Notas de MizukyChan: Este fic fue basado en la Leyenda Urbana de Carmen Winstead.
«SPAM»
—¡Eres tan fea como ratón de alcantarilla! —Gritó Georg a una chica de cabello oscuro, quien se tensó, pero ni siquiera giró, sabía que los insultos iban dirigidos a ella.
El delgado pelinegro de ojos delineados le dio un golpe en el brazo a su amigo—. ¡Idiota! —Dijo en un gruñido y continuó su camino.
—¿Qué, Bill? —Se quejó el chico.
—Sí, ¿qué, Bill? —Agregó Tom, el guapo chico de rastas rubias.
El pelinegro se detuvo, giró sobre sus talones y arqueó una ceja, mirando a su gemelo y a su mejor amigo. Chasqueó la lengua y dijo—. Son un par de idiotas, ni siquiera entenderían si les explico que el bullying es malo.
—Esto no es bullying —se quejó el castaño de hermoso cabello largo—. Es sólo recordarle la dura realidad.
Bill rodó los ojos—. ¿Acaso no lees noticias? —Preguntó Gustav, un rubio de gafas, amigo de los chicos por ser parte del equipo de Karate.
Georg dio un salto—. No aparezcas a mi lado de esa forma. ¡Me asustas, hombre!
El rubio rodó los ojos y subió las gafas negras por su nariz—. Bill tiene razón, eres un idiota.
—¿Por qué mencionas las noticias, Gustav? —Preguntó el rastudo, pasando una mano por el hombro del chico musculoso.
—Han mostrado una gran cantidad de casos en que jóvenes abusados en las escuelas, aparecen repentinamente con un arma y matan a los compañeros que les hacían bullying.
—Justamente a eso me refiero —agregó Bill, mirando sus pintadas y manicuradas uñas.
Georg abrió grandemente los ojos y luego se largó a reír a carcajadas. Bill apartó la mirada aburrida y la cambió a una de indignación—. ¿Qué es tan gracioso?
Entre risas, el castaño respondió—. Carmen jamás será capaz de hacerme algo. Es tan fea que ni siquiera es capaz de pararse frente a mí, mucho menos tendría el coraje de apuntarme con un arma y asesinarme.
Bill y Gustav lo miraron con desaprobación, pero Tom se unió a sus risas—. Tiene razón, Bill, no puedes negarlo —comentó, tomando el brazo de su hermano, arrastrándolo por el pasillo, para que no golpeara a su colega—. Vamos, ya casi suena el timbre de clases.
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Cada día, Georg se encargaba de hacerle la vida imposible a Carmen, nunca la golpeó, pero los comentarios hirientes vociferados por todos los pasillos, convertían a la chica en el hazmerreír de toda la secundaria.
Unas chicas que participaban en el club de animadoras de la escuela, se tomaron en serio las burlas de Georg y, para recibir elogios del guapo joven de ojos verdes, se unieron al bullying contra Carmen, una rubia, Sarah, era quien encarnizaba más la persecución, pues quería ganarse el corazón del castaño a como diera lugar.
Gustav y Bill, regañaban a Georg cada vez que lo escuchaban, pero Tom se unían a las risas, sin importar el daño psicológico que le causaban a la chica.
Fue durante un evento deportivo que todo cambió y, lo que comenzó sólo como maltrato oral, se convirtió en algo mucho más oscuro.
La secundaría celebraba un encuentro de fútbol contra otra escuela y todo el cuerpo estudiantil estaba obligado a estar presente y apoyar a su equipo. Carmen no fue la excepción a la regla y, pese a que no deseaba estar ahí, se sentó en la parte más alejada de las gradas, donde Georg Listing y sus amigos no pudieran verla, ni humillarla ante tantas personas desconocidas.
En el descanso del partido y después de haber firmado su asistencia al encuentro, decidió que era momento de escabullirse, pero cuando caminaba por el área de los vestidores de las chicas, una de las animadoras le quitó una pañoleta rosada que adornaba su cabello, la alzó en el aire y habló fuerte, llamando la atención de sus compañeras—. ¿Crees que esto te hace ver más bonita?
Se dejaron oír risas desde las puertas de los vestidores y Sarah apareció, tomando la pañoleta de manos de su colega—. Con esto jamás podrás llamar la atención de nuestro guapo Georg. —Caminó hasta el agujero de una alcantarilla que estaba abierto porque sería limpiada después del partido y arrojó la delicada prenda, arrugando la nariz por el hedor que emanaba del lugar—. ¿Ves esto? —Señaló la alcantarilla—. Este es tu lugar, igual que tu asquerosa pañoleta.
—¡Niña de alcantarilla! —Gritó otra de las rubias.
Carmen se acercó hasta el agujero, agachándose para tratar de recuperar la prenda que le prestó su madre para el evento, pero cuando estiró una mano, resbaló, quedando casi en el borde de la alcantarilla.
Las animadoras se acercaron más a ella, riendo y burlándose de su desgracia. De pronto una voz masculina se dejó oír detrás del grupo de mujeres.
—¿Dónde están mis gatitas? —Dijo coqueto Georg.
Sarah, la chica que arrojó la pañoleta, salió del grupo y caminó hasta el castaño, abrazándolo y besando sus labios—. Tenemos un problemita, cariño —dijo en tono meloso.
—¿Qué sucede, corazón?
—Tenemos una fuga de ratas por la alcantarilla —respondió la chica, arrugando la nariz.
Las animadoras abrieron paso y dejaron ver a Carmen, de rodillas estirando la mano para tratar de recuperar su prenda.
—¡Qué asco! —Gruñó Georg—. Ratas de alcantarilla.
Las animadoras se movieron para regresar al partido, pero mientras lo hacían, una que otra le dio pataditas a Carmen, y ésta tambaleó, pero fue la chica que besó a Georg, la que regresó y le dio un empujón a Carmen, haciéndola caer de cabeza en el agujero.
Al no escuchar gritos de la chica, Georg y las demás rieron y regresaron al partido, ignorando a Carmen y su bienestar.
Nadie se dio cuenta de nada, hasta que apareció una ambulancia en la secundaria y todos vieron como sacaban una camilla con un cuerpo en una bolsa negra sobre ella. Los chicos populares, no prestaron atención, pues estaban celebrando el triunfo de su equipo, pero todo cambiaría desde ese día.
A partir del día siguiente, algunos alumnos de la escuela comenzaron a recibir un correo extraño en sus cuentas de mail, que decía “No fue un accidente. La empujaron”. Nadie dijo nada, pensando que se trataba de una broma, algunos reían descaradamente cuando leían el mensaje y susurraban “Rata de alcantarilla”, apodo que Georg le había otorgado a Carmen.
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Exactamente un mes después de la muerte de Carmen, la animadora, ahora novia de Georg, abrió su celular, leyendo un correo que decía “No fue un accidente. La empujaron”. La chica se molestó y marcó el mensaje como “Spam”. Pero su celular continuó sonando, anunciando la llegada de cientos de correos con el mismo mensaje. La carpeta de Spam marcaba más de cien mensajes acumulados, cosa que erizó el vello de la nuca de la chica.
Nerviosa, caminó por los pasillos de la escuela, hasta la puerta del salón de su novio, quien venía bromeando y riendo con sus amigos, los Kaulitz.
—Georg, cariño, ¿podemos hablar?
—Claro, Sarah —respondió el castaño, sujetándola por la cintura.
Los gemelos se quedaron a un costado del pasillo, para darles un poco de privacidad, pero algo en la conversación, llamó la atención del menor de los Kaulitz.
—No han parado de llegar, Geo, incluso marcados como Spam —dijo la chica, sacando su celular para mostrarle a su novio.
—¿Disculpa, de qué clase de Spam hablas? —Preguntó Bill, pero la chica sacudió la mano, restándole importancia.
—No es nada, Bill, sólo una cuenta porno que Georg abrió desde mi teléfono —mintió la chica.
—Oh —dijo el pelinegro, sonriendo falsamente ante la clara mentira—. ¡Eres un cerdo, Geo!
—¡Qué pendejo! —Gruñó Tom, dándole un zape a su amigo en la cabeza.
—Vamos, Tom —llamó Bill y lo guió hacia un costado del pasillo, donde susurró—. Creo que hay algo oculto entre Georg y la muerte de Carmen, Tom.
El chico de rastas arrugó el ceño y negó con la cabeza—. No digas esas cosas, Bill —siseó y apretó la mandíbula, una cosa era que su amigo fuera un tonto, pero de ahí a ser un asesino, jamás—. La policía dijo que había sido un accidente.
—Carmen era una chica lista, Tom, nadie cae por la alcantarilla así como así —comentó Bill, sujetando la mano de su hermano—. Y esos correos spam que andan circulando, ¿los has visto? —Tom negó con la cabeza—. Dicen que no fue un accidente, que la empujaron. Y yo… creo que tienen razón.
—Georg jamás haría algo así…
—Pero viste la cara que puso cuando se enteró que la persona muerta era Carmen —contra-atacó el pelinegro.
—Todos pusimos cara de shock, Bill. No saques conclusiones apresuradas.
Bill rodó los ojos y arrugó la nariz—. Está bien, no diré nada más, pero te juro que hablaré con Georg y lo voy a interrogar.
—Está bien, pero ahora vamos a clases, no quiero llegar tarde por una discusión absurda.
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Ese día por la noche, Sarah tomó una ducha, pensando que el agua caliente le ayudaría a relajarse y olvidar la tensión que sentía desde que recibió los mensajes spam en su correo. Pero los ruidos que se escuchaban desde el interior de la misma ducha, la llevaron a aterrarse. Cerró la llave, creyendo que lo había imaginado, pero los ruidos se volvieron mucho más nítidos, revelando una risa.
—¿Mamá? —Llamó, pero su madre estaba en el primer piso, viendo televisión.
Las risas aumentaron de intensidad y ella se agachó para escuchar mejor, pues parecía que alguien susurraba.
—Aquí estoy… en la alcantarilla… —se oyó un murmullo.
Sarah se levantó de golpe y por poco cae al resbalarse. Se envolvió con una toalla y caminó hasta su cuarto, huyendo de la risa que se escuchaba por las tuberías.
No bien se puso un pijama, tomó su celular y comprobó que nuevamente tenía cientos de mensajes en la carpeta de spam.
Desesperada, marcó el número de Georg y aguardó hasta que contestara. Quería gritar que la ayudara, pero para su sorpresa, su boca se cerró y una voz, que sonaba como la suya, dijo—. “No fue un accidente. La empujaron”.
—Cariño, ¿qué dices? ¿De qué hablas? —Preguntó Georg, sorprendido y asustado.
La llamada se cortó y Sarah comenzó a temblar—. Por favor, no me hagas daño.
Sin tener control de su cuerpo, la chica caminó hacia la ventana, por donde salió de su casa lastimándose los pies descalzos. Parecía una marioneta, guiada por una fuerza invisible que la controlaba, mientras su mente gritaba y lloraba, angustiada por la culpa.
La fuerza invisible la llevó hasta la secundaria, hacia el mismo lugar en que Carmen murió. El agujero de la alcantarilla había sido cubierto por una gruesa tapa, como medida de protección contra futuros “accidentes”, pero aquella misma fuerza que la movía a ella, quitó la cubierta y la inclinó por el borde, sosteniéndola en la orilla, como burlándose de su equilibrio, hasta que finalmente… la soltó.
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Los gemelos Kaulitz llegaron a la escuela y se sorprendieron de ver una ambulancia con las luces encendidas, justo en la entrada. Se acercaron para escuchar los rumores de unas chicas que susurraban cerca de ahí.
—Dicen que murió igual que Carmen y en el mismo lugar.
—Pobre Sarah, no merecía una muerte tan asquerosa.
Los gemelos se miraron con el ceño apretado y caminaron lentamente hasta la entrada. Bill sacó su teléfono y marcó—. ¿Georg, dónde estás?
—En el autobús, a punto de llegar.
—Okey —respondió el pelinegro—. Tenemos que hablar. —Y con eso, colgó.
—¿De verdad crees que Georg mataría a su novia?
—No, pero sí a Carmen.
—¡Mierda, Bill! ¡Georg es nuestro amigo, ha crecido con nosotros! Es un poco idiota, pero jamás le haría daño a alguien.
—¿Y Carmen?
—Eso no cuenta, nunca la tocó.
—Pero está muerta, Tom. Y ahora su novia también lo está.
Tom negó con la cabeza—. No puedo. Me niego a creerlo.
—¡Bill, Tom! —Escucharon un grito, no muy lejos de ahí. Los gemelos giraron el rostro, viendo a Gustav que agitaba la mano, llamando su atención.
—Hey, Gus —saludó Bill, acercándose a él—. ¿Qué pasa?
—Algo muy raro —respondió—, espera, lo reenvío. —Tomó su celular y luego algo sonó en el teléfono del pelinegro.
—¿Qué es? —Preguntó, abriendo el correo. Leyó en silencio y arrugó el ceño—. Lo sabía.
—¿Qué cosa? —Indagó Tom, asomando la cabeza, leyendo por sobre el hombro de su hermano—. No fue un accidente. La empujaron. ¡¿Qué mierda?!
—Es el correo, el spam que ha estado circulando desde la muerte de Carmen —afirmó el pelinegro—. Es lo que mencionó Sarah ayer, antes de…
—¿Antes de qué? —Preguntó Georg, acercándose a ellos—. ¿Qué pasó está vez? ¿Por qué hay una ambulancia en la entrada?
Los gemelos compartieron una mirada, pero fue Gustav quien habló—. Al parecer alguien volvió a caer por la alcantarilla.
—¿Eh? —Georg arrugó el ceño.
—Fue tu novia, Geo —dijo Bill—, o al menos eso escuchamos…
El castaño tomó su celular y marcó el número de Sarah, que saltó de inmediato al buzón de voz—. ¡Mierda! —Gruñó y salió corriendo hacia el sector de los vestidores, donde se encontraba el fatídico agujero de la alcantarilla.
Gustav y los gemelos lo siguieron, para contener a su amigo, en caso de que la información fuera cierta.
Había una gran cinta amarilla que los obligaba a permanecer alejados, pero Georg gritó a uno de los hombres de seguridad, que la conocía, que era su novia. El hombre se compadeció y se acercó hasta él.
—Dígame, por favor, ¿es Sarah?
—No tenía identificación —respondió el hombre.
Pero Georg vio a la madre de su novia, llorando amargamente, cosa que confirmó sus peores temores.
—No puede ser… —giró sobre sus talones y salió de allí. Sus amigos, caminaron detrás de él.
—Georg, tenemos que hablar —insistió Bill.
—Acabo de perder a mi novia, Bill, ¿acaso no puede esperar?
—Tal vez no, Georg, tal vez el próximo seas tú —dijo abruptamente, cosa que detuvo a todos los jóvenes.
—¡¿De qué mierda estás hablando?!
—Hay un correo que está circulando por toda la escuela. Algunos lo reciben como spam, pero todos los que lo han visto, han leído que Carmen no murió por accidente, que la empujaron —contestó.
Georg arrugó el ceño—. No entiendo.
—Quizás, tu novia empujó a Carmen, alguien la vio y está cobrando venganza —especuló.
—¿Por qué dices eso?
—Porque se ha cumplido un mes desde la muerte de Carmen y ciertamente ella no puede mandar mails, diciendo que su muerte no fue un accidente, alguien “vivo” debió hacerlo —comentó Bill, mirando fijamente al castaño—. Y ahora, quizás, quiera vengarse de ti, si es que sabes la verdad…
Georg empuñó las manos—. No sé de qué hablas, Bill. ¿La verdad?
—Según lo que informaron, Carmen murió el día del partido, durante el descanso, tú fuiste a ver a las animadoras en esos momentos —agregó Bill, sin dejar su postura seria—. ¿Viste algo extraño?
El castaño arrugó el ceño, apretó la mandíbula y negó con la cabeza.
—¿Estás seguro, Geo?
—¿Qué insinúas, Bill? —Gruñó el castaño con los dientes apretados.
—¿Fuiste tú, Geo? ¿Tú la empujaste? —Preguntó directamente.
—Basta, Bill —intervino Tom, sujetando a su hermano por el brazo.
—Debemos saberlo. Si fue Geo, prefiero que vaya a la cárcel a que sea el próximo en morir en la alcantarilla —dijo Bill, un poco más fuerte de lo que intentaba.
—Te estás pasando, Bill —agregó Gustav, poniéndose entre sus amigos.
—Yo no hice nada —susurró el castaño—. Nunca toqué a Carmen —afirmó más fuerte. Sus manos temblaban.
—Está bien, Geo —dijo Tom, dando palmaditas en su hombro—. Yo te creo.
—Si Geo no tuvo que ver en esto, hay que saber quién mierda está enviando esos mensajes —comentó Bill.
—¿Puedes parar esto, Bill? —Tom pasó la mano por su cara, molesto.
—Debemos saberlo, Tom, ¿no lo entiendes? Si hay alguien que está seguro de que Carmen fue empujada, va a querer vengarse de Geo, al igual que hizo con Sarah.
Esta vez, los tres jóvenes atendieron a las palabras del pelinegro. Tenía sentido, por tanto, muy a su pesar, asintieron.
—¿Y qué hacemos? —Cuestionó Gustav.
—Le voy a re-enviar el mensaje a la policía —respondió Bill, tomando su celular.
—¿Qué? —Tom sujetó su mano—. Te pueden incriminar, Bill.
—No darán conmigo, lo enviaré de una cuenta falsa desde la escuela —afirmó el pelinegro.
—Hagan lo que quieran, yo me largo —susurró el castaño. Y sujetando su mochila, se dispuso a partir.
—Espera, voy contigo —agregó el rubio, siguiendo a su amigo.
—No lo dejes solo, Gusti —gritó Bill, mirando a los G’s partir.
El teléfono de Tom vibró en su bolsillo, lo sacó y leyó el mensaje, arrugando el ceño—. Bill, mira esto —dijo acercándole el aparato al rostro.
—El mismo mensaje —susurró el pelinegro con el ceño apretado—. Fíjate en esto.
La carpeta de spam marcaba más de cien correos sin leer que, al parecer, tenían el mismo mensaje de Carmen.
Bill bajó el teléfono y miró con seriedad a su hermano—. ¿Me crees ahora? Alguien quiere hacer justicia con sus propias manos, Tom. Debemos descubrirlo antes que dañe a Geo.
—Bien.
Los jóvenes se dirigieron a la biblioteca de la secundaria y crearon una cuenta falsa, sin ningún dato personal real y enviaron a la policía el mensaje spam, que circulaba por la red.
—Dejemos que ellos hagan el resto —dijo Bill, cerrando sesión.
—Sólo espero que no nos metamos en problemas por esto, Bill.
Durante la mañana, los rumores de los curiosos que lograban asomarse a la escena del crimen, anunciaban que la alcantarilla había sido cerrada y soldada, para evitar futuros “accidentes” fatales, como los de las dos últimas víctimas.
Pero aquella noche, otra de las animadoras que humilló y pateó a Carmen el día de su muerte, se levantó de la cama en medio de la noche, consciente de que algo malo pasaba, pero sin poder tomar control de su cuerpo para evitar que éste se moviera por sí mismo y se dirigiera directo a la escuela.
A la mañana siguiente, la entrada de la escuela recibió a los alumnos con un gran sello amarillo de la policía. Decidieron clausurar la escuela, asumiendo que se trataba de una especie de suicidio en masa, pactado con anterioridad. Los estudiantes, se alejaron con una sonrisa, dispuestos a disfrutar de sus días libres, sin importarles realmente quién era la nueva víctima de la temible alcantarilla.
Los gemelos arrugaron el ceño al ver las luces de ambulancias y vehículos policiales en la entrada de la secundaria. En lugar de retirarse inmediatamente, buscaron entablar conversación con alguien que hubiera llegado más temprano al lugar, para tratar de identificar a la víctima, pero no fue necesario. La madre de una de las animadoras llegó llorando, sostenida por los brazos de su esposo, gimiendo y rogando que no fuera su hija, pero a juzgar por los gritos que se oyeron posteriormente, una amiga de Sarah también estaba muerta, seguramente con el cuello roto, igual que la difunta novia de Georg.
Bill llamó por teléfono a Gustav, mientras Tom hacía lo mismo con el castaño, acordaron reunirse en un café cerca de ahí y hablar sobre lo sucedido. Georg estaba muy pálido, con oscuras marcas bajo sus ojos. Sus manos temblaban al sostener la taza de café y parecía perdido en otro mundo.
—¿Geo, estás bien? —Preguntó Gustav, notando la angustia de su amigo.
El castaño negó con la cabeza y bajó la taza.
—¿Quieres hablar? —Preguntó Bill, apretando el ceño, él estaba preocupado, pero Geo no lo parecía, era algo más, estaba asustado.
—Anoche la escuché… —dijo apenas en un susurro, su voz tembló.
—¿Qué cosa? —Preguntó Tom, poniendo una mano en su hombro para darle fortaleza.
—A Carmen, desde la ducha…
—¿La ducha? —Tom arrugó el ceño, sin entender.
—La alcantarilla, qué sé yo… parecía venir de cada tubería del baño —respondió Georg con los dientes apretados, mirando en todas direcciones, temiendo que alguien le gritara “loco”.
—¿Por qué dices que era Carmen? —Cuestionó Bill, tratando de llamar la atención del castaño, quien parecía paranoico, mirando por sobre su hombro.
—Era ella, su voz chillona, temerosa, avergonzada, que me decía “Georg”. —Los ojos de Georg se achinaron y luego, nerviosamente, levantó la taza de café y le dio un gran sorbo, quemándose la garganta en el proceso.
—Hey, hey, calma —pidió Tom, bajando la mano y taza de su amigo—. Está caliente.
—¡Qué mierda importa que esté caliente, Tom! ¡Una puta muerta me habla! —Gruñó el castaño, pero manteniendo el volumen de su voz apenas en un susurro.
—Sólo estás estresado por las muertes —dijo Gustav—. Cuando atrapen al culpable, te volverá el alma al cuerpo.
—El culpable es el puto fantasma de Carmen —gruñó Georg con la mandíbula igual de tensa. Tenía los puños apretados sobre la mesa y lucía verdaderamente desquiciado.
—Tranquilo, Geo —pidió el pelinegro, estirando una mano para tocar la de su amigo.
—No puedo calmarme. Seguro que yo soy el siguiente.
—Pero dijiste que no la empujaste —agregó Bill, alzando una ceja.
—No la empujé, ni siquiera estaba cerca, pero la chica de hoy, ella tampoco lo hizo —balbuceó el castaño, acentuando las dudas de Bill.
—¿Y quién lo hizo? —Insistió el pelinegro.
Georg le dio una mirada enojada, pero no respondió.
—Basta, Bill —pidió Tom—. Ya está bastante estresado, no lo presiones más.
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Aquella noche, dos rubias, animadoras de la escuela, fueron encontradas con el cuello roto, al fondo de una alcantarilla cercana a sus casas. Ellas eran las últimas que estuvieron presentes el día de la muerte de Carmen.
El periódico local llenaba sus titulares con frases sensacionalistas que iban desde suicidios en masa hasta venganza por el bullying del que Carmen era víctima cuando estaba viva.
Los gemelos leían los titulares, temerosos de encontrar el nombre de su amigo allí.
—¿Por qué no lo vuelves a llamar? —Preguntó Bill, notando como su gemelo miraba atentamente su teléfono celular.
—No contesta las llamadas, Bill —respondió el rastudo con gesto cansado.
—¿Y si vamos a su casa?
Los ojos de Tom se iluminaron ante la idea y, sin pensarlo dos veces, abrochó sus zapatillas y se dispuso a salir.
Tomaron el carro de su madre y condujeron hasta la casa del castaño. Todo se veía normal y cuando la señora Listing abrió la puerta con una gran sonrisa, supieron que Georg estaba vivo.
Subieron los peldaños de la escalera de dos en dos, hasta que llegaron con su amigo, quien estaba hecho bolita sobre la cama, mirando el teléfono celular con el ceño apretado.
—¡Hey, Geo! —Saludó Tom, sentándose junto al castaño.
—¿Qué pasa? —Preguntó el pelinegro.
—También lo recibí —contestó el chico.
—¿Qué cosa? —Insistió Bill.
—El mensaje, el spam que dice que la empujaron —agregó, entregándole el aparato a Tom para que comprobara sus palabras.
—Es cierto —afirmó Tom.
—Eso quiere decir que no estás en la lista del asesino.
Georg siseó—. No hay un asesino, Bill —dijo seguro de sus palabras—. Fue ella, la misma Carmen.
—¿Te parece más sensato decir que las muertes de las animadoras fueron cosa de una muerta, a pensar que es una persona que está cobrando venganza? —Preguntó Bill con su tradicional pose de diva.
Georg se sentó en la cama y encaró a Bill con la cara seria y una expresión de absoluta convicción en el rostro—. La escuché, Bill. La escucho cada noche cuando me meto en la ducha. Ella dice mi nombre.
Bill arrugó el ceño, pero no dijo más. No podía restregarle en la cara a su amigo que esas voces eran el remordimiento por la culpa que tenía, por todas las humillaciones que provocó a Carmen. No, no podía decirle eso, mejor guardó silencio.
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El lunes siguiente, la escuela era un hervidero de chismes y susurros. Casi todo el plantel de la secundaria había recibido el extraño mail, que contaba al mundo que Carmen no había muerto por accidente, sino que había sido empujada a la fatídica alcantarilla. Muchos creían que era cierto y las posteriores muertes de las animadoras, señalaban a las culpables de la muerte de la chica, sin embargo, otros se burlaban diciendo que esos correos spam, eran el trabajo de gente ociosa que no sabía qué hacer con el tiempo libre.
En una ocasión, una chica de lentes, con apariencia de nerd, se puso de pie delante de Georg y puso un dedo en su pecho, acusándolo—. Fuiste tú. Tú deberías estar en el fondo de la alcantarilla.
El castaño arrugó el ceño y Tom, movió no tan delicadamente a la chica para quitarla del pasillo por donde transitaban.
—No les hagas caso, Geo —dijo Bill por lo bajo, avanzando con los demás—. Confiamos en ti. Tú no fuiste, no le hagas caso.
El castaño arrugó el ceño, ya no estaba tan seguro de su inocencia, no cuando la voz de Carmen continuaba atormentándolo cada noche, haciendo eco en los tubos de la alcantarilla.
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Al segundo mes de la muerte de Carmen, aquellos que recibieron el correo spam y que se burlaron de todo el asunto, fueron muriendo lentamente de la misma forma que las animadoras, cayendo de cabeza dentro de alguna alcantarilla, rompiéndose el cuello al tocar fondo.
Con esta nueva ola de muertes, cada vez más estudiantes pensaban que el espíritu vengativo de la misma Carmen era quien cobraba venganza de quienes no creían en su asesinato. Los correos spam fueron traspasados como una cadena, porque cada alumno pensaba que el hecho de recibirlo era una prueba: si lo re-enviaban, le aseguraban a Carmen que sí creían en sus palabras, pero si lo guardaban o lo eliminaban, se arriesgaban a terminar con el cuello roto en alguna alcantarilla maloliente.
Un día al terminar las clases, Georg se separó de sus amigos, diciendo que necesitaba aliviar el estrés y que una nueva porrista le daría una mano. Tom sonrió y palmeó su hombro al leer el doble sentido de su frase, mientras que Bill simplemente rodó los ojos y se fue agitando la mano como despedida.
La animadora rubia, recibió a Georg en los vestidores, ansiosa de ser la nueva entretención del guapo chico de ojos verdes. No bien sus bocas se unieron en un beso ardiente, todas las duchas del lugar se accionaron, haciendo saltar a la pareja.
Georg arrugó el ceño y alzó la voz—. ¿Hola? ¿Hay alguien aquí?
La rubia caminó junto al castaño por todo el lugar, hallándolo totalmente vacío.
—Quizás se accionan de forma automática —sugirió la chica, pero Georg no estaba tan seguro.
—Creo que mejor nos vamos.
—Oh, por favor —gimoteó la chica—, no creerás en esos estúpidos cuentos de fantasmas, ¿verdad?
—Tal vez no son sólo cuentos, lindura —respondió, tratando de sonar casual, pero sin poder apartar su ceño apretado.
—Esas son sólo mentiras para asustar a los nuevos —agregó la chica.
Justo en esos momentos, se escuchó un ruido ensordecedor afuera. Georg corrió hacia la entrada de los vestidores, donde la gran tapa que cubría la alcantarilla había sido removida.
—¡¿Pero qué demonios?! —Gruñó el castaño, mirando aterrado el fatídico lugar.
—Tenías razón, querido Georg —dijo la voz de la chica rubia—. No son sólo cuentos.
Georg giró sobre sus talones, para ver como la animadora se movía extrañamente, como si se resistiera, pero a la vez no tuviera opción. Al castaño le pareció recordar a las marionetas, desplazándose de forma grotesca, sin fluidez, casi… contra su voluntad.
—¿Estás bien?
Georg podía ver lágrimas en los ojos de la chica, pero la sonrisa maligna que portaba, contradecía totalmente la expresión de terror de su rostro.
—Claro que estoy bien, Georg. —La chica caminó directo hacia la entrada de la alcantarilla.
Todo pareció moverse en cámara lenta para el castaño. Trató de sujetar el brazo de la chica, para evitar que hiciera lo que pensaba que haría. Gritó que no saltara. Rogó a Carmen que la dejara en paz. Pero en cosa de segundos, la animadora yacía en el fondo de la alcantarilla, con el cuello roto, sin vida.
—No, no, no —susurró el castaño, de rodillas junto al agujero—. ¿Cuándo me dejarás en paz?
—No habrá paz para ti, cariño —susurró una voz desde el fondo de ese lugar.
Pero Georg ya no podía soportarlo más. Se levantó y miró el cuerpo muerto, lanzándose sobre él, sin siquiera pensarlo.
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Bill tomó la mano de su hermano, tirando de él—. Es hora de irnos, Tom. —Le daba una enorme tristeza ver a su hermano después de una visita al sanatorio.
—Sólo un rato más, Bill. Georg se siente solo aquí. ¿No es así, amigo? —Preguntó el rastudo al castaño que tenía los ojos abiertos, pero no veía nada que fuera visible en el mundo de los vivos. Él tenía la vista fija en un rincón del techo de su habitación, donde una sombra oscura lo vigilaba, aguardando el momento, disfrutando del presente y del miedo que causaba en el más fiero de los abusones de la escuela.
Cuando cayó por la alcantarilla, Georg no murió como pensó. Sucedió como le dijo la voz de la alcantarilla: no habría descanso para él. Su cuerpo quedó parapléjico y fue internado en un sanatorio mental, pues los lapsos en que estaba despierto, gritaba que Carmen vendría por él desde el más allá a cobrar venganza por su muerte, porque ella no murió, la empujaron.
Desde entonces, cada vez que algún alumno recibía un correo spam con esas frases, lo pasaba a todos sus contactos, temeroso de terminar como tantos otros, en el fondo de la alcantarilla.
& FIN &
Notas finales de MizukyChan: Este fic fue basado en la Leyenda Urbana de Carmen Winstead, la chica fue empujada a una alcantarilla y luego cobró venganza, asesinando de la misma forma a los culpables y a todos aquellos que no creyeron en el mail que decía que “ella fue empujada”.