En Halloween

MizukyChan: Estos son one-shots pertenecientes a Zarlina, quien los escribió en inglés. Ella retiró todas sus obras de la web, para publicar en Amazon, pero esta serie nunca fue publicada, y como es tan tierna, la voy a dejar aquí.

Resumen: Tom odia Halloween, pero pasarlo con Bill, el hijo de la vecina, no es tan malo.

(Traducción de MizukyChan)

Cuidando a Bill en Halloween”

Tom tomó una respiración profunda para deshacerse de todos sus malos sentimientos antes de caminar hacia la puerta de la gran casa y, antes de tocar el timbre, le dio una mirada a su atuendo, preguntándose qué demonios estaba haciendo. Él odiaba Halloween. Lo odiaba. No había nada peor que vestirse como un idiota soso y caminar por la ciudad, tocando las puertas de las personas, molestándolos sólo para conseguir un dulce barato.

No, Tom nunca había sido la clase de tipo al que le gustara Halloween, ni siquiera cuando era niño le gustaba. Cuando sus amigos salían a pedir “dulce o travesura”, él se quedaba en casa, viendo películas con sus padres. Y cuando creció y sus amigos iban a las fiestas de Halloween, él se quedaba en casa y veía películas, solo. Nunca le importaron un pepino las estúpidas tradiciones que todos los demás parecían amar tanto.

Hoy, habría hecho exactamente lo mismo, si no fuera por el pequeño detalle de que su vecina tenía un hijo, un niño de siete años que lo adoraba, y quien le había rogado, rogado y rogado, hasta que accedió a acompañarlo. Todavía no estaba seguro por qué había accedido a hacerlo, pero el chico era tierno y amaba todo con Tom, así que Tom no tenía corazón para decirle que no.

De todas formas no era que tuviera algo mejor que hacer, pero de verdad, no le agradaba la idea de caminar por la ciudad vestido como un jodido pirata.

Por lo menos había sido lo suficientemente suertudo de tener amigos con toneladas de disfraces para prestarle, así que después de quejarse un montón de no querer lucir como un jodido exagerado, pero tampoco queriéndose ver demasiado soso, sus amigos le encontraron un atuendo de pirata, que de algún modo, combinaba con sus rastas. Y, aunque todavía se sentía como un idiota, tenía que admitir que se veía bastante bien, de una forma muy tonta.

Tomó otra respiración profunda y tocó el timbre, esperando pacientemente que la puerta se abriera mientras miraba por sobre el hombro a la calle. Todavía no había mucha gente afuera, porque todavía era temprano, pero él sabía que empeoraría. Odiaba vivir en esta calle en Halloween. Solía cerrar con llave, apagar todas las luces e ignorar a cualquiera que tocara a su puerta. No había forma en el mundo en que él gastara dinero para darle dulces a esos niños estúpidos y no invitaría a esos pequeños bastardos a que le hicieran bromas, así que simplemente fingía que no estaba en casa.

La puerta se abrió y la madre de Bill, Simone Trumper, estaba de pie frente a él. No lo saludó apropiadamente, porque estaba en medio de una conversación telefónica, así que sólo asintió y le hizo una seña para que entrara, sin perder ni por un segundo, la concentración en la persona al otro lado de la línea.

Algunas veces Tom se preguntaba si ese maldito teléfono estaba pegado a su oído, porque raramente la veía sin él. Ella siempre estaba hablando con alguien, incluso la primera vez que recurrió a él para que fuera la niñera de Bill y lo cuidara, ella estaba al teléfono. Eventualmente colgó la llamada para hacerle algunas preguntas y asegurarse de que era tan responsable como los vecinos le habían dicho. Pero tan pronto hubieron terminado y decidieron la hora en la que él debía ir a la casa, ella de nuevo estaba respondiendo llamadas, incluso antes de irse.

Entró y negó con la cabeza porque Simone seguía hablando mientras buscaba su abrigo, besaba a Bill, quien rápidamente se paró en la puerta de la cocina y luego, sin decir una palabra, se fue a la fiesta de Halloween que tenía en el trabajo, que era la razón por la que necesitaba que Tom fuera la niñera de Bill, una vez más.

Ella nunca estaba en casa, Tom sentía que pasaba más fines de semana en la casa de los Trumper que en su propio hogar y, aunque a él no le molestaba en absoluto, se sentía mal por Bill, quien apenas parecía conocer a su madre. Él nunca contaba historias de las cosas que hacía con su mamá los pocos fines de semana que Tom no estaba allí, o historias de sus cumpleaños, ni nada en absoluto. Le había contado algunas historias sobre lo que había hecho con la niñera que lo cuidaba después de la escuela, pero parecía que casi nunca hacía cosas con su mamá.

Tom no sabía dónde estaba el padre del niño y no iba a preguntar. No era su asunto y no quería amargar al niño. Además, pensaba que el hombre no tenía parte importante en la familia, ya que no había fotos de él en ninguna parte y, ni Simone, ni Bill, lo mencionaban.

Hola, Bill. —Tom le sonrió suavemente y se arrodilló en frente del niño pelinegro. Era un niño muy tímido y, sin importar cuantas veces Tom lo había cuidado, siempre se mostraba callado hasta que pasaban un momento juntos y se relajaba—. ¿Este es tu disfraz?

Miró las ropas del chico, que eran completamente blancas, sin nada en especial, pero Bill siempre tenía las ideas más raras, así que nadie sabía qué estaba pensando. Tal vez tenía una idea realmente importante detrás de todo eso y Tom no sería quien lo criticara.

Bill bajó la mirada y asintió rápidamente, pero no lucía feliz, así que Tom estaba seguro que algo malo pasaba.

¿Me vas a decir qué eres?

Un fantasma —susurró el niño.

¿Un fantasma? —Repitió Tom y luego asintió—. Está bien, se nota.

Yo quería ser un perro —murmuró Bill—, pero mamá estaba muy ocupada y no fue a comprar el disfraz.

¿Pero, no tienes esas orejitas blancas de perro de cuando fuimos a la juguetería? —Preguntó Tom y puso un dedo bajo la barbilla, para que el niño lo mirara—. ¿Puedes ponerte esas?

Pero no parezco un perro —dijo Bill con la voz triste y Tom comenzó a sentirse realmente mal por él. Su madre no sólo lo había dejado tirado en Halloween, sino que ni siquiera se había tomado el tiempo de conseguirle al niño un disfraz apropiado. Y ahora Bill estaba triste, como habría estado cualquier chico que no tenía el disfraz que quería en la noche más importante en la vida de un niño. Bueno, después de Navidad y el cumpleaños, por supuesto.

¿Sabes qué? —Respondió Tom con una sonrisa—. Creo que podemos solucionar eso. Ven.

Sujetó la mano de Bill y lo guió por la enorme casa, hasta la pieza del niño y, mientras Bill se sentaba en una de sus alfombras favoritas en el piso, Tom rebuscó entre las cosas del chico, encontrando las acuarelas que estaba buscando. Las puso en el suelo, frente a Bill y fue hasta el baño, para llenar dos tazas con agua, consiguió unos pinceles y se sentó con las piernas cruzadas al frente de Bill, sonriendo suavemente.

Ahora te voy a convertir en un perro, ¿está bien? —Sonrió y sujetó uno de los pinceles, cubriéndolo de pintura blanca—. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga —dijo y esperó hasta que Bill obedeciera, luego puso el pincel en el rostro del niño, mientras Bill soltaba risitas por las cosquillas que le provocaba. Tom, lentamente, pintó su rostro de blanco, con mucho cuidado de no pintar los ojos del chico.

¿Puedo mirar ahora? —Preguntó Bill, cuando escuchó que Tom ponía el pincel en la taza de agua. Su expresión de tristeza se había ido y ahora tenía una pequeña sonrisa en los labios.

Nop. —Tom sonrió de lado y tomó el segundo pincel con un poco de pintura negra y dibujó puntos negros, por toda la cara del pelinegro, sonriendo porque Bill seguía soltando risitas.

No sabía por qué, pero nunca había sido la clase de persona a la que le gustaban los niños, pero siempre le había gustado cuidar de Bill. El chico era muy dulce, raramente se portaba mal y, aunque a veces tenía mal temperamento, nunca pedía cosas estúpidas. Era educado y usualmente se sentaba a jugar con sus juegos de mesa o veía películas con Tom toda la tarde y, aunque todas las películas eran tontas caricaturas, a Tom no le molestaba.

Tom sonrió mientras Bill soltaba otra risita y terminó de pintar el rostro del niño, con una gran marca negra en la nariz del chico, aguantando la risa por lo lindo que se veía en niño.

Okey, ahora puedes mirar —dijo suavemente—, pero aún no hemos terminado.

¿No? —Preguntó Bill y abrió un ojo para mirarlo. —Como respuesta, Tom negó con la cabeza, ganándose otra risita del niño.

También necesitamos pintar tu ropa. —Tom sonrió—. Ponte de pie.

Bill hizo lo que le dijeron y Tom comenzó a pintar puntos negros en su ropa también, sin importarle si Simone se enojaba con él. La mujer se había olvidado de conseguirle a su hijo un disfraz de verdad, así que tendría que lidiar con esto y tampoco era que no tuviera dinero suficiente como para reemplazarlo si fuera necesario, así que Tom ni siquiera se molestó en preocuparse por eso.

¿Qué clase de perro soy? —Preguntó Bill y bajó la mirada hasta su pecho, donde Tom estaba pintando puntos.

Un dálmata. —Tom sonrió—. Tú serás mi perro pirata.

Como Pongo. —Bill rió y levantó las manos para tirar levemente las rastas de Tom—. Los piratas no tienen rastas.

Este pirata sí. —Tom soltó una risita y puso su mano en el hombro de Bill para hacer que volteara y pintar puntos en su espalda—. Quédate quieto, hombrecito —rió cuando Bill movió la cabeza, tratando de ver lo que Tom estaba haciendo.

No tengo cola —dijo Bill, pero no sonaba triste por ello, solo estaba firmando un hecho y Tom asintió lentamente.

Lo sé —respondió y terminó de pintar puntos en las piernas del chico—. Estoy pensando en ello.

Bill asintió y Tom se levantó del suelo, mirando por los alrededores de la habitación, buscando algo que pudieran usar como una cola.

Quédate quieto, ¿está bien? —Pidió el mayor y comenzó a caminar hacia el closet—. Deja que se seque la pintura antes de moverte, ¿okey?

Sí. —Bill sonrió con orgullo—. Me quedaré aquí.

Buen chico. —Tom sonrió de lado y su sonrisa se amplió cuando Bill soltó una sonora carcajada. Ese niño era tan lindo que no había razón para negarlo.

Lo único que le podía ayudar para hacer una buena cola, era la funda blanca de una almohada. Encogiéndose de hombros, comenzó a enrollarla hasta hacerla parecer una cola. No era perfecta, pero ninguna parte del disfraz de Bill lo era, así que no importaría y estaba seguro que el niño estaría feliz de cualquier modo, así que después de enrollarla y atarla, decidió que la usaría. Caminó de vuelta al niño, que estaba parado en medio de la habitación, mirando su camisa pintada con una sonrisa en los labios.

Tom pintó unos puntos negros en la cola también y luego, dejó al niño solo por un minuto, para sacar algunas cosas del set de costura de Simone y cuando regresó, cosió la cola al pantalón de Bill, sintiéndose un tanto orgulloso consigo mismo, por haber ideado un disfraz para el niño en tan poco tiempo. No habría soportado tener a un Bill triste en Halloween, simplemente no era correcto y, aunque a Tom no le gustaba toda esa mierda del “dulce o travesura” que iban a hacer, no quería que el niño caminara por ahí con un disfraz que no le gustaba.

Ya. Estamos listos. —Tom sonrió y acercó a Bill al espejo—. ¿Te gusta?

¡Necesito las orejas! —Chilló Bill y corrió hasta una cómoda grande, estuvo buscando en los cajones, hasta que chilló de nuevo cuando las encontró y con unas risitas felices, regresó hasta donde Tom estaba parado y se puso las orejas mientras se miraba en el espejo—. ¿Me veo como un perro, Tomi?

Claro que sí. —Tom sonrió y revolvió, juguetonamente, el cabello del chico—. Un perro muy bonito.

No soy bonito. —Bill soltó unas risitas y miró a Tom con sus grandes ojos café—. ¡Soy un peligroso perro pirata!

Oh, claro. Por supuesto que lo eres. —Tom asintió, siguiéndole la corriente—. Y ahora vamos a salir a robar tesoros de los vecinos.

¿Qué tesoros? —Preguntó Bill emocionado y dando muchos saltitos, mientras bajaban las escaleras hasta la puerta principal de la casa.

¡Los dulces! —Exclamó Tom y le entregó al niño una bolsa plástica, naranja que llevaba en su bolsillo. Estaba feliz de que Georg le hubiera dicho que llevara una, sólo por si acaso, porque parecía que Simone no le había dejado nada a Bill para que recolectara los dulces—. Vamos a quedarnos con todo. —Le guiñó un ojo.

No podemos hacer eso —jadeó el pequeño, abriendo muy grandes los ojos de terror—. ¡Porque los otros niños se pondrán tristes!

Oh —dijo Tom y ayudó a Bill a ponerse los zapatos—. No podemos tener niños tristes en Halloween, tienes razón. Entonces sólo tomaremos lo que es justo.

¿Y cuánto es justo?

Umm, es decir que tomaremos sólo un poco —Tom intentó explicar—. O tanto como merezcamos.

Somos piratas buenos. —Bill asintió y abrió la puerta del frente, esperando impacientemente a que Tom la cerrara con llave antes de emprender el camino por un costado de la calle—. De todas formas tú no puedes ser malo, Tomi.

Oh, ¿no puedo? —Tom sonrió de lado—. ¿Y aquella vez en que no te dejé ver la película de terror? Tú me dijiste que era la persona más mala del mundo.

No. —Bill negó con la cabeza y miró a Tom con los ojos muy abiertos—. No, yo no dije eso.

Entonces debí haber oído mal —dijo el mayor con una sonrisa suave—. Está bien, hombrecito, ¿a dónde vamos primero?

¿Yo decido? —Bill volvía a lucir emocionado y empezó a saltar de arriba abajo, mientras esperaba a que Tom respondiera.

Sip. —Tom soltó una risita—. ¿No sabías que siempre debes escuchar a las mascotas? Bien, tú eres mi perrito este día, así que muéstrame el camino.

Bill soltó un chillido de emoción y empezó a arrastrar a Tom hacia la primera casa y, pronto, ya estaban caminando de casa en casa, recibiendo muchos dulces y elogios por sus disfraces. Bill parecía ponerse más y más feliz por cada puerta que tocaban, sobre todo después que una señora le dijo que parecía un perrito muy dulce y le dio un pedazo extra de chocolate. Él tampoco podía dejar de hablar, conversaba sin parar mientras cruzaban las calles, preguntándole a Tom una y otra vez, por qué no había llevado una bolsa y por qué no quería ningún dulce. Tom respondía que prefería ver que le daban una porción extra a Bill y que, de todos modos, no le gustaban mucho los dulces, pero un par de minutos después, Bill parecía olvidarse de su respuesta y preguntaba otra vez.

A Tom no le importaba, le gustaba ver a Bill tan emocionado, hasta descubrió que estaba disfrutando del “dulce o travesura” con el niño, también descubrió que era divertido adivinar de qué se suponía que estaban disfrazadas las otras personas que caminaban por la calle. Bill obviamente tenía una gran imaginación, porque adivinaba la mayoría, incluso antes de que Tom tuviera oportunidad de mirar con más atención.

Ya habían pasado por lo que parecían cien casas, pero probablemente sólo habían sido diez o algo así, cuando Bill tocó otra de las puertas, sonriendo brillantemente mientras decía “Dulce o travesura” a un hombre que abrió, pero por primera vez en la noche no recibió un saludo amigable, sólo un regaño de los labios del hombre.

Se nos acabaron los dulces —dijo el hombre, y miró feo al niño pelinegro—. ¿Y qué demonios se supone que eres tú? —Bufó.

Soy un dálmata —respondió Bill y su sonrisa se disipó un poco.

Pareces más un pedazo de mierda que encuentras a un lado de la calle. —El hombre se alzó de hombros y comenzó a cerrar la puerta, pero Tom lo agarró antes de que tuviera oportunidad.

Disculpe, señor —dijo, obligándose a mantener la voz baja y tranquila—. Esa no es forma de hablarle a un niño. Creo que debería disculparse.

Creo que no —resopló el hombre y volvió a tratar de cerrar la puerta.

Nadie le obligó a abrir la puerta, señor —dijo Tom con desprecio—. ¿Acaso no ve que lo puso triste? Discúlpese.

Está bien. —El hombre arrugó el ceño—. Lo siento. Ahora déjenme en paz.

Por supuesto que no parecía para nada arrepentido, pero Tom soltó la puerta y dejó que la cerrara, luego tomó la mano de Bill y guió al niño, ahora muy silencio, por la calle.

¿A dónde vamos ahora? —Preguntó, tratando de animar un poco a Bill.

Quiero irme a casa —el pequeño murmuró bajito y Tom reprimió soltar un suspiro.

Ese jodido bastardo. ¿Por qué mierda habla así a los niños?

Hey, Bill —dijo suavemente y se agachó frente al pelinegro—. Ese hombre no fue muy agradable, pero no hay nada malo con tu disfraz.

Pero él dijo…

Escuché lo que dijo —lo interrumpió Tom—, pero esta noche mucha gente te ha dicho que tienes un disfraz muy bonito, ¿no es verdad? ¿Por qué escucharías a un solo hombre, que obviamente no tiene idea de lo que está hablando?

Pero…

Nada de “peros”, Bill. —Tom sonrió suavemente—. Te ves genial, ¿okey? Eres el perro más lindo que he visto en mi vida. A él probablemente no le gustan los perros, por eso no lo notó.

Bill asintió, pero todavía lucía triste y, mientras evitaba bufar enojado por lo jodidamente estúpido que se había portado ese idiota, Tom estiró los brazos y abrazó al niño, dando golpecitos en su espalda, tranquilizadoramente, mientras los brazos de Bill se enrollaban en su cuello y el niño apoyaba la cabecita en el hombro del mayor.

No te pongas triste, Bibi —murmuró, usando el apodo que sabía que a Bill le encantaba, pero que él usualmente trataba de evitar porque sentía que le estaba hablando a un pájaro o algo así—. Podemos ir a casa si lo deseas, pero creo que sería una lástima no mostrarle a las personas lo lindo que te ves como perrito.

¿De verdad crees que soy lindo, Tomi? —Susurró Bill, aferrándose a él, con un fuerte agarre para alguien tan pequeño.

Claro que sí —afirmó Tom—. El perrito más lindo del mundo.

Okey —respondió el niño y lo soltó, sonriendo nuevamente—. Tenemos que movernos, Tomi —dijo—. ¡A la siguiente casa!

A la siguiente casa —confirmó Tom con una risita y se puso de pie, siguiendo a Bill, ya que el pequeño continuó decidiendo por él a qué casa ir.

Afortunadamente, no se encontraron con más idiotas negativos, así que el resto de la noche pasó bastante tranquila, y un par de horas más tarde, Bill estaba cansado y deseaba regresar a casa, pero a mitad de camino, pasó de alegre y emocionado por los dulces, a estar somnoliento y gruñón, y terminó haciendo que Tom lo cargara en sus hombros las últimas cuadras

Ya llegamos —dijo Tom y lo bajó en frente de la puerta principal, para poder meter las manos en los bolsillo y sacar las llaves. Y cuando pudo abrir la puerta, tuvo que empujar gentilmente a Bill por los hombros, para que el niño diera unos pocos pasos adentro. El pequeño apenas podía mantener los ojos abiertos mientras Tom le ayudaba a quitarse los zapatos—. Es hora de acostarse, hombrecito. —Tom sonrió suavemente y, tomando la mano de Bill, lo guió hacia el baño, después de una suave contienda, se las arregló para que Bill se lavara los dientes y se quitara la pintura de la cara, antes de ir a su habitación.

¿Te divertiste? —Preguntó Tom, mientras ayudaba a Bill a quitarse la ropa y a ponerse su pijama, sonriendo por lo adorable que se veía sentado en la cama, parpadeando somnolientamente.

Bill asintió, mirando por la habitación. Sus labios se estiraron en una línea fina.

¿Dónde están los dulces?

Oh, creo que los olvidamos en el primer piso —respondió Tom—, pero ya te lavaste los dientes, así que no comerás más esta noche. Comiste suficientes entre casa y casa.

¿Vas a estar aquí mañana? —Preguntó Bill, gateando bajo las mantas—. Quiero ver una película…

Es muy tarde para películas —Tom sonrió suavemente—. Pero sí, mañana estaré aquí. Podremos comer cereal en la sala y ver caricaturas toda la mañana.

Simone le había pedido pasar la noche ahí, porque probablemente, ella no llegaría a casa, se excusó con que la fiesta terminaría tarde y que seguramente bebería demasiado como para conducir, pero Tom estaba bastante seguro que ella se mantendría ocupada con algo más en lugar de dormir. No era la primera vez que le pedía que pasara la noche en la pieza de invitados de la casa Trumper y él sabía que Simone a veces no llamaba sino hasta entrada la tarde del día siguiente, así que estaba acostumbrado a encargarse de Bill por las mañanas.

En realidad no le importaba, usualmente, Bill era un encanto, aunque tenía demasiada energía en las mañanas, además le pagaban bien por ello, pero no entendía cómo la mamá de Bill podía dejarlo tan a menudo así como así. ¿Acaso no se sentía mal porque Bill apenas tuviera amigos? ¿O no le importaba que Bill ni siquiera esperara que su mamá estuviera ahí a la mañana siguiente cuando Tom lo cuidaba? El chico podía tener sólo siete años, pero ya había aprendido que cuando Tom lo cuidaba por las tardes, casi siempre significaba que también estaría por la mañana y, ni siquiera se ponía triste porque su mamá no estuviera ahí.

Estaba mal y a Tom no le gustaba, pero tampoco podía decir nada al respecto. Él necesitaba el dinero extra y quería mucho al pequeño Bill, así que no se arriesgaría a ser reemplazado.

¿Podemos hacer chocolate caliente? —Murmuró cansamente el pelinegro y cerró los ojos, suspirando un poco, mientras se hacía bolita bajo las mantas.

Sí podemos. —Tom sonrió. Se levantó de la cama y caminó hacia la puerta—. Buenas noches, Bibi —dijo suavemente y apagó las luces, dejando la puerta levemente abierta.

Buenas noches, Tomi.

F I N

¿Qué les pareció? Creo que es una ternurita de fic. Si te gustó, los demás te encantarán. Muchas gracias por pasarte a leer y no olvides dejar tu amor en un comentario.

Escritora del fandom

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