La Estatua del Payaso

«La Estatua del Payaso»

Los gemelos Kaulitz, famosos por las bromas que gastaban a todo el mundo en el día de las brujas, preparaban sus artilugios para la fiesta que tendrían en el vecindario. Tom tenía una sonrisa en los labios de sólo imaginar la cara de sus amigos cuando vieran sus juegos para esa noche. Tan concentrado estaba en lo que hacía, que no notó que su hermano hablaba por celular, hasta que le oyó terminar con un sonoro “adiós”.

¿Quién era?

El señor Warren. —El trenzado lo miró, esperando más información—. Quieren que vaya a cuidar a su bebé esta noche —explicó.

¿Qué? Pero hoy tenemos la fiesta de Halloween.

Sí, ellos también tienen una fiesta para celebrarlo.

Le dijiste que no, ¿cierto? —El pelinegro negó con la cabeza—. Pero Bill, ¿por qué insistes en trabajar con ellos? Son raros.

Ya sabes que adoro el mini museo que tiene el señor Warren de todo lo que ha encontrado en sus investigaciones arqueológicas. —Puso cara de admiración y Tom se fastidió.

No son reales, son sólo imitaciones.

Por supuesto, todos los originales están en un verdadero museo, pero ya sabes cómo me fascina la historia. —Tom dio un paso al frente y le dio un abrazo a su hermano.

Nunca serás como Indiana Jones, pero algún día serás un gran arqueólogo, Bill.

El par de gemelos, logró convencer a Alice, su hermana menor, de reemplazar al pelinegro un par de horas, mientras le jugaban las bromas a sus amigos, después de lo cual regresaría y tomaría su lugar como niñero del bebé de los Warren.

&

Los gemelos se descojonaron de la risa, cuando la última broma salió a la luz, y un Andreas muy borracho se mojó en los pantalones, demasiado bebido para notar la diferencia entre un fantasma real y el muñeco creado por los Kaulitz.

Gustav negó con la cabeza y cogió el brazo del tambaleante rubio platinado, lo mejor era llevarlo al baño, antes de que siguiera avergonzándose en público con sus llantos descontrolados y sus frases tontas como: “no me lleves Samara”, “aún me quedan siete días” y otras barbaridades.

Cuando las risas concluyeron, Tom miró a su gemelo y le apretó la nariz.

Tienes la sombra de ojos corrida. —El pelinegro adoraba que su hermano fuera leal con él y le advirtiera si había perdido su glamour.

Iré al baño.

Está ocupado, Gus llevó a Andy a cambiar de pañales —dijo y no pudo evitar una nueva carcajada.

No importa. —Bill se levantó y fue hasta su chaqueta que colgaba en la percha de la entrada. Sacó un espejo del bolsillo y procedió a arreglarse, pero cuando un vaso de cristal se quebró, él se sobresaltó y lo dejó caer de su mano.

¡Estás maldito! —Gritó Georg, entrando a la sala con un gato negro en sus brazos.

Estaba vestido de bruja, con un vestido negro ajustado, que le llegaba justo bajo las nalgas y una liga floreada, adornaba su pierna derecha—. ¿Crees que sea él, Kazimir? —preguntó a su peludo animal, acariciándole la cabeza.

Toda la fiesta pareció quedarse en silencio ante su grito. Tom caminó hasta su gemelo y recogió el espejo, que efectivamente estaba destrozado.

¿Qué pasa contigo, Geo? —preguntó el trenzado de mala forma, notando que su hermano menor se había quedado sin palabras.

Se fumó un pito de marihuana antes de venir a la fiesta y ahora se cree bruja —contestó alguien entrando con una escoba y una pala, para recoger los cristales.

Un espejo quebrado es símbolo de mala suerte. Tendrás siete años de malos augurios, a no ser que… tengas otra mala señal esta misma noche. —Los que estaban cerca escucharon, porque la música definitivamente había dejado de sonar—. O alguien más la tenga. —El gato ronroneó y Geo sonrió a su nueva mascota.

Esas son patrañas, Geo —alegó otro de los invitados, tratando de poner la mano sobre el hombro del castaño, pero al acercarse el gato negro se erizó y lo espantó. Cuando quiso escapar de un posible arañazo del felino, la agujeta de uno de sus zapatos se rompió y cayó de culo al suelo.

Otro mal augurio. —El rostro de Georg se ensombreció y susurró al pelinegro—. Vas a morir.

¡No seas payaso! —Tom se molestó y le dio un golpe juguetón en la frente, arrastrando a su hermano hacia uno de los sillones—. No le hagas caso, Bill.

Hablando de payasos —comentó una de las chicas—. ¿Escucharon del loco que se escapó de prisión y que está acusado de asesinar gente, usando una máscara de payaso? Eso es horripilante.

Yo tengo trauma con los payasos, desde que vi “It, el payaso asesino” —comentó alguien más.

Con esa frase hubo risas y el ambiente se distendió, logrando que Bill suspirara más tranquilo.

Cuando Tom fue y regresó de la cocina con dos latas de cerveza, el celular del pelinegro vibró en su bolsillo. Lo sacó con rapidez, pensando que su hermana Alice, ya quería un relevo y lo llevó a su oído.

¿Bill, ya vas a venir?

¿Estás cansada, Alice?

No es eso. Como ya es tarde, encendí las luces de la casa y esa estatua del payaso en el mini museo del señor Warren, me tiene de los nervios.

¿Estatua del payaso? —Bill empuñó la mano que no sostenía el celular—. Alice, ve al cuarto del bebé y cierra con llave.

¿Por qué?

¡Hazlo! —Colgó la llamada y gritó—. ¡Tom, Alice está en peligro!

Los gemelos salieron corriendo de allí en dirección a la casa de los Warren, que sólo estaba a un par de cuadras de distancia. Vieron que las luces seguían encendidas y se dirigieron directamente a la habitación del bebé.

¿Alice, estás bien? —preguntó el pelinegro a lo que ella asintió, un poco asustada por el extraño comportamiento del chico—. Vete a casa y lleva al niño.

La escoltaron a la puerta y tras asegurarse de que no estaba a la vista, los gemelos caminaron hacia el mini museo.

¿Dijiste que vio una estatua de payaso? —indagó el trenzado, poniendo la mano en el pomo de la puerta.

Sí, pero no tienen ese tipo de cosas aquí.

De pronto, las luces de toda la casa de apagaron y la puerta se abrió. Frente a los Kaulitz se presentó la figura aterradora e imponente de un payaso. Sin siquiera dudarlo, los chicos corrieron a ciegas, hasta la puerta principal, con una sola idea en mente: escapar. Pero al salir, una gruesa red de pescar les cayó encima, imposibilitando su avance y prácticamente, desplomándolos sobre sus rodillas.

Una ola de pánico inundó el cuerpo de los gemelos, la conexión que los caracterizaba, les indicó que ambos estaban igual de aterrados, recordando los comentarios sobre el asesino disfrazado de payaso. Podían sentir los pasos del homicida acercándose lentamente hasta ellos, podían sentir su respiración agitada y también su… risa.

¡Jajaja!

Fue una explosión de carcajadas, prácticamente todos quienes fueron a la fiesta, estaban allí, frente a la casa de los Warren, riéndose a carcajada limpia de la expresión de terror de los Kaulitz.

No recuerdo la última vez que reí tanto en un Halloween —dijo Gustav, quitándose la pesada máscara de payaso, justo detrás de los gemelos—. Primero Georg vestido de travesti, Andy mojando sus pantalones y ahora los bromistas que cayeron en su propia trampa. Sin duda, un Halloween para recordar.

Mientras, los demás ayudaban a los gemelos a salir de la red, el castaño se acercó con el gato hasta el rubio de gafas.

Por tu culpa, él morirá… —dijo en forma enigmática y volteándose al gato, agregó—. ¿No es así, Kazimir?

Gustav sintió un escalofrío recorrerle toda la espalda y decidió que necesitaba con urgencia un cigarrillo. Metió la mano, que ahora temblaba, en su bolsillo y cogió la cajetilla, sacó un palito blanco y lo puso en sus labios, buscando con qué encenderlo.

¡Miegdo! —dijo con los dientes apretados, hasta que Andy se pasó por su lado y le entregó su encendedor-zippo de plata, uno de los “lujos” que poseía. El rubio abrió la parte superior del artefacto y procedió a encender la llama, pero no funcionó. Pasó su dedo pulgar repetidas veces por la ruedilla, sin éxito, hasta que de pronto, la tapa del mechero, salió volando.

Ahí está Kazimir —comentó Georg con la voz risueña—, el último mal presagio ha aparecido. Ahora podemos irnos a descansar, ¿verdad gatito? —El felino maulló en respuesta y el extraño castaño travestido, se retiró del lugar.

Toma, Gus. —Ofreció Tom su propio mechero, encendiendo el cigarrillo que colgaba en los labios del rubio—. Ahora quemaremos tu tonto disfraz.

Gustav soltó el humo y se apresuró a unirse al grupo, que se reunía en torno a las llamas que consumían la máscara de payaso.

&

Dos días después de Halloween, los Warren volvieron a solicitar los servicios de Bill para cuidar a su pequeño bebé. Cerca de la nueve de la noche, el pelinegro encendía las luces del pasillo de la enorme casa y se quedó quieto al notar por el rabillo del ojo una figura demasiado alta. Temeroso de que fuera un ladrón, giró rápidamente y soltó un suspiro al ver una estatua de payaso justo al lado de la ventana, dándole la espalda.

Pensando que Gustav quería volver a jugarle una broma, tomó su celular y marcó a Tom. Al oír que el otro cogía la llamada, habló muy suavemente.

Tomi, Gus está aquí disfrazado de payaso, ¿qué tal si vienes y le damos un susto a él, como venganza? —El pelinegro no pudo evitar soltar una risita, pero fue sorprendido por el tono asustado de su gemelo.

¡Bill, toma al bebé y sal de ahí ahora mismo!

¿Por qué?

Gustav está aquí conmigo y Georg.

Bill corrió hasta el piso superior y tomó al bebé en sus brazos, su corazón latía a mil por segundo y al llegar a la puerta, lo último que vio, fue la horrorosa máscara del payaso.

& FIN &

¿Qué les pareció? Los Warren, son los de la película «El conjuro» 😉

Escritora del fandom

2 Comments

  1. Wow!!! que paso luego???

    • Eso queda a tu imaginación, esa es la gracia de los finales abiertos muajajajaja (Risa maligna XD)
      Gracias por pasarte a leer y por dejar un comentario. Besos.

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