Angel de la muerte

«Ángel de la Muerte»

Todo comenzó un día extremadamente frío, el invierno estaba por terminar, pero sus gélidos vientos calaban hasta los huesos. Solté un suspiro de alivio cuando crucé las puertas transparentes y la calidez del edificio me cobijó.

Instantáneamente, mis ojos se fijaron en el reloj de la pared, había llegado media hora antes. Estaba tan ansioso y nervioso, que pese a venir caminando, llegué mucho antes de mi hora con el médico. Volví a suspirar.

Necesitaba un cigarrillo con desesperación, pero haciendo caso a las señaléticas, apreté la cajetilla en mi bolsillo y emprendí el camino hacia la cafetería. Tenía que meterme algo a la boca o me pondría a gritar como loco, tal vez un café muy cargado y luego, muchas gomitas dulces. Sí, era el mejor plan que podría tener para matar el tiempo en ese maldito lugar.

Traté de caminar con lentitud, pero los nervios aún estaban presentes, carcomiéndome por dentro. Hacía casi un mes que había comenzado a tener dolores de cabeza algo extraños, no tenían motivo aparente, más que el estrés del trabajo, pero cuando un día me desplomé en la oficina, fue el mismo jefe quien me acercó al hospital para pedir una cita y hacerme los exámenes correspondientes. De eso hace una semana, hoy el doctor Jost me explicará cuáles fueron los resultados. ¿Por qué los nervios? ¿Una corazonada? No, más bien es saber que genéticamente, mi familia se ha caracterizado por las muertes trágicas y yo, por cobarde que parezca, no quiero morir. No aún, no sin antes haber amado. ¡Que ridiculez tan cursi! Pero ese soy yo en realidad, un romántico de mierda, apasionado por la vida, que no quiere ser diagnosticado con un cáncer fulminante.

Sacudí la cabeza con una sonrisita de lado y me vi frente a mi objetivo: la cafetería.

Tras cruzar las puertas, me pude percatar de que no había nadie en las mesas. Mejor para mí, con un poco más de calma, caminé hasta el mostrador donde una figura completamente vestida de negro, me daba la espalda.

—¿Disculpe? —dije para llamar su atención.

Cuando giró, mi corazón dio un vuelco. Era una persona sumamente hermosa, piel blanca, quizás retocada con base, pues llevaba maquillados los ojos. Instintivamente mi lengua jugó con el piercing que adorna mi labio y ese ser celestial alzó una ceja, como regañándome y diciéndome “ni siquiera lo pienses”.

—Dígame —contestó y al oír su voz, más grave que una mujer, supe que era un chico. Uno muy guapo.

—¿Café?

—En la máquina —respondió sin darme demasiada atención, sólo alzó la mano y me señaló una dispensadora junto a la pared.

—Mmm. —Como no quería desaprovechar la oportunidad, usé mis cartas de Casanova—. ¿Podrías ayudarme? Es que no sé usarla y no quiero dejar un desastre.

—La verdad no trabajo aquí, pero… —Salió desde atrás del mostrador, dejándome ver por completo su esbelta figura, toda cubierta por un atuendo oscuro.

—¿Si trabajaras aquí, tendrías que usar uniforme? —pregunté, sólo para continuar la conversación a lo que él asintió.

Se acercó a la máquina y estiró la palma de su mano, yo coquetamente la cogí, apretándola y acariciándola con el pulgar.

—Necesito el dinero —comentó, girando el rostro, fastidiado con mis intentos.

Solté su cálida mano y metí la mía en el bolsillo para sacar un billete. Después de dos segundos, tenía el café en mi mano. El chico desconocido me lo entregó y regresó al mostrador para coger un paquete de gomitas, lo cual me recordó que yo también quería comer algo dulce después de mi café amargo.

—¿Podrías darme un paquete? —Pedí, dándole un sorbo a mi bebida.

—¿Me estás acosando? —preguntó con una mirada intensa.

—No, lo siento. Es que siempre, después de beber café sin azúcar, me gusta comer gomitas dulces, es todo. —Me disculpé.

—Casi nunca vengo aquí, porque la gente me molesta. Los hombres piensan que soy una tía e intentan ligarme, eso no me agrada.

—Siento haberte dado esa impresión. Mi nombre es Tom. —Estiré la mano al presentarme—. Tengo hora con el médico dentro de un rato, estaba un poco nervioso, por eso he venido.

—Oh, lo siento, me pongo paranoico en este lugar. Soy Bill. —Estrechó mi mano y me dio una sonrisa, que parecía sacada de anuncio de pasta dental.

—Encantado —sonreí como idiota y luego negué con la cabeza—. ¿Sabes?

—¿Qué?

—Estaba aterrado de venir el día de hoy y tú, alguien a quien acabo de conocer, me ha quitado el temor. ¿Es extraño, no? —El chico se alzó de hombros.

—¿Por qué tenías miedo, esto es el hospital, no el dentista? —Sonrió nuevamente.

—Miedo a la muerte, supongo.

—¿Qué? —El pelinegro abrió grandemente los ojos—. ¿Tienes a alguien grave?

—No, soy yo —la expresión de Bill mostró sorpresa, así que aclaré la situación—. Me hice unos exámenes y hoy tendré los resultados, por eso tengo, tenía tanto miedo.

—Oh… ¿Crees que vas a morir? En mi opinión, luces bastante saludable. —Volví a reír.

—Es que soy un idiota.

—Podrías venir a contarme cómo te fue, después de tu cita —dijo en forma casual y yo asentí, mirando el reloj, notando que ya sólo me quedaban cinco minutos y tendría que correr al ascensor para llegar al lugar que debía.

&

La consulta del doctor Jost era bastante igual a la de todos los médicos, con colores blancos y luz muy potente. Era un hombre joven, pero con carácter, según las líneas de expresión que tenía notoriamente marcadas. Revisó los papeles una vez más y luego me miró directamente a los ojos.

—Necesito realizarle otros exámenes.

—¿Por qué? —pregunté, recuperando el pánico que sentí cuando llegué al edificio.

—Voy a ser franco con usted, señor Kaulitz. El diagnostico que tengo que darle no es muy alentador, sino más bien todo lo contrario.

Tragué el gran nudo que se había formado en mi garganta y apretando los lados de la silla, interrogué—. ¿Tengo cáncer?

—No —respondió casi de inmediato. La ola de alivio ni siquiera había dejado mi cuerpo, cuando contra-atacó con un—. Es un tumor.

¡Mierda! Quise gritar, pero me mordí la lengua.

—Es un tumor que consideramos maligno y que hasta el momento es inoperable. Los exámenes que queremos efectuarle, son justamente para detectar la localización exacta de él, para planear una cirugía con láser, que nos dé algo de tiempo y así, prolongar su vida.

El hombre siguió hablando como erudito, lo escuché sin decir nada, mis manos seguían fijas en la silla, para que no delataran el temblor que recorría todo mi cuerpo. Podía sentir un zumbido en los oídos y también escuchaba el latir de mi corazón, era como si todos los movimientos de mi cuerpo se intensificaran, para mostrarme que todavía funcionaba, que estaba vivo. Aunque… no por mucho.

Salí de allí muy lentamente, tenía la mirada fija en mis zapatos, por eso no me di cuenta que había llegado de regreso a la cafetería. Las puertas transparentes se abrieron y simplemente entré, parecía que no había nadie o yo no vi a nadie. Necesitaba comida, mi cuerpo quería vida y la comida lo mantenía en esa condición, así que mis pies me llevaron a la máquina del café. Puse el dinero y mi mano dejó el vaso bajo el chorro ardiente, pero cuando lo iba a coger, el temblor de mi extremidad derramó casi la mitad de su contenido, hasta que de pronto otra mano cogió la mía.

—¿Estás bien? —Aquella dulce voz me obligó a volver a la realidad.

Giré y lo vi, sus ojos maquillados me vieron de frente y negué. Sin pensarlo se abrazó a mí, pegando por completo su cuerpo al mío. Una descarga de electricidad recorrió desde el dedo gordo de mi pie, hasta la última de mis trenzas, sin embrago, lejos de excitarme, me puse a llorar. Mojé su hombro en silencio, mi cuerpo se estremecía con cada nuevo sollozo, sentí que mi mundo ya había acabado. Lloré largo y tendido, hasta que los espasmos cedieron y sólo quedaron los hipidos. Cuando me separé de él, lo primero que hizo fue entregarme un pañuelo de papel y mostrarme una sonrisa.

—Creo que iré de visita a tu casa —dijo como si nada, como si fuera mi mejor amigo.

—No tienes que sentir pena por mí —comenté, limpiando mi nariz.

—No tengo pena por ti, pero me ensuciaste la ropa, tengo tus mocos en todo mi bello jersey de marca, sin contar mi cabello —disfrazó su broma con una pose de diva que simplemente me hizo reír.

—Tienes razón, te lo debo. ¿Nos vamos?

—Deja coger mi bolso.

&

Al llegar a mi departamento, todo fue mucho más extraño. Bill se desvistió y me preguntó por la lavadora. Se paseó en bóxer por todo el lugar y mis mejillas se sonrojaron en más de una ocasión.

—¿Tienes algún familiar en la ciudad? —preguntó cuando nos sentamos en el sillón.

—No, mi madre está en Estados Unidos, vive con mi hermano menor. Mi padre murió cuando yo tenía cinco años. De algún modo, yo sabía que moriría joven y por eso me alejé de casa, quizás fue mi forma de escapar a lo inevitable, pero el destino me siguió hasta aquí y, hoy, la muerte está tocando a mi puerta.

—La muerte no es tan mala, ¿sabes?

—¿Por qué lo dices? Eres muy joven, Bill.

—He visto morir personas que han sufrido toda su vida, Tom. Para ellos, dejar este mundo es un alivio.

—Tienes razón —suspiré y eché la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo del sillón—. No me gustaría pasar esa agonía, tengo suerte en eso.

—¿Por qué?

—El doctor Jost dijo que el tumor que tengo alojado en la cabeza, está moviéndose entre las venas de mi cerebro, las cuales son muy pequeñas, llegará un momento en que el coágulo quedará estancado y generará mi muerte en cosa de minutos, él dijo que no sufriría.

Los delgados y desnudos brazos de Bill rodearon mi cintura y luego sus cálidos labios besaron mi mejilla.

—¿Vamos a la cama? —En lugar de una petición, parecía un mandato, pero quién era yo para negarme a semejante belleza. Me puse de pie y extendí mi mano, para que me siguiera.

Nos recostamos y nos cubrimos un poco, abracé al pelinegro y comencé a delinear patrones en su costado, hasta que le pregunté.

—¿Qué significa el tatuaje que tienes aquí?

—Es algo especial, está en alemán y significa “Volveremos a nuestras raíces”. Habla justamente sobre la muerte, Tomi. Dicen los sagrados escritos que vinimos del polvo y al polvo tendremos que volver.

—Es bastante macabro.

—En realidad no lo es. Quiere decir que debes vivir la vida plenamente, para que cuando la dejes, no te arrepientas de no haber hecho aquello que amabas. Tienes que haber peleado la buena batalla.

—Citas mucho a la biblia.

—La gente de mi familia ha estado ligada a las religiones durante incontables generaciones, Tom. Yo también heredé ese camino.

—¿Y te gusta?

—En un principio no, pero me he acostumbrado a él. He visto el cambio en la gente, cuando aceptan su destino.

Pese a estar semi desnudo con Bill a mi lado, no tenía ganas de follar, él me transmitía una calma que no había sentido en mucho tiempo y lo agradecía. Era confortante saber que no estaba solo.

—¿Cuándo debes hacerte los nuevos exámenes?

—Mañana me internaré en el hospital. Serán tres días completos.

—Yo te haré compañía ese tiempo. Pero debes avisar a la gente que conoces, tus amigos, tu jefe, tus colegas y en especial… a tu madre.

Me senté en la cama y cogí el celular. El primer número que marqué fue el de mi madre y mientras escuchaba el sonido de la línea, tuve ganas de llorar, pero en esos momentos, Bill me rodeó con sus brazos, dándome la fuerza para hacer lo que debía.

&

Al día siguiente, fui admitido en el hospital, Bill salía de la habitación cada vez que algún amigo o conocido llegaba a darme aliento y apoyo. Sin embargo, nadie hizo referencia al hermoso pelinegro que me había acompañado en todo momento, ni siquiera el doctor lo había mencionado, lo cual me parecía extraño, sobre todo con el carácter juguetón y coqueto de mis colegas, Georg en especial.

Cuando llegó la noche, Bill regresó a mi lado con una bolsita de gomitas dulces.

—¿No irás a tu casa?

—No, mi padre es dueño de la cafetería del hospital y me dejan quedarme cuando quiero.

—¿Eh? ¿Te quedas muy a menudo?

—No, sólo cuando tengo conocidos —abrió el paquete y metió un dulce en mi boca—. ¿Quieres que me vaya, Tomi? —Se comió un dulce.

—No, quédate a mi lado —abrí las mantas y le di espacio. Tal como el día anterior, se quitó la ropa y se acostó junto a mí, abrazándome y dándome su calor.

—Me gusta estar contigo, Tomi.

—También me gustas, Bill —besé su frente y cerré los ojos.

&

Dos días después, me dieron el alta. Al parecer no había nada que hacer, el doctor Jost me aconsejó seguir una vida, entre comillas, normal para aprovechar el tiempo que me quedaba, el cual podía ser de un día, como un mes o un año, según la movilidad del tumor.

Bill llegó a sostener mi mano, luciendo un nuevo atuendo completamente negro, muy ceñido a su cuerpo—. ¿Vamos a pasear?

—¿Por qué no? —contesté.

Estaba feliz de tenerlo a mi lado, de no ser por él, estaría sumido en la desesperación de la muerte, dejando notas sobre todo lo que no alcancé a hacer en vida, pidiendo perdón a los que sin querer había lastimado y cosas así. Pero en lugar de ahogarme en llanto, estaba saliendo más de lo que normalmente hacía, vi películas graciosas y caminé descalzo por el parque, todo gracias a Bill.

Había pasado más de una semana desde que lo conocí y se había vuelto parte de mi vida, mejor corrijo esa frase, se había vuelto lo mejor de mi vida.

—¿Bill, quieres ser mi novio? —pregunté, estando en la cama, abrazados.

—Sí.

Así de simple, nos besamos e hicimos el amor lentamente. Dicen que las cosas bellas de la vida son simples y no son cosas. En mi caso, era Bill.

Mi amado pelinegro siempre despertaba antes que yo, pero esa mañana mis ojos se abrieron primero. Sonreí al ver su cabeza en mi pecho y me estiré hacia un lado, para coger un libro mientras lo esperaba despertar. Lo abrí en una parte que estaba marcada, era uno de los escritos predilectos de mi moreno y leí que el Ángel de la Muerte llegaba a buscar a sus víctimas en una forma apacible, para llevarlos felices a la otra vida. Si tú creías que el ángel vendría en forma de un ser brillante y alado, es así como llegaba, siempre llegaba con la forma en que tú lo esperabas, podía ser como un familiar fallecido, una mascota, o como alguien a quien se había admirado mucho.

Me estremecí involuntariamente, las pestañas de mi pequeño me hicieron cosquillas al abrirse. Sonreí y le dije—. ¿Tú eres mi ángel de la muerte, verdad? Por eso nadie te ha visto o hablado de ti.

Él se sorprendió con mis palabras, pero asintió.

—¿Por qué?

—Querías amar, querías que te quitaran el temor a la muerte y a eso he venido.

—Pero me he enamorado de ti y ahora te irás —el rostro de Bill se oscureció y negó con la cabeza.

—Solía ser así. Ahora no, no podré separarme de ti nunca más, Tomi. Como te conté, mi familia ha venido en busca de almas por generaciones. Venían en diferentes formas, siempre era según la persona pidiera o creyera: como seres de luz, como un encapuchado con una filosa hoz, como bellos hombres de trajes negros, pero esta vez, esta única vez, he venido como yo.

—¿Has tenido que enamorar a otras personas?

—No —sacudió la cabeza—. Este es mi primer trabajo complicado.

—¿Complicado? —pregunté, tomando su mano.

—Somos ángeles después de todo, Tomi, tenemos sentimientos y si te involucras, debes retirarte. Yo… —sus ojos brillaron—. Yo me enamoré de ti y ahora debo llevarte conmigo.

—Iré encantado. ¿Cómo será? ¿Un paro cardíaco, un dolor de cabeza, un desmayo? ¿Cómo?

—Un beso, el beso de la muerte.

—El más bello beso que jamás recibiré.

—No es así mi amado, porque después de esta vida, seguiré amándote.

Mi pelinegro se acercó hasta mí y su cálido aliento succionó el mío, hasta que dejé el mundo mortal.

& FIN &

La leyenda urbana del ángel de la muerte y del beso de la muerte, es algo que he oído desde niña. Incluso en libros modernos se habla sobre aquello de que “la parca”, viene a buscarte, justo como tú te la imaginas. Pensé dejarla como un one-shot aparte, pero la verdad, es parte de las leyendas urbanas, porque la muerte es parte de la vida.

Espero les haya gustado esta nueva leyenda urbana, que fue mucho más romántica y menos sangrienta que las otras. Besos.

Escritora del fandom

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