Fic TWC de LadyScriptois
Ejercicio 6.5
Al día siguiente Tom despertaba totalmente descansado y alegre. Buscó la lista de Bill y tachó la primera palabra: espalda. No fue a propósito, pero funcionó.
&
Bill estaba meditando ciertas cosas, entre ellas ese pensamiento que lo involucraba arañando la espalda del de rastas, mientras disfrutaba placenteramente bajo su cuerpo musculoso, y lo otro era como corresponder a Tom. Porque él ya cumplió una de las cosas de la lista, y bueno, Tom también, porque siempre tenía acceso a su cuello, pero de igual forma Bill sentía que era injusto.
La pregunta era: ¿Cómo? Las únicas dos opciones eran: piernas y labios. En cuanto a los labios no estaba del todo seguro a que se refería Tom, así que lo descartó, quedando como ganadora la otra opción. Que aunque tampoco sabía cuál era el objetivo, decidió que sería menos arriesgado.
A Tom siempre le dieron curiosidad las piernas de Bill, sabía que como era casi inexistente el vello en aquella zona en el pelinegro, él decidía depilarlas y tardaba meses en aparecer nuevamente. Sin embargo, no sabía de ellas más de eso y de lo perfectamente torneadas que le dejaba apreciar sus pantalones justos.
Pasó varias semanas y Bill aún no pudo llevar su ropa a la lavandería, así que el menor decidió experimentar en el perfectamente equipado cuarto de lavado de su departamento.
Con la idea de hacer esa tarea doméstica se sintió animado y empezó a clasificar su ropa en cestas para lavarla, revisó en su closet sacando prendas que hace mucho no utilizaba y que tenían mucho tiempo encerradas, así que decidiendo que esas también necesitaban un lavado, siguió hurgando entre su ropa. Hasta que algo le llamó la atención.
Era un polerón enorme de un color magenta casi rosa. Al mayor se lo regalaron en una navidad, el de rastas se negó a usar ese color, mientras que a Bill le encantó, así que su hermano se la regaló y él aceptó diciendo que le haría unas modificaciones y la ajustaría más. Nunca lo hizo y ahí estaba.
&
Se miró una y otra vez al espejo. Sus mejillas ardían simplemente del hecho de ver su reflejo. Se sentía tan expuesto. Ni si quiera utilizaba pantaloncillos cortos y ahora estaba allí, con un camisón que le quedaba casi como un vestido.
El color magenta cubría hasta la mitad de sus muslos y hacia un hermoso contraste con la pálida piel del vocalista y sus negros cabellos. Las mangas le quedaban inmensamente grandes, así que las dobló y dobló hasta que le quedaron justas de largo. Sin embargo aún cabían como cuatro brazos del menor. El cuello también era demasiado para el suyo por lo que enseñaba su clavícula y un poco de sus hombro. Maquilló un poco sus ojos y alisó su cabello. Se veía totalmente adorable.
Estaba dudoso sobre que calzarse, pero luego atribuyendo al hecho de que estaría entre agua y jabón decidió estar descalzo. Tomó las cestas de ropa y salió de su habitación tomando aire y tragándose su vergüenza.
La puerta del cuarto de su hermano estaba cerrada así que fue capaz de circular por el pasillo con confianza, pensando que aún estaba durmiendo como lo dejó esta mañana.
Cuando llegó a la sala el asombro de los G’s no se hizo esperar.
—Joder.− murmuró Georg, dejando de hacer lo que hacía en la cocina y mirando fijamente la silueta de Bill.
— ¿Qué te hiciste? – preguntó Gustav, igual de anonadado que el bajista.
—Día de lavado.− intentó decir con normalidad.
—Deberías dar los conciertos así, te aseguro que tendríamos muchos más fans.
—Especialmente hombres. − acotó Georg, tan deslumbrado como Gustav.
Nunca se imaginó pensar así, pero si no es porque Bill es su amigo de toda su vida y por qué Tom le cortaría la polla antes de poder coquetear con su hermanito, podría empezar a dudar sobre su heterosexualidad.
—Deténganse.− pudo decir Bill, sin atreverse a mirar a sus dos compañeros y pasando velozmente al cuarto de lavado sin que notaran su sonrojo.
Bill entró al área pensando que sería muy fácil hacerlo, pero luego se topó con un montón de botones que no sabía cómo funcionaban. Luego de oprimirlos casi todos y de que varias lucecitas encendieran, logró que en la lavadora empezara a caer agua. Sintiéndose feliz añadió la ropa y tomó el jabón en polvo que, según él, era el que olía más rico. No sabía que tanto debía agregar así que decidió agregar detergente y agregar, y agregar, y agregar hasta que pensó que sería suficiente.
&
Cuando Tom salió de su habitación los G’s iban de salida al estadio.
Tom era amante del futbol, pero no tanto como aquel par, que vivían para la música y ese deporte. Prefirió pasar.
— ¿Y Bill? – se preguntó el de rastas al notar que el departamento estaba en total silencio, hasta que un ruido de varios objetos cayéndose proveniente del cuarto de lavado lo hizo salir de sus interrogantes.
Dejó su emparedado a medio preparar y se dirigió al lugar encontrándose con la imagen posiblemente más sensual que había visto.
Su hermanito le daba la espalda, mientras recogía los envases caídos casi a gatas y mojado, mostrando completamente sus bien formadas y largas piernas. Tom estaba seguro que si su hermano se hincaba un poco más podría ver sus redondas nalgas.
— ¿Qué mierda? – preguntó asustando al pelinegro quien se volteó a mirarlo con su carita que, al igual que el piso y parte de su cuerpo, estaba llena de espuma proveniente de la lavadora.
El mayor pensó que su hermanito se veía tan tierno, como un niño asustadito. Joder que no entendía como se podía ver así y al mismo tiempo tan atrayente. Y que suerte que su Bill no fuera un niño, porque de ser así en estos momentos se sentiría tan pedófilo.
— ¿Qué te pasó? – le preguntó nuevamente, apagando la lavadora y cargando a Bill hasta sentarlo sobre la misma.
—No lo sé, se descontroló.− fue lo que le dijo.
— ¿Por qué usas eso? – le cuestionó curioso, pero sin cortarse al observa, esta vez mejor, las largas y blanquecinas piernas de Bill.
—Día de lavado.− murmuró ruborizado al caer en que aun tenia puesto el camisón.
Tom sonrió. Definitivamente Bill consiguió su lista.
— ¿Y era necesario esto? – le preguntó sonriente y acercándose a él.
Deslizó la yema de sus dedos desde la rodilla de Bill hasta sus muslos, haciéndolo estremecer y deteniéndose en la orilla de la prenda.
—No… te…tenía más nada.− mintió atropelladamente.
Corrección, mintió nervioso al ver como Tom se aproximaba más a él y se posicionaba entre sus piernas, continuando con aquellas estremecedoras caricias
— ¿Seguro que era por eso? – le volvió a preguntar. Lo tomó del mentón e hizo que lo mirara. No recibió respuesta. — Siempre tuve la curiosidad ¿Sabes? – le pregunto sin detener sus caricias y acomodándose mejor. — Son más suaves de lo que imaginé.− le confesó haciéndolo enrojecer aún más y sentir que si no fuese porque estaba sentado ya se hubiera desmayado.
— ¿En serio? – le preguntó.
—Si… – le regaló una sonrisa ladina que casi derrite al pelinegro. — Creo que vamos dos a uno.− le dijo al menor.
— ¿A qué te refieres? – preguntó un poco agitado sin perder de vista la ida y vuelta de los dedos de Tom en su piel.
—La lista. Has cumplido dos de la mía y creo que yo solo una.
— ¿Tienes mi lista? – le preguntó, esta vez sorprendido y sintiendo la vergüenza correr por sus venas.
—Sí. Creo que Olivia las cambio.
—Pero tú dijiste que la habías perdido… – le acusó.
—Sí, bueno. No tengo la mía. Nunca me preguntaste si tenía la tuya.− finalizó con una pícara sonrisa. — Entonces, ¿Abdomen, no? – le preguntó.
Se alejó un poco del cuerpo de Bill y sacó su camiseta, dejando su torso al descubierto para luego volver a la posición entre las piernas de Bill. El corazón de Bill estaba latiendo muy rápido y podía asegurar que olvidó hasta el nombre de su último álbum en esos momentos.
— ¿Qué… que haces? – preguntó a punto de desvanecerse.
—En tu lista estaba mi abdomen. – le dijo y amplió su sonrisa al notar a Bill perdido en la zona nombrada.
—Sí, sí. Bueno, Andreas dijo… – aclaró un poco su voz y cambió la dirección de su mirar antes de continuar. — Andreas dijo que una vez toco tus… y que bueno… era como…Si, si… la culpa es de Andreas.− finalizó sus disparates.
—Entonces, ¿Quieres tocar mis abdominales? ¿Es eso? – preguntó sonriendo por lo nervioso de Bill.
—Es solo por curiosidad.− murmuró bajito, aun si atreverse a mirar a Tom.
—Está bien.− tomó la mano de Bill y la dirigió a su abdomen. – Puedes tocar.− le informó intentando mirarlo a los ojos, pero no podía por que el mirar de Bill estaba perdido en la zona donde reposaba su mano inmóvil.
—Son… son lindos.− dijo, rozando con sus largas uñas aquellas dos filas de abdominales bien marcados y firmes.
— ¿Es como dijo Andreas? – preguntó, intentando no sonar agitado.
Bill estaba acariciando tan lenta y tortuosamente esa zona. Sentía esos calambres familiares azotar en su bajo vientre. Joder, que Bill le podía.
—Sí, bueno. Es… son…
Bill calló cuando vio sus dedos rozar con la cinturilla de los boxers de Tom y se quedó un momento observando ese tan bien definido abdomen que estuvo tocando. Tan duro como la madera y perfectamente esculpido. Lo recorrió lentamente con su mirada sin perder ningún detalle y dejó arrastrar sus ojos por el camino del casi invisible vello castaño que partía desde un poco más abajo del ombligo de Tom y continuaba perdiéndose en la cinta de Calvin. Tentado, trazó con uno de sus dedos la ruta que indicaban aquellos finos hilos bajó la atenta mirada del dueño de ese cuerpo de Adonis.
—Vamos a la par. – le informó Tom refiriéndose a la lista y tomando la mano de Bill, alejándola de su cuerpo y besándola antes de que las caricias lo hicieran poner notablemente duro entre las piernas de su hermanito.
—Así parece. – dijo mirando a Tom por primera vez desde hace varios minutos.
—Estas sonrojado.− le dijo. — No bajes la mirada.− le pidió alzando su rostro al tomarlo delicadamente por el mentón.
—Estoy nervioso.− le confesó.
—Yo también.
— ¿Lo estás? ¿Por qué?
—Lo último de tu lista dice labios, y no sé a qué te refieres con eso. – le dijo sintiendo el carmesí apoderarse de su rostro.
—La tuya también. ¿Qué… que te llama la atención de ellos? – preguntó torpe.
Tom no le respondió y se concentró en no dejar de mirar a Bill a los ojos, mientras recorría con sus manos sus suaves piernas y subía, colándose por el camisón y asiendo estremecer al menor. Recorrió la nívea piel hasta hacer posesión de su marcada cadera y apegar más sus cuerpos y rostros.
— ¿Qué deseas de los míos? – le preguntó de vuelta, estando tan cerca de Bill, que el menor sintió como el tibio aliento del mayor golpeaba en sus labios y se perdía entre ellos.
Tom no esperó respuesta y besó los labios tibios de Bill. Solo fueron unos segundos donde se conectaron castamente y eso fue suficiente para que los corazones de los gemelos Kaulitz latieran como locos.
Bill abrió sus ojos cuando sintió que el mayor rompía el contacto. Su respiración estaba tan agitada por aquel roce que sentía que en esos momentos el único oxigeno suficiente podría ser el que le brindaba Tom a través de su boca.
—Dime algo para no sentir que acabo de joder todo.− le pidió Tom al menor que lo miraba como perdido en él.
Estaba tan asustado. ¿Y si no era eso a lo que se refería Bill?
Las manos de Bill que hace minutos se encontraban inmóviles ahora se posaron en el rostro del de rastas y acariciaban lentamente sus mejillas, mientras no dejaba de mirarlo de una forma tan pura, tan brillante, tan iluminada y enamorada.
El pelinegro no tuvo que acercar mucho su rostro para unir sus labios con los del de rastas. Tom no tardó mucho en asimilar que aquel labios en la lista de ambos se refería a lo mismo.
Los labios del mayor succionaban con amor, con tanto amor y delicadeza los suaves y esponjosos de menor. Sus respiraciones se volvían más agitadas en el proceso, pero en esos momentos no necesitaban respirar, solo se querían sentir en uno al otro. Las manos de Tom atrajeron más el cuerpo contrario, haciendo gemir quedadamente al menor, y el rubio aprovechó la separación de labios y coló su lengua en la cavidad de su hermanito saboreando y recorriéndola totalmente.
Bill simplemente se dejó hacer suspirando entre el beso y correspondiéndolo inexpertamente, cruzando sus brazos tras el cuello del mayor.
—Uhgn…− gimió estremecido cuando sintió las manos del mayor moverse hasta su espalda baja.
—Te quiero.− le confesó el de rastas sonriendo contra los labios del menor y volviéndolo a besar castamente.
Continúa…
Gracias por leer.