“Pumba y sus amigos” Fic Twc / Toll escrito por MizukyChan
Pumba Recuerda
Pumba se dejó atrapar por el cansancio que lo envolvía después de esa entretenida caminata en familia. Sin embargo, estaba en un estado de letargo, definitivamente no estaba en el mundo de los sueños, pero tampoco estaba del todo despierto. Podía oír los arrumacos de sus padres, susurrándose palabras bonitas mientras regresaban a casa, pero no veía nada, porque sus párpados estaban muy pesados como para abrirlos.
Entonces su mente comenzó a recordar, toda su vida había estado con sus padres, los Kaulitz, que al parecer eran celebridades, porque en una ocasión, hasta él mismo salió en la tele. Los tíos G’s habían bromeado mucho, hasta dijeron que ocupaba el rol principal. Él no entendía de esas cosas, así que simplemente ladró de gusto.
En esos tiempos, sus papis estaban muy ocupados en el estudio. Durkas y él eran transportados y no siempre podían estar con ellos, en reiteradas ocasiones, un señor muy ameno los llevaba a pasear por los jardines y les daba galletas muy ricas, aunque nunca tan buenas como las galletas de sus papis.
En uno de los paseos al estudio, Pumba hizo una de las mayores travesuras de su corta existencia. Su papi Bill, había actuado como toda una diva, porque había llegado un paquete enorme para él, con cajas de zapatos…
—Horrorosos —susurró en su lenguaje perruno, sin ser oído por nadie. Arrugó más su frente y continuó con sus memorias.
Durkas había aullado por lo feo que eran esas cosas, pero papi Tom había acariciado detrás de sus orejas y puso un dedo en sus labios, diciendo—. Ya sabes que a tu padre le encanta la moda.
El perro moteado había respondido—. Eso no es moda, papi Tom, es intento de suicidio. ¿No viste lo altos que están? —Pero para no herir los sentimientos de sus amados padres, simplemente se alejó de ahí.
Pumba caminó detrás de él y gruñó—. ¿Por qué papi Bill quiere crecer más? ¡Ya es bastante alto! ¡Más que papi Tom! —Y eso era decir mucho.
—No me preguntes a mí, pequeño. Ya sabes que cuando tu papi se pone diva, no hay quien lo entienda.
—Pero aquí todos son más pequeños que él. ¿Será un complejo de inferioridad?
—¿De dónde sacas esas palabras? —Preguntó Durkas extrañado.
—Del Discovery Channel.
El can mayor negó con la cabeza y continuando con el tema del calzado dijo—. Será mejor que no nos metamos en esto, Pumba, no hagamos más lío.
—Pero no me gustan esos zapatos. —Se quejó y se echó en la primera alfombra que encontró.
Al poco rato, sus padres y los tíos G’s volvieron a encerrarse en la sala aislada, así que muy sigilosamente, Pumba se escabulló hasta el cuarto de reposo. Allí una mujer del staff le acarició las orejas y lo dejó entrar.
—Ahí dormirás más cómodo, pequeño —dijo con la voz melosa. Pumba estuvo tentado a ladrar de gusto, pero tenía una misión mucho más importante que cumplir.
Cuando el lugar estuvo vacío, buscó con sus ojitos las cajas de su papi y corrió a toda velocidad hacia ellas para hacerlas caer. Las tapas se abrieron, revelando papeles blancos y esos horripilantes zapatos.
—Esto no es por mí, papi Bill, es por tu propia seguridad. Te podrías caer de tan elevada altura.
Y con eso, enterró sus afilados colmillos en el zapato negro. Agitó la cabeza para tratar de desgarrarlos, pero eran muy resistentes.
—¡Jodidos zapatos! —Gruñó bien feo, y continuó sacudiendo el hociquito.
Cuando sintió la puerta abrirse, se quedó helado. Esperó oír un grito o incluso sentir un golpe, pero en cambio una gran carcajada se oyó por toda la habitación—. Mira lo que hace tu bebé, Bill.
Se oyeron pasos corriendo y muy lentamente, Pumba giró el rostro. Su papi Bill lo miraba con una enorme sonrisa pintada en la cara. Pumba saltó de su lugar junto a los zapatos baboseados y corrió hasta su padre, lamiendo sus manos con cariño.
—¿También te gustaron mis zapatitos nuevos?
—¡GUAU! —Por supuesto que odiaba ese calzado, pero papi Bill se veía tan contento que no pudo evitar ladrar de felicidad.
—Podrías habérmelo dicho, te habría obsequiado unos a ti, estos me salieron muy caros.
—¿Vas a castigar a ese chucho? —Preguntó Alex, viendo el desastre que el cachorro había hecho.
—¡¿Cómo se te ocurre?! —Gruñó Tom y miró desafiante al otro humano.
—¡Y no le digas así, Alex! —Le reclamó Bill, cogiendo a su bebé en brazos—. Él tiene nombre, es Pumba…
—Y a los bebés, no se les castiga, se les enseña. Hasta un gorila como tú debería saber eso. —Alegó Tom a su lado.
—¡Exacto! —Exclamó Georg, detrás de ellos.
—Gorila —susurró Gustav, junto al castaño.
Alex se separó de ellos. Sin duda cuando estaban los cuatro reunidos, eran jodidamente insoportables y no podría estar cerca de Bill así.
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Pumba se sacudió de su letargo, cuando el monstruo de metal hizo un movimiento, anunciando que habían llegado. Bostezó largo y sonoro.
—Aaww, mi cosita hermosa —dijo Bill, tomándolo en sus brazos—. ¿Dormiste bien?
—En realidad no dormía —respondió el perrito, pero en su idioma que no era comprensible para los humanos.
—¿Y qué hacías? —Preguntó Durkas, sacudiéndose antes de entrar a casa.
—Recordaba —contestó el más chiquito—. Los zapatos. —Sonrió.
—Oh, no, qué tiempos aquellos.
Al entrar vieron los nuevos zapatos de la diva de la casa y ambos arrugaron el ceño, pero Pumba comentó—. Aunque debes reconocer que estos se ven mucho más apetitosos que los primeros.
El moteado se alzó de hombros—. Tienes razón. Se ven como papitas fritas. Aunque no tengo ni idea del sabor que tendrán.
—Pero los tíos G’s las comen todo el tiempo.
—Y los tíos G’s, sí saben de buena comida. Pero mejor no te tientes, Pumba, no quiero que te vaya a doler la barriga otra vez, ¿ok?
—Cierto.
Siguieron su camino hacia la sala y de pronto se oyó un golpe, corrieron hacia la cocina y notaron como sus papis estaban pegados por el hociquito, aferrándose el uno al otro, como si no hubiera mañana.
Pumba olfateó el ambiente y se dirigió hacia la puerta de cristal de la cocina—. Vamos, hermano, démosles algo de privacidad. Desde antes de salir al paseo familiar se morían por hacer “cuchi-cuchi”
Durkas sonrió, su hermanito estaba creciendo, no solo de porte, sino también en su mente—. Te sigo, pequeño —dijo con suavidad y ambos salieron al jardín. Y más cosas se caían de la mesa de la cocina, mientras sus padres humanos disfrutaban de los placeres de amarse.
& Continuará &
Creo que ha llegado el momento de darle un final a esta historia. Así que probablemente en el siguiente episodio, le digamos adiós a Pumba. Muchas gracias por acompañarme en esta aventura animal.