se repetía constantemente, una pequeña pelinegra, que sostenía sus traviesos mechones azabaches, en una cola de caballo, una pequeña que siempre le estaba animando a ser el capitán del equipo de basquetbol de la escuela, alguien que le aseguró que siempre le cuidaría y que le guiaría al triunfo.
—Ganarás —afirmó la pequeña con su rostro sonrojado.
—Claro, porque la “Diosa de la victoria” lo está confirmando —había respondido aquella vez, Tom con gruesas rastas rubias.
—Vamos Tom ¡A ganar! —Gritó la pequeña.
—¡A ganar! —susurró y abrió los ojos. Esta vez una versión madura de Tom que a sus 25 años, lucía unas elegantes trenzas negras—. Ya te recuerdo —dijo a nadie en particular y miró el reloj—. 6.30 justo a tiempo.
Se levantó con rapidez, antes de que su madre le despertara con el celular, debía pasear a Scotty, pero lo más importante… debía hablar con BI.
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Una hora más tarde, suspiró frustrado al entrar a su perro al jardín de la casa. No encontró ningún rastro de la chica y eso le molestaba. Ahora que sabía quién era, ya no habría razón para tanto melodrama. No, esa no era la palabra correcta. Ahora que sabía quién era BI, ya no quedaría como un idiota pervertido, frente a ella. O al menos, eso esperaba.
Preparó el desayuno para él y su madre y le ayudó a llegar a la mesa. Simone, como toda buena madre, pudo percibir de inmediato el extraño comportamiento de su hijo.
—¿Estás bien, Tom? —preguntó mordiendo una tostada.
—Sí —contestó de forma autómata.
—¿Viste a BI por la calle? —Tom alzó la cabeza como resorte y se preguntó ¿Cómo es que las mujeres podían leer la mente?
—No, no la vi —respondió, esta vez aguzando la mirada—. ¿Sabes algo? —indagó.
—¿Acaso ya no te acuerdas de nada? —Contra-atacó con otra pregunta.
Y como haz luminoso que le daba una nueva idea, Tom abrió grandemente los ojos.
—Vuelvo enseguida —Gritó, mientras corría hacia la puerta.
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Tom siguió corriendo hasta una pequeña colina que quedaba en las afueras de su barrio. Al llegar, buscó el lugar que vio o más bien, que recordó en sus sueños.
—Allí estás —susurró mirando el gran árbol en la parte alta de la colina.
Ese roble tenía muchos significados e historias que contar. Para algunas personas, era un sitio de meditación y oración, para los jóvenes, era el lugar ideal para estar con la novia y pedirle la tan ansiada “Primera vez”. Pero para él, era el lugar donde se encontraba con la “Diosa de la victoria”.
Tom vio que había una mujer a lo lejos, con un rosario en la mano. La señora al verle, decidió que ya había orado suficiente y tomando su cartera, se retiró. Tom aprovechó la soledad del lugar, para ubicar a quien estaba buscando.
—¡Berenice! —Gritó y desde atrás de la columna de piedras, una cabellera oscura se asomó.
—¡Tom! —Gritó ella de vuelta, levantándose y corriendo hacia el trenzado—. ¿Te acordaste?
—Por supuesto, mi pequeña Berenice —contestó y le tocó la punta de la nariz, pero la chica frunció el ceño.
—¿Berenice? Ya nadie me llama así —Refunfuñó la pelinegra, tomando la mano de Tom y guiándolo hacia los escalones, bajo el gran árbol.
—Claro, ahora eres “BI” —Hizo comillas.
—Es lo más natural. Los americanos siempre abrevian sus nombres con las iniciales, en mi caso la “B” se pronuncia “BI” —explicó.
—¿Los americanos? —cuestionó el mayor.
—Es que tú no lo sabes.
—¿El qué?
—Me fui a Norte América cuando te fuiste —contó ella, y comenzó a juguetear con un enorme medallón que colgaba en su cuello.
—¿Cuando me fui? —indagó el trenzado—. ¿Hablas de mis estudios?
—Sí Tom. Yo sabía que era lo mejor para ti, pero eran muchos años y yo me quedé sola en este pueblo —Se quejó ella.
—Hey —Él la abrazó y le besó la frente—. Yo también te extrañé.
—Mentira, ni siquiera me reconociste ayer —Gruñó ella, comportándose como la niña que recordaba.
—No puedes culparme por eso —Se defendió el trenzado—. Mírate, eres toda una mujer, una verdadera diosa —Tom se puso de pie y la miró de pies a cabeza.
Le tomó la mano y la hizo girar alrededor, admirándola, se veía sumamente hermosa con su blusa blanca. Hasta que el medallón, nuevamente captó la atención del chico.
—¿Y esto? —Lo cogió entre sus dedos y abrió grandemente los ojos—. ¡Es el mismo!
—Por supuesto, tonto —dijo ella, sacándoselo para que lo viera mejor—. Siempre lo quisiste, es tu mejor amuleto. Lo reparé para ti.
—Es cierto que lo quiero mucho —Rió el chico, tomando el medallón y acariciando con su pulgar, el intrincado diseño—. Es el último regalo de la abuela. Pero…
La pelinegra giró su rostro y la brisa le dio por la espalda, logrando que mechones de sus cabellos se cruzaran por su rostro. Tom dejó de respirar por un momento.
—Tú…
—¿Yo?
—Tú eres mi mejor amuleto, el único amuleto que siempre me dio la mejor de las suertes.
—No digas tonterías —Bromeó ella, pero contuvo el aliento al sentir que Tom se acercaba a su rostro, con un claro propósito.
Cerró los ojos, aguardando aquello que había anhelado desde que era una niña, y cuando pensó que su mayor sueño, por fin se haría realidad, un fuerte gruñido de su estómago, la hizo sonrojar hasta las orejas.
—Parece que tú tampoco desayunaste —dijo él, separándose y dándole un apretado abrazo—. Vamos a comer ¿Crees que Gustav todavía trabaje en el restaurant de su padre?
—No lo sé, yo volví la madrugada de ayer.
—Vamos, pequeña —Ella arrugó la nariz.
—No me digas pequeña —Se quejó.
—¿Y cómo te llamo?
—“BI”
—Ok. Vamos a comer BI.
—Pese al hambre que tengo, no puedo ir a la ciudad vestida así, estoy toda sudada —Se quejó la pelinegra, mostrándole un lado femenino que Tom nunca conoció, pues ella siempre fue “la pequeña”.
—¿Y qué hacemos? —preguntó, contemplando el bien formado cuerpo de la morena.
—Vamos a casa, me ducho, me cambio y nos vamos —contestó, tomando su mano, para emprender el descenso de la colina.
—Pero las mujeres se tardan una eternidad en estar listas —Reclamó el trenzado.
—Eso es falso, he aprendido a cambiarme y maquillarme en tiempo récord —Le miró en forma sensual—. ¿Quieres comprobarlo?
—Creo que no tengo opción —Fingió ser la víctima.
Pero con una enorme sonrisa, los dos jóvenes, bajaron la colina y llegaron a la casa.
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Tom estaba en el jardín de los Kaulitz jugando con Kazimir, mientras esperaba por BI, cuando su celular vibró en su bolsillo.
“No estoy segura con el cabello” —Era un mensaje de BI ¿Cómo tenía su número?
“¿A qué te refieres?” —Texteó de vuelta.
“¿Ondulado o liso? ¿Qué te gusta más?” —Vibró otra vez.
“Liso. Mándame una foto” —Envió y rió.
Su mente comenzó otra vez a jugarle bromas, y cuando su teléfono vibró otra vez, lo tomó temeroso, y sus ojos se abrieron como plato.
La imagen de la morena con un top a rayas, que abultaba más sus ya bien proporcionados senos y una pequeña pantaleta blanca. Tom sacudió su cabeza.
«Enfócate en el pelo, Tom» Se gritaba mentalmente «En su pelo ondulado, sí eso»
Pero la vibración del celular lo volvió a alertar ¿Qué clase de imagen vendría ahora?
Tom sentía que veía todo en blanco y negro, con excepción de la pantaleta de la pelinegra, que brillaban con un color coral hermoso y vibrante. Tan vibrante como el celular que vibraba en su mano. Pero su cabeza estaba tan perdida en la imagen sensual de BI, que nunca se enteró de la advertencia de la chica hasta qué…
Los aspersores automáticos se encendieron, dejando a Tom completamente empapado, con el celular vibrando en su mano.
—¡Tom! —Gritó BI, al ver a su vecino completamente embobado y mojado.
—¿Eh? —El de trenzas vio el celular con tres llamadas perdidas y frente a él a una divertida pelinegra.
—¿Qué te pasó? ¿Por qué no me contestaste? Te estaba llamando para avisarte que no estuvieras en el jardín —Le regañó ella, tomándolo de la mano, para sacarlo de allí.
—¿Cómo es que tienes mi número? —preguntó él, para cambiar de tema, estaba agobiado y avergonzado, ¿por qué siempre terminaba teniendo esas extrañas fantasías con BI?
—Simone me lo dio apenas me vio la noche que llegué —explicó bajando la mirada—. Dijo que tú vendrías a ayudarla por su pierna y que deberíamos hablar o algo.
—O algo… —susurró Tom cogiendo la mano de la morena, provocándole un sonrojo.
—¡Déjala pervertido! —Se oyó un fuerte grito. Ambos giraron para encontrarse con la amiga castaña de BI, la misma chica del supermercado—. ¡Que la dejes! —Gruñó ella, y le soltó las manos—. Señor bananas y zanahorias.
—Hey, tranquila, ¿quién eres tú? —preguntó el de trenzas.
—Tom, ella es Estella, es una amiga de la escuela en América, vino conmigo por las fiestas —Les presentó la pelinegra.
—Soy Estella, su novia —dijo en forma altanera la castaña.
—¿Qué? ¿Su novia? —A Tom casi le da un ataque al pelo.
—No es cierto —Se defendió BI—. Ella es lesbiana y no acepta un NO como respuesta.
—Oh —Suspiró el mayor, con gran alivio.
—Tom ve a cambiarte, yo te esperaré aquí —Pidió la morena con una suave sonrisa, que derritió tanto a Tom como a Estella.
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Después de muchas excusas por parte de BI, la pareja se pudo deshacer de Estella y por fin se sentaron en el típico restaurante familiar de los Schafer.
Cuando ordenaron, los chicos se quedaron en silencio un rato, entretenidos en sus platos y finalmente el trenzado se atrevió a hablar.
—¿Sabes? Esto es realmente increíble —Soltó buscando la mirada de la chica—. Encontrarte después de tantos años, es wow.
—Fueron siete años —agregó ella y susurró al final—. Siete largos años.
—Para mí se pasaron volando —comentó el de trenzas y ella arrugó el ceño.
—Ese es tu gran problema, Tom —El chico la miró sin entender—. Lo que ocurre, Tom, es que para ti todo es práctico, ya no tienes los sentimientos que tenías cuando eras más joven. Ya no te preocupas por atesorar los recuerdos.
—¿Recuerdos?
—Claro, piensa un poco. Cuando éramos niños, todo lo que hacíamos lo atesorábamos en el gran árbol —Ella le miró y sus ojos tenían un brillo especial.
—Los recuerdos. Nuestra caja del tesoro —Soltó las palabras, casi en forma automática—. Pero esas eran cosas de niños, BI, ya somos adultos.
—No seas tonto, Tom. Lo más importante de la vida es atesorar recuerdos —dijo ella tomando su mano y ofreciéndole una hermosa sonrisa—. Cuando seas viejito, lo único que podrás hacer, será hablar sobre tus recuerdos.
Tom no pudo evitar sonreír, ese concepto de la vida era algo tierno, muy característico de las mujeres y, sin embargo, a él le encantaba la idea de llegar a viejito, sosteniendo la mano de Bi y hablando de su caja de los tesoros.
—¿Qué otras ideas maravillosas tienes en mente? —preguntó el trenzado, moviendo su piercing del labio.
—Ahora mismo, me gustaría ir a casa con Simone y armar el árbol de Navidad —dijo a modo de regaño.
—Ni siquiera lo había pensado —Se lamentó el mayor.
—¿Lo ves?
—Mi mente ha estado muy ajetreada, entre el accidente de mamá, el proyecto del trabajo y una hermosa pelinegra que me hace fantasear —Soltó, sin filtrar sus palabras.
—¿Y qué fantasías te provoca la chica? —cuestionó ella, tentando la suerte.
—Cosas que envuelven un mini-vestido, la estrella tatuada y unas lindas braguitas —Soltó otra vez el de trenzas, sacándole una enorme carcajada a la chica—. ¡Mierda! ¿Lo hice de nuevo? —Ella asintió y él se dio con la palma en la frente.
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Regresaron a casa de Tom y tal y como había prometido la chica, sacaron todos los adornos navideños.
Simone estaba sentada en el sofá grande, observándolos y dando instrucciones, alegre de ver a los chicos, como solían hacerlo cuando eran adolescentes.
BI coqueteaba abiertamente con el mayor, esta vez, sin el temor que años anteriores tenía, por la diferencia de edad, ahora que por fin había cumplido los dieciocho, ya nadie podría meterse alegando que era un crimen estar con una menor.
—Mira estas cintas, Tom ¿Cuál prefieres? —Tenía dos lazos en sus manos, uno rojo y el otro azul oscuro.
La mente perversa de Tom, nuevamente le jugó una mala pasada y se imaginó a la jovencita vestida sólo con lencería y dos lazos oscuros adornando sus ligas.
Sacudió la cabeza negativamente, al escuchar las risotadas de las mujeres, que sólo asentían mirándose en forma cómplice, y seguían riéndose de él.
—¿Y ahora qué hice? ¿Dije algo extraño?
—Nada extraño, hijo —Bromeó Simone.
—A no ser que sea natural para ti hablar de lencería —agregó la pelinegra.
—Oh, no.
Siguieron armando el árbol de Navidad, entre risas y una que otra fantasía por parte del trenzado. BI se encargaba de recordarle que todo eso era para atesorar recuerdos y tomando su celular, tomó fotografías de los adornos, del árbol con la estrella en la punta. De Simone y Tom abrazados y de ella colgada al cuello del trenzado.
Cuando la noche ya había caído, Tom sintió el peso del día sobre sus párpados. Su madre se retiró a su habitación y finalmente miró a su compañera, pero al hacerlo contuvo la respiración.
Las luces del árbol estaban encendidas, y sus destellos luminosos, se reflejaban en el pálido y delicado rostro de BI, haciéndola lucir casi etérea, mística y sensual.
—Eres maravillosa, BI, mi diosa.
—No digas tonterías, Tomi —Sonrió ella, girando sólo para ser atrapada en un abrazo del mayor.
—¿Qué edad tienes ahora, BI?
—Saca la cuenta —Le mandó la chica.
—Si yo tengo 25 y tú eras 7 años menor, entonces… debes tener… —Gruñó—. Soy malo en mates, por eso estudié publicidad —Se quejó.
—18, tontito —Se burló ella, en broma.
—No es ilegal.
—¿El qué? —preguntó ella, en forma inocente, pero sabiendo de qué hablaba.
—Esto —Giró su rostro y se apoderó de los labios de la pelinegra.
Fue sólo posar los labios sobre los de ella, sentirlos… perfectos. Y luego abrir los ojos.
—No… —dijo ella, asustando al mayor.
—¿No?
—No es ilegal —Y tomando el control, ella lo besó de vuelta.
Un poco más apasionado esta vez, el beso incluyó lenguas y un abrazo más posesivo, pero luego la morena se levantó de golpe y miró a Tom sonrojada.
—Lo siento, Tomi, nunca fui buena en esto.
—BI —Se puso de pie junto a ella y le tomó las manos—. Tranquila.
—Significas tanto para mí, que prefiero que sigamos siendo los mejores amigos, a que pase a ser sólo una aventura y luego me olvides —explicó ella, sin levantar la vista del suelo.
—Hey, hey, ven acá —La tomó en sus brazos y besó su frente—. Eso no pasará.
—Ya pasó una vez, no me reconociste —Le regañó ella.
—Ya te expliqué mis razones, te ves hermosa —Ella arrugó más el ceño—. Siempre has sido hermosa, pero ahora luces como una mujer sexy, por eso me despistaste. Pero yo nunca podría olvidar a mi Diosa de la victoria.
—Tonto.
—Un tonto que te quiere mucho —susurró en su oído.
—Tengo mucho sueño —comentó ella, sucumbiendo ante el dulce abrazo que le prodigaba el mayor.
—Te llevaré a casa. Y yo trataré de avanzar algo en el proyecto de la empresa.
La tomó de la mano y la guió hasta la puerta de su propia casa, donde una muy molesta Estella los esperaba.
—¿Te veo mañana?
—En el roble —Le iba a besar, pero la posesiva mano de su amiga, le dio un jalón y cerró la puerta.
Tom miró la escena divertido. Ahora tendría que competir con una lesbiana celosa. Pero su corazón latía contento. Tenía cada vez menos tiempo para redactar su proyecto laboral, pero una nueva idea se estaba desarrollando en su cabeza, un concepto que sin duda le sería favorable, pues su diosa se lo había sugerido, y su adorada diosa, siempre le llevaba a la victoria.
& Continuará &
¿Cuál será el nuevo concepto? ¿Será realmente efectivo? Y lo principal, con esta nueva distracción con faldas ¿Será posible que la termine? Jejeje, gracias por venir a leer y me harían muy feliz con un comentario.