“Villancico Navideño”
Tom arrugó el ceño por décima vez en lo que llevaba del programa. Sin apartar la arruga entre sus cejas, miró el reloj. Todavía quedaba casi una hora más. Maldijo su suerte.
Su madre lo había obligado a asistir a la “Función Navideña” que se realizaba cada año, en la parroquia religiosa de la que ella era miembro activo. Y no solo eso, lo había inscrito en el show, sin preguntarle siquiera.
El guapo chico de cabello oscuro, todavía vivía bajo el techo de Simone y Gordon, puesto que ellos le ayudaban a pagar el conservatorio, donde se estaba perfeccionando en guitarra clásica. No es que él fuera un vago, al contrario, trabajaba todas las mañanas de lunes a viernes en un McDonals, soportando el olor a fritura y atendiendo a gente con una actitud de mierda, con tal de recibir unos cuantos pesos, que le ayudaran a comprar los materiales que necesitaba para sus estudios. ¿Quién habría pensado que las jodidas cuerdas de su guitarra acústica, fueran así de costosas? Sin contar las mismas guitarras, porque claro, no podía usar solo una, debía tener prácticamente una colección de ellas, para cada una de las diferentes clases.
En resumen, cuando Tom hizo un escándalo, porque le arruinarían la tarde de aquel sábado con esa estúpida función, su padre argumentó que era un prodigio con los dedos y que debía compartir sus dones y talentos. Su madre, por su parte, simplemente se aferró al dicho de “mientras vivas bajo mi techo, harás lo que yo diga”. Al chico, no le quedó más que apretar los puños y morderse la lengua.
Y allí estaba, sentando en esos bancos de madera, en los que los feligreses se apretujaban, para estar con sus amigos, sin importar el espacio personal ni la comodidad, mirando el reloj por milésima vez, aguardando su turno, para poder largarse de una buena vez.
Ya había logrado soportar una hora completa de agonía, pero eso era solo la mitad de lo que duraba el programa. Mientras sus ojos paseaban por el papel, rogando que su nombre se moviera, unos cuantos puestos antes, un chillido estridente se oyó desde el micrófono, erizándole la piel y logrando que la arruga entre sus cejas, se intensificara más.
Ese era el tercer solo de soprano y había sido aún peor que los anteriores. Aunque no tan malo, como el coro de jovencitas, que sin duda le prestó más atención a sus ropas, que a aprender sus notas. Incluso los que le antecedieron con instrumentos, habían sido totalmente desabridos. Era cierto que ninguno de los participantes era profesional, pero el mismo Jesús se habría quejado de que los regalos musicales que le obsequiaban eran horrorosos.
Ese día, Tom no podía sentir el espíritu navideño, no en aquel lugar. No se catalogaba de “El Grinch”, porque habría sido muy cliché. No, él solo estaba cansado. Había trabajado toda la jodida semana bajo presión, porque un nuevo supervisor los vigilaba, atribuyendo el hecho a que pronto habría “recorte de personal” por “necesidades de la empresa”. Odiaba ese término desde que lo escuchó el lunes recién pasado. Además de eso, en la clase de flamenco, les habían asignado un proyecto en parejas y su colega, nunca tenía tiempo para practicar, cosa que lo tenía estresado. Y como guinda de la torta, su madre le había informado, que el único día que podría salir con sus amigos, tendría que pasarlo, sentado en un banco de madera, en una iglesia con la que nunca se sintió identificado.
Soltó un suspiro y se puso de pie, se iría, ya no lo soportaba más. Cuando estuvo a punto salir por la puerta, una voz hermosa, le llamó la atención. No estaba al frente, ni con el micrófono, procedía del exterior y fue exactamente hasta allá.
La gran mayoría de la gente estaba en el gran salón, escuchando la función, pero las pocas personas que estaban en el corredor, se movían nerviosas, esperando su turno, practicando en susurros, sus letras. Pero aquella voz que le llamó la atención, estaba mucho más lejana. Continuó caminando hasta que llegó a la puerta principal y allí descubrió la fuente.
—Hola. —Saludó, sorprendiendo a la persona que cantaba. ¿Qué era? ¿Un duende de Santa? Pero no era verde y rojo. ¿Un elfo? Podría ser, porque era bellísimo.
—Ho, hola —tartamudeó el chico, recogiendo los volantes, que se cayeron de sus manos, cuando Tom le habló.
—Oh, lo siento. —De inmediato, el pelinegro se agachó para ayudar a este chico con sus cosas, incluyendo el gracioso gorro, que cayó por el costado de su rostro.
—No te disculpes, me distraje.
—Estabas cantando… —dijo cuando se pusieron de pie, pero se quedó helado ante los bellos ojos achocolatados del chico, quien creyó que le preguntaba el nombre del tema.
—Suenan las campanas.
—Oh, sí, claro. —Tom tartamudeó y se volvió a callar, al notar como el ¿duende? acomodaba su gorro de costado, cubriéndole parcialmente un ojo, dejándolo caer en forma casi sensual. Sonrió, era muy sexy para ser un duende—. Disculpa, ¿cuál es tu nombre? Creo que conozco a varios de los miembros de la iglesia, pero nunca te había visto. —Mentira, con suerte sabía que las vecinas de ambos costados de su casa, participaban con Simone, pero fuera de eso, no conocía a nadie.
—Eso es porque no pertenezco a aquí. Solo estoy cumpliendo con un turno. —Sonrió—. Es un trabajo de medio tiempo. Debo entregar estos volantes y sonreír mucho, así. —Mostró su blanca dentadura y Tom sintió que aquel duende podría derretir lo frío del clima.
—Lo haces muy bien. —El pelinegro sonrió también y estiró la mano—. Soy Tom.
—Y yo, Bill. —El rubio apretó la mano tendida y le dio una suave sacudida—. ¿Vienes a tocar? —preguntó al notar el estuche de la guitarra que colgaba en la espalda del otro.
—Debía hacerlo, pero me estaba escabullendo para huir —respondió, rascándose levemente la coleta.
Bill notó el rubor en sus mejillas y se compadeció del chico—. ¿Te están obligando, cierto? —Tom alzó la cabeza con los ojos muy abiertos. ¿Tanto se notaba? Pero el rubio contestó su pregunta—. Es que varios jóvenes han salido aterrados, porque no cantan bien y solo lo hacen porque sus padres los obligan. Y bueno… tengo oídos y es un…
—Un desastre. —Terminó el guitarrista—. Por eso quería huir. Mi madre me obligó a venir. Puedo tocar bastante bien, pero tocar solo es algo muy plano. ¿Escuchaste al pianista? Fue lo mejor, pero sin un compañero, todo suena… desabrido.
—¿Quieres tocar con alguien más?
—La verdad me gustaría que alguien cantara conmigo, pero como ves, no hay buenas voces aquí… excepto… —Tom miró intensamente al rubio, quien se sonrojó—. Excepto tú, por eso llegué hasta aquí, siguiendo tu villancico.
Por nerviosismo, el duende estalló en carcajadas y Tom pudo apreciar hasta en su risa, que su tono de voz era magnifico. Pese a ser hombre, sabía que podría alcanzar los tonos altos de los temas navideños. Además… había algo en Bill, algo que le hacía latir el corazón, ese era el espíritu de la Navidad… (Y ojo que estaba escogiendo las palabras, porque no era la típica “calentura” que le inspiraban los chicos guapos)
Una pareja de niños entró y miraron a Bill con asombro. El duende les ofreció una de sus bellas sonrisas, agregando un “Feliz Navidad” y les entregó un papel, los pequeños ni siquiera vieron el volante, solo siguieron caminando a tropezones, por seguir mirando al guapo duendecito oscuro. “¿Oscuro?”
—¿Por qué tu traje no es rojo o verde, como todos los duendes? —preguntó Tom entre divertido y asombrado por el impacto que causaba Bill.
—Porque mi jefe es un pervertido —contestó el rubio, bajando la mirada avergonzado—. Vieras lo que llevo debajo de esto. —Señaló la chaquetita de su traje.
A Tom se le subieron los colores al rostro y carraspeó, con ganas de golpear al jefe del duende con bella sonrisa.
—¿Te gustaría cantar conmigo? —Cambió de tema, el pelinegro.
—No puedo —respondió rápidamente el otro—. Me da vergüenza.
—Mira, si estás vestido así, no debes sentir vergüenza de cantar en público. Además, tu voz es hermosa. Quizás seas lo único bueno que esta pobre gente vaya a recordar de esta Navidad.
—No digas eso. Te recordarán a ti y tu guitarra.
—No tocaré sin una buena compañía. —Era otra mentira, ya había notado que su madre se había asomado desde la puerta del salón, solo para asegurarse de que estuviera ahí. Pero continuó con la estrategia—. Hazlo por el espíritu navideño.
Bill sonrió, le gustaba ese chico, se veía buena persona y era guapo. Además no había intentado meterle mano, como varios hombre viejos de esa misma iglesia.
—Pero no hemos practicado nada juntos.
—Eso se arregla fácil. —Tom bajó la guitarra y del estuche sacó una carpeta con partituras—. La verdad es que no tenía ganas de tocar, así que traje varias cosas. Mira estos villancicos y dime cuál conoces.
El duende cogió las hojas y tarareó la mayoría de ellas—. Las conozco todas.
—Por supuesto, los villancicos son universales y tradicionales, todo el mundo los ha escuchado por lo menos una vez en la vida. —Tom sonreía, lo había conseguido.
—Creo que este estará bien. —El guitarrista cogió la hoja y dio su visto bueno.
—¿Sabes leer música?
—No, pero puedo leer la letra de aquí, por si la llego a olvidar.
—No hay problema, mira. —Hizo una marca con un lápiz y explicó—. En esta parte, yo tocaré. En esta, tú sostendrás la nota…
Y así siguió haciendo marcas en la partitura, para que él y Bill participaran juntos en el show. Era increíble, que solo por el hecho de cantar con el duende, todas las malas energías se hubieran borrado, ahora estaba dichoso, hasta emocionado por hacer su presentación. Ya no sería su triste guitarra tocando para esas personas apretujadas en los bancos de madera, ahora eran un equipo y la melodiosa voz de Bill, les haría triunfar, les haría disfrutar de la Navidad.
—Cuando terminemos aquí, te llevaré a cenar. —Anunció el pelinegro con una sonrisa.
—¿Y qué te hace creer que aceptaré? —preguntó Bill, alzando una ceja.
—Porque tengo esto. —Sacó de su bolcillo unos vales especiales para un restaurant de lujo.
—¿Racconto? —Los ojos del duende brillaron—. Hubieras comenzado con eso. Me muero por comer allí. Me han dicho que las pastas son deliciosas.
—Entonces, ¿es una cita?
—Hecho.
Simone apareció junto a los chicos, indicándole a su hijo, que él sería el siguiente artista.
Los nervios atacaron al rubio, pero Tom cogió su mano y entrelazando sus dedos, lo guió por el blanco corredor, hasta que estuvieron frente a los micrófonos. Él se sentó y acomodó la partitura y Bill apretó los ojos, aguardando a que la música comenzara.
El acorde de la introducción acabó y la melodiosa voz de Bill sonó a través de los parlantes, llamando la atención de todos, despertando incluso a los viejitos que cabeceaban en sus bancas. La letra que anunciaba el nacimiento del Mesías, llenó de gozo el corazón de los presentes. No hubo murmullos, ni tampoco ruidos, pues los más pequeñitos estaban embobados mirando al bello duende cantar alabanzas.
Cuando el tema terminó con el último rasgueo, un sonoro aplauso se dejó oír en todo el salón. Bill tenía los ojos brillantes por la emoción y Tom se puso de pie a su lado, él no podía ver nada más que el hermoso rostro del duende y su sonrisa de comercial dentífrico. Sin dudarlo un segundo, se acercó hasta él y le plantó un beso en los labios, dejando a toda la audiencia petrificada.
Al notar que los aplausos disminuían, por el shock, Tom cogió la mano de Bill, entrelazó sus dedos y salió caminando orgullosamente a su lado.
Su madre lo vio pasar, tenía la boca abierta de la impresión, pero no pudo decir nada. Después de todo, quién se quejaría, si habían sido lo mejor de la noche, el mejor villancico y el mejor escándalo, cosa que les daría que hablar por el resto de las festividades.
& Fin 1 &
Esta primera parte era clasificación “G” para todo público. Si quieres leer el resto, debes recordar que cambia a “R”, por el contenido erótico que posee.