N/A: Cuando re-leí este fic para publicarlo, me di cuenta que es del año 2014 y que tal vez ahora no les parezca tanto una «leyenda urbana», pero hubo un tiempo en que nos asustaban diciendo que si salíamos a escondidas, terminaríamos en una tina con hielo, con una cicatriz en la espalda, porque nos habían robado un riñón, jijiji. Lo entenderán al leer.
«El Mercado»
El mercado negro, sinónimo de fraude, de ilegalidad, de miedo y desesperanza. Casi siempre estaba asociado al tráfico de armas, pero este mercado en particular, traficaba con algo mucho peor, negociaba con la vida misma.
Nadie se extrañó de ver al joven extranjero en ese lugar, todos los ojos rasgados lo esperaban, pues ellos mismos lo habían provocado, susurrando en lugares próximos al trenzado, dejando pequeñas pistas, para que supiera que existía “una opción”, terrible quizás, equivocada probablemente, pero opción al fin y al cabo, una esperanza para él y su hermano gemelo.
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Los hermanos Kaulitz fueron azotados por la tragedia a muy temprana edad, sus padres fallecieron en un accidente de coche, cuando ellos apenas terminaban la escuela secundaria, justo cuando al menor de ellos le era diagnosticada la peor de las enfermedades: insuficiencia cardiaca masiva.
Pese a toda la tecnología médica existente en Europa, uno de sus familiares más cercanos, les recomendó partir a Japón y esperar allí por un trasplante de corazón, la única alternativa para prolongar la vida de Bill.
El país del sol naciente, era conocido por las múltiples y exitosas operaciones a corazón abierto de todo el mundo, además de ofrecer el servicio a un costo infinitamente menor a los valores de Alemania. El pelinegro se había negado en un principio, pero al ver la desesperación en el rostro de su adorado hermano mayor, simplemente accedió. No habría sido justo dejar a Tom solo en el mundo, el chico no podría soportar perder a toda su familia en menos de un año y Bill lo sabía, pues él sentía en carne propia la ansiedad del trenzado y rogaba a todos los dioses, que Tom no sintiera en su cuerpo, los dolores que él padecía físicamente.
Pero las cosas no fueron tan maravillosas como esperaba el joven de las trenzas. Su hermano había empeorado día con día, su piel tersa, había adquirido una tonalidad azulosa que le aterraba y la frialdad de su piel, sólo le recordaba que el final estaba cada vez más próximo. Sumado a eso, la escases de sus recursos, ubicaban a su gemelo fuera de la lista imperiosa de trasplantes, cosa que lo desesperaba cada vez más.
El sólo pensar que un día Bill no estaría ahí para saludarle, para sonreírle o simplemente para mirarle con esos hermosos ojos que le gustaba adornar con maquillaje, le aterraba, pues su amor por el pelinegro iba más allá de un simple cariño fraternal, Tom estaba enamorado del menor, lo amaba quizás desde antes de nacer, pero ese era un secreto que se llevaría a la tumba. No podría atormentar a Bill con una confesión de ese calibre, ahora que necesitaba dejarlo relajarse y concentrarse en sobrevivir hasta que el bendito donante apareciera.
Parecía no haber solución a su problema, hasta que un día, en la cafetería del hospital, oyó un idioma que pudo reconocer, en medio de todo el sonido incomprensible de la lengua oriental, escuchó la palabra mágica “esperanza”. Volteó su rostro de inmediato y puso toda la atención posible.
—“El mercado” es la única esperanza, para conseguir el dinero que necesitas.
Por un momento, Tom creyó que se trataba de una oferta laboral para la otra persona, hasta que la siguiente frase atrajo su atención otra vez.
—Te dan todo el dinero que necesitas, si vendes uno de tus órganos.
Una gota de sudor apareció en la frente del joven trenzado. Había escuchado sobre eso cuando hablaba con sus amigos sobre cosas extrañas, pero nunca pensó que fuera real. El mercado negro de tráfico de órganos, era sólo una leyenda urbana, nadie jamás había podido comprobar su existencia. Esa gota de sudor hizo un recorrido hacia abajo.
«Nadie que viviera para contarlo» Tom terminó la frase en su cabeza.
Olvidando la ridícula idea, apretó más el vaso de café en su mano y emprendió el regreso a la habitación de su hermano. Pero la palidez cadavérica de Bill no fue precisamente algo bueno de ver.
—Tomi… —El menor pronunció su nombre entrecortadamente, casi jadeando por el esfuerzo.
—Hey —Saludó el trenzado, forzando una sonrisa—. ¿Te sientes mejor? —Cerró las distancias y depositó un dulce beso en la frente de su gemelo.
—No… —susurró—. Estoy muy… cansado —Tomaba grandes bocanadas de aire, entre palabra y palabra—. Quiero partir ya.
—Hey, no digas eso —Tom cogió la helada mano del pelinegro y la acarició con el pulgar—. No puedes dejar a tu hermanito solo, ¿verdad? —Usó un tono bromista, que sacó una sonrisa en el menor—. Eso es, así te ves mejor. Sonríe para mí.
—Mentira, me veo horrible,
—No. Estás cada día mejor —Alzó la delgada mano hasta sus labios y también la besó, cerrando los ojos y tratando de tragar el nudo que se había formado en su garganta.
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Unos días después, el trenzado pasó por la cafetería con la intensión de comprar algunos dulces para su gemelo y sorprenderlo con algo que, pese a estar enfermo, seguía disfrutando.
Al cruzar las puertas, vio a uno de los hombres de hacía unos días atrás, aquellos que hablaban del mercado negro. Llevaba un parche en el ojo, al estilo pirata y se veía un poco pálido. Estaba sentado en una de las mesas, esperando a alguien. Tom procedió a hacer sus compras, y cuando planeaba retirarse, vio que el misterioso hombre del parche estaba acompañado.
—Cornea —Le escuchó decir y llevó la mano automáticamente al ojo cubierto.
—No te preocupes, aún te queda otro ojo. Puedes seguir viendo.
Asintiendo, el hombre agregó—. No importa perder un ojo, si pude salvar la vida de mi hija —Su acompañante le dio unas palmadas de tranquilidad en la mano.
Tom regresó con Bill esa mañana, pero la idea del tráfico de órganos, ya no sonaba tan descabellada. Si pudiera conseguir el dinero para operar a su hermano, entonces no le importaría lucir como pirata el resto de la vida. ¡Que rayos, habría dado hasta uno de sus pulmones, si con ello Bill pudiera salir del hospital por su propio pie!
—¿En qué piensas? —preguntó el pelinegro, notando que el mayor estaba totalmente distraído.
—Busco una forma de ayudarte.
—No —susurró el chico—. Sea lo que sea que estás pensando justo ahora, no lo hagas —Tom lo miró, alzando una ceja. Era la frase más larga que le había oído decir en días.
—¿Por qué? ¿De qué estás…? —Quiso preguntar, pero no estaba seguro a qué se refería el menor.
—Tengo un mal presentimiento —Se llevó la mano al pecho y sus facciones se contrajeron de dolor. El mayor llamó de inmediato al médico.
El trenzado estaba temblando, nunca había presenciado un episodio tan terrible, jamás había visto a Bill sufrir de esa manera.
Cuando por fin lograron estabilizarlo, Tom se acercó al doctor a cargo del caso de su gemelo y lo interrogó. Al parecer, la afección cardiaca de su hermano había empeorado y si no tenía un trasplante pronto, moriría.
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Tom dejó el hospital completamente tembloroso. Decidió caminar, y paso por paso, avanzó hasta una zona que no conocía del todo. Al levantar la cabeza, se dio cuenta que estaba perdido y prefirió tomar un taxi y evitar empeorar la situación, pero cuando levantó la mano a uno de los carros amarillos, vio un rostro familiar. Era el hombre del parche en el ojo, aquel que había vendido una cornea para salvar a su hija.
La palabra “oportunidad” brilló en su cabeza y lo siguió sigilosamente. El hombre caminaba vigilando sobre su hombro, como tratando de no levantar sospechas. Cada vez que lo hacía, Tom volteaba, simulando que observaba alguna vitrina, estaba seguro que su apariencia era bastante notoria, un extranjero sobresalía, él en especial, ya que era varios centímetros más alto que el resto de los nipones. Pero ese hombrecillo no se había percatado de su presencia, o al menos eso hacía creer.
Cuando los locales comerciales se acabaron, Tom tuvo que mantener una distancia más prudente, ya que podría asustar al hombre, haciéndole huir al pensar que sería asaltado. El trenzado no quería eso, sólo deseaba llegar al mercado y buscar su oportunidad.
De pronto, el hombre desapareció. Tom estiró el cuello y achinó los ojos, tratando infructuosamente de localizarlo. Nada, no había nada en ese callejón. Nada con excepción de esa pequeña luz.
Caminó a paso decidido y llamó fuertemente a la única puerta que parecía albergar vida. La entrada era metálica y al golpear con sus manos empuñadas, el sonido hacía eco en el silencio. Un crujido le alertó de movimiento en el interior y de pronto, la puerta se abrió, mostrando a un japonés con apariencia de mafioso.
Dijo algo en aquel idioma tan complejo, pero que ciertamente sonó como una amenaza. Tom alzó las manos, mostrando que estaba desarmado y dijo.
—Venta de órganos —El hombre sacó un revólver y le apuntó a la cabeza, soltando una letanía de improperios que el alemán no pudo comprender—. Necesito salvar a mi hermano. Ayuda —Pidió casi en forma suplicante.
Su última palabra, pareció calmar al supuesto guardia, quien sin dejar de apuntarle, lo empujó hacia el interior. A trompicones, el trenzado caminó entre cortinas de material aislante, esforzándose por no vomitar ante el fuerte olor a alcohol desinfectante que se cernía en todo el lugar. Seguramente, las operaciones se realizaban en ese mismo sitio. Finalmente, fue empujado hasta caer de rodillas, frente a una mesa.
—Extranjero —Oyó al hombre frente a él, con el acento característico que adoptan los orientales al hablar otra lengua—. ¿Qué haces aquí?
—Sé del mercado negro —respondió el joven, alzando la cabeza—. Quiero vender algo, para salvar a mi hermano —dijo desesperado, sin notar el brillo maligno en la mirada de aquel japonés.
—Tenemos reglas. Debemos cumplirlas, para asegurarnos de no llamar la atención de la policía —explicó el hombre sin reservas.
—Aceptaré cualquier regla. Sólo ayúdeme a salvar a Bill —El hombre juntó sus dedos, formando una pirámide con sus manos y asintió.
El jefe hizo una seña a uno de sus ayudantes, quien se alejó y regresó de inmediato, portando una bandeja. En ella había varios trozos de madera, y en cada trozo había un signo escrito en caracteres japoneses.
—No entiendo el idioma —aclaró el trenzado.
Tras una nueva indicación del jefe, el ayudante giró cada trozo de madera, mostrando un dibujo perteneciente a algún órgano del cuerpo humano: un ojo, un riñón, un pulmón. Esos patrones se repetían múltiples veces, pero había una pieza sin dibujo, totalmente pintada de negro, con una gran “X” en ella.
—¿Qué significa esa? —cuestionó el joven, sintiendo como un escalofrío le recorría la espalda.
—Todas estas fichas entran en la bolsa —Para complacer al jefe, el ayudante alzó una bolsa de terciopelo negro, metiendo en ella, los trozos de madera—. Cuando metes la mano, escoges una y ese órgano es el que sacamos —Tom tragó grueso y asintió, es lo que había pensado en primer lugar—. Pero la ficha negra —El hombre cogió la pieza en sus manos y la acarició con sus dedos, de una forma macabra—. Me da el poder de sacar todo.
—Muerte —dijo el ayudante, riendo ante la perspectiva.
—¿Y el dinero? —Tom sólo pensaba en su hermano, no podía darse el lujo de ser pesimista, cuando el tiempo era tan escaso y cada minuto alejaba a Bill de la vida.
Con otra señal, el guardia se acercó hasta ellos cargando un cobre, al abrirlo mostró que estaba lleno de dólares americanos.
—Se paga de inmediato.
—¿Y si muero?
—Se entrega a la familia. Debes llenar esta forma —El japonés le extendió un documento, como una ficha médica, donde el “donante” debía explicar si sufría de alguna enfermedad o alergia, nombraba su tipo de sangre. Y lo más importante, debía llenar los datos del beneficiario.
Tom soltó un profundo suspiro y procedió a llenar la ficha. Los hombres a su lado sonreían complacidos. Al terminar, el jefe extendió la bolsa de terciopelo frente al muchacho, quien metió la mano y revolvió los trozos de madera en el interior, apretó uno y lo extrajo, con los ojos cerrados.
Cuando los abrió, una sensación de pánico lo inundó. Frente a él, la ficha negra, con la gran “X” temblaba entre sus dedos. Alzó la mirada al hombre que manejaba el negocio, tenía el ceño fruncido, pero asintió.
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En el hospital, el pelinegro abrió los ojos de golpe y su gritó se escuchó por todo el pasillo. Se llevó una mano al pecho y trató desesperadamente de respirar.
La habitación se llenó de enfermeras y doctores, listos para atenderlo. Pero al notar la gravedad del problema, lo subieron sobre una camilla y corrieron con él, hacia el quirófano.
—¡Llamen a su hermano! —Gritó un médico, corriendo junto a la camilla.
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Bill abrió los ojos con pesadez, había tenido un sueño horrible. Recordó la sensación vivida hacía muchos años atrás. Se levantó y se puso frente al espejo.
Sonrió, inspiró profundamente y dijo.
—Buenos días Tom. ¿Cómo te sientes hoy?
Su corazón bombeó con rapidez, respondiendo a su hermano pequeño.
—Hoy haremos algo divertido —El pelinegro acarició la enorme cicatriz que cruzaba su pecho y lanzó un beso al espejo—. Te amo Tomi.
F I N
¿Qué tal? La leyenda del tráfico de órganos no es tan leyenda, es una realidad que se da continuamente en los países asiáticos. Pero fue entretenido escribirla en versión TWC para nuestro fandom. Besos y mil gracias por leer y visitar el sitio. Y si les gustó y quieren leer más fics como este, pueden visitar la serie «Leyenda Urbana».