«Reverse I» Fic de Alter Saber
Capítulo 2: Perspectiva
«Y el león se enamoró de la oveja»
Recuerdo que de pequeño, leí un libro en el que se cuenta la historia de una pequeña familia de felinos que gobernaban en una pradera cerca de un río en el que un día apareció una oveja lastimada y a punto de morir. El león más pequeño corrió a su lado, la acerco a la orilla y estuvo en su compañía hasta que despertó. De allí en adelante, se hicieron tan cercanos que parecían incluso enamorados, pero ¿Qué sentido tenía para un león fijarse en una oveja; acaso ésta no es más que una simple presa? ¿Y sí llegara el día en que el alimento escaseara y sólo quedara ese animal indefenso; no le jugaría una mala pasada tener ese deseo de devorarle por completo? Renuente a todo, el león eligió su amor y a cambio perdió su vida en lo que fue un intento por defenderla de su manada.
Desde ese momento comprendí dos cosas que me han servido de pilar a lo largo de mi vida: 1. El amor no es rentable y 2. Piensa en ti antes que en cualquiera. Basado en esa filosofía existencial, he pasado un cuarto de vida explorando el placer sexual; siempre al lado de chicas atractivas con curvas definidas y rostros angelicales. Estoy rodeado de la élite de Frankfurt, familias adineradas, clubes, fiestas sofisticadas, discotecas, alcohol y mucho sexo. ¿Qué más necesitaría para sentirme pleno? Nada, absolutamente nada. Aunque existen ocasiones en las que mi ánimo decae tanto que me sumo en un espiral sin fondo, como si me sintiera aislado de todo y deseara desaparecer; jamás he entendido a que se deben dichas sensaciones, pero trato de hacerlas a un lado y continuar con lo que yo llamaría: Felicidad.
Luego de ese momento de intensa reflexión, abro los ojos y me siento en el borde de mi cama, sintiendo como el mundo se viene abajo. Me duele la cabeza, mi cuerpo está pesado y presiento que vienen unas profundas ganas de vomitar. Si, de seguro esos 3 días de desenfreno me están pasando factura. Me levanto como puedo de allí y me dirijo al baño, tomo una ducha y salgo dispuesto a escoger del armario lo primero que me parezca aceptable, porque a pesar que soy atractivo, tengo un descuido total con mi estilo, igual no me interesa; agarro unos boxers, jeans y una camiseta blanca, las zapatillas nike, una banda, la gorra y listo.
Cuando estoy por salir de mi cuarto, mi celular empieza a sonar, miro la pantalla y me doy cuenta que es un número que no conozco; atiendo la llamada y segundos después de haber contestado, me arrepentí profundamente de ello: «¿Tom? ¿Se puede saber por qué no contestas mis llamadas? Llevo dos días enteros tratando de contactar contigo, pero tú de seguro te estás haciendo el idiota y ni siquiera me respondes. Pensé que lo que paso entre nosotros había sido especial, al menos para mí lo fue. ¿Qué sucede?»
Era Anna, si mal no recuerdo, el sábado luego de unas cuantas copas, ella se me acerco y me pidió que bailáramos; mientras me decidía entre aceptar su propuesta o rechazarla, me di cuenta que para ser una mujer de baja estatura, tenía un cuerpo muy proporcional, con una piel tan blanca que parecía de cristal, unos labios rosados y unos ojos verdes que hacían juego con su hermoso cabello castaño-rubio; sin más preámbulos ni observaciones, la lleve de la mano hacia la pista de baile; la tome de la cintura y en un movimiento acorde con el ritmo del momento, empecé a acercarla a mí y susurre despacio en su oído: «Eres realmente hermosa, tanto así que me quitas el aliento». Pude apreciar como sus mejillas se teñían de un rosa que la hacían adorable y pensé: ¡BINGO!
Luego de un rato de roces, susurros y uno que otro beso; nos dirigimos hasta una de las habitaciones y la tomé allí, con fuerza, marcando territorio, dejándole una huella que le impidiera olvidarse de mí. Mis intenciones en ningún momento fueron generarle «Ilusiones» sobre una pareja feliz, sólo quería que me buscara para otra sesión intensa de sexo, porque he de aceptar que disfruté mucho a su lado, pero nada más; quería un asunto netamente carnal, ni hablar de amor y cursilerías como esas.
Seguía escuchando sus reclamos a través del celular y pronuncié: «Disculpa, llevas más de 20 minutos lanzando insultos sin parar en mi contra y a decir verdad no recuerdo… ¿Podrías refrescarme la memoria y decirme quién eres?». Sabía con claridad que se trataba de Anna, pero no quería que pensara que la reconocía o la había dejado presente; mejor que crea que para mí, ella, al igual que las otras, era una presa más.
Escuché un leve sollozo y después: «¿Cómo que quien soy? Por Dios Tom, nos acostamos el sábado en la fiesta de Natalie, ¿No lo recuerdas? Soy Anna Heithworth»
Y luego de tapar el micrófono para que no escuchara una risita disimulada que se me escapo, le dije: «Oh, Anna! Si, si, ya te recuerdo. ¿Cómo has estado? ¿Cómo has conseguido mi número? No sabía que se te daba tan bien eso de ser una completa acosadora, porque más de 20 llamadas en dos días es un poco como decirlo sin ser basto…Ummm, es un poco psicópata, ¿No lo crees?»
Sabía de sobra que estaba siendo cruel a sus ojos, pero poco me importaba. Nunca he sentido remordimiento por algo que haya hecho o dicho, si las personas no se sienten cómodas con mi forma de ser, pues pueden irse exactamente por el mismo lugar donde llegaron. Estas situaciones donde las chicas me reclaman y lloran porque se hicieron falsas ilusiones, me exasperan por completo; yo en ningún momento insinúo que deseo tener una relación estable o siquiera menciono que me gustan, pero ellas como pequeñas e indefensas ovejas, ruegan por mi atención.
Mientras pienso en ello, escucho desde la otra línea un llanto casi imperceptible: «Así que fui sólo un juego para ti, me seduces, me buscas, me usas y luego me arrojas como uno de tus tantos desechos…Qué estupidez; no vales ni mi tiempo»
Me enojé, pero ¿Qué demonios se creía esta tipa para venir a sermonearme? ¿Acaso fui yo quien la busco y la invito a bailar? ¿Por qué actúa como si fuera una santa? Sabiendo que ella no paraba de suplicarme que la tratara como la vil arrastrada que es. Salgo de mi cuarto, bajo las escaleras y me dirijo a la cocina; sirvo un poco de jugo y empiezo a beber, mientras Anna sigue llorando del otro lado. Respiré unas cuantas veces, pero no me sirvió de nada; me enfureció tanto que insinuara que su sufrimiento era mi responsabilidad, cuando claramente ella era la que había inventado una fantasía de la que yo no iba a hacer parte aunque quisiera; porque si, el amor me es indiferente, lejano, casi utópico.
Y luego de eso, contesto: «Pero, ¿Qué demonios sucede contigo Anna? ¿Acaso piensas que porque me acosté contigo una vez, puedes estar llamando todos los putos días como si fuéramos una pareja enamorada? Si no quieres que pierda de vista todo lo que a ti concierne, será mejor que te metas en tus asuntos y a mí me dejes tranquilo».
No la dejo responder, cuelgo el teléfono y lo arrojo contra la pared. Que se vaya a la mierda con sus estúpidas conclusiones; empiezo a dar vueltas en la cocina como si me sintiera asfixiado, porque una vez que se me salta el genio, sabrá Dios como hago para apaciguar tanta furia. Me detengo, inhalo y exhalo unas cuantas veces, hasta que reparo en unas botas negras que se encuentran a escasos centímetros míos; empiezo a subir mi mirada y lo que me encuentro de frente, sin duda alguna, sería el causante de mi perdición.
Era alta casi de mi misma estatura, con un cabello negro y largo; una piel blanca, tan delgada y frágil que parecía romperse con un simple tacto. Su ropa era una poesía, pantalones ajustados, una blusa transparente de tono oscuro, botas negras de cuero, una chaqueta con cremalleras por todos lados; todo ese estilo acompañado de complementos como anillos, cadenas y manillas; pero sí algo logró cautivarme por completo, fueron sus ojos: Grandes, expresivos, escondidos bajo unas sombras de color oscuro que amenazaban con encarcelarme allí sino dejaba de verle. Y sin siquiera desearlo, me encontraba disfrutando de aquella vista, como si de una pieza de arte se tratara, tan sublime e irreal era su belleza que me dejo pasmado.
Al observar una vez más su rostro, pude distinguir un pequeño rubor en sus mejillas que me resulto irresistible. Tenía un aura cargado de tanta inocencia e ingenuidad que me dejo fascinado. Sin embargo, se dio cuenta de mi intensa introspección y se dio vuelta como si quisiera huir de allí; sin pensarlo un segundo, di dos pasos al frente y la tome por la muñeca, al girarse, me permitió ver esas dos perlas de color miel que tanto me habían hipnotizado y pensé que si Dios quería burlarse de mí, ésta era la mejor manera para conseguirlo; porque sólo unos minutos después de ese primer encuentro, me di cuenta que esa despampanante divinidad que me había robado el aliento, era un hombre.
Continúa…
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