«Backstage» Fic TWC de LadyScriptois
Capítulo 33
Un amor para toda la vida, eso fue lo que deseó Bill con sus más puras intensiones años atrás.
Bill vio a su gran amor partir día tras día durante largos meses, hasta que fue definitivo y su deseó se rompió.
Su ilusión de tener de nuevo una parte de Tom en su vida se fue rehaciendo cada minuto que pasaban juntos, cada vez que el mayor parecía preocuparse por él, en cada uno de esos besos castos que compartían y cada noche en la que le abrigaba con su calor protector. Esta noche volvería a perderlo y esta vez, estaba seguro, para siempre.
Había pasado cuatro horas, quizás cinco, tal vez estaba a punto de amanecer y él no había podido dormir; contemplando sin descanso a Tom dormir, con sus náuseas instaladas, intensificándose lenta y tortuosamente al sentirse tan enamorado… Perdidamente enamorado.
El menor estaba seguro que podría describir perfectamente a Tom. Había grabado cada trazo de su rostro, cada vello de sus cejas pobladas, cada curva de sus labios y cada línea fuerte de su mandíbula. Sus pestañas eran tan largas, y Bill las tocó para recordar en sus dedos como cosquilleaban, delineó la línea recta de su perfilada nariz y luego bajó sintiendo la suavidad de esos carnosos labios que habían besado cada parte de su cuerpo esa noche.
Bill susurró un doloroso te amo que se perdió en el aire y que hizo que el mayor lo apegara más a él entre sueños, y otras silenciosas lágrimas abandonaron sus ojos.
Pensó que no era justo sentirse tan amado para volver a la soledad; volver a sentirse vivo para marchitarse; era un dolor que no se merecía sentir alguien más, que desgarraba el alma, que se llevaba su vitalidad. Luego pensó que fue él quien lo permitió, fue él quien tal vez mostró parte de ese sucio amor y Tom se aprovechó de ello, fue él quien aceptó jugar, fue él quien destruyó la relación con su hermano.
El menor abrazó a Tom, acurrucándose todo lo que podía a su costado, queriendo que el aroma de su gemelo se grabara en sus poros y poder recordar su olor por siempre, que le abrigara cuando no estuviera. Se removió aferrándose con más fuerzas a Tom, sintiendo como el destino estaba empeñado en quitárselo.
Bill pensó que lo había estado haciendo bien, que estaba escondiendo su sentir bien, que podría tener una parte de Tom, que podría tragarse su amor y ser solo su hermano, que podría seguir sintiéndolo junto a él, que podrían fortalecer su hermandad, que podría sonreír al verlo feliz con alguien más aunque le partiera el corazón, que podría a volver a ser parte de su vida, que no lo dejaría solo de nuevo.
Y de nuevo sus ilusiones se hicieron pedazos… Pero lo amaba tanto, era tanto amor atormentado, un amor cansado de estar enfermo, que no pudo más que caminar directamente a sus remedios aunque serían perores que la enfermedad.
—Lo siento… – dijo con voz pequeña y esnifando. —Realmente lo siento.
Lo sentía por quitarle a su hermano gemelo, lo sentía por haberlo hecho infeliz, lo sentía por amarlo.
El celular de Tom sonó indicando la siete de la mañana, hora en la que Bill debía tomar su comida y el menor se sobresaltó, haciendo que el mayor se removiera. El menor tomó el celular de su hermano, desactivando la alarma y velando porque Tom continuase durmiendo.
—Uhg…– gruñó Tom abrazando con más fuerzas a Bill. —Amor… –suspiró. —Durmamos un poco más… – murmuró entre sueños y capturó los labios del menor.
Bill contuvo el aliento y cerró sus ojos, sus lágrimas descendiendo mientras dejaba que las perezosas caricias de Tom danzarán en su boca; pronto deteniéndose, a la vez que la respiración del mayor se volvía acompasada, durmiéndose de nuevo.
Bill tocó sus labios amados por última vez y luchó contra el deseo de su cuerpo de aferrarse a Tom y no soltase jamás.
Dolía, dolía mucho.
Su alma se partió al saber que era hora de irse.
Lo contempló unos minutos más, para asegurarse de no haber pasado por alto ningún detalle. Su guapo rostro, su torso formado, sus brazos fuertes, sus manos que lo recorrieron… Sus manos.
Bill observó el brazalete en la muñeca de Tom, idéntico al que él tenía.
Era un regalo muy especial, con intensiones demasiado puras como para alguien tan sucio como él.
—Realmente te amo – murmuró, ahogado en el llanto, sabiendo que más nunca podría pronunciar esas palabras y tomó la mano de Tom, depositando allí aquel pequeño brazalete de oro bendecido.
Contuvo sus ganas de quebrarse mientras abandonaba la cama donde volvió a sentirse amado, donde volvió a ser de Tom; y se envolvió en una sábana para cubrir su desnudez.
Su espalda baja y caderas le demostraron que tan resentidas estaban cuando se puso de pie, haciéndolo colocar una mueca de dolor. Aun así, fue capaz de inclinarse para buscar sus prendas regadas por la habitación a oscuras, sin saber la cantidad de gotas de dolor que dejaba por donde pasara.
Le pareció tan grande la distancia hasta la puerta, y controló sus espasmos y deseos de girar el rostro hacia Tom, porque sabía que luego no querría irse de su lado, así como sabía que no soportaría escuchar a su hermano escupirle en la cara lo enfermo que estaba, no una vez más.
Fue dolor lo que brotó de sus labios cuando cerró la puerta de su habitación tras de sí, fue sufrimiento lo que se dejó escuchar mientras se deslizaba hasta el piso, haciéndose un ovillo contra la puerta, acurrucando sus piernas, abrazándolas con sus delgados brazos, temblando por el llanto.
En su mente se mostró cada una de las últimas noches en las que se acurrucó a su hermano, cada sonrisa cómplice en los ensayos, su mirada preocupada, sus intentos por hacerle sonreír, la forma entregada en la que se esmeraba por prepararle una comida decente, cada uno de sus ataques de celos de hermano, su sobreprotección, cada gesto, cada abrazo puro, cada beso en su frente.
Bill no podía más.
No podía estar pasando de nuevo. No podía volver a estar sin Tom.
A sus oídos llegaron cada te amo que el mayor le susurró, cada caricia con la que llenó su cuerpo, sintiéndolas de nuevo, casi como si le quemaran la piel. Una parte de él estaba llorando, otra parte le recordaba que era su culpa, sus náuseas le recordaban lo sucio que era. Y cuando las ganas de vaciar su estómago se intensificaban, Bill se encontró hiriendo con sus largas uñas la piel de sus hombros que Tom amó, sintiéndola sucia, queriéndosela quitar, que dejara de sentir a Tom, que dejara de oler a él, que su cuerpo lo dejara de recordar.
—No quiero, Tom. No quiero…. –se repitió entre llanto, como un niño pequeño sintiéndose desprotegido al estar sin sus padres. —No quiero volver a estar sin ti…
Bill no podía detener los sollozos que rompían la barrera de su garganta, cada partícula de él estaba llorando, estaba extrañando a Tom de una forma que le hacía sentir que moriría.
Sus hombros delgados y desnudos se convulsionaban sin cesar, su larga cabellera desordenada se movía al compás de sus espasmos.
La manta que lo envolvía quedó a mitad de camino cuando el cuerpo de Bill se rindió, cuando recayó en las palabras con la que describía Tom su amor.
“Asqueroso” Recordó el menor cuando se aferró al inodoro en la segunda arcada.
Bill cerró sus ojos húmedos, sintiéndose débil, cansado…. Dolido, acabado y devastado. Demasiado desacostumbrado a la sensación, cada parte de sí doliendo. Estaba completamente agitado y temblando, al vomitar la tercera vez, se encontraba pálido. Bill llevó las manos a su vientre, bajando su mirada al sentir una textura áspera.
Los rastros de la noche anterior se habían secado en su vientre, otros pocos dejando su rastro entre sus piernas y en el interior de sus muslos. Bill acarició las marcas en sus muslos, unas señales de la fuerza con la que se había aferrado a él mismo y otras rosáceas y ligeramente púrpuras que demostraban la pasión con la que Tom lo tomó la noche anterior, las cuales también se podían observar en sus pequeñas caderas.
Al pasar sus manos por su piel Bill no sintió nada, como si todo su sentir se hubiese quedado en la punta de los dedos de Tom; su corazón latía rápido, como si toda su paz se hubiese quedado entre las sábanas de Tom; su cuerpo lo sentía frío, porque ya no tenía la calidez de Tom.
Sólo quería irse de esa casa, desaparecer y sólo vivir con el recuerdo de Tom amándolo de nuevo. No estaba pensando en la banda, no estaba pensando en los chicos, su mente solo pensaba en Tom, en el terror de tener que volver a escuchar a su hermano humillándole, quitándole su bonito que recuerdo.
Con cuidado se dirigió a la bañera, llenándola con agua tibia mientras intentaba que sus lágrimas no nublaran su visión, secando cada lágrima que se deslizaba en sus mejillas. Contuvo el aliento cuando su baja espalda dolió fuertemente, hundiendo completamente en el agua su cuerpo.
Su mirada se perdió en un punto fijo, mientras pasaba una esponja por su cuerpo, llevándose los besos de Tom, el olor que se esmeró por conservar en su piel. No importaba que tanto quiso recordarlo la noche anterior, lo mucho que se esforzó por memorizar sus caricias o sus besos, sus palabras, porque eso no le daría a Tom, no le haría sentir como le hacía sentir Tom. Sólo se sentía vacío. Sólo con un enfermo amor. Sólo con sus intensas náuseas.
Se preguntó si podría volver a sonreír luego de haber sonreído con su gemelo, luego de volver a ser amado por su gemelo, luego de volver a sentir su cariño, su protección. Se preguntó si podría seguir viviendo y no sentirse muerto en vida.
Mientras lavaba su boca y secaba su cuerpo, el espejo le mostró unos cardenales en su cuello y pecho, lo magullado de sus labios ahora pálidos y la tristeza en sus ojos. Se envolvió en el corto albornoz blanco que había en el baño y decidió que era hora de partir.
Estaba realmente mareado y tuvo que apoyarse en el marco de la puerta cuando su visión se puso borrosa. Con un poco de torpeza se dirigió a su closet y empacó un poco de ropa, dejando una muda sobre la cama para cambiarse. Supo que necesitaría maquillaje más adelante, así que empacó unos pocos cosméticos, sin importarle el orden, simplemente lanzando todo a una maleta, queriendo escapar antes de que el tiempo se acabara.
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Cuando Tom despertó, Bill no estaba a su lado.
La poca calidez del lugar donde antes reposaba Bill le demostraba que había pasado tiempo desde que abandonó su lugar y Tom observó el reloj digital, 7:45 a.m; de seguro Bill estaba desayunando.
Una tonta sonrisa se dibujó en sus labios.
—Demonios. – murmuró sonriente, sintiéndose completo, feliz.
Su Bill había vuelto a él, y él se moría por hacerlo feliz. Por amarlo cada día.
Cuando Tom decidió salir de la cama, notó algo en su mano. Era el brazalete que le regaló a Bill y eso de alguna manera le hizo sentir una presión en el pecho.
—Quizás se le cayó. – pensó, pero algo no le hacía sentir seguro de eso.
Tom tomó los jeans que había utilizado ayer cuando pensó en ir al club con los G’s y que luego había parado en algún lugar de la habitación cuando hacían el amor.
El trenzado sonrió como tonto al recordar la noche anterior, como sus cuerpos parecían fusionarse como ningún otro, como Bill permitió que le tocara, que le besara, que lo amara.
El mayor sabía que tenían mucho de que hablar, que comenzar desde cero, que la confianza estaba rota, pero él estaba dispuesto a todo para que vuelvan a ser solo ellos dos, daría todo por recuperar la confianza de su hermano, por hacerlo feliz.
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El menor se paralizó al escuchar la puerta de la habitación de su hermano ser abierta y luego la voz de Tom pronunciar su nombre.
Las lágrimas le nublaron la visión mientras sus dedos temblaban, antes de reaccionar y terminar de empacar sus cosas. Aún estaba en el albornoz, no le daría tiempo de escapar de su hermano. No quería oírle. No, no de nuevo.
— ¡Hey! Aquí estás. – fueron las palabras de un sonriente Tom cuando entró a la habitación de Bill.
Sonrisa que se borró al ver el estado del menor.
Pálido, tembloroso, incluso parecía demacrado, aunque ayer era radiante. Lágrimas en sus ojos, espasmos constantes. Algo no estaba bien.
Bill no podía observar los ojos cálidos y preocupados de su gemelo, su cabeza estaba gacha, a la vez que las prendas que tenía en sus manos resbalaron de ellas, y sólo podía pensar en los ojos fieros de Tom, los mismos que le dio en aquella habitación de hotel.
Tom se acercó cuando la respiración de Bill se empezaba a agitar demasiado.
— ¿Bill? … – murmuró acercándose y Bill retrocedió cuando Tom avanzaba.
¿Por qué no fue más rápido? ¿Por qué tenía que volver a suceder? ¿Por qué no sólo podía quedarse con un bonito recuerdo?
—No… – murmuró con voz pequeña, asustada, temerosa, no creyéndose capaz de volver a escuchar lo que su gemelo tendría que decirle. —Por favor, no…
Tom lo miró con confusión, preocupándose cada vez más.
Bill ya sabía que lo que Tom querría decirle. Que la noche anterior fue un sucio error, que lo olvidara, que realmente no le amaba, que no podría sentir algo tan repulsivo como eso de nuevo, aunque Bill desde aquel entonces se preguntaba si alguna vez Tom llegó a amarle. Se sentía asqueroso como nunca antes ante los ojos de Tom, no podía dejar de culparse, de sentirse sucio; no podía evitar las lágrimas que ya salían incontrolables de sus ojos y las fuertes náuseas que volvían a instalarse en sí.
—No, no, no, no, no, no… – empezó a repetir Bill, casi en un murmuró, mientras sus manos parecían inquietas rascando sus antebrazos.
Tom recordó ese movimiento la noche anterior y quiso acercarse, pero Bill volvió a retroceder, chocando con la pared.
—No, no lo digas… – pidió moviendo su mirar de un lado a otro, siendo incapaz de enfocar algo y Tom observó la cantidad de lágrimas que mojaban sus mejillas. Tom sintió un dolor en su pecho aun sin entender y tomó el mentón del menor, alzando su rostro y limpiando sus lágrimas, haciéndolo temblar.
—Bill. – le llamó, levantando un poco más su rostro para que sus ojos se conectaran y el dolor y temor en los ojos de Bill le golpeó con fuerza.
—Por favor… – murmuró, estrechando el albornoz a la altura de su vientre cuando las náuseas eran insoportables.
—Bill, tranquilízate. – le pidió acariciando su rostro y el menor lo giró evitando sus caricias.
La calidez de la voz de Tom se volvía fría en los oídos de Bill, su suave tacto era lastimoso en su piel. Todo se sentía tan real, que ni siquiera podía disociarlo de la realidad. No había un Tom preocupado, solo un Tom capaz de humillarlo y su mente se preparaba para escudarse del daño. Tom no se alejaba y su presencia estaba haciendo que Bill se alterara, sabiendo lo que significaba que Tom estuviese allí luego de haber tenido sexo la noche anterior.
—Ya lo sé, ya lo sé… – repitió y llevó sus manos a sus oídos queriendo callar la voz de su hermano diciéndole lo asqueroso que era, que su amor le molestaba.
Tom tomó las manos del menor, intentando tranquilizarle, pero Bill no parecía entenderle, parecía estar en otro mundo, en su mente… en sus recuerdos. Intentado soltarse de él, llorando, con la mirada perdida.
—Por favor, Bill… – pidió Tom, casi asustado del comportamiento de su gemelo, no sabiendo que hacer, temeroso de que el menor se lastimara.
—Me iré, te lo prometo… – murmuró removiéndose entre el cuerpo de Tom para soltarse, inquieto por el amarre del mayor, por la batalla en su estómago. —Suéltame.
—Detente. – le demandó casi abrazándolo para que detuviera sus movimientos y eso hizo reaccionar al menor.
Bill miró a Tom, pero aun no podía verle.
—Déjame… Por favor… – suplicó bajito.
Bill rompió a llorar con fuerza entre los brazos del trenzado, intentado alejarse de él. Queriendo estar lejos de las palabras crueles de su hermano.
—Bill, mírame. – le pidió el trenzado luchando con un nudo en la garganta al ver a su hermano en ese estado, pero el menor seguía murmurando que le soltara, que él se iría. — ¡Bill! – pidió su atención, buscando hacerle reaccionar, tomando sus hombros y ese contacto hizo que todo en Bill fuese más vivido.
“Tú y tu amor son asquerosos y me molestan”
La visión de Bill fue borrosa y cerró sus ojos mientras apoyaba su cabeza contra la pared.
—Asqueroso, asqueroso, asqueroso… – murmuraba sin cesar, aferrándose a su vientre.
Todo era demasiado para su mente lastimada, para sus sentimientos destrozados.
Su estómago dio un vuelvo y empujó a Tom para dirigirse al baño.
Tom tembló, sacando el cular de su bolsillo mientras marcaba rápidamente el número del doctor Miller, el cual le dio Georg semanas atrás.
El trenzado le comunicó al doctor que Bill estaba vomitando y muy alterado, mientras se arrodilla tras Bill y recogía sus largos cabellos. Se sentía asustado… Muy asustado al ver a su hermano tan destrozado; la única sensación a la que siempre tuvo miedo se estaba volviendo realidad: sentirse incapaz de ayudar a su gemelo.
—Déjame solo, por favor. – pidió en un susurró debilitado como todo él y volvió a vomitar. —Vete, Tom. – murmuró en un hilo de voz.
Bill dejó de luchar; se sentía demasiado cansado, aturdido, como un bajón luego de la adrenalina, quería acurrucarse y dormir.
—Estarás bien… – le murmuró besando sus cabellos, cuando un débil Bill cayó entre sus brazos.
Bill temblaba demasiado, su color se había esfumado, su sudor era tan frío como su cuerpo, y Tom besó su frente murmurando lo mucho que lo amaba, pero Bill no le escuchó, siendo pronto todo negro, mientras caía desmayado entre los brazos de su hermano.
Continúa…
Gracias por leer.