“Villancico Navideño”
(Parte 2)
Al notar que los aplausos disminuían, por el shock, Tom cogió la mano de Bill, entrelazó sus dedos y salió caminando orgullosamente a su lado. Recorrieron el corredor blanco y llegaron hasta la mesita de la entrada, donde estaban los folletos que el rubio repartía.
—¿A qué hora te puedo secuestrar? —preguntó Tom, guardando la guitarra en su funda, que había dejado junto a la mesa.
Bill aún estaba un poco impresionado por la desfachatez de Tom, de besarlo sin su consentimiento y delante de todas esas personas que ahora, de seguro, le señalarían con el dedo, no es que le importara, pero todavía no terminaba su trabajo y se sentía muy incómodo.
—¿Bill? —Una mano cálida se posó en el hombro del rubio—. ¿Estás bien? —preguntó al no obtener respuesta.
—¿Huh?
—Si es por el beso… lo siento, me dejé llevar por la emoción del momento, no quise faltarte el respeto.
Solo entonces, los rasgos del rubio cobraron vida y lo primero que mostró fue enojo.
—Tienes razón. No puedes ir por la vida, besando hombres, solo porque te emocionas. —Bill alzó el dedo índice con intensión de amenazarlo, pero con ese atuendo tan tierno y el gorrito cayendo levemente por su rostro, solo logró que a Tom le brillaran los ojos y dibujara una sonrisa—. ¿Y ahora qué?
—¿Quieres que te pida permiso? Pues lo haré. Tengo unas ganas locas de abrazarte, justo ahora. Pareces un niño pequeño haciendo una rabieta y solo quiero estrecharte contra mi pecho. ¿Me dejas?
Bill se quedó quieto y con la boca levemente abierta, ante la audaz petición.
—Dime, ¿puedo abrazarte, Bill? —Sin tener más opción, el rubio asintió y bajó la mirada.
Cuando los brazos del pelinegro lo envolvieron, Bill soltó el aire que estaba conteniendo. Era agradable estar en el capullo que le proveía el guitarrista. Dejó que su cabeza descansara en el hombro del otro.
—¿Todavía quieres ir a comer conmigo? —indagó Tom, pasando una de sus manos por la espalda del rubio, tan suavemente que parecía más bien una caricia.
—Por supuesto.
—¿Y a qué hora terminas? —Bill se separó de él y miró su celular que tenía oculto en uno de los bolsillos de su extraño traje de duende.
—Al parecer ahora. Tengo que esperar a mi relevo.
Ambos giraron al escuchar que las puertas de cristal se abrían, mostrando a un chico mucho más bajo que Bill, luciendo el mismo traje oscuro. El joven traía el ceño fuertemente apretado y al ver al otro duende, gruñó.
—¡¿Qué jodido traje?! No puedo moverme con libertad y apenas puedo respirar con “la cosa” —Bill le dio una mirada de comprensión y tomó el abrigo que tenía colgado en la silla.
Tom sonrió porque presintió que había algo más acerca de ese traje de duende y que tenía relación con el jefe pervertido de Bill y ese chico.
—¿Nos vamos? —Ofreció su mano al rubio y salieron de la iglesia.
Tom condujo, mientras miraba de reojo como el rubio, buscaba algo en su mochila.
—¡Joder! —Gruñó finalmente.
—¿Algún problema?
—No metí el pantalón de recambio. Y obviamente no puedo entrar así al “Racconto”.
—Dame un segundo. —Tom se salió del camino y se detuvo en una calle solitaria. La mayoría de ellas estaban oscuras y había poca gente, por el frío.
—¿Qué pasa, por qué nos detenemos?
Tom encendió la lamparilla de la cabina y giró hacia atrás, buscando algo, hasta que sonrió—. Lo sabía. —Elevó la mano con un pantalón claro—. Puedes ponerte este. Está un poco arrugado, pero tengo hambre. ¿Tienes algo para usar arriba, aparte del abrigo?
—Sí… —Los colores inundaron el rostro del rubio—. Pero voy a necesitar tu ayuda.
—¿Eh?
—Dame un segundo. —Bill bajó del coche y se metió en el asiento trasero—. ¿Puedes apagar la luz? No quiero que alguien me vea medio desnudo. —El pelinegro accedió—. ¡Joder, así no veo nada!
—Mis vidrios son polarizados. No creo que nadie pueda vernos desde afuera, a menos que bajemos los cristales.
—Debiste empezar por eso. —Gruñó el chico.
Tom no pudo evitar la curiosidad y dio una mirada por el espejo retrovisor. Bill se quitó los lazos rojos que envolvían sus pantorrillas y luego quitó el extraño pantalón. No apreció con detalles, pero sí notó que las piernas del rubio eran larguísimas y muy delgadas. Apretó las manos, pues le picaban las ganas por acariciarlas de arriba abajo. Bajó la mirada antes de ser descubierto y se sobresaltó al oír.
—Ahora, Tom.
—¿Ahora, qué?
—Ven, necesito que me ayudes con el disfraz.
Tom hizo caso, se bajó de su lugar y se metió de vuelta al coche, en el asiento trasero.
—¿Qué debo hacer?
—Primero, debes prometer no reírte.
—No entiendo de qué va esto, pero lo prometo.
—Bien. —Bill se abrió los botones blancos de su chaqueta de duende y al quitarla, Tom soltó un jadeo.
—¿Por qué tienes un corsé puesto?
—Ya te lo dije, mi jefe es un pervertido. —El rubio se cubrió la cara con ambas manos, por la vergüenza, pero el moreno las quitó.
—Creo que te queda muy bien, pese a lo extraño que pueda sonar eso.
Tom admiró el detalle del corsé. Era completamente negro, al igual que la chaqueta del duende, con un cierre de lazos en la espalda. Con razón Bill necesitaba su ayuda, no había forma en el mundo, de que alguien pudiera abrir o cerrar esa cosa por sí solo.
—Gira un poco, para sacarlo. —Bill asintió y se puso de lado, para que Tom tuviera mejor acceso a la prenda—. ¿Cómo puedes respirar con esto? —preguntó pasando un dedo por el borde del corsé, donde había una marca roja.
Bill se estremeció por el delicado toque, pero se concentró en responder—. Necesito el trabajo y bueno, David Jost es el que daba los mejores sueldos por usar estos ridículos trajes.
Mientras el rubio hablaba, las manos de Tom trabajaban sacando los lazos que ajustaban la prenda y lentamente, esta se iba abriendo, mostrando más piel.
—David tiene esta extraña obsesión de combinar las ropas de sus campañas publicitarias con lencería de mujer.
Cuando el tirante izquierdo bajó, Tom notó algo oscuro en la piel de Bill y pensó que podía deberse a algún daño por el corsé. Lo giró rápidamente y se sorprendió de ver un tatuaje allí.
—Por Dios.
—¿Te gusta?
—Es… impactante. Joder, parece real.
—Mi corazón.
—¿Tienes más?
—Sí, pero debes desvestirme para verlos.
Sin contestar, Tom volvió a su labor de quitar lazos, hasta que la prenda, quedó completamente abierta y con un hondo suspiro, Bill se la quitó, dejando su torso desnudo.
El moreno admiró la delicada espalda del otro. Era delgado, pero su masa muscular era fibrosa, de hecho sus brazos estaban ejercitados. De no ser por sus ropas anchas, Tom habría jurado que eran más o menos de la misma complexión. No pudo, ni quiso evitar pasar una mano desde el cuello, hasta la base de la espalda, estremeciendo al rubio.
—Lo siento. —Se disculpó al ver que Bill se alejaba un poco.
—Mira Tom, soy gay es evidente, pero no por eso me voy a revolcar con el primero que me haga cantar villancicos.
—¿Por qué mejor no me cuentas sobre tus tatuajes?
Eso pareció agradar al rubio, quien se giró en el asiento, dejando su pecho al descubierto y con ello, varios hermosos dibujos entintados.
Lejos de ayudar a Tom, esto simplemente lo enloqueció. Casi saltó sobre el rubio y pasó una mano por su pecho y sin decir una palabra, besó el ojo sobre la pirámide.
—¡Joder, el ojo de Horus!
Bill cayó casi de espaldas sobre el respaldo del asiento y gimió al sentir la lengua del pelinegro sobre su pecho. Llevó ambas manos a la cabeza de otro, con intensión de detenerlo, pero al final terminó acariciando su cabello.
—¿Y qué es esto? ¿Estas letras?
—Está en Alemán, es una frase que dice… joder. —Jadeó más fuerte, al sentir como el cuerpo de Tom lentamente lo acomodaba sobre el asiento, para subirse sobre él.
—Dios, mira esta estrella. —La lengua húmeda de Tom, delineó la punta superior y cuando metió sus manos, para bajar el pantalón, las manos de Bill lo detuvieron.
—No será así de fácil. —Con un movimiento casi felino, el rubio se deslizó por debajo Tom, para moverse en el asiento y subirse así sobre el moreno, para luego atacar sus labios con firmeza.
Ese movimiento encantó al guitarrista, quien gimió dentro del beso y pasó las manos por las nalgas de Bill, presionándolo contra su pelvis. La fricción que crearon fue magnífica y continuaron meciéndose uno sobre el otro. Peleando por el dominio y la posición.
—Joder, Bill, quiero tocarte —dijo Tom con las manos en el borde del pantalón del rubio.
—No, no me conoces de nada —respondió pero sin cortar del todo el beso.
—Mmhm. —Tom hizo un movimiento brusco y quedó sobre Bill, listo para bajar el pantalón, que claramente era más holgado que la talla normal del rubio.
—Oh, no. —Bill peleó por el mando y finalmente, quedaron uno junto al otro, Tom apoyándose contra el respaldo del asiento y Bill con un pie abajo, para no dejar el contacto entre sus miembros cubiertos.
Sus lenguas peleaban con el mismo ahínco que sus dueños, el orgasmo estaba tan cerca, pero una idea pasó por la mente del duende, quien se quiso separar.
—No, no, no, no. —Repitió sin parar, poniendo la palma de sus manos en el pecho de Tom, para alejarlo.
—Oh, sí, sí, sí. —Gimió el mayor, impidiendo que se alejara demasiado y continuó la fricción, hasta que ambos jadearon fuerte, soltando el aire cuando el clímax detonó y sus semillas mancharon sus pantalones.
—No, Tom —dijo en forma de lamento el rubio.
El guitarrista estiró los brazos y subió a Bill sobre su cuerpo, envolviéndolo y acariciando su espalda. El chico ya no luchaba por escapar.
—Tranquilo, te tengo… —susurró el moreno, haciendo sonreír a Bill.
—Pero ahora no podremos ir a comer.
Tom estalló en carcajadas. Por supuesto que no podrían entrar al restaurant. No luciendo esas marcas en sus pantalones, que más que semen, parecían orina.
—Al menos tendré una excusa para volver a verte, Bill.
—Mmm. —El rubio se quedó allí, recobrando su respiración, sintiendo como los latidos del corazón del moreno, se acompasaban a su mismo ritmo. No pudo evitar dibujar una sonrisa en su rostro—. Feliz Navidad, Tom.
—La mejor Navidad de todas, Bill. —Besó la cabeza del chico y se quedó un rato más así, disfrutando de su compañía.
&
Cerca de la medianoche, Tom estacionó el carro frente a un edificio y acompañó a Bill hasta su piso. Cuando el rubio logró abrir la puerta, el moreno se quedó en la entrada y dijo.
—Bill, yo… lo siento, no quise que esto pasara así.
El aludido arrugó el ceño, no era la primera vez que le ocurría. Un chico agradable se cegaba por su belleza y tras conseguir lo que quería, declaraba no ser gay y se largaba, dejándolo con el auto-estima por el suelo. Esos episodios ya no pasaban con la misma frecuencia ahora que había cambiado dramáticamente su apariencia más delicada a esta llena de tatuajes, piercings y el pelo muy corto.
—¿Quieres irte? Vete, la puerta sigue abierta, ni siquiera has entrado a mi vida. —La voz del rubio sonó gélida, pero con un deje de tristeza.
—¿Irme? ¿De qué hablas? Quiero hacer las cosas bien, Bill. —Tom dio un paso al frente, cerrando la puerta tras él—. Quiero, sí quiero entrar en tu vida.
El rubio abrió más los ojos. Esto no podía ser cierto, quizás lo decía porque no alcanzó a follarlo por completo en el Escalade.
—Hola, soy Tom, soy estudiante de guitarra clásica y no pertenezco a esa iglesia. —Bill sonrió, ante lo cliché de la situación—. Debo decirte que eres un hombre muy atractivo y me gustaría conocerte mejor. ¿Te gustaría cenar conmigo?
—Eres un loco. Apuesto a que solo quieres follarme en el coche.
—No estaría mal, pero ¿crees que con una vez bastaría? Mírate Bill, eres un chico muy guapo. No quiero estar contigo solo para follarte una vez.
—¿Y entonces?
—Quiero llegar a conocer el significado de cada uno de tus tatuajes y disfrutar de cada uno de tus piercings. —Le tomó ambas manos—. Y finalmente, quiero ser yo quien esté grabado aquí. —Tocó el lugar de su corazón—. No solo un dibujo en tinta.
—¿Quieres enamorarme?
—Quiero amarte y que me ames.
Bill no podía creer lo que escuchaba—. Eres demasiado idealista, sabes.
—Debe ser porque soy músico. —Le dio una sonrisita de lado, de esas con las que siempre salía de conquista—. Bill, cuando escuché tu voz el día de hoy, supe que tenías algo especial y ahora sé con certeza, que no es solo una cosa, tú… estás lleno de cosas sorprendentes y quiero descubrirlas paso a paso. Lamento si en el auto me porté como un adolescente caliente. Si no quieres que se repita, lo aceptaré y no haré nada más hasta ganarme tu cariño.
—Sí quiero que se repita, pero no aún… —Se acercó y besó castamente sus labios—. Ya es tarde y mañana debo estar en el centro comercial muy temprano.
—Comprendo, te veré allí.
Con un movimiento de mano, Tom se alejó.
&
Al día siguiente, Tom apareció con una enorme sonrisa en la mesa del comedor, donde sus padres tomaban desayuno en silencio.
—¿Quieren regañarme por el beso que le di al duende? —preguntó listo para defenderse.
—Quiero decirte que eres un prodigio con la guitarra y que ese chico es muy guapo —contestó su padre, levantando apenas la mirada de su café. Era obvio que le incomodaba hablar sobre la orientación sexual de su hijo—. Te apoyaremos como siempre, hijo. Puedes invitarlo a casa, si quieres, tiene una voz preciosa y sin duda sería lindo escuchar como cantan villancicos juntos.
—Eres la comidilla de los chismes, pero como dijo tu padre, eres nuestro hijo y te queremos con o sin duende. —Su madre sí sonrió.
—Vaya.
Tom estaba sorprendido, de verdad la magia la había hecho Bill, él con su voz y su forma de cantar el villancico, había abierto los corazones de sus padres. Sin despintar la sonrisa, se puso en marcha hasta el centro comercial.
Al llegar, caminó piso por piso, hasta llegar a la tienda de juguetes de David Jost. Buscó entre los duendes oscuros, pero no halló al rubio alto que le había robado el corazón.
—Hey, ¿eres Tom, verdad? —preguntó uno de los jóvenes. Tom se giró y se dio cuenta que era el relevo de Bill, del día anterior.
—Hola. ¿Has visto a Bill?
—Sí. Él renunció y me pidió que te dijera que está en el piso de arriba con los duendes “normales”. —Se rió ante lo último y le guiñó el ojo.
—Gracias.
Tom casi corrió hasta las escaleras mecánicas, para llegar a la planta superior y vio a los duendes de verde y rojo. Uno de ellos era muy alto y con una sonrisa caminó hasta él.
—¿Bill?
El chico se volteó, su traje era muy grande y el rubio prácticamente volaba en su interior— Tom, viniste.
—Claro que sí. —Sin dudas, lo envolvió en un abrazo—. ¿Y este cambio?
—David quería ponerme el corsé con sus sucias manos. —Arrugó el ceño—. Renuncié, pero le pedí que me pagara todo, si no quería que lo acusara por acoso sexual.
—Ese es mi chico.
Los jóvenes conversaron entre juegos con los niños y cuando la hora de trabajo de Bill terminó, se fueron de la mano, al restaurant prometido.
Estaban recién conociéndose, pero la chispa que existía cada vez que se tocaban, era muy palpable. Pero aparte de la tensión sexual entre ellos, había algo más, un toque mágico que los hacía gravitar en torno al otro, a buscarse y quererse cada día más. Sin duda era el inicio de un bello romance navideño.
& Fin &
Espero que les haya gustado. No hubo lemon completo, pero un lime candente. No podía meterlos a la cama si se habían recién conocido jajaja. Aunque ganas no me faltaron. No olviden dejarme un comentario, porque sus palabras son el alimento de las escritoras. Beshoshs y como siempre digo, gracias por venir al sitio.