«Reverse II» Fic de Alter Saber
Capítulo 38: Stuttgart
«Es ley de guerra que los vencedores traten a los vencidos a su antojo»
– Julio Cesar
¡VIVIMOS HOY, PARA NO MORIR MAÑANA!
Ese era el lema que Karl solía utilizar cuando estábamos pequeños…
Le conocí a la escasa edad de cuatro, en medio de las calles donde se refugiaba la mayor parte de los pobladores del «Bronx» en New York; si, éramos huérfanos, al igual que, vagabundos.
Vivíamos en la intemperie, robábamos alimentos, rebuscábamos en las canecas, ropa o utensilios que nos ayudaran a menguar un poco los fríos tan impetuosos que llegaban con el invierno; en conclusión, hacíamos parte de la escoria, los renegados, la basura, lo inexistente; aquello que no merecía consideración ni compasión de nadie.
Karl y yo, permanecíamos siempre juntos; nunca nos separábamos y en más de una ocasión, el me salvo de ser abusada por la depravación de algunos hombres que se veían tentados por mi aspecto físico; porque para ser una indigente, poseía atributos que no me permitían pasar desapercibida; él para mí, era como un hermano mayor.
Cuando teníamos ocho; presenciamos uno de los actos más atroces ejecutados en nuestra comunidad; un hombre de unos cuarenta años, golpeaba sin cesar a un niño que parecía tener nuestra edad; no sólo repartía patadas en todo su cuerpo, sino que, con un bate, lo costalaba contra el piso, una y otra vez, sin descanso.
– Iba a matarlo…
Hasta que, Karl se armó de valor y fue hasta allí; con una piedra y una puntería muy certera, golpeo al hombre en la cabeza, provocándole un leve mareo que nos facilitó cargar a ese chico y llevarlo con nosotros. Sus heridas eran graves, pero, no teníamos ni el dinero, ni los medios para conseguir algo con lo cual contrarrestar el daño ocasionado.
En el Bronx, no importa si eres un recién nacido o un anciano decrepito; sino te defiendes, no sobrevives; así de simple. Por tal razón, tuvimos que recurrir a un truco barato en el que yo distraía al encargado de la farmacia con mi «Encanto Infantil», mientras que Karl, tomaba los utensilios necesarios para tratar las heridas de ese niño.
La estrategia fue un éxito total; logramos saquear la tienda sin ser descubiertos; fuimos con aquel chico y con mucho cuidado, comencé a tratarle sus heridas; al verlo más de cerca, me di cuenta de que no había soltado ni una sola lagrima, pero, los golpes que había recibido lo dejaron muy marcado…
¿Cómo no iba a dolerle?
Karl se acercó a él y le dijo:
– ¿Cómo te llamas?
– B-Black.
– ¿Black?
– Si.
– Dime, ¿Por qué te golpeaba?
– Por intentar robarme uno de los panes que tenía en su tienda.
– Oh, ¿Eres huérfano?
– Si, mis padres eran judíos y fueron asesinados en frente de mí; ninguno de mis «Familiares» quisieron hacerse cargo de la custodia, entonces, me abandonaron a mi suerte.
– Pues hoy es tu día, porque Richelle y yo, estábamos buscando un nuevo camarada.
– ¿Si?
– Si, así que, ¿Quieres unírtenos?
– Por supuesto.
La realidad era que no estábamos «Buscando» nada, esa fue solo la manera en la que Karl trato de suavizar la situación; él tenía una perspectiva distinta del mundo; solía decir que el contexto en el que nos encontrábamos, no era más que una excusa que la Sociedad imponía para ocultar sus miedos y depravaciones.
Karl estaba convencido de que podíamos hacer todo lo que quisiéramos si no lo proponíamos, pero, el idealismo no es suficiente cuando se tiene que sobrevivir en una jauría tan feroz como en la que vivíamos; no obstante, eso no fue impedimento para convertirnos en los Lideres de la comunidad; todo cuanto se desarrollara en el Bronx tenía que pasar bajo nuestra lupa de aprobación, obteníamos dinero de las fechorías que se realizaban y teníamos la posibilidad de valernos por nuestros propios medios.
El camino para llegar a ese puesto de autoridad, fue extenuante; soportamos toda clase de humillaciones y maltratos, pero con el tiempo, logramos adquirir fuerza, sabíamos defendernos, podíamos resistirnos y demostrar que el poder no siempre va acompañado de dinero; a veces, este viene en su estado natural, es decir, como un producto de la convicción que se posee al desear obtener algo.
Karl siempre decía que si queríamos salir de allí, primero teníamos que dominar esos territorios, acostumbrarnos a la maldad y ser parte de ella; lo que implicaba, abandonar nuestra humanidad para mantener la supervivencia y no desfallecer. Conforme transcurrían los años, la fama que adquiríamos nos otorgaba reconocimiento; las bandas pesadas del Bronx retaban a Karl o a Black para desbancarlos del sitio de autoridad; pero, nadie les hacía frente, esos dos no sólo eran jodidamente fuertes; ambos gozaban de una capacidad cognitiva sorprendente; al punto que, si hubiesen nacido en buenas familias, no sería extraño que llegaran a la cima del mundo sin mucho esfuerzo.
Tenían mentes brillantes, sin embargo, las condiciones tan precarias en las que habíamos crecido, nos obligaba a desarrollar una especie de «Instinto animal», con el cual, la razón iba por encima del sentir y la verdad era real, sólo si con ella se obtenía un beneficio; de resto, la manipulación, el engaño, las tetras, los trucos, debían ser el pan de cada día.
Así, en medio de mentiras y enrejadas; conseguimos el mando del Bronx; si se vendía droga, si había prostitución, si se establecían bares, si se traficaba alcohol; no importaba la actividad que se desarrollara; todas y cada una de esas acciones debían ser reportadas ante nosotros; al observarlas y estudiarlas a fondo, dábamos nuestra aprobación.
Claramente, el dinero que en un inicio escaseaba tanto; comenzó a llegar por montones, y con él, los problemas.
La ambición del hombre es lo que lo conduce a su destrucción; siempre deseando más de lo que se tiene; si nosotros no hubiésemos conocido el deleite de tener ese asqueroso papel y comprar cuanta cosa se nos antojara, quizás, no lo habríamos perdido todo.
Una tarde de abril en la que bebíamos por otra entrega exitosa; observamos como a lo lejos, se acercaban los integrantes de una banda conocida como «Latín Eagles»; estos chicos venían de la despiadada realidad que les ofrecía México; su opresión, los llevo a migrar a E.U y aquí, no tuvieron otra opción que no fuera, permanecer unidos y enfrentarse contra cualquiera que amenazara su integridad.
Eran un grupo peligroso y reconocido por los grandes; ellos, son de mucho cuidado y aunque nunca nos habíamos involucrado con su gente; sabíamos muy bien sus movidas, comportamientos, trueques y estrategias.
– ¡Si no quieres perecer ante el enemigo, conócelo más que a ti mismo!
Tratamos de guardar la calma y no parecer exaltados; pero, era más que evidente que ese encuentro cercano con ellos, nos perturbo de sobre manera; si esa banda buscaba pelea, tendríamos que hacerle frente; no sólo nos superaban en número; incluso existían rumores sobre uno de los miembros del grupo, lo apodaban como «El verdugo»; al parecer, en el tiempo que este hombre llevaba viviendo en el Bronx; no había perdido una sola pelea y siempre asesinaba a sus contrincantes, luego de vencerlos en un mano a mano.
Y aunque su nombre era imponente, la verdad era que, lo que en realidad generaba asombro era su figura; su estatura no superaba los 1,70m, pero todo el cuerpo estaba marcado, sus piernas eran musculo puro y sus brazos parecían dos tanques capaces de acribillar a cualquiera que se le pusiera en frente; y lo peor de todo, era que él no lideraba…
El encargado de infundir el miedo en medio de sus colegas, era un tipo que no media más de un metro con sesenta; su cuerpo tampoco era destacable, su figura era muy delgada y nada parecía darle un aspecto «Feroz».
La mayoría de personas creerían que un individuo así, como él, no tendría por qué generar miedo; pero, ¿Acaso se han puesto a pensar la razón que llevo a más de 100 hombres a seguir su voluntad sin dudar un solo momento de ella?
Que a pesar de su aspecto, cuenta con la lealtad de un número elevado de subordinados que están dispuestos a entregar su vida si así lo demanda…
– ¿No lo convertía en un ser digno de respeto?
Si algo tenia Karl, era la capacidad para generar un juicio justo, es decir, le bastaban segundos para definir el carácter o la personalidad de un individuo, viéndolo a los ojos.
Mientras guardábamos nuestras posiciones relejadas en el bar, ellos llegaron hasta nosotros y como si nos conocieran de toda la vida; pronunciaron:
– ¡BUENAS!
El líder de la pandilla se presentó frente a Karl y en un tono sumamente tranquilo, dijo:
– ¿Karl Docson?
– Si.
– Hombre, es un placer conocerte, me han hablado mucho de ti.
– Y a mí de ti, Federico Reyes.
Aquel hombre de escasa estatura, abrió sus ojos con asombro por unos cuantos instantes; la respuesta de Karl lo había descolocado; bien, al parecer era temible pero no más listo que nosotros…
– Así que, ¿Sabes de mí?
– Lo suficiente.
– Increíble, eso, nos ahorrara muchas cosas.
– ¿Ah, sí?
– Sí, quiero negociar contigo.
– ¿El qué?
– Dominio.
Lo sabía, sus intenciones eran tan evidentes; ellos estaban buscando el poder que teníamos sobre el Bronx…
– ¿Sobre qué?
– Todo.
– ¿Todo?
– Si.
– ¿Y crees ser capaz de vencerme?
– ¿Disculpa?
– Bueno, si en verdad estas informado al respecto; debes saber que sí te opones al régimen, y quieres derrocarlo para después sustituirle; tienes que derrotarme ¿No?
– No lo había escuchado.
– Por tu tono de voz, creo que, estás dispuesto ¿Verdad?
– Claro que sí, pero, con una condición.
– ¿Condición? Creo que tú no entiendes…
Karl se levantó de su silla, tiro la botella al suelo y mientas el alcohol se escurría por sus pies; dio dos pasos al frente y se plantó ante Federico; lo observo y con un completo aplomo, le sentencio:
– ¿Acaso sabes en realidad a quien estas retando? ¿Tienes la mínima idea de dónde demonios has metido a tus hombres? Yo, soy, él único e irrepetible; Rey, Dueño y Señor de esta comunidad y si tú quieres venir a arrebatarme mi poderío; tendrás que arrancarme los ojos para que no pueda verte, destrozar mis brazos para evitar mis golpes, cortar mis piernas para impedir que me mueva, trozar mi lengua para evitar que te muerda y así, en ese estado de completa desesperación; quizás, sólo quizás, logres quedarte con el mando.
La postura relajada, el tono feroz de su voz, la agudeza de sus ojos, la esencia salvaje que desprendía Karl en esos momentos; era razón suficiente para que esos cobardes, retrocedieran; y así, lo hicieron.
Federico estuvo a escasos momentos de romper a llorar; la formidable figura que estaba en frente de él, le demostró en contados minutos, porque era reconocido y apodado como: El Ángel de la Muerte.
Karl decidía quien vivía y quien no, el establecía las leyes, era compasivo con quien le obedecía y despiadado con aquel que lo retaba.
Su manera tan particular de comportarse me recordaba a una anécdota que escuche, una noche, en medio de una fogata…
«Jerjes» o «Xerxes» fue un poderoso rey persa que logró amedrentar la supremacía del Imperio griego; no sólo atemorizó naciones poderosas como Esparta o Atenas; él logro destruir todo el emporio babilónico que había gobernado por siglos el mundo entero.
Era conocido como «El Rey de Naciones» lo que se traducía en el «Rey del mundo»; la destreza con la que había logrado realizar semejantes proezas, se le atribuían a esa vaga concepción en la que él se consideraba un ser divino; razón por la cual, hacia justicia cuando era necesario y castigaba con fuerza la desobediencia o el desacato de sus dogmas estipulados.
Jerjes logró lo impensable; unificar todo el territorio persa y colocarlo bajo su protección, para impedir el ataque del enemigo; el gobernó el mundo por décadas y fue sólo hasta la aparición de un Comandante ateniense, que el imperio del Rey «Dios» fue destruido.
Esa historia me permitía trazar un paralelo entre ese formidable Rey y Karl; ambos, aunque a escalas diferentes de poder; consiguieron lo que nadie más; y de cierta forma, ser parte de ello, me llenaba de satisfacción.
Cuando cumplimos la mayoría de edad, decidimos celebrar a lo grande; invitamos a toda la comunidad a festejar con nosotros; queríamos que todos entendieran que faltaba muy poco para abandonar estos territorios e ir por una vida mejor.
– Sólo que, hubo un error de cálculo…
Esa noche, en medio del alcohol, el baile desenfrenado y el gozo en sí; alguien decidió aprovechar el desorden y contraatacar cuando menos lo esperábamos…
El dinero que habíamos ahorrado por años para este preciso momento; nos fue arrebatado, hasta estos instantes, no sabemos a ciencia cierta quien fue el responsable de dicha osadía, pero, cuando ingresamos a ese sitio tan particular y no encontramos nada; fue inevitable no salir y masacrar a ¼ de la población que deambulaba por las calles del Bronx; desatamos nuestra furia con los menos involucrados, torturamos, masacramos y asesinamos a muchos inocentes que no tenían la culpa por ese desastroso suceso.
La realidad era que habíamos descuidado nuestra base, y todo, por la euforia que nos ocasionaba el hecho de largarnos por fin de ese lugar endemoniado; era nuestra falta, nuestro error.
No obstante, la ira que nos consumió en ese entonces fue incontrolable; y desde allí, Karl empezó a «Empalar» a sus víctimas; las exhibía como trofeos, no para demostrar su fuerza, si no para sentenciar a sus opositores.
Tras haberlo perdido todo; decidimos emigrar a otra ciudad en un país diferente que tuviese condiciones similares a las nuestras; para así, hacernos con el poder nuevamente y en esta ocasión, no cometer un error tan fatal como ese.
Habíamos escuchado que «Stuttgart» era una ciudad reconocida en Alemania por los altos índices de: Asesinatos, violaciones, robos, masacres, etc. A lo que estábamos acostumbrados; pero, el inconveniente era, ¿Cómo llegar?
Recordé vagamente que un día había decidido guardar una mínima parte de mi capital en una cuenta bancaria, en un caso de emergencia, en el que Karl y Black ya no estuviesen y yo tuviera que escapar de allí para evitar que me mataran; al ser una mujer, los ojos estaban puestos en mí, porque pensaban que era el miembro más débil de la manada; sin embargo, ninguno de ellos contaba con el hecho de que yo, había crecido junto a dos bestias salvajes, motivo por el cual, también era una.
Si alguien me subestimaba, no iba a salir bien librado. No tenía la fuerza descomunal de mis otros dos colegas, pero, si la agilidad, audacia y rapidez para hacerle frente a un hombre más grande que yo.
Recapitulando ese suceso, le informe a Karl del dinero que tenía guardado; y para nuestra suerte, era suficiente para largarnos de allí y posicionarnos en una nueva jauría.
Jamás pensé que al viajar hacia un país extranjero, y establecerme en una ciudad similar a la de mi origen, encontraría, al único hombre que había logrado nublarme el juicio.
Nuestra llegada a Stuttgart no tuvo contratiempos, nadie se había acercado para interrumpir el trayecto; teníamos enemigos fuertes, pero, todos residían en el perímetro que demarcaba el Bronx; motivo por el cual, no debíamos preocuparnos de que alguien nos siguiera, o al menos, no de momento.
Al establecernos en ese lugar, por extraño que sonara, nos sentimos en casa; el estado de las calles, el olor a putrefacción, los arrumes de desechos, la basura dispersa, los cadáveres vivientes, las almas en pena; todos y cada uno de esos detalles con los que tuvimos que vivir desde que éramos sólo unos niños.
Cuando identificamos un refugio seguro; trazamos el plan para tomar el liderato de la ciudad; era sencillo:
1. Buscar información.
2. Conocer al «Líder actual»
3. Marcar Territorio.
4. Sentenciar.
5. Gobernar.
Esas cinco facetas nos permitirían tomar posesión de todo lo que pasara en Stuttgart; dimos inicio a la etapa número uno; la cual fue sencilla de ejecutar, por la simple y llana razón de que los métodos de extracción de información de Black eran algo peculiares; usaba desde corta -uñas hasta destornilladores, para torturar al testigo y sacar justo lo que buscábamos.
Ese primer interrogatorio nos permitió hacernos una idea de las condiciones en las que se movía la gente de Stuttgart; como tal, no había un líder legítimo, es decir, cada quien iba por su parte y nadie se inmiscuía en los asuntos de otro; pero, aun cuando no estaban unificados; la población de los Barrios Bajos tenía algo en común, y eso era un hombre en particular:
– Blake Straw.
Al parecer, este tipo era dueño de la red de narcotráfico más exitosa de Alemania, incluso, poseía zonas de control en otros territorios extranjeros; lo cual, brindaba oportunidades para los habitantes de esa ciudad; él, no era reconocido por «Emplear su fuerza bruta», pero, sí había estado involucrado en sucesos de riesgo, de los cuales, salió victorioso.
En resumen, Blake era un chico de cuidado; si queríamos abordarlo, o mejor aún, bajarlo del pedestal; tendríamos que enviar un mensaje fuerte y claro sobre nuestra supremacía; no podíamos escatimar, debíamos ir con todo desde el principio.
Fue ahí cuando decidimos empalar a cinco personas en la zona central de los Barrios Bajos y por medio de un enorme cartel; mostrar lo que les esperaba a los desertores o renuentes, como solíamos llamarles.
Conseguir a las víctimas fue sencillo, en toda Stuttgart, los vagabundos dormían en las calles y poco les importaba si les quitaban la vida; es más, parecía no importarles; quizás, esa era la única diferencia que existía entre ésta ciudad y el Bronx; allá, todos y cada uno de los miembros de la comunidad, peleaban a muerte para defender su existencia; pero, aquí, ellos renunciaban a ella sin haber luchado; lo cual podría interpretarse de dos formas diferentes:
1. Son cobardes.
2. El infierno es tan insoportable, que la muerte, es el mejor descanso.
Por nuestro beneficio, era mejor que la primera opción se postergara; porque de lo contrario, el sometimiento de esa gente, iba a ser una tarea difícil…
¿Cómo le puedes quitar algo a alguien que lo ha perdido todo?
No obstante, la suerte jugo a nuestro favor y ese escenario sanguinario que recreamos, rindió sus frutos. Todas las personas que lo presenciaron, se dieron cuenta de que no estábamos jugando; y la monumental esencia de Karl, reafirmaba lo dicho.
Nadie se opuso, ni siquiera Blake; es más, él se unió a nuestro grupo, junto con Johannes y entre los cinco, establecimos las reglas del «Nuevo Mundo».
Jugamos a ser «Dios», nos creíamos con la autoridad de decidir qué hacer con la vida de las personas; destrozábamos a aquellos que nos retaban y recompensábamos a los que nos respetaban; éramos unos malditos bastardos.
Y aunque todos éramos conscientes de lo que hacíamos; no teníamos cabida para el arrepentimiento, es más, ni siquiera percibíamos algo similar al «Remordimiento»; perdí la cuenta de las personas que ultraje por mi codicia; no merecía el perdón de nadie; era más que claro que después de la muerte, me esperaba un purgatorio peor que Stuttgart y el Bronx juntos; y por mas irracional que se escuchara; yo, estaba resignada a eso.
La época de nuestro reinado terminaría con la llegada de un hombre capaz de despertar hasta el sueño más profundo de mis deseos carnales…
En los 21 años de mi vida, nunca me había sentido atraída por ningún hombre; claro que disfrutaba del sexo, pero, no conseguí «Enamorarme»; para mí, esas sensaciones como el amor, los celos, la frustración, la emoción y la plenitud; eran completamente, ajenas a mi persona.
No tenía un «Ideal» o una perspectiva definida sobre el gusto hacia los hombres; es más, casi nunca me fijaba en el aspecto de los chicos con los que me acostaba; si ellos querían una sesión intensa y desenfrenada de sexo, yo no se las negaba; disfrutaba pero no me comprometía.
Incluso me había acostado con Karl y Blake en numerosas ocasiones; tenía que reconocer que ellos, eran unas Bestias tanto fuera como dentro de la cama; con razón las mujeres hacían fila para tener el privilegio de gozar del placer que ellos podían ofrecer.
Y aun cuando probé algo tan majestuoso como la lujuria y el desenfreno; no había conseguido entorpecer mi comportamiento a causa de un hombre…
– Hasta que lo conocí.
Me encontraba en la zona de los barrios altos de Stuttgart; paseaba por el centro comercial y buscaba una tienda que me llamara la atención para probar mi suerte y robar algo que me interesara; sólo deseaba una descarga de adrenalina por la persecución que iba a tener con el Dependiente del local; sin embargo, cuando estaba por ingresar a una Boutique, lo vi.
Su estatura era considerable, su figura delgada pero imponente; su piel blanca, sus músculos fuertes, su rostro completamente simétrico, sus ojos color avellana, su cabello con un manojo de rastas, su estilo des-complicado y en sí, una deidad indiscutible.
Era un hombre condenadamente atractivo y cuando me acerque un poco para observarlo más de cerca, me di cuenta de que en la esquina de su labio inferior; había un piercing que incitaba al pecado de sólo observarle.
¡Dios!
¡Que puto hombre más perfecto!
Mientras continuaba observándolo muy de cerca; aquel chico mantenía una conversación con otras personas, movía sus manos y su rostro estaba acompañado de una sonrisa angelical; cada que esa dentadura se mostraba; sus ojos se hacían pequeños y su nariz se arrugaba un poco; era tan puro…
Seguía mi introspección de cerca, cuando de repente y sin previo aviso; esos condenados ojos repararon en mi presencia…
Nunca en la vida me había sentido tan nerviosa como en ese momento; las piernas me temblaban, el corazón latía con fuerza, las manos me sudaban y estaba más que segura de que todo mi rostro estaba sonrojado.
Pero, ¡Que reacción más infantil!
Era más que obvio que ese chico era menor que yo; pero, la manera en la que sus ojos me inspeccionaban; me dejaba sin aliento; estaba dominada por él; yo, incline la mirada, no pude sostener contacto con él.
¡Qué absurdo!
¿Cuándo había agachado mi mirada ante alguien?
¿No se suponía que debía ser al contrario?
Sentí unas ganas tremendas de salir corriendo de allí; la vergüenza de la escena me estaba provocando nauseas; pero, cuando iba a salir, vi, como unas zapatillas deportivas se alineaban en frente de mi…
Como pude, alce mi vista y lo vi de frente.
¡SANTO DIOS!
¡Bendita fuera la mujer que había traído a semejante ángel al mundo!
Estando tan cerca de él, pude percibir esa aura de inocencia que lo envolvía; incluso me atrevería a decir, que poseía un sentido de justicia que lo hacía popular entre los demás.
El observo mi reacción tan tímida (Y atípica en mí) y dijo:
– ¿Estás perdida?
– ¿Qué? No, ¿Cómo?
– ¿Qué si estas perdida?
– ¿Por qué preguntas eso?
– Bueno, llevas más de 10 minutos mirando en mi dirección; al principio creí que observabas algo detrás, pero, eso no parece ser el caso; entonces, de seguro estas perdida y mantuviste tu mirada en mi porque quieres preguntarme hacia donde ir ¿Verdad?
El sarcasmo con el que había pronunciado esas palabras, me pareció irresistible; él era un seductor nato, sabía que era jodidamente atractivo y abusaba de su belleza para hacer rendir a cualquiera.
No pude contenerme y solté una risa algo tímida…
– Te ves hermosa cuando sonríes.
Ese comentario me descoloco por completo, de nuevo, sentía como la temperatura de mi cuerpo se incrementaba; lo deseaba, quería estar con él, así fuera sola una vez; necesitaba tener la experiencia de que por una ocasión, el había sido mío y de nadie más.
– ¿Te incomodo mi comentario?
– N-No, es que, ammm, no estoy acostumbrada a ese tipo de apreciaciones, es todo.
– No te creo.
– ¿Qué?
– ¿Me estás diciendo que los hombres no viven tras de ti? ¡Ja! Eso no te lo crees ni tú.
– Pero, es la verdad.
– ¿Cómo una mujer tan perfectamente esculpida no puede ser el delirio de los hombres, ah?
¡DIOS!
Estaba por enloquecer.
Las palabras que salían de su boca me provocaban al máximo; aunque pareciera ridículo, sentía que estaba a punto de tener un maldito orgasmo por lo excitante que me parecían sus gestos…
Él era sublime.
– ¿Y tú qué me dices?
– ¿De qué?
– ¿Acaso no percibes como todas las miradas se depositan en ti?
– Bueno, si lo hago; pero, en estos momentos, estoy concentrado en ti.
BUM, BUM, BUM, BUM, BUM, BUM…
Mi Corazón se iba a salir del pecho, de eso no cabía ninguna duda.
¿Cómo lo invitaba a un encuentro sexual sin parecer desesperada?
No, esperen…
¿Desde cuándo me importa la opinión de un hombre?
¡Esto era inaudito!
Él era prácticamente un niño…
– ¿Cuántos años tienes?
– 15.
– ¿QUÉ?
– Jajajaja, ¿Por qué te sorprendes? ¿Luzco mayor?
– Bueno, no creí que fueras tan pequeño.
– ¿Cuántos tienes tú?
– Ammm.
– ¿Si?
– ¿Seguro quieres saber?
– Si.
– 21.
– ¿En serio? Creí que tenías unos 18 como máximo.
– Bueno, creo que será mejor que me vaya.
– ¿Por qué? ¿Tienes algo por hacer?
– No, es sólo que, bueno, es decir, eres un nene.
– Wow, esta es la primera vez que me siento tan humillado.
– Perdón, yo…
– Nada, me has insultado y no voy a disculparte.
– Pero…
No lo vi venir…
Nunca creí que eso pasaría…
No así…
Aquel pequeño, se acercó con velocidad a mis labios y los devoro sin reparo.
¡FIN!
No había mas historia que contar, no existían las palabras para describir las sensaciones que desato en mi ser, ese roce con sus labios; él chico tenía mucha experiencia, sabía lo que hacía y no dudaba ni por un instante.
El beso fue largo…
Y cuando nos separamos para recuperar el aliento; él se acercó a mí oído, lamió mi oreja, mordió mi cuello y dijo:
– Los niños también sabemos jugar.
El tono de voz con el que pronuncio esa sencilla frase, me estremeció por completo; Tom me dejo allí, embobada; se fue de aquel lugar y me convenció por completo.
Me rendí ante su divinidad.
Me puse a su disposición.
Me abandone a él.
Los días transcurrieron y mi tiempo junto a Tom, era cada vez más grato; me sentía tan feliz a su lado y por fin comprendí todo aquello que un día se me hizo lejano.
Nuestra historia habría continuado sólo si Karl no hubiese interferido…
Su ira desatada por imaginarme con un hombre que él no conocía, provoco un desenlace tan desastroso, que tuvo como resultado, la muerte del verdadero Tom.
La forma en que fue ultrajado por Karl, puso en riesgo:
– Su pureza.
Continúa…
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