«HAMBRE»
One – Shot de MizukyChan
Los gemelos Kaulitz estaban obsesionados con las cosas nuevas. David había discutido varias veces con el menor de ellos, las desventajas de vivir en un lugar tan diferente y apartado como la India, pero Bill seguía insistiendo en que querían estar allí, alegando que en ese lugar empezarían de nuevo, que en las lejanías de la India nadie sabría exactamente quiénes eran y no los atosigarían los paparazis.
Sinceramente, su manager comprendía en cierto grado, la desesperación de los chicos por buscar la paz, el anonimato, si puedes llamarlo así; lo que simplemente se negaba a entender, era la ubicación.
—La India —susurró y soltó un gran suspiro.
¿Qué demonios harían los chicos allí si los picaba algún mosquito del tamaño de tu mano? Con lo enfermizo que solía ser Bill, no dudaba que fuera alérgico a cualquier cosa de ese lugar. Cielos, hasta las aves se veían amenazantes allí.
Se pasó la mano por la frente por décima vez aquella mañana, mientras esperaba fuera de la consulta médica. Los Kaulitz habían ido a recibir las vacunas para emprender su primer viaje a las exóticas tierras, en busca de un buen condominio para comprar y comenzar su vida allí.
David alcanzó a divisar las manos entrelazadas de los gemelos, justo segundos antes de que éstos notaran su presencia. Volvió a suspirar, no podía continuar negándose a lo que sus ojos habían descubierto cientos de veces. La verdadera causa de la huida de Bill y Tom, no eran los paparazis, ellos quería privacidad para vivir su amor, para no tener que ocultarse, cuando lo único que deseaban, era poder amarse libremente.
—¿Están bien? —preguntó, fingiendo normalidad.
—Tom lloró como una nena —bromeó el rubio.
—Bueno, todos nosotros sabemos lo nena que es fuera de cámaras —continuó con el juego, ganándose una mirada de advertencia del mayor de los hermanos—. Ya, en serio, ¿están bien?
—El doctor dijo que podríamos tener alguna clase de fiebre —explicó Bill, sacando el papel que tenía los posibles malestares—. Si pasa algo de esto —dijo moviendo la hoja—, tendremos que venir de inmediato.
—Está bien. Vamos, los llevo a casa. —Los chicos asintieron y caminaron con su manager.
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Unos días después, los gemelos bajaban sus maletas del vehículo que los había llevado hasta una pequeña casa en medio de un bosque. Tom tenía el ceño arrugado. Él, al igual que David, no quería estar alejado de las zonas médicas en caso de que a su hermano menor le diera alguna reacción alérgica a cualquier cosa. Bill amaba la naturaleza, pero su piel era delicada y tenía tendencia a las alergias.
—No puedo creer que estemos aquí —soltó el rubio, quitándose las gafas de sol, mirando los enormes árboles que los rodeaban.
—Bill, creo que te pasaste un poco con la ubicación —comentó el moreno, levantando los bolsos, caminando hacia la puerta—. No hay nada, ni siquiera vecinos.
—Eso era lo que queríamos, ¿lo olvidaste? —susurró sensualmente, muy cerca de su oído. Tom se estremeció y miró sobre su hombro asustado—. No hay nadie, Tomi. Nadie nos espía aquí. Podríamos besarnos y nadie lo sabría —Pasó la lengua por sus labios, hipnotizando a su hermano, quien lo cogió por la cintura y pegó sus bocas en un beso caliente.
—Mmm —gimió el mayor y se soltó, a duras penas, del otro—. Voy comprendiendo el punto.
—Veamos la casa. —Bill cambió el tema, sacando las llaves de su pequeño bolsillo, y luego le dio una mirada picarona a Tom, agregando—. Tendremos que bautizar cada habitación.
—Oh, sí. —El mayor tomó las maletas y también entró.
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Después de revisar que todo estuviera en orden en su nuevo hogar, los chicos salieron a dar un paseo por lo que parecía ser su jardín.
Tom vigilaba cada movimiento de su gemelo y arrugó el ceño, al verle muy cerca de una planta que se veía muy linda, pero llena de polen.
—Bill…
—Yo no haría eso si fuera tú —otra voz se escuchó a sus espaldas y ambos voltearon en seguida.
—¿Quién eres tú? —preguntó Tom a la defensiva.
—Hola, mi nombre es Kalidas, soy de la tribu que habita estas tierras —contestó el chico de piel morena y ojos expresivos.
—Ka–li —repitió el rubio, mirando las grandes diferencias entre ellos.
—Kalidas —corrigió el joven—. Significa “el poeta”.
—Hablas inglés —afirmó el mayor, sonriendo—. ¡Qué bueno!
—Soy uno de los pocos que habla el idioma por aquí —explicó el joven de piel oscura—. La mayoría de los habitantes sólo habla en dialecto Absaroke.
—¿Dialecto? —Bill se acercó hasta Tom—. ¿No se supone que este es nuestro jardín? —preguntó alzando las cejas.
—La verdad es que estas tierras pertenecen a la tribu Absaroke.
—Pero tenemos nuestra casa, justo allá —el rubio alzó su mano hacia el frente, mostrando la punta del segundo piso.
—No deben preocuparse por ello —prosiguió el chico—. Nuestra gente, jamás molesta. Vivimos cerca del río, sólo pasamos por el bosque para recolectar frutas y hierbas. Como esa —señaló la planta que Bill estuvo a punto de cortar.
—Oh —El rubio recordó cómo llegó el joven y dijo—. Tú me detuviste. ¿Por qué?
—Esa hierba, produce inmovilidad —Los gemelos se miraron incrédulos—. La usamos para cazar.
—Wow —Tom vocalizó los pensamientos de ambos. ¿Cazar, en tiempos modernos? Pero luego debían repetirse que estaban en otras tierras, donde todo era distinto.
—Si no les molesta, cogeré la planta y me iré.
—Claro.
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Cada día, Kalidas regresaba a saludar a los gemelos y contarle cosas sobre su pueblo, ganándose su amistad. Incluso los invitó a comer con ellos, pero los Kaulitz se negaron educadamente alegando que eran vegetarianos. Sin embargo, asistirían a una ceremonia religiosa de la abundancia, que se realizaría durante la luna llena.
—No, no, no —La chica de piel oscura que hacía la limpieza, movía frenéticamente la cabeza.
—¿Bandhura? —Tom se acercó a la joven y le tomó el brazo—. ¿Estás bien?
—No ir, no ir con ellos —trataba de decir la mujer—. Ellos malos. Ellos cuervos. Carroña.
Sin decir una palabra más, la joven tomó sus escasas pertenencias y salió corriendo de allí, dejando a los gemelos totalmente confundidos.
—¿Qué ha sido eso? —indagó el rubio, cogiendo la mano de Tom.
—Estaba muy asustada.
—¿De quién?
—¿De Kalidas? —Chanceó el mayor.
—Pero ella habló en plural —se miraron a la cara—. Dijo “ellos malos”, “ellos cuervos”
—¿De qué…? —Ambos alzaron los hombros quitándole importancia.
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Pese a las constantes advertencias de la joven Bandhura, los hermanos visitaron la tribu de Kalidas, para la fiesta religiosa.
Siguieron al joven dentro del bosque, dando pasos inseguros a causa de la oscuridad.
—Ya llegamos —anunció el chico, su piel oscura parecía brillar por la luz de la luna.
—Pero no hay nadie —comentó Tom, viendo las pequeñas rucas, pero a ninguna persona, ni siquiera había mascotas por allí. Nadie.
—Es por aquí —Kalidas retomó su camino, con los Kaulitz detrás.
En medio de la noche, los jóvenes pudieron distinguir el brillo de una hoguera, una bastante grande, además de un extraño aroma que provenía de una olla que estaba sobre el fuego.
Kalidas hizo un movimiento con su mano, señalando silencio. Los gemelos escucharon atentos como un anciano usando ropas extrañas, recitaba algo. El idioma era ininteligible para los alemanes, así que cuando el bizarro discurso terminó, el joven moreno se acercó a los Kaulitz y les contó.
—Esta noche, comeremos la carne de una bestia —Comenzó su explicación, Bill trató de evitar hacer una mueca de asco—. Era el caballo de un gobernador de la ciudad, una criatura valiente y temeraria.
—¿Y por qué se lo comerán? —preguntó Tom, quien no tuvo la fuerza de su hermano y simplemente, soltó la interrogante con los puños apretados.
—Las antiguas tradiciones dicen que cuando los guerreros luchaban, el ganador devoraba la carne de su enemigo, con el fin de obtener el poder y las habilidades de él. Al comer su carne, absorbía lo más valioso de su alma.
—¿Canibalismo? —Bill susurró la palabra, con voz temblorosa.
Kalidas los miró divertido y agregó—. Son sólo leyendas. ¿No lo creen… o sí?
Tragando el desagradable nudo en la garganta, los chicos negaron. Ahora quedaba claro, porque la joven Bandhura se había referido a esa tribu como los carroñeros, o los cuervos, era por sus extrañas prácticas alimenticias.
—¿Siempre hacen estos rituales? —preguntó Tom, al ver que cada miembro de la tribu se acercaba con un plato hasta la hoguera, donde el mismo anciano del discurso, les repartía un trozo de la víctima.
—No. Se hace una vez por mes, en luna llena —explicó el joven moreno—. Y en ocasiones especiales cuando… —guardó silencio, porque un grito lo alertó. Era el anciano.
Los tres se acercaron hasta la hoguera y los gemelos tuvieron que contener las lágrimas, pues el olor que emanaba de la olla, era algo totalmente distinto a todo lo que hubieran experimentado en sus tiempos no vegetarianos. Era desagradable.
Kalidas le explicó al hombre quienes eran ellos, los chicos comprendieron eso, pues mencionó sus nombres, mientras los señalaba. El anciano pareció complacido y les hizo un gesto para invitarlos a comer del botín, pero los chicos negaron con la cabeza.
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Cuando la fogata soltaba los últimos chispazos de luz y calor, el anciano llamó al joven más talentoso de su tribu.
—¿Ya tomaste la decisión Kalidas? —preguntó el viejo.
—Sí, maestro. Lo haremos.
—¿Ya consideraste el riesgo? —Insistió el mayor—. Me dijiste que eran bastante famosos.
—Seremos cuidadosos.
—¿Cuándo?
—Cuando descubra su secreto. —Tras asentir, el anciano se retiró, sonriendo al balancear un reloj de oro en su mano.
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Los Kaulitz por su parte, estaban perturbados por lo que habían presenciado aquella noche. Tom abrazó a su gemelo y besó su frente con cariño.
—Quizás no fue tan buena idea ir. —Bill asintió dentro del abrazo.
—Todo eso me dio muy mala espina.
—Bill. No todo el mundo es vegetariano. Ellos comen carne —trató de sonar cuerdo, pero la verdad era que el sólo recordar lo que vieron, le daba dolor de estómago.
—No creo que sólo haya sido carne, Tom. El hedor era asqueroso. —Bill apretó la mandíbula y se escondió en el cuello de su gemelo.
—Tranquilo, amor. No volveremos a involucrarnos con las tribus de aquí —prometió.
—Nunca más. Todo esto me da miedo. Los cuervos carroñeros… —susurró las últimas palabras.
Los sueños de ambos se vieron atormentados por imágenes de lo vivido aquella noche, frente a la hoguera. Era como si su conexión les permitiera soñar lo mismo. Hubo un momento, cuando el anciano los llamó, en que ambos se acercaron a la olla y miraron dentro, notando como una mano y unos ojos flotaban en su interior.
—¡Nooo! —Gritaron al unísono.
Con un sudor frío recorriéndoles la espalda, los gemelos se despertaron de su pesadilla, buscándose en un abrazo, temblando.
—Creo que ya no quiero volver a estar aquí, Tomi —murmuró el menor, al borde de las lágrimas.
—¿Estás seguro? —indagó el mayor. Él amaba a Bill y haría cualquier cosa por verlo feliz, y si eso incluía vivir en el fin del mundo, lo haría, pero si por el contrario, quería huir de ese lugar, sería el primero en empacar.
—Sácame de aquí, Tomi. Tengo un mal presentimiento.
—Bien. Mañana iremos a comprar los pasajes.
La misma soledad que añoraron en un principio, se volvió su pesadilla, pues en ese sitio, las señales telefónicas no servían, ni hablar de la conexión online y debían hacer todo en persona.
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Por la noche los gemelos preparaban sus maletas para regresar a Alemania. Una vez terminado de empacar, Bill se sentía mucho más tranquilo y se colgó del cuello de su gemelo y lo besó largamente.
—Vamos a despedirnos de todo esto, Tomi —sugirió el rubio, pasando su lengua, sensualmente, por el piercing del otro.
—Mmm —gimió de gustó—. Digámosle adiós a este mundo.
Entre beso y beso, sus manos quitaban las prendas, dejando sus cuerpos desnudos y calientes por los constantes roces de sus pieles. Los jadeos sonaban cada vez más fuertes, mientras se mecían uno sobre el otro, totalmente fundidos por la pasión.
—Tomi… —susurró el menor, abriendo los ojos de golpe—. Nos espían.
Se separaron y se cubrieron con las sábanas blancas. El mayor encendió las luces y recorrió toda la casa, sin encontrar rastro de nada. Volvió con su gemelo y se metió en la cama.
—Creo que nos estamos volviendo unos paranoicos —comentó a modo de broma, pues él también tenía esa sensación. Es más, aún podía sentir que había alguien allí, observándolos.
Con la excitación totalmente perdida, los gemelos simplemente se abrazaron y trataron de dormir.
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David Jost no podía creer la noticia que veía en los titulares de todas las revistas y periódicos del día.
“Trágico accidente cobra la vida de las estrellas del rock…”
“Bill y Tom Kaulitz muertos en accidente”
“Accidente automovilístico nos arrebata a las estrellas de Tokio Hotel”
Uno a uno, tiraba los periódicos, tras leer brevemente los encabezados. No podía creer lo que estaba pasando. Cogió su celular y revisó el último mensaje de texto que le envió Tom, sólo dos días atrás.
“Regresamos a casa”
Pero eso nunca sucedió. Según el reporte policial, el coche que los transportaba hacia el aeropuerto se desbarrancó y todos los tripulantes fallecieron en el acto. En dos días llegarían los cuerpos a Alemania, para poder realizar las autopsias correspondientes.
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David trataba de no romper a llorar junto a Simone y Gordon. El doctor familiar les había dado el reporte médico y les había pedido que hicieran la identificación obligatoria, sugiriendo sutilmente que hicieran una cremación para evitar más dolor a la familia.
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Unos días después, en luna llena, Kalidas se paraba frente a la gran olla, que hervía en el fuego ritual.
—Los ojos son el espejo del alma. Ellos te dejan ver el mundo. Mediante estos ojos que han visto tanto, podré ver más allá —arrojó dos orbes color chocolate, ensangrentadas al agua hirviendo—. El talento musical se puede manifestar mediante las manos. A través de ellas, podré adquirir el don de tocar cualquier instrumento —repitiendo la acción, arrojó al agua, una mano con sangre en los bordes.
—Este es Kalidas —habló fuertemente el anciano de la tribu—. Llamado así por su madre, destinado a ser poeta. Su don de poesía quiere ser llevado por el viento para cantar sus letras y tocar sus canciones. Que así sea.
Tras unos momentos en el fuego, cada miembro de la tribu se acercó a compartir el botín de Kalidas y adquirir parte de las habilidades de los Kaulitz, probando sus órganos.
& FIN &
Horroroso lo sé. Pero existió, algunas personas hablan sobre el canibalismo como si fuera una leyenda urbana, pero en las tribus de indios tanto de África como de Norteamérica, se usaba el canibalismo ritual, comiéndose a sus enemigos para adquirir sus fortalezas. Si llega a existir en la actualidad, es porque quien lo practica tiene una mente muy, muy perturbada.