“Tinta” (Fic de MizukyChan)
Capítulo 4: Un consejo
Era miércoles por la tarde, todavía tendrían que esperar un día completo para poder ver al psicólogo que les ayudaría a resolver sus dudas sobre el parásito que se anidó en sus cuerpos los días anteriores.
Bill condujo lenta y silenciosamente por las calles hasta llegar a casa. Ambos estaban tensos, querían hablar, pero al mismo tiempo estaban aterrados sobre las verdades que saldrían a luz si confesaban.
—Voy a preparar algo de comer. Me muero de hambre —Tom sonrió, tratando de aliviar el ambiente y lo logró, pues el pequeño sonrió de vuelta y se sonrojó al escuchar su propio estómago rugir con fuerzas.
—No eres el único —dijo, cerrando la puerta del coche—. Te ayudaré para que sea más rápido.
—Por supuesto.
Se pusieron manos a la obra y en media hora, tenían en la mesa un plato humeante de pasta y salsa de tomate que, a juzgar por el aroma, estaba delicioso.
—¡Buen provecho! —Exclamó el pelinegro, metiendo su tenedor en el plato y dando el primer bocado—. Mhmh, está delicioso —dijo con la boca llena, haciendo reír a su hermano, quien siguió su ejemplo y comió también.
Tras terminar y lavar juntos la vajilla, ambos se quedaron en silencio. Pese a toda la tensión del día y sus dudas, no era un silencio tenso, era un momento de paz, la tranquilidad que te otorga saber que tus seres queridos están bien, porque están junto a ti.
—¿Estás muy cansado? —Preguntó Bill, moviendo el pie, como creando un semicírculo invisible delante de él—. ¿Te duele la cabeza?
—Nah, el dolor se ha ido —respondió el otro, llevando instintivamente la mano al parche en su frente—. Tampoco tengo sueño, siento que he dormido por días.
El pelinegro sonrió—. ¿Una película entonces?
—Sip. —Caminó poniendo su brazo sobre el hombro del menor, como siempre hacía, y lo llevó con él al sofá grande, donde se sentaron muy juntos.
—¿Terror?
—Nah.
—¿Policial?
Tom arrugó el ceño profundamente e hizo una mueca, haciendo reír al otro—. No. Definitivamente nada policial.
—¿Comedia romántica?
—Parece que no tendré más opción que esa.
Bill miró los canales del cable y dejó una película cualquiera. Se acomodó para quedar apoyado en el cuerpo del otro, dejando su cabeza en el hombro de Tom, tomando una honda respiración.
—¿Bill? —Llamó el trenzado con voz suave—. Lo siento.
—¿Por qué?
—Por todo… el beso…
—Los besos —corrigió el menor, con rapidez.
—Y también por obligarte a…
Bill se movió de su lugar y miró a su gemelo a la cara—. No me has obligado a nada, Tomi.
—Pero yo… —Tom movió la mano y la puso sobre el muslo del pelinegro, estremeciéndolo.
Bill arrugó el ceño, guardó silencio, rogando poder recibir mayor información del otro, quizás algo de aquellas voces que había dicho oír.
—Yo casi… yo, te toqué… te acaricié. —La mano de Tom tembló sobre la pierna del pelinegro. Bajó la mirada temeroso, sin saber si continuar o callarse.
Bill sintió el calor invadir sus mejillas, pero permaneció en silencio, dejando que Tom le explicara sus temores.
—Yo, no podía, no podía resistirme. Quería hacerlo, quería tocarte. Pero tú no… —Tom volteó la cabeza, avergonzado, su voz temblaba, pero no eran ganas de llorar, era pánico de escuchar el rechazo del pequeño.
—Tomi…
—Tú no querías, yo te estaba obligando… y tú.
—¿Yo qué?
—Me golpeaste.
Bill ladeó la cabeza, notoriamente confundido—. ¿Eh?
—Me golpeaste, aquí —señaló su herida en la frente.
—Yo no hice eso —dijo muy seguro de sus palabras.
—¿Qué? Pero creí que tú… lo habías hecho para frenarme, para impedir que te hiciera el amor.
Bill se estremeció ante la frase, pero suspirando, tomó las manos de Tom entre las suyas y dijo—. Cuando me besaste por segunda vez, yo te correspondí. —El chico tenía las mejillas encendidas y prosiguió—. De hecho, te correspondí las dos veces.
—Lo sé —comentó el trenzado, tímidamente.
—Pero en la segunda ocasión, te desmoronaste sobre mí y caímos hacia atrás, pero tú te golpeaste con la mesita de la entrada y fue ahí donde te hiciste eso —levantó la mano y acarició sobre el parche—. Lo siento, no pude sostenerte.
Tom soltó una risita—. Claro que no me puedes. Tengo un cuerpazo y tú eres un enclenque —rió, contagiando su risa al menor.
—¡Hey! Que te cargué hasta el coche yo solito —reclamó y luego se quedó en silencio sospechosamente.
El mayor se dio cuenta y preguntó—. ¿Qué pasa? ¿De qué te acordaste?
—Bueno yo…
—Sé sincero, yo acabo de hacer el ridículo frente a ti. Por favor, cuéntame ¿qué pasó después de quedar inconsciente?
—Tom… me asusté mucho cuando caíste al suelo, mucho más al ver que no reaccionabas —relató—, luego traté de llevarte conmigo hasta el auto, pero apenas y podía moverte. Cuando al fin pude llegar a la puerta trasera, te acomodé allí y tú…
—¿Yo qué?
—Gemiste mi nombre.
—Oh —Tom estaba muy colorado.
—Me sorprendí y me levanté de golpe, pegándome en el techo del vehículo. Aquí. —Levantó la mano a su frente, curiosamente era el mismo sector donde el mayor tenía su herida.
—Vaya.
Las risotadas en la pantalla, les hicieron recordar que tenían el televisor encendido. Volvieron a mirarse, ambos sonrojados y sonrieron. Todo rastro de arrepentimiento y temor se había disipado.
—Es bueno estar de vuelta —dijo el mayor, extendiendo la mano para coger la del pelinegro.
—¿Puedes abrazarme, Tomi?
—Claro.
Pese a haber confesado cosas que creían terribles, los gemelos necesitaban reconfortarse mediante un abrazo, un contacto que les permitiera sentir el peso, el calor, el aroma y el amor del otro.
Aquella noche, durmieron abrazados en la cama de Bill, completamente vestidos, pero sin dejar de sentirse en ningún momento.
Bill fue el primero en dejarse caer en los brazos de Morfeo, mientras que Tom aprovechó de acariciar la espalda del pequeño, susurrando suaves “lo siento”, una y otra vez. Hasta que sus ojos también se volvieron pesados y simplemente se durmió.
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Al abrir los ojos, el pelinegro sintió el calor del cuerpo contrario y sonrió. Tom estaba en casa, estaba envolviéndolo protectoramente entre sus brazos, estaba… excitado. Sintió que sus mejillas se encendían automáticamente al notar la erección del mayor contra su cadera, muy cerca de su trasero.
—Bill… —Escuchó su nombre y creyó que el trenzado había despertado, pero no era así, su respiración seguía siendo profunda y acompasada. Pero eso dejaba claro que aquella erección matutina se había formado por él. Sonrió y sintió mariposas en su bajo vientre.
Se quedó recostado un rato más hasta que Tom despertó, abrazándolo apretadamente, casi con la misma elasticidad con la que te estiras al despertar.
—Bueno días, Tomi —saludó el pelinegro, girando en el abrazo para dejar un beso en el rostro del mayor, que cayó peligrosamente cerca de sus labios—. Estás muy animado de buena mañana —dijo picaronamente, bajando la mano tocando el bulto en los jeans del otro, quien se puso rojo como un tomate y se separó como un resorte.
—Lo siento.
Con una sonrisa, el menor se levantó de la cama y dijo—. No hay que dormir con ropa, estamos pegajosos. Me voy a dar una ducha.
Tom se sintió atrapado, como aquella vez que su madre descubrió unas revistas porno que tenía ocultas bajo la cama. Sin embargo, la expresión seria de su madre, no tenía ninguna relación con la mirada cómplice de Bill. ¿Qué estaba pasando?
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Todo el resto del día, el gemelo mayor tuvo flashes de la voz, que lo hicieron sentir culpable. Quiso alejarse de Bill, pero cada vez que lo intentó, el pequeño se aferró a él con fuerzas, impidiendo su partida. Finalmente, el comportamiento del pelinegro le ayudó a relajarse, ya quedaba menos para ver al psicólogo y él sabría qué hacer con su mente enferma.
Al acostarse aquella noche en cama de Bill, Tom se sintió incómodo, llevaba sólo bóxer, porque el menor insistió en que dormir vestidos era muy incómodo.
—¿Estás bien? Te ves raro —dijo el pelinegro, sentándose en la cama junto a él.
—Esto es raro, ¿no crees?
—¿Qué cosa? —Preguntó inocentemente.
—Dormir juntos.
Bill resopló y tomó la mano del mayor—. Hemos pasado por una experiencia traumática —dijo en forma elocuente, sacando una sonrisa a Tom—. Hasta la misma policía nos ha puesto un psicólogo para la terapia de estrés post-traumático, es normal que queramos estar en contacto con nuestros seres queridos. Tú eres lo que más quiero en el mundo, Tomi.
—Lo sé. —Se acercó y le revolvió el cabello, desestabilizándolo y haciéndolo caer sobre su pecho, donde el pequeño se acomodó—. ¿Pero, no crees que invado tu espacio?
—¿Cuándo hemos tenido espacio personal entre nosotros, Tomi? —Le reclamó el menor, pasando un brazo posesivamente por el pecho del otro.
—Touché.
—Deja de quejarte como si fueras un anciano y abrázame.
Tom lo hizo y agregó un beso en su frente. Bill sonrió satisfecho y dejó que sus cuerpos disfrutaran del calor del otro.
Cerrando los ojos, se durmieron.
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—¡Bill, si no salimos ahora, llegaremos tarde! —Gritó Tom, tomando las llaves de la casa y del auto.
Se escuchó el ruido de pisadas corriendo por las escaleras—. Estoy listo.
—Vamos.
Tom estaba tenso, increíblemente nervioso y nada de lo que Bill dijo o hizo ese día, ayudó a calmar sus nervios. El trenzado sabía que ese día se definiría su destino, el psicólogo le diría si estaba condenado a enloquecer o si podría soportarlo.
—Mierda —gruñó, apretando el volante con mucha fuerza.
—No te preocupes antes de tiempo, ¿está bien?
—No quiero vivir en un psiquiátrico.
—No lo harás, Tomi.
—Tampoco quiero depender de medicamentos toda la vida.
—No será necesario.
Y con muchas frases similares, los gemelos llegaron al edificio. Dejaron sus datos en recepción y subieron al quinto piso, donde recibirían su sesión.
—Pueden pasar —dijo la secretaria.
La primera impresión de los hermanos fue, “que hombre tan apuesto”. El psicólogo se levantó de su sillón tras el escritorio y les extendió la mano.
—Mi nombre es David. Ustedes deben ser los gemelos, ¿me equivoco?
—Soy Bill y él es mi hermano mayor, Tom —respondió el pelinegro con una sonrisa.
—Se ven diferentes, aunque sus rasgos faciales son muy similares —comentó el hombre, dando un firme apretón a la mano de Tom—. ¿Cómo se han sentido después de estar en el hospital?
—Bien… —dijo dudoso el trenzado—, quiero decir, no hemos tenido malestares o dolores de cabeza o trastornos físicos.
—Claro, porque la causa de su afección es diferente. —Agregó el hombre, invitándolos a sentarse frente al escritorio y retomando su lugar—. Necesito que sean muy honestos conmigo en estas sesiones.
Ambos asintieron, pero David podía notar la tensión entre los jóvenes frente a él. Comenzó la terapia con una pregunta.
—¿Bill, qué es lo más valioso que tienes en la vida?
—Tom —respondió sin siquiera parpadear.
—¿Tom, qué es lo más valioso que tienes en la vida?
—Bill.
Ya se esperaba esas respuestas y sonrió—. ¿Alguna vez, de forma consciente, han hecho algo que lastimara al otro? —Ambos negaron con la cabeza—. ¿Y de forma inconsciente? —Notó como el mayor apretaba sus manos en la silla—. ¿Tom?
—Yo besé a Bill a la fuerza —escupió las palabras con rapidez y su cara se tiñó de rojo.
—No me obligó, yo le correspondí —agregó el pelinegro con la misma rapidez.
—¿Esto pasó por los efecto del parásito?
Los dos asintieron, pero el rubor en las mejillas de los pacientes y las miradas nerviosas que se enviaban el uno al otro, le dijo a David que esto iba un poco más allá.
David continuó con unas preguntas de rutina, como la fecha en que se hicieron el tatuaje, síntomas físicos después de recibirlo y cosas así, hasta que llegó al tema puntual.
—¿Alguno de ustedes escuchó voces o tuvo alucinaciones? —Esta pregunta era compleja, dos de los pacientes anteriores quisieron negarlo, por temor a ser internados en clínicas psiquiátricas, pero era evidente el daño que el parásito ya había causado en sus mentes.
Bill negó con la cabeza, pero el mayor carraspeó.
—Yo… escuché una voz en medio de la noche.
—Continúa por favor —pidió el hombre. Al menos estaba siendo sincero, eso era señal de que realmente quería ser ayudado.
—Al principio creí que alguien había entrado a la casa y comencé a revisar las puertas y ventanas, pero todo estaba cerrado. Fue ahí que Bill despertó y dijo que tenía fiebre.
—¿Fiebre? —David arrugó el ceño, ese no era síntoma del parásito.
—Lo toqué y estaba muy caliente —dijo el pelinegro—, por eso me acosté con él, para asegurarme de que nada malo le pasara durante la noche.
—¿Y pasó algo? —Bill negó, pero Tom arrugó el ceño—. ¿Tom?
—La voz me habló de nuevo.
—¿Qué te decía?
—La voz… —El trenzado estaba muy rojo y jugaba con sus dedos, nervioso, avergonzado.
—¿Te sentirías mejor si me lo dijeras en forma privada? —Preguntó el hombre, notando el alivio en las facciones del mayor, quien asintió—. ¿Bill, serías tan amable de esperar afuera? Luego hablaré contigo.
—Está bien. —El chico le envió una mirada nerviosa a su gemelo, pero salió sin mayores problemas.
—Ahora, Tom, dime qué te dijo la voz.
Tom levantó un poco la mirada, lo suficiente para que David notara la culpa en sus ojos.
—Me dijo cosas obscenas de Bill.
Sin alterarse en lo más mínimo, David cuestionó—. Sé más específico, Tom. ¿Te dijo cosas obscenas de Bill? ¿O cosas obscenas que le hicieras a Bill?
El trenzado tragó pesado y el psicólogo vio su manzana de Adán—. Eso, me decía cosas para que le hiciera a Bill.
—¿Las hiciste? ¿Lo tocaste mientras dormía?
—Dios, no. No podría hacerle algo malo, es mi hermanito pequeño. —Tom agachó la cabeza y se pasó la mano por las trenzas. Temblaba.
—Tom, no estoy aquí para juzgarte. Estoy aquí para ayudar. —El mayor de los Kaulitz alzó la vista y asintió.
—Lo siento.
—Cuéntame.
—Creí que todo era producto de la fiebre, pero me sentí fatal, tuve una erección porque su cuerpo estaba pegado al mío —apretó los puños—. Soy un degenerado.
—No lo eres.
—¡Lo soy! Es mi hermano y lo besé, casi a la fuerza y luego yo…
David escuchaba atentamente y en silencio—. ¿Tú…?
—Al parecer fue un sueño.
—¿Al parecer?
—Ayer hablamos con Bill, le pedí perdón por lo que le hice, pero él me dijo que eso nunca pasó, así que parece que sólo fue un sueño.
—¿Y qué soñaste?
—Soñé que besaba a Bill, lo acariciaba y estuve a punto de hacerle el amor, más bien, estuve a punto de violarlo.
David escuchó e hizo más preguntas sobre la voz al gemelo mayor, hasta que al final, Tom con la voz temblorosa, preguntó—. ¿Cree que me vuelva loco?
—No lo creo —respondió con una sonrisa—. Tú reprimiste tus instintos, fue tan fuerte tu fuerza de voluntad, que pese a que soñaste que te aprovechabas de Bill, tu cuerpo se obligó a desmayarse, a sufrir una fiebre, para no dejarte caer en la acción violenta contra él.
—Pero…
—Otra de las víctimas del parásito violó a una joven en un callejón. No fue capaz de controlarse. Pese a que podría librarse de una condena en prisión alegando locura temporal, su locura no será temporal, su mente, su subconsciente cedió al impulso violento y simplemente lo ejerció contra quien se presentó delante de él. Eso, mi amigo, es la verdadera consecuencia del parásito del cornezuelo. Lo tuyo es…
—¿Qué es?
—Es un deseo sexual reprimido hacia Bill.
Tom hizo una mueca, sintiéndose más culpable que antes, así que David intervino—. No pongas esa cara. Ustedes son gemelos, es algo normal que se da entre personas que están tan unidas. Tarde o temprano la línea entre lo fraternal y lo romántico se ve borrosa.
—Pero…
—Debes comprender cómo va a ser esa línea entre ustedes a partir de ahora. Claro, ya han compartido un beso, tú has sentido deseos sexuales con él. Debes aclararlo en tu mente y luego seguir con tu vida como siempre.
—¿Qué me está tratando de decir?
—Dame un segundo —se levantó y fue hacia la puerta, dejando entrar al pelinegro.
Tom estaba pálido, no quería que le diera esa respuesta frente a su gemelo.
—¿Va todo bien? —Preguntó el menor, notando la incomodidad de su hermano.
—Dime, Bill. ¿Qué sentiste cuando Tom te besó?
—¿Eh?
—¿Querías salir huyendo? ¿Te sentiste presionado, sólo porque era tu hermano? ¿Querías golpearlo?
—No, no y no —respondió Bill, sin ninguna vergüenza—. Yo… me sentí bien.
—Bill, quiero que seas honesto conmigo, de esto depende la salud mental de tu hermano, ¿ok? —David sabía que estaba rompiendo su ética profesional y moral con esta práctica, pero estos chicos no eran ningún daño para la sociedad. Cuando Bill asintió, preguntó—. ¿Te gustó el beso de Tom?
Con la cara roja como tomate, el pelinegro asintió. Tom lo miró sorprendido.
—¿Lo harías de nuevo? —Una vez más, el joven asintió—. Esa es la razón porque la que el parásito no afectó a Bill en absoluto.
—¿Cuál? —Preguntaron los dos al mismo tiempo.
—Bill no luchó contra sus emociones. Él te ama y para él un beso fue dar un paso en su relación de cariño, para Bill no fue algo sucio, ni obsceno.
—¿O sea que…? —dijo el moreno.
—O sea que si Tom logra aceptar sus sentimientos, emociones y deseos, podrá seguir adelante. Porque si no estoy equivocado, no has vuelto a escuchar las voces, ¿o sí?
—No.
—Y eso es porque Bill no te ha rechazado, ha seguido cuidando de ti, dándote su cariño, como siempre lo ha hecho, ¿o me equivoco?
—Es cierto.
—Es admirable como Tom se ha podido contener todo este tiempo —agregó David—. En mi opinión profesional, no tienes —corrigió—, ninguno de los dos, tiene trastornos a consecuencia del parásito del cornezuelo.
Ambos hermanos sonrieron.
—Pero insisto, es un tema que tendrán que analizar juntos, como gemelos, como pareja. Si gustan, pueden pedir otra hora para más adelante, cuando ya estén listos para hablar abiertamente del tema.
—Está bien —respondió Bill con una sonrisa.
—¿Eso es todo? —Preguntó el trenzado.
—En lo que respecta a la investigación, sí, es todo. Pueden retirarse y ser felices.
Se despidieron con un apretón de manos mucho menos tenso que al inicio y con la promesa de volverse a ver.
Los gemelos llegaron a casa y se sentaron en el gran sofá. Tom cogió las manos de Bill y dijo—. Tenemos que hablar.
& Continuará &
Ok, se alargó un capítulo más jijiji. Ahora sí se dirán las cosas como deben ser. Bill ya tenía asumido su amor incondicional por Tom, pero el mayor siempre tuvo dudas. ¿Qué harán ahora? ¿Cómo lo resolverán? No se pierdan el final.
PD: la razón por la que David fue tan abierto con los twins, se sabrá en el siguiente capi. Oh. Les dejo una foto de David. Es mi querido Mulder de los X-Files.
OMG !!!! me encantó el capitulo . Gracias por actualizar. Un beso grande .
Me pone muy feliz que te guste el fic, linda Julie. Ya está listo el final.