Notas: Este capítulo abarca cronológicamente desde el fin de Perfect love, hasta el principio de The devil inside. Son los cinco años intermedios.
Perfect Love 2: The devil Inside (By MizukyChan)
& Capítulo 1 &
La vida de Bill y Tom había cambiado radicalmente desde el terremoto que cobró la vida de Jorg y les dio la oportunidad de comenzar de nuevo en Berlín. Haciéndose pasar por los hermanos Kaulitz, ambos jóvenes tomaron ocupaciones diferentes, volviéndose ciudadanos respetables del lugar.
Como era de suponer, contrataron servidumbre para ayudarles a llevar la gran mansión de la que eran dueños. Amanda y su hija, se volvieron parte de la familia, pero la tragedia marcó a la joven doncella, quien quedó embarazada a la corta edad de 17 años, dando a luz un pequeño bebé, Adam.
La joven fue asesinada, poco después del alumbramiento y por la gran conmoción pública, el jefe de policía fue substituido por el sheriff Georg Listing, quien a contar de ese momento, tomó el control de la ciudad.
El oficial investigó con gran ahínco, hasta que sus sospechas fueron confirmadas. El criminal de Juliet fue asesinado, en defensa propia, por los Kaulitz. Sin embargo, eso no fue lo único que descubrió. El mayor de los Kaulitz guardaba un secreto terrible, pero a la vez, uno que se volvería la salvación del pueblo. Siendo una persona juiciosa, el detective consideró que lo más sabio, era guardar silencio ante su nuevo hallazgo. Al menos, hasta que pudiera asegurarse de que podría usar a su favor tal conocimiento.
A causa del temor por aquel terrible homicidio, la tasa de delincuencia disminuyó en Berlín, pero los malandrines nunca están ocultos por mucho tiempo. Tan sólo un mes después del fatal suceso, una nueva amenaza surgió en la ciudad.
Un grupo bastante numeroso de inmigrantes de Escocia se instaló en las afueras de Berlín, trayendo consigo, el mercado negro y el crimen. No pasó ni una semana desde el asentamiento de los extranjeros, cuando los robos, las violaciones y los asesinatos comenzaron.
Dotado sólo con un pequeño sequito de oficiales, Georg Listing no podía hacer demasiados avances, así que decidió echar mano de su carta bajo la manga. A paso firme llegó a la herrería.
—¿Tom podrías revisar a mi caballo? Creo que cojea un poco —Pidió gentilmente el policía. Conociendo el carácter pacífico de Tom, llegó a dudar en que el chico quisiera ayudarle en esa situación extrema.
—Claro sheriff —El trenzado levantó una por una, las patas del animal, comprobando la correcta posición de las herraduras. Tras quedar conforme, contestó—. Están perfectas, señor. No hay problemas con los metales —Pasó la mano por las largas piernas de la bestia y prosiguió—. Y al parecer, sus músculos están sanos.
—Quizás sólo fueron imaginaciones mías —Se pasó la mano por el cabello, recogido en una coleta—. Debo estar muy cansado.
—¿Por qué tanto trabajo? —preguntó el joven, interesado.
—¿No has escuchado de la ola de crímenes, Tom? ¿Tu hermano no te ha contado que han aumentado los heridos por asaltos? —indagó el oficial.
—De hecho, Bill mencionó algo al respecto, pero creí que estaba claro quiénes eran los criminales —acotó, alzando una ceja.
Georg se acercó más a él, evidenciando que le diría algo confidencial—. Lo sabemos Tom. Los escoceses están ocultando a su pandilla delictiva, pero sin las evidencias necesarias, no podemos tomar cartas en el asunto.
—Ya veo. ¿Y qué necesitarían como evidencia? —cuestionó, y el oficial sonrió internamente, el chico le ayudaría y con eso comprobaba que había hecho bien al resguardar su secreto.
—Si tan sólo lográramos atraparlos, los que fueron víctimas, podrían identificarlos y así los encerraríamos en prisión, obligando al resto de los criminales, a huir de la ciudad.
—Parece un plan sencillo.
—Lo es, pero en estos momentos carezco de los medios para poder enfrentar a toda una pandilla.
—Uumm —Tom pasó la mano por su barbilla, pensativo.
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En otra parte del pueblo, Bill escuchaba el relato de su nuevo compañero asignado al laboratorio del hospital.
—Y de esa forma, podríamos realizar operaciones sin que los pacientes sintieran dolor. Sería mucho mejor que usar licor —Terminó su explicación.
—Pero no podemos comprobarlo, hasta que tu nuevo experimento sea probado, Gustav —agregó el doctor Hans.
—Suena muy impresionante, Gus —Elogió el pelinegro—. ¿Cómo se administraría?
—Bill… —El doctor lo miró con dureza—. No podemos experimentar con nuestros pacientes. No es ético.
—No estoy diciendo que lo haremos, doctor. Sólo estoy preguntando cómo se administra —Se defendió el chico delgado.
El joven rubio giró hasta el mueble que estaba a su derecha y procedió a preparar una jeringa—. Esto es suficiente —anunció, mostrando la solución líquida.
—¿Crees que sea suficiente? Se ve…
—Poco, lo sé —Sonrió el rubio—. Esa es la gracia de la anestesia, sólo necesitas un poco y puedes dormir a una persona.
—¿Y si matas a alguien? —Acusó el médico más viejo.
—Con esta dosis no se puede matar a nadie —afirmó Gustav—, a no ser que tenga algún problema cardiaco, que le genere un paro.
—¿Lo ves? —Hans levantó el índice—. Sí hay peligro.
—Sólo habría que probarla —dijeron casi a la vez, los médicos más jóvenes y se sonrieron.
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A la hora de la cena, los Kaulitz se sentaron a la mesa junto a Amanda, para compartir el alimento, como una familia. La mujer se sentía fuera de lugar, pero los chicos no dejaban que ella se sintiera inferior, menos ahora que les ayudaba a criar a su pequeño hijo, Adam.
Tom les contó la conversación que había tenido con el sheriff y luego Bill relató su inquietud con el nuevo experimento de Gustav.
—Deberían probar el experimento con esos delincuentes —dijo la mujer, sin percatarse de que los Kaulitz la miraban como si hubiese dicho lo más sabio del mundo.
La cena siguió como si nada y en la intimidad de su habitación, Tom habló.
—Quiero salir esta noche, amor —Miró a su pareja, quien cerró los ojos y suspiró.
—Sabía que me dirías eso, por eso no te conté grandes detalles de los últimos casos del hospital —afirmó el pelinegro.
—¿No quieres que ayude?
—Sí quiero, pero… —El mayor le dio un dulce beso en los labios—. Sabes que temo que algo te ocurra.
—Nada me pasará. Y si llegaran a lastimarme, mi cuerpo sana con rapidez.
—Creo que deberíamos hacer lo que Amanda nos dijo —comentó el pelinegro, acariciando las largas trenzas de su Tomi.
—Mis garras no podrían sostener la jeringa, Bill —Sonrió al imaginarse la situación.
—Pero si estoy a tu lado…
—¡No! —Gruñó rotundo el de trenzas.
—Tomi —Se sentó en la cama y lo miró de frente—. Si tú los asustas, yo podría inyectarlos sin que se percataran de nada.
—Bill, no.
—Si yo no voy, entonces tú tampoco —Gruñó de vuelta el menor.
—Bien. No iré.
Se acostaron dándose la espalda, pero al cabo de unos minutos, el mayor giró y abrazó por la cintura a su pelinegro.
—Lo siento, bebé.
—Yo también, lo siento —Bill giró dentro del abrazo y besó a su lobo, con cariño.
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Por la mañana, Tom se sorprendió de que la herrería estuviera cerrada. Alex, el hijo de John que había regresado después de la muerte de Juliet, llegó corriendo y lo cogió de un brazo.
—Mi padre está herido, ven conmigo.
Tom cabalgó hasta el hospital, donde un preocupado Bill terminaba de curar las heridas del herrero.
—John —llamó el trenzado y su jefe le dio una leve sonrisa.
—Fueron ellos, Tom.
—¿Quiénes?
—Los gitanos que están ocultos en su campamento —respondió el hombre, haciendo una señal, para que su hijo se retirara.
—¿Le contaste al sheriff? —indagó el pelinegro.
—Sí, pero está de manos atadas. Sólo podemos esperar justicia de las sombras —comentó el herrero, cerrando los ojos. Tom se asustó, creyendo lo peor, pero Bill lo calmó diciendo que sólo era el efecto de los calmantes.
—Tengo que hacer algo, Bill.
—Yo iré contigo, Tom —alegó el pelinegro.
—Está bien.
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Esa noche, Bill cargaba una pequeña alforja ceñida a su cintura. Y cubrió todo su cuerpo, con la gran capucha negra que usaba cuando paseaban en luna llena.
Amanda los miraba, oculta entre las sombras de la casa, rogando a su Dios para que protegiera a sus señores.
Tom se transformó a voluntad, su pelaje gris brillaba con las pequeñas luces que se asomaban por entre las calles. Bill caminaba a su lado, estirando la mano, para acariciar su lomo.
De pronto, Tom se detuvo y olisqueó el aroma que John tenía impregnado en la ropa, cuando fue atacado. Hizo una señal con el hocico a Bill, quien se alejó y se ocultó, pegándose a una pared. Las sombras y lo negro de su ropa, actuaban como un perfecto camuflaje.
Dos hombres caminaban hacia ellos, Tom dio un gran salto y rugió fuertemente, mostrando sus afiladas fauces. Los gitanos se espantaron, al grado de hacer una señal de cruz frente a sus rostros y trataron de huir, pero al hacerlo, Bill salió de las sombras y clavó en sus espaldas, las jeringas preparadas. Los hombres dieron dos pasos más y cayeron al suelo, dormidos.
—Lo logramos —susurró el pelinegro.
Subieron los cuerpos al lomo del gran lobo y fueron hasta la estación, donde fueron arrojados, haciendo sonar una campanilla.
Bill subió sobre Tom y emprendieron el regreso a casa.
Desde ese día, cada vez que ocurría algún caso, que la policía no podía solucionar, ellos aparecían, con el mismo resultado. Los criminales dormidos, frente a la puerta de la estación policial.
La ciudad volvió a ser el mismo lugar pacífico. Georg Listing había visto en algunas ocasiones al joven de negro, caminado junto al enorme animal, como vigilando las calles, pero en lugar de espantarse, simplemente sonreía y continuaba su camino. Sabía que los Kaulitz no eran hermanos, que eran amantes, pero no le importaba, esos jóvenes eran gente buena, de la que escaseaba en el mundo y él les protegería.
El rumor de la bestia que rondaba de noche se hizo público, pero pronto los mismos aldeanos, acallaron tales palabras, pues preferían que la bestia vigilara, a que los criminales volvieran a atacar. Y si aparecían forasteros, preguntando sobre la bestia, ellos simplemente, se burlaban de tales “cuentos de viejas” y daban por zanjado el asunto. Toda la ciudad se había coludido para proteger a SU bestia.
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Dos años después, el invierno que azotó Berlín fue sumamente crudo. Muchas familias perdieron sus viviendas, porque las nevazones derrumbaron los techos de sus casas. Bajo las gestiones de los Kaulitz, se construyó un albergue, donde los damnificados pudieran resguardarse, hasta que estuvieran en condiciones de rehacer sus hogares.
El pueblo consideraba a los jóvenes, como los benefactores de la ciudad, aun cuando ellos nunca alardeaban de los progresos que el pueblo tenía gracias a sus gestiones. Muchos de los miembros adinerados de allí, les motivaron a comenzar con una carrera política, punto que era tajantemente cortado de sus conversaciones. Ninguno de los dos ofrecía ayuda, por ganar algo a cambio. Para Bill, el ser generoso era una condición innata en él y para Tom, era una forma de compensar al mundo por la bendición más grande que había recibido en su vida, conocer al pelinegro.
Gracias al lugar estratégico donde trabajaba el trenzado, se enteraba de todas las noticias que surgían. Muchas veces llegaban los pequeñitos corriendo y gritando que el río se llevaba sus casas. Y como siempre, Tom dejaba su trabajo y partía en ayuda de la familia en problemas.
John comprendía la situación, el trenzado era un hombre fuerte, uno de los más fuertes del pueblo, era normal que recurrieran a él. Pero aparte de eso, el herrero sabía que si se necesitaba fuerza extra, él podría cambiar a voluntad y mover, lo que los seres humanos no podrían.
Sin embargo, la escases de comida no era algo que Tom pudiera solucionar con toda su fuerza, ni Bill con toda sus medicinas. La situación se estaba volviendo caótica en el pueblo y las cosechas se habían anegado por las interminables lluvias, pronto la falta de comida atacaría también a la mansión Kaulitz.
—¿Qué haremos Tomi? —preguntó el pelinegro, cargando a un dormido Adam en sus brazos—. No quiero ni pensar en mi pequeño pasando hambre.
—Creo que tengo una idea —El rastudo se sentó y se pasó la mano por la barbilla—. Pero tendremos que hacer una prueba antes.
—¿De qué estás hablando, Tomi?
—¿Qué tan bueno eres para hacer análisis en el laboratorio? —indagó el mayor.
—Soy bueno, pero Gustav es el mejor. ¿Qué necesitas, Tomi?
—Saldré a cazar —Bill bajó al pequeño, recostándolo en su camita y cubriéndolo con una manta caliente, regalo de su abuela Amanda.
—No entiendo.
—Traeré algún animal, alguna presa —Bill lo seguía con la mirada—. Tendrás que analizar la carne, para asegurarte de que no cargue la infección de mi maldición.
—Dices que…
—No lo sé Bill, no puedo estar seguro. Mi padre me contó cuando era un niño, que si un hombre lobo te hiere, te contagia con su maldición y te vuelves uno de ellos. Eso me pasó a mí —El menor asintió en silencio—. Si cazo un animal, pero este muere, no sé si la maldición se propagará o si morirá junto con la bestia. ¿Crees que podrías descubrirlo?
—Nunca lo habíamos intentado —comentó el pelinegro—, pero podríamos saber si queda algún patógeno vivo en la carne, porque si es así, la persona que la consuma cambiaría también a un lobo.
—Y eso no podría permitirlo —aseguró el trenzado—. Jamás cambiaré a nadie a voluntad. Es una maldición demasiado difícil que cargar.
—Comprendo, Tomi —El menor se acercó y abrazó a su pareja, besando sus labios con cariño—. Te amo.
—Saldré por la noche, no quiero que nadie me vea.
—Bien. ¿Quieres que te acompañe? —indagó, besando su mejilla.
—Prefiero que duermas, hace mucho frío afuera y no quiero que pilles un catarro —Lo cubrió con sus fuertes brazos y lo apretó contra su pecho—. Además, quiero que me esperes en la cama —Lamió un punto detrás de su oído, que estremeció al pequeño.
—Está bien.
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Bill llevó un trozo de la liebre que Tom cazó por la noche, para realizar el experimento. No había razón para matar a algo más grande, por lo menos hasta que tuvieran los resultados de los análisis.
El pelinegro estuvo toda la mañana realizando diferentes pruebas, consultando con Gustav, para asegurarse de que la carne podría ser consumida por cualquiera, sin temor a contagiarse. Tras mucho batallar, ambos decidieron que la comida estaba sana.
Al dar las buenas noticias al trenzado, Amanda le ayudó a preparar unos morrales de cuero, en los que pudiera transportar a sus presas. Ya tenían todo planeado, Tom se iría en forma de lobo, pues en su estado salvaje, podría avanzar grandes distancias y encontrar mejores presas. Luego de cazarlas, las faenaría, para cargarlas en forma más compacta y emprendería el regreso. Habían hablado con John, para anunciarle una ausencia de por lo menos dos días. Ese era el tiempo que habían calculado que tardaría, cosa que los humanos podrían hacer en un par de semanas, consumiendo durante el viaje de ida y regreso, aquello que pudieran cazar. Sin duda, el tener a un hombre lobo de su parte, era muy beneficioso.
Las cosas resultaron como habían planeado, Tom regresó lo más pronto posible y repartieron las carnes entre los miembros de la familia Kaulitz, eso incluía a los miembros de la servidumbre y a los amigos. A cambio de ello, las personas que aceptaban sus regalos, ocupaban las pieles de sus cazas para crear nuevos abrigos para los Kaulitz.
Tom repitió el viaje, para alimentar a las personas del albergue y también a algunos viajeros que pasaban por la ciudad en busca de lugares más cálidos.
En algunas ocasiones, los trabajadores divisaban a lo lejos a un lobo gigantesco cargando morrales en su lomo, firmemente atados, cual si fuera un caballo. El animal los veía al pasar, pero lejos de dañarlos, simplemente continuaba su camino. Los hombres, campesinos en su gran mayoría, agitaban la mano para saludar a la bestia que nuevamente salvaba su pueblo.
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Cuando lograron sobrevivir al frío invierno, los deshielos causaron otros nuevos problemas. Un aluvión inundó el lago, que era la principal fuente de agua cristalina que bebían los habitantes de Berlín, en cosa de dos días, una enfermedad estomacal atacaba a los más vulnerables de la ciudad: los niños.
—¿Cómo está Adam? —preguntó Gustav a su compañero de trabajo.
—Él está bien, pero hay muchos niños infectados y temo que mi pequeño se pueda contagiar sin beber del agua —respondió, revisando su equipo, tendría que salir en su ronda matutina a controlar a los infantes del albergue.
—Creo que tengo la solución —comentó el chico, levantando el libro que tenía en las manos.
—Por favor, dime que así es —dijo el pelinegro, casi suplicante—. No soportaría tener que sepultar a un niño tras otro por esta epidemia.
—He estado leyendo estos libros de hierbas, comparando los síntomas y creo que podría crear un antídoto, si tengo esta hierba —Señaló el libro—. Mírala.
El menor se acercó al volumen y leyó el nombre, arrugando el ceño.
—Pero no se da cerca de aquí.
—Pero es posible encontrarla a unos cuantos kilómetros de aquí, en la espesura de bosques del norte. El problema será llegar hasta allá deprisa.
—Dame el libro. Toma mi turno —Ordenó el joven y salió rápidamente de allí.
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Cabalgó hasta la herrería y cogió a Tom del brazo, compartiendo la explicación recibida por Gustav.
—Pero no sabré reconocer las plantas —alegó el trenzado, temeroso de envenenar a los niños, por causa de un error.
—Pero Bill las conoce a la perfección —intervino John, quien los había oído desde atrás—. Ve con él, Tom. Los niños te necesitan.
—Vamos.
Esa misma noche, los Kaulitz llegaron sudados y sucios, golpeando la puerta de Gustav, quien los esperaba, pues presentía lo que harían.
Preparó el medicamento durante la noche y dejó destilar las hierbas hasta la mañana. Con la nueva medicina, se reunieron con el doctor Hans y entre los tres, se dedicaron a vacunar a los niños. Al término de la semana, nadie recordaba la epidemia, pero nunca olvidarían a quienes los habían vuelto a rescatar.
& Continuará &
Bien, ahora nos queda claro que los Kaulitz son amados por el pueblo, que hay personas que saben a ciencia cierta de la naturaleza lobuna de Tom, y que el resto de los ciudadanos los protegerá, pues los chicos mantienen la paz, son como héroes.
Quiero aclarar que Georg Listing, el sheriff a partir del siguiente capítulo tendrá 30 años, al igual que Gustav, nuestro investigador y farmacéutico.
Tom tendrá 24 años cumplidos y Bill 23 ½ el pequeño Adam tendrá 4 ½