«Perfect Love»
Capítulo 1: Atrapados
—Bill, Bill despierta —susurró un hombre mayor sacudiendo a un pequeño pelinegro que dormía pacíficamente en su cama—. Ven a ver, hijo mío.
—¿Qué cosa, papá? —respondió, tallándose los ojos—. Aún está oscuro.
—Es el lobo. Uno pequeño.
—¿De veras? —Los ojos del pequeño brillaron de la más pura emoción.
Desde siempre le hablaron sobre la existencia de los hombres lobo que habitaban el bosque oscuro, le contaron que eran criaturas violentas y extremadamente peligrosas, y ahora por fin vería a un auténtico hombre lobo.
Bajaron presurosos hasta el sótano de la enorme casa.
—Por aquí, hijo. —Le señaló la sala de experimentos.
El pelinegro entró y vio con horror a un chico pequeño, de aproximadamente su misma edad, con enormes grilletes en las manos y piernas, completamente desnudo, con marcas de golpes y arañazos.
—Papá está herido y… es humano. —Lo dijo como si los adultos no lo hubieran notado. El chico encadenado se removía y aullaba de dolor por todas las heridas de su cuerpo.
—No es humano, Bill, ya casi amanece, la luna le ha abandonado —explicó el adulto, sin misericordia, con la voz fría, pero con un deje de sadismo, que mostraba a su aterrorizado hijo, que para la pobre criatura, habría sido mucho mejor, haber muerto en el bosque.
—¿Es necesario que esté así de amarrado, padre? Parece que le duele y mucho —El niño tenía la voz quebrada, no toleraba ver el sufrimiento en otros, y no se le hacía justo que un niño como él estuviera en esa situación.
—No te acerques mucho, Bill, te puede morder —regañó el adulto, sujetando el hombro de su hijo.
—Señor Kaulitz, ¿podemos discutir los asuntos de la recompensa por la captura del animal? —Preguntó un hombre con aspecto feroz.
—¡No es un animal! —Gritó Bill y se limpió una lágrima que se le escapó.
—Hagámoslo afuera, mi hijo es un poco sensible —respondió a los tres hombres que habían capturado al pequeño lobo.
—El niño no es del todo un científico como usted, señor Kaulitz —comentó uno de los hombres, completamente adulador.
—Lo será, señores, lo será. —Y todos salieron de la habitación, dejando a Bill mirando cómo se removía el otro niño.
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—Oye. —Saludó despacio—. Me llamo Bill, perdona que te tengan así, pero mi padre piensa que eres peligroso. —El otro niño lo miró incrédulo—. ¿Tienes un nombre?
—Tom —contestó con voz rasposa y tosiendo un poco—. A-a-agua.
—Mi padre me matará, pero… espérame. —Fue hasta una mesa y tomó del jarrón un vaso con agua y se acercó a Tom. Le ayudó a beber.
—Gracias.
—Tienes colmillos —susurró el pelinegro asombrado—. ¿De verdad eres un lobo?
—Lo soy, mi padre dice que un lobo me hirió al nacer y desde entonces cambio.
—Si me lastimas… ¿Me podría convertir en lobo como tú?
—Sí… ¿Tienes miedo?
—No, creo que no lo harías a propósito ¿O sí?
—Todos nos odian, nos cazan y nos matan, es la única manera de mantenernos con vida.
—Pero ahora estás aquí, nadie te hará daño —aseguró el pelinegro.
—Gracias. —Pero los pequeños estaban muy equivocados en sus ilusiones.
El padre de Bill, Jorg Kaulitz era un gran científico, muy rico y prestigioso. Desde que se esparció la noticia de que tenía un hombre lobo, hacía presentaciones públicas, prácticamente lo torturaba, pues sus heridas sanaban rápidamente.
Bill odiaba lo que hacía y por las noches bajaba al sótano. No hablaba con Tom pues sentía vergüenza de lo que su padre le hacía, pero desde la ventana de su cárcel, lo observaba, lloraba en silencio por su amigo, pero no había nada que él pudiera hacer, aún era pequeño.
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Los años pasaron, Bill había cumplido los 15, se había dedicado a la ciencia, pero para curar personas, es decir, a la medicina, no quería involucrarse en nada de lo que hacía su padre.
Una noche, tomó las llaves de la celda de Tom, no había nadie cerca. Se armó de valor y bajó al sótano. Lo vio, estaba realmente mal, lo habían maltratado bastante. Aún conservaba los grilletes de las manos, por lo tanto su postura para dormir, no era para nada cómoda. Se acercó con su maletín y limpió las heridas, Tom se quejó.
—Auch, duele.
—Lo siento, estoy aprendiendo.
—¿También experimentas conmigo? —Indagó el chico de rastas, pero no tenía intensión de ofender al pelinegro.
—¡Claro que no! —Abrió los ojos como platos—. Aprendí medicina por ti, para poder curarte cuando estás… así… —Sus ojos se aguaron—. Perdóname, no puedo hacer nada para… para liberarte.
—No llores, no es tu culpa. —Estiró la mano para acariciarlo, pero no lo alcanzó. Bill se percató y prácticamente se echó en el cuello del lobo a llorar—. Bill, Bill, Bill, no es tu culpa.
—Oh, Tom. ¿Qué me pasa?
—Espero que te pase lo mismo que a mí. —El chico lo miró de frente.
—¿Qué te pasa, Tom? ¿Aquí? —Señaló su corazón.
—Puedo soportar mil maltratos y torturas, Bill, pero cuando estás cerca, esa parte, mi corazón, late más rápido, cómo el tuyo ahora.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo súper desarrollado el oído y el olfato. Sé cuando te escabulles y vienes a mi puerta. Te huelo y siento tus latidos.
—¿Por qué siento esto, Tom? —Preguntó el pelinegro, buscando respuestas.
—No lo sé, me alejaron de mi padre hace tanto, no sé a quién hacer las preguntas.
—Todo este dolor desaparece cuando estoy cerca de ti, Tom.
—Bill, abrázame. —El chico hizo como se le pidió—. Me siento tan lleno de esta emoción, que no quiero que desaparezca.
—Quiero que estés libre, Tom. Estos malos tratos, terminarán matándote.
—Pueden aprisionar mi cuerpo, pero mi corazón está libre y está contigo.
—¿Puedo curarte las heridas?
—Límpialas, no pongas vendas o sabrán que estuviste aquí.
—Está bien. —El pelinegro limpió y besó cada magulladura y ascendió repartiendo besos, hasta llegar a los labios del chico de rastas rubias. Posó sus labios y un escalofrío recorrió su espalda y la de su compañero. Como Bill era quien estaba libre, abrazó el cuerpo de Tom con desesperación—. Debo irme.
—Lo sé. Ha sido maravilloso.
—Prometo que volveré.
—Debes ser cuidadoso.
—Lo seré.
—Te estaré esperando, Bill. Adiós.
—Adiós.
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Así pasaron las noches, ocultos de las curiosas miradas, entregándose amor inocentemente. Unos días después era luna llena. El señor Kaulitz intuía que su hijo no lo pasaba bien durante esos períodos, él se los atribuía a su indeseable huésped, prisionero en el frío sótano.
Para disipar el sufrimiento de su hijo, trajo a casa a una hermosa joven que pudiera convertir en hombre a su pequeño y aliviar su estrés.
Entre tanto, él se dirigía a su laboratorio, este día sería especial para hacer experimentos con el sujeto de pruebas.
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Abajo, Tom sabía que el día de luna llena estaría lleno de crueles experimentos, como los venía sufriendo desde niño, así que en lugar de concentrarse en su sufrimiento, lo haría en su adorado pelinegro.
—Mira muchacho, hoy trabajaremos con plata —comentó el científico calentando el material en un pocillo de hierro.
La mente del joven de rastas se fue de ahí. Debía sentir el olor de Bill. «Ahí está» Se dijo mentalmente, apenas pudo reconocer el aroma en el aire.
«Pero… ¿con quién está? ¿Una mujer? Su corazón está acelerado ¿Por qué? Yo creí que sólo se ponía así conmigo. ¿Bill, qué está pasando? ¿Me has dejado? Yo no quiero compartirte, te quiero sólo para mí» Su diálogo interno, le distrajo, hasta que…
—¡Aaahhh! —Gritó y por primera vez, se dio un momento de debilidad y lloró, delante de todos.
—Vaya —anunció sorprendido el científico—. Parece que la plata funciona.
Pero no era el dolor físico, lo que hacía sufrir al joven lobo. Era el hecho de sentirse abandonado y traicionado.
«¿Qué haré ahora? ¿Sin Bill? ¿Sin sentirlo cada noche detrás de las puertas? ¿Sin oír su corazón agitado? ¿Sin sentir sus labios sobre los míos? ¿Qué haré sin ti, Bill? No puedo, ya no más. Me dejaré morir, ya no me importa nada, sin ti, no hay nada» Pensó dramáticamente el rubio.
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Por la noche, después de una dolorosa transformación. Tom mostró toda su frustración, aullando como nunca antes lo hubiera hecho. Su “yo” animal, vio la acción de Bill como una traición. Sentía que esa mujer había invadido su propiedad, y apenas volviera a sentir su aroma, la despedazaría. Se lo merecía, por acelerar el corazón de su pareja, de su moreno, de su Bill.
Fue tan grande su ira, que rompió los grilletes que lo sujetaban. Por un momento los ayudantes del señor Kaulitz, temieron, pero él les tranquilizó diciendo, que el lobo jamás podría salir de aquellas murallas, por mucho que luchara y rasgara las paredes.
Finalmente, después de estar toda la noche estudiando el extraño comportamiento del animal, todo el grupo de apoyo del científico, se retiró a descansar. Sólo entonces, cuando la casa estuvo prácticamente vacía, un joven pelinegro, tomó las llaves y bajó al sótano.
Entró en la prisión de Tom. Él yacía completamente agotado, inmóvil. Bill estaba seguro de que el lobo estaba muy adolorido por su transformación, se acercó despacio y puso su mano en el rostro del de rastas, que tenía los ojos cerrados.
—Ya no hueles a ella —susurró sin abrir los ojos y con la voz rasposa.
—Te daré un poco de agua —anunció el moreno poniéndose de pie. Él sabía a dónde llevaría esta conversación—. Toma. —Le acercó un vaso y le dio, sólo entonces se percató que sus grilletes, habían sido arrancados—. Estás libre, Tom.
—Sí. ¿Eso te asusta? —Lo miró profundamente.
—Tú nunca me has asustado, Tom.
—¿Qué hiciste ayer, Bill? Sabes que puedo sentirte.
—Mi padre trajo una mujer… para mí —explicó casi en un susurro y bajando la mirada. Todo aquello sobre la sexualidad era nuevo para él y le avergonzaba.
—¿Y te gusta ella? Porque tu corazón latió desenfrenadamente con ella, creí que sólo lo hacía conmigo. —Su voz se tornó irregular.
—Le hice preguntas, Tom, fue eso, quería saber cosas, sobre nosotros —contó, tratando de calmarlo, lo abrazó, pero el lobo lo rechazó.
—No me toques.
—No me alejes de ti, Tom, por favor, déjame aclararte las cosas.
—No quiero compartirte con una mujer, ni con nadie. Sé que estoy encerrado, pero puedo sentirte y lo sabes. —El chico volvió a abrazarlo.
—Déjame explicarte, por favor. —Sin poder resistirse por más tiempo y por fin usando sus manos, abrazó al más pequeño.
—Oh, Bill, deseaba tanto poder abrazarte por mí mismo.
—Tomi, te amo. —El de rastas se liberó y lo miró interrogante.
—¿Qué dices?
—Este sentimiento, Tomi, se llama amor. Yo te amo. —El rubio, sólo entonces, comprendió y volvió a cobijar a su pequeño en sus fuertes brazos.
—Yo también te amo, Bill. —Le dijo al oído.
—Tomi…
El pelinegro se sentó en los muslos de su pareja, poniendo una pierna a cada lado de su cuerpo y se alzó para estar a la altura del rostro de su amado. Como siempre hacía, puso sus labios sobre los del contrario, pero esta vez mordió el labio inferior de Tom. Como reflejo, el rubio entre-abrió su boca y Bill introdujo su lengua, al principio el de rastas se tensó, pero al sentir la lengua del pelinegro sobre la suya, masajeando con ternura, lo llenó de nuevas emociones y sensaciones. Un jadeo se escapó de sus labios y Bill lo imitó.
—Déjate llevar, Tomi —dijo con voz sensual. Tampoco tenía mucha experiencia, pero guió a su amor con pasión y ternura.
—Oh, Bill.
—¿Te gusta?
—Demasiado
—¿Y esto? —Se frotó contra la entrepierna del lobo, sin dejar de besarlo.
—Aaahhh —Gimió sonoramente— ¿Por qué probaste esto con otra persona, Bill? —preguntó triste y se alejó del pelinegro, quien lo vio angustiado.
—Te juro que no pasó nada, ella me explicó, y yo lo único que quería era que pasara el tiempo para venir y mostrártelo. Lo juro, Tomi.
—Probemos entonces. —Lo tomó con fuerza y lo puso sobre su regazo. Olvidando sus celos y tratando de aprovechar, el escaso tiempo que tenían—. Déjame quitarte la ropa. Tú siempre me ves desnudo y yo no conozco tu cuerpo.
—Yo, no soy como tú —susurró muy tímido—. Soy muy blanco y flaco. —El de rastas terminó de desnudarlo y lo miró completamente.
—Eres hermoso, Bill, justo como te imaginé —Lo abrazó—. Tu piel es tibia y… —Le pasó la lengua por el cuello—. Y sabes bien. —Bill se estremeció por completo y se ruborizó.
—Oh, Tomi. Tócame, te lo suplico, tócame por completo.
—Puedo sentir tu corazón completamente desbocado.
—Es porque estoy contigo, mi amor.
—Me gusta cómo suena esa palabra: “mi amor”. Te amo, Bill.
Se besaron apasionadamente y el rubio comenzó a pasar sus manos por toda la espalda del pelinegro, quien se deshacía en suspiros. Bill no quiso quedarse atrás y acarició también a su amado lobo.
—Ah, Tomi. —El de rastas suavemente ubicó al pelinegro en el piso y se puso sobre él. Bill para darle espacio, abrió sus piernas y las enredó en las caderas de Tom, lo que ocasionó que sus miembros se rozaran, haciéndoles soltar gemidos de placer. Tom siguió moviéndose sobre su pelinegro—. Tomi, siento que voy a explotar.
—Yo también lo siento. ¿Quieres que me detenga? —Preguntó temeroso de recibir un sí como respuesta.
—No Tomi, verás que es muy agradable. —Al sentir que el final se acercaba, Tom se movió frenéticamente sobre Bill, hasta que el orgasmo los golpeó fuertemente.
—Ah Biiiiiil —Gimió el de rastas.
—Oh, mi amor, hoy hemos hecho el amor Tomi —susurró el pelinegro en su inocencia.
El rubio, que nunca había recibido más que maltratos, el sentir esta nueva sensación, sintió un estremecimiento más allá de lo físico, algo que llenaba su alma.
—Desde ahora será tan difícil para mí estar encerrado sin sentirte, Bill, me desespero de pensar que estás afuera rodeado de gente y cualquiera te podría hacer sentir esto.
—No, Tomi —Le interrumpió poniendo un dedo sobre sus labios—. Nadie más que tú, me hará sentir esto y algún día podré sacarte de aquí, te lo prometo.
—No te arriesgues, mi amor. Tu padre podría matarte por ayudar a un lobo como yo. Pero hallaremos un modo.
—Entre tanto nos seguiremos viendo cuando todos duermen, porque no me podré alejar de ti por mucho tiempo.
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Así pasaron los días y los chicos se acariciaban cuando no había nadie o todos dormían, pero cada vez era más peligroso. El padre de Bill comenzaba a sospechar que su hijo hacía cosas incorrectas. Pero el joven, con todo el cuidado que podía, se escabullía por entre las frías paredes hasta llegar donde su amado.
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Como si los dioses dieran su aprobación para este amor, un día el suelo comenzó a sacudirse. La tierra se abrió y las murallas colapsaron. Una de ellas aplastó al señor Kaulitz y Bill sin pensarlo dos veces bajó hasta el sótano y abrió la puerta de la mazmorra que aprisionaba a su amado.
—Tom, vámonos, la tierra tiembla y la casa se viene abajo.
—Vamos. —Al ver el peligro en que se encontraban, el de rastas miró a su amado y le preguntó—. ¿Me temes?
—Nunca te he temido. —Se transformó a su forma más poderosa, un gigantesco hombre lobo, de pelaje gris. Con cuidado de no arañar a su pelinegro, lo puso sobre su lomo y salió a toda velocidad de ahí.
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Mientras salían de la casa, veían cuerpos inertes e incendios a lo lejos. Tom corrió al bosque y cuando estuvo seguro de que nada les caería encima, se detuvo y volvió a su forma humana
—Espero no haberte asustado, Bill —expresó un poco avergonzado por haberse vuelto un animal.
—Me has salvado la vida, Tomi. ¿Por qué habría de temerte? —Aseguró con una sonrisa, que el rubio imitó.
—Siente. —El chico lobo se agachó y tocó el suelo—. Ya no tiembla.
—Mi padre está muerto —confirmó el pelinegro, tomándole las manos. —Ahora nadie te molestará.
—Ahora tú tomarás su lugar.
—Venderé todo y me iré de aquí. Vámonos Tomi, yo me voy contigo. He escuchado que en Berlín hay bosques hermosos y podrás salir en luna llena.
—¿No estás siendo ingenuo, Bill? Soy un animal —sostuvo el de rastas, repitiendo las palabras del científico.
—¡No lo eres! Sólo estás enfermo, la luna llena te afecta, pero por lo demás eres completamente humano. Y jamás te nombres a ti mismo un animal, ¿está claro? —regañó seriamente, con el ceño fruncido.
—Sí, precioso. —Se acercó y lo besó.
—Debemos volver y conseguirte algo de ropa. No quiero que nadie tenga la suerte de verte desnudo, nunca más. De ahora en adelante serás sólo mío, Tom Kaulitz.
—Está bien, Bill Kaulitz, seremos el uno para el otro. Para siempre.
—Sí, para siempre.
& Continuará &
En un principio, este era sólo un One-Shot, pero a petición del público, siguió en tres capítulos más, que forman la primera parte. No te los pierdas y gracias por leer. Y si quieres escuchar la canción que me inspiró a escribirlo, se llama “Perfect Love” del grupo ELIS.