No tenía intención de publicar este fic. Lo escribí porque vi un video inspirador y pensé que mis sobrinitos podían disfrutar de una historia así, pero luego pensé ¿Y por qué rayos no? Todos tenemos algo de niños que nos invita a disfrutar de la bondad de la gente, a ver súper héroes en las personas que hacen algo en aquellas situaciones en las que la mayoría sólo gira el rostro. Espero que les guste. Besos.
«Héroes y Gorras»
Bill amaba la moda, vestir bien y sentirse maravillosamente con el atuendo escogido para el día. Todos sus compañeros de clases lo conocían así y simplemente sonreían cuando aparecía con alguna prenda estrafalaria o con algún corte de cabello poco convencional.
A Bill no le importaba nada más que vivir su cómoda vida de la misma forma cada nuevo día. Hasta que Tom llegó a su vida.
Thomas Trumper, Tom para los amigos, era el chico nuevo, trasladado a ese pequeño pueblo perdido en medio de la nada, por causa del trabajo de su madre, porque su padre lo había abandonado cuando él era sólo un niño.
Tom era todo un misterio para Bill y su forma simple de ver la vida. Tom era raro, le gustaba saludar a todo el mundo, incluso a los indigentes que vivían en la calle y que afeaban el aspecto de las veredas de la Alameda, según Bill. Y por esta razón, Tom rápidamente se volvió amado por todos los habitantes del pueblo, hasta las ancianitas que arrugaban la nariz ante las ropas de ganster que Tom solía llevar, le sonreían y de vez en cuando le invitaban galletas recién horneadas. Era muy extraño. Todo lo que rodeaba a Tom era raro.
Cuando Tom comenzó a compartir un taller de música con Bill, el chico pelinegro decidió que ya no esperaría más y saldría de dudas. Haría lo posible por descubrir por qué Tom tenía esa clase de actitud tan rara.
Era la hora del almuerzo y, sin preguntar a nadie, Bill siguió a Tom en la fila, viendo como compraba dos sándwiches y dos refrescos. El pelinegro arrugó el ceño, mientras pagaba por su propia comida, Tom no era muy robusto, pese a las ropas extra grandes que usaba, y se preguntó ¿por qué habría comprado un par de cada cosa?
—Hola Bill —saludó el rastudo, al ver que Bill iba caminando casi codo con codo con él.
—¿Eh? —Bill se sorprendió al ver que el otro chico lo saludaba—. Oh, lo siento, estaba distraído. Hola.
—¿Almuerzas conmigo? —Invitó el rastudo a lo que Bill asintió, sentándose en una mesa con el otro. Esa sería la oportunidad perfecta para comprobar si Tom comía todo lo que había comprado o si guardaba el resto para después.
Comieron lentamente debido a la plática que Tom había iniciado sobre el taller de música y que Bill siguió con adoración, porque también amaba el tema. Tras terminar, fueron juntos al taller y disfrutaron de la lección.
Bill sentía que su pecho latía feliz con sólo estar en compañía de Tom y se preguntó si eso era parte de la magia que envolvía al chico de rastas. ¿Cómo es que la rareza se había vuelto magia tan sólo compartiendo un almuerzo?
—¿Vas a casa en taxi? —Preguntó Bill, guardando sus pertenencias en la mochila.
—Nop, mamá llegará más tarde, así que me voy caminando por la Alameda.
—¿Te importa si camino contigo? —Bill se sorprendió al decir en voz alta lo que su cabeza pensaba—. Me encanta caminar por la Alameda.
—Será un honor caminar con un chico tan guapo como tú —respondió el otro, ajustando su gorra y cargando la mochila sobre sus hombros. Le dio un guiño a Bill, quien se sonrojó ante el halago, pese a estar acostumbrado a recibir elogios de sus compañeros de clases.
Cuando llegaron al camino rodeado de bellos y altos álamos, Bill pensó que era la oportunidad perfecta para para preguntar si había comprado más comida para no tener que cocinar en su casa y tal vez, si la respuesta era afirmativa, podría invitarlo a cenar con él. Pero no alcanzó a vocalizar sus ideas. Justo en una esquina, había un chico, debía tener la misma de ellos, quizás más joven, vestía ropa grande y a su lado tenía una pequeña caja para recibir limosnas. El chico parecía medio dormido, seguramente por el frío que hacía.
—¡Hey, Kevin! —Saludó Tom y Bill casi dio un salto al ver que el otro joven despertaba del todo y se ponía de pie para saludar a Tom.
—¡Hey, Tom! ¿Cómo estás, hombre? —Saludó lleno de energías.
Bill pudo ver que la chaqueta que llevaba el chico no era de mala calidad y por el estilo, se podría decir que era del mismo Tom, pero no era posible, este chico vivía en la calle, no podía estar relacionado con Tom, eso era imposible y muy raro.
—Bien, saliendo de la escuela —respondió el rastudo.
—Veo que estás bien acompañado —dijo Kevin, señalando a Bill con la cabeza.
—Él es Bill, un compañero del taller de música —lo presentó.
Al oír su nombre, Bill quiso que la tierra lo tragara, pero como el artista que era, dio su mejor sonrisa al chico.
—Mucho gusto —dijo.
—El gusto es mío. Pareces una estrella de rock —lo halagó Kevin, dando un repaso por todo su atuendo—. Eres muy guapo. Tom es afortunado de caminar con alguien como tú.
—Así es, hombre —respondió el rastudo y giró el rostro para ver a un niño de piel oscura que cruzaba la calle para saludarlo—. ¡Miren quién está aquí!
Tom se agachó lo suficiente para recibir al niño, de unos seis años, en sus brazos y elevarlo por los aires, en un avión invisible que lo hizo reír.
Bill notó como Tom bajaba al niño y sacaba de su mochila el sándwich extra y el refresco que había comprado y se lo entregaba al pequeño, quien le dio un besito en la mejilla como agradecimiento y volvió a cruzar la calle, donde una niñita, seguramente de su misma edad, lo esperaba para repartir el tesoro.
—No todos los súper héroes usan capa, ¿sabes? —dijo Kevin, notando la mirada sorprendida de Bill—. Algunos sólo llevan gorras.
Bill lo miró, pero esta vez la sonrisa que tenía en la cara no era fingida, estaba feliz de haber presenciado esa acción. Él no había realizado la buena obra, pero sólo verla le había llenado el alma de alegría.
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Al día siguiente, en la fila del almuerzo, Bill volvió a unirse a Tom, quien repitió la rutina de comprar un par de sándwiches y refrescos.
—¿Tú no vas a almorzar? —Preguntó Tom al ver la bandeja vacía de Bill.
—Sí, pero no compraré nada. Traje de casa algo delicioso —respondió con una sonrisa de modelo de pasta dental. Tom sonrió de vuelta, la sonrisa de Bill era tan intensa que se contagió.
Cuando se sentaron en una de las mesas, Bill puso una mano en la de Tom, para evitar que abriera su sándwich.
—Hey, tengo hambre —dijo en todo de broma.
—Qué bueno, porque vas a compartir mi almuerzo —respondió el pelinegro.
Unas chicas que estaban frente a ellos, en la misma mesa, silbaron como si ellos fueran una pareja, cosa que les hizo reír.
—¿Y qué hago con esto? —Preguntó Tom, señalando su comida.
—Creo que le vendrá bien a la pequeñita que estaba con el niño de ayer —contestó como quitándole importancia, pero Tom entendió de qué hablaba y sonrió feliz.
Compartieron el delicioso almuerzo que llevaba Bill y luego se separaron pues los dos tenían clases diferentes.
La rareza de Tom se había contagiado a Bill y este tipo de almuerzo se repitió hasta el fin de la semana. El pelinegro ahora pensaba que no debía seguir usando la palabra “raro” en todo lo que rodeaba a Tom, sino “magia”. Ahora entendía que lo que llenaba su pecho de alegría era más mágico que raro.
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Mucho más tarde, ese mismo día, Bill había regresado al centro. Había mandado a hacer una gorra especial, era de color negro (porque ese tono combina con cualquier prenda) con las letras SH bordadas en medio. Estaba muy contento con el resultado, metió la gorra en una bolsa de regalo para entregarla al día siguiente y salió a las calles que empezaban a oscurecerse.
Decidió caminar por la Alameda, aunque sabía que esas horas no eran muy seguras, pero quería preguntar a Kevin qué opinaba de su regalo.
Cuando llegó a la esquina donde Kevin se quedaba, descubrió que el chico no estaba a la vista, así que haciendo un puchero, decidió acelerar el paso. Pero no llegó muy lejos cuando escuchó unos gritos.
Su sentido común le decía que corriera lo más rápido posible, pero su corazón le indicaba que alguien podría estar en peligro.
Se escuchó otro grito y Bill identificó una voz infantil.
—Los niños.
Sin dudarlo, sacó su teléfono móvil y llamó a la policía. Se molestó al notar que la persona que lo atendía no le daba mayor importancia, como si esas cosas pasaran allí todo el tiempo, así que decidió cambiar la versión y decir que lo estaban siguiendo a él e intentaban robarle.
Pensando que la caballería venía en camino, Bill buscó la fuente de los gritos y vio un rincón oscuro, que daba a un callejón. Abrió los ojos de golpe.
—¡Kevin! —Gritó y corrió en dirección al chico al que golpeaban brutalmente—. ¡La policía viene en camino! —Gritó otra vez y los rufianes lo miraron con odio, dispuestos a atacarlo—. ¡Mierda! —Se le escapó y decidió correr. Si estos tipos lo atrapaban, no se iban a conformar sólo con robarle la hermosa chaqueta, sin duda le darían una paliza.
Sus tacones resonaban en las calles de su hermosa Alameda, pero no se detuvo, corrió y continuó corriendo, hasta que el ruido de la sirena de la policía le alentó. Al girar, vio que los rufianes habían huido en otra dirección, mientras la policía los perseguía.
Regresó sobre sus pasos para ver cómo estaba Kevin. Al llegar, lo vio con el ojo inflamado, doblado de dolor y con dos pequeños a su lado.
—¿Pero qué demonios ha sido eso? —Preguntó Kevin, mirando a Bill casi con indignación.
—Trataba de salvarte el culo, ¿sabes? Un “gracias” estaría bien —respondió el pelinegro, sacando un pañuelo de seda de su bolsillo para limpiar la sangre de la cara del chico.
—Gracias.
—Gracias.
Dijeron los niños que estaban junto a ellos. Bill reconoció a los pequeños que Tom alimentaba.
—Intentaron atacar a mamá —dijo el niñito—, y Kevin los alejó.
—Por eso lo golpearon a él —terminó la nenita.
—Esos tipos son escoria, Bill, pudieron haberte matado.
Bill continuó limpiando la herida del labio del chico y se alzó de hombros—. Siento mucho que tengan que vivir estas cosas —dijo, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. Toma esto, Kevin, es un regalo. Era para Tom, pero hoy te lo has ganado.
A duras penas, el chico abrió la bolsa del regalo y vio la gorra—. ¿SH?
—Súper Héroe —respondió Bill—. Algunos héroes llevan gorras —dijo, mostrando una leve sonrisa.
—Tom tenía razón —dijo Kevin, mirando la gorra—. Dijo que tú eras como un ángel.
—No puede haber dicho eso —dijo el pelinegro sonrojado.
—Dijo que compartiste tu almuerzo con él, para traer más a los niños. Eso te volvió un ángel a sus ojos.
—Y a los nuestros —agregó el niño, quien le tomó la mano y le ofreció una linda sonrisa.
Estaban sucios, no olían a rosas, pero eran honestos y Bill sintió que su corazón estallaría de felicidad.
—¿Sabes, Bill? —Preguntó Kevin, llamando la atención del otro chico—. Algunos ángeles visten de negro.
Bill se echó a reír y se levantó.
—Gracias, Kevin. Gracias por todo.
Sacudiéndose el polvo, Bill continuó su camino a casa, pero esta vez era diferente, como todo lo que había conocido desde que Tom se unió a su taller de música. Se sentía raro, pero de una forma agradable. Se sentía pleno. Triste, porque había mucha gente sufriendo y padeciendo aflicciones, pero feliz de saber que podría hacer algo, porque no todos los héroes usaban capas y porque algunos ángeles vestían como él, de negro.
& FIN &
Este fic lo escribí hace algún tiempo, tras ver un video donde una buena acción se contagiaba de persona en persona. Parece muy idealista, pero para eso está la magia de los fanfics, ¿no? Espero pasaran un buen rato leyendo. Gracias por venir.
Hermosa historia 😀😘
Muchas gracias (pone ojos de gatito con botas)