«Perfect Love: Rituales» Fic de MizukyChan
Capítulo 10: Transformación (Parte 2)
La primavera había llegado y con ello la calidez del sol y una nueva esperanza para sembrar la tierra. La gente poco a poco dejaba el albergue y se reintegraba a sus propios hogares. Los terrenos estaban listos para recibir semillas y los animales preñados, estaban pariendo sus crías, como una señal de que el ciclo de vida continuaba.
Pero la primavera no solo trajo cosas positivas, el tan temido evento también arribó. Uno de los policías fue el primero en ver la señal en el cielo y corrió hasta la gran sirena del pueblo y la hizo sonar, girando la palanca con todas sus fuerzas. Los hombres entrenados dejaron sus puestos de trabajo, para enfocar la vista en el cielo y divisar la marca que indicaba que la batalla estaba cerca. Corrieron en busca de sus morrales, con algo de comida y sus armas y rápidamente, montaron sus caballos y se dirigieron hacia la entrada del pueblo, donde sería el punto de reunión.
—¡Tom! —Llamó el sheriff, acercándose al equino negro del lobo—. ¡Ya están aquí!
—Ya saben qué hacer —dijo el trenzado con la voz fuerte, para que cada hombre presente le oyera—. El batallón de reserva sale conmigo ahora mismo. Los policías van al puesto dos y luego nos reunimos en el tercer punto de batalla.
—Habrá comida para todos en el puesto tres, si todo sale como esperamos, tardaremos unos tres días en terminar con este enfrentamiento. —Informó el castaño—. Si pueden, aten a los prisioneros, pero si son muy cabrones, no duden en salvar sus propias vidas. Nadie los juzgará por acabar con una banda de criminales.
Los hombres asintieron, pero Tom ya les había pedido en innumerables charlas, que no dejaran que la batalla los enloqueciera, que no perdieran su visión y que sus ideales, fueran la justicia y el proteger a su gente, no el asesinar como criminales. Tras unas cuantas indicaciones, los grupos se separaron.
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Los tres médicos escucharon el sonido estruendoso de la sirena en el hospital. Gustav fue el primero en correr afuera y mirar en todas direcciones, hasta que dio con la nube de humo que anunciaba el ataque de los bandidos. Bill se sostuvo de su brazo cuando sus ojos vieron lo mismo.
—Tom… —susurró y los nervios de inmediato lo atraparon.
—No tienes que ponerte ansioso, ya sabes que tienen una muy buena estrategia.
—Sí. —De pronto, la expresión nerviosa del pelinegro cambió a una de total resolución. Dio media vuelta y entró al consultorio, tomando de inmediato su morralito tejido.
—¿Qué haces, Bill? —preguntó el doctor Hans, al verlo buscar entre los gabinetes de medicinas.
—Busco alcohol y vendas, para los heridos —respondió el chico, sin detener sus acciones.
—¿Por qué?
—Iré con ellos. Tengo que ayudar a los que resulten lastimados. Podría ser John, su hijo o cualquiera de nuestros amigos. —Explicó sin parar.
—Iré contigo. —Agregó Gustav al escuchar las frases de su colega—. Como médico, juré ayudar al desamparado y en estos casos, una intervención a tiempo, podría salvar una vida.
—Yo los esperaré aquí. —El doctor Hans sabía que él estaba demasiado viejo para esa clase de decisiones heroicas—. Pero te ruego que pases por tu casa, Bill. Avisa a Amanda o estará muy preocupada por tu ausencia.
—Lo sé. —Bill no quería alarmar a la mujer, pero si simplemente partía sería igual de desastroso para la anciana que lo veía como a un hijo. Además estaban sus pequeños.
Tras preparar lo necesario, Gustav y el pelinegro cabalgaron a la mansión Kaulitz. Una vez allí, informaron a Amanda de sus decisiones, cosa que asustó mucho a la mujer.
—Por favor, Bill, ve donde está Tom, él te protegerá. —Pidió con las manos temblorosas.
—Lo haré. —Prometió el chico y luego se alejó de allí, hasta sus hijos—. Pepe, Adam, necesito que cuiden muy bien la casa. Yo iré a ayudar a papi Tom a la batalla.
—Sí, papi Bill —respondió el moreno—. Por eso papi Tom nos ha entrenado, puedes contar con nosotros, ¿cierto, Adam? —Miró al chico rubio, quien solo asintió.
—Está bien. Los amo mucho. —Besó sus frentes y luego fue hasta el patio trasero, donde Kami jugaba con el pequeño Thomas.
—Papi Bibi —balbuceó el chiquillo y corrió hasta su padre—. Te kero, papi.
—Lo sé, mi amor. Yo también te quiero mucho.
—¿Pasa algo, joven Bill? —preguntó la doncella, ante la llegada tan temprana de su patrón.
—Iré a la batalla con Tom y los demás. Ayudaré con los heridos. —Explicó el pelinegro, cosa que sorprendió a la jovencita. Bill recordó las palabras que había compartido en una ocasión con su lobo, sobre el posible escape de alguno de los vándalos y todo el mal que ellos podrían causar si llegaban a entrar en su casa. Recordó la violación de Juliet y se estremeció. Volteó su rostro a Thomas y lo miró muy seriamente—. Si alguien malo viene a la casa, pequeño, lo muerdes lo más fuerte que puedas. —Thomas lo miró con los ojos muy abiertos. Papa Tom les decía todo lo contrario, que no debían atacar a nadie, mucho menos en su forma lobuna—. Tienes que proteger a Kami, ¿entiendes, hijo? No dejes que nadie la lastime, ni a ella, ni a Amanda.
—Shiii. —Eso fue suficiente, por muy niño que fuera Thomas, sabía que debía proteger a su doncella, lo supo desde que ella llegó a su vida. Porque ella sería su vida.
Y con esa conformidad, Bill y Gustav abandonaron la mansión.
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Ese día pasó rápido, igual que el siguiente. A la mañana del tercer día, un mercader del pueblo apareció en la entrada de la mansión Kaulitz, con queso fresco de cabra, para intercambiar por algunas pieles. Amanda salió a atenderlo y Adam la acompañó con una pose graciosa de mini guardaespaldas.
El hombre abrió el canasto de sus mercancías y entre tanto relató las noticias que habían llegado al pueblo de la batalla que se desarrollaba a las afueras, cerca de las colinas. Mencionó que sin duda ganarían, pero que temía porque muchos de los granjeros podían salir heridos.
Una idea saltó en la mente del niño y sin dudarlo corrió hasta el interior de la casa.
—¡Pepe! —Gritó con fuerzas—. ¡Pepe, ven aquí!
Su hermano se asustó por los gritos del rubio y bajó corriendo las escaleras—. ¿Qué te pasa? ¿Nos atacan?
—Tenemos que irnos.
—¿Qué? ¿A dónde? —preguntó desconcertado el niño indio.
—Nuestros padres nos necesitan.
—¿Qué ha pasado?
—El hombre del pueblo dice que van a ganar la batalla, pero muchos de nuestro bando están heridos. Tenemos que ayudar a nuestros padres, Pepe.
—Pero ellos nos mandaron quedarnos aquí, cuidar a Amanda, a Kami y a la casa.
—Ya estamos entrenados, Pepe. Somos hombres y tenemos que ir a ayudarles.
—Pero…
—Yo iré, contigo o sin ti.
Y sin más, corrió a la cocina, puso unas manzanas en un morral, se lo colgó en un hombro y salió sigilosamente.
Pepe observó cada movimiento de su hermano y negó con la cabeza. Claro que estaban más fuertes. Su padre los había entrenado bien, pero él sabía que las cosas no eran tan lindas allá afuera. Lo aprendió cuando anduvo errante con Ixchel, en aquellos días en que su padre lo buscaba para exterminarlo por defectuoso. Sacudió la cabeza y corrió tras el rubio. No se perdonaría si algo malo le pasaba, lo quería demasiado como para dejarlo a su suerte y estaba dispuesto a aceptar el castigo que les daría papi Tom cuando regresaran a casa.
Cuando estuvieron lejos de la mansión, Pepe se sintió libre para gritar sin ser descubierto.
—¡Adam, detente!
El chico rubio escuchó la voz de su mejor amigo y se detuvo. Giró con una sonrisa en los labios y notó como el moreno corría los últimos metros hasta alcanzarlo—. Sabía que vendrías.
El indio se inclinó y apoyó las manos en sus rodillas, para recuperar el aliento—. Nos castigaran por esto, estoy seguro. —Afirmó, pero luego los delgados pero tonificados brazos del rubio lo rodearon.
—Gracias, Pepe —dijo suavemente en el oído del otro, quien se estremeció—. Te quiero mucho, no dejaré que te castiguen por mi culpa.
—Y yo no dejaré que te castiguen solo. Eres un tonto, lo sabías —comentó con una linda sonrisa. Le gustaba sentir las mariposas que últimamente se arremolinaban en su vientre, cuando se abrazaba con Adam.
—Y tú eres más tonto por seguirme. —Agregó y besó la mejilla del moreno—. Mejor nos damos prisa.
—¿Pero hacia dónde vamos?
—Hacia el último lugar que mostró las columnas de humo. —Estiró la mano y señaló una colina—. No parece estar muy lejos.
Pero a medida que el sol se movía en el cielo, notaron que las distancias eran engañosas y sus cuerpos estaban pesados y cansados.
—Descansemos un momento. —Mandó Pepe, tomando la mano del rubio, para arrastrarlo hacia la sombra de un árbol.
—Buena idea, me muero de sed. —Se sentaron y rápidamente, Adam sacó las manzanas de su morral, entregando una a su hermano. Comieron con avidez y al parecer no fue suficiente.
—¿Quieres más? —preguntó Pepe.
—Sí.
—Allí hay unas moras. —Señaló unos arbustos pequeños—. Vamos por ellas.
Asintiendo, Adam se levantó y caminó junto a Pepe hasta los matorrales y comenzaron a sacar los frutos, entre risas ruidosas. Ninguno de los dos niños se percató de que no estaban solos en el lugar. Escondida entre las ramas, una serpiente se sintió amenazada por los sonidos y movimientos y apenas una mano pálida se acercó a su morada, dio una letal mordida.
—¡Ay! —Gritó el rubio y se alejó rápidamente del arbusto.
—¿Qué te pasó? —preguntó preocupado el chico indio.
—Me mordió —respondió.
Pepe volteó hacia las ramas y notó la cabeza de la serpiente. De inmediato giró hasta su hermano y pasando un brazo por la cintura del chico, lo arrastró lejos de allí. Lo recostó en el piso y buscó la herida.
—Es mi mano —dijo Adam. Estiró su extremidad para que Pepe viera la marca—. Tienes que sacar el veneno, es lo que nos ha enseñado papi Bill.
—Lo sé. Pero no tengo ninguna navaja. Tendré que llevarte a casa.
Haciendo acopio de su fuerza, Pepe se echó a Adam a la espalda, cual mochila y comenzó a dar pasos temblorosos con él. La adrenalina ocasionada por el temor, le hizo olvidar el hambre, la sed y la fatiga que sentía y simplemente se concentró en dar un paso a la vez.
Después de una hora, que sin duda les pareció eterna, Pepe sintió que sus músculos dolían y tuvo que bajar a Adam. El rubio estaba sudando a mares y su frente ardía, producto del veneno.
—No lo lograré —susurró el rubio y estiró su mano sana para apretar la de Pepe—. Te quiero mucho. Siempre te voy a querer, eres el mejor amigo que he tenido.
—¿Por qué estás hablando así?
—Porque quiero que me recuerdes. Tengo veneno en la mano y pronto ya no sabré que estoy diciendo. Voy a alucinar. —Recordó las palabras que papi Bill les había enseñado sobre las mordeduras de serpiente.
Los ojos de Pepe se llenaron de lágrimas—. ¿Qué puedo hacer? No quiero que te mueras.
—Muérdeme como lobo. Si logro sobrevivir al cambio, ya no tendré que sufrir enfermedades, seré como tú, Thomas y papi Tom.
—Ya estás alucinando —dijo Pepe y apretó los ojos, por donde se escaparon dos gruesas lágrimas y más amenazaban con salir.
De pronto el rubio tuvo una convulsión y el niño indio se asustó mucho. Los ojos de Adam se pusieron blancos y por un momento temió lo peor.
—¡Adam! —llamó muy fuerte.
El rubio abrió los ojos y como pudo se volteó hacia un lado para vomitar. Pepe rompió un trozo de su camisa blanca y limpió los restos de la cara de su hermano y mejor amigo y luego lo arrastró un poco, para que estuviera alejado de esa suciedad.
—Te… tengo que sacarte de aquí.
—Papi Bill y tío Gus no están… moriré de todas formas —susurró el rubio, arrastrando las palabras, estaba tan casando, que lo único que deseaba era cerrar los ojos.
—No. No morirás… no lo permitiré… —Pepe empuñó las manos y golpeó el suelo con ellas.
—Mu… muérdeme… —Pidió una vez más el rubio, con la voz apenas audible.
—No puedo, no puedo, sabes que no puedo cambiar. —El niño indio había dejado salir el llanto y se aferró a su amigo—. No te mueras, te quiero mucho, no me dejes, Adam.
—Muérdeme…
—No puedo…
—No quiero morir, Pepe. —La voz soltó un sollozo y eso fue todo.
Pepe se alejó de él. Se quedó mirando como los ojos del rubio se cerraban lentamente y su pecho apenas subía con las respiraciones débiles. Nunca había podido cambiar a voluntad, pero incluso si lograba hacerlo, nadie le aseguraba que no terminaría devorando a Adam, en lugar de solo darle una mordida. Y como él era defectuoso, nadie podía saber si podría convertirlo en lobo o quizás solo lo mataría.
—¡Maldición! —Gritó de frustración. Necesitaba a su padre, el gran lobo guardián sabría qué hacer.
Elevó la mirada al cielo y rogó a los dioses antiguos que lo ayudaran. Tenía que cambiar para salvar a Adam, debía hacerlo, de lo contrario, él moriría de pena y jamás podría vivir en paz.
«¡Cambia, maldición, cambia!» Se dijo a sí mismo y de pronto, su cuerpo se puso rígido. Y como nunca antes, pudo ver su propia transformación. Era como una película en cámara lenta, el vello creciendo en sus manos, extendiéndose por sus extremidades, las garras, su mandíbula tensándose y el rugido del aullido profundo.
De pronto ya no era Pepe, era el lobo oscuro. Pero a diferencia de las lunas llenas, donde perdía el control, su mente parecía ser la misma. Su aullido sonó más bien como un sollozo y se acercó hasta el cuerpo inconsciente de Adam, le dio una lamida al rostro del rubio, quien gruñó.
—Lo lograste… —murmuró y trató por todos los medios de extender su mano—. Muer…
Pero no pudo decir más, se desmayó, asustando al lobo, quien aulló con toda la fuerza de sus pulmones y procedió a morder la mano de su amigo.
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No muy lejos de allí, el batallón de reserva se disponía a regresar a casa. Bill y Gustav iban controlando a los heridos, que afortunadamente no estaban tan graves, con excepción de dos hombres a los que debieron amputar un dedo y una pierna respectivamente, por causa de las heridas de espadas.
Georg ya había decidido que los hombres que fueron tomados prisioneros, serían puestos a sembrar la tierra, mientras esperaban por sus condenas. El sheriff prefería mantenerlos ocupados, que simplemente encerrados en las mazmorras, donde no harían nada y comerían del trabajo de los demás. No, ellos debían pagar por todos los daños que habían ocasionados y nada mejor que trabajando las tierras.
Tom se acercó a la carreta que transportaba a Bill, junto a los más lastimados y sonrió—. ¿Estás bien, cielo?
—Lo estoy.
El pelinegro tenía la cara manchada con cenizas, pero aun así mantenía la belleza innata en él. Su ropa estaba ensangrentada y hecha girones de tantas veces que las rasgó, para detener hemorragias, pero parecía no importarle. Él había cumplido su cometido, ayudar a su amado lobo.
Tom por su parte, se había molestado mucho cuando lo vio aparecer el mismo día de las peleas, pero al ver cómo atendía a los heridos y se portaba como todo un héroe, no pudo menos que sentirse orgulloso de él. Recordó cuando eran pequeños y él se escabullía hacia el sótano de su casa, hasta el calabozo donde Jorg lo tenía prisionero, para curar y vendar sus heridas y que fue justamente por esa causa que Bill decidió ser médico.
Los jóvenes compartieron una mirada de adoración y una sonrisa boba, hasta que de pronto, los sensibles oídos del trenzado se agudizaron y escuchó un aullido. De hecho, la mayoría de los miembros de la caravana lo oyó, pero solo Tom lo reconoció.
—Pepe.
Apretó las espuelas y emprendió la marcha veloz en su corcel negro. Bill saltó de la carreta y pidió un caballo, para seguir a su pareja.
—Todos continúen. —Mandó Georg, mientras tomaba la misma dirección de los Kaulitz.
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Pepe soltaba aullidos lastimeros y daba lamidas tristes al rostro del rubio, sin obtener respuesta. Sabía que las cosas se complicarían cuando sus padres se enteraran que lo había mordido, seguramente lo matarían. Pero ese era el último de sus males, porque si Adam moría, él prefería seguirlo, al parecer su padre tenía razón, estaba defectuoso, no podía hacer nada bien, ni siquiera cuidar a quien más quería en el mundo.
—¡Pepe! —La voz de su padre llegó como una fuente esperanza.
—Él… fue mordido por una serpiente. —Explicó con su voz humana.
Tanto su papi Tom, como él mismo, se sorprendieron al notar que había vuelto a su forma humana, solo para dar una explicación.
—Me, me pidió que lo moridera como lobo, para salvarlo —hablaba demasiado rápido, porque quería que su padre finalmente comprendiera lo que estaba pasando y mágicamente salvara a su hermano—. Yo cambié y lo mordí. ¡Pero estoy defectuoso y no resulta, papa! ¿Qué puedo hacer?
El niño cayó de rodillas, llorando desconsolado. Tom desmontó mientras las palabras de su hijo atravesaban su cerebro. Se acercó para tomar el pulso de Adam y comprobó con alivio que todavía vivía. Luego tomó a Pepe en un fuerte abrazo y besó la punta de su cabeza.
—Está bien, hijo. Está vivo.
Cuando Pepe dejó de temblar, Bill llegó y se acercó a ambos, se sentó junto a Adam y revisó sus signos vitales. Luego miró la mano mordida y tomó la temperatura.
—Tiene fiebre. —Afirmó.
—Está cambiando. —Agregó Tom—. Si logra sobrevivir al cambio, estará bien. Lo hiciste bien, Pepe. Salvaste a tu hermano.
—¡¿Y si no sobrevive?! —La pregunta sonó desesperada y Bill lo envolvió en un abrazo.
—No es tu culpa, hijo. No has hecho nada malo.
—Si no lo hubieses mordido, habría muerto por el veneno de la serpiente. —Afirmó Tom, cosa que comprobó la teoría de Bill. Su Pepe, jamás dañaría a Adam, lo amaba, se amaban, lo sabía porque lo había visto en una visión.
—Adam vivirá, hijo. —Aseguró su padre pelinegro.
—¿Co… cómo lo sabes?
—Porque soy un vidente. Ya los he visto, ambos estarán bien.
Y con esa declaración, Tom respiró tranquilo. Si Bill los había visto en el futuro, Adam no podría morir ahora. Hasta el momento, el don de su amado había sido bastante específico y exacto, así que no había razones para dudar.
—Bill tiene razón, Pepe, él estará bien.
El niño indio asintió y se limpió la cara. Si sus padres lo decían, así sería.
—Pe… pe… —La voz temblorosa de Adam se oyó y todos giraron hacia él.
—¡Adam! —Gritó el niño y llegó a su lado.
—Mira hijo —dijo Tom, mostrando la mano mordida del rubio—. Está sanando.
—Será mejor que volvamos a casa. —Sugirió Bill, con el corazón más tranquilo.
—Sí, vamos a casa. —Agregó Tom. Pese a que esta nueva transformación pudiera significar una desgracia, el lobo se sentía sorprendentemente más aliviado, sentía que ellos, los Kaulitz, eran un ejército por sí solos, tres pequeños lobos, él y un médico, todo lo que necesitaban para el gran enfrentamiento al que Bill tanto temía y que estaba seguro no tenía relación con el ataque a Berlín que acababa de terminar. Suspiró y se juró a sí mismo que protegería a su familia, siempre.
& FIN &
Sí, todo esto debía pasar antes de que comenzara la tercera temporada. Debía llegar Karmillia. Bill debía ser un verdadero vidente y Adam debía convertirse en lobo. Porque para “The last Day”, pasarán unos cuantos años y la relación entre los pequeños será más fuerte. Así como los peligros que enfrentarán. Espero me sigan acompañando con la tercera y última temporada de “Perfect Love”.